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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 29 de septiembre de 2011

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 62

A través del portal que unía Haster con Emmolnir, las Aves de Presa adastritas al mando de Car'a'Doc y los Caballeros del Vyrd, la guardia de honor de Elsakar, se unieron a sus fuerzas. También se incorporó Diren'a'Hiern, la ave de presa Brazo de Valdene y, por lo que parecía, pareja de Car'a'Doc. La espada de Valdene, Verhalainn, provocaba la exaltación de todos aquellos que la contemplaban.

Ezhabel, Demetrius y Heratassë se alejaron de la Torre con la intención de volver a intentar controlar la daga. El bardo consiguió controlar el poder que el objeto transmitía y que parecía la Luz misma [100 en la tirada]. Durante los siguientes días intentarían que Leyon y Ayreon practicaran el control en presencia de la daga. Asumieron como imposible que pudieran controlar su poder al empuñarla, pero si querían que les resultara de alguna utilidad, tanto el paladín como el presunto heredero del imperio deberían controlarse en su presencia.

Por la noche, Selene se presentó en el sueño de Ayreon. Críptica y distante, le preguntó si tenía algo que temer de él. Ayreon le contestó que por supuesto que no. Los kaloriones se habían marchado de la Torre al ver al Gran Maestre paladín poseído por esa extraña energía que le hizo perder el control. En el sueño, Selene se fue mostrando cada vez más cercana, más sensual. Pero Ayreon se resistió a los irresistibles encantos de la kalorion, y ésta se marchó, airada.

El día siguiente no tardó en llegar un mensajero a todo galope, a caballo. Las noticias que traía dejaron helados a todos los presentes. El frente este, el liderado por lady Valemen y que había formado una línea de defensa estable a lo largo del río Bratian, se había roto. Una extraña niebla pálida había aparecido procedente del otro lado de la ciudad de Evax; avanzaba lentamente, pero lo engullía todo sin remedio a su paso. Los anfiroth, los ilvos y los demás no habían tenido más remedio que abandonar las fortificaciones y estaban siendo cazados sin piedad.

Tras unos instantes de confusión, se reunieron con todos los generales en la Sala Blanca y se aprestaron a preparar las tropas para apoyar a lady Valemen. Haciendo gala de un gran conocimiento de la región, Leyon señaló en los mapas un punto sobre unas colinas donde los Astaros del Pacto de los Seis habían construido una serie de canales y torres de vigilancia para llevar agua a la región central del principado. Allí podrían establecer una nueva línea de defensa. Estaba quizá más cerca de Haster de lo que sería deseable (poco más de 100 kilómetros), pero era mejor que nada. Además, si la niebla avanzaba tan lentamente como había dicho el mensajero, tardaría meses en llegar allí. Decidieron que dividirían sus fuerzas en dos: enviarían la mayor parte a combatir junto a las fuerzas de lady Valemen para apoyarlas en su huida y un contingente más pequeño a preparar las fortificaciones defensivas en la línea de canales. En las filas de esta segunda fuerza integrarían a los ingenieros enanos que tenían en Haster y a los elementalistas targios que habían venido con ellos desde Marentel, y que, según las palabras de Eltahim, podían hacer surgir enormes muros de piedra de la propia tierra.

Ovam tendría que esperar de momento.

Gracias a los poderes que Mandalazär concedía a Demetrius, éste podría abrir sendos portales en los puntos estratégicos. Pero antes tendría que explorar el destino. Así que se teleportó con Heratassë a unos cuarenta kilómetros al oeste del río Bratian. Justo en el punto. Aparecieron en medio de una batalla caótica entre ilvos, elfos oscuros y ¡dragones! Uno de estos últimos lanzó su aliento demasiado cerca; menos mal que Heratassë estaba con él. Tras alejarse un poco del peligro el bardo abrió el portal más amplio que pudo, que empezó a escupir tropas procedentes de Emmolnir. Heratassë ya se había enzarzado en la lucha. Durante una semana se prolongaron los combates de una forma brutal, el tiempo que el grueso de los huidos tardó en llegar a la línea de colinas y canales. Ezhabel comandando a sus tropas y junto a los Guardias Carmesí, Enthalior al mando de sus elfos, Ergialaranindal al mando de los Ilvos, Rûmtor al mando de los orgullosos soldados del Erentárna, Ar'Kathir al mando de los hidkas, Elsakar al mando de sus Aves de Presa, Car'a'Doc, Diren'a'Hiern y sus caballeros, Heratassë sembrando la destrucción , Leyon al mando de sus tropas de Haster y empuñando a Ecthelainn, los vestalenses comandados por Yrm Ybdn, y Ayreon al mando de sus paladines enlazados en grupos de diez no tardaron en facilitar la ordenación de la huida, una vez que hubieron atravesado el portal en número suficiente.

La Batalla del Principado Ercestre
Los paladines enlazados probaron ser una eficiente herramienta de destrucción de la Sombra. No tardaron en encargarse de los varios dragones que los sobrevolaban. Parecían canalizar un torrente de pura energía que arrasaba todo lo oscuro a su paso. Al cabo de un par de días apareció frente a ellos un contingente de trolls y elfos oscuros comandados por una figura familiar para Ayreon: el individuo vestido con la armadura estrellada y el martillo de Korvegâr. Martillo que salió despedido, impactando entre las filas de paladines con una violenta explosión que deshizo todos los círculos. La alta figura apareció ante Ayreon, riendo contenidamente. "¿No me reconocéis, Ayreon?" —preguntó en la Lengua de la Sombra. El paladín, magullado, no acertó a contestar, y acto seguido el extraño se retiró el visor del casco. Era Audal, uno de los nietos de Natarin, que había estado  presente durante el juicio celebrado hacía una eternidad. Se giró cuando una espada impactó en su armadura sin hacerle ni una muesca: era Ezhabel, que intentaba distraer su atención. El elfo extendió su martillo hacia Ayreon sin hacer caso de la semielfa, dispuesto a acabar con él. Un borrón lo quitó de la vista de Ayreon y Ezhabel. Heratassë había llegado, por suerte, y un brutal combate se inició entre los dos. Una lucha que llegó a las inmediaciones de Leyon, que intentó ayudar al dragarcano con los poderes de Ecthelainn.

En otra ocasión pudieron ver entre el humo de los combates, a lo lejos, detrás de las líneas de la Sombra, a varias figuras que les llamaron la atención. Todas vestían de negro, se encontraban sobre extraños símbolos trazados en la tierra y llevaban enormes libros apoyados en sus antebrazos. Cada pocos segundos, el aire a su alrededor parecía deformarse y un demonio aparecía. Demonio que, tras unos segundos dubitativos, no tardaba en lanzarse al combate. Los invocadores, además, estaban especialmente bien protegidos por una guardia de humanoides enormes. Aquello les recordaba mucho a las capacidades del Libro de Marenthelos, que habían poseído en una ocasión, hacía mucho tiempo.

