tag:blogger.com,1999:blog-54444038435721086952024-03-19T08:29:24.019+01:00Rol Ex MachinaJuegos de Rol, juegos de mesa y aficiones alternativasUnknownnoreply@blogger.comBlogger437125tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-20687730903287307752024-03-06T11:27:00.001+01:002024-03-08T22:33:53.774+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 15<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">La Batalla por la Ciudadela<br /></span></p><p style="text-align: justify;">Daradoth, poseído por la rabia que teñía de rojo todo lo que veía, ignoró los efectos perniciosos del aura del demonio y se dispuso a danzar a su alrededor. Los tres guardias y los dos sanadores que había en la sala se apretujaron contra la puerta, aterrados por la escena.</p><p style="text-align: justify;">El demonio extendió sus brazos hacia el elfo, invocando el poder de su esfera oscura. Daradoth reaccionó a tiempo e interpuso a Sannarialáth, deteniendo la oleada de poder como si fuera una simple brizna de hierba. Sonrió. Lanzó a la espada de Luz contra el engendro con todas sus fuerzas. Sannarialáth parecía
un relámpago cegador, cayendo sobre la criatura, que aullaba confundida, una y otra vez. La velocidad sobrenatural de Daradoth en combinación con el poder de su espada fue demasiado para que el demonio pudiera resistir. Rugió cuando uno de sus brazos fue destrozado, y gimió cuando Sannarialáth trazó a continuación un arco descendente y cercenó una de sus piernas. Antes de que cayera al suelo, el engendro ya había revertido a su forma humana, sin vida.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth se giró. Tres soldados y dos sanadores suplicaron por su vida.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">La visión de Yuria estaba plagada de puntos brillantes debido al dolor de su rodilla, que llegaba a su cerebro como si fuera una daga envenenada. Buscó inconscientemente su pistola, pero había salido despedida en la caída. En la bruma del dolor, le pareció que alguien gritaba: «¡Yuria! ¡Yuria! ¡Es lady Yuria!», y otra voz: «¡Rápido, ayudadla!». ¿Era su imaginación, o las personas que había en el patio de armas se estaban congregando para evitar que el acólito de Ashira llegara hasta ella? Varios niños acudieron también. «No... no... cuidado...», pero su mente estaba a punto de apagarse, todo en ella era dolor. El acólito de Ashira blandió su espada y mató a un par de hombres sin pensarlo demasiado. «Maldición... tengo que...». Cerró los ojos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Entonces, una música llegó de alguna parte. Una música celestial, liviana y etérea. «¿Un arpa? ¿Es esto lo que se siente al morir?», pensó Yuria. Pero el enemigo se detuvo, confundido y mirando alrededor. Alguien apareció en la escena. Anak Résmere, el bardo real, estaba usando sus poderes para retener al encapuchado. Y, como una centella, detrás de este apareció Taheem. Yuria fue capaz de esbozar un amago de sonrisa, y renovada, trató de levantarse, sin éxito. Taheem, como maestro de la esgrima, era extremadamente mortal; sus movimientos fueron como un baile, rapidísimo y letal. El enemigo cayó muerto sin que el vestalense aparentemente hiciera ningún esfuerzo. A continuación, se dirigió hacia Yuria, a la que levantó con ayuda de Anak.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">En los pasillos de palacio, Symeon y Galad seguían aturdidos debido a las palabras de Norren.</p><p style="text-align: justify;">—Te pido que pares lo que estás haciendo, Norren —dijo Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—No puedo, no quiero que sufráis ningún daño, amigo mío.</p><p style="text-align: justify;">—Cesa en tus intenciones, yo no voy a parar, y si quieres matarme hazlo, por lo menos moriré con dignidad.</p><p style="text-align: justify;">—¿Cómo voy a matarte, Symeon? —Norren parecía genuinamente sorprendido—. ¿Qué estás diciendo?</p><p style="text-align: justify;">Symeon percibía el enlace invisible que lo conectaba con Norren. No sabía explicar qué era aquello, pero a Norren parecía afectarle profundamente.</p><p style="text-align: justify;">—Estoy seguro de que no quieres esto, Norren —dijo el errante—. Estás a tiempo de volver conmigo; siempre lo has estado, siempre lo estarás.</p><p style="text-align: justify;">—Te has convertido en un hombre extraordinario, Symeon, en una compañía sumamente extraordinaria —miró a Galad—; aunque quizá equivocada.</p><p style="text-align: justify;">Norren hizo un leve gesto. Galad abrió mucho los ojos; Emmán había desaparecido de su percepción. «Bendito salvador, ¿cómo puede ostentar tal poder? ¿Qué será capaz entonces de hacer un kalorion?».</p><p style="text-align: justify;">Symeon pudo percibir algún tipo de cambio en la Vicisitud, pero nada concreto. No obstante, por el gesto de Galad, que miraba hacia arriba deseperado, supuso lo que Norren había hecho.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo que tú también eres capaz de alterar la realidad —afirmó—. Y supongo que lo puedes hacer desde hace mucho, pero eso no será óbice para que nos opongamos a todo lo que representáis. Y mi oferta sigue en pie: vuelve conmigo, a la paz que un día vivimos en la caravana.</p><p style="text-align: justify;">—No sabes cuánto lo hecho de menos, pero me está prohibida tal cosa. —Pensó durante un instante—. Quizá... quizá tú puedas venir conmigo... déjame ayudarte.</p><p style="text-align: justify;">Symeon comenzó a sentir cómo el tapiz de la realidad se retorcía a su alrededor. Contuvo el pánico, y siguió hablando.</p><p style="text-align: justify;">—No juegues al juego de Ashira, Norren. ¡No lo hagas! </p><p style="text-align: justify;">El hombre de poblado bigote pareció distraerse, el tapiz volvió a restablecerse.</p><p style="text-align: justify;">—No sabéis de lo que es capaz, Symeon —dijo—. Cuenta con el favor de Uriön, y ya es más poderosa que yo.</p><p style="text-align: justify;">—Lo sé, lo noto... pero eso no me detendrá en...</p><p style="text-align: justify;">Un sonido repentino y sordo interrumpió las palabras del errante. Norren y los hijos del abismo habían desaparecido. </p><p style="text-align: justify;">En pocos segundos, Galad, Symeon y los demás se recuperaron. El paladín volvía a percibir a Emmán, con gran alivio. Usó sus poderes para recuperar la salud de Faewald, e infundieron ánimos a los esthalios. En pocos momentos, continuaron su camino hacia los aposentos reales.</p><p style="text-align: justify;">—No sé lo que ha ocurrido —dijo Symeon mientras atravesaban los pasillos—, pero diría que Norren nos ha perdonado la vida.</p><p style="text-align: justify;">—De alguna forma cortó mi conexión con Emmán, no sabía que nuestros enemigos podían hacer tal cosa —dijo Galad, estremeciéndose.</p><p style="text-align: justify;">—Tendremos que hablar de eso, pero ahora mismo Daradoth nos necesita.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, vamos, rápido —urgió Faewald.</p><p style="text-align: justify;">En el camino al corazón del ala regia, el grupo se enzarzó en varios combates, pues los guardias reales llevaban las de perder ante los soldados de Datarian. Pero estos no eran enemigos para Galad, Symeon y compañía, que los hacían huir en pocos segundos. Pronto, una comitiva de varias decenas de guardias reales los acompañaba en el camino hacia los aposentos de los reyes y ponía en fuga a cualquier enemigo que les salía al paso.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Allí, Daradoth se acercaba lentamente al grupo de soldados y sanadores, con una media sonrisa en la boca. Se detuvo ante ellos, mientras lanzaban sus armas al suelo y le pedían clemencia. Los veía teñidos de rojo, como si una pátina de sangre nublara sus ojos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Un gesto suave, un destello de plata, y la cabeza de uno de los soldados cayó al suelo, seguida por su cuerpo.</p><p style="text-align: justify;">—¡No! —gritó el resto—. ¡Por piedad, lord Daradoth! ¡Clemencia!</p><p style="text-align: justify;">Las súplicas desesperadas parecieron hacer mella en el elfo. El tinte rubí abandonó su visión, y vio el cadáver del soldado en el suelo. Apretó los dientes. El resto se encontraba de rodillas en sus súplicas, o intentando salir al exterior.</p><p style="text-align: justify;">—Estaos quietos y no os pasará nada —dijo Daradoth; su voz calmada pareció surtir mayor efecto que si hubiera gritado. El grupo retrocedió hasta una esquina.</p><p style="text-align: justify;">En el exterior se escuchaba mucho ruido. Pero decidió ignorarlo por el momento para volverse a los reyes. Interrogó a los sanadores, pero no parecían saber nada de la enfermedad de los monarcas.</p><p style="text-align: justify;">En ese momento, la puerta de los aposentos salió despedida con una explosión. Una figura entró. Uno de los acólitos de Ashira, el que había hecho amago de lanzar un hechizo durante las conferencias en la Biblioteca. Llevaba un bastón que refulgía con un azul eléctrico en una mano, y una espada en la otra. Al otro lado de la puerta, multitud de cuerpos de guardias y soldados regaban el suelo. Solo cuatro soldados y una figura encapuchada quedaban en pie. A Daradoth le dio tiempo de ver por el rabillo del ojo cómo desde el fondo del pasillo aparecían Galad y Symeon seguidos de una pequeña multitud. Pero fue menos de un segundo, pues se lanzó sin pausa sobre el acólito de Ashira.</p><p style="text-align: justify;">A pesar de que el bastón de brillo azulado defendió con fuertes descargas eléctricas a su portador, finalmente Daradoth lo derrotó con Sannarialáth y su danza de esgrima. En el exterior, el acólito de Ashira puso en serias dificultades a Galad y Symeon, pues en todos los dedos de una de sus manos portaba anillos de un gran poder. No obstante, finalmente pudieron imponerse a él, ayudados por su superioridad numérica.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">En el exterior, Anak y Taheem llevaron a Yuria hasta los establos. Alguien más trajo a Darion, cuyo cuerpo ya estaba sin vida. Una lágrima se derramó por la mejilla de Yuria. El bardo se quedó para cuidarlos, mientras Taheem volvía al combate.<br /></p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">Con los enemigos ya abatidos y los guardias reales controlando la situación y llevándose a los prisioneros, Symeon, Galad y Daradoth se acercaron a los cuerpos durmientes de los reyes. Procedieron a buscar en sus cabellos algún cuerpo extraño como ya habían hecho hacía meses con el príncipe Nercier en la confederación. Efectivamente, Daradoth no tardó en encontrar una esquirla de plata adherida al cabello del rey; la retiró, y el monarca se relajó a ojos vista, respirando de forma más estable y relajando los músculos. La reina planteaba un reto más difícil debido a su larga melena, pero finalmente Galad encontró la esquirla. Al retirarla, la reina también se relajó. </p><p style="text-align: justify;">—Supongo que tardarán unas horas en despertar, o quizá días —dijo Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Esperaremos entonces —contestó Galad—, debemos protegerlos y asegurarnos de que nadie más los amenaza.</p><p style="text-align: justify;">De repente, una voz dijo a sus espaldas:</p><p style="text-align: justify;">—Me temo que la próxima vez que nos veamos, las cosas serán diferentes.</p><p style="text-align: justify;">Se giraron, en guardia. Era Norren. Estaba solo, y su rostro tenía expresión de sufrimiento.</p><p style="text-align: justify;">—Siempre tendrás mi brazo tendido, Norren, esto no tiene por qué ser así.</p><p style="text-align: justify;">—Es una pena despedirnos así, Symeon. Os deseo lo mejor.</p><p style="text-align: justify;">Desapareció.</p><p style="text-align: justify;"> —Un tipo extraño, ese Norren —dijo Faewald.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —se limitó a contestar Symeon.<br /></p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">El errante y Faewald se quedaron protegiendo a los reyes, mientras Galad, Daradoth y los esthalios salían rápidamente en busca del duque Datarian. Pero no encontraron ni rastro de él.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Más tarde, con la ciudadela bajo control gracias a la labor de Taheem, el grupo del Empíreo y los guardias reales al mando de sir Garlon, se reunieron con Yuria. Galad invocó el poder de Emmán para restaurar la rodilla de la ercestre, que sintió un gran alivio al sentir desaparecer el intenso dolor. Sin embargo, un pinchazo de tristeza les invadió al despedirse de Darion, ante las lágrimas desconsoladas de Avriênne y la profunda tristeza de Garâkh.</p><p style="text-align: justify;">Poco después se reunían con la duquesa Serilen, los bardos y el capitán Garlon.</p><p style="text-align: justify;">—Debemos preparar la defensa de la ciudadela —dijo la duquesa—. Datarian y los suyos...</p><p style="text-align: justify;">Galad, Symeon, Yuria y Daradoth notaron un fuerte escalofrío que a punto estuvo de dejarlos inconscientes. La duquesa no pudo acabar la frase, pues de repente la tierra empezó a temblar. </p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-89881395405830508682024-02-20T17:10:00.003+01:002024-02-22T16:20:18.236+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 14<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Asalto a la Ciudadela<br /></span></p><p style="text-align: justify;">«Espero que nadie haya sido indiscreto y el plan siga en el máximo de los secretos», pensó Galad, mientras atravesaba la puerta principal de la ciudadela bajo el sol de mediodía, fijándose atentamente en las reacciones de los guardias y soldados, y rogando por que no descubrieran al <i>Empíreo</i>, que en esos momentos sobrevolaría la ciudadela a una distancia prudencial. Symeon, Faewald y él mismo atravesaron el portalón al descubierto, sin subterfugios, fingiendo dirigirse hacia sus habitaciones. Algo llamó la atención del paladín, un movimiento de guardias sobre la muralla que no pudo identificar; se puso en guardia apretando los puños y las mandíbulas, pero nada ocurrió. Aun así, puso sobre aviso a Faewald y Symeon. Atravesaron el patio de armas y accedieron al antepatio del palacio real, cuando un oficial de la guardia real, haciéndose el distraído, pronunció unas palabras en estigio, claramente dirigidas a ellos:</p><p style="text-align: justify;">—Palabras de la duquesa. Postergamos una hora —no se detuvo, ni miró hacia ellos.</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">Sin detenerse, se dirigieron hacia los barracones para intentar encontrarse con los caballeros esthalios. </p><p style="text-align: justify;">—Será mejor que avise a Yuria y la gente de los carromatos —susurró Symeon, que se separó de los demás discretamente.</p><p style="text-align: justify;">Galad y Faewald continuaron su camino. En ese momento, dos figuras encapuchadas salieron de la puerta principal del complejo palaciego. El paladín hizo una seña a su compañero, para que bajara la mirada, no sin antes notar que los dos hombres lucían una piel extremadamente pálida bajo sus ropas. Hijos del Abismo. Evitándolos, llegaron al campo de entrenamiento de los barracones. Allí no tardaron en ver a los esthalios adiestrando a nuevos reclutas.</p><p style="text-align: justify;">Aprovechando un descanso, Galad se acercó a Candann.</p><p style="text-align: justify;">—Estad preparado, Candann. Como os dije, la situación está a punto de estallar. Vamos a rescatar a los reyes y necesitaré vuestra pericia en una hora.</p><p style="text-align: justify;">Candann lo miró, un tanto aturdido, pero el carisma del paladín era avasallador.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Claro, hermano Galad. Por nuestro señor Emmán y Esthalia.</p><p style="text-align: justify;">Al otro lado de la ciudadela, en el extremo del patio de armas, Symeon se deslizó dentro de uno de los carromatos, que ya se habían detenido y permanecían a la espera. Inmediatamente, susurró:</p><p style="text-align: justify;">—Yuria, Daradoth, nos han avisado de que tenemos que postergar la acción una hora.</p><p style="text-align: justify;">—¿Quién? —inquirió la ercestre.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Un oficial de la guardia real. Ya sé lo que me vais a decir, pero no tenemos más remedio que fiarnos de él.</p><p style="text-align: justify;">—Bien, de acuerdo, esperemos que tres carromatos inmóviles durante una hora no llamen la atención de los guardias.</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiuZVRWpZQuuNxXmgXhvkhSXJxFFskoCaR-YBaD4n00BWj8olQePtzN3y19yryVe6AV9VFMrxTN9O777UNgPfijmMIYZu1uFwqUpmTAAarc_GzQY3RUGNzUeaiZE3qBiJfpdaLBfwxpBVLgpGbwPxoxcBINBlqyvLiHLvsz1foRCsJGAteWeWYxLfxOEEYK/s2179/Ciudadela%20de%20Doedia.png" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2162" data-original-width="2179" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiuZVRWpZQuuNxXmgXhvkhSXJxFFskoCaR-YBaD4n00BWj8olQePtzN3y19yryVe6AV9VFMrxTN9O777UNgPfijmMIYZu1uFwqUpmTAAarc_GzQY3RUGNzUeaiZE3qBiJfpdaLBfwxpBVLgpGbwPxoxcBINBlqyvLiHLvsz1foRCsJGAteWeWYxLfxOEEYK/s2179/Ciudadela%20de%20Doedia.png" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Ciudadela de Doedia<br /></td></tr></tbody></table><br /> <p></p><p style="text-align: justify;">Symeon se escabulló al exterior y se dirigió al comedor comunal para encontrarse de nuevo con Galad y Faewald. No tuvo que esperar mucho hasta que aparecieron, y a continuación se dirigieron hacia sus habitaciones.</p><p style="text-align: justify;">En los carromatos, Daradoth se inquietaba:</p><p style="text-align: justify;">—No me gusta nada esto, Yuria, voy a echar un vistazo en el exterior para ver cómo está la situación.</p><p style="text-align: justify;">—Ten cuidado.</p><p style="text-align: justify;">—Tranquila, no me verán —dijo el elfo, con media sonrisa un poco condescendiente.<br /></p><p style="text-align: justify;">Se desprendió de varios bultos y prendas de ropa, y haciendo uso de sus hechizos, él y sus pertenencias desaparecieron del espectro visible. Se dirigió hacia el noreste, con mucho cuidado para no dar al traste con su invisibilidad. Cuando tuvo en su campo de visión la puerta del palacio, vio cómo en las escalinatas se encontraba reunida media docena de los tipos extraños de tez pálida, los Hijos del Abismo, reunidos alrededor de Norren, que parecía darles instrucciones. La visión del elfo se tornó roja como la sangre más pura durante unos instantes; sintió unas ansias increíbles de empuñar a Sannarialáth y matar a todos aquellos engendros. Pero enseguida, Norren volvió a palacio y el resto se distribuyó por varios puntos de la ciudadela, entre las miradas extrañadas de los lugareños. En ese momento, sonaron las once campanadas. </p><p style="text-align: justify;">Se oyeron gritos a lo lejos: <br /></p><p style="text-align: justify;">—¡Alerta! ¡Alerta! ¡Estad preparados! </p><p style="text-align: justify;">«Maldición», pensó Daradoth, «deben de saber algo». Volvió sobre sus pasos para volver a los carromatos.</p><p style="text-align: justify;">Symeon, Galad y Faewald salieron de sus habitaciones, después de comprobar que todo estaba en orden. Mientras daban los primeros pasos por el pasillo, se detuvieron sorprendidos, pues una voz que parecía provenir de algún lugar lejano llegó a sus oídos.</p><p style="text-align: justify;">—Sospechan algo, pero creemos que no conocen los detalles —era la voz de Stedenn, uno de los bardos reales—. Una hora, así los despistaremos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Permanecieron inmóviles, pero la voz no les dijo nada más. Finalmente, Symeon acabó con el silencio:</p><p style="text-align: justify;">—Por lo menos ahora sabemos que no es una trampa. Lo mejor será que pasemos desapercibidos durante esta hora.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, traigamos a los esthalios aquí y esperemos.</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">En los carromatos, Yuria aplicaba toda la presencia de ánimo y liderazgo que podía reunir para tranquilizar a sus compañeros. Una hora más pondría sus nervios a flor de piel, pero consiguió hacerles entender que debían esperar lo más tranquilos posible. Daradoth volvió a hacer acto de presencia.</p><p style="text-align: justify;">—Seis Hijos del Abismo han salido del palacio al mando de Norren y han tomado posiciones al menos al este y al oeste de donde nos encontramos. Me ha costado mucho contenerme para... —se interrumpió, apretando el puño de su espada.</p><p style="text-align: justify;">Yuria, conocedora de lo que le estaba sucediendo desde hacía algunos días, puso su mano en el antebrazo de su amigo, intentando tranquilizarlo.</p><p style="text-align: justify;">—Te comprendo, pero debemos permanecer tranquilos si queremos tener alguna esperanza de rescatar a los reyes. Recuerda todo lo que depende de eso.</p><p style="text-align: justify;">La tensión de los músculos de Daradoth pareció ceder un poco.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Galad salió del palacio por la salida del ala de invitados en busca de los caballeros esthalios. Vio a los dos Hijos del Abismo que se habían quedado en las escalinatas de acceso a la puerta principal, que lo miraron fijamente. Fingiendo no verlos, giró hacia los barracones. </p><p style="text-align: justify;">Poco después, el paladín llegaba a los barracones. Varios de los soldados lo saludaron, honrados por su presencia allí. Se forzó a tener paciencia con ellos, evitando llamar la atención. Llevó más tiempo del que le habría gustado, pero un rato después volvía hacia palacio acompañado de Candann, Faewann y Waldick. Se dirigieron hacia el comedor para beber algo y no despertar sospechas. Más allá, al este de palacio, pudo ver a tres hombres caminando rápidamente que le llamaron la atención. Al menos dos de ellos pertenecían al séquito de Ashira. Galad frunció un poco los labios, preocupado por la situación, pero continuó hacia palacio, donde se encontraron con Symeon y Faewald. Sin tardanza, Galad expuso la situación y detalló el plan a los esthalios. </p><p style="text-align: justify;">—Tenemos la sospecha —intervino Symeon— de que los han hecho caer en un sueño profundo y sobrenatural, intentando manipularlos o quizá matarlos. Tenemos que actuar inmediatamente. <br /></p><p style="text-align: justify;"> Una vez que Candann y sus compañeros aceptaron plenamente colaborar en la extracción de los monarcas (o la expulsión de los arribistas), Galad añadió:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Symeon, hemos visto a tres tipos sospechosos ahí fuera, y al menos a dos los recuerdo del séquito de Ashira. Esto se está poniendo... interesante.</p><p style="text-align: justify;">—Por llamarlo de alguna manera. Esperemos que sea casualidad.</p><p style="text-align: justify;">—No creo en las casualidades —intervino Faewald. </p><p style="text-align: justify;">—Lidiaremos con ellos entonces —Symeon acariciaba con su pulgar la madera de Aglannävyr. «Cómo hemos cambiado en un año escaso», pensó. «Sobre todo yo».</p><p style="text-align: justify;"> La hora de las doce campanadas, el mediodía, se aproximaba. En los carromatos, la tensión se podía paladear en el ambiente. Daradoth se impacientaba.</p><p style="text-align: justify;">—La verdad —dijo— es que no sé si voy a ser capaz de llegar a palacio si veo a esos tipos en medio del patio de armas. Creo que empezaré a ver rojo y perderé el control. No sé qué hacer.</p><p style="text-align: justify;">—Puedo acompañarte, si sirve de algo —sugirió Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—No, no creo que sirva de nada.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá yo pueda ayudaros, lord Daradoth —la voz de Anak Résmere era límpida y clara, incluso cuando susurraba, como ahora—. Si me lo permitís.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto.</p><p style="text-align: justify;">Anak entonó una queda melodía, apenas un tarareo, pero Daradoth pudo sentir como un flujo de poder alcanzaba su cuerpo. La sensación se transformó al instante en una calidez que lo reconfortó, sus nervios desaparecieron y se sintió extremadamente tranquilo.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá así seáis capaz de resistir esos impulsos de rabia.<br /></p><p style="text-align: justify;">Daradoth agradeció al bardo su ayuda, desapareció a la vista y salió del carromato, directo hacia el palacio y evitando el contacto visual con los fieles de la Sombra, por si acaso. En pocos minutos trepó hasta una de las vidrieras que le daría acceso a los aposentos de los reyes.<br /></p><p style="text-align: justify;">En el interior del palacio, Symeon se puso solemnemente la Tiara de Sirëlen en la frente, mientras Galad elevaba varias oraciones a Emmán para que los ayudara en su empresa.</p><p style="text-align: justify;">Yuria, Anak y los demás, pudieron escuchar a su alrededor fuertes pasos de botas de soldados, y algunas personas gritando órdenes. Yuria susurró sus propias órdenes: acudir rápidamente a la puerta principal y ayudar a los guardias reales a cerrarla para evitar que más soldados reforzaran las filas del duque.</p><p style="text-align: justify;">Sonaron las doce campanadas.</p><p style="text-align: justify;">Symeon y Galad lideraron a los esthalios saliendo de sus habitaciones. Atravesaron un par de pasillos rápidamente y giraron la esquina que daba acceso al ala regia. Se detuvieron, sorprendidos al ver varios metros más allá a tres de los Hijos del Abismo y a Norren, que también interrumpieron su marcha.</p><p style="text-align: justify;">—Seguro que venían a por nosotros —susurró Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Pues ya nos tienen —Galad impresionaba, envuelto en su aura de poder. Se lanzó hacia delante sin dudar, mientras los hombres pálidos comenzaban a susurrar algo ininteligible haciendo un extraño gesto con la mano derecha sobre sus rostros.<br /></p><p style="text-align: justify;">Symeon intentó invocar el poder de la tiara, pero la falta de costumbre le pasó factura y el efecto que consiguió no afectó a sus enemigos. Aun así, no pudo evitar fijarse en Norren, que le miraba fijamente. «Me ha reconocido. Seguro». El errante rememoró los viejos tiempos, cuando Norren los acompañó en la caravana y lo introdujo en el mundo de los onirámbulos. Sintió una oleada de tristeza. No obstante, seguía sin comprender qué provocaba en el hombre del espeso bigote que sentía aquella comunión tan grande con él. Faewald pasó como un rayo a su lado, uniéndose a la carga de Galad.<br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">Yuria encabezó la salida de los carromatos, empuñando su ballesta ligera y escoltada por Darion. Alguien gritó en la distancia, dando la voz de alarma. Los gritos se repitieron por doquier. Los transeúntes que se encontraban más cerca soltaron gritos de sorpresa al ver varios elfos salir de los carromatos. Se dirigieron rápidamente hacia la puerta principal, y a los pocos metros Yuria pudo ver, destacando en la plaza del patio de armas, a dos de las figuras pálidas y una tercera encapuchada. Se dejó llevar por el impulso, ordenando a Darion detenerse con ella y disparar a los enemigos, y a los demás que continuaran hacia la puerta. Un pivote y una flecha salieron disparados hacia los Hijos del Abismo. Uno cayó de rodillas con el virote clavado entre las costillas, y el otro no pudo hacer nada más que caer como peso muerto cuando la flecha de Darion le atravesó la garganta de parte a parte.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">En el palacio, Galad pudo ver cómo los ojos de sus oponentes mutaban de golpe y se convertían en ascuas rojas de las que incluso emanaba un ligero humillo. Cada uno de ellos sangraba levemente por una pequeña herida entre las cejas que debían de haberse hecho con una uña puntiaguda o un pequeño punzón. «Demonios», pensó; «morid, malditos engendros». Blandió con ciertas dificultades el espadón en el pasillo, pero alcanzó a uno de los enemigos. Le quebró el costado y lo lanzó violentamente contra una de las paredes. Faewald llegó a su altura y atacó también, pero no tuvo gran efecto, y el demonio al que se enfrentaba contraatacó; los Hijos del Abismo se habían convertido en híbridos aberrantes, y sus dedos habían sido reemplazados por horribles garras ganchudas. Afortunadamente, el esthalio solo sufrió una herida leve en el brazo.</p><p style="text-align: justify;">Más atrás, Candann y Symeon quedaron bloqueados, Galad y Faewald ocupaban todo el pasillo.</p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">En el exterior, Darion lanzó rápidamente otra flecha hacia el pálido al que había disparado Yuria, que se encontraba de rodillas poniendo su mano ante su rostro en un gesto extraño, mientras murmuraba. La ercestre sacó su espada, dispuesta a precipitarse hacia ellos, cuando se paralizó, sorprendida. Percibió un destello a su izquierda, entre Darion y ella, e inmediatamente, desde el destello se produjo una explosión que lo inundó todo con luz blanca y un sonido sordo y seco. Les habían lanzado un hechizo devastador. El talismán de su cuello le descargó un calambre bastante intenso, pero Yuria ya estaba acostumbrada a la sensación. La luz blanca y la materia elemental que la acompañaba pasó de largo sin hacerle ningún daño.</p><p style="text-align: justify;">Pero Darion no había tenido tanta suerte. El elfo se encontraba en el suelo, luchando por respirar, con la traquea destrozada. Nada más verlo, Yuria supo que no podría hacer nada por el jovencísimo arquero. Tres o cuatro transeúntes inocentes también sufireron los efectos del impacto. Apretó los dientes, presa de la rabia y la frustración, y se lanzó hacia los enemigos, empuñando sus pistolas.<br /></p><p style="text-align: justify;">De repente, entre el caos y el gentío apareció una tercera figura, el acompañante de Ashira. Giró sobre sí mismo en un movimiento grácil que Yuria no alcanzó a aprehender, pues al instante sintió la fría mordedura del acero en su rodilla, un sonido que le recordó a multitud de ramas quebrándose, y un estallido de dolor que le hizo perder el equilibrio y casi la consciencia. Rodó por el suelo en una agonía carmesí.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Con sus sentidos enaltecidos, Daradoth fue capaz de oír los gemidos de Darion y Yuria, pero decidió no moverse de su posición. Salvar a los reyes era necesario, y confiaba en que nada grave sucedería.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Taheem, encabezando al resto de la compañía de Yuria, consiguió llevarlos hasta la puerta, donde entablaron combate contra los soldados que se oponían a la guardia.