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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 18 de enero de 2018

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 2 - Capítulo 4

Hacia Emmolnir
La reunión de Inilêth y Phâlzigar no se extendió demasiado. Acto seguido, el capitán convocó al consejo y los oficiales de la fortaleza en una reunión que resultó mucho más larga que la anterior. Transcurrido un tiempo más o menos prolongado, el grupo fue convocado a presencia del consejo de Svelên por un suboficial.

Región del Pacto


En la Sala del Consejo, el capitán y sus adláteres les invitaron a sentarse en la larga mesa para tratar temas de “la máxima urgencia”. Primero les refirió su conversación con la capitana Inilêth; la comandante de Jenmarik se había reunido con la delegación vestalense y estos habían ofrecido un pacto: garantizar la independencia de la Región a cambio del libre paso a través de sus territorios. Pero esa no era la peor parte; lo peor era que como parte del pacto habían exigido la entrega “del elfo y todos aquellos que lo acompañan en su viaje desde tierras del Imperio”. La decisión debería ser transmitida al anochecer del segundo día desde entonces en la cabecera del valle, donde el general del ejército vestalense se reuniría con ambos capitanes. Evidentemente, Phâlzigar se había visto forzado a contemporizar y no oponerse frontalmente a Inilêth para no incurrir en su ira y una posible represalia, pero tranquilizó al grupo asegurándoles que no pensaba entregarles y que disponía de los medios necesarios para sacarlos de allí sin que Inilêth lo supiera.

A continuación, el capitán y su consejo en pleno pidieron la ayuda del grupo. Evidentemente, las negociaciones de paz se iban a prolongar unos cuantos días, si no semanas, pues después de la primera reunión habría que convocar al general Imradûn para que acordara los términos del pacto, y Phâlzigar iba a hacer todo lo posible por alargar el proceso. La primera acción ya había sido tomada, que era enviar mensajeros a todos los capitanes que él consideraba leales. La segunda acción requeriría la colaboración de Daradoth y sus compañeros. El consejo de Svelên les solicitaba encarecidamente que portaran varias cartas que escribiría el propio Phâlzigar para sendos destinatarios: el rey de Darsia (uno de los reinos que componía el Pacto de los Seis) y por extensión al Alto Consejo del Pacto, a los señores elfos de Doranna, al rey Rûmtor de la Corona del Erentárna, al rey Randor de Esthalia y a los paladines de la Torre Emmolnir, aprovechando la presencia de uno de ellos allí. La labor del grupo sería intentar volver con refuerzos para oponerse al ejército vestalense lo antes posible, antes de que las negociaciones hubieran finalizado; en ese momento, Phâlzigar utilizaría su influencia para convocar a los Leales y oponerse a la invasión vestalense, cuya intención era claramente atacar Doranna.

Les fue imposible negarse, por supuesto. La amenaza vestalense era algo más que un ejército terrenal, y deberían hacer todo lo posible para evitar que extendieran su esfera de influencia. Algunos de los miembros del consejo sonrieron abiertamente cuando Daradoth y Galad asintieron. Phâlzigar escribiría otra carta para el comodoro Mardabêth, a quien tendrían que encontrar en la fortaleza de Phazannâth, para que les proporcionara un barco. Y la misma carta debería llegar también a manos del capitán Anithôr para que le enviara discretamente 200 efectivos para poder defender adecuadamente Svelên llegado el caso. Quedaba a elección del grupo a dónde dirigirse primero en busca de refuerzos.

El giro inesperado de los acontecimientos requirió una nueva reunión del grupo mientras Phâlzigar redactaba y lacraba sus cartas. Decidieron que partirían hacia la Torre Emmolnir, por simples cuestiones de cercanía y de influencia. Los paladines de Emmán serían los únicos que podrían llegar a Svelên en un tiempo razonable y podrían oponer una resistencia efectiva -o eso esperaban- a los pájaros y los hechiceros vestalenses. Además, Galad creía que podría contar con una cierta ascendencia sobre ellos cuando compartiera el relato de sus peripecias en el Imperio Vestalense.