Los avatares del combate llevaron a Leyon y sus compañeros a luchar cerca de lady Valemen y su guardia de honor. La tristeza que transmitía Niriennor en su mano era amortiguada por la presencia de Ecthelainn. Se reconocieron mutuamente como Brazos de la Luz y se presentaron. Leyon, acompañado de sus hombres y de Ar'Kathir y sus hidkas rechazaron a los demonios que los perseguían. Ar'Kathir era un remolino de muerte, una elegante figura de filos y golpes que hacía brotar la sangre a borbotones. Sus hidkas eran una visión impresionante. Valemen agradeció profundamente a Leyon y al monarca hidka su ayuda, y lucharon juntos hasta completar la retirada. Los anfiroth se unieron a ellos, al menos la parte que no se encontraba huyendo por el mar. Fue entonces cuando aparecieron con un gran estruendo y trazando un enorme surco en la tierra, Heratassë y Audal enzarzados en su lucha. Audal lanzó a Ugrôth, el Gran Martillo Negro, contra el dragarcano, que fue arrastrado lejos de allí. Ar'Kathir atacó al Brazo de la Sombra con Quebradora. Saltaron chispas. Y consiguió herir a Audal, que con una mueca de dolor extendió el brazo y materializó a Ugrôth en su mano. El rey hidka ya había quedado inconsciente, sin embargo. Cuando Leyon y Valemen se situaron ante él con Ecthelainn y Niriennor cantando ansiosas, Audal se retiró del combate, con un brazo colgando inerte.

Heratassë, por su parte, sembraba la destrucción por doquier. Cuando los avatares del combate lo llevaban cerca de alguno de los personajes, éstos se daban cuenta de que el dragarcano estaba cerca de perder el control, si no lo había perdido ya. Se llevaba por delante todo lo que encontraba, sin distinguir amigos de enemigos. Algunos ilvos y elfos sufrieron su falta de cuidado.

En varias ocasiones, Ezhabel avistó un contingente de extrañas tropas, montadas en animales extraños, enormes y de largos colmillos y trompas (grandes elefantes). Sus emblemas no dejaban lugar a dudas: de alguna forma, el Gran Imperio de Oriente había conseguido llegar hasta Aredia para colaborar con la Sombra. Sabían de un encuentro anterior que su sha era en realidad un kalorion, pero no creían que pudieran llegar tan lejos. Los elfos empezaron a caer fulminados a su alrededor, y la semielfa pronto comprendió que los estaban atacando a través del mundo de los sueños. No podían hacer nada contra aquello, salvo aguantar. Por suerte, los Susurros de Creá acudieron en su ayuda ante las peticiones de Ayreon.

Los combates más encarnizados tuvieron lugar durante los primeros tres días. A partir del cuarto, la intensidad bajó. Por entonces empezaron a ver apariciones de Selene y Carsícores, una vez que el combate parecía decidido.

Gracias a las capacidades logísticas y militares de Leyon y Ergialaranindal, el grueso de las tropas pudo llegar a la nueva línea de fortificaciones pasados seis días, un día menos de lo previsto. Allí acabaron de fortificar las construcciones y establecieron de nuevo la línea dejando al cargo a lady Valemen, que les agradeció otra vez su ayuda.

Durante el tiempo en que las fuerzas se recomponían en las nuevas fortificaciones, Demetrius repartió su tiempo entre Haster y Emmolnir, llevando a cabo un llys, ceremonia propia del imperio, contactos diplomáticos varios y dedicando tiempo a Azalea, que había vuelto a la vez que Selene. Azalea no tenía un corazón oscuro, pero la sed de venganza la devoraba. Por las noches, también intentaban que Leyon y Ayreon se acostumbraran a la presencia de la daga. No pasó mucho tiempo antes de que lo consiguieran [97 Ayreon, 100 Leyon]. Ayreon seguiría sintiendo cierta ansiedad, pero no le costaría resistir la tentación de hacerse con ella y usarla para erradicar a la Sombra.

Se reunieron con los kaloriones para comentar el asunto del ataque a Ovam. Carsícores les felicitó, divertido, pero Selene y Murakh no se mostraron tan distendidos. Amenazaron con retirarles su apoyo si seguían con el plan. Finalmente acordaron que darían tiempo a que Selene y Murakh retirasen sus contingentes de la ciudad -que calificaron como "zona de soberanía compartida"- y continuarían con su ataque, decidieran lo que decidieran los kaloriones. Murakh no se mostró de acuerdo en atacar a su propia gente; se marchó. Selene se quedó, pero no apoyaría el ataque a la ciudad portuaria. A continuación convocaron a los generales para ultimar los planes.

Abrieron los portales. Heratassë, Carsícores y los targios pasaron abriendo camino. No les costó demasiado; su poder destructivo era inmenso. La ciudad pronto se vio invadida por el humo, las cenizas y el polvo. Los ejércitos se precipitaron con ansiedad, repartiendo muerte y sangre. Heratassë se convirtió en un cometa de destrucción y fuego, perdiendo totalmente el control y destrozando a aliados y enemigos por igual con sus explosiones. Ascendió a lo alto, y Carsícores, viendo una oportunidad inmejorables de diversión, se lanzó a por él. El demonio no tardó en salir despedido y estrellarse contra el suelo, destrozando varios edificios, muy malherido. Tras el combate con Carsícores, Heratassë perdió el poco sentido que le quedaba. Los ilvos empezaron a sentir su ira. Grupos enteros salían despedidos y destrozados, mientras el dragarcano gritaba de forma horrenda. Al caminar, hundía los pies varios centímetros en la roca, sin esfuerzo aparente, y sus ojos eran como dos centellas de fuerza irresistible heraldos de un poder terrible. Ezhabel y sus elfos quedaron arrinconados junto a varios de los Guardias Carmesí ilvos contra un edificio del puerto, mientras Heratassë se dirigía bramando amenazante hacia ellos. El dragarcano había crecido varios metros y parecía un titán poseído por el odio. Por suerte, apareció Elsakar. El príncipe adastrita hizo uso de sus extrañas capacidades y consiguió apaciguar a su amigo, que cayó inconsciente.

Tras algunas complicaciones, pocas, vencieron la última resistencia de puerto Ovam. El contraataque de la Luz por fin había comenzado. Sin embargo, no hicieron menos de 60.000 prisioneros, un problema logístico importante. Ergialaranindal, haciendo gala de su filiación a la Luz y odio a la Sombra, sugirió exterminarlos, como fieles de la Sombra que eran, ante la negativa de Leyon y los demás.

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 61

Por la mañana comprobaron la reacción de la daga en Leyon. El heredero del Trono se vio abrumado por la poesía, abriendo mucho los ojos y alargando su mano hacia el objeto. Ezhabel no dejó que la cogiera, reconociendo los signos que ya había visto antes en Ayreon. Al quitarla de su vista, Leyon pareció despertar de un trance. Lo dejarían para más adelante.

Dándose cuenta de que estaban descuidando la situación en Haster, se desplazaron allí a través del portal abierto permanentemente entre Emmolnir y la futura capital del imperio. Como ya habían comprobado en alguna visita anterior, Robeld de Baun se había instalado en un sitial ante el Trono, tomando un férreo control de la ciudad. El antiguo marqués de Arnualles y actual Brazo de Eudes les informó de que había enviado a lord Agiran junto al ejército de lady Dalryn -fiel a Leyon a cambio de promesas de nobleza- a inspeccionar la situación en los poblados de nueva creación de las praderas del sureste. Era evidente que se lo había sacado de encima. Leyon y Demetrius expresaron su deseo de que Agiran volviera cuanto antes a la ciudad, a lo que lord Robeld asintió levemente.