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Viendo las dificultades que estaba teniendo Faewald, Symeon invocó de nuevo el poder de la tiara, encauzando un aura de Luz Sagrada hacia los tres engendros de la Sombra que se encontraban en combate contra sus compañeros. Les causó quemaduras sagradas, aunque leves, que por lo menos les distrajeron. Pocos segundos después, uno de los demonios gritó señalando a Faewald, y este cayó al suelo, sufriendo espasmos por causa de un dolor intenso. Afortunadamente, Candann pasó sobre él para defenderlo de posibles ataques del resto de enemigos.</p><p style="text-align: justify;">Encauzando de nuevo el poder de la tiara, esta vez Symeon tuvo más éxito. La Luz le respondió, derribando a un par de ellos, mientras el tercero intentaba desmembrar a Candann con sus garras, sin éxito.</p><p style="text-align: justify;">—ALTO.</p><p style="text-align: justify;">Una voz profunda, retumbante, penetró hasta el fondo del alma de todos los presentes. Norren. Los demonios se detuvieron inmediatamente. Los esthalios también. Y Symeon y Galad también tuvieron que pararse, presas del aturdimiento.</p><p style="text-align: justify;">—Symeon, ¿eres tú? —la voz de Norren era suave, incluso dulce. Presa de la emoción.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, soy yo. Pero no te reconozco, Norren. No entiendo por qué estás con ellos.</p><p style="text-align: justify;">—Marchaos ahora, Symeon. Por favor —imploró Norren.</p><p style="text-align: justify;">—No. No podemos permitir lo que estáis haciendo aquí. Prefiero morir con dignidad a ser un cobarde; te has dejado caer en la Sombra, no eres la persona que me enseñó.</p><p style="text-align: justify;">—A veces no hay escapatoria.</p><p style="text-align: justify;">—Siempre la hay. <br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Daradoth inspiró hondo. Con el codo, rompió la vidriera, volviéndose visible en el proceso, y saltó al interior empuñando a Sannarialáth. En el interior, un par de guardias que habían estado prestando atención al escándalo del exterior se giraron sorprendidos. Cerca de la cama donde yacían los reyes, un par de sanadores retrocedieron asustados, mientras un hombre y una mujer que Daradoth reconoció del séquito de Ashira se levantaron para enfrentarse a él. En la esquina más alejada, uno de los Hijos del Abismo permanecía en las sombras. El elfo dirigió sobrenaturalmente su salto hacia el costado de la cama, identificando a los acólitos de Ashira como la amenaza más peligrosa. Aumentó su velocidad y en cuanto posó los pies en el suelo danzó en una vorágine de elegantes figuras de esgrima.</p><p style="text-align: justify;">Sintió el poder de Sannarialath cuando impactó sobre el hombre. La Luz chisporroteaba desde su hoja, que atravesó el abdomen, destripándolo. Con un movimiento fluido y borracho del poder que subía por su brazo hasta su corazón, cortó el brazo derecho de la mujer, que cayó inerte. Miró a su alrededor. El hombre pálido se había llevado la mano al rostro y susurraba algo. Los soldados retrocedieron, aterrados ante la visión de aquel elfo elegante y exterminador.</p><p style="text-align: justify;">Su visión cambió. Todo se tornó de color rojo, mientras el Hijo del Abismo se transformaba en un híbrido infernal, enorme y poderosísimo. Daradoth, presa de la rabia, se lanzó hacia él, deseando destruirlo con todo su ser. El aura del demonio le afectó con un impacto brutal, pero la ignoró; su mente estaba poseída de un solo pensamiento: matar a aquel engendro.<br /></p><br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-66505522567315451302024-01-30T23:26:00.002+01:002024-02-18T17:17:17.056+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 13<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Ataque onírico. Preparación del Asalto.<br /></span></p><p style="text-align: justify;">Durante la conversación del grupo, en la que Galad y Daradoth relataron cómo había ido la reunión con el duque Datarian, salió a relucir el nombre de su nuevo consejero, Norren. Symeon sintió un pequeño escalofrío. Un nombre de su pasado.</p><p style="text-align: justify;">—Ya había escuchado ese nombre antes —dijo, algo balbuceante—. Por la descripción, esa persona es la misma que se incorporó a mi caravana cuando yo era solo un muchacho, lo encontramos colgando de un arbusto en un precipicio, se había intentado suicidar. Me inició en las artes de los onirámbulos. Y, si recordáis, hace unos pocos meses fui atrapado en el mundo onírico por un grupo de encapuchados que intentaron hacerme víctima de alguna especie de ritual. Estoy convencido de que escapé de aquello porque él apareció y me ayudó. </p><p style="text-align: justify;">» De muchacho llegué a tener un vínculo bastante fuerte con él, Norren el de las muchas lenguas, una persona sumamente atormentada, aunque noble, que de hecho se intentó suicidar un par de veces más. Decía —esbozó una leve sonrisa— que mi presencia lo tranquilizaba. Pero si decís que la Sombra lo hinche ahora de tal forma, temo que haya sucumbido totalmente a ella.</p><p style="text-align: justify;">—Si es tu mentor en el mundo onírico, esto dificulta entonces mucho más la posibilidad de recuperar a los reyes —dijo Galad, con tono grave.</p><p style="text-align: justify;">—Extremadamente, sí —confirmó Symeon—. Es una confrontación onírica que creo que no podemos ganar.</p><p style="text-align: justify;">—Bueno, no seamos tan derrotistas —les recriminó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Exacto —coincidió Yuria—. Hasta ahora hemos encontrado solución a todos los problemas, por imposibles que parecieran.</p><p style="text-align: justify;">—¿Crees que te reconocería, Symeon? —intervino Faewald.</p><p style="text-align: justify;">—Creo que sí, nuestro vínculo fue fuerte, y en el episodio reciente del mundo onírico seguramente me auxilió al reconocerme.</p><p style="text-align: justify;">—Respecto a los reyes —volvió a intervenir Yuria—, ¿no creéis que pueden estar utilizando las mismas artes que ya descubrimos en Eskatha? ¿Recordáis las esquirlas de plata que llevaban Nercier Ramtor y algún otro noble en el cabello?</p><p style="text-align: justify;">—Sí —afirmó Symeon—. Es muy posible. Pero tendríamos que llegar a ellos de alguna manera.</p><p style="text-align: justify;">Finalmente, Yuria y Symeon, agotados por las largas horas de análisis de los pergaminos, se retiraron a descansar. Era escasamente pasada la hora de comer.</p><p style="text-align: justify;">—El temor que tengo ahora —comentó Daradoth a Galad y Faewald, mientras volvían a la ciudad—, es que mucha más gente pueda caer víctima de ese extraño coma inducido. Según recuerdo, Datarian no es el primero en la línea de sucesión y, si fuera yo, quitaría de en medio rápidamente a todos los que me precedieran. Y no somos rival para ese Norren en el mundo onírico.</p><p style="text-align: justify;">—Tendremos que acabar con él entonces mediante otros medios —afirmó, tajante, Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Necesitamos aprender a controlar la Vicisitud.</p><p style="text-align: justify;">—No creo que eso suceda a corto plazo, y siempre que lo hemos hecho ha sido un desastre. Por no hablar de los mediadores. Quizá podamos aprovechar ese vínculo con Norren del que ha hablado Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—De cualquier modo, no creo que dispongamos de más de un par de jornadas antes de que levanten el veto sobre Ashira. Tendríamos que darnos mucha prisa. Y necesitamos acabar el análisis de los pergaminos.</p><p style="text-align: justify;">—Ahora deberíamos descansar para sincronizar nuestro horario con Symeon y Yuria —sugirió Galad—. Pero antes quiero dar una vuelta por el palacio.</p><p style="text-align: justify;">Y así lo hizo. Tenía hambre, así que fue a buscar algo al comedor de los barracones. Y allí, en una mesa, vio un pequeño cónclave de tres hombres que le interesó. Distintivos azules en la parte alta de sus brazos derechos los identificaban claramente como caballeros esthalios de la orden argion. Galad sonrió, dando gracias por su fortuna. Se acercó a ellos y los saludó; ellos, por supuesto, lo reconocieron y, sonrientes, lo invitaron con deferencia a sentarse. </p><p style="text-align: justify;">—Es un honor, hermano Galad —dijo el que parecía el mayor de ellos—; mi nombre es Candann, y estos son Faewann y Waldick. Os hemos seguido a vos y a lord Daradoth en casi todas las conferencias en la biblioteca.</p><p style="text-align: justify;">—Dejadme deciros que os admiramos por todas las ordalías que habéis superado —intervino Waldick, con un leve fulgor en los ojos; «¿demasiada cerveza, o algo más?»—. Sois una verdadera inspiración.</p><p style="text-align: justify;">—Muchas gracias por vuestras amables palabras —respondió Galad con humildad—. A decir verdad, os vi hace semanas entrenando a las tropas sermias y quería haberme reunido con vosotros mucho antes, pero como comprenderéis, me ha sido imposible.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, por supuesto. Desde que vos y vuestros amigos llegasteis a la ciudad, no han parado de sucederse eventos extraordinarios —sonrió Candann.</p><p style="text-align: justify;">—Y esas conferencias —intervino Faewann, que presentaba una profunda cicatriz en su frente— han sido... impresionantes. —Pareció acordarse de algo, y torció el gesto—. Pero esto de los reyes...</p><p style="text-align: justify;">—¿Sabéis algo de eso? —lo interrumpió Galad—. Hemos intentado verlos, pero no se nos ha permitido. Ni siquiera a mí.</p><p style="text-align: justify;">—No gran cosa. Pero entre las noticias de la rebelión en Esthalia y esto de los reyes sermios, estamos planteándonos volver aunque no hemos recibido ninguna orden. Con esta situación, no sabemos en qué situación quedamos nosotros aquí, y más con todo este asunto del conflicto entre Luz y Sombra, Datarian y Ashira, la regencia... estamos indecisos.</p><p style="text-align: justify;">—¿Cuántos caballeros argion hay en Sermia?</p><p style="text-align: justify;">—Deben de quedar menos de cincuenta. En Doedia, solo nosotros tres —Candann se llevó una jarra a la boca—. ¿Tenéis vos algún dato que pueda sernos de ayuda?</p><p style="text-align: justify;">—Bueno —empezó Galad, dubitativo—, la situación es muy delicada, y no conocemos con exactitud las aspiraciones del duque. Mi recomendación es que permanezcáis unos días más a la expectativa, porque es posible que nos haga falta vuestra ayuda. De momento no puedo deciros más.</p><p style="text-align: justify;">Candann asintió con la cabeza, y miró a sus compañeros, que imitaron su gesto. A continuación bebieron unas cervezas y tras saciar Galad su apetito, el paladín se retiró a descansar.</p><p style="text-align: justify;">Con la noche recién caída, el grupo se unió de nuevo en la biblioteca. Galad les contó sobre la conversación con los caballeros esthalios, y Faewald intervino:</p><p style="text-align: justify;">—Solo son tres, parece poco, pero si contamos con su ayuda y la complicidad de la guardia real...</p><p style="text-align: justify;">—Podemos forzar nuestra entrada a los aposentos reales, sí —confirmó Galad—. Si actuamos rápido. Cada minuto que pasa acerca a los reyes a la muerte.</p><p style="text-align: justify;">Symeon y Yuria, con la ayuda de Aythara y los habituales, continuaron con el análisis de los pergaminos. </p><p style="text-align: justify;">Galad, Daradoth y Faewald se dirigieron a palacio para intentar encontrarse con alguno de los sanadores que atendían a los reyes. Mientras caminaban por los pasillos, se dieron cuenta de que los estaban observando. Parecía que allá donde fueran hubiera un par de ojos observándolos, de guardias, soldados, sirvientes, comerciantes o transeúntes. No les quedó más remedio que ignorarlo. Poco tiempo después, un par de sanadores que finalizaban su turno aparecían a la luz de los faroles por la puerta que daba acceso desde el ala regia al patio principal. Daradoth se dirigió a hablar con ellos con su escaso sermio. Preguntó por el estado de los reyes, pidiendo que les dejaran verlos, pero pronto vieron cómo por el rabillo del ojo se acercaba un grupo de soldados. Los sanadores respondieron que no era posible, visiblemente preocupados. Cuando Daradoth los dejó marchar, los soldados que habían hecho amago de acercarse se detuvieron.</p><p style="text-align: justify;">Galad sintió un intenso mareo y una sensación de desmayo. Daradoth cayó inconsciente a su lado, por suerte Faewald (que parecía indemne) pudo cogerlo a tiempo.</p><p style="text-align: justify;">—Daradoth, Dardoth, ¿qué pasa? —el esthalio dio unos ligeros golpes en la cara del elfo—. Galad, ¿estás bien?</p><p style="text-align: justify;">—Más... o menos... uf, todo me da vueltas... —le costaba hablar; algo oprimía su mente, como si quisieran arrancársela—. Tenemos que salir de aquí.</p><p style="text-align: justify;">Avanzaron a duras penas hacia la salida del complejo. Varias personas se acercaron a ayudarles, preguntándoles qué sucedía.</p><p style="text-align: justify;">—Nos atacan —dijo a duras penas Galad—, la Sombra está atacándonos desde otra dimensión. Ayudadnos.</p><p style="text-align: justify;">En el mundo onírico, Daradoth se vio a sí mismo como una figura plateada con una espada extendiéndose desde su brazo. Intentó moverse y no lo consiguió. Estaba inmovilizado y rodeado de varias figuras etéreas cuyos rasgos no se distinguían. Parecían estar protegidas por unas capuchas que no paraban de ondear. En lo alto, un enorme engendro compuesto de jirones de humo emitió un sonido ensordecedor, parecido a un graznido. Daradoth sentía un aturdimiento profundo, apenas era capaz de procesar lo que veía, pues tenía la sensación de que caía continuamente al vacío. Pero aun así, se movía, o sería más correcto decir que el entorno se movía a su alrededor. Un poco a su derecha, una figura en forma de cruz con un destello rojizo, se desplazaba al unísono con él. Dos encapuchados extendían sus manos, hacia ella. Pero no podían evitar su movimiento.</p><p style="text-align: justify;">Con un esfuerzo titánico por parte de Galad, Faewald y él, ayudados de varios sirvientes y un senescal, atravesaron el patio de armas. Mientras lo atravesaban, Faewald llamó la atención del paladín, que apenas podía mirar a su alrededor. Pero le bastó con un vistazo para ver que varias figuras extremadamente pálidas iniciaban una aproximación hacia ellos. No obstante, varios segundos después parecieron pensarlo mejor y retrocedieron.</p><p style="text-align: justify;">Por fin consiguieron salir de palacio e internarse rápidamente en las calles anexas. Daradoth despertó. Relató rápidamente lo que había visto en el mundo onírico.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, debemos venir solo cuando el sol esté alto —sugirió Galad, mirando el cielo estrellado de la noche cerrada.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —dijo Daradoth, lacónico. Su visión volvía a destellar de vez en cuando, tornándose roja por momentos.</p><p style="text-align: justify;">En la biblioteca, Symeon y Yuria habían seguido descartando pergaminos a un ritmo muy alto, pero sin encontrar nada de interés. Galad, Daradoth y Faewald llegaron al filo de la medianoche.</p><p style="text-align: justify;">—Nos han atacado desde el mundo onírico —anunció secamente Galad— y casi consiguen llevarse a Daradoth. No podemos volver a palacio de noche.</p><p style="text-align: justify;">Symeon se fijó en el rostro de Daradoth, tenso y con la vista algo perdida.</p><p style="text-align: justify;">—¿Estás bien, Daradoth?</p><p style="text-align: justify;">—No, no estoy bien, la verdad. Estoy cansado de lo que ocurre aquí y creo que debemos tomar medidas inmediatas y radicales. Voy a explotar, y como explote, van a rodar cabezas.</p><p style="text-align: justify;">—Estoy de acuerdo —lo apoyó Galad—, pero conservemos la mente fría.</p><p style="text-align: justify;">—De momento, mantengámonos despiertos esta noche y aprovechemos la mañana —dijo Symeon.</p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, pasaron a discutir diferentes formas de infiltración en los aposentos reales, sugiriendo que Daradoth utilizara sus poderes para colarse por las ventanas (rompiéndolas, no había más remedio) y buscara las supuestas esquirlas de plata que debían albergar los reyes en alguna parte de sus cuerpos. Pero con cada vía de acción surgían más problemas. Finalmente, Galad dijo:</p><p style="text-align: justify;">—Si esta situación es igual que la que vivimos con Nercier y los príncipes comerciantes, no despertarán en el acto, tardarán un par de días. Se darán cuenta de que, como dice Symeon, su representación onírica habrá disminuido y simplemente alojarán otra esquirla.</p><p style="text-align: justify;">—Efectivamente —acordó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Según yo lo veo —continuó Galad—. Tenemos que atacar con todo. Que Daradoth se infiltre es imprescindible, pero tenemos que apoyarle para evitar problemas una vez dentro o cuando libremos a los reyes de su influencia.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien —zanjó Yuria—. Enviemos un menaje al senescal Aereth con una hora de convocatoria, como nos dijeron. Ejecutar todo rápida y discretamente será muy difícil, pero tenemos que intentarlo.</p><p style="text-align: justify;">Y así lo hicieron, enviaron a Faewald con un mensaje para el senescal indicando la hora nona, cambiando los planes de permanecer despiertos por la noche. Volvieron a dormir en la celda de Symeon, con la incomodidad que aquello suponía pero a salvo de atacantes indeseados. Revivieron el sueño de la nieve abriéndose a sus pies, como siempre, y llegó la mañana.</p><p style="text-align: justify;">Después de comer algo para aliviar el hambre, se reunieron con lady Serilen, el capitán Garlon y el bardo real Stedenn Dastar. La duquesa se interesó por su estado:</p><p style="text-align: justify;">—Nos enteramos de lo que pasó anoche. ¿Estáis todos bien?</p><p style="text-align: justify;">—Más o menos —contestó un malhumorado Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">Galad fue directo al grano:</p><p style="text-align: justify;">—La situación es mucho más grave de lo que nos esperábamos. Debemos actuar ya, y necesitamos toda la ayuda posible. La vida de los reyes está en extremo peligro, y somos su única esperanza. No sabemos si el duque actúa pérfidamente o de forma sincera, pero debemos suponer lo peor. El reino corre peligro de caer bajo la Sombra.</p><p style="text-align: justify;">—Desde luego, esos nuevos consejeros del duque son preocupantes —dijo Stedenn.</p><p style="text-align: justify;">—Son agentes de la Sombra —añadió Daradoth—, y el tal Norren es prácticamente Sombra pura.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué sugerís entonces que hagamos? —inquirió sir Garlon—. A pesar del ascendiente y el carisma del duque, pondría la mano en el fuego a que la guardia real todavía sigue siendo fiel a los reyes y a mí, así que contad con nosotros. Unos quinientos efectivos, trescientos en palacio.</p><p style="text-align: justify;">—¿Cuántos soldados tiene Datarian en palacio? —espetó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Más o menos los mismos, unos trescientos.</p><p style="text-align: justify;">—Tendremos que reunir entonces a los efectivos de fuera de palacio, la mayoría de los que estén en la biblioteca y en los edificios de la ciudadela —dijo Yuria—. Necesitamos esa superioridad numérica y la necesitamos de forma rápida y muy discreta. Quizá deberían disfrazarse de civiles.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, no os preocupéis —dijo Garlon—. Yo me encargo de eso.</p><p style="text-align: justify;">—Una vez infiltrados los guardias del exterior, Daradoth incursionará en los aposentos reales mientras el resto lanzamos un ataque sorpresa para llegar allí lo antes posible. Y todo debe ser ejecutado de día.</p><p style="text-align: justify;">Serilen y Garlon se miraron, preocupados.</p><p style="text-align: justify;">—Será difícil...</p><p style="text-align: justify;">—Pero no imposible —la interrumpió Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, hagámoslo, no nos queda más remedio —zanjó Stedenn—. Irmele y yo os ayudaremos con nuestras... habilidades, claro.</p><p style="text-align: justify;">—Que serán muy apreciadas, os lo aseguro —dijo Yuria—. Muy bien, mañana entonces con las once campanadas, con el sol alto. ¿Os dará tiempo a prepararlo todo, capitán?</p><p style="text-align: justify;">—Creo que sí. Sí.</p><p style="text-align: justify;">—Habrá que tener especial cuidado con esos recién llegados tan pálidos, mis señores —dijo Galad—. Tienen tratos con los demonios y son poderosos. Igual que Norren. Y contactad también con los tres caballeros argion de Esthalia, nos ayudarán si les decís que los necesitamos.</p><p style="text-align: justify;">Tras concretar algunos detalles del plan de forma sorprendentemente rápida, Yuria dio por terminada la reunión.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, esperemos vernos mañana de nuevo en el palacio, mis señores. Con las once campanadas. Cada uno ya sabe lo que tiene que hacer.</p><p style="text-align: justify;">Los sermios se marcharon, y confiando en ellos, el grupo continuó ese día con el análisis de los pergaminos. A media tarde, descubrieron algo. Una especie de registro de acontecimientos datado hace muchos siglos. Varios pasajes llamaban la atención.</p><p style="text-align: justify;"><i>Últimamente he empezado a notar una sensación extraña. Un frío intenso recorre mi cuerpo.</i></p><p style="text-align: justify;"><i>Estoy intentando recorrer las galerías interiores en busca de las estancias primigenias, la construcción anterior, pero no he tenido éxito. Seguiré intentándolo.</i></p><p style="text-align: justify;"><i>Algo pasa, algo pasa. El espacio se retuerce. Las galerías de la academia parecen cambiar conforme avanzo en su interior. No lo entiendo, debería haber descubierto ya el acceso.</i></p><p style="text-align: justify;"><i>Anoche, mientras ordenaba pergaminos en la sección octava, experimenté una extraña visión. Un frío intenso y una intensa nevada. La nieve se abría a mis pies y caía en un abismo insondable, infinito. No sé qué me está pasando, pero creo que la obsesión por la búsqueda me ha cambiado.</i></p><p style="text-align: justify;"><i>Creo que ya sé que está pasando. Se debe entrar en un momento determinado, y por lo que entiendo, tiene que ser en algún momento del invierno, seguramente el solsticio. Esperaré y entonces intentaré entrar otra vez.</i></p><p style="text-align: justify;"><i>Estamos casi en el momento. Las sombras se han vuelto más pronunciadas, y adoptan formas que desafían la lógica. Parece que me persigan. No tengo muy claro qué está pasando, pero algo está detectando mis intentos de entrar. No sé qué hacer, pero lo que puedo conseguir es mucho. Vale la pena.</i></p><p style="text-align: justify;">—Esto hace referencia claramente a lo que busca Ashira —afirmó Symeon—. El solsticio de invierno.</p><p style="text-align: justify;">—Si eso es verdad, por lo menos sabemos que Ashira no podrá encontrarlo en muchos meses —dijo Galad.</p><p style="text-align: justify;">—A no ser que la locura la posea —contestó Symeon— y manipule la Vicisitud para crear un invierno ficticio, o para acelerar el tiempo, o cualquier otra media desesperada.</p><p style="text-align: justify;">Se miraron, intuyendo la verdad en las palabras del errante.</p><p style="text-align: justify;">—En cualquier caso, lo tendrá que deducir por sí misma, eso nos da tiempo —dijo Yuria, enrollando el pergamino y poniéndolo a buen recaudo.</p><p style="text-align: justify;">Por la tarde siguieron analizando el resto de pergaminos, y acabaron con ellos. Ni rastro del ritual por el que habían acudido a Doedia.</p><p style="text-align: justify;">—Maldición —dijo Symeon, apretándose los ojos con el índice y el pulgar—. Habría jurado... en fin, es tarde para lamentaciones. Tendremos que continuar la búsqueda en Doranna o en Irza.</p><p style="text-align: justify;">—Hemos perdido ya tres semanas desde que llegamos aquí —escupió las palabras Daradoth—. Tres semanas que la Sombra ha ganado.</p><p style="text-align: justify;">—No seas tan negativo —dijo Galad—. Si no hubiéramos venido, Ashira y Datarian habrían campado a sus anchas. El viaje ha sido muy productivo.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth calló, pensativo.</p><p style="text-align: justify;">Al atardecer, Galad y Daradoth plantearon la conveniencia de dormir en el monasterio de Sairethas para volver a primera hora de la mañana con Taheem, Arakariann, los tres muchachos del Vigía, y un par de los soldados del <i>Empíreo</i>. Y quizá también el bardo Anak Résmere. Todos juntos formarían una fuerza nada desdeñable para el asalto del día siguiente. El grupo al completo partió hacia allá al galope. Allí se reunieron con sus compañeros y les explicaron la gravedad de la situación. Todos se ofrecieron voluntarios para acompañarles, incluido Anak.</p><p style="text-align: justify;">Por la mañana, la comitiva de trece personas abandonaba temprano el monasterio y viajaba discretamente hasta la ciudad a pie, acompañados de un par de carromatos para infiltrarse sin ser vistos. Todo parecía tranquilo. <br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-89527539234888079902024-01-15T18:14:00.007+01:002024-01-19T22:28:42.689+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 12<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Continúa la Búsqueda. Encuentro con Datarian.<br /></span></p><p style="text-align: justify;">Daradoth pensó durante unos instantes, consternado.</p><p style="text-align: justify;">—¿Creéis entonces que si Galad empuña esa espada nos llevará a la perdición?</p><p style="text-align: justify;">—La visión es clara en sí misma —dijo Ilwenn—, pero si lo que necesitáis es una confirmación oral explícita propia de un infante, sí, es lo que creo.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth decidió ignorar las ásperas palabras de Ilwenn, visiblemente incómoda cuando hablaba de sus percepciones, aunque era plenamente consciente de que las continuas dudas sobre sus conclusiones eran uno de sus peores defectos. Se despidió amablemente y, tras una breve conversación con Arëlieth en la que aguantó de nuevo las quejas por no estar ya en Doranna, se dirigió rápidamente a reunirse con Galad, que había aprovechado para hacer un aparte con su padre. A los pocos minutos, montaban a caballo y enfilaban el camino a Doedia.</p><p style="text-align: justify;">—Ilwenn me ha revelado algunos detalles inquietantes en el monasterio hace un rato —dijo el elfo—. Como sabes, y si no lo sabes te lo digo ahora, ella ve visiones sobre el destino de la gente, o sobre las cosas que les van a suceder, no lo tengo muy claro. El caso es que me ha dicho que desde hace varios días sus visiones sobre ti han cambiado para mostrar unas "alas de hiriente luz roja" y "una espada enorme que clavas en la tierra, mientras esta sangra y se estremece".</p><p style="text-align: justify;">—Desde luego, no es una visión tranquilizadora —contestó el paladín—. ¿Estás seguro de que se trata de Églaras, la que empuñé en Tarkal? En aquel momento no pude soportar el poder que me proporcionaba.</p><p style="text-align: justify;">—Estoy seguro, por lo que me dijo. Y las alas del arcángel de Emmán...</p><p style="text-align: justify;">—Norafel. Pero, ¿no tendrá algo que ver con el asunto de tomar partido por los gemelos herederos del Imperio Trivadálma? Si lo hacemos, muchos reinos se verán afectados, y la situación se tornará en violencia rápidamente. Se podría decir que la tierra se estremecerá.</p><p style="text-align: justify;">—No lo creo. En mi opinión esto está más estrechamente relacionado con Églaras y Emmán. ¿Has notado algún cambio en tu señor?</p><p style="text-align: justify;">—No, no he notado nada distinto. Pero al fin y al cabo, esto son solo interpretacionse.</p><p style="text-align: justify;">—Absolutamente. Supongo que necesitamos más pareceres sobre el asunto.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, busquemos a los demás.</p><p style="text-align: justify;">De vuelta en la biblioteca, compartieron toda la información con Yuria, Symeon y Faewald.</p><p style="text-align: justify;">—Es posible que el cambio no sea en el propio Emmán, sino en su arcángel, Norafel —sugirió el errante.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá pueda estar cambiando debido a su cercanía a la Espada del Dolor —comentó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—No podemos descartarlo, pero desde luego si lady Ilwenn ha visto eso, habrá que tener cuidado llegado el momento, y prepararnos para ello.</p><p style="text-align: justify;">—Yo confío en ti, Galad, a pesar de cualquier visión —intervino Yuria—, y a mi entender y por lo que vimos cuando Eraitan empuñaba a Dirnadel, es el portador de la espada el que ha de someter la voluntad del Arcángel, y siempre es posible que no lo consiga, pero si su fuerza de voluntad se impone, no debería ser un problema. Si es que es cierto que es el Arcángel el que ha cambiado y no Emmán, claro.</p><p style="text-align: justify;">Yuria se sentía extraña. «Quién me habría dicho a mí hace tan solo un año que estaría discutiendo, y aceptando, preceptos religiosos».</p><p style="text-align: justify;">Después de discutir sobre las visiones de Ilwenn, Galad les contó acerca del extraño grupo de jinetes con el que se habían cruzado de camino al monasterio, y Daradoth insistió sobre el hecho de que el que iba en cabeza era prácticamente Sombra en su totalidad, algo extremadamente raro.</p><p style="text-align: justify;">La descripción del tatuaje del hombre pálido agitó los recuerdos de Symeon, concretamente los recuerdos de sus viajes por el reino de Adastra. No lo recordaba bien, pero alguien le habló, o leyó en algún escrito sobre un tatuaje de once puntas acabadas en flecha. «Once. El número de la Sombra».</p><p style="text-align: justify;">—Según recuerdo, aunque no me acuerdo de la fuente, una estrella de once puntas acabadas en flecha es el tatuaje que se graban los miembros de una hermandad llamada los Hijos del Abismo, que al parecer, encuentran solaz en comunicarse con los demonios de las esferas inferiores. Sospecho que aquellos "monjes" pálidos que formaban parte del séquito del Ra'Akarah pertenecían a la secta.</p><p style="text-align: justify;">Todos recordaron los círculos de once piras que habían visto durante su huida del imperio vestalense, donde habían ardido cientos de personas. </p><p style="text-align: justify;">—Es cierto —confirmó Yuria, a la que las palabras de Symeon habían hecho aflorar los recuerdos—, recuerdo haber oído hablar de ellos durante mis viajes a Irza. De hecho, en el brazo noreste, justo al norte del mar Tábanat, hay una región llamada Irgem que se dice que está embrujada debido a las malas artes de los hijos del abismo. Incluso teníamos prohibida la navegación cerca de allí.