Salieron de madrugada a través de túneles escondidos en la montaña, acompañados por Narik, el senescal de Svelên, y dos soldados de confianza, Banâth y Agradân. A caballo no tardaron en llegar al pueblo de Ystragen, donde un pequeño bote los llevó a través del lago Aranth y los ríos Harvanth y Herlen hasta Villa Gaviota sin mayores complicaciones. Durante todo el viaje habían podido observar el intenso tráfico de carromatos que recorrían los caminos que bordeaban los ríos y de botes de suministros que se dirigían a las diferentes fortalezas.

En lo alto de Villa Gaviota se erigía el castillo de Phazannâth, a cuyo pie no tardaron en encontrar al comodoro Mardabêth. Este pareció profundamente honrado de conocer a Daradoth, un noble entre los elfos, y en cuanto leyó la carta de Phâlzigar se puso a su disposición; los condujo al interior del castillo, donde se podía observar cómo pululaba gente de ambas corrientes: unos con blasón en la hombrera y otros sin él. Daradoth se mostró con sus mejores galas y en todo su esplendor élfico, lo que llamó la atención de hasta el último habitante de la parte de Villa Gaviota al sur de la desembocadura del Herlen. Los niños corrían siguiendo a la comitiva gritando en su propio idioma algo que sin duda debía significar “elfo”.

El capitán Anithôr no tardó en recibirlos junto a sus oficiales en la Sala del Consejo. Con la ayuda de la traducción de Narik y de los conocimientos de anridan de Anithôr pudieron entenderse de forma aceptable. Narik alargó la carta de Phâlzigar al capitán, que permaneció con gesto serio al leerla. Cuando expuso la situación ante su consejo, su senescal pareció oponerse a debilitar Phazannâth para ayudar a una “causa perdida”. Cada uno de los presentes dio sus razones a favor o en contra del envío de refuerzos ante el rostro calmado de Anithôr, que finalmente desalojó la sala, quedándose a solas con Daradoth, Galad, Narik y su propio castellano, Barthân.

El capitán cambió el gesto adusto de su rostro por otro de una mayor preocupación, y expuso su situación a los reunidos. Enviar dos centenares de soldados a Svelên podría ser interpretado en el futuro como una traición, con lo que arriesgaba su puesto, su carrera y posiblemente su vida. Necesitaba —principalmente como un desahogo emocional— que el grupo le diera alguna garantía de que iban a volver con los refuerzos que necesitaban. El autoconvencimiento de Galad acerca de la ayuda que les prestarían los paladines les ayudó sobremanera a convencer al capitán de que los refuerzos llegarían. Este volvió a lucir su rictus inescrutable y dispuso las órdenes necesarias para que el grupo se encontrara a las pocas horas (después de descansar y asearse adecuadamente) en el balandro Raudo -su navío más rápido- tripulado por una veintena de marineros a las órdenes del capitán de navío Yozâr.

En unos pocos días atravesaban el estrecho de Tramartos esquivando la miríada de barcos pesqueros que faenaban en aquellas aguas y cruzaron al mar Armaras, donde al poco se hicieron visibles las grandes tormentas del sur, en la ruta hacia Paraíso. Yuria guiaba al piloto en busca de la ensenada que les permitiría acceder al río Ristelios para remontarlo hasta Emmolnir. Pero antes de que pudieran avistar la ensenada hizo acto de aparición un galeón de la flota ercestre. Según Yuria, más al este, en la desembocadura del río Harus, se encontraba el puerto de Aucte, cuartel general de la flota austral de Ercestria. No era una gran flota, pero los pocos barcos con que contaba eran de buena calidad; y así lo atestiguaba el galeón que se aproximaba. Yuria tuvo buen cuidado de pemanecer oculta en la bodega en todo momento, y el encuentro no revistió problemas una vez que los ercestres comprobaron que un auténtico paladín de la Torre Emmolnir viajaba a bordo. Incluso los guiaron hasta la ensenada del Ristelios. Remontaron el río hasta donde el balandro fue capaz y continuaron el viaje (sólo unos pocos kilómetros) a pie dejando al capitán Yozâr esperándolos.