En la rápida reunión que organizaron con Dorlen, Ylma, Maraith, Ar'Thuran, Rughar, Robeld y Beltan entre otros, lord Dorlen expresó su profundo malestar por el perdón de Leyon a los Susurros de Creá, que habían cometido tantos crímenes de sangre y habían causado tantos problemas. Su amigo Galan había sido asesinado por ellos, y no comprendía cómo habían obtenido tan fácilmente un indulto. Para él, era inadmisible. Su relación con Galan había sido muy estrecha, y su vehemencia hizo plantearse a los personajes cuán estrecha había sido para que expresara tal convencimiento. Ylma se unió a sus quejas, y los demás expresaron su aprobación con gestos de afirmación. Leyon explicó el indulto lo mejor que pudo, alegando que eran una herramienta muy valiosa para la Luz y el padre Ayreon en persona había comprobado su arrepentimiento y su filiación a la Luz. Les habían guiado motivos equivocados, pero su lealtad a la Luz y su odio a la Sombra quedaban fuera de toda duda. No obstante, acordaron la celebración de un juicio en cuanto fuera posible, preferiblemente auspiciado por un Mediador -cuando estos fueran sanados de su locura-; pero se celebraría más adelante. Los hidkas y los elfos reportaron lo de siempre, tensiones en la ciudad, incluso entre sus propios aliados, que amenazaban con romper el frágil equilibrio que se había establecido. Era urgente desenquistar el conflicto y resolver el problema de los Mediadores.

Tras la reunión, Ezhabel se reunió a solas con Rughar para recabar su opinión personal. El capitán elfo afirmó que los humanos, como siempre en el pasado, los envidiaban y estaban provocando muchos conflictos. Concretamente, los Iluminados estaban causando un gran número de altercados, y cuestionaba su lealtad a la Luz.

Leyon se reunió por su parte con lady Ylma para hablar de los Iluminados, que estaban causando tantos problemas. Ylma respondió que no creía que estuvieran causando más problemas que cualquier otro, pero que intentaría ponerlos en su sitio. El problema es que la inactividad los estaba desesperando. Tras ello, Leyon convocó a Dorlen. Éste se mostraba inflexible en que había que castigar a los Susurros. ¡Habían asesinado incluso a una monarca, la Magna Clérigo del Imperio Daarita Lerna Yuxtures!

Según les informó Robeld, lord Turkon, el hermano de la Emperatriz del Kaikar y usurpador del Trono de Haster seguía en la torre de los calabozos. Se asombraron de que así fuera, y hacia allí se dirigieron. Seguía en la misma celda infecta, húmeda y oscura donde lo habían arrojado tras su intento de hacerse con el mando de la ciudad. Turkon daba pena. Estaba delgadísimo, lívido y en posición fetal. Según el carcelero que los acompañó, lord Robeld había dado orden de que lo castigaran regularmente cada día. Horrorizados, ordenaron que lo sacaran de allí y le dieran un alojamiento digno. Leyon y Ezhabel se reprocharon no haber pensado antes en él. Los guardias los obedecieron, dubitativos ante la persepectiva de desobedecer las órdenes de lord Robeld; pero el tono de Leyon no les dejó lugar para contrariarle, y sacaron a lord Turkon de allí, a una habitación de la parte superior de la torre. Leyon se dirigió rápidamente a ver a Robeld y le reprochó su falta de escrúpulos y su crueldad. Tras unos instantes de tensión, Robeld de Baun pareció recapitular y aceptó la orden de Leyon a regañadientes.

Ezhabel intentó a hablar con Banallêth, pero la hermana de Ayreon parecía estar muy solicitada a juzgar por la multitud que se congregaba en la parte de los jardines donde recibía a sus contactos. Cuando se reunió con ella, la Jefa de Espías le recomendó que la próxima vez sería mejor que hablara primero con Sirtan, uno de sus hombres, sirviente en palacio. Banallêth transmitía una sensación de responsabilidad excesiva, como si llevara un gran peso sobre ella. Quizá se había implicado demasiado en su papel y había urdido una telaraña excesivamente tupida y extensa. Su rostro y sus palabras demostraban su fatiga. La semielfa le preguntó por los Iluminados, y Banallêth le expresó sus dudas respecto a ellos, diciendo que algunos no eran de fiar, según sus informaciones. En algún punto de la conversación, la jefa de espías mencionó el movimiento de los barcos ilvos que habían estado anclados en puerto y sus dudas respecto a dirigirlos a Ovam. ¿Cómo sabía Banallêth el destino de la flota ilva? Su red de contactos debía de ser realmente extensa.

Por la tarde, en Emmolnir, volvieron a reunir a los líderes para decidir definitivamente que en pocos días lanzarían un duro ataque sobre Ovam y su puerto. Calculaban que los barcos ilvos llegarían en otros cinco días a la vista de la ciudad; sería entonces cuando ellos aparecerían, haciendo uso de los portales abiertos por Demetrius con Mandalazâr. También hicieron un recuento completo de sus tropas, la situación en los frentes ercestres y lo que podían desviar a Ovam. Atacarían con los 20.000 ilvos presentes, 10.000 elfos y el ejército de Rûmtor y los hidkas de Ar'Kathir. No deberían tener problema en vencer la poca resistencia que presentaran.

Informado de los acuerdos sobre el juicio a los Susurros, Ayreon decidió informar a Ordreith del asunto. Éste mostró una gran decepción en su rostro, y reprochó al Gran Maestre Paladín su incapacidad para oponerse a unos nobles de baja cuna y de defenderles a ellos, que habían demostrado de sobra su lealtad y su valía para la Luz. Ayreon transmitió su consternación, pero era justo. Hizo todo lo posible para convencer al vestalense de que el juicio sería justo, y él personalmente intercedería por ellos. Ordreith se marchó, negando con la cabeza.

Con las capacidades de Eltahim se trasladaron a las afueras de Ovam, para investigar la situación. En el frío verano ártico pudieron ver poco más de cuarenta barcos anclados en puerto y tráfico de barcos de transporte en los alrededores. Las defensas de la ciudad no parecían especialmente prevenidas ni nutridas para defender un ataque. No los esperaban. Mientras observaban, se levantó una pequeña ventisca y por pura casualidad, Ezhabel se fijó en que un par de cuervos los sobrevolaban. Y no les afectaba el viento. Se marcharon de allí rápidamente.

La Torre de Marentel
De vuelta a Emmolnir, Eltahim mencionó que igual sería bueno conseguir el apoyo de sus compatriotas targios. Sus capacidades serían de una gran ayuda para defender los territorios que pudieran conquistar. Les pareció muy buena idea, y Heratassë los teleportó casi de inmediato a Dakata, la capital de las ciudades-estado de Targos, donde Demetirus y Eltahim ya habían estado hacía algunos meses. La torre de Marentel se alzaba en lo alto de la Colina de Vargan. Se acercaron hacia la puerta, donde los recibieron unos guardianes constructos. Eltahim dijo las palabras rituales en un perfecto targio, y la puerta pasó de ser metálica a presentar una superficie líquida y brillante. Pasaron, sintiendo el frío que la extraña sustancia provocaba. Todos menos Leyon y Demetrius. Los constructos les instaron a dejar a Ecthelainn y Mandalazâr fuera, custodiadas por sendas estatuas que surgieron de la pared. Eran armas muy poderosas, y como tales no podían acceder a la Torre. Las dejaron, y franquearon la puerta. Los constructos los llevaron a una sala de espera, donde unos aprendices les trajeron un refrigerio. En los pasillos y estancia de la torre pudieron ver a multitud de civiles y gente vestida con pobres ropajes: refugiados. Finalmente fueron recibidos por Carios, el Gran Maestro de Marentel, que en cuanto se enteró de que Eltahim había vuelto los recibió inmediatamente. Reunión en la sala también a Eratrad, el Gran Taumaturgo, que se encontraba de visita en la torre, y a Vurtalad, el maestro elementalista. Todos ellos lucían el largo pelo anudado en lo alto de la cabeza, al estilo de los Grandes Maestros del Poder targios.