</p><p style="text-align: justify;">—Y otro hecho interesante —retomó la palabra Symeon, recordando sus tiempos de latrocinio junto a Ashira y el desastre que causaron con la copia del libro de Aringill en Creä— es que los hijos del abismo ambicionan sobre todas las cosas el hacerse con un antiguo tratado, un grimorio, que llaman el Libro de Marenthelos. Se dice que lo que el libro de Marenthelos es a lo demoníaco (quizá sería más correcto decir "a la Sombra"), lo que el libro de Aringill es a los ángeles (supongo que más correctamente, "a la Luz"). Lo que me lleva a plantearme cuestiones tan interesantes como turbadoras...</p><p style="text-align: justify;">—Como, por ejemplo, si lo que está buscando Ashira puede ser ese libro —acabó la frase Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Correcto. Ninaith no lo quiera. Pero si vienen a reunirse con Ashira, y con ellos viene una persona aún más saturada de Sombra que Ashira, creo que eso implica que tenemos que acelerar nuestras incursiones en la biblioteca, y cerrar esa "brecha" que buscan. —Meditó en silencio durante unos instantes, aparentemente confuso—. Aunque tampoco sé si eso será de alguna utilidad, si no "llega el momento", sea lo que sea que quiera decir eso.</p><p style="text-align: justify;">Tras una frugal cena, se dirigieron de nuevo al interior de la biblioteca. Ya en las primeras salas, Symeon susurró:</p><p style="text-align: justify;">—Quizá si llegamos lo suficientemente profundo, puedas intentar percibir los hilos de la Vicisitud ahí dentro y tengamos más pistas, Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, lo intentaré.</p><p style="text-align: justify;">Después de varias horas de deambular por la biblioteca, Symeon llegó a un convencimiento que compartió con los demás:</p><p style="text-align: justify;">—¿A alguien más le parece que es como si hoy fuera todo más difícil? ¿Como si la biblioteca nos dificultara la orientación defendiéndose a sí misma?</p><p style="text-align: justify;">—En vista de que hoy ni siquiera hemos llegado a las galerías de las tablillas, yo diría que sí —corroboró Galad.</p><p style="text-align: justify;">Lo bueno fue que tampoco tuvieron ningún encuentro imprevisto; pero no tuvieron más remedio que desistir, agotados. Al salir, el sol ya estaba alto en el cielo; era media mañana. Se retiraron a descansar. Symeon avisó a Aythara de que retomarían el estudio por la tarde y antes de retirarse a su celda se despidió de sus compañeros, que aún tardaron un buen rato en llegar a palacio.</p><p style="text-align: justify;">Allí la situación estaba muy agitada. Muchísima gente iba de aquí para allá, ajetreada en sus quehaceres, y pudieron ver bastantes caras de preocupación. No tardó en reunirse con ellos el senescal Aereth.</p><p style="text-align: justify;">—Mis señores, ha surgido un imprevisto grave —dijo, compungido—. Esta mañana sus majestades los reyes no han despertado de su sueño, y presentan síntomas de enfermedad, con fiebre alta. —Daradoth hizo amago de contestar, pero el senescal lo interrumpió con un gesto, continuando—: Si sois tan amables de acompañarme, os lo explicaré con más detenimiento.</p><p style="text-align: justify;">Los condujo a una de las salas de reuniones más discretas del complejo. Allí, los recibieron de pie y con gesto serio el bardo Anak Résmere, la duquesa Serilen Dhorenal y el capitán de la guardia real, sir Garlon. La duquesa tomó rápidamente la palabra:</p><p style="text-align: justify;">—Esta reunión debe ser muy rápida. La hemos organizado porque confiamos plenamente en vosotros, dada la relación de Ilaith con sus majestades y los últimos acontecimientos en la biblioteca. Queremos poneros en antecedentes de lo que consideramos ha sido una acción hostil por parte de nuestros enemigos, llevada a cabo con medios sobrenaturales. Supongo que Aereth ya os ha puesto en antecedentes.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —dijo Yuria—. Sus majestades no han despertado y tienen fiebre y síntomas de enfermedad. Ya hemos visto algo igual en el pasado, en Esthalia. Podemos afirmar con casi total seguridad que han atacado sus sueños, como le pasó a lord Walran de Rheynald o al marqués de Arnualles.</p><p style="text-align: justify;">Serilen la miró, confundida, pero se repuso casi al instante.</p><p style="text-align: justify;">—De acuerdo, nos encargaremos de eso en cuanto podamos. El caso es que el duque Datarian, que estaba convocado hoy a palacio, llegó a primera hora y al encontrarse esta situación, ha aprovechado para tomar el mando del reino y asumir la regencia. Para ser del todo justos, he de decir que algunos de los miembros del consejo se lo ofrecieron, no fue una iniciativa que partiera de él, pero me temo que todo esto ha sido orquestado en la sombra.</p><p style="text-align: justify;">—Nos reuniremos con Symeon inmediatamente.</p><p style="text-align: justify;">—Debemos establecer un lugar seguro para reunirnos en el futuro —intervino Anak—. Os haremos llegar la localización en breve.</p><p style="text-align: justify;">—De acuerdo —contestó Galad—. Supongo que no podemos ver a sus majestades en este momento, ¿verdad?</p><p style="text-align: justify;">—No lo creo, no —zanjó el senescal.</p><p style="text-align: justify;">Mientras salían, Serileth susurró:</p><p style="text-align: justify;">—No sé durante cuánto tiempo podré seguir manteniendo mi fachada de neutralidad, estad alerta por si acaso.</p><p style="text-align: justify;">Anak dejó que se marcharan y se giró hacia el grupo:</p><p style="text-align: justify;">—Mi intención es salir de palacio bajo cualquier pretexto de misión para las Leyendas Vivientes, en no más de una hora.</p><p style="text-align: justify;">—¿Vais a ir al monasterio? —inquirió Daradoth, en voz muy baja.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, es mi intención, de momento me quedaré allí. Espero que nos veamos pronto —se despidió de ellos con un apretón de manos.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto. </p><p style="text-align: justify;">Una vez solos, se dirigieron al exterior, pero Daradoth se detuvo en uno de los pasillos más solitarios.</p><p style="text-align: justify;">—Voy a intentar llegar a los aposentos de los reyes —anunció, y empezó a desvestirse—. Usaré mis habilidades de ocultamiento, por favor llevaos mi ropa.</p><p style="text-align: justify;">Poco después, equipado solo con su espada y un calzón, Daradoth se dirigía hacia el ala regia mientras sus amigos partían a la biblioteca. Al intentar traspasar una puerta custodiada aprovechando el paso de dos sanadores, no pudo evitar que su hechizo de invisibilidad cesara el efecto y los guardias se sorprendieran al verlo. Afortunadamente, todavía no habían recibido órdenes claras al respecto, y además sentían una gran admiración por Daradoth, así que unas breves palabras de este bastaron para que comprendieran la situación y le dejaran continuar. </p><p style="text-align: justify;">Subió las escaleras hasta el piso de acceso a los aposentos reales. Había guardias por doquier, y no solo de la guardia real; al menos la mitad mostraban otra librea que los identificaba como soldados. Evitándolos, siguió a los sanadores y llegó por fin al acceso a las habitaciones de los reyes. Prefirió no entrar, juzgando que desde aquel lugar sería suficiente para sentir los filamentos de la Vicisitud y detectar cualquier cosa extraña. Se apartó a un rincón, y desde allí se concentró.</p><p style="text-align: justify;">Tras un gran esfuerzo, comenzó a percibir la urdimbre de la realidad. Los millones y millones de filamentos lo aturdieron, embotaron su entendimiento. Además, detectó una cantidad ingente de hilos de Sombra apareciendo desde un origen desconocido que intentaban entrelazarse con la urdimbre normal. Dejó de concentrarse, víctima de un fuerte mareo, pero afortunadamente consiguió apoyarse contra la pared y recuperarse en unos segundos. «Maldición. Esos hilos de Sombra... algo está pasando», pensó. Se apresuró a volver sobre sus pasos, salió por la puerta donde los guardias lo habían visto con la ayuda de estos, y se encaminó hacia la biblioteca, todavía invisible, sintiéndose frustrado y furioso. Tuvo que detenerse un par de veces cuando todo a su alrededor se tornó rojizo y sintió deseos de destruir con su espada el menor atisbo de Sombra en la cercanía.</p><p style="text-align: justify;">En la residencia de los Maestros del Saber, el resto del grupo intentaba descansar. Tras informar de sus intenciones a Nerémaras, Symeon entró al mundo onírico para ver si podía averiguar algo sobre la situación de los reyes.</p><p style="text-align: justify;">Su celda, austera en el mundo real, mostraba un aspecto magnífico en el mundo de los sueños. Miró hacia un lado, donde podía percibir la representación de Galad en el mundo onírico, una figura fantasmal y cruciforme. La luz plateada que emitía normalmente había tornado en una luz más rojiza. «Tendremos que hablar sobre esto en algún momento», pensó. La representación de Yuria seguía firme y constante, al otro lado de la estancia. </p><p style="text-align: justify;">Con gran sigilo, Symeon salió de la celda, y con uno de sus "saltos" (no se le ocurría una forma mejor de llamar a los deslizamientos del paisaje que provocaba con su voluntad) llegó al exterior del complejo. Lo primero que le llamó la atención fue la Gran Biblioteca, que nunca había visto en el mundo onírico. Su representación era extrañísima y difícil de aprehender. En el núcleo se podía ver un edificio majestuoso, resplandeciente, palatino. Pero alrededor lo envolvía una bruma cambiante que ora se tornaba en humo, ora en torres fortificadas, ora en unos muros laberínticos. La cantidad de sonámbulos —personas que entraban involuntariamente en el mundo onírico— que podía ver en aquel entorno cambiante era desmesurada. La percepción del errante se vio realmente abrumada por lo que veía, tal era su magnitud, así que decidió girarse hacia la ciudad e ignorar por el momento ese caos. </p><p style="text-align: justify;">Un par de saltos más lo llevaron hasta aproximadamente la mitad del camino entre la biblioteca y la ciudad. A lo lejos a su izquierda pudo ver una figura borrosa, toda ella bruma plateada, que empuñaba una espada. «Parece que Daradoth está bien y viene hacia la biblioteca, menos mal». Un nuevo salto lo acercó ya a las afueras de la ciudad. Instantáneamente, todo su ser se puso en alerta. Sobre la representación de la ciudad se podía ver la representación del palacio, en la elevación más alta. Y sobre el palacio... «¿Qué demonios es eso?». Una gran figura negra, aparentemente compuesta de jirones de humo negro, se encontraba sobre el palacio, aleteando y suspendida en el aire. La mente de Symeon rebuscó en todos sus recuerdos a la velocidad del rayo, sacando a la luz libros, escritos y clases del pasado. «Maldita sea. Un s<i>ombrío</i>». La figura debía de tener el tamaño aproximado de un dragón, y aunque no sabía mucho de ellos, le habían contado lo suficiente como para saber que era mejor evitar un encuentro con un sombrío.</p><p style="text-align: justify;">Se acercó un poco más a palacio, intentando buscar la cobertura de las murallas y los edificios. Se asomó sobre un tejado, observando todo a su alrededor. Los soñadores involuntarios iba y venían, y a los pocos segundos, el vello de su nuca se erizó. El sombrío giró su enorme mole hacia él. «Debe haber notado que estoy aquí». Mientras este pensamiento cruzaba la mente de Symeon, un fulgor plateado pasó a toda velocidad por el límite de su línea de visión, a la derecha. Se giró, pero no consiguió ver nada. Preocupado, intentó usar sus habilidades para crear varias presencia-señuelo de él mismo. No obstante, solo pudo crear una.</p><p style="text-align: justify;">Un borrón de sombras vertiginoso se acercó instantáneamente, deformándose por la velocidad, pero recuperando su forma cuando llegó sobre él. El sombrío alzaba su mole de sombras justo sobre Symeon, provocándole escalofríos. Al mismo tiempo, una figura argéntea apareció sobre los tejados y se lanzó rugiendo sobre el señuelo que había creado segundos antes. Una especie de mastín enorme deshizo la ilusión con sus fauces. «Maldición, un dogo onírico, esto es demasiado», pensó, mientras el pánico empezaba a poseerlo. Pero su pura fuerza de voluntad lo sacó de allí, despertando al mundo de vigilia instantáneamente y sobreexcitado por la adrenalina.</p><p style="text-align: justify;">Cuando normalizó la respiración, despertó a sus adormilados compañeros y les contó lo que había pasado. En ese momento se unió a ellos Daradoth, a tiempo para escuchar lo que Symeon había visto.</p><p style="text-align: justify;">—Yo solo no puedo enfrentarme a eso —dijo lúgubremente Symeon—. Va a ser muy difícil poder llegar hasta los reyes.</p><p style="text-align: justify;">—Físicamente es imposible sacarlos de allí, al menos discretamente —añadió Daradoth—. Aunque al menos la guardia real parece estar todavía de nuestra parte, ya hay apostados soldados, supongo que fieles a Datarian, custodiando los aposentos reales.</p><p style="text-align: justify;">—Pero cuanto más tiempo pase va a ser peor —advirtió Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, sin duda —coincidió Galad—. Debemos actuar pronto. Deberíamos hablar cuanto antes con el duque, antes de que Ashira pueda pasar más tiempo con él.</p><p style="text-align: justify;">—Ahora mismo contamos con el favor de las masas —continuó Yuria—, no creo que se atreviera a tomar ninguna medida, por esa parte creo que estamos protegidos, así que, sí, yo también creo que deberíamos ver al duque cuanto antes.</p><p style="text-align: justify;">—Pero debemos descansar, yo apenas puedo mantener los ojos abiertos —dijo Symeon—. Y vosotros no tenéis mucho mejor aspecto. —Alguien llamó a la puerta de la celda y la abrió; era Aythara que volvía para pedir instrucciones de Symeon en cuanto a los pergaminos—. ¡Ah, Aythara, precisamente quería verte! Ahora todos vamos a descansar un rato. Por favor, necesitamos que estés alerta y, si notas que durante el sueño algo fuera de lo común nos sucede, despiértanos en el acto.</p><p style="text-align: justify;">Con Aythara alerta, se acomodaron como pudieron en la pequeña celda de Symeon para intentar dormir un rato. Como ya había venido siendo la tónica habitual para el errante, todos ellos soñaron con el frío, el sol bajo en el horizonte, la nieve que caía y que se abría a sus pies y el desplome hacia un abismo insondable de espacio y tiempo. Todos cayeron, excepto uno. Symeon se sorprendió al verse envuelto por unas alas sombrías que evitaban que cayera, al menos físicamente. Su mente, por el contrario, descendió bruscamente por una espiral de culpa y tristeza al recordar claramente «¿cómo es posible?» cómo su padre moría, sus tíos morían, su pueblo moría con una agonía indescriptible y todo por su culpa. Gritó, sacando sus propias entrañas, pero con la voz ahogada por un zarcillo de bruma negra que se coló a través de su garganta hasta hurgar en lo más profundo de su ser.</p><p style="text-align: justify;">—¡Hermano Galad! ¡Hermano Galad! ¡Lord Daradoth! —la voz de Aythara era presa de una angustia atroz. Daradoth y Galad se despertaron, zarandeados, y Yuria también por el escándalo—. ¡Algo le pasa a lord Symeon! ¡No puedo despertarlo! ¡Por favor!</p><p style="text-align: justify;">Symeon gemía, las venas de su cuello y de su frente hinchadas, lágrimas en sus ojos y expresión de quebranto infinito. No respiraba, tenso. Yuria lo zarandeó, y Galad invocó a Emmán, para insuflar coraje en su amigo. </p><p style="text-align: justify;">El errante, enterrado en sombras y sintiendo que los zarcillos de bruma hurgaban en cada recoveco del interior de su cuerpo, sintió que la consciencia lo abandonaba, y que las tinieblas de la muerte lo reclamaban por fin. Pero, de repente, un tirón enérgico, virtuoso, inconmensurable, hizo que vomitara de repente los zarcillos y lo impulsó bruscamente hacia la luz.</p><p style="text-align: justify;">Symeon despertó con un estertor, intentando llevar aire desesperadamente a sus pulmones, y consiguiéndolo tras unos segundos de agonía. Se abrazó a Yuria, que se encontraba sobre él, tras haberlo abofeteado para hacerlo reaccionar, con los ojos llorosos.</p><p style="text-align: justify;">—Por todos los infiernos, ¿qué ha pasado? —preguntó.</p><p style="text-align: justify;">—Creo... creo... que el sombrío ha encontrado mi sueño —respondió Symeon, entrecortadamente. Sentía una mezcla de dolor, ansiedad y remordimiento. Sollozó.</p><p style="text-align: justify;">Tras unos minutos en los que respetaron el dolor de su amigo, el resto planteó la conveniencia de seguir durmiendo en aquel lugar. Symeon dio su opinión:</p><p style="text-align: justify;">—Creo que sí, deberíamos dormir, al menos yo estoy agotado, es imposible que siga despierto. Encontrar los sueños es extremadamente difícil y no creo que vuelva a ocurrir. Y no sé... —se le notaba realmente cansado—, si vuelve a suceder, pues... ya veremos... —no pudo decir más, cerró los párpados.</p><p style="text-align: justify;">Por fortuna, el nuevo ciclo de sueño transcurrió sin incidentes, con Aythara y Daradoth alerta ante cualquier signo de peligro. El resto despertó ya bien entrada la tarde, con la noche ya presente, doloridos por las incómodas posiciones que habían tenido que adoptar, pero descansados.</p><p style="text-align: justify;">Se encontraron con Svadar, también preocupado por la situación de los reyes. Le preguntaron por la situación en palacio, pero el gran bibliotecario no les pudo dar demasiada información:</p><p style="text-align: justify;">—Supongo que el duque está todavía abrumado por la situación y el trabajo de hacerse cargo del reino; es un hábil militar, pero la gestión de un reino requiere mucho más que eso. Eso sí, ha puesto bajo fuerte custodia y cuidados médicos a sus majestades. Y temo que en breve pueda llevar a cabo alguna injerencia en los asuntos de la biblioteca.</p><p style="text-align: justify;">—¿De Ashira se sabe algo? —preguntó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—De momento no.</p><p style="text-align: justify;">—¿Han levantado la orden de exilio? —inquirió Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Que yo sepa, aún no.</p><p style="text-align: justify;">—¿Creéis que correríamos algún peligro si pidiéramos audiencia al duque?</p><p style="text-align: justify;">—No creo que el duque se atreviera a tomar ninguna acción contra vosotros, dado vuestro ascendiente entre el pueblo, los nobles, la guardia, e incluso el ejército. No creo que corráis peligro, la verdad. Lo que sí os aconsejo es que aceleréis el estudio de esos pergaminos que estáis estudiando, en previsión de que pueda haber algo que os impida su acceso en el futuro.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien, así lo haremos, muchas gracias Svadar.</p><p style="text-align: justify;">Symeon y Yuria se dirigieron a continuar con su estudio, mientras Galad y Daradoth se dirigían a palacio para pedir audiencia con el duque Datarian. Ya hacía tiempo que había entrado la noche, así que no sabían si lo conseguirían, pero salieron hacia Doedia para intentarlo. No tardaron en encontrarse con el senescal Aereth, que parecía bastante atareado. Cuando le dijeron que querían pedir audiencia con el duque, el senescal les comunicó que Datarian también estaba interesado en verlos, así que sin duda podían contar con encontrarse ante el duque el día siguiente a mediodía.</p><p style="text-align: justify;">—¿Cómo está la situación? ¿Y sus majestades? —preguntó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Los síntomas de sus majestades han empeorado un poco, pero en general, la situación es la misma. El duque está abrumado por la cantidad de información que está recibiendo de parte de los senescales, los bardos y lady Sirelen —les hizo un gesto cómplice—. Por el momento, está actuando de forma seria y responsable, al parecer genuinamente interesado en todos los asuntos del reino. Con ayuda de sus propios consejeros, claro.</p><p style="text-align: justify;">—¿Alguno extraño entre ellos? ¿Algún extranjero o extraño?</p><p style="text-align: justify;">—Bueno, no los conozco bien en realidad, pero uno me ha llamado la atención, porque no lo había visto nunca, un hombre de pelo cano en las sienes, calvo, con poblado bigote y con unos ojos de un azul hielo tan claro que le dan un aspecto inquietante. Eso sí, habla sermio sin ningún acento en absoluto; por sus rasgos diría que es extranjero, pero no estoy totalmente seguro.</p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiEhQje9LekcONdxzpPHTpwcVpNfdsfZi8qqbbHAlPkIcSpCfIoPxT_fk5UzUuqkpzazUmFmJhbe8ulCETdP0JRySihtj3lZ4Z5ZIHRoFjW8mntJibulQYsXsOCjc1IPzHdW-fwtwiKitow0gReCWsvyq48s5B4DvraRmXpr4yjJLe9m_z3111nnSiPA1q/s1024/Norren.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="768" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiEhQje9LekcONdxzpPHTpwcVpNfdsfZi8qqbbHAlPkIcSpCfIoPxT_fk5UzUuqkpzazUmFmJhbe8ulCETdP0JRySihtj3lZ4Z5ZIHRoFjW8mntJibulQYsXsOCjc1IPzHdW-fwtwiKitow0gReCWsvyq48s5B4DvraRmXpr4yjJLe9m_z3111nnSiPA1q/s1024/Norren.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Norren, consejero del duque Datarian</td></tr></tbody></table><br /><p style="text-align: justify;">Daradoth y Galad se miraron. El hombre que encabezaba el grupo de jinetes con el que se cruzaron, el henchido de sombra.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien, gracias por la información; entonces estaremos aquí mañana a mediodía, puntualmente —dijo Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Una cosa más. —Se aclaró la voz, y se acercó a ellos. Susurró—: Lady Serilen está preocupada. Cree que deberíais tomar medidas en un plazo breve, no superior a tres o cuatro días.</p><p style="text-align: justify;">—¿Medidas para escapar? —repuso Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—¿Para escapar? No, por supuesto que no. —Aereth miró alrededor, temiendo que los observaran—. Si os parece bien, la duquesa propone como lugar seguro las oficinas de Svadar, en la biblioteca. Os mandará aviso solo con la hora. Lo que tenemos claro es que el apoyo de lord Daradoth será decisivo para cualquier movimiento político.</p><p style="text-align: justify;">En la biblioteca, Symeon y Yuria se aprestaron para una nueva sesión de análisis con Aythara y los demás que les llevaría toda la noche. Varios pergaminos fueron descartados en las horas de estudio, hasta que, entrada la mañana y con el sol alto, se retiraron a descansar a palacio.</p><p style="text-align: justify;">Mientras sus amigos descansaban, Galad y Daradoth se asearon, vistieron, y salieron para encontrarse con el duque Datarian cuando uno de los senescales acudió en su busca. Mientras se encaminaban hacia el ala regia de palacio, Galad compartió con su amigo algo que había pensado en los últimos minutos:</p><p style="text-align: justify;">—Acabo de caer en la cuenta de que ni siquiera sabemos si el duque Datarian es realmente un usurpador. Todo el mundo parece haber asumido su regencia, pero si los reyes realmente murieran...</p><p style="text-align: justify;">—Tienes razón. Es hermano de la reina, no del rey, y en nuestra visita anterior a Doedia nos presentaron a la sobrina del rey, en la línea de sucesión. Creo recordar que tenía un nombre con entonación élfica, ¿Eferë?</p><p style="text-align: justify;">—Si es así —continúo Galad, interrumpiendo la disertación lingüística de Daradoth—, creo que tenemos algo de tiempo. Intentará utilizar su regencia para allanar su camino al trono. Si es que quiere ser rey, claro.</p><p style="text-align: justify;">—No lo dudes, Datarian está aconsejado por seres de la Sombra —dijo Daradoth, cuya visión se tiñó de rojo durante un instante al acabar la frase.</p><p style="text-align: justify;">Ante el trono del lobo, un poco más abajo, el duque Valemar Datarian había situado respetuosamente una sede para recordar a todos que ejercía la regencia en nombre del rey. «¿Lo sentirá sinceramente o solo querrá aparentar hulmidad?», pensó Galad, confuso.</p><p style="text-align: justify;">El duque se giró hacia ellos, un noble sermio de pura cepa, y a la vez soldado —capitán general de los ejércitos de Sermia—. Serio, duro, aguerrido, severo. Alrededor de la sede se encontraban los consejeros, tanto los reales como los del duque. Allí se encontraba Irmele Seren, la barda real, la duquesa Serilen, dos senescales, y otros desconocidos; entre ellos, el hombre calvo del poblado bigote y los ojos pálidos, rebosante de Sombra, como el escalofrío que sintió Daradoth atestiguaba. Y su visión, que se tornó roja. Crispó la mano sobre el puño de la espada; centró su atención en el duque, volviendo a la normalidad a duras penas, pues el noble también tenía una gran proporción de ella.</p><p style="text-align: justify;">—Ah, lord Daradoth, hermano Galad —dijo, todo lo afablemente que permitía su expresión circunspecta; cojeaba un poco al andar—, es un honor recibiros, estaba deseando poder hablar con vosotros. Adelante, adelante.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias por recibirnos, apreciamos que hayáis encontrado el tiempo para hacerlo —empezó, diplomático como siempre, Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, la verdad es que estoy bastante abrumado, ¿pero cómo no iba a tener tiempo para departir con los grandes héroes de la Luz? Y más en las circunstancias actuales, una desgracia lo de sus majestades...</p><p style="text-align: justify;">—Queríamos verlos, si es posible —lo interrumpió, sin ambages, Daradoth. El duque guardó silencio unos instantes, como valorándolo con la mirada.</p><p style="text-align: justify;">—Me temo que ahora mismo es imposible, los sanadores desaconsejan toda visita que no sea imprescindible, pues necesitan reposar sobre todo lo demás.</p><p style="text-align: justify;">Galad vio la oportunidad de intervenir:</p><p style="text-align: justify;">—Recordad que soy un paladín con el favor de Emmán, y mis plegarias pueden ayudar a mejorar el estado de sus majestades. Me gustaría intentarlo al menos.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, no os lo puedo negar. Lo propondremos al consejo de sanadores y os haré llamar tan pronto como decidan que podéis visitarlos —hizo un gesto a uno de los dos escribas, que se apresuró a apuntar esto último.</p><p style="text-align: justify;">Galad y Daradoth se miraron discretamente.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y qué va a pasar a partir de ahora? —espetó el elfo. Datarian iba a fulminarlo con la mirada, lo notó, pero en el último momento bajó la vista.</p><p style="text-align: justify;">—Pues espero que sus majestades mejoren y no tenga que pasar nada, que todo vuelva a la normalidad.</p><p style="text-align: justify;">Parecía sincero. «Qué bien mentís, maldito», pensó Daradoth, que escupió las siguientes palabras mientras notaba que su visión se teñía de rojo en los extremos.</p><p style="text-align: justify;">—¿Sabéis algo de Ashira? Los reyes os habían convocado ayer para preguntaros sobre ella .</p><p style="text-align: justify;">—No, la verdad es que no la he visto en varios días —se notaba que el duque estaba teniendo que tragarse su orgullo; no estaba acostumbrado a que le hablaran así.</p><p style="text-align: justify;">—Disculpad tantas preguntas, mi señor —trató de apaciguarlo Galad—, pero, ¿no han podido diagnosticar la enfermedad que aqueja a los reyes?</p><p style="text-align: justify;">—La verdad es que no. Se han descartado varias, pero no se ha llegado a un diagnóstico definitivo. El hecho es que no pudieron despertar de su sueño, algo muy extraño. Pero quiero que sepáis que mi intención es mantener la situación lo más estable posible en espera de la recuperación de sus majestades. Nos centraremos en la reconstrucción de la ciudad. Y, por otro lado, retiraré los edictos que me parecen injustos.</p><p style="text-align: justify;">—¿Como la expulsión de Ashira?</p><p style="text-align: justify;">—Sí. Después de ver lo que pasó en la biblioteca sé que sois enemigos, pero ese edicto me pareció injusto.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, gracias por vuestra atención, señoría —se despidió Galad, viendo el giro peligroso que había tomado la conversación—. Os ruego encarecidamente que me hagáis llamar cuando los sanadores den su visto bueno.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto.</p><p style="text-align: justify;">El senescal Aereth los acompañó hasta sus aposentos. Daradoth no podía quitarse la imagen del duque y la de su consejero de poblado bigote de la cabeza, pero contuvo el tinte rojo.</p><p style="text-align: justify;">—¿Sabéis cuál es el nombre del consejero del duque, Aereth? —preguntó.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, su nombre es Norren, no sé su apellido.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y participa mucho en las decisiones?</p><p style="text-align: justify;">—Solo cuando el duque le pide consejo, es muy discreto.</p><p style="text-align: justify;">Justo antes de que Yuria y Symeon se retiraran a descansar, se reunieron con ellos. Les contaron cómo había ido la conversación con el duque, y Daradoth aprovechó para compartir lo que le estaba sucediendo en la vista.</p><p style="text-align: justify;">—La frustración o la rabia provocan esa reacción —dijo—. Hasta ahora no le había dado importancia, pero me preocupa que pueda ir a más, por eso lo estoy compartiendo con vosotros.</p><p style="text-align: justify;">—¿Es posible que esté relacionado con la visión que tuviste cuando estuvimos con los hidkas, aquella en la que te viste en el trono con sangre alrededor? </p><p style="text-align: justify;">—No, no creo que sea eso. Creo que más bien tiene que ver con la presencia de la Sombra en mi cercanía.</p><p style="text-align: justify;">—Pues no sé qué decirte, habrá que tener cuidado. Aprovecho para deciros, ya que me lo has recordado, que la representación de Galad en el mundo onírico tenía un resplandor rojizo en lugar del plateado que era habitual hasta ahora. No sé si habrá alguna relación.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-20389630396135775312023-12-31T13:14:00.006+01:002024-01-08T12:57:09.408+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 11<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">El Fin de las Conferencias. Prosigue la Búsqueda.<br /></span></p><div style="text-align: justify;">Galad, Daradoth y Yuria se dirigieron unos minutos después al interior de la Biblioteca de nuevo, mientras Symeon dormía en su celda de la residencia de los Maestros del Saber. Los bibliotecarios no les pusieron pegas más allá que enarcar alguna que otra ceja al ver el creciente tráfico nocturno de las últimas noches.