Galad pudo sentir enseguida el fortalecimiento de la presencia reconfortante de su dios conforme se iban acercando a la sede de los paladines. El hermano Orestios gritó de alegría y sorpresa al reconocer a su viejo amigo de la infancia Galad, al que todos creían muerto en su misión al Imperio Vestalense. Se abrazaron, y Galad le presentó al resto del grupo, insistiendo en la urgencia que tenían por reunirse con el Gran Maestre Wentar. Entraron en la Torre, donde ya se había corrido la voz de su llegada y los novicios y los iniciados se reunieron para contemplar al grupo, curiosos por la presencia de un elfo y un errante. El hermano Averron, con quien se habían encontrado en su viaje por tierras del Imperio Vestalense, corrió al encuentro de Galad y lo saludó con efusividad, así como al resto del grupo. Era el único de los infiltrados en el Imperio que había conseguido volver a Emmolnir, del resto no se había tenido noticia hasta el día de hoy. Los condujeron a unas dependencias donde pudieron descansar y asearse, y ponerse ropas decentes por fin. Galad se enfundó en una túnica de paladín con emoción contenida, feliz de encontrarse por fin en su hogar.

Mientras el resto del grupo se aseaba, Galad se reunía con el Círculo Interno de los paladines, es decir, el Gran Maestre, el Señor de los Pastores de Emmán Spetros, y los otros cinco paladines de la Primera Orden (los paladines de Emmán se componían de órdenes: la Primera Orden era la más importante y la Cuarta la menor; informalmente se consideraba a los Iniciados la Quinta Orden y a los Novicios la Sexta). Galad pertenecía a la Tercera Orden de los paladines y era la primera vez que se encontraba ante el Círculo Interno a solas, lo que le incomodaba en cierta medida. Pero pronto se sintió más a gusto cuando narró la historia de su viaje por el Imperio Vestalense, su encuentron con el resto del grupo y su peripecia con el Ra’Akarah en Creä. Los reunidos se miraban, asombrados y a la vez emocionados, pues Galad estuvo especialmente inspirado en su narración de los hechos. Aprovechando la atención de sus superiores, les explicó también el problema metafísico que Daradoth le había explicado repetidas veces: el enfrentamiento de Luz y Sombra, la materialización de los kaloriones y las sospechas de que el ejército vestalense se encontraba dirigido por los generales de la Sombra. Daradoth y Symeon fueron convocados a presencia del círculo poco después, y corroborando las palabras de Galad, dieron una explicación mucho más profunda del conflicto entre Luz y Sombra y la existencia de otros planos de realidad como el Mundo Onírico, donde la Sombra tenía mayor libertad de acción. Les explicaron que, lo quisieran o no, todos formaban parte de un conflicto mucho mayor que lo que los ejércitos terrenales daban a entender, y aparentemente los paladines de alto rango fueron totalmente convencidos de que Emmán debía interceder a favor de la Luz sin querían que sus valores tuvieran algún porvenir en el mundo futuro. Galad aprovechó para entregar con gran ceremonia la carta del capitán Phâlzigar (redactada en ercestre gracias a la ayuda de una traductora), que lord Wentar y los demás leyeron ávidamente.

Acto seguido fue anunciado el ascenso de Galad a paladín de Segunda Orden ante la emoción del esthalio. La ceremonia fue el día siguiente a mediodía, tras una noche de vigilia en la que Galad tuvo que velar sus nuevas armas y armadura. La ceremonia fue muy emotiva, llena de oraciones y cánticos; uno de los paladines de Primera Orden relató la hazaña de Galad (y de sus compañeros) por la que se había decidido saltar los protocolos y concederle el honor de ascenderlo a la Segunda Orden, que pasaba a estar compuesta así por 24 miembros. La gente prorrumpió en hurras cuando se narró la muerte del Ra’Akarah pero mostró su preocupación cuando Daradoth y Symeon procedieron a explicar el contexto del conflicto entre Luz y Sombra y la posibilidad de que aquello no fuera más que el principio de una larga guerra. Y entonces tomó la palabra Yuria, que haciendo gala de una más que notable formación militar hiló una poderosa arenga llamando a la guerra contra la Sombra que enervó los corazones de todos los fieles de Emmán  provocó vítores y gritos de "¡Victoria!¡Victoria!¡Por Emmán, a la victoria!".