Mientras varios constructos les traían agua y hielo, informaron a Carios sobre la desaparición de los dos taumaturgos que les había proporcionado, y la desgracia que había sido. La Sombra era fuerte, más fuerte que nunca, e intentaron convencer al Gran Maestro de que necesitaban su ayuda si querían vencer. Caros les respondió que por desgracia, ellos tenían sus propios problemas. Recalcó el hecho de que otra ciudad-estado, Tedeas, se había aliado definitivamente con la Sombra atacando a todas las ciudades de su alrededor. Tedeas había conseguido la alizanza con muchas otras ciudades, Ektelan y Dretai entre ellas, lo que complicaba más la situación. Cada día llegaban más refugiados a la torre producto de los desmanes de los tedeasanos y sus aliados, y tenían un problema importante con la comida y el agua. Ayreon sonrió. Heratassë los transportó fuera de allí y en un abrir y cerrar de ojos habían vuelto con Rímen, el paladín capaz de replicar el grano y el agua. Carios y los demás quedaron asombrados ante su capacidad, y aunque no llegaron a sonreir, sí expresaron su satisfacción al ver resueltos sus problemas más acuciantes. También se quedaron sorprendidos por la facilidad con que Heratassë había parecido teleportarse, y preguntaron acerca de él, a lo que los personajes respondieron con evasivas, postergando la explicación.

Además, los personajes les hablaron de poderosos aliados que podrían ayudarles en su guerra si ellos podían contar con la ayuda de los taumaturgos de Dakata en la suya. Esto acabó de convencer a Carios y los demás, que tras deliberar un rato, acordaron colaborar con el grupo. Cuatro taumaturgos, encabezados por Vurtalad, y cinco iniciados los acompañarían en su guerra e informarían puntualmente por si necesitaban refuerzos. Todo ello a cambio de un trato de asistencia si Dakata era atacada. Tras dejar que Eltahim departiera un rato en privado con Carios, volvieron a Emmolnir con la nueva compañía.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 60

A pesar de sus intenciones de que el plan que habían trazado fuera definitivo, no pudieron negar los múltiples cabos sueltos que quedaban y tanto Ar'Kathir como lord Ergialaranindal -sobre todo este último- expresaron sus reticencias y su desacuerdo en la estrategia que los personajes querían llevar a cabo. Al ilvo le molestaba sobre todo el requerimiento que le hicieron para destinar aún más de sus hombres en los frentes de Ercestria que estaban al borde del punto de ruptura. No quería defenderse más, ni malgastar más vidas de ilvos en "mantener las líneas". Según él, era hora de pasar al ataque. Duro y al corazón. Si tomaban Ovam conseguirían cortar las líneas de suministros de la Sombra al menos temporalmente, y tendrían una distracción perfecta para evitar la caída de los frentes Ercestrios, de Haster o de Emmolnir. Los doscientos barcos ilvos atracados inútilmente en Haster podrían establecer un bloqueo alrededor del portal de la Sombra que pocos marinos podrían librar. Tras Ovam, si conseguían establecer un asedio en Aghesta, el Cónclave del Dragón estaría asfixiado y la Sombra no tendría más remedio que desviar tropas hacia allí.

Ante la vehemencia y, por qué no decirlo, la aparente sensatez de los argumentos de un consumado estratega como lord Ergialaranindal, parte de los presentes lo apoyó. Ar'Kathir entre ellos, así como algunos de los elfos. Los vestalenses creían que era una locura, no así Ordreith, velado y representando a los Susurros, que se mostraba de acuerdo con cualquiera de los dos planes, deseando entrar en acción. Los paladines y lord Rûmtor apoyaban en cambio el ataque directo a Puerto Reghtar.

En cualquier caso, Demetrius sería incapaz de crear portales con Mandalazâr al menos durante dos días, pues debía reponerse del esfuerzo realizado, con lo que cualquier plan debería aplazarse. Lo seguirían discutiendo más tarde. Lo que sí decidieron fue que los elfos deberían dispersarse controladamente alejándose de Emmolnir para evitar que sucumbieran a los ataques de Urion. El kalorion ya debía saber a esas alturas que se habían congregado en los alrededores de la torre, y la logística para mantener a tantas personas alerta era demasiado complicada. Dicho y hecho, los elfos comenzaron una marcha hacia Dánara, la capital, en espera de ser reunidos de nuevo, con el único fin de dificultar su localización por parte de los kaloriones.

Cuando la reunión acabó, Ezhabel y Demetrius acordaron que ya era momento de ir en busca de Zôrom, el herrero -alquimista- enano que les había dado un plazo de quince días para reactivar el poder de la extraña Daga de abstruso nombre enanil y que resumían llamándola "La Cuarta Hermana". Heratassë los transportó hasta la ciudadela enana donde Zôrom se encontraba trabajando. Allí les informaron de que en las últimas dos semanas no habían sufrido ataques importantes de la Sombra, apenas meras escaramuzas. Zôrom los recibió con una amplia sonrisa mientras les informaba de que "tenía algo muy hermoso que enseñarles". Expectantes, siguieron al enano a los talleres, donde sacó de un arcón un pequeño bulto envuelto en gruesas telas de terciopelo negro. Tanto Ezhabel como Demetrius comenzaron a oir en sus mentes una ahogada canción, apenas distinguible. Zôrom retiró parsimoniosamente las telas para mostrar la espectacular daga, que centelleaba con una luz estelar.
  —¿Lo sentís? —preguntó, con los ojos muy abiertos por la emoción.

Vaya si lo sentían. La Daga parecía hecha de pura Luz solidificada. Era como si alguien hubiera llenado un objeto con su forma con la pura Esencia de la Luz. Un poema cantado resonaba por los rincones de su mente, un poema que hacía arder sus corazones y enervaba su voluntad. Heratassë los observaba con curiosidad, aparentemente sin ser afectado. Resistiendo la conmoción que le causó la visión del objeto, Ezhabel lo cogió y lo volvió a envolver, haciendo reaccionar a Demetrius. Todavía podían oir el maravilloso cántico en sus mentes, pero lo suficientemente difuminado para que no les afectara.

En otro orden de cosas, Ezhabel le contó a Zôrom la visión que Ayreon había tenido sobre él. Que en algún momento tendría que volver a forjar a Nirintalath. El enano la miró sorprendido y a la vez confuso. Él no sabía cómo hacer tal cosa, aunque se pondría inmediatamente a averiguar cómo. Cumpliendo la promesa que le habían hecho al herrero, Ezhabel y Demetrius esperaron mientras recogía sus pertenencias y lo llevaron con ellos.

Heratassë los trasladó hasta Nímbalos, la ciudadela del Erentárna, donde fueron recibidos por Avaimas y Férangar. Les informaron de que el ejército de la Sombra que se encontraba congregado al pie de la montaña no había hecho movimiento alguno desde hacía varias semanas. Por suerte, ya que sin lord Rûmtor allí el campo de fuerza no se podía mantener levantado. Decidieron que Rûmtor debería volver cuanto antes a Nímbalos. Ezhabel interpeló a Avaimas acerca de la posibilidad de volver a forjar a Nirintalath. El viejo elfo contestó que él no sabría hacerlo, era muy ducho en las artes de la canalización y la focalización -lo que quiera que fueran tales cosas-, pero la imbucción -llamó así al "imbuido"-, y concretamente la de espíritus, nunca había sido un área en la que destacara. Así que se despidieron de Avaimas y Férangar y volvieron a Emmolnir.