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Intentando averiguar cómo era posible que las gemas que portaban los fieles a Ashira funcionaran allí dentro, Galad intentó activar su anillo de luz. El poder pareció evaporarse al hacerlo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Estoy totalmente confundido con esto —dijo Daradoth.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—El caso es que no tenemos ningún objeto parecido a esos, que parecen estar siempre activos —sugirió Galad—. Es mejor no preocuparnos más por eso.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aun así, Daradoth insistió en hacer alguna prueba más, utilizando algún hechizo en el exterior que permaneciera activo al entrar en el edificio. Efectivamente, el hechizo de invisibilidad que utilizó, se disipó en cuanto atravesó el umbral.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Haríamos mejor preguntándonos qué es lo que está buscando Ashira con la ayuda de los sapientes —cortó Yuria—. Recuerdo que en tu sueño viste una especie de baúl con la superficie estrellada..</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Del que emanaba una sensación maléfica, sí —corroboró Galad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Quizá estén buscando una llave para ese "baúl", que ya sé que es algo simbólico —insinuó Daradoth—, pero también puede serlo la "llave". ¿Creéis que es un objeto?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No lo sé —contestó Galad—, pero quizá no tiene que ser algo material, sino quizá una especie de... fisura en la Vicisitud. Algo así. Tendremos que hablar con Symeon de esto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Vamos hacia dentro? —propuso Yuria.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Creo que no serviría de nada, es casi imposible que vuelva a encontrar el sitio donde sentí el frío y la caída, y los sapientes estarán ya lejos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Crees que es posible que el interior de la biblioteca cambie? Físicamente, quiero decir. No sé si os habéis fijado, pero es evidente que el interior parece más grande aún que el exterior, que ya es enorme de por sí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No sabría responder con seguridad a eso. Pero es muy posible, sí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—De ahí que hasta los propios bibliotecarios tengan dificultades para encontrar algo aquí dentro —añadió Daradoth.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Decidieron que lo mejor era retirarse a descansar para estar frescos el día siguiente, el día en que Daradoth cerraría su triunfal (y accidentado) ciclo de charlas. Por su parte, Symeon volvió a soñar, como siempre que dormía en la residencia de los sapientes. Soñó que era invierno, en una estancia en sombras y —una percepción nueva— atestada de libros; y notaba cómo la nieve caía sobre él a pesar de estar en un sitio cerrado. De repente, la nieve se abrió a sus pies, y empezó a caer... a caer sobre algo que luego no pudo recordar con claridad. Solo recordaba una clara sensación de amenaza, y que lo que fuera aquello, además de ser extremadamente peligroso, albergaba muchas respuestas. Así se lo refirió a sus compañeros cuando volvieron a reunirse por la mañana en la sala de estudio con Aythara y los demás.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad, Yuria y Daradoth también compartieron lo poco que habían averiguado la noche anterior, y el paladín compartió con los demás unas nuevas sospechas de que lo que realmente buscaban sus rivales era alguna especie de rasgadura en la realidad que les permitiría acceder a una parte oculta de la Biblioteca. No había ninguna solución inmediata, así que volvieron al análisis de los pergaminos. Antes de la hora de comer solamente pudieron descartar uno de ellos, extremadamente abstruso, y después se dirigieron hacia la escalinata para llevar a cabo la que tenía que ser, presuntamente, la última conferencia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La colina estaba abarrotada. Había más gente que nunca, expectante, con los reyes en su estrado privilegiado. Anak Résmere se encargó de la introducción, como siempre, excelsa, y a continuación potenció la voz de Daradoth. La conferencia transcurrió plácida, con Yuria, Galad y Symeon tomando algo más de protagonismo que en las anteriores, y todos se encargaron de mantener el tirón metafísico en un nivel que no hiciera que la realidad se viera alterada en demasía, pues ya habían visto lo que sucedía en tal caso con los Mediadores. En varias ocasiones la multitud aplaudió y rugió ante la arenga de los héroes de la Luz. Y ya transcurridas varias horas, el rey pidió la palabra:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ha sido un gran placer escuchar a lord Daradoth y sus compañeros hablar en favor de la Luz, y, por supuesto, puedo aseguraros que Sermia siempre se opondrá a Sombra y sus engendros. —Hizo una pausa, con su voz potenciada puesta a prueba por los vítores de la audiencia—. Además, quiero anunciar que uno de los bardos reales, Anak Résmere, y la duquesa Serilen, acompañarán a lord Daradoth en labores diplomáticas para tratar de trazar planes conjuntos si así lo tiene a bien. ¡Es mi esperanza que pronto veamos en tierras Sermias un gran ejército de legendarios elfos que nos ayude a prevalecer! ¡Salve, lord Daradoth! ¡Salve, Doranna!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El estruendo fue ensordecedor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">"¡Sí!", aclamó la masa. "¡Por la Luz! ¡Por la Luz!", coreaban. "¡Salve, lord Daradoth!", empezaron a rugir los acólitos. Pronto, miles de gargantas bramaban al unísono: "¡Salve! ¡Salve! ¡Salve, Daradoth! ¡Gloria a la Luz!".</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El tirón se hizo tan fuerte que el grupo incluso se mareó. Pero entre todos pudieron reconducir el entusiasmo y evitar que se desencadenara algún suceso extranatural.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El final transcurrió entre innumerables apretones de manos, felicitaciones, gritos de ánimo y palabras amables por parte de bibliotecarios, sapientes, nobles, oficiales e incluso gente del pueblo. Por supuesto, como ya había venido siendo la tónica habitual en los últimos días, los cronistas del Ciclo de las Eras se acercaron a todos los miembros del grupo para recordarles su obligación de prestar testimonio de todo aquello que les requirieran.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ya liberados, con la noche ya caída desde hacía un buen rato, se dirigieron a la Biblioteca acompañados por Faewald.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Esta noche vencía el plazo para que Ashira saliera de Doedia —dijo Galad—. ¿Creéis que todavía estará por aquí? Recordad que es protegida del duque Datarian, y que este es miembro del Pueblo del Rey de Reyes. —Sintió un escalofrío cuando hizo una más que preocupante asociación de ideas—: Quizá la haya refugiado también en el monasterio donde se encuentran mi padre y los demás.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—El duque Datarian tiene multitud de propiedades, Galad —lo tranquilizó Yuria—; no creo que el monasterio se le haya ni pasado por la cabeza.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es más probable que se encuentre en la biblioteca —manifestó Symeon.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Veo difícil que le hayan permitido entrar...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las palabras de Daradoth fueron interrumpidas por el errante:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No es necesario que se lo permitan. Las habilidades de Ashira, como las mías, nos permitieron entrar en el pasado en multitud de sitios prohibidos. Y ahora, con los poderes que debe de tener, pues... Y por si eso fuera poco, le bastaría con que los Maestros del Saber le permitieran el acceso a la residencia. Además de la entrada principal, desde la residencia hay un acceso directo al complejo, menos vigilado; y creo que en las oficinas de los bibliotecarios hay otra, y quizá más, aunque casi siempre cerrada. Así que si me preguntáis, sí, es probable que se encuentre en la biblioteca.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Aun así —dijo Daradoth—, contactaré con el Empíreo y les pediré que sobrevuelen el monasterio para que te quedes más tranquilo Galad. Si a Yuria le parece bien, claro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, por supuesto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un rato después, el capitán Suras les informaría de que el monasterio se encontraba tranquilo y en perfecto estado, para alivio de todos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En la biblioteca, procedieron a adentrarse hacia las profundidades con la guía de Symeon. Pronto, dejaron atrás los libros y los pergaminos, y avanzaban entre tablillas de arcilla. Y en un momento dado, en el silencio reinante, con el único sonido sordo de sus pasos, oyeron voces. Symeon fue el único que entendió las quedas palabras, pues quien fuera el que hablaba en susurros, lo hacía en idioma minorio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Creo que deberíamos avanzar por aquí —dijo la voz, masculina.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No, es por este otro camino —lo cortó tajantemente una voz de mujer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">«Ashira», pensó Symeon, reconociendo la voz al instante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ya os lo había dicho —susurró el errante a sus amigos—. Ashira está aquí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Continuaron su camino extremando sus precauciones. Daradoth empuñó su espada, en previsión de algún encuentro indeseado. Todos notaban cómo el cosquilleo en su nuca había ido en aumento, esa sensación extraña que habían sentido desde que habían llegado al complejo. Empezaron a ver algunas zonas ya no construidas, sino excavadas en la roca. «¿Cómo puede ser tan grande este lugar? Llevamos andando horas, es imposible», pensó Yuria.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La guía firme de Symeon ya no lo parecía tanto, y ahora parecían retroceder hacia zonas menos antiguas de la construcción.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Maldición —profirió en voz baja Symeon—, es como si algo nos impidiera avanzar. ¿Lo notáis?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Yo sí —concordó Daradoth. El resto permaneció en silencio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Creo que tendremos que manipular los hilos de la Vicisitud si queremos encontrar algo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿En un lugar tan inestable? —planteó Yuria—. Recordad lo que pasó la última vez...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ashira nos lleva ventaja. No veo otra solución para...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De repente, todo pareció dar vueltas a su alrededor. Daradoth calló de rodillas, presa de unas náuseas incontrolables, una sensación desconocida para él. El resto tuvo que apoyarse en paredes o estanterías para evitar caer. Por suerte, la sensación solo duró unos segundos. Pero justo a continuación, el suelo tembló levemente bajo sus pies. Levemente pero de forma clara y rotunda.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Veis? —preguntó Symeon—. Está ocurriendo. Debemos alterar la Vicisitud.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No —se opuso Galad—. Es demasiado arriesgado. Sigamos intentando avanzar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Continuaron caminando a la luz de los faroles durante un rato, hasta que llegaron a una nueva bifurcación. Una bóveda a la izquierda, y un pasillo con estanterías a su derecha. De repente, un nuevo mareo se apoderó de ellos, y la bóveda pasó a estar a la derecha y el pasillo a la izquierda. Daradoth abrió mucho los ojos, puso una mano en su nuca y cayó de bruces, debido al subidón de Sombra que notó de repente. Todos se arremolinaron alrededor de él, preocupados, pero el trance duró solo unos instantes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—He... he sentido la presencia de sombra como nunca antes —jadeó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ashira está manipulando la Vicisitud, seguro —advirtió Symeon—. No digo que hagamos lo mismo, pero al menos intentemos concentrarnos para discernir... no sé, algo, algo que nos guíe si puede ser.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Daradoth apoyó esta vez la sugerencia del errante, y pronto convencieron a los demás de la urgencia de intentarlo, sin alterar nada de la realidad, sino solo intentando percibirla.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No tuvieron éxito. El agotamiento había hecho mella profunda en ellos. No tuvieron más remedio que sentarse a descansar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tras varias horas, reanudaron su camino, y esta vez consiguieron llegar a un nivel más profundo que cualquier otro donde hubieran estado antes. Las tablas de arcilla dieron paso a las de madera, la mayoría de ellas en pobre estado de conservación. Los pasillos y las grandes estancias parecían excavados, no construidos. Casi naturales. El peso de los siglos se notaba alrededor. Pero todo seguía siendo igual de laberíntico, y la comezón de sus espaldas había aumentado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Llegaron a una estancia cortada por un derrumbe. Cuatro cadáveres se encontraban echados en el montón de roca y sus alrededores, algunos atrapados por los cascotes, otros no. El vello de sus cogotes se erizó cuando se acercaron. Los cuerpos parecían haber sido consumidos por las llamas. Y todos ellos lucían una balanza dorada soldada de alguna manera a los huesos de sus muñecas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Cuatro mediadores. Maldición —profirió Galad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Esto debe de ser lo que notamos hace unas horas —Daradoth apretaba el puño de su espada—. Claramente han sido víctimas de hechizos. Voy a probar si aquí tiene efecto nuestro poder.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El elfo intentó ejecutar un sortilegio simple. Pero al realizarlo, todo su poder pareció irse por un sumidero, escapando de su ser por la punta de sus dedos. Se derrumbó, con la consciencia abandonándole. Por suerte, Galad pudo recogerlo y dejarlo en el suelo con suavidad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En ese momento, llegó el frío implacable, se vieron sepultados por una repentina avalancha de nieve, y el suelo se abrió bajo sus pies. Symeon notó cómo se le congelaban las manos y los pies mientras caían. Cayeron al vacío infinito y a la oscuridad más absoluta durante una eternidad. Allá abajo les esperaban todas las respuestas, pero también el final. Si es que había final. Fueron presa de la desesperación, aturdidos y en zozobra. Gritaron y lloraron. Maldijeron su mala suerte, bramando improperios, hasta que se resignaron y cayeron en absoluto silencio. Symeon notaba el final a su alcance, pero no podía evitar un pensamiento repetitivo: «Está cerca, pero no es el momento. No es el momento. No es el momento».</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Despertaron a la luz de los faroles en el suelo de una sala con estanterías de pergaminos. Les dolía el cuerpo, debían de haber pasado horas tendidos en la dura piedra. Pasados unos minutos de dolorosos estiramientos, finalmente Symeon recordó sus últimos pensamientos en aquel... ¿sueño?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Mientras caíamos, no podía evitar pensar una y otra vez que "no era el momento" —relató a sus amigos—. Espero que tampoco lo haya sido para Ashira.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Qué crees que puede significar? —preguntó Yuria.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ni idea, pero creo que es importante. Muy importante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Decidieron salir de allí. Les costó un largo tiempo, pero finalmente encontraron a un bibliotecario que los guió al exterior. Ofrecían una estampa lastimosa, pues el dolor y el agotamiento se reflejaban en sus rostros. Al salir de la biblioteca, el sol estaba bajo, y preguntaron a uno de los guardias qué día era. Extrañado, les respondió que la última conferencia de lord Daradoth había sido el día anterior. Habían pasado casi una jornada entera allí dentro. Se retiraron a descansar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De vuelta a palacio, con los demás ya dormidos, Daradoth tomó una decisión. Se concentró profundamente, e intentó sentir los "hilos" de la Vicisitud, como ya habían hecho en alguna ocasión en el pasado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tuvo un éxito total.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las fibras de la existencia vibraron claramente en los límites de su percepción. Innumerables, inabordables en su extensión. Las fibras formaban hilos; los hilos, nudos; y estos, tapices enteros en todas las dimensiones del espacio y del tiempo, y quizá alguna más. Daradoth frunció el ceño al concentrarse en cada una de las fibras fundamentales por separado, y comprender una verdad primordial. «Todas están compuestas enteramente por Luz o por Sombra», pensó. «Cada hilo se compone enteramente de fibras que individualmente son completamente luminosas o sombrías. Así que esto es la realidad, la lucha eterna». Percibió los millones y millones de fibras que se entrelazaban con su ser, y también las que lo componían en sí mismo. Vibraban de forma intensa, casi emitiendo un sonido, una música trascendental, y la melodía de Luz y la de Sombra se superponían, avanzaban y retrocedían. Se sintió tentado de cortar las fibras que componían la herida de su muslo, todas ellas compuestas por completo de Sombra. Pero no se atrevió; cortar fibras podría soltar también otras, y tener efectos profundos en su ser y en su entorno. Decidió dejar las cosas como estaban, apreciando íntimamente el conocimiento adquirido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entre tanto, Galad pidió la inspiración de Emmán para soñar con "lo que había al final de la caída". Y su señor, como casi siempre, respondió.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad se vio a sí mismo en un cementerio, con una sensación de pérdida infinita. Estaba ante cuatro tumbas, bajo un sol ceniciento y apagado, que apenas alcanzaba para iluminar el mundo. En las lápidas estaban grabados su nombre y los de Yuria, Symeon y Daradoth. Alrededor del cementerio, a lo lejos, se veían jirones de sombra por doquier. Un par de enormes engendros de Sombra como los que ya habían visto en los santuarios de Essel se encontraban entre los jirones, semiocultos por una bruma oscura que lo envolvía todo. Un mundo de sombra y oscuridad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Despertaron antes del amanecer, presas de un apetito voraz tras la agotadora jornada pasada. Daradoth aprovechó el desayuno para contarles su descubrimiento sobre los hilos de Luz y Sombra, y Galad para relatarles su sueño.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Tengo muchas dudas sobre el sueño, porque no sé si eso es lo que pasa si llegamos, o si no llegamos, o si pasa de todas formas —dijo Galad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, es críptico —afirmó Daradoth.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Mi pregunta fue qué había al final de la caída, no qué pasaría si llegábamos, por eso estoy tan confundido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Compartieron ideas durante un rato, pero no encontraron ningún camino claro a seguir.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es posible que no tengamos que acceder nosotros, sino evitar que Ashira acceda, o que nadie acceda nunca —sugirió finalmente Galad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Y no es posible que nuestro señor Emmán esté errado?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Hasta ahora creo que no ha habido error alguno en sus inspiraciones.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿No puede ser que Emmán tenga sus propios intereses en este tema? —dijo Daradoth.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es preferible no blasfemar —le advirtió Galad, airado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Desde luego, no queremos un mundo como el que ha descrito Galad —zanjó Symeon—. Creo que nos ayudaría que buscaras la inspiración de Emmán con algunas preguntas más.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Claro, haré todo lo posible —contestó Galad—. Y, por otro lado, creo que tendríamos que denunciar la presencia de Ashira en la biblioteca a los reyes. Al fin y al cabo, está vulnerando el edicto de expulsión, y quizá puedan detener con esa excusa a los sapientes que la están ayudando.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, eso deberíamos hacerlo inmediatamente —coincidió Yuria, más animada al tratar sobre asuntos mundanos que sí podían controlar—. Y habría que dedicarle un poco más de atención al duque Datarian, que me parece que puede ser un peón muy importante en todo este juego, y no lo estamos teniendo en cuenta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad y Yuria se dirigieron rápidamente a intentar ver a los monarcas mientras Symeon y Daradoth partían para proseguir su labor con los pergaminos. La reconstrucción del palacio después de la destrucción causada por el terremoto ya estaba bastante avanzada, y, como siempre que Yuria quería ver a los reyes, se le dio preferencia sobre todas las demás audiencias programadas; así que en cuestión de una hora escasa se encontraron con ellos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Denunciaron la presencia de Ashira en una zona muy profunda de la biblioteca, y el rey Menarvil les aseguró que tomarían todas las medidas necesarias, incluyendo a los Maestros del Saber que la estaban ayudando, y cuyos nombres Galad y Yuria se encargaron de dar a uno de los escribanos. Después de eso, Galad sacó otro tema a colación:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Por ventura, ¿habéis hablado recientemente con el duque Datarian? —preguntó, diplomático como siempre.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No lo hemos visto desde que salió herido desde el accidente en la conferencia de lord Daradoth —informó la reina Irmorë.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Y creéis que sería posible que lo visitáramos? ¿O quizá convocarlo a palacio?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Según los reportes de sus servidores, está en buen estado, y sus heridas no revisten peligro. Ya estaba pensando en convocarlo, así que podemos hacerlo, sí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Os lo agradezco profundamente —Galad hizo una pequeña pero efectiva reverencia—, pues nos preocupa sobremanera que pueda haber sido manipulado de alguna forma por Ashira, sobrenaturalmente o no. Necesitamos saber lo que tiene que decir.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Muy bien —intervino de nuevo el rey—, convocaremos al duque mañana mismo. E interrogaremos a esos sapientes que han ayudado a una fugitiva.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Durante toda la conversación habían estado presentes varios consejeros en materia legal del rey, que habían intervenido en varias ocasiones, y tras deliberar entre ellos ante algunas sugerencias que dieron Yuria y Galad, uno de ellos no tuvo más remedio que tomar la palabra:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—De momento es imposible arrestar a ninguno de los Maestros del Saber, mientras no se demuestre su traición. Y respecto a poner guardias en el acceso de su residencia a la biblioteca, tampoco nos parece una buena idea; evidentemente, sus majestades son los que tienen el poder absoluto sobre tales decisiones, pero los acuerdos con el personal de la biblioteca y los sapientes son complejos, y sería adecuado evitar de momento cualquier roce en ese sentido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De todos modos, el paladín y la ercestre se dieron por (muy) satisfechos con la convocatoria del duque y la promesa de investigación del rey; así que con esto se dio por terminada la audiencia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Reunido de nuevo el grupo al completo a la hora de comer, discutieron sobre cuál debería ser su curso de acción recordando el sombrío sueño inspirado por Emmán, las sensaciones que Symeon había tenido cuando se habían sentido caer al abismo infinito y la experiencia de Daradoth con los hilos de la Vicisitud. Y por supuesto, con los acontecimientos de la noche pasada y el descubrimiento de los cadáveres de los mediadores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No creo que el sueño de Emmán sea una verdad absoluta —afirmó Symeon—, sino una posibilidad que puede ocurrir dependiendo de nuestras acciones.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No lo sé —contestó Galad—, mi pregunta fue muy concreta: "qué hay al final de la caída", no le pregunté qué podía ocurrir al llegar ni nada parecido. Fue muy concreta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—De acuerdo. Pero, en cualquier caso, creo que lo que deberíamos hacer sin ningún género de dudas es detener a Ashira para que no sea ella la que desate lo que sea que hay en la biblioteca.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—El problema es que no somos rival para ella allí adentro —manifestó en tono sombrío Daradoth—. Ya visteis lo que pasó con ese puñado de mediadores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tras unos segundos de silencio, Galad continuó:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Recordad que Ashira compartió nuestra visión cuando nos cruzamos en palacio, con los seres reptilianos y los mediadores. Creo que estamos de acuerdo en que ella también es un nudo de Vicisitud, igual que nosotros. Y también creo que ha estado jugando con ese poder mucho más que nosotros. No es descabellado pensar que fue ella quien acabó con los mediadores. Sus acompañantes seguro que son gente poderosa, pero creo que en las profundidades de la biblioteca son tan inofensivos como nosotros; ella es el verdadero peligro, pues temo que controla sus capacidades como nudo mucho más que nosotros. Si me preguntáis, no creo que estemos preparados para un enfrentamiento con ella.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Entonces, qué sugieres?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Dificultarle todo lo posible la búsqueda, como hemos hecho hoy denunciándola ante los reyes, mientras obtenemos algunas respuestas más o ganamos algo más de soltura con nuestras... habilidades. Con la gracia de Emmán.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Pues yo creo que tendríamos que ser algo más agresivos —planteó Yuria—. Si no con Ashira, con sus sapientes, o con sus ayudantes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Y, como bien ha sugerido Galad, también necesitamos aprender a alterar la Vicisitud —dijo Daradoth—. Para tener las mismas armas que ella.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Eso no sé si es una idea del todo inteligente. Ya hemos visto lo que pasa al manipular el tapiz, y no me gusta nada. Debería ser nuestro último recurso.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Recordad lo que nos dijo la propia Ashira —añadió Symeon—. Cuenta con conocimientos antiguos proporcionados por la Sombra, incluso ha hablado con alguien sobre el origen de mi pueblo. Seguramente cuenta con el favor de algún kalorion. O de varios. Espero que esa sensación que tuve de que «no era el momento» sea válida también para ella; pero no podemos saber cuándo será el momento. Quizá ella ya lo sepa —terminó en voz más baja.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aquella misma tarde, en la biblioteca, Symeon siguió con la labor de descarte de pergaminos. Yuria, exasperada por el tedio de la tarea, decidió que ya había aprendido lo suficiente como para tomar un rol más activo en el análisis, y así lo hizo. Esa jornada descartaron cuatro de los pergaminos estudiados. Uno de ellos resultó ser especialmente interesante; aunque no tenía nada que ver con el ritual que estaban buscando, lucía unas runas dibujadas con alguna sustancia extraña que albergaban poder. Symeon lo apartó, convenientemente, a la espera de poder estudiarlo con más detenimiento en el futuro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entre tanto, Galad y Daradoth aprovecharon para hacer una visita al monasterio. El paladín estaba preocupado por el bienestar de su padre tras sacarlo de Ercestria, y sentía que debía tratar de verlo más a menudo. Cabalgaban al trote junto a Faewald y un puñado de guardias reales por el camino del noroeste cuando un grupo de jinetes se aproximó en dirección contraria, viajando hacia Doedia. No era extraordinario cruzarse con viajeros en aquel camino, que se ramificaba en gran número de sendas, y de hecho ya se habían cruzado con varios grupos en el poco rato que llevaban montando a caballo. Pero algo en este grupo les llamó la atención. Se componía de ocho jinetes, casi todos con la capucha de viaje echada para protegerse de la fina lluvia, excepto dos. El que iba en cabeza, que no llamaba especialmente la atención excepto por un profuso bigote, y otro de ellos. Este último, cuya capucha parecía haberse caído por el movimiento, lucía un rostro enjuto y muy pálido, con unos ojos fijos en el camino que transmitían una especie de crueldad que Galad no habría sabido muy bien explicar. En un costado del cuello lucía un tatuaje extraño, lo que se podía ver parecían varias puntas de una estrella acabadas en una especie de flecha.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Os habéis fijado? —dijo el paladín—. Son muy parecidos a los que acompañaban al Ra'Akarah en...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad interrumpió su frase, viendo que Daradoth se había quedado rígido sobre el caballo, girándose para mirar a los jinetes, y si no hubiera sido por la intervención de Faewald, que sujetó las riendas, habría caído de su corcel. Se detuvieron más adelante, ya con el grupo de jinetes fuera de la vista entre la lluvia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ese... ese hombre —dijo Daradoth, sintiendo todavía algo de náuseas—, el del bigote, el que iba en cabeza, era pura Sombra. Prácticamente todo él. Más aún que Ashira.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Creéis que se dirigen a Doedia? —inquirió Faewald.