Con los ánimos mas calmados y tras cantar un Réquiem por el alma del hermano Aldur, fallecido heroicamente en tierras vestalenses, se procedió a la investidura de Galad. Se le hizo entrega formalmente de su nueva espada, colgante y sobreveste consagrados a Emmán. Vítores y cánticos que erizaban el vello se elevaron cuando se giró hacia sus hermanos y levantó su espada y su colgante con un rugido, gritando el nombre de Emmán.

Al atardecer, el grupo se reunió de nuevo con el Círculo Interno y una representación de cada una de las órdenes. Tras discutir durante un tiempo, se decidió que acudirían en ayuda de la Región del Pacto 50 paladines, 40 iniciados y 300 hijos de Emmán. El siguiente problema sería transportarlos, ante lo que Yuria mencionó la posible ayuda que les podrían proporcionar los ercestres de Aucte.

viernes, 5 de enero de 2018

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 2 - Capítulo 3

Jenmarik y Svelên. Los “Terrenales”
Guiados por Symeon a través de vericuetos escarpados pudieron esquivar sin mayores problemas el asedio de Êmerik. El corazón de Daradoth rugió de rabia cuando vio que las cabezas de dos de los elfos prisioneros habían sido untadas en brea y clavadas en picas ante las puertas de la fortaleza, pero no tuvo más remedio que tragarse su orgullo y continuar su camino hacia el norte.

Pocos kilómetros después la Quebrada se abría definitivamente en el amplio Valle de Irpah, que descendía hasta unas extensas llanuras que se podían ver a lo lejos. El valle se encontraba protegido por dos fortalezas gemelas visibles en una cota más baja que la que ocupaban actualmente, a más de diez kilómetros de distancia. Más tarde se enterarían de sus nombres: la fortaleza occidental se llamaba Jenmarik y la oriental era conocida como Svelên.

Svelên, una de las fortalezas gemelas

Daradoth decidió adelantarse hacia la fortaleza que se veía a la derecha, Svelên. Un camino lo condujo a través de la vegetación y posteriormente se bifucaba, conduciendo a cada una de las fortalezas. Tras cruzarse con un par de carruajes llegó sin mayor problema a las puertas de Svelên y no tardó en ser recibido por su comandante, el capitán Phâlzigar. El elfo no hablaba lândalo, así que fue necesaria la presencia de una traductora de anridan para poder entenderse. Tras presentar sus respetos y dar la bienvenida a un representante del “Pueblo Ancestral” el capitán confirmó que habían recibido a los mensajeros de Êmerik, pero estaban esperando otro tipo de confirmación que debían proporcionarle en caso de un ataque, y esa confirmación no había sido recibida (se refería a la almenara de Êmerik, pero no quiso revelarlo a la primera de cambio). Daradoth insistió en que su presencia allí debía servir como confirmación de que efectivamente se había producido un ataque, y al parecer consiguió convencer al capitán y su consejo. Sin tardanza, el elfo partió a la cabeza de un grupo de jinetes en busca del resto de sus compañeros; no tardó en avistar unos familiares puntos en el cielo sobre el valle: los corvax habían traspasado la frontera del Imperio y se encontraban ya sobre ellos. Los ignoró y se apresuró a reunirse con sus compañeros y conducirlos al interior de la fortaleza.

Una vez en Svelên y tras haberles permitido asearse, el grupo se reunió con el capitán Phâlzigar y su consejo, compuesto por el castellano Zibar, el maestro de armas Udannâth y el senescal Nârik. Poco más pudieron hacer antes de presentarse a sí mismos (tras establecerse el vestalense como idioma más extendido allí y con la ayuda de un par de traductores) antes de que los guardias del castillo hicieran sonar sus cuernos para anunciar la visita de Inilêth, la capitana de la fortaleza de Jenmarik, convocada por el capitán Phâlzigar.