El padre Ibrahim y el hermano Unzhiel visitaron a Ayreon en su despacho, mientras daba el visto bueno a multitud de informes. Para sorpresa del Gran Maestre, ambos se mostraron de acuerdo en que quizá fuera una buena idea atacar Ovam, con tantas almas que se podían convertir para la causa emmanita. Ayreon no tuvo más remedio que prometerles que al menos lo tendría en cuenta.

Cuando Ezhabel volvió a la Torre transportada por Heratassë, la conmoción se adueñó del complejo. Todos los paladines comenzaron a oir un poema celestial que los hizo hervir por dentro y que los instaba a acabar con la Sombra. Ayreon sintió la exaltación también, incluso más que sus hombres. Diríase que mucho más. El Gran Maestre corrió hacia los aposentos de la semielfa, mientras sus "hijos" lo detenían en cada pasillo para preguntarle qué sucedía. Envió sirvientes para que los paladines se reunieran en el patio enseguida. Tres paladines jóvenes lo siguieron a distancia hacia las habitaciones.

Mientras tanto, en los aposentos de Ezhabel ésta le había entregado la Daga a Demetrius para que intentara averiguar sus secretos con ayuda de sus poderes bárdicos. Al cogerla, los presentes se sintieron sobrecogidos. Ayreon y sus tres paladines llegaron en ese momento a la escena. Ya en la estancia, observaron cómo la piel de Demetrius brillaba con un fulgor níveo y sus ojos se habían vuelto totalmente blancos. El bardo sentía en su interior una fuerza inusitada, y se veía invadido por esa especie de poema rítmico que ahora tomaba forma alrededor de todas las cosas. Ya no veía objetos y personas: veía jirones de Luz y algún retazo de Sombra, y alrededor de ella, las palabras, o mejor dicho, los sonidos del poema que las envolvían y las formaban. No sabía explicarlo mejor. Era como si estuviera henchido de la propia esencia de la Luz. Le costó horrores mantener la concentración, pero finalmente pudo acceder a sus capacidades. Lo único que pudo averiguar con lo abrumados que tenía los sentidos era que la Daga no estaba conectada de ninguna manera con la Esfera Celestial; debía de ser algo mucho más profundo. Haciendo un esfuerzo supremo, devolvió la daga a Ezhabel, que la recogió de nuevo con los terciopelos. La sensación de vacío que se adueñó de Demetrius fue casi insoportable, muy cercana a lo que se sentía cuando se dejaba de escuchar la música que se escuchaba al tañer Mandalazâr.

Superada la primera impresión, Ayreon sintió una atracción irresistible hacia el extraño objeto. Era necesario que lo tuviera, a toda costa. Se abalanzó hacia ella, ante el súbito temor de Ezhabel, que evitó que la cogiera, tal era la expresión del rostro del paladín. Aquella mujer no podía ser otra cosa que una agente de la Sombra, si persistía en su empeño de no entregarle el objeto, pensó Ayreon. La amenazó. Ezhabel no podía creerlo, pero la amenazó.

Fuera, los tres paladines que habían seguido a Ayreon oyeron los gritos, y reclamaron entrar. Ante la oposición de Ezhabel y Demetrius, el Gran Maestre ordenó que entraran. La puerta de la estancia reventó dando paso a un brillo intenso, mientras se adivinaba en el límite de la audición un eco de fanfarrias celestiales y el vello se erizaba: los paladines se habían enlazado, y se situaron tras Ayreon en actitud amenazante. Y éste no los detenía. Increíble.

La tensión fue haciéndose mayor a medida que llegaban más paladines a la escena. También hizo acto de presencia Heratassë, que con expresión torva preguntó qué pasaba y se situó entre Ayreon y Ezhabel. Llegó Selene, que permaneció en la puerta, asombrada, y también Elsakar, que intentó tranquilizar a Heratassë y a Ayreon. El poema no parecía afectar en absoluto a Elsakar, y tampoco a Heratassë ni a Selene.
  —Ezhabel, deja ya de fingir y revela tu verdadera filiación —dijo divertida la kalorion, ante el asombro de todos y cada uno de los presentes.

Por suerte, nadie creyó las palabras de Selene, que quedaron en agua de borrajas. Para su frustración, pues había visto una buena ocasión de atraer a Ezhabel hacia sí, o al menos, de sembrar la incertidumbre en el seno del grupo. Ayreon tendría más tarde una charla con ella sobre el asunto, en la que sacó en claro que definitivamente era mala idea fiarse de Selene con la cantidad de poder que había acumulado sobre sí.

Pero en aquellos momentos, el Gran Maestre prestó oídos a las palabras de la kalorion y, profundamente irritado, mencionó el anillo de Trelteran que Ezhabel todavía llevaba consigo, y su posible traición a la Luz. El brillo sobre los paladines se hizo más intenso, así que Heratassë decidió sacar a la semielfa de allí, teleportándose ambos a varios kilómetros fuera de la Torre. Con la euforizante sintonía ausente de sus mentes, Elsakar pudo tranquilizar los ánimos, y Ayreon y los demás volvieron en sí. Se deshicieron en disculpas por su actitud, pero no habían podido obrar de otra forma.

En el exterior, Ezhabel le dio las explicaciones pertinentes a Heratassë, que las aceptó de buen grado. La semielfa empuñó la daga, que a pesar de que la afectó lo hizo en menor medida que a Demetrius y mucho menos que a Ayreon. Pero tampoco pudo desentrañar sus misterios [01].

Ayreon se dirigió a los paladines convocados en el patio de armas, ya en ausencia de la canción. Intentó explicarles lo mejor que pudo los extraños acontecimientos y, sabiendo que no podría evitar habladurías por parte de los paladines que habían estado presentes, habló de una poderosa arma contra la Sombra. También dio una explicación más o menos satisfactoria, aunque llena de suposiciones, sobre qué era aquél extraño poema que los había llenado de euforia. Tras sus palabras, vítores y gritos de alegría llenaron la Torre. Los kaloriones presentes, Selene, Carsícores y Murakh, rebulleron incómodos.

En sus aposentos, Demetrius recibió la visita de Azalea. Su esposa le informó de que había decidido aceptar la oferta de Selene, para el inmenso pesar del bardo. La kalorion había empezado a adiestrarla, y ella había demostrado tener gran potencial: ya era capaz de hacer luz y caminar en sueños. La consternación de Demetrius fue mayúscula. Conocía a su mujer y sabía lo inútil que era tratar de apartarla de Selene si ya había tomado una decisión. Tendría que convencerla con inteligencia y paciencia.

Ya más calmados, Demetrius, Selene, Leyon y Ayreon se reunieron lejos de injerencias externas, y la semielfa tendió la daga al paladín, que la cogió con un temblor producto de la exaltación. Una luz intensísima rodeó a Ayreon, tanto, que tuvieron que apartar la mirada por un instante. Sus ojos eran dos centellas relampagueantes y su cabello una cascada luminosa de fuego dorado. Sintieron calor, tanto en su piel como en su corazón, un calor reconfortante. Ayreon percibió como molestas moscas tres jirones de Sombra en la Torre junto con varias manchas, que identificó como los kaloriones y sus apóstoles. A duras penas reprimió el deseo de acabar con ellos inmediatamente. Pero otro jirón llamó su atención, en el patio de armas, que no identificó con nadie conocido. Se teleportó allí al punto, ante las miradas de sus paladines, que se volvieron hacia él, envueltos una vez más con el poema y con los corazones a punto de salirse de sus pechos. Los demás fueron teleportados por Heratassë unos segundos después al patio de armas justo a tiempo de ver cómo un rayo de Luz purísima surgió de la palma de Ayreon, desintegrando a uno de los aprendices de paladín. Seguramente era un amigo de la Sombra, si no un apóstol camuflado. Un rugido de rabia surgió de la garganta de lo que ahora era Ayreon, instando a los paladines a acabar con los kaloriones alojados allí. Heratassë se lo llevó al instante de allí, volviendo al lugar del exterior. El dragarcano intentó dejar inconsciente al paladín, golpeándolo con todas sus fuerzas, pero sus envites apenas tuvieron efecto.