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Apostaría a que van a reunirse con Ashira —dijo Daradoth, ya recuperado de la impresión—, no sé si en Doedia, pero seguro que cerca. —Sacudió la cabeza—. En fin, los problemas de uno en uno, asegurémonos de que no han hecho escala en el monasterio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Continuaron su cabalgada por el terreno ondulado, que pronto dio paso a un entorno más escarpado, lleno de cerros y colinas. Tomaron los dos desvíos de siempre y salieron al último camino, un sendero que daba acceso al edificio monacal. Allí todo estaba bien. Galad mantuvo en el claustro una larga conversación con su padre, algo desesperado por la inactividad, pero bien cuidado. El grupo de jinetes no había aparecido por allí, por suerte. Daradoth hizo lo propio con su amada Ethëilë y luego se unió a Galad para reunirse con Arëlen e Ilwenn,</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Perdonad la indiscreción, Ilwenn —empezó Daradoth—, pero... ¿ha cambiado de alguna forma lo que veis sobre nosotros? Si es que seguís viendo algo, claro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La elfa lo miró fijamente, con aire ofendido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ya sabéis que no me gusta hablar de lo que veo, Daradoth. Da lugar a acontecimientos... indeseados.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Lo sé, pero estamos en un punto en el que es absolutamente necesaria vuestra ayuda. Hay alguien en la Gran Biblioteca, una enemiga, casi toda ella Sombra, que puede hacer que todo acabe. Y no me refiero solo a nuestras vidas, sino a todo. —Abrió los brazos—. Todo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ilwenn meditó durante unos instantes. Finalmente, habló.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sobre vos veo más o menos lo mismo, Daradoth: la espada y la corona ensangrentada. Sobre el hermano Galad, hasta ahora solo veía una grandiosa cruz y un cálido sol. Pero esa visión ha cambiado. Ahora veo sobre él unas alas de hiriente luz rojiza y una espada enorme, resplandeciente y magnífica, clavada sobre la tierra. —La voz le falló durante un instante—. Y la tierra sangra y se estremece.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-33151019141365390142023-12-14T23:49:00.004+01:002024-01-08T13:01:17.711+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 10<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Buscando el Ritual. Y quizá Algo más.<br /></span></p><div style="text-align: justify;">Symeon se dirigió a hablar con Nerémaras, para pedirle ayuda. Le preguntó si conocía a algún erudito de confianza que fuera experto en idiomas e historia élfica, y el bibliotecario lo condujo sin dilación a las estancias de estudio y de investigación. Allí, tras recorrer algunas salas y hablar con algunas personas en demhano, llegaron por fin a un pequeño estudio donde había algunos jóvenes estudiantes y un sapiente, que lucía orgulloso su broche en forma de pergamino. Symeon lo reconoció como uno de los pocos Maestros del Saber que estuvieron presentes en su aceptación, Bradan. Al hablar, tenía un ligero acento que era irreconocible para el errante, pero debía de proceder del norte del continente. Y, para mayor sorpresa de Symeon, en el reducido grupo de estudiantes también se encontraba Aythara, una de los cuatro jóvenes que habían seguido a Daradoth desde el principio. «Prefiero no pensar en ellos como "acólitos"», pensó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiDk9RO6cqRqP2OLJ75BLwtEND79dqubkx0pm9MiZhwf6zRwOon72XSJ_lb5HbdeTgbpiw2gWh6TvOwugcCeLsxGje77E_aYkDxJZN18JSYc_EO36oC0ETu3QWBSAPQwDsSEDa55pcDWbyy2jo4JPtPH6jPR3uvkehMh1nILD8aaq5Ro_0pkY5f3q58eiEo/s1024/Neremaras.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="768" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiDk9RO6cqRqP2OLJ75BLwtEND79dqubkx0pm9MiZhwf6zRwOon72XSJ_lb5HbdeTgbpiw2gWh6TvOwugcCeLsxGje77E_aYkDxJZN18JSYc_EO36oC0ETu3QWBSAPQwDsSEDa55pcDWbyy2jo4JPtPH6jPR3uvkehMh1nILD8aaq5Ro_0pkY5f3q58eiEo/s1024/Neremaras.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Nerémaras, Maestro Bibliotecario<br /></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">El entusiasmo de la joven fue evidente. Bradan fue más comedido, pero también estuvo de acuerdo en ofrecer su ayuda, al igual que la mayoría del grupo de estudiantes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Eso sí, os agradecería que fuerais discretos con lo que tratemos en esta sala —dijo solemne Symeon.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Por supuesto, sí, no os preocupéis, maese —aseguró Bradan. Symeon miró a los demás.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Claro, perded todo cuidado, sapiencia; es el máximo honor ser de ayuda a vuestro grupo —contestó Aythara en representación de los muchachos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Symeon trasladó su cofre de pergaminos hasta una sala adecuada con ayuda de los jóvenes, y se aprestaron a traducir e investigar. Poco después se sumaba a ellos el resto, Daradoth, Galad y Yuria. La ayuda de los eruditos aceleró en gran medida el proceso de estudio, pero aun así, este era farragoso en grado sumo, dada la naturaleza y forma de los escritos.</div><br /><div style="text-align: justify;">Galad, viendo que allí no iba a ser de mucha ayuda, aprovechó para visitar al resto de su comitiva en la posada El Arpa de Plata. Su padre, la dama Etheilë, Arëlen y los demás, le transmitieron su desesperación por estar metidos allí dentro llevando una vida casi de reclusión. Faewald y Galad se miraron, con un gesto de iluminación:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No os preocupéis —dijo el paladín—, creo que puedo tener la solución.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En las horas siguientes, Galad tomó las medidas necesarias para trasladar a toda la comitiva hasta el monasterio de la orden de Sairethas, donde se había encontrado con el padre Ibrahim. Anak Résmere le facilitó todo el proceso, con ayuda de Stedenn Dastar, otro de los tres bardos reales. "Un hombre de total confianza en todo aquel asunto".</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Por cierto —aprovechó Galad para preguntar a los bardos—, he estado pensando en nuestra conversación de ayer, y estoy intrigado por saber con qué apoyos contáis para el... asunto del que tratamos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es difícil para mí contestar a esa pregunta —dijo Anak—. Hay otras personas que os podrían dar más información, pero os puedo citar a varios nobles de Sermia, varios de Esthalia, y una multitud que evalúo en decenas de miles de personas. El respaldo en Sermia es considerable, pero mucho más potente será en Esthalia y en Ercestria. E incluso puede que en el Káikar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Y tenéis contacto con alguno de los nobles? ¿Sobre todo recientemente?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, con algunos. El más importante, el duque Datarian, el hermano de la reina.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad se quedó impactado por un momento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Pues espero que no le haya revelado nada de esto a Ashira —susurró—. Cuando acabe el plazo del edicto de expulsión decretado por el rey y ella se haya marchado, tendremos que contactar con el duque.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, ya vimos en la última charla de Daradoth lo peligrosa que es esa mujer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pocas horas más tarde, los miembros de la comitiva alojados en la posada fueron trasladados lo más discretamente posible al monasterio de Sairethas, a donde llegaron ya caída la noche. Allí, Galad dejó a Taheem para protegerlos, y volvió a palacio con Faewald.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Symeon durmió por segunda noche consecutiva en la residencia de los sapientes, anexa a la biblioteca. Y aunque la noche anterior no le había dado importancia, en esta ocasión se repitió el sueño que ya había tenido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Notaba un frío intenso, era invierno. Nevaba, y le costaba avanzar debido a la capa de nieve que le llegaba hasta media pantorrilla. De repente, el blanco manto invernal se abrió a sus pies, y empezó a caer. Caía hacia un espacio que no sabría definir, un poco oscuro donde no veía nada. Pero cayó durante horas, durante semanas, durante siglos. ¿Milenios, acaso? De repente, notó como algo se acercaba rápidamente; o, más bien, cómo él se acercaba a lo que quiera que fuera, rápidamente. La mitad de su ser se rebeló contra ello, alertado por el peligro, pero la otra mitad anhelaba que llegara el contacto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Despertó, aturdido por la sensación de caída eterna. «Segunda vez seguida que sueño lo mismo. Y esta vez la sensación ha sido mucho más intensa. Tendré que compartirlo con los demás». No tardó en hacerlo, cuando el resto llegó a la biblioteca a primera hora de la mañana.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero antes de llegar, el grupo, en su camino desde palacio, se detuvo cuando vieron relativamente cerca una gran columna de humo y bastante revuelo en todas partes. Al acercarse, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Daradoth. La posada donde sus compañeros y seres queridos habían permanecido alojados hasta el día anterior había ardido prácticamente hasta los cimientos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ha sido ella —dijo el elfo, apretando los dientes. ¿Había sido su imaginación, o por una fracción de segundo su visión se había tornado roja? Movió la cabeza, descartando el pensamiento—. Seguro que ha sido ella.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Estoy de acuerdo —dijo Yuria.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Investigaron un poco por los alrededores. El barrio era rico, así que había pocas casas (prácticamente mansiones) alrededor. Nadie parecía haber visto el origen del fuego, ni nada extraño. Solo un anciano creía haber oído una explosión, pero no estaba muy seguro de ello.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—La posada era de piedra —afirmó Yuria—. Es imposible que se haya consumido tan completamente por causas naturales. ¡Si no queda un sillar en pie!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Además, nadie que en esos momentos se encontrara dentro de la posada había sobrevivido. Ni una sola persona. O al menos, no había aparecido si había huido del incendio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Parece que ha pasado a la ofensiva —dijo Daradoth—, tendremos que tener mucho cuidado a partir de ahora.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ya en la biblioteca, Galad sugirió a Symeon que a partir de entonces durmiera en palacio, y el errante se mostró de acuerdo con la sugerencia. El día transcurrió, agotador, entre inusualmente crípticos pergaminos, llenos de símbolos y de frases extrañas mezcladas con varios idiomas o quizá algún tipo de lenguaje arcano.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad se dirigió con Faewald al interior de la Biblioteca para vigilar y ver si reconocían a alguno de los adeptos de Ashira buscando información, o quizá algo más.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A media tarde, más adelante en un pasillo, reconoció a uno de los Maestros del Saber fieles a la errante. Se dirigía muy seguro hacia zonas profundas del complejo. Galad avisó a Faewald y lo siguieron a distancia. Al cabo de unos minutos, en un cruce entre enormes estanterías se encontró con otro de sus compañeros. Intercambiaron unas palabras en un idioma desconocido. Uno de ellos señaló en una dirección y luego en otra, y volvieron a separarse. Siguieron al primero, a duras penas pues aquello era laberíntico. El entorno cambió, pasando de estanterías de madera a nichos excavados en roca, algo que Galad ya había visto cuando Symeon había encontrado los pergaminos. Se dirigían a zonas más antiguas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En un momento dado, pudieron ver cómo el sapiente alzaba ligeramente su mano y la abría para mirar algo en ella. Ese "algo", desprendía un leve destello rojizo. «¿Lleva alguna especie de brújula mágica? Interesante». Debían tener mucho cuidado; sin darse cuenta, los pasadizos se habían hecho más estrechos y cortos, excavados en la roca, y cualquier desliz haría que el sapiente descubriera que lo estaban siguiendo. Además, su marcha se había hecho mucho más lenta y se detenía en bastantes ocasiones, mirando a su alrededor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por otro lado, la sensación de comezón en la nuca que todo el grupo había sentido desde el principio en el complejo de la Gran Biblioteca, se había acentuado y ya era bastante evidente. Era mejor no arriesgarse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es mejor que retrocedamos —susurró Galad a Faewald, y se dirigieron a la salida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero el camino no era fácil, y se desorientaron. Así que pasaron varias horas entre pasillos, estanterías y cruces sin sentido, sin cruzarse con nadie, pues ya debía de haber anochecido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras tanto, Daradoth había entrado también a la Biblioteca, buscando precisamente algún lugar donde se acentuara el extraño cosquilleo. Tardó un buen rato, pero finalmente se dio cuenta de que la comezón iba en aumento conforme se adentraba en pasillos más antiguos del complejo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Symeon y Yuria, agotados, se retiraron a palacio a dormir siguiendo los consejos de Galad. Estaban algo preocupados por la ausencia de sus amigos, pero ya los habían puesto sobre aviso previamente, así que decidieron esperar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Daradoth por un lado, y Galad y Faewald por otro, vagaban extraviados por los laberínticos pasillos, ignorantes los unos de los otros.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No te preocupes, Faewald —dijo el paladín—. Es de noche y no hay casi gente, pero en el peor de los casos, por la mañana...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De repente, se vio pisando una capa de nieve, y el frío del más crudo invierno se apoderó de él. El suelo se abrió a sus pies. Galad gritó desesperado, pero ningún sonido salía de su boca. Cayó, presa de una angustia desmesurada, hacia la oscuridad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡Galad! ¡Galad, por el amor de Emmán! ¡Galad!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El paladín abrió los ojos, para ver ante sí a un Faewald sumamente preocupado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Menos mal —dijo su amigo—. Pensaba que te había perdido, no sé cuántos pasillos te he arrastrado para librarte de lo que fuera que te pasaba. Pesas una tonelada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad miró a su alrededor, recuperando la compostura.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No te preocupes, supongo que uno de esos eventos extraños que son tan habituales últimamente en nosotros. Gracias por tu ayuda, amigo —tendió su mano y Faewald le ayudó a incorporarse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A continuación, se concentró, pidiendo poder a Emmán para utilizar uno de sus pequeños milagros, la detección de enemigos. Su dios le contestó, pero cuando procedio a materializar su poder en el efecto deseado, este pareció disolverse, como si se escurriera entre sus dedos. «El edificio está protegido, como me temía», pensó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Intentemos volver al punto donde me he desvanecido Faewald, necesito saber si allí hay algo extraño.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Claro, aunque no estoy muy seguro, sígueme.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No obstante, no fueron capaz de encontrar el mismo lugar de nuevo, así que se tendieron a descansar. Tras dormitar durante un tiempo, ambos se despertaron al oír unos pasos acercarse. Se acercaron a ellos, deseando encontrar a alguien que les sacara de allí. Giraron un pasillo y lo encontraron, cargando un farolillo parecido al que llevaban ellos. Era uno de los sapientes fieles a Ashira.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El hombre se quedó congelado durante un instante, pero al segundo se giró y echó a correr en dirección opuesta. Salieron en pos de él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Faewald quedó pronto rezagado, y la multitud de cajas y de obstáculos que el sapiente iba derribando hicieron que la persecución durase más de lo que Galad había previsto. Pero, finalmente, el sapiente se tropezó y Galad se abalanzó sobre él, jadeante. Lo inmovilizó sin problemas. El Maestro del Saber fingió que no podía entenderse con él al no hablar el mismo idioma, pero el paladín lo intimidó, atenazándole y haciéndole creer que utilizaría la violencia si era necesario para entenderse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No, por favor —imploró finalmente el sapiente en idioma vestalense—, no me hagáis daño.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dardoth escuchó ruidos, como de cajas cayendo, o incluso estanterías, y luego un grito ahogado. Se dirigió rápidamente hacia allí, a tiempo de ver a su amigo interrogar al sapiente. Se saludaron brevemente. El hombre dijo llamarse Sahëdh.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Por qué habéis huido? —preguntó ásperamente Galad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—P... porque vais armado, nadie... nadie va armado en la biblioteca. Y a la luz de un farol, pues no erais una visión agradable.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Y qué andabais buscando a estas horas, Sahëdh?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Conocimiento, mi señor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad lo condujo ante él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ahora nos ayudaréis a salir de aquí —ordenó. Mientras lo encaminaba, Galad se fijó que en su mano sostenía algo que emitía un leve fulgor rojizo—. ¿Qué es eso?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ah, nada —contestó el sapiente. Para Galad era evidente que disimulaba—. Una joya, un talismán que me trae suerte.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ni Galad ni Daradoth insistieron sobre el objeto, agotados como estaban y deseando salir de allí. Poco después se encontraban con Faewald. El elfo también intentó lanzar algún hechizo de orientación, pero al igual que le había pasado a Galad, el poder se desvanecía sin llegar a concretar ningún efecto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Finalmente, cuando ya amanecía, consiguieron salir de la biblioteca. Ya había movimiento de gente en el entorno. En el exterior, se dirigieron a un sitio discreto; los hechizos ya funcionaban, y Galad no detectó al sapiente como enemigo, lo que no supo decidir si era tranquilizador o inquietante. Daradoth arqueó una ceja cuando descubrió que el objeto poseía propiedades de los tres reinos de poder.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No creo que eso sea un simple talismán —dijo el elfo a Galad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Cuál es el propósito de esa joya, Sahëdh? Sed sincero —le instó el paladín.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Por favor, ya os he sacado de la biblioteca, dejadme ir.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿De dónde lo ha sacado? —intervino Daradoth.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sahëdh se giró hacia los bibliotecarios que controlaban los accesos a la biblioteca:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡Por favor! ¡Por favor! ¡Estas personas me están molestando! —habló en Sermio, con lo que Galad y Daradoth solo pudieron suponer lo que decía—. No les consiento que sigan molestándome, soy un sapiente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se giró y se marchó. Daradoth lo cogió por el brazo, y le forzó a soltar la joya. Se acercó un guardia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡Me roban! ¡Me roban!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Mi señor —intervino el guardia—. Deberíais dejarlo marcharse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No le dejaré —dijo Daradoth con voz implacable. Por un momento la ira inundó cada resquicio de su ser, y su visión se tornó roja al mirar al sapiente—. Esa joya sirve a los designios de Ashira, y debemos arrebatársela.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Symeon, que había dormido en palacio, no había tenido esa noche el inquietante sueño. Supuso entonces que se lo provocaba alguna influencia en la Biblioteca, en la residencia o de alguien cercano. Salió con Yuria hacia la biblioteca, preocupados cuando los sirvientes les informaron de que sus amigos no habían vuelto a palacio en toda la noche. No obstante, la rutina y la preocupación se esfumaron de pronto cuando, llegando al complejo, divisaron a lo lejos el altercado entre Daradoth, Sahëdh y el guardia real. Se aprestaron a unirse a sus amigos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡No tenéis ningún derecho a robarme! —exclamó el sapiente. Algunos curiosos se habían acercado ya, extrañados.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Qué está ocurriendo aquí? —inquirió Symeon, con las maneras más solemnes de que fue capaz, empuñando su bastón de madera viviente de forma ostensible.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Vuestro amigo me quiere robar —Sahëdh mudó el rostro en una expresión más contenida, contemplando el cayado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Deja el objeto en el suelo y podrás irte libremente —escupió Daradoth—. Luego lo podréis recuperar, si queréis.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ya he soportado demasiadas humillaciones por esta noche a vuestras manos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Reconoced que estabais siguiendo las órdenes de Ashira en la biblioteca, buscando conocimiento prohibido con ayuda de esa... de ese artefacto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No seguía órdenes de nadie.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Mejor no lanzar acusaciones que no vienen a cuento —intervino un exhausto Galad—. Quizá no seguíais órdenes de la bruja de Sombra, pero sí que seguíais sus indicaciones para encontrar algo en la biblioteca. Negadlo si queréis, es la verdad. Haríais bien en no ayudarla a buscar lo que quiere, porque es muy peligroso.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Y lo que buscáis vos no? —preguntó Sahëdh secamente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Nosotros buscamos algo que nos permita salvar Aredia. Ella quiere hundirla en la oscuridad de la Sombra.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En ese momento salieron de la biblioteca los otros dos Maestros del Saber que habían visto esa noche. Una pequeña multitud se había congregado ya en los alrededores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sería mejor que cada uno siguiera su camino —contemporizó Symeon.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Digamos que esto ha sido un malentendido, provocado por vuestra repentina huida sin mediar ninguna amenaza —dijo Galad—. Os pido disculpas y os agradezco que nos hayáis conducido al exterior.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Habéis ultrajado a un Maestro del Saber, y esto no va a quedar así —la multitud había dado seguridad a Sahëdh, que se giró y se marchó con toda la dignidad de la que pudo hacer acopio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Daradoth se tuvo que contener mucho para no intervenir violentamente durante la conversación. Cuando el sapiente se marchaba, entornó los ojos y apretó los dientes, presa de una rabia atroz. En ese momento, sin duda, su visión cambió y todos los colores se tornaron en diferentes tonos de rojo. Se vio a sí mismo desenvainando la espada y cortando de un limpio tajo la cabeza del sapiente esbirro de la Sombra. Su mano se crispó en el puño de la espada, tensó las piernas. Entonces sintió una mano en su hombro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Vamos, Daradoth —le instó Yuria.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Su visión volvió a la normalidad, y su mano se relajó. «Luz bendita. ¿Qué está pasando? ¿Acaso no van a acabar nunca los problemas?».</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras se alejaban, hablaron en voz baja.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Qué demonios ha pasado esta noche? —preguntó Yuria.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Le contaron toda la aventura, muy brevemente, y Galad añadió:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—En un momento dado, tuve una sensación como la que nos contaste de tu sueño.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Que, por cierto, no tuve pernoctando en palacio —interrumpió brevemente Symeon.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Bien. El caso es que sentí frío, como si fuera invierno, nieve, y el suelo se abrió bajo mis pies para caer a un abismo —hizo una breve pausa, recapitulando sus sensaciones— no solo de espacio, diría que también de tiempo, no sé explicarlo mejor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, exacto, yo tampoco sabía explicarlo, pero lo has expresado bien.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Creéis que esa visión es lo que puede estar buscando Ashira? —inquirió Yuria.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ni idea, pero sospecho que esa joya que llevaba en la mano les guía de alguna manera para encontrarlo. El caso es que no conseguimos volver al lugar, Faewald me arrastró lejos, desesperado por mi situación. Recuerdo algunas tablas de arcilla (tan antiguo era) y una especie de jarrones, pero no conseguimos encontrarlo de nuevo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ya veo. La verdad es que tenéis un aspecto horrible. Lo mejor es que vayáis a descansar mientras nosotros seguimos con el estudio. Además, Daradoth, creo que hoy retomas las conferencias, ¿no?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Daradoth salió de su ensimismamiento. No podía dejar de pensar en lo que le había ocurrido. No quería preocupar a sus compañeros con algo que podía ser un efecto del lugar, pasajero. Necesitaba algo de descanso.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es cierto, así es. Debemos reposar un poco.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ya en la biblioteca, Symeon hizo un aparte con Aythara.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Aythara, sé que eres leal a Daradoth y la causa de la Luz más allá de toda duda. Así que querría confiarte algo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Por supuesto, sapiencia —respondió la muchacha, ilusionada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Necesito que alguien siga los movimientos de tres Maestros del Saber, tres que, al parecer, han sido convencidos por Ashira para oponerse a Luz. —Symeon escribió los nombres en un papel y se lo pasó a Aythara—. Pero sin poneros nunca en peligro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Por supuesto, sapiencia, los acólitos nos encargaremos, perded cuidado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ahora, continuemos. La labor que nos ocupa sí que puede ser histórica.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La mañana no fue productiva en lo que a la información de los pergaminos se refería. Horas después, Daradoth y Galad volvían al complejo para afrontar una nueva jornada de dirigirse a la multitud por la causa de la Luz. En el camino, se les unió Yuria, preocupada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Creo que debemos concretar qué pretendemos con estas conferencias, Daradoth, e intentar darles carpetazo ya. Nos están reteniendo demasiado tiempo aquí. ¿Qué pretendemos conseguir?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">«Tan pragmática como siempre», pensó el elfo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Bueno, la verdad es que ahora que lo dices, no estoy seguro. En principio, mi intención era alinear a esta gente con nuestra causa.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Bien, eso está hecho. Ashira ha sido desacreditada, la causa de la Luz reforzada, y además hemos ganado aún más si cabe el favor de los reyes, que ya teníamos por su relación con Ilaith.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, sin duda.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Entonces, no hace falta nada más al respecto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Tendré que encontrar una forma de terminar, pero si los cronistas siguen requiriendo nuestra presencia, no podremos negarnos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Efectivamente. Pero como decía mi tía, los problemas de uno en uno —zanjó Yuria—. Alargarlo más solo servirá para dar más oportunidades de intervenir a Ashira. Ya habéis visto lo que ha pasado en la posada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El recuerdo provocó en Daradoth una rabia desmedida. Un tinte rojizo cubrió durante un suspiro su visión.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, tienes razón.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Como siempre —soltó Yuria con media sonrisa. «A veces eres odiosa», pensó Daradoth con un cariño que le sorprendió—. Y tenemos que ver qué sucede con el duque Datarian, y si Ashira sigue con él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Yo creo que no se arriesgará a permanecer en la mansión de Doedia, pero el duque tendrá un sinnúmero de propiedades donde guarecerla.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Unido al hecho de que el duque está metido en la trama de los gemelos del imperio —reveló Galad—. Es miembro del Pueblo del Rey de Reyes. Había olvidado mencionároslo, me lo dijo ayer Anak.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todos lo miraron fijamente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Maldición —dijo Galad—. Esperemos que no le dé la importancia suficiente como para mencionarlo a Ashira.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Bueno, de momento eso escapa a nuestro control —dijo Yuria—. Volviendo al asunto original, y si te sirve de algo mi experiencia en arengas castrenses, creo que deberías encauzar el fin de las conferencias diciendo que la Luz confía en ellos, y que seguramente, ojalá no, el día de mañana serán requeridos para el conflicto que engullirá Aredia. Y deben elegir el bando correcto; es decir, el tuyo —«Aunque las palabras de Ashira fueron extremadamente persuasivas, y no faltas de razón». Yuria desechó sus dudas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, así lo haré.