Inilêth era una mujer aguerrida y curtida por el paso de los años, y llegó acompañada de su consejo. Lo primero que llamó la atención de Yuria fueron sus uniformes. Los soldados de Svelên lucían en la pechera los seis escudos de los reinos que componían el Pacto de los Seis, y en la parte superior de su brazo el escudo del reino del que eran oriundos. Sin embargo, la comitiva que acompañaba a la capitana de Jenmarik y ella misma, no lucían ningún escudo de origen en sus hombreras. Este hecho resultaría ser de mayor importancia de lo que la ercestre había creído en un principio. El capitán presentó al grupo a los recién llegados, que fruncieron el ceño cuando reconocieron a Galad como paladín de Emmán, y no fueron todo lo respetuosos que cabría haber esperado hacia Daradoth.

Cuando relataron sus vivencias de las últimas semanas, lo primero que hizo Inilêth fue manifestar suspicacia. No alcanzaba a entender que hacía un grupo tan variopinto como aquel en el imperio vestalense, y menos en Creä cuando el Ra’Akarah era una amenaza mayor que nunca. Era, cuanto menos, extraño. Tampoco se mostró demasiado receptiva cuando pasaron a discutir la más que probable invasión que se les venía encima por parte de los vestalenses. No se mostró impresionada cuando le hablaron de los pintorescos ejércitos que habían visto y de los enormes pájaros llamados corvax; incluso se mostró algo despectiva, aunque finalmente pareció creer el relato cuando se convocó a los emisarios que habían traído las noticias de Êmerik. Sin embargo, no consiguieron un compromiso claro de la capitana en materia de defensa, y menos cuando Yuria, una supuesta experta en asuntos militares, dio el consejo de retirarse de las fortalezas y buscar un nuevo punto de defensa [pifia en organización militar]. Lo que sí quedó claro es que mientras que Svelên contaba con poco más de doscientos efectivos, Jenmarik contaba con más de 800; aunque esto llamó la atención de Yuria y los demás, prefirieron no comentarlo hasta más adelante, dada la tirantez que podía percibirse entre Phâlzigar e Inilêth. Cuando se retiraron a descansar, agotados, los dos capitanes quedaron todavía unas horas discutiendo en privado.

Fue la mañana siguiente cuando Daradoth y Galad obtuvieron explicaciones a las cuestiones sin responder. El capitán quiso mostrar así su respeto a ambos. Al parecer, la capitana Inilêth y la inmensa mayoría de su guarnición pertenecían a un movimiento nacionalista y ateo que se había dado en llamar “Los Terrenales”. Por contraposición, aquellos que no estaban de acuerdo con las ideas de los Terrenales se hacían llamar “Los Fieles”. El capitán les contó la historia: la Región del Pacto (así se llamaba la tierra donde se encontraban) nunca había sido demasiado cuidada por los gobiernos centrales de la coalición, y en los últimos decenios la cosa había ido aún a peor. Enzarzados en rencillas internas y preocupados por controlar la política del continente, la Región del Pacto había sido descuidada y ello había provocado que un antiguo movimiento, el de los Terrenales (un movimiento del que Phâlzigar no podía datar el origen, aunque se sospechaba que tenía alguna relación con la Caída de Lândalor), se hubiera popularizado en grado sumo. Los Terrenales siempre se habían caracterizado por una renuncia a los poderes divinos y a las razas míticas, a quienes se calificaba de “causantes de todo lo malo que había sucedido en el mundo”. Este movimiento de ateísimo y antimiticismo se había visto potenciado últimamente al añadírsele la idea de la independencia de la Región del Pacto. Con el paso de los años, gran parte de la población y los soldados destinados allí ya eran oriundos de la Región y se habían sumado a las filas Terrenales para conseguir la independencia de los poderes centrales, lejanos y despreocupados. Esa era la razón por la que la delegación de Inilêth no había lucido ninguna bandera en sus hombreras. La guarnición de Svelên tampoco estaba libre de miembros de los Terrenales, aunque Phâlzigar había conseguido mantener la disciplina y que lucieran los blasones.

El caso era que hacía unas semanas, el Pacto de los Seis había ordenado que las tres cuartas partes de las tropas destinadas en la Región se trasladaran al norte para hacer frente a una nueva amenaza procedente del Cónclave del Dragón. Estas amenazas no eran raras, y más o menos cada cincuenta o sesenta años se requería el traslado masivo de tropas al reino de Arlaria para tratar con ellas; pero en ninguna ocasión se habían requerido tantas tropas como esta vez, lo que era bastante alarmante, y más con la amenaza del Ra’Akarah vestalense en el sur. Según les informó el capitán, las tropas enviadas al norte habían sido constituidas sin miembros de los Terrenales. Phâlzigar tenía la sospecha de que el general Imradûn, el mando supremo de los ejércitos en la Región, había abrazado la causa Terrenal y había compuesto el ejército de refuerzo prácticamente solo con Fieles. Esa era la razón de que la guarnición de Jenmarik, que normalmente contaba con 1000 efectivos, ahora albergara 800, y que Svelên solo contara con 200. Galad y Daradoth se miraron, preocupados.

Más tarde, mientras el grupo se encontraba reunido evaluando la situación, oyeron sonar cuernos de nuevo, esta vez con un tono de alarma. Se precipitaron al exterior y subieron a la torre más cercana para ver cómo tres corvax sobrevolaban la extensión de terreno que se encontraba entre las dos fortalezas gemelas. Cuando estuvieron seguros de haber captado la atención de las guarniciones, los jinetes lanzaron varias bolas de fuego y relámpagos al bosquecillo que crecía alrededor del río, con clara intención intimidatoria. Los soldados comenzaron a murmurar y a mirarse preocupados. El capitán Phâlzigar intercambió una mirada de reconocimiento y de preocupación con Daradoth. Yuria aprovechó para presentar al comandante varios diseños que había ideado la noche anterior para fabricar escorpiones con una carcasa (una especie de esfera) que les permitiría moverse en tres dimensiones. El capitán los evaluó apreciativamente aunque sin entender nada, pero visto lo visto, puso a Yuria en contacto con el maestro carpintero para empezar a trabajar en ello lo antes posible.

A los pocos minutos hacían acto de presencia por el camino del centro del valle dos comitivas de sesenta jinetes cada una, que se dividieron para dirigirse cada una a una fortaleza. Traían la noticia de la caída de Êmerik e instaron a la guarnición a rendirse, pues no tenía ninguna oportunidad de resistir ni a su grandioso ejército ni a sus jinetes de corvax. Symeon se sorprendió cuando a través de una aspillera pudo ver cómo la fortaleza Jenmarik abría sus puertas y dejaba pasar a la comitiva a su interior. Por supuesto, Phâlzigar rechazó los términos de la rendición e instó a los vestalenses a marcharse, cosa que hicieron. Avisados por Symeon, todos, incluido el capitán, pudieron ver (muy claramente gracias a la lente de Yuria) cómo la comitiva abandonaba Jenmarik transcurrida una hora aproximadamente. Phâlzigar expresó su preocupación acerca de que los Terrenales pudieran llegar a algún tipo de acuerdo con los vestalenses a cambio de garantizar la independencia de la Región.

Preocupados por cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, el grupo decidió que abandonaría Svelên cuanto antes para dirigirse hacia el norte y viajar a la Torre Emmolnir, la sede de los paladines de Emmán, preferiblemente en barco para que Symeon pudiera curar sus heridas. Faewald fue quien puso la voz discordante, insistiendo en que lo que deberían hacer era acudir o bien a lady Ilaith o bien a lady Armen, la reina de Esthalia, quien, les recordó, estaba en posesión de una de aquellas dagas negras que Daradoth llamaba kothmorui.

Mientras discutían su destino, la capitana Inilêth volvía a hacer acto de presencia ante las puertas de la fortaleza para reunirse con el capitán Phâlzigar.