Anochecía. A lo lejos, alrededor de la Torre, un portal se abrió, y luego otro, y otro más, ante la euforia de Ayreon. Los portales escupían girones y retazos de Sombra en forma de trolls, humanos, elfos oscuros, demonios y quizá hasta dragones. En la Torre resonaron las campanas, advirtiendo de una invasión. Los paladines se enlazaron, formando círculos conectados directamente a la Esfera Celestial. Demetrius aprestó a Mandalazâr y todos montaron a caballo para salir a defender a los vestalenses, ercestres y elfos apostados alrededor de Emmolnir. No fue una lucha excesivamente difícil. Ayreon era una flecha plateada de destrucción que con la ayuda de los demás reunidos allí acabó con los enemigos en cuestión de minutos. Heratassë, Demetrius y el propio Ayreon retorcieron la realidad para cerrar cuantos portales se abrían, hasta que no aparecieron más. Al fin Urion se había decidido a atacarles, encontrándose con varias sorpresas. Seguramente a partir de ahora sería más prudente, o lo que era peor, más artero.

Varios paladines encontraron a Ayreon yaciendo en la hierba, apenas respirando. Ezhabel recuperó la Daga, tirada a su lado. Fue necesaria una docena de paladines enlazados y un trago del Grial proporcionado por Ibrahim para insuflar un hálito de vida en el cuerpo del Gran Maestre Paladín, mientras sus compañeros esperaban preocupados a los pies de su cama.

Ibrahim les informó de la recuperación de Ayreon. Se interesó por la historia de la Daga, y Demetrius se la narró con todo lujo de detalles.
  —Si ese objeto, ese... ente permite ver la Sombra en las personas, puede probar ser una ayuda inestimable para nuestros objetivos —dijo.
  
—Pero debemos ser prudentes —respondió Ezhabel—, pues parece que produce unos efectos de euforia muy peligrosos, cuya intensidad no sabemos aún de qué depende. Mas sí, es de suponer que será una gran baza contra la Sombra.

Y hablando de la Sombra...ahora que lo pensaban, Carsícores, Murakh y Selene no habían intervenido en el conflicto del exterior.

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 59

Selene tuvo un breve encuentro con Leyon durante el que le instó a rescatar a los Rastreadores del Silenciado para que pudieran levantar el bloqueo que con su ayuda le había impuesto Urion. Aunque tenía consigo el poder de las Kothmorui, si pudiera acceder plenamente al poder de su Señor Oscuro podría ponerse al nivel del más poderoso de los kaloriones. Aunque Leyon hizo todo lo posible por convencerla de que así sería, en su fuero interno se propuso urdir algún plan para que aquella mujer no se hiciera aún más poderosa.

Ayreon llevaba a los dos paladines, Rimen y Hassler, como sendas sombras a su alrededor. Hassler expresó sus dudas acerca de la conveniencia de la alianza con los kaloriones, y preguntó si su señor Emmán estaba de acuerdo con ella. El Gran Maestre Paladín, haciendo uso de toda su capacidad retórica, le convenció de que era la única vía posible si querían sobrevivir a la Sombra. Pero se acercaba el día en que la Luz prevalecería y no habría más extrañas alianzas.

Por otro lado, la urgencia de moverse era suprema. No podían permanecer allí mucho tiempo más con aquella cantidad de refugiados. Mientras Demetrius se recuperaba, Selene se impacientaba. La kalorion dejó ver demasiado su verdadera naturaleza en la acalorada discusión con Leyon y los demás, cosa que no pasó inadvertida para Ar'Kathir:

—¿Por ventura os encontráis indispuesta, mi señora? —preguntó el monarca hidka, con su peculiar modo de hablar, mientras los demás poderosos reunidos allí observaban con curiosidad a la mujer.

Selene se dio cuenta de que se había extralimitado y estaba poniendo en peligro su tapadera. Cambió rápidamente su actitud y todo volvió a la normalidad.

Con Demetrius ya recuperado aunque agotado por los esfuerzos que le suponía la canalización de la energía de Mandalazâr, los Rastreadores exploraron la situación en Gilmorath antes de acudir con todas sus fuerzas. La ciudad estaba intacta y todo lo tranquila que podía estar en las circunstancias actuales. El bardo abrió un portal a la plaza central de Gilmorath. Durante varias horas la columna marchó a través y finalmente pudieron reunirse con las fuerzas y los refugiados que habitaban la villa.

Pero el traslado a Gilmorath no era suficiente. Urion y los demás seguramente no tardarían en aparecer; había que salir de Doranna, y así lo acordaron. Barajaron dos opciones: Emmolnir o el yermo losiar, y finalmente se decidieron por la primera. A pesar de que ya había un gran número de personas reunidas en torno a la Torre de los Paladines de Emmán, les pareció la mejor opción unificar sus fuerzas. Sin embargo, un número importante de elfos no querían abandonar sus tierras, con lo que tuvieron que dejar atrás al menos a un diez por ciento de ellos. Aquí y allá se repetían escenas de dolor y de separación. La frustración de Ayreon fue mayúscula, y hasta el último momento trató de convencer a cada uno de los elfos de que el exilio era su mejor opción. Finalmente, no le quedó más remedio que dejar por imposible convencer a muchos de ellos, gran parte de los cuales seguramente se dejarían morir en los días sucesivos. El único factor positivo fue que gran parte de los nihilistas quedaron en Doranna, con lo que se solucionó al menos uno de sus problemas. Unos ciento cincuenta mil elfos, todo lo que quedaba libre de su raza, pudieron cruzar los portales que los sacarían de Doranna.

Ya en Emmolnir multitud de asuntos requerían la atención de los personajes, en su mayoría gestiones rutinarias que afrontaron con buen ánimo. La sola necesidad de organizar a tanta gente reunida en los prados que rodeaban la torre ya era una tarea ingente, y se nombraron un buen número de cargos para tal fin.

A las dos de la mañana acabaron de pasar los elfos a través de los portales y los personajes se reunieron a solas en los aposentos privados de Ayreon para comenzar a planear cómo iba a ser el viaje (y posiblemente, el asalto) a Puerto Reghtar, la ciudad de Urion. Discutieron y discutieron y por más que proponían no veían cómo podían llegar allí, coger lo que querían y luego escapar con posibilidades de volver a Aredia ilesos. Se antojaba una misión imposible. Lo que estaba claro era que había que atacar rápidamente o Urion les golpearía antes, pudiendo acabar con gran parte de las fuerzas de la Luz al pie de la Torre.

Se organizó una gran reunión en la Sala Blanca, a la que acudieron decenas de personas: los Rastreadores Adens, Arixos, Arixareas, Doros y Naxaus; los monarcas elfos, hidkas y humanos Ar'Kathir, Ar'Thuran, Enthalior, Rûmtor, lady Angrid y sus respectivos senescales; los kaloriones Selene, Murakh y Carsícores en sus identidades de lady Sarya, lord Fergal y lord Turkainn; los emmanitas, con Ibrahim, Jasafet, Unzhiel, Hassler, los capitanes de los paladines y los ujieres y administradores de la Torre; los ilvos Lord Ergialaranindal, Vensider, Dailomentar y Argimentur; los vestalenses Ordreith, Yrm Ybden, y Erhei; y Regar de Khoul, Heratassë y Elsakar. Un grupo de emisarios tendrían informados a los líderes en Haster de todo cuanto ocurriera durante la reunión.

Algunos de los presentes -incluyendo a los personajes- ya habían estado antes en Puerto Reghtar, y con su guía se dibujaron planos y se trazaron estrategias de ataque. Puerto Reghtar era una ciudad militar, por la que pasaba todo el tráfico de tropas y mercancía hacia Aredia (no en vano uno de los extremos del portal que une los dos continentes se encontraba en el interior de sus murallas portuarias) y el asalto iba a ser casi imposible sin transportar un ejército. Arixareas les explicó que los Rastreadores se distribuían por toda la fortaleza que ocupaba uno de los arrecifes cercanos a la costa donde tenía su guarida Urion, y que él supiera, no tenían restricciones a su movimiento. Por otra parte, entrar en la fortaleza no era todo el trabajo; una vez dentro, tendrían que convencer a los Rastreadores de su equivocación al aliarse con los kaloriones y quizá mostrarles otro albor, o demostrar que el que habían seguido no era válido.

Convocaron a Eltahim para preguntarle si estaba de acuerdo en si la podían utilizar para mostrar a los Rastreadores un nuevo albor. Ella, por supuesto, contestó que sí. Podría ser otra opción. También plantearon la posibilidad de que Eltahim cerrara el portal que unía Krismerian y Aredia. Ella no sabía cómo hacerlo, pero lo intentaría. Demetrius no estaba de acuerdo en arriesgar tanto la vida de su mujer, y así lo hizo constar.

Ergialaranindal en cambio, abogaba por atacar en otro sitio: Ovam. La ciudad del Cónclave del Dragón más cercana a donde se encontraba la parte arédica del portal que la Sombra utilizaba para viajar entre los continentes. Con todo lo que tenían, la ciudad no tardaría más de unas horas en caer; podrían apoderarse de ella y poner un formidable obstáculo al paso de tropas y suministros desde Krismerian. Por lo menos, daría a la Sombra un objetivo con el que distraerse en lugar de atacar Emmolnir.

Tuvieron en consideración la proposición de Ergialaranindal, por supuesto, pero finalmente la desestimaron.

Decidieron que sí que viajarían a Ovam para apoderarse de varios barcos de la flota de la Sombra. En lo que parecía un plan definitivo, navegarían durante unos dos días de travesía hasta la entrada al portal, y a bordo de los barcos oscuros entrarían a Puerto Reghtar. Una vez allí, Carsícores, Heratassë y la artillería pesada reventarían algún muro de la fortaleza y entretendrían a los defensores. El grupo se infiltraría y convocaría a los rastreadores, a los que con la ayuda de Eltahim y Elsakar intentarían convencer. Selene podría ayudarles con sus poderes. Saldrían hacia el interior de Krismerian con los poderes de teleportación de Heratassë y los demás, hasta que tuvieran tiempo y fuerzas para transportar a todo el mundo. No era el mejor de los planes, pero hasta el momento era lo mejor que habían podido conseguir.

martes, 13 de septiembre de 2011

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 58


La columna de refugiados se dirigió hacia el sur, hacia la ciudad de Gilmorath, que se encontraba bajo la custodia de lord Rûmtor, rey de la Corona del Erentárna. Ezhabel, Selene -en su alter ego, lady Sarya-, lady Angrid y Enthalior entablaron una desalentadora conversación sobre el futuro que esperaba a su raza y las pocas posibilidades que se abrían ante ellos. Hablaron de exiliarse de Doranna, de lo que Selene no quería ni oir hablar, de retirarse a las fortalezas de la Corona del Erentárna, o incluso a Nímbalos, su capital, donde se encontraban Avaimas y Ferangar comandando la defensa. Enthalior sugirió a Ezhabel que sería imprescindible que se dirigiera a sus súbditos en una arenga, porque la gente estaba desesperada y ya se habían dado casos de elfos que se estaban dejando morir. Ante la insistencia del rey elfo y el acuerdo de todos sus demás acompañantes, Ezhabel, incómoda ante tales actos de grandeza, no tuvo más remedio que asentir.

Por otra parte cabalgaban Demetrius, Leyon, lord Ergialaranindal y Gerudarial, que renovaron los pactos que tenían, no sin antes llamar la atención el Primarca sobre los sacrificios que los ilvos estaban haciendo en aquella tierra. Los personajes se lo agradecieron profundamente. Los ilvos serían recompensandos generosamente, llegado el momento. También hablaron sobre la conveniencia de desalojar a toda aquella gente de Doranna, ante lo que Ergialaranindal reclamó la atención de Ezhabel y lord Enthalior para llegar a un acuerdo sobre el asunto. Tras mucho discutir, no se decidió nada en firme.

Los personajes decidieron que Ezhabel, Leyon, Demetrius y algunos más se transportarían a Gilmorath para observar la situación y volver para informar. Antes de la partida, Ezhabel convocó a las tropas y los refugiados. Los elfos, desmoralizados y derrotados, contrastaban sobremanera con los ilvos, que lucían una actitud mucho más dura y decidida. A pesar de no estar acostumbrada a tales ostentaciones, su arenga fue extremadamente emotiva; Fue aclamada y confirmada como reina, y la moral de las tropas elfas se recuperó a ojos vista entre gritos de "¡a la victoria!¡a la victoria!". Tras Ezhabel, Ergialaranindal se dirigió a sus propias tropas, también con un gran éxito.

Se trasladaron a Gilmorath, acompañados por Terwaranya, que se había reencontrado con Leyon durante los preparativos. La situación en la ciudad era tranquila, la niebla no había llegado hasta allí. Lord Rûmtor los recibió, alegrándose de recibir noticias del norte. Había llegado algún mensajero, pero no tenía claro qué era exactamente lo que pasaba. Los elfos nihilistas seguían siendo un problema, pero de momento los tenía bajo control. Su rostro expresó una gran consternación cuando fue informado de los efectos de la niebla y de la cantidad de buenos elfos que habían perdido en ella. Y había surgido otro problema: la ciudad estaba superpoblada debido a unos cien mil refugiados del reino de Lasar -diez mil guerreros entre ellos- que habían llegado huyendo de la devastación provocada por la Sombra.

Leyon y Terwaranya se reunieron con un grupo de fieles a Ammarië en el antiguo templo de la ciudad. Los elfos miraron con reverencia al hombre, el Brazo de su diosa. Rezaron todos juntos, sintiéndose reconfortados por el calor de Ammarië, distante pero presente.

Retornaron a la columna de refugiados junto a Rûmtor para tranquilizar a los capitanes. Se reunieron de nuevo, para tratar la conveniencia del exilio. Gerudarial insistió en la conveniencia de quedarse aquí y defender lo que quedaba de Doranna, alegando que era un punto de vital importancia para la moral elfa. Pidió explicaciones a Ezhabel por defender la opción del exilio, a lo que la semielfa replicó abruptamente y la tensión se elevó. Carsícores, en su apariencia de lord Turkainn empezó a hablar demasiado abiertamente de que deberían atacar a Khamorbôlg ya y "acabar con aquella tontería". Dejó entrever en exceso su verdadera naturaleza de kalorion. Selene, con el poder de ocho Kothmorui tampoco parecía poner demasiado cuidado en ocultar su condición. Gerudarial se puso en pie, preguntando quiénes eran en realidad. Ezhabel lo instó a sentarse, y el ilvo la silenció con un gesto de la mano, ante el asombro de los presentes.

—¡Es Larmar, estoy seguro! ¡Matadle! —gritó Carsícores. Una explosión de poder acabó con la apariencia de lord Turkainn y dejó ver una sombra del poder demoníaco del kalorion. Al asestar un golpe a Gerudarial, éste ya había desaparecido—.

—¡Cuidado —espetó Selene—, está en el Mundo Onírico!

Todos se miraron sorprendidos, estupefactos por el hecho de que les estuviera ayudando un demonio, quizá un
kalorion. Selene desapareció al instante, con el proceso típico de la entrada en el Mundo Onírico. Quebradora apareció en las manos de Ar'Kathir, cuya expresión de odio era aterradora, y Ergialaranindal y Enthalior atacaron a Carsícores. Pero gracias a Ezhabel -que llegó al corazón de Ar'Kathir de lleno- y los demás, los ánimos se aplacaron y los monarcas se avinieron a razones. Cuando todo se tranquilizó, Selene ya estaba allí. Había sido lo suficientemente sigilosa y nadie se había dado cuenta de su ausencia aparte de los personajes. Con un gesto dio a entender que Larmar, si esa era la identidad de Gerudarial, había escapado.

Tras largos ruegos y exposición de razones, los personajes consiguieron que elfos e ilvos se dieran cuenta de la conveniencia de sus alianzas y las conversaciones se reanudaron tras un pequeño paréntesis. Era evidente que Gerudarial había insistido en que permanecieran en Doranna por algún motivo oculto, así que ya quedaba poca discusión sobre la conveniencia del exilio.

Cuando la conversación acabó, Ergialaranindal se levantó, solemnemente, anunció su vergüenza por haber confiado en Gerudarial tan ciegamente y que se iba a someter al "Juicio del Alba". Entregó su espada a Dailomentar y los guardias carmesí, con lágrimas en los ojos, lo hicieron preso y lo llevaron a algún lugar para ser sometido al juicio de sus semejantes. De nada sirvió la insistencia de todos los presentes en que no había necesidad de aquello; los valores de honor ilvos eran demasiado rígidos. El duque Vensider, como cuñado y segundo del Primarca, tomó el puesto de Ergialaranindal como líder ilvo.

Al cabo de pocas horas comenzaron a oir ruidos en el exterior. Un portal se había abierto en medio de la columna de refugiados, junto a las tropas ilvas, y por él habían empezado a aparecer demonios, sombras, elfos oscuros y figuras con el atuendo de apóstol azul marino, el color de Larmar. Explosiones, rayos y golpes tenían lugar por doquier. No tardaron en llegar a la escena y comenzar la lucha. Ar'Kathir y Enthalior sembraron la muerte por doquier, al igual que Ezhabel y Heratassë. Ayreon se encargó de repeler a los muertos vivientes y los demonios con ayuda de sus dos paladines. Un segundo portal se abrió, y un tercero, por el que, como una marea aparecían demonios y más apóstoles, de Larmar y de Urion. Y enlazados. Demetrius consiguió cerrar un portal con los poderes que le proporcionaba Mandalazâr. Selene y Carsícores aparecieron, la destrucción misma con dos rostros. Leyon invocó el poder de Ecthelainn con una lluvia estelar que deshizo a los apóstoles de Urion y Larmar. Pero el flujo de enemigos a través de los portales era imparable, y los demonios eran muy duros. Heratassë consiguió cerrar otro portal, pero otro más se abrió. ¿Quién poseía tal poder? Confirmando sus sospechas, el propio Urion apareció, pequeño y frágil, pero cuyo poder hacía palidecer a casi todos los presentes. Leyon, en un esfuerzo supremo [tirada abierta], detuvo el tiempo a su alrededor, cosa que casi acaba con él. Consiguió dejar fuera del flujo temporal a varios de sus compañeros y, para su sorpresa, Elsakar y Heratassë no habían sido afectados por la detención.

No sabían qué hacer, y Leyon no aguantaría mucho. Selene propuso que alguno de ellos entrara en contacto con el Bastón de Urion para disputarle el poder del mismo, era lo único que podían hacer. Demetrius intentó coger el bastón, pero algún hechizo de protección le impidió hacerlo y se alejó de él. Ayreon sería el que intentaría acceder a sus reservas de poder. Selene, por su parte, extendió su mano hacia la cabeza de Urion para afectarlo con las Dagas tan pronto como se recuperase el flujo temporal.

Leyon lo dejó ir, cayendo agotado. Ayreon agarró el bastón como si le fuera la vida en ello -lo cual era cierto- y por un momento pudo asir su poder. Pero no era rival para Urion, que giró sus ojos ciegos hacia él, asombrado por su "velocidad". Por suerte, Selene soltó las Kothmorui directas a la cabeza del kalorion, que desapareció al instante. Mientras tanto, por otro portal apareció el propio Larmar, con la palma de la mano extendida y una bola negra sobre ella, bola que creció y lanzó hacia Carsícores. Aparecieron también algunas figuras extrañas, en su mayoría elfos oscuros, con una lágrima tatuada en una de sus mejillas. Como más tarde les informaría Selene, eran miembros de la Senda del Pesar, análogos a los seguidores de la Senda del Dolor. También lucían los extraños aparatos que solían llevar los Maestros del Dolor, pero su forma variaba ligeramente. La lucha se recrudeció y se enquistó hasta que Heratassë y Demetrius consiguieron cerrar los portales que quedaban abiertos. En ese momento, viéndose acorralados, los enemigos huyeron, unos desapareciendo al instante, otros corriendo. Exhalaron aliviados y agotados. Los ilvos y los elfos se encargaron de los restos de elfos oscuros y engendros de la Sombra.

Descansaron durante unas horas y a continuación reanudaron camino, sin problemas hasta que cayó la noche. Desde ese instante y durante todas las horas de oscuridad, portales se abrían aquí y allá a lo largo de la columna. Todos hubieron de estar activos y alerta toda la noche para repeler el flujo de enemigos y para cerrar los portales que se abrían. Selene trajo a Murakh para ayudar a cerrar aquellos portales, y Leyon convocó a los Rastreadores del Silenciado a través del pendiente que lo unía a Adens. Entre todos pudieron contener los ataques y cerrar cuantos accesos se abrían de la nada.

Al amanecer, Dailomentar acudió para informarles que se había desestimado llevar a cabo el Juicio del Alba contra lord Ergialaranindal. El Primarca volvía a tomar el mando del contingente ilvo. Todos se congratularon por la decisión.

Mientras retomaban el camino tras descansar unas pocas horas, Selene expresó su preocupación por el hecho de que Urion ya sabría a estas alturas que Carsícores se encontraba ayudándolos, y no creía que tardara mucho en saber de ella misma y Murakh. Rûmtor insistió en el hecho de desplazarse rápidamente a Gilmorath, porque en caso de que hubiera sido atacada igual que ellos no sabía cómo podían haber resistido. Los Rastreadores, por su parte, se reunieron con Leyon para recordarle el compromiso que habían adquirido con ellos y su promesa de ayudarles a recuperar a sus hermanos. Ese debería ser el próximo paso, pero se antojaba harto complicado.