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Y, si es posible, intenta controlar el tirón para que no sea demasiado fuerte. Que no aparezcan más mediadores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí —respondió Daradoth escuetamente. Aunque le tenía cariño, empezaba a estar harto ya de la conversación y de las sugerencias.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Poco después, Svadar y Nerémaras presentaban una nueva disertación. Había tanta gente como el último día, la voz había corrido y habitantes de muchos pueblos de alrededor habían acudido. Los reyes también hicieron acto de presencia, y los acólitos, como siempre, estaban en primera fila. Anak Résmere potenció la voz de Daradoth Al poco de empezar, el grupo sintió de nuevo el tirón sobrenatural. Pero Daradoth tuvo éxito controlando la exaltación, y la charla discurrió mucho más plácidamente, casi de forma placentera. La audiencia estaba encantada, interiorizando ya su alineamiento con la Luz.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es posible —dijo ya casi al final de la tarde— que en un futuro no muy lejano, los elfos vengamos a reclamar vuestra ayuda, y entonces vosotros tendréis que responder. —Hizo una pausa dramática—. Tendréis que responder con fuego. Responder con voluntad. ¡Responder con fuerza! ¡Con honor! ¡Responder con sangre y con esperanza! ¡¡Para la gloria de la Luz!!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los acólitos, que con cada frase habían ido irguiéndose más y más en sus asientos, prorrumpieron en vítores, y la multitud pronto les siguió. Daradoth miró a su alrededor, satisfecho. Cuando la situación se calmó (no del todo), continuó:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sois la viva encarnación de los valores que defendemos. Sois la esperanza de este continente. Vuestro ardor es incomparable, y por eso creo que ya estamos listos. La Luz me reclama, no puedo postergar más las labores que me ha encomendado. Por eso, os anuncio que la de mañana debe ser la última conferencia aquí. ¡Pero estad preparados! ¡Pronto seréis reclamados a la gloria! ¡¡Muy pronto!!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los rugidos y los aplausos fueron ensordecedores. Daradoth y los demás se retiraron rápidamente en esta ocasión, aprovechando el fervor de la multitud.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esa noche, Symeon volvió a dormir en su celda, y el sueño volvió. Pero no conseguía recordar lo que ocurría cuando, supuestamente, llegaba al fondo del abismo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La mañana siguiente continuaron con los pergaminos, descartando unos cuantos más. Aquello iba a llevar su tiempo. Más o menos a mediodía, Aythara reclamó la atención de Symeon:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—La noche pasada, los tres sapientes cuyos nombres me disteis entraron en la biblioteca, sapiencia. Y hemos averiguado que, además de ellos, dos más de los leales a Ashira. Cinco en total.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Muchas gracias, Aythara. Buen trabajo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aquella tarde, Daradoth celebró su última conferencia, con un gran éxito de asistencia y de ejecución. La multitud acabó coreando su nombre, elevando alabanzas a Luz y a los grandes héroes del presente: el elfo y sus compañeros.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero dos de los cronistas del Ciclo de las Eras salieron a su encuentro cuando ya se retiraba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Confiamos en que las siguientes tardes podáis estar disponibles para atender nuestras consultas, mi señor —dijo uno de ellos en un perfecto cántico.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Por supuesto —Daradoth se forzó a sonreír. Ya se había imaginado aquello, y después del episodio con Sahëdh, prefería no contrariar más al personal bibliotecario.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando el grupo se reunió de nuevo, Symeon compartió la información que le había dado Aythara.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Parece que entran por la noche, y yo me encuentro muy cansado después de estar todo el día con la investigación. Podríais descansar durante el día y organizar a los acólitos si fuera necesario.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Rápidamente decidieron un plan de acción. Daradoth usaría sus poderes para convencer a alguno de los sapientes en el camino a la biblioteca, haciéndole creer que eran buenos amigos. Se apostaron en el exterior, alejados lo suficiente de la biblioteca para evitar las salvaguardas contra hechizos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Poco después, llegaba un grupo de tres sapientes leales a Ashira, entre los que estaba Sahëdh. Los dejaron pasar, en espera de que apareciera alguno solo. Y pocos minutos después, sus deseos se hicieron realidad. Uno de los Maestros del Saber de la errante apareció solo, supusieron que para disimular algo la llegada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Hay que hacerlo rápido, sorprendiéndolo, porque nos conocen —advirtió Galad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y así lo hizo Daradoth. Salió al encuentro del sapiente y, antes de que pudiera reaccionar, lanzó su hechizo. Tras unos segundos de confusión, el hombre dijo:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ah, Daradoth, qué bien encontrarte. ¿Qué haces por aquí?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Pues la verdad es que ha sido por casualidad, ¿y tú?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Oh, ya sabes, lo de siempre, en busca de conocimientos nuevos —sonrió.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Quizá te pueda ayudar, tengo acceso libre a la biblioteca.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Hombre, considerando que estoy ayudando a Ashira y la relación que tenéis... creo que tendré que decirte que no. Será mejor para todos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Y supongo que será demasiado pedir preguntarte por lo que buscas, ¿verdad? Ya sabes, curiosidad...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí. No puedo traicionar a Ashira. Compréndelo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Daradoth intentó por todos los medios mantener la calma y no revelar su frustración. Contuvo su ira, temiendo el tinte rojo del día anterior. Lanzó su último cartucho:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Y ese objeto? Es bonito.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ah, ¿esto? —abrió la mano, y reveló una pequeña especie de gema con un fulgor azulado—. Es como una lente, la verdad es que no la he usado mucho. Se supone que si miro así —la cogió entre el índice y el pulgar y se la puso delante de un ojo, guiñando el otro— puedo ver... no sé, "anomalías". Es interesante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El sapiente incluso prestó la gema a Daradoth. Este miró a través de ella, y aparte del filtro azul, no notó nada extraño.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Sí, interesante —dijo; devolvió la gema al Maestro del Saber y, sonriendo, añadió—: Bueno, espero que no tengas mucho éxito en tu búsqueda, ya sabes a qué me refiero.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Desde luego, desde luego, ya nos veremos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galad y Yuria salieron de su escondite y se unieron a Daradoth, observando cómo el sapiente se dirigía hacia la biblioteca.</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-78395934137209709262023-10-31T23:07:00.007+01:002023-12-12T20:09:48.681+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 9<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Debate con Ashira. Unos gemelos supervivientes.<br /></span></p><p style="text-align: justify;">«Maldición, maldición, ¿qué ha hecho?», fue todo lo que acertó a pensar Daradoth, sorprendido por la intervención de la errante. Pudo sentir la confusión de los "cuatro acólitos", situados muy cerca de él; parecían incluso mareados.<br /></p><p style="text-align: justify;">Ashira se levantó, pareciendo mucho más alta de lo que era.</p><p style="text-align: justify;">—¡¿Acaso no veis que esto es una especie de brujería?! —tronó sobrenaturalmente—. ¡Están jugando con nuestras voluntades!<br /></p><p style="text-align: justify;">«Tengo que hacer algo, rápido», la mente de Daradoth iba a toda máquina, observando que su audiencia estaba extrañada. Comprobó que su voz seguía amplificada por los poderes de Résmere, y lo mejor que acertó a decir fue:<br /></p><p style="text-align: justify;">—No hace falta que nos lancemos gritos ni improperios, Ashira. Podemos discutir esto... —pero no pudo evitar que algunos en la audiencia empezaran a murmurar.</p><p style="text-align: justify;">—¡Por supuesto que saldré al estrado! —lo interrumpió Ashira. </p><p style="text-align: justify;">Daradoth optó por mantener una pose estoica, aparentando tenerlo todo bajo control, como medio para combatir su agresividad. «Espero no equivocarme», cogitó.</p><p style="text-align: justify;">Ashira bajó las escaleras acompañada de un sapiente y dos miembros de su séquito, con actitud regia. «Cómo ha cambiado», pensó Symeon, mientras Galad elevaba una silenciosa plegaria a Emmán para que infundiera coraje al grupo. La errante iba apoyada en uno de sus acompañantes, pues sus ojos seguían blancos e inútiles, aunque en realidad no parecían afectar mucho a su movilidad.</p><p style="text-align: justify;">Cuando llegó al escenario, Daradoth trató de recuperar la iniciativa:</p><p style="text-align: justify;">—Creo que la audiencia merece que os presentéis.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto —contestó muy seria.</p><p style="text-align: justify;">Acto seguido se presentó como Ashira, miembro de la nobleza del Principado de Undahl, en la Confederación de Príncipes Comerciantes, que en la actualidad se encontraba luchando contra una "arribista" que quería hacerse con el control total. Yuria arqueó una ceja, pero prefirió reservarse y no estropear la táctica de Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Lo que está sucendiendo aquí —continuó al fin con su alegato— no es natural. Lo tenéis que haber notado. Este elfo nos está sometiendo a algún tipo de hechizo junto a sus compañeros...</p><p style="text-align: justify;">—Siento interrumpirte, Ashira, pero...</p><p style="text-align: justify;">Pero Ashira no se detuvo.</p><p style="text-align: justify;">—...y quiere que pongáis los recursos de la Biblioteca a su disposición. No podemos permitirlo. Os ha dado una explicación parcial, pues Luz y Sombra no son sinónimos de bien ni mal. Es cierto que hay extranjeros desembarcando en el norte, pero no han venido sino a arreglar la situación.</p><p style="text-align: justify;">—¿¿Arreglar la situación?? —intervino Galad—. No puedo creer lo que oigo. ¿Arreglar qué?</p><p style="text-align: justify;">Ashira lo miró fijamente, haciendo una pequeña pausa.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, hermano Galad, sí. Arreglar la situación de permanente genocidio en la que vivimos en este continente. El primero el de mi pueblo, el pueblo errante, exterminado en el imperio vestalense, y os podría mencionar muchos más, ¿verdad, paladín de Emmán? ¡¿Verdad, exterminador de cyalenses?!</p><p style="text-align: justify;">El recuerdo de la matanza de los "herejes" cyalenses acudió a la mente de Galad. Ashira continuó:</p><p style="text-align: justify;">—Vuestro silencio os delata al fin. Sí, amigos míos —se giró a la multitud—, los buenos paladines de Emmán masacraron a pueblos enteros por pensar distinto a ellos. ¡Y los cyalenses no fueron lo únicos!</p><p style="text-align: justify;">Los murmullos entre la multitud se hicieron claramente audibles. <br /></p><p style="text-align: justify;">—Eso no es... —Galad vaciló. La errante no estaba del todo equivocada, y sus propias dudas y honor de paladín le impidieron continuar la frase.</p><p style="text-align: justify;">Afortunadamente, Daradoth intervino, dando la impresión involuntaria de que interrumpía a su amigo:<br /></p><p style="text-align: justify;">—¡No os dejéis engañar por la lengua de seda de esta agente de Sombra! —increpó—. Sus secuaces no vienen a arreglar nada, sino a servir a sus propios intereses. No hay nada bueno en Sombra, ¡nada! Si da esa impresión es porque obedece a unos planes ocultos que de seguro no son altruistas. ¡En las costas del norte están masacrando a una cultura entera! ¡Y les acompañan demonios! ¡¡Demonios a los que nos enfrentamos en Essel!!</p><p style="text-align: justify;">Una vibración en el fondo de su mente. El tirón reaparecía, tímido.</p><p style="text-align: justify;">Pero Ashira no se dejó intimidar.</p><p style="text-align: justify;">—Demostráis poco conocimiento de la historia. Los "demonios" que mencionáis con tanta rimbombancia, no son más que herramientas para conseguir un fin, exactamente igual que las águilas del Erentárna o los grifos del Vigía. Son entes naturales. Y eso solo demuestra vuestra ignorancia del resto de las crónicas.</p><p style="text-align: justify;">»Preguntaos, por ejemplo, ¿qué hicieron los lândalos con los minorios, los habitantes primigenios, cuando llegaron al oeste de Aredia? ¿Qué hicieron? Ah, ya veo... ¿Qué hacen en su propia sociedad elitista? Se rumorea que hay una rebelión, por fin. Pero claro, vos estaréis de acuerdo con sus creencias, pues ya sabemos lo superiores que se consideran los elfos al resto de razas. No hay nadie más racista que vosotros. ¿Y os creéis mejores que Sombra por apoyar a Luz? Y hay muchos más ejemplos, los umbrios y los galarios, los dalaneses y los irzos...<br /></p><p style="text-align: justify;">Para desesperación de Daradoth el tirón volvió a desaparecer. Habló esperando que no se notara su desesperación:</p><p style="text-align: justify;">—¿Y cuál es el punto al que queréis llegar? ¿Ha habido masacres en el pasado? Y las habrá en el futuro. Pero no tiene nada que ver con Luz y Sombra. De lo que estoy seguro es de que si Sombra prevalece, todo aquel que disienta, morirá. Y eso no ocurre con Luz.</p><p style="text-align: justify;">—No estoy de acuerdo. Todos somos una mezcla de Luz y Sombra, y puedo aceptar que haya, como vos, fanáticos de Luz. Pero sí sé una cosa, y es que Luz es capaz de las peores cosas que he visto, mucho peores que cualquier acto de Sombra.<br /></p><p style="text-align: justify;">Murmullos y más murmullos. La gente estaba confusa. El tirón ahora iba y venía de Ashira a Daradoth. Symeon se fijó en que algunas personas entre la audiencia se desvanecían en sus asientos. Llamó la atención de Galad sobre el hecho, e intentó tomar la palabra. Pidió a Résmere que le amplificara la voz, e intervino:</p><p style="text-align: justify;">—Os interrumpo, porque esto no es un debate a dos. Hay más opiniones. Me hace gracia que vos, Ashira, habléis de fanatismo cuando vos sois la primera fanática. Y el genocidio de vuestro pueblo con el que tanto se os llena la boca, tuvo una razón. Os reto a que la reveléis. Si no lo hacéis vos... —el hechizo de amplificación de su voz pareció extinguirse. Symeon miró hacia Résmere, que se encogió de hombros, sorprendido, así que decidió continuar, a voz en grito—: Vuestras argucias no van a impedir que diga lo que tenga que decir.</p><p style="text-align: justify;">—No me importa reconocerlo —bramó Ashira—. ¿Creéis que el robo de una reliquia, por muy sagrada que sea, (y aquella solo era una copia), justifica un genocidio? ¿Lo creéis de verdad, Symeon?</p><p style="text-align: justify;">—En un momento dado, si por ejemplo intentaran robar los libros de esta biblioteca...</p><p style="text-align: justify;">—¡Lo estáis justificando! ¡Vaya! —se volvió hacia la multitud—. ¡Esto es lo que podéis esperar sin el cambio necesario! ¡Fanatismo y genocidios!<br /></p><p style="text-align: justify;">La gente se notaba confundida. Los acólitos habían caído de rodillas hacía ya rato.</p><p style="text-align: justify;">—Además —prosiguió Ashira—, fijaos, este hombre, con su fanatismo, ¡me dejó ciega! ¡Mirad mis ojos si no me creéis! ¡Eso, eso es Luz! Y he sido víctima de una conspiración para impedirme el acceso a la Biblioteca, para no dejarme acceder al conocimiento, ¡porque quieren usarla solo para su propio beneficio!<br /></p><p style="text-align: justify;">A Daradoth le hervía la sangre. Pocas veces había sentido algo así, dada su naturaleza de elfo, conocidos por la contención de sus emociones. Miró a su alrededor, apretando los dientes, y se obligó a calmarse. «Todo pende de un hilo», pensó, «debo acabar con esto». Rugió palabras con todo su corazón:</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, sugerís que cuando Sombra conquiste toda Aredia conviviremos en paz con demonios y otros engendros peores que vimos en su momento en Essel procedentes del mismísimo Erebo.</p><p style="text-align: justify;">La mención de la dimensión oscura acalló los murmullos por fin. Tenía toda la atención de la audiencia. Notó el tirón, titilando en el límite de su percepción. Ashira intentó interrumpirlo, pero él no la dejó, utilizando toda la potencia vocal que pudo reunir:</p><p style="text-align: justify;">—¡Así es! ¡Engendros materializados directamente desde el Erebo! ¿Y pensáis que convivirán en paz con nosotros? ¡Eso sin mencionar los insectos demoníacos que habéis vuelto a conjurar en el norte, los malditos <i>Erakäunyr</i>, cuya única finalidad es destruir toda manifestación de Luz! —Por fin, Ashira pareció perder un poco la compostura; «quizá no sabía lo de los Erakäunyr», pensó Daradoth—. ¡Y esta herida! —volvió a enseñar los extraños zarcillos negros que cubrían parte de su muslo—. ¿Qué clase de arma maldita deja una herida incurable? ¡No he visto tales cosas en las filas de Luz! —la audiencia parecía en trance; y el tirón volvía a estar ahí, en toda su magnitud; «gracias, Nassaröth, bendita sea Luz».<br /></p><p style="text-align: justify;">»Lo único que buscáis —continuó sin vacilar— es exterminar toda manifestación de Luz, solo buscáis esclavos en nosotros, algo que jamás toleraremos. Y respecto a la información de la Biblioteca, la necesitamos para expulsar a Sombra de donde nunca debió salir, y estamos pidiendo ayuda a los bibliotecarios, no la queremos para nosotros, y por supuesto ni se nos ocurriría llevarnos los libros como ya habéis hecho vos.<br /></p><p style="text-align: justify;">El tirón metafísico vibraba, fuerte otra vez. Los cuatro acólitos, ya recuperados de su extraño vahído, se alzaron y bramaron, con sus manos en alto, en un saludo imperial:</p><p style="text-align: justify;">—¡Salve, lord Daradoth! ¡Salve, lord Daradoth! ¡¡No queremos a la Sombra aquí!! —se giraron hacia la multitud—: ¡¡No queremos a Sombra aquí!! ¡¡No queremos a Sombra aquí!!</p><p style="text-align: justify;">Daradoth, Yuria, Symeon y Galad sintieron sus corazones acelerarse cuando gran parte de la multitud estalló en vítores y siguió los cánticos de Aythara y los muchachos.</p><p style="text-align: justify;">—¡Esto es un ultraje! —Ashira intentó reconducir la situación—. Tenéis que...</p><p style="text-align: justify;">Una piedra pasó cerca de ella. Y luego otra.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¡Dejad hablar a Daradoth! ¡Marchaos de aquí!</p><p style="text-align: justify;">Yuria miró hacia arriba. Los monarcas, que habían pasado por todas las fases de confusión de la audiencia, ahora observaban todo preocupados, se notaba que dudaban sobre si hacer intervenir a la guardia real para atajar la situación.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth notó un escalofrío en la nuca. Un aumento repentino de Sombra en el entorno hizo que apoyara una rodilla en tierra y sufriera arcadas por la impresión.</p><p style="text-align: justify;">—¡La Sombra! —quiso advertir a sus compañeros, con un hilo de voz—. ¡La Sombra está...!</p><p style="text-align: justify;">Entonces Ashira se desmayó. Symeon intentó ayudarla, pero uno de sus acompañantes se interpuso, sus manos envueltas en un brillo extraño. Otro de ellos evitó que cayera al suelo, y la ayudó a reincorporarse. Ashira protestó e intentó recuperar la atención, pero sus compañeros la sacaron de allí, reuniéndose con el resto de su séquito.</p><p style="text-align: justify;">—¡Dadnos la orden, Daradoth! ¡Dadnos la orden! —gritaban los acólitos, seguramente refiriéndose a una orden para atacar; el elfo los aplacó con un gesto tranquilizador. <br /></p><p style="text-align: justify;">—¡No! —gritaba Ashira, mientras la escoltaban fuera de allí—. ¡Hacedme caso! ¡Tendréis maldad! ¡Tendréis genocidios! ¡Estás apoyando al mal encarnado!<br /></p><p style="text-align: justify;">Lágrimas de rabia resbalaron por sus mejillas, y su voz, sincera, les provocó escalofríos, así como a una parte de los presentes. Symeon no pudo evitar dejar escapar una lágrima también, conmovido. Pero la inmensa mayoría de la multitud ya no la escuchaba.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad, que lo había observado todo con atención, había estado a punto de correr hacia sus compañeros cuando Ashira había perdido el conocimiento por un instante. Uno de los acompañantes de la errante había estado a punto de ejecutar algún hechizo maligno sobre la audiencia, pero afortunadamente uno de sus compañeros lo había hecho desistir.</p><p style="text-align: justify;">El duque Datarian y su séquito, que habían acudido junto con el grupo de Ashira a la escena, prefirieron mantenerse en sus puestos en la grada, evitando cualquier desplante a su hermana y su cuñado, los reyes. Pero miraban enojados a la multitud enardecida mientras el grupo de Ashira desaparecía de la vista.<br /></p><p style="text-align: justify;">Unos instantes después, la tierra empezó a temblar. Y la luz del Sol se apagó.</p><p style="text-align: justify;">La multitud empezó a gritar, esta vez sorprendidos por el horror. Las gradas se tambalearon, y se desprendieron cascotes de los edificios. Afortunadamente, el temblor solo duró unos segundos, y enseguida volvió la luz del día. Los acólitos (que ya no eran solo cuatro, pues sus filas habían crecido en varias decenas) gritaron que "era cosa de la bruja" o "de Sombra". A pesar de la confusión, Daradoth notaba el tirón metafísico todavía firme sobre la audiencia, así que les dirigió unas palabras para calmarlos. Más o menos lo había conseguido, cuando una voz atronadora resonó más arriba en la gran escalinata:</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué está sucediendo aquí?<br /></p><p style="text-align: justify;">Se giraron. En lo alto, seis figuras encapuchadas habían hecho acto de presencia. Todas con la balanza dorada colgando de sus muñecas. «Maldición, ¿acaso esto no va a acabar nunca?», pensó Yuria. No pudieron evitar fijarse en que uno de los seis lucía insignias de rango en sus ropajes diferentes a todas las que habían visto hasta ahora. Symeon susurró a sus amigos:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Ninaith nos proteja, es un miembro del Alto Tribunal. Este supera a todos.<br /></p><p style="text-align: justify;"> El mediador en cuestión, vestido con capa y capucha blancas, se distinguía del resto porque un aura dorada era visible a su alrededor.</p><p style="text-align: justify;">—Detened esto, ¡¡AHORA!! —exigió en cántico.</p><p style="text-align: justify;">—No sé cómo hacerlo —contestó Daradoth, suponiendo que se refería al tirón metafísico.</p><p style="text-align: justify;">—Estáis poniendo en peligro la existencia, y si no sabéis cómo hacerlo —los seis hicieron un gesto, y en sus manos aparecieron sendas espadas—, lo tendremos que hacer nosotros. Flexionaron sus piernas, prestos a saltar.</p><p style="text-align: justify;">La mente de Daradoth funcionaba frenética. Susurró a los demás:</p><p style="text-align: justify;">—Debemos alterar la Vicisitud para confundirlos, es nuestra única posibilidad.</p><p style="text-align: justify;">Se miraron brevemente, sabiendo que era lo único que podían hacer. </p><p style="text-align: justify;">—Ya lo hice antes en el templo de Sirkhas. Buscad en vuestra consciencia, son como hilos en el límite del entendimiento... —se interrumpió, pues los mediadores saltaron hacia ellos, imponentes.</p><p style="text-align: justify;">Galad fue el primero en detectar lo que había descrito Symeon. Durante un breve instante, su mente se sintió abrumada al percibir miles de millones de... ¿hebras de realidad? No sabía describirlo mejor. Tiró de algunas, y entrelazó otras, como loco. No se atrevió a cortar ninguna. </p><p style="text-align: justify;">Los mediadores se fueron al suelo con un impacto que sintieron en los huesos, combando el suelo en el punto de impacto. Varios árboles aparecieron donde antes no había nada, y una parte de la colina parecía cambiada. Pero habían evitado la muerte por unos segundos. La audiencia asistía a la escena extasiada, y los mediadores, tratando de recuperarse, volvieron los inefables iris de sus ojos hacia el grupo. Se envolvieron en un aura de luz plateada.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¡Vamos! —instó Galad a sus amigos—. ¡Os necesito a todos! ¡Intentadlo!</p><p style="text-align: justify;">Apretaron los dientes y tensaron los músculos y las venas por el esfuerzo. Yuria se había olvidado de respirar por unos segundos, pero consiguió reponerse. Y, finalmente, allí estaban: los filamentos de la creación. Los empezaron a tocar y a alterar como locos.</p><p style="text-align: justify;">—¡No cortéis ninguno! —dijo Symeon—. Algo me dice que no sería buena idea.</p><p style="text-align: justify;">Un extraño viento que arrastraba voces se levantó a su alrededor, y un remolino de nubes se apelotonó en el cielo; los mediadores cayeron sobre sus rodillas, perdiendo sus auras y apoyándose sobre sus espadas. Sus rostros transmitían emociones irreconocibles.</p><p style="text-align: justify;">—¡Acabad con ellos! —ordenó el miembro del Alto Tribunal, esforzándose por ponerse en pie, pero algunos de ellos incluso tuvieron que poner alguna mano en tierra.<br /></p><p style="text-align: justify;">Siguieron tocando hilos frenéticamente. El mediodía se tornó en atardecer instantáneamente. Algunos miembros de la multitud empezaron a correr sin control. Uno de los graderíos de la plebe se tambaleó peligrosamente, y empezaron a desalojarlo. Pero la mayoría contemplaba la escena, como mesmerizados. Árboles aparecían y desaparecían aquí y allá.</p><p style="text-align: justify;">Los mediadores gritaron, como aquejados por un gran dolor. Se envolvieron en una luz blanca que hizo a todos apartar la vista, y desaparecieron con una explosión. Uno de los edificios que formaba parte del complejo exterior de la biblioteca crujió y se vino abajo. La multitud gritaba, unos por el miedo, otros por el asombro. Una lluvia de escombros afectó a parte de los presentes, y el suelo tembló de nuevo por unos segundos.</p><p style="text-align: justify;">Entre el caos, Daradoth, respirando profundo, se giró de nuevo a la audiencia. Los acólitos, en un número considerable, todos ellos jóvenes, lo miraban febriles, anhelantes.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Gracias a todos por apoyarnos. Sentimos mucho lo que ha pasado, pero ya habéis visto que Luz y Sombra han luchado con saña sobre este escenario, y los acontecimientos han ido acorde. Debemos ayudar a los afectados, es importante atenderlos, y está a punto de anochecer, así que interrumpiremos la charla por hoy y continuaremos en cuanto sea posible. ¡Bendita sea la Luz!</p><p style="text-align: justify;">El tirón, que no había desaparecido, volvió a manifestarse en toda su potencia. La multitud prorrumpió en vítores y aclamaciones.</p><p style="text-align: justify;">—¡Bendita sea la Luz! ¡Bendita sea la Luz!</p><p style="text-align: justify;">Cuando por fin se calmaron los ánimos, Nerémaras tomó la palabra:</p><p style="text-align: justify;">—¡Muy bien! Como bien ha dicho lord Daradoth, debemos recuperarnos de esta experiencia tan... intensa. Si les parece bien a sus majestades, mañana lo tomaremos como día de descanso, y os emplazamos a todos pasado mañana —el rey asintió—. Partid en paz, pues.</p><p style="text-align: justify;">—¡Salve lord Daradoth! —exclamó Aythara.</p><p style="text-align: justify;">—¡Salve! ¡Salve! —la secundaron los acólitos y parte de la audiencia.</p><p style="text-align: justify;"> A continuación, Svadar se dirigó al grupo:</p><p style="text-align: justify;">—Si sois tan amables, me gustaría hablar con vosotros en la biblioteca.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto —contestó Symeon.</p><p style="text-align: justify;">Se acercaron para despedirse de los reyes y de Anak Résmere con toda la pompa pertinente, y Yuria pareció darse cuenta de algo:</p><p style="text-align: justify;">—¿Dónde se encuentra el duque, si me permitís la pregunta?</p><p style="text-align: justify;">—Parece que su sector de la grada se vio bastante afectado —contestó la reina Irmorë—, tuvo una caída bastante fea y tuvo que partir a ser atendido. Parecía algo serio, pero no demasiado grave. Por cierto, me ha parecido oír que Nerémaras os ha convocado a la Biblioteca.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, así es, querrá decirnos algo importante.</p><p style="text-align: justify;">—Os acompañaremos entonces, queremos estar enterados de primera mano de qué es eso tan importante.</p><p style="text-align: justify;">—Como os plazca, majestad —Yuria se inclinó con deferencia. <br /></p><p style="text-align: justify;">Mientras caminaban hacia la biblioteca con todo el séquito real a la zaga, notaron de nuevo un seísmo, aunque esta vez fue muy leve, sin consecuencias. Los acólitos intentaron seguirlos, pero Daradoth les ordenó que ayudaran en lo que pudieran a reconstruir, limpiar y atender. Entraron en el edificio de oficinas donde ya habían hablado con Nerémaras al llegar, y les ofrecieron comida y bebida.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Antes de nada —Symeon se levantó para dirigirse a Nerémaras, Svadar, algunos de los bibliotecarios y cronistas, los reyes y los bardos reales—, queremos pedir disculpas por lo que ha ocurrido y las pérdidas que haya podido ocasionar, aunque realmente no hemos tenido ningún control sobre ello.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien —contestó Nerémaras—. Como supondréis, precisamente os he hecho venir para que podamos entender qué es lo que ha ocurrido. No podemos permanecer en la ignorancia más tiempo. Y no es nada habitual la aparición de media docena de mediadores con un miembro del Alto Tribunal en la Biblioteca.</p><p style="text-align: justify;">—Y por mi parte —cuando la reina habló, Nerémaras le cedió la palabra inmediatamente—, estoy muy preocupada por Ashira. Ha llegado a ser muy cercana a mi hermano, como sabéis el comandante de los ejércitos, y lo que he visto esta tarde (si es que ha habido tarde, pues hace nada era mediodía) no me deja precisamente tranquila.</p><p style="text-align: justify;">—Claro —continuó Nerémaras, girándose hacia Daradoth—, comprended nuestra sorpresa ante el derribo de un templo, el brote espontáneo de árboles gigantes, la pérdida de varias horas de tiempo... es inquietante. Necesitamos algún tipo de explicación.</p><p style="text-align: justify;">—Y si lo juzgáis conveniente —añadió el rey—, quizá deberíamos expulsar a Ashira aunque eso conlleve problemas con los sapientes o con Datarian. La cuestión es que no vuelva a suceder nada de esto.</p><p style="text-align: justify;">El grupo intentó explicar lo mejor posible lo que había sucedido en las escalinatas. Hablaron del conflicto entre Luz y Sombra, personalizado en Daradoth y Ashira, y cómo de alguna manera eso había alterado la realidad subyacente. </p><p style="text-align: justify;">—Por algún motivo —dijo Symeon—, parece que los mediadores detectan estas... acciones... que afectan a la realidad, o al equilibrio de la creación, y son convocados al lugar. Todo esto escapa a nuestro conocimiento, y la verdad es que no podemos explicarlo mejor.</p><p style="text-align: justify;">—De alguna forma —intentó clarificar Galad—, el conflicto que mantuvimos con Ashira iba más allá de lo aparente, de lo que todos podíamos ver, y afectaba al... cómo llamarlo... tejido de la realidad, la parte invisible de la existencia, y eso fue lo que quizá hizo que acudieran los mediadores. Como bien ha dicho Symeon, escapa a nuestro entendimiento, y solo Emmán sabrá la verdad.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Queréis decir —intervino Nerémaras—, por expresarlo de la mejor forma que sé, que se produjo un conflicto metafísico que trastocó los cimientos de la realidad.<br /></p><p style="text-align: justify;">—A falta de una explicación mejor, sí —coincidió Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—He leído mucho sobre otras esferas de existencia —dijo Svadar, asombrado—, pero nunca había oído una cosa así.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Entonces juzgáis que esa tal Ashira es peligrosa? —inquirió la reina.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Por desgracia, sí —contestó Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —afirmó Galad sin duda alguna.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué nos recomendáis entonces?</p><p style="text-align: justify;">—Es un ser muy poderoso, hay que tener mucho cuidado con ella —advirtió Daradoth—. Podría hacer mucho daño si lo usara de manera más... agresiva.</p><p style="text-align: justify;">—Después de hoy, si no lo ha hecho ya, no creo que lo haga —contemporizó Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Mi opinión —añadió Galad— es que habría que expulsarla. Pero eso traerá consecuencias.</p><p style="text-align: justify;">—Lo que está claro —dijo Daradoth—, es que quiere acceder al conocimiento de la Biblioteca por algún motivo muy profundo, y peligroso, a juzgar por el sueño que Emmán inspiró en Galad la pasada noche.</p><p style="text-align: justify;">—Al parecer, intenta liberar un poder ancestral peligroso para la existencia, es todo lo que pude interpretar —dijo Galad, que les narró el sueño del baúl estrellado—. Y Ashira nos ha amenazado con que, si ella no puede acceder a ese conocimiento, nadie lo hará.</p><p style="text-align: justify;">—¿Creéis que puede intentar destruir la Biblioteca? —preguntó preocupado Nerémaras.</p><p style="text-align: justify;">Algunos contestaron que sí, otros que no. En cualquier caso, intentaría algo. Daradoth afirmó:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Yo creo que con lo que ha pasado esta tarde, sus planes se han frustrado. No la conozco y no sé muy bien cómo puede reaccionar, pero esperaría lo peor.</p><p style="text-align: justify;">—Yo sugiero que alejéis al duque de la influencia de Ashira —dijo Symeon—, no sé cómo, pero sería lo deseable.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien —decidió el rey—. En cuanto volvamos a palacio decretaremos su expulsión de Sermia.</p><p style="text-align: justify;">—Hacedlo con medidas extraordinarias de seguridad —añadió Galad—, pues al poder de la propia Ashira hay que sumar el de su séquito. Hay varios hechiceros acompañándola.</p><p style="text-align: justify;">La reina Irmorë intervino, hablando directamente a Yuria:</p><p style="text-align: justify;">—Por curiosidad, ¿sabe Ilaith algo de esto?</p><p style="text-align: justify;">—No, no lo sabe, es algo que nos ha sobrevenido en nuestra visita.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo.</p><p style="text-align: justify;">Ante el silencio que se hizo, Symeon vio la oportunidad de cambiar de tema:</p><p style="text-align: justify;">—Ya que estamos aquí reunidos, Svadar, Nerémaras, necesitaremos sin más dilación acceso a la Biblioteca. Es importante lo que hemos venido a buscar. Siento si soy brusco con este tema. Sé que yo no necesito permiso, pero mis compañeros lo necesitarán.</p><p style="text-align: justify;">—Es algo irregular —empezó Nerémaras, mirando a Svadar.</p><p style="text-align: justify;">—Tenéis mi permiso personal —zanjó el rey, mirando a los bibliotecarios, que no pusieron ninguna objeción, aunque se les notaba incómodos ante la injerencia real.</p><p style="text-align: justify;">—No obstante —continuó Symeon—, necesitaremos la ayuda tanto de bibliotecarios como de sapientes, y confiaba en tenerla, dada la situación.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto que la tendréis, claro que sí —contestó Svadar tras unos segundos de duda—. A partir de este mismo momento. Pero tenemos que considerar también el cisma en los sapientes, van a estar totalmente enfrentados entre sí con el asunto de Ashira. </p><p style="text-align: justify;">—¿Y no teméis que Ashira intente entrar a la fuerza en la Biblioteca? —añadió Nerémaras—. Creo que habría que valorar seriamente esa posibilidad.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, tenéis razón.</p><p style="text-align: justify;">—Destinaré entonces otro destacamento de la guardia real para proteger la Biblioteca —anunció el rey. </p><p style="text-align: justify;">—Gracias, majestad —dijo Svadar.</p><p style="text-align: justify;">—Sería interesante saber qué es lo que buscaba —sugirió Daradoth. Ante los gestos de impotencia de los bibliotecarios, se giró hacia la reina—: Quizá vuestro hermano pueda saberlo.</p><p style="text-align: justify;">—No me parece probable, no es el tipo de información que pueda interesar a Valemar, pero no debemos descartarlo, claro.<br /></p><p style="text-align: justify;">Después de algunos planes más, dieron por finalizada la reunión. Con los recursos de los bibliotecarios a su disposición, se aprestaron para ir directamente a la Biblioteca. Pero antes de que abandonaran el edificio, Anak Résmere tocó el brazo de Galad, pidiéndole hablar un momento con él. El paladín, muy intrigado, aceptó:</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, decidme.</p><p style="text-align: justify;">—Solo quería pediros un pequeño favor —empezó el bardo—. Tengo buen amigo que, tras asistir a las charlas de vuestro grupo, quiere entrevistarse con vos. Si mañana tenéis un momento, os rogaría que os reunierais con él. Es un antiguo monje emmanita que por circunstancias de la vida se encuentra en uno de nuestros monasterios.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Muy bien, claro, será un placer.</p><p style="text-align: justify;">—Simplemente acudid mañana a mis aposentos y os conduciré a él.</p><p style="text-align: justify;">Galad se reunió con el resto en el camino a la biblioteca. Allí les dejaron pasar sin ningún problema, acompañados como iban por Svadar y Nerémaras, y con el salvoconducto del rey. Al entrar, tuvieron la sensación que algunos de ellos ya habían tenido en su anterior visita y que aquejaba a aquellos que no estaban acostumbrados a entrar en el lugar, un leve aturdimiento al sentirse descolocados, pues el interior de la biblioteca no parecía corresponder con el exterior. El edificio parecía mucho más grande por dentro que por fuera, y no solo eso, aunque no sabrían explicar qué más estaba fuera de lugar. Y todo ello unido a la ya habitual sensación de comezón en la espalda que les había afectado desde que habían acudido a Doedia por segunda vez. Yuria también lo sentía a pesar del talismán de su cuello, así que debía trascender cualquier tipo de poder mágico.<br /></p><p style="text-align: justify;">Nerémaras sugirió ignorar los libros y pasar directamente a los rollos de pergamino. Y así lo hicieron. Buscaron durante horas y horas, enterrados en miles y miles de escritos y, en un momento dado, Symeon tuvo un momento de inspiración; sin saber muy bien por qué, algo lo llevó a centrarse en una estancia concreta que daba acceso a un par de pasillos. Empezó a ver en los huecos pergaminos escritos en cántico, el idioma de los elfos. </p><p style="text-align: justify;">Amanecía. Habían pasado ya más de ocho horas desde que habían llegado a la biblioteca, y sus compañeros estaban derrotados, pero Symeon hizo oídos sordos a sus sugerencias de retirarse. Sabía que no podía perder aquel momento de inspiración, que sabía que sería harto difícil que se repitiera. El errante llegó finalmente a una pared con multitud de nichos donde los pergaminos parecían versar sobre antiguos rituales y el mundo espiritual. Todos ellos en cántico y quizá ancestral. Con la ayuda de los bibliotecarios, recogieron todos, al menos una cincuentena, y los metieron en un baúl para llevarlos a un lugar más accesible.</p><p style="text-align: justify;">—Tendréis que ayudarme a descifrarlos —dijo Symeon a Yuria y Daradoth, mientras guardaban los rollos—. Pero si en estos pergaminos no encontramos lo que hemos venido a buscar, es que no está aquí.<br /></p><p style="text-align: justify;">Se llevaron los pergaminos a la celda que Symeon tenía en la residencia de los Maestros del Saber, intentando ser lo más discretos posibles, ya en pleno día. Y se retiraron a descansar, pues se encontraban agotados. Symeon se quedó en su celda, y el resto volvieron a palacio.</p><p style="text-align: justify;">A mediodía, ya algo descansados, Daradoth y Yuria anunciaron su intención de acudir a la biblioteca a ayudar a Symeon con la traducción de los pergaminos. Galad aprovechó para recordarles lo que le había pedido Anak el día anterior, así que partió con Faewald, otro devoto emmanita, al encuentro de ese clérigo del que les había hablado el bardo. Se encontraron con él en sus aposentos, como les había dicho. Poco después salían al patio, donde les esperaban media docena de guardias reales (Anak era, al fin y al cabo, el primer bardo real) y caballos para todos. Partieron hacia el monasterio de la orden de Sairethas, donde Résmere había dicho que se encontraba el monje, muy cerca de allí.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y de qué conocéis a ese monje? —inquirió Galad mientras cabalgaban.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Era un viejo conocido de mi padre, el famoso Gerak Résmere, ¿os suena?</p><p style="text-align: justify;">—Siento decir que no.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Oh, bueno, es cierto que a veces los sermios sobrevaloramos la fama de nuestros bardos fuera de nuestras fronteras, no os preocupéis. Sobre este cura al que vamos a ver, su nombre es Ibrahim. Ibrahim Pursal. En cierto punto de su vida, según sus propias palabras, se arrepintió de enormes pecados y se exilió de Esthalia voluntariamente para retirarse del mundo. Y como los hermanos de la orden de Sairethas son un poco peculiares y cumplen voto de silencio (pues el propio Sairethas estaba incapacitado para el habla), decidió quedarse con ellos.</p><p style="text-align: justify;">—Y, ¿qué opináis de los sucesos de ayer?</p><p style="text-align: justify;">—Pues... sinceramente, he visto muchas cosas en el curso de mis viajes. pero como lo de ayer, nada parecido. Fue extraordinario.<br /></p><p style="text-align: justify;">En un par de horas llegaron al monasterio. Allí fueron recibidos por el prior y dirigidos en silencio hacia el claustro, a una zona concreta donde había un banco. En él se encontraba sentado un monje algo entrado en años, con la tonsura emmanita. Al verlos, sus ojos se iluminaron; se levantó y se dirigió rápidamente hacia Galad, cogiéndole una mano y arrodillándose con esfuerzo.</p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEieClP70GV95h2TsZG4fPKJcpv5tPQJNeB0RGbeOtanvX0MPkUE71_vqH1F6z4cCbBiotA3brv4fd7Ir9yyIh253dtpZhfCDDthjyZeonL4M_vBFo2XFLByENuWCFRMluDgPuxrMdDAHvSCpVbGNEDtV23AoW1Xc6ZgnyHOgFrUossBGb2ViXu-0Xl0Z3y1/s832/Padre%20Ibrahim.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="832" data-original-width="100%" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEieClP70GV95h2TsZG4fPKJcpv5tPQJNeB0RGbeOtanvX0MPkUE71_vqH1F6z4cCbBiotA3brv4fd7Ir9yyIh253dtpZhfCDDthjyZeonL4M_vBFo2XFLByENuWCFRMluDgPuxrMdDAHvSCpVbGNEDtV23AoW1Xc6ZgnyHOgFrUossBGb2ViXu-0Xl0Z3y1/s832/Padre%20Ibrahim.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">El monje Ibrahim Pursal<br /></td></tr></tbody></table> <p></p><p style="text-align: justify;">—Por favor, no es necesario que os arrodilléis —le pidió Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, sí es necesario —contestó el monje en estigio, con un tono de profunda pesadumbre—. Por favor, os lo ruego, necesito que me toméis en confesión. Sé que vos contáis con el favor de Emmán, hacía mucho tiempo que no veía a nadie tan iluminado por su luz, y necesito expiación, estando mi hora tan cercana ya.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, por supuesto, no padezcáis más.</p><p style="text-align: justify;">Se dirigieron a una pequeña capilla donde se encontrarían en un ambiente más recogido. </p><p style="text-align: justify;">—Hermano —empezó el monje—, me presento a vos para que me toméis en confesión, mi nombre es Ibrahim Pursal.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien, hermano, confesaos, aligerar vuestro corazón y, si está en mi mano, seréis perdonado.</p><p style="text-align: justify;">—Llevo atormentado toda mi vida por mis pecados de madurez, hermano. Perdonadme, porque soy el peor de los pecadores. He matado niños, hermano.</p><p style="text-align: justify;">—¿Por qué motivo?</p><p style="text-align: justify;">Ibrahim empezó a sollozar, desconsolado, le costó volver a hablar:</p><p style="text-align: justify;">—Han sido muchos años de silencio... mis pecados se han podrido dentro de mí.</p><p style="text-align: justify;">Anak Résmere puso una mano sobre su hombro, y hablando en un perfecto estigio, dijo:</p><p style="text-align: justify;">—Ibrahim, por favor, contádselo desde el principio, no quiero que se entere por mí y perdáis vuestra oportunidad de liberar vuestros pecados.</p><p style="text-align: justify;">El monje inentó calmarse, asintiendo en silencio a las palabras del bardo.</p><p style="text-align: justify;">—Hace... hace unos veinte años. Yo era un miembro destacado de la iglesia esthalia, no sé si os sonará mi nombre... ya veo que no; era uno de los hombres de confianza de Su Santidad Aetius, el Primado ya fallecido. Por aquella época llegó a oídos de Aetius información sobre la existencia de una amenaza real para la Iglesia e incluso para la existencia del reino de Esthalia. ¿Habéis oído hablar del Imperio Trivadálma? —inquirió.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, por supuesto.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y del <i>Pueblo del Rey de Reyes</i>?</p><p style="text-align: justify;">—Creo que sí, es una especie de... no sé cómo decirlo... de hermandad, o algo así, que espera el advenimiento del descendiente legítimo de los emperadores Trivadálma. Pero es solo un cuento, ¿no es así?</p><p style="text-align: justify;">—No, claro que no, es algo muy real, y se compone de más gente de la que os imagináis, no es una hermandad en realidad, es más... una tradición, una creencia que se podría casi equiparar a una religión.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo.</p><p style="text-align: justify;">—Pues Aetius, no sé a través de qué medios, se enteró de que en una región remota de Gweden, en el sur del reino, habían aparecido unos niños. Niños que, al parecer, eran los descendientes directos de la tercera dinastía de emperadores, la última en reinar. Y supongo que también conoceréis la historia del padre Gerwald de Hywedd; la revolución de los herejes que acabó con su vida y lo convirtió en mártir, ¿verdad?</p><p style="text-align: justify;">—Sí, la conozco.</p><p style="text-align: justify;">—Bien, pues San Gerwald no es el mártir que la Iglesia nos ha hecho creer. Al menos no las circunstancias que lo martirizaron. En la época de la que os hablo, Gerwald no estaba muy de acuerdo con la política de la Iglesia, política que ha seguido hasta nuestros días y que ha corrompido a muchos de sus miembros bajo el liderazgo del Primado Irinwor. Él vio en los niños una oportunidad de un retorno a un emmanismo más puro, más original. Si conseguía convertirlos en buenos emmanitas y... la conspiración constaba de planes bastante complejos, imposibles de expresar en unas pocas frases, pero se resumía en lo siguiente: Gerwald tenía la esperanza de restaurar el Imperio Trivadálma con la religión emmanita, en su vertiente más pura y fiel a Emmán, como religión oficial. Sería así un triunfo emmanita sobre toda Aredia.</p><p style="text-align: justify;">»Y mi gran pecado... mi gran pecado... —se le hizo un nudo en la garganta, y continuó con un hilillo de voz—: mi gran pecado fue que yo mismo orquesté el plan para quitar a esos niños de en medio. Para asesinarlos. Y Gerwald murió defendiéndolos, junto con muchos otros clérigos. No puedo vivir más con ese peso... no puedo... necesito escuchar algunas palabras, si no de perdón, de confort.</p><p style="text-align: justify;">Ibrahim rompió a llorar.</p><p style="text-align: justify;">»Necesito sentir a Emmán de nuevo, y vos sois el único que puede concederme eso. Haré cualquier cosa que me pidáis.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad sintió verdadera pena por Ibrahim. El monje estaba claramente arrepentido. <br /></p><p style="text-align: justify;">—Recemos juntos —dijo Galad, y por supuesto Ibrahim así lo hizo, fervorosamente—. Emmán está en todos, y también con vos, Ibrahim. Vuestra contrición es sincera, y por ello yo os absuelvo.</p><p style="text-align: justify;">Galad canalizó una brizna de poder hacia Ibrahim, que lo aceptó en su ser sin dudarlo. El paladín sintió que Emmán le volvía a dar su beneplácito. El monje se encogió y lloró.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias, gracias, gracias —repitió en voz baja, una y otra vez.</p><p style="text-align: justify;">Anak intervino de nuevo:</p><p style="text-align: justify;">—No sé si lo habréis supuesto ya Galad, pero ese no es el fin de la historia. Confío en vos, pues habéis demostrado vuestro honor y virtud, así que os revelaré una información realmente sensible para recabar vuestra ayuda. Mi padre era mucho más inteligente de lo que la mayoría suponía. Los niños que murieron no eran los verdaderos herederos del Imperio. Los verdaderos herederos ahora tienen poco más de veinte años, y se encuentran a salvo en un lugar no lejano. Son gemelos, un niño y una niña.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —dijo Ibrahim, repentinamente brioso—, así es. Y yo quiero honrar la memoria de san Gerwald. Quiero ver a los niños, o a uno de ellos, convertido en emperador emmanita de toda Aredia.</p><p style="text-align: justify;">—Entiendo que es mucho para asimilar —continuó Anak—; pero, como fiel del Pueblo del Rey de Reyes que soy, como también lo fue mi padre, creo que nos beneficiaría a todos un Imperio fuerte y en las filas de la Luz.</p><p style="text-align: justify;">»Por cierto, los reyes no saben nada de esto, y espero vuestra discreción. Los niños son fervientes emmanitas, pues el padre Ibrahim, entre otros, se ha encargado de su educación, honrando la memoria de Gerwald, y ese primer ladrillo ya está puesto. No obstante, desde el primer momento he tenido la sensación de que no podremos construir ese edificio sin la ayuda de vos y vuestros amigos. Como se demostró ayer, los sucesos extraordinarios parecen ser vuestro pan de cada día.</p><p style="text-align: justify;">Por la mente de Galad pasaron mil cosas: Ilaith, los lândalos, Daradoth... muchos contendientes para los jóvenes descendientes.</p><p style="text-align: justify;">—Bien —dijo al fin—. Por ahora creo conveniente que sigamos manteniendo el más absoluto secreto, pues muchos peligros acechan a esos jóvenes. Pero os prometo que volveré pronto para encargarnos del asunto. Os doy mi palabra.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Para nosotros es más que suficiente —dijo Ibrahim, que parecía haberse quitado varios años de encima—. Muchas gracias, hermano. Os esperaremos con ansiedad.</p><p style="text-align: justify;">Galad volvió a Doedia y se despidió de Anak para volver a la Biblioteca con sus compañeros, sumergidos en la montaña de pergaminos. Estos, desgastados y con escritura apretada, eran difíciles de leer, y llegó la noche sin que encontraran nada útil.</p><p style="text-align: justify;">Durante la cena, Galad aprovechó para contarles todo lo que había sucedido en el monasterio.</p><p style="text-align: justify;">—No he querido acudir a verlos por no ponerlos en peligro.</p><p style="text-align: justify;">—La verdad es que es algo muy importante, y no podemos dejarlo pasar —dijo Symeon—. Y debemos mantenerlo en secreto, desde luego.</p><p style="text-align: justify;">—Valeryan seguro que querría la restauración del imperio, si eso llevara a la supremacía del emmanismo —añadió Faewald—. Pero habría que hacerlo con mucha calma, con pies de plomo.</p><p style="text-align: justify;">Symeon miraba a Yuria. «Esto claramente es una amenaza para lady Ilaith; veremos cómo podemos lidiar con ello». Taheem, a su vez, pensaba lo mismo de Daradoth, pues ya había percibido los nuevos anhelos del joven elfo.</p><p style="text-align: justify;">Como respondiendo a los pensamientos del errante, Yuria dijo:</p><p style="text-align: justify;">—Quizá podríamos ponerlos bajo la protección y tutela de lady Ilaith.</p><p style="text-align: justify;">Estas palabras encendieron una discusión en el grupo, en la que largo y tendido se habló de la conveniencia o no de revelar la existencia de los herederos a la canciller de la Confederación. Se habló también de qué apoyos podían tener los jóvenes, de lo que no tenían ni remota idea, y de cómo de poderoso podía ser el Pueblo del Rey de Reyes. Y también si habían establecido algún plan para la Restauración. Eran asuntos que tendrían que plantearle a Anak Résmere cuanto antes.</p><p style="text-align: justify;">—Y, de momento, no podemos revelar su existencia —zanjó Galad, mirando a Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—De acuerdo, por el momento lo mantendremos en secreto —lo tranquilizó la ercestre—. Pero recordad que es gracias a Ilaith por quien estamos donde estamos.<br /></p><br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-30012951238256090092023-09-13T13:42:00.004+02:002023-09-13T13:42:51.100+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 8<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Continúan las Conferencias<br /></span></p><p style="text-align: justify;">En pocos segundos, Daradoth dejó sus abluciones, cogió a Sannarialath en su vaina y salió corriendo con toda la energía de la que era capaz. «Puedo estar allí en diez minutos si todo va bien», pensó, bajando ya las escaleras de palacio ante la mirada asombrada de los guardias.</p><p style="text-align: justify;">Yuria se levantó prácticamente fluyendo con el mismo movimiento de caída, y se acercó a Galad, al que tuvo que ayudar durante un par de minutos. Se acercaron hacia el templo de Sirkhas lo más rápido que pudieron. Entre susurros, se contaron lo que habían visto mutuamente hacía escasos momentos. </p><p style="text-align: justify;">—Es la Vicisitud, seguro. Algo malo le ha pasado a Symeon, y ha contactado con nosotros a ese nivel —afirmó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Empiezo a estar un poco harta de estas cosas.</p><p style="text-align: justify;">—Pues ármate de paciencia, porque creo que esto no ha hecho más que empezar.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth atravesó las murallas occidentales a toda prisa, esquivando como pudo (la herida de su muslo no cesaba en su dolor) a la pequeña multitud de trabajadores que estaban comenzando a reparar los desperfectos del reciente terremoto. Todos los transeúntes observaron asombrados, algunos de ellos con reverencia, la velocidad sobrenatural del elfo.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad notó como el vello de su nuca se erizaba. Una enorme canalización de poder tenía lugar justo en la dirección en la que se dirigían Yuria y él. Avisó a su compañera, y poco después llegaban a la escalinata del templo, donde el paladín empuñó por fin su elegante espada a dos manos. Algunos curiosos los miraban desde la distancia, pero nadie osó mover un dedo.</p><p style="text-align: justify;">Entraron al templo. Cuando atravesaron el umbral, la penumbra les recibió. Y al entrar, sus movimientos se vieron ralentizados como si se hubieran sumergido en una gelatina, y su piel notó los efectos de un frío intenso.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Qué demonios pasa aquí? —inquirió Yuria en voz queda. Su voz sonaba también más apagada de lo normal, y sorprendida; con su talismán al cuello, no estaba acostumbrada a sufrir efectos sobrenaturales.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Deben ser los efectos de lo que detecté. Cuidado.<br /></p><p style="text-align: justify;">Esforzándose por moverse más rápido (pero sin conseguirlo) se adentraron en el templo. Aproximadamente un minuto después vieron a Symeon, que se encontraba caído de rodillas sobre un banco. Con una lentitud desesperante llegaron a su lado y consiguieron ponerlo en pie. En ese momento, Daradoth hizo acto de presencia, sufriendo los mismos efectos que los demás al atravesar el umbral.</p><p style="text-align: justify;">Pocos instantes después, la tierra empezó a temblar. Galad y Yuria se miraron asustados, pero por suerte el pequeño seísmo no pasó a mayores y cesó tras unos segundos. Justo entonces se encontraron con Daradoth en la penumbra, y sacaron a Symeon de allí.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué crees que ha pasado aquí? —aprovechó para comentar Yuria, luchando por sacar palabras de su boca en aquel extraño ambiente pegadizo—. ¿Algún hechizo de Sombra?</p><p style="text-align: justify;">—No, no creo —contestó Daradoth—; no siento una Sombra especialmente intensa aquí.</p><p style="text-align: justify;">—Y tampoco parece que haya hechizos activos —terció Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Sea lo que sea, me afecta aun con el talismán. ¿La puñetera Vicisitud?</p><p style="text-align: justify;">—Puede ser. Vamos fuera, rápido.</p><p style="text-align: justify;">Sacaron a rastras a su amigo y nada más traspasar el umbral, recuperaron su ligereza de movimientos. Lo agradecieron silenciosamente, pero también se hizo más evidente el cansancio que les había provocado atravesar aquel aire densificado. Por suerte, en cuanto Symeon fue bañado por la luz del sol durante unos segundos, recuperó la consciencia. Abrió los ojos, pero lo veía todo negro. Oía hablar a los demás, que se alegraban de que despertara, pero luchó por contener la desesperación ante la falta de visión.</p><p style="text-align: justify;">—No... ¡no veo nada! ¡nada! —dijo.</p><p style="text-align: justify;">—Cálmate —lo tranquilizó Galad, cogiendo su cabeza entre las manos—, deja que te vea los ojos. Un momento... parece que tienes una voluta negra alrededor de los iris, Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Solo... solo recuerdo que... me besó los dedos...y todo se rompió. Y lo veo todo negro. ¡Ashira!</p><p style="text-align: justify;">«Por suerte, sigo notando el poder de la diadema», pensó Symeon, «Sombra no me ha poseído, o al menos no lo suficiente». Aun así, quiso asegurarse:</p><p style="text-align: justify;">—Ella, ella...¿ha hecho algo en mí? ¿En mi Sombra?</p><p style="text-align: justify;">—No, no te preocupes Symeon —contestó Daradoth tras concentrarse unos segundos—, no detecto un incremento significativo.<br /></p><p style="text-align: justify;">Symeon suspiró, con lágrimas de rabia en los ojos.</p><p style="text-align: justify;">—Intenté oponerme a aquello que me estaba haciendo. Al menos, creo que tuve éxito en parte.</p><p style="text-align: justify;">—Por lo menos, sirvió para llamarnos y que supiéramos que estabas en peligro —dijo Galad, que había estado entonando una oración en voz baja—. Ahora, deja que pruebe... así...</p><p style="text-align: justify;">El paladín puso su mano sobre los ojos de Symeon, y unas ligeras fanfarrias celestiales anunciaron el encauzamiento del poder de Emmán. La voz de Galad se alzaba en la escena potente. Una pequeña muchedumbre se había reunido ya a su alrededor, curiosa.</p><p style="text-align: justify;">Symeon abrió los ojos. Veía.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias, Galad. Menos mal.</p><p style="text-align: justify;">Ya más tranquilos, Daradoth dio órdenes a los presentes de que nadie entrara en el templo de Sirkhas, pues "un suceso extraño había tenido lugar", y tendría que ser investigado. A continuación, se dirigió al auditorio, seguido de los demás, para continuar con la charla que tuvo que interrumpir de madrugada. Pronto se unieron a él los cuatro muchachos que se habían convertido en sus más fieles seguidores en Doedia, Aythara, Agirnan, Nurän y Erastos. Habían cambiado sus ropajes por otros más parecidos a los portados por Daradoth, y formaron una especie de círculo protector alrededor de él para que los curiosos no se acercaran demasiado. «En algún momento tendré que poner freno a ese entusiasmo», pensó Daradoth, «no debo dejar que se convierta en fanatismo».<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Creéis que Ashira puede ser como... como nosotros? —preguntó en un momento dado Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Es posible. Muy posible —contestó Symeon.<br /></p><p style="text-align: justify;">Llegaron al auditorio pasado el mediodía. Allí ya se había reunido una gran multitud, que incluía a gran parte de los Maestros del Saber, Svadar, Nerémaras y un gran número de bibliotecarios, además de un nutrido grupo de los nobles presentes en la ciudad distribuidos en palcos construidos expresamente. Y ciudadanos de a pie, que habían tomado posiciones en las laderas de la colina que rodeaban la construcción. Los cuatro muchachos, que empezaban a llamarse a sí mismos los "acólitos de Daradoth", tomaron asiento en un lugar preferente del escenario. Yuria, Galad y Symeon se sentaron, al igual que Daradoth, en el estrado que se había preparado con gran diligencia la noche anterior.</p><p style="text-align: justify;">Todo el mundo esperaba expectante. Los ojos de los más jóvenes de los bibliotecarios brillaban. Algunos de ellos llevaban horas esperando el momento. Mientras se acomodaba a todo el mundo, Symeon hizo un aparte con Svadar y Nerémaras; les informó de su reunión con Ashira y detalles sobre lo que había ocurrido en el templo de Sirkhas.</p><p style="text-align: justify;">—Según sus propias palabras —dijo el errante—, se ha unido a las filas de los kaloriones y la Sombra, pues ellos la van a ayudar a encontrar el camino de vuelta de los errantes. Y las claves parecen estar aquí, en la Biblioteca. Me ha ofrecido unirme a ella, y en ese momento, sucedió algo que no puedo explicar. Algo que ha dejado el templo de Sirkhas en una situación extraña.</p><p style="text-align: justify;">»Creo que lleva un colgante en el cuello que le da un gran poder, un regalo de los kaloriones, y sin duda lo va a usar para hacerse con lo que sea que quiere.</p><p style="text-align: justify;">—Información preocupante, en verdad —contestó Svadar—. Si se ha adscrito a las filas de los kaloriones... ¿qué proponéis?</p><p style="text-align: justify;">—Redoblar la seguridad de la Bibllioteca, hablar con el rey si es preciso para ello.</p><p style="text-align: justify;">—Jamás habría dicho que Ashira era tan peligrosa, una mujer tan agradable y culta...</p><p style="text-align: justify;">—Mera fachada. No os miento —Symeon se puso rígido.</p><p style="text-align: justify;">—No, por supuesto que no quería decir eso. Convocaremos al consejo de Sapientes y a los maestros bibliotecarios esta misma tarde, descuidad. No puedo tomar esa decisión por mí mismo. Es verdad que, hasta hace solo dos días, el concepto de Sombra era muy abstracto para nosotros, pero a la vista de las revelaciones que está realizando lord Daradoth... perded cuidado, lo solucionaremos lo antes posible.<br /></p><p style="text-align: justify;">Finalmente, con todo el mundo sentado o acomodado, llegó el momento de reanudar el discurso. Comenzó Daradoth, arengando a los presentes de nuevo para evitar las tentaciones de la Sombra y luchar contra ella allí donde la encontraran. En cuanto el elfo empezó a hablar, todo el grupo pudo notar de nuevo cómo se restablecía aquella especie de tirón sobre la multitud reunida. La conversación se prolongó de nuevo durante horas, y esta vez tanto Galad como Yuria y Symeon intervinieron aportando sus experiencias y pensamientos.</p><p style="text-align: justify;">Gran parte de la conversación se centró esta vez en intentar aclarar la distinción entre Sombra y mal, y en intentar evitar posibles guerras santas provocadas por el fanatismo. «Pero en algún momento tendremos que afrontar la guerra», pensó Daradoth, «y si es necesario romper algunos huevos para hacer una tortilla, no tendremos más remedio que hacerlo».<br /></p><p style="text-align: justify;">El grupo fue alternándose en los turnos de palabra, y aquello contribuyó a que no decayera aquella especie de electricidad que se notaba alrededor, denotando que algo importante estaba sucediendo allí. Hablaron de Essel, de Luz, de Sombra, del Empíreo, de la torre Emmolnir, del camino de los errantes... multitud de temas.<br /></p><p style="text-align: justify;">En la recta final de la jornada, ya entrada la noche, Daradoth quiso dejar un tema en el aire de cara al siguiente día, durante el que Svadar ya había anunciado que se prorrogaría el encuentro:</p><p style="text-align: justify;">—Dentro de todo este esquema de cosas —dijo, alzando la voz para espabilar a aquellos que se mostraban más cansados— se encuentra la Gran Biblioteca de Doedia. Sí, amigos, la Biblioteca es el mayor reducto de conocimiento de Aredia, y este debe ser una parte fundamental en la lucha contra la Sombra y el ascenso de Luz.</p><p style="text-align: justify;">Iniciados por los cuatro "acólitos", los vítores se alzaron por doquier, y entre aplausos, Daradoth y sus compañeros se retiraron. Durante el día había ido acudiendo aún más gente, y la masificación era tremenda. Aunque Symeon había tratado de identificar a Ashira entre los presentes, no había sido capaz. Mientras se retiraban, Svadar subió al estrado y proclamó:</p><p style="text-align: justify;">—Me enorgullece anunciar que la conferencia de mañana tendrá lugar en la colina sur, en la escalinata de acceso principal, ¡y acudirán sus majestades los reyes en persona! ¡Hurra!<br /></p><p style="text-align: justify;">—¡Hurra!¡Hurra! —aclamó la multitud.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Pasaron por la posada para hablar con Faewald, Taheem y el resto de su compañía, que intentaban pasar lo más desapercibidos posible, y ya de vuelta en palacio, uno de los senescales salió a su encuentro.</p><p style="text-align: justify;">—Mis señores, sus majestades desean transmitiros su sorpresa ante lo que está sucediendo con las conferencias en la Biblioteca, e informaros de que mañana acudirán ellos mismos en persona.</p><p style="text-align: justify;">—Será un honor —contestó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">En la puerta de sus aposentos, un muchacho dormitaba con una nota en la mano. Era para Symeon, que la abrió rápidamente.</p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: center;"><i>Mi sorpresa fue mayúscula.</i></p><p style="text-align: center;"><i>¿Qué eres? ¿En qué te has convertido?</i></p><p style="text-align: center;"><i> A</i><br /></p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">Symeon decidió no contestarle. Arrugó la hoja.</p><p style="text-align: justify;">En la habitación, el errante compartió el contenido de la nota con sus amigos. </p><p style="text-align: justify;">—¿Crees que hay alguna posibilidad de redención? —preguntó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Ojalá, lo deseo con todas mis fuerzas, y quiero intentarlo. Pero mis esperanzas son escasas. La Sombra le ha prometido encontrar el camino y, aunque estoy seguro de que me ama todavía, no creo que pueda convencerla de que abandone sus filas. —Symeon pareció recordar algo—. Me dijo incluso que uno de sus nuevos aliados había estado presente cuando los buscadores perdieron su camino hace miles de años, y si es verdad, pues...</p><p style="text-align: justify;">—¿Un kalorion? —inquirió Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Es probable.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Tal como yo lo veo, podemos convocar otra reunión, pero acudiendo todos a ella, ¿qué os parece? —sugirió Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">Todos se mostraron de acuerdo, así que Symeon envió otra nota convocando a Ashira el día siguiente a la hora décima en otro templo, el templo de Zanieth. Con los acompañantes oportunos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Durante la noche, Galad se encomendó a Emmán para que lo iluminara con un sueño sobre las intenciones de Ashira, y el objeto de su búsqueda. Por la mañana, el sueño estaba algo borroso, algo extraño, pero recordaba haber soñado con un baúl negro en cuya superficie le parecía ver una noche estrellada. Había tenido la sensación de que el baúl, inmerso en un entorno oscuro, había estado ahí desde antes del principio del tiempo. Y algo golpeaba desde su interior «¿intentando escapar?» , y con cada golpe, el propio universo vibraba y crujía, quejándose de dolor. Fue todo lo que recordaba, y así lo transmitió a sus amigos.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Sea lo que sea, no es nada bueno —dijo.</p><p style="text-align: justify;">—Desde luego.</p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">Por la mañana acudieron al templo de Zanieth. Alguien en la puerta observaba cómo se acercaban, y entró antes de que pudieran identificarlo. Cuando se acercaban a la escalinata de entrada, Galad entonó una breve oración.</p><p style="text-align: justify;">—Mi señor Emmán revela la presencia de tres entidades enemigas ahí dentro. Cuidado.<br /></p><p style="text-align: justify;">Yuria entró primero, seguida de Symeon. En la nave izquierda pudieron ver cinco personas de pie. Una de ellas era Ashira, tan bella como siempre. Para sorpresa de Symeon, la errante se agarraba a uno de sus compañeros, y sus ojos estaban totalmente blancos. Parecía no ver nada.</p><p style="text-align: justify;">Se acercaron.</p><p style="text-align: justify;">—¿Ashira? —preguntó Symeon.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Hola, Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué les ha sucedido a tus ojos?</p><p style="text-align: justify;">—Pensaba que tú me lo podrías explicar.</p><p style="text-align: justify;">—Cuando me besaste, la Sombra intentó hacerse con mi ser.</p><p style="text-align: justify;">—Y la Luz contraatacó.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Te aseguro que no hice nada conscientemente.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Mientes.</p><p style="text-align: justify;">—Yo también quedé ciego, pero Galad me sanó.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Tú fuiste la que intentó algo —intervino Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Intenté hacerle ver la verdad —contestó ella.</p><p style="text-align: justify;">—Intentaste controlarme.</p><p style="text-align: justify;">—No, solo quise hacerte ver la verdad. Veo que nunca llegaremos a un entendimiento. Solo quiero pedirte que dejes de intentar sabotear mi acceso a la Biblioteca. Si vosotros saboteáis mi acceso, yo sabotearé el vuestro, os lo aseguro. Y no os va a gustar.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien —Symeon decidió llevarle la corriente, ignorando aquel tema—. Lo que yo quería comentarte es aquella visión que tuvimos antes del terremoto, en la escalera de palacio. Creo que viste lo mismo que nosotros.</p><p style="text-align: justify;">—Eso creo, sí.</p><p style="text-align: justify;">—¿Sabes quiénes eran aquellas cuatro figuras en los tronos?</p><p style="text-align: justify;">—No tengo ni idea. ¿Quiénes son?</p><p style="text-align: justify;">—Yo tampoco lo sé.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Supongo que me vi arrastrada a ella, igual que vosotros. Pero hubo algo que me llamó la atención. ¿Por qué esa muchacha verdemar, que puedo imaginar quién era en realidad, te sonrió al pasar?</p><p style="text-align: justify;">—No te voy a negar que la conozco.</p><p style="text-align: justify;">Ashira puso gesto de extrañeza.</p><p style="text-align: justify;">—Sabes que es un instrumento de Sombra, ¿verdad?</p><p style="text-align: justify;">—Todo el mundo tiene redencion —aseguró Symeon, y la miró fijamente.</p><p style="text-align: justify;">—Efectivamente —dijo ella, que lo miró intensamente a su vez—. Es absurdo seguir fingiendo mi amor, sé lo que eres pero tú no lo quieres confirmar. Lo de ayer, esto que me pasa en los ojos, lo hiciste tú, aunque puede que no conscientemente, pero no busques excusas. Me has dañado.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y qué soy?</p><p style="text-align: justify;">—Es posible que no lo sepas, en cuyo caso eres un ignorante. Pero creo que estás fingiendo no saberlo, y en ese caso es mejor que te apartes de mi camino. Apartaos todos de él, y dejad de conspirar con los bibliotecarios en mi contra.<br /></p><p style="text-align: justify;"> —Amenázanos si quieres —contestó Symeon sin amilanarse—, pero ten clara una cosa: nosotros estamos aquí para impedir el triunfo de la Sombra, y haremos lo que tengamos que hacer. Atente a las consecuencias.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien, así será.</p><p style="text-align: justify;">Ashira y sus compañeros se encaminaron a la puerta principal, pero antes de traspasarla, ella se detuvo.</p><p style="text-align: justify;">—Solo una cosa más —dijo—. ¿La has empuñado?</p><p style="text-align: justify;">—Sí.</p><p style="text-align: justify;">—Enhorabuena por seguir vivo. Me sorprendes cada vez más —hizo un gesto al compañero que le servía de guía, y se desvanecieron.</p><p style="text-align: justify;">—¿Se han teleportado? —comentó Daradoth, sorprendido.</p><p style="text-align: justify;">—Eso parece —contestó Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—El poder que manejan es una amenaza importante entonces —añadió Yuria—. Y nos ha amenazado.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —coincidió Symeon, que añadió con un deje de amargura—: Supongo que la próxima vez que nos veamos, no será para hablar.</p><p style="text-align: justify;">Partieron hacia la escalinata principal.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Si volvemos a encontrarnos —comentó Galad, tras unos momentos de silencio—, quizá deberíamos centrarnos en arrebatarle ese objeto del pecho.</p><p style="text-align: justify;">—No creo que podamos hacerlo sin una lucha. Una que quizá no ganemos —dijo Yuria—. Espero que sí.<br /></p><p style="text-align: justify;">Aún faltaba más de una hora para mediodía. En la escalinata principal ya se veía bastante gente esperando, pero Symeon pensó algo:</p><p style="text-align: justify;">—Se me ha ocurrido que si lo del templo de Sirkhas fue provocado por mí de alguna manera, quizá pueda revertirlo. ¿No creéis?</p><p style="text-align: justify;">—Es posible —coincidió Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Voy a intentarlo.</p><p style="text-align: justify;">Se dirigieron al templo del día anterior, y Symeon entró mientras los demás hacían guardia en el exterior. El errante se sentó en uno de los bancos, y aplicó toda su capacidad de concentración. Algo titilaba en el límite de su percepción interna. Le pareció que en un insondable infinito, podía tirar de algunos... hilos... por expresarlo en términos mundanos.</p><p style="text-align: justify;">Cuando abrió los ojos había pasado una hora. Los demás se mostraban preocupados. Pero el interior del templo estaba menos oscuro, y era menos costoso moverse en su interior.</p><p style="text-align: justify;">—Bien hecho —le felicitó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Supongo que con el tiempo suficiente, podré hacerlo volver a la normalidad —Symeon se encontraba bastante cansado.</p><p style="text-align: justify;">—Ahora, vamos a la conferencia —urgió Daradoth—. Luego podemos intentarlo todos a la vez, seguro que será más fácil.</p><p style="text-align: justify;">En la escalinata, los bibliotecarios estaban gestionando todo, y se había construido en tiempo récord un sistema de gradas provisional. La multitud empezó a gritar exaltada cuando vio al grupo llegar.</p><p style="text-align: justify;">—Impresionante —dijo Galad—. Es un poco intimidador, ¿verdad? —añadió mirando a Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Bueno, un poco, sí. Pero este es nuestro día. Lo presiento.</p><p style="text-align: justify;">Symeon se fijó en que había menos sapientes presentes que el día anterior. No sabría decir lo mismo de los bibliotecarios, pero era evidente que la asistencia de los Maestros del Saber era mucho menor. Se dirigió directamente a Svadar.</p><p style="text-align: justify;">—Hola, Svadar.</p><p style="text-align: justify;">—Hola Symeon, no os esperaba tan pronto. Pasad, pasad. Por cierto, intenté reunir ayer al consejo de sapientes pero fue imposible con tan poco tiempo. Supongo que hoy celebraremos el concilio.</p><p style="text-align: justify;">—Bien. ¿Tenéis alguna idea de por qué hay tan pocos Maestros del Saber pesentes?</p><p style="text-align: justify;">—La verdad es que no.</p><p style="text-align: justify;">—Temo que pueda ser cosa de Ashira.</p><p style="text-align: justify;">—Estaremos atentos, no os... —Svadar pareció darse cuenta de algo.</p><p style="text-align: justify;">Symeon se giró hacia donde miraba.</p><p style="text-align: justify;">Por una de las escalinatas perpendiculares, se acercaba una comitiva. La encabezaban Ashira y el duque Datarian, acompañados por varios otros nobles, un gran séquito de guardias y sirvientes, y por cinco Maestros del Saber. Se dirigieron a sentarse en la parte noble, cerca del púlpito destinado al grupo, ante la atenta mirada de Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—¿Pensáis que pueden intentar sabotear la conferencia? —preguntó Svadar.</p><p style="text-align: justify;">—No lo sé, estad atento.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y sabéis que le ha pasado en los ojos?</p><p style="text-align: justify;">Symeon evitó contestar y se acercó a Ashira. Cuando la tuvo cerca, habló rápidamente en minorio, para que nadie más lo entendiera:</p><p style="text-align: justify;">—Aún pienso en ti. Voy a intentar arreglarlo.</p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, se reunió con Galad y los demás, justo cuando empezaron a sonar trompetas. Anunciaban la llegada de sus majestades los reyes de Sermia, Menarvil, primero de su nombre, e Irmorë. La comitiva era espectacular, encabezada por el estandarte real, los propios monarcas, y los tres bardos reales. Les seguían multitud de nobles de la corte, guardias y sirvientes.<br /></p><p style="text-align: justify;">Los reyes llegaron hasta el púlpito y descabalgaron, saludando a Daradoth y los demás con una sonrisa. Además, añadió, llamando a uno de sus bardos:</p><p style="text-align: justify;">—Permitidme que os presente al primero de mis bardos. Este es Anak Résmere, al que considero mi amigo.</p><p style="text-align: justify;">El bardo, ataviado con unos extraordinarios ropajes y luciendo un largo bigote rubio, hizo una floritura con la capa para saludar. Su gracia de movimientos era indudable, y su voz vibró de una forma indescriptible cuando dijo:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Si os place, os prestaré mi ayuda para que vuestra voz llegue a todos los rincones de esta colina. Permaneceré a vuestro lado durante la tarde.</p><p style="text-align: justify;">—¿Podréis ayudar a mis compañeros también?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, mi señor —volvió a saludar con una floritura extraordinaria. La legendaria gracia de los bardos sermios estaba justificada.<br /></p><p style="text-align: justify;">Los monarcas tomaron su sitio en la parte superior de las gradas nobiliarias, junto con su corte.<br /></p><p style="text-align: justify;">Fue Anak Résmere en lugar de Svadar el que hizo la introducción ese día, y Daradoth se alegró. El bardo debía de ser de los mejores del continente, si no el mejor. Su voz (amplificada para llegar hasta al último rincón), su entonación, la cuidadosa elección de palabras... todo ello hizo que la gente se deshiciera en vítores cuando dio paso a Daradoth. Con alivio, sintieron que el tirón sobrenatural volvía a estar allí.</p><p style="text-align: justify;">—Es todo un honor recibir a sus majestades en este humilde coloquio —Daradoth se sorprendió de lo potente que sonaba su voz—. Si me permitís, retomaré el hilo de la conversación de ayer. Como os decía, los conocimientos contenidos en la Biblioteca son sumamente importantes, y deberíamos cuidar de ellos para que sean utilizados en favor de la Luz...</p><p style="text-align: justify;">—¡Falacias! ¡MENTIRAS! —la voz de Ashira tronó como una explosión; la sintieron físicamente.</p><p style="text-align: justify;">El tirón sobrenatural desapareció de la percepción de Daradoth, Yuria, Symeon y Galad.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-61755090918693466072023-08-02T14:26:00.001+02:002023-08-04T22:15:51.456+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 7<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Encuentro con Ashira. Daradoth desencadenado.</span></p><p style="text-align: justify;">A mediodía, Symeon se dirigió al templo de Sirkhas para encontrarse con Ashira por fin. Daradoth partió antes que él para esperar en algún rincón discreto del templo por si había algún imprevisto; Yuria y Galad lo siguieron a distancia y en cierto momento se desviaron hacia otro templo, más discreto, desde donde tendrían línea de visión hacia el de Sirkhas.</p><p style="text-align: justify;">El templo era uno de los más humildes del complejo. Aun así, se encontraba bien conservado y lucía estatuas y bajorrelieves de alta calidad. Constaba de poco más de una sala para ceremonias con un atril que presidía la estancia ante tres estatuas del héroe de la antigüedad Sirkhas, y varias salas de lectura y recogimiento alrededor de ella, separadas por sendos cortinajes de pesada factura. Daradoth evitó miradas indiscretas durante el camino, y ascendiendo a grandes trancos la escalinata frontal del edificio, accedió a la sala de ceremonias; allí se sorprendió al encontrarse inesperadamente con lo que le pareció un trabajador de mantenimiento, que se encontraba arreglando y limpiando los adornos del lugar. El hombre, apenas un muchacho, se quedó paralizado durante unos segundos por la impresión de tener un legendario elfo tan cerca. Para sorpresa de Daradoth, el joven tocó el centro de su frente con el índice y el corazón de la mano derecha, y con tono emocionado dijo algo en sermio. "Honor", fue todo lo que Daradoth pudo entender. Se llevó levemente los mismos dedos a su propia frente y afirmó con la cabeza, sin poder entender nada más de lo que balbuceaba su interlocutor. Este sonrió y se marchó rápidamente del templo.</p><p style="text-align: justify;">Tras ver al muchacho marcharse, Daradoth se encogió de hombros y se dirigió a la que le pareció la más discreta de las salas de lectura. Tendió la cortina para que no se viera el interior y se sentó, paciente.<br /></p><p style="text-align: justify;">Poco después llegó Symeon, atravesando respetuosamente la puerta principal. Yuria y Galad tomaron posiciones más arriba, en la parte trasera de otro templo, desde donde podían ver la puerta que Symeon cruzó unos segundos después. </p><p style="text-align: justify;">Aproximadamente un cuarto de hora después, alguien llegaba al templo. Todavía era pronto, debía de faltar una media hora para la hora convenida. «No es Ashira, desde luego», pensó Symeon, «ya habría detectado ese delicioso aroma a jazmín». Se giró. Eran dos hombres, jóvenes, que estaban entrando respetuosamente al templo. Por su aspecto y sus ropas, parecían pertenecer al personal auxiliar de los bibliotecarios. Venían apresurados. Se extrañaron al ver a Symeon, que los observaba fijamente, y le saludaron con una inclinación de cabeza. Uno de ellos habló en sermio, con lo que el errante lo entendió a duras penas:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Por favor...—palabras ininteligibles—...visto un...—más galimatías—...¿noble? ¿Sí?</p><p style="text-align: justify;">—Estar solo —alcanzó a decir Symeon en su escaso dominio del idioma.<br /></p><p style="text-align: justify;">Los jóvenes hablaron entre ellos, con claro gesto de decepción, y tras hacer un leve gesto hacia Symeon, se marcharon.</p><p style="text-align: justify;">Otro cuarto de hora después, volvieron a hacer acto de presencia los dos jóvenes, esta vez acompañados de un tercero y de una muchacha. Todos parecían formar parte del personal del complejo. El recién llegado, que en realidad era el muchacho que ya había visto a Daradoth, consiguió entenderse con Symeon en estigio. Además, el errante se aseguró de que vieran el sello que lo identificaba como Maestro del Saber; al verlo, los cuatro hicieron una ligera reverencia.</p><p style="text-align: justify;">—Mi señor —dijo el muchacho—, disculpad la intromisión, pero ¿no habréis visto a un elfo por aquí?</p><p style="text-align: justify;">—La verdad es que no, no lo he visto —el errante decía la verdad, aunque sabía que su amigo debía de encontrarse en algún lugar del templo, no lo había visto—. ¿A qué se debe tanto interés?</p><p style="text-align: justify;">El joven pareció confundido.</p><p style="text-align: justify;">—Mi... mi señor... un elfo, un elfo legendario. Hace siglos que no se sabe de elfos en Sermia. Ni en ningún sitio. Algunos rumores aquí y allá, pero... por fin visitan la Biblioteca, y, y... es un honor. Todos habíamos oído hablar de vuestra compañía, el paladín, la militar, el elfo... pero hoy por fin lo he visto, es un elfo del ocaso, estoy seguro, y es... es... no sé qué más decir, su sapiencia.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo. Pero no lo he visto. Ahora, si me disculpáis, seguiré mi meditación.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, por supuesto, su sapiencia.</p><p style="text-align: justify;">Los jóvenes cuchichearon durante unos momentos. Toda esta conversación y la conversación anterior con Symeon había sido escuchada por Daradoth, que nada más entrar al templo había enaltecido su sentido del oído para poder escucharlo todo con claridad.</p><p style="text-align: justify;">Dos de los muchachos pasaron silenciosamente a los lados del templo, para frustración de Symeon. «Parece que no se van a marchar», pensó resignado. Contempló la posibilidad de abroncarlos con su autoridad de sapiente, pero no le pareció buena idea, prefería no llamar la atención de esa manera.<br /></p><p style="text-align: justify;">Daradoth escuchó los pasos de dos personas acercándose. Symeon vio que uno de los jóvenes apartó levemente la cortina y pareció estremecerse de emoción. Hizo señas a los demás, que acudieron rápidamente a su lado. Apartaron la cortina con muchísimo cuidado, y Daradoth se giró hacia ellos con gesto de impaciencia. Los cuatro se llevaron los dedos al centro de la frente en el acto, alguno de ellos con lágrimas en los ojos. Y, sorprendentemente, la única muchacha entre los cuatro, habló en ¡cántico! Un cántico cuanto menos... pintoresco, y con un acento marcadísimo, pero lo suficientemente correcto como para que Daradoth, aunque con dificultad, lo entendiera.</p><p style="text-align: justify;">—Su eminencia... es... es... es un honor teneros presente en Doedia.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth estuvo a punto de ordenarles que se marcharan abruptamente, pero, por una vez, pensó dos veces antes de reaccionar. Cosa extraña en él, impulsivo como era para los estándares élficos. «Hace siglos que no ven un elfo aquí, y por lo que parece nos reverencian hasta lo indecible. Es mejor no defraudarlos, nunca se sabe cuándo se les podrá necesitar en el futuro, y quizá un elfo odioso podría cambiar su actitud hacia nosotros». Se adelantó, acercándose a ellos. Y les tendió la mano. Todos se la estrecharon con una actitud reverencial, sin ocultar la emoción que sentían. Un par de ellos lloraban ya sin ambages.</p><p style="text-align: justify;">—Ahora —añadió—, si sois tan amables, me gustaría pasar un rato tranquilo, y que mi presencia aquí no fuera conocida por más gente.</p><p style="text-align: justify;">Los muchachos se miraron unos a otros, y finalmente la joven, llamada Aythara, acertó a decir:</p><p style="text-align: justify;">—Me temo que es tarde para eso, mi señor.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué queréis decir?<br /></p><p style="text-align: justify;">—Que es tarde para evitar que se sepa vuestra presencia aquí... lo sentimos mucho. —Daradoth suspiró—. ¿Os... os importaría que os hiciéramos unas preguntas? ¿Su eminencia?</p><p style="text-align: justify;">El elfo cerró el libro que estaba leyendo, armándose de paciencia.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto —respondió, sentándose.</p><p style="text-align: justify;">Cambiaron al idioma estigio, que todos los presentes dominaban, y los muchachos empezaron a hacerle preguntas sobre Doranna, sobre los elfos y su forma de vida. Pronto llegaron al templo varias decenas de jóvenes que se integraron a la "conferencia". Symeon asistía a aquello atónito, viendo que la situación parecía estar descontrolándose un poco. Por supuesto, comprendió que Ashira no apareciese si lo que quería era un encuentro discreto. Así que, cuando más o menos había pasado una hora desde el mediodía, se levantó y salió del templo haciendo señas a donde se encontraban Yuria y Galad, que también habían visto con sorpresa cómo más y más personal de la Biblioteca acudía al templo de Sirkhas.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth sugirió a su audiencia moverse a un lugar donde pudieran departir más cómodamente.</p><p style="text-align: justify;">—¡Vamos al auditorio! —sugirió Aythara.</p><p style="text-align: justify;">—Para usar el auditorio hay que pedir permiso, Aythara —dijo otro de los muchachos.</p><p style="text-align: justify;">—¡Pero para el secundario no! —contestó ella—. ¡Vamos allí!</p><p style="text-align: justify;">Todos se mostraron de acuerdo, y los cuatro muchachos del principio guiaron a Daradoth hacia el lugar. Salieron del templo y se encaminaron hacia la parte superior de la colina. Una pequeña multitud se fue incorporando a la comitiva a medida que ascendían por las enormes escaleras principales. Yuria, Galad, y Symeon se miraron; el errante hizo un gesto de negación hacia ellos, y decidieron incorporarse a la procesión.</p><p style="text-align: justify;">—Esto es increíble —susurró Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—La Vicisitud está jugando con nosotros otra vez —aseguró Symeon, también en voz baja—. No hace tantos meses que estuvimos aquí, con Daradoth recorriendo el complejo una y otra vez, y en aquella ocasión no nos dieron tanta importancia.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, ¿crees que algo importante va a suceder? —preguntó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Sin duda. Aunque supongo que depende de lo que Daradoth haga o deje de hacer. </p><p style="text-align: justify;">—Ayudémoslo en lo que podamos, entonces —sugirió Yuria.</p><p style="text-align: justify;">El auditorio secundario no tardó en llenarse a rebosar, y la gente pronto empezó a tomar posiciones en el exterior. Los propios bibliotecarios y algunos sapientes habían empezado a hacer acto de presencia antes de que el auditorio se llenara del todo. Daradoth se abrumó durante unos momentos, pero su presencia y su fuerza de ánimo se vinieron arriba. Respondía a preguntas sin cesar, dando detalles de la vida en Doranna, y de las costumbres e historia de los elfos. Su verborrea mejoraba por momentos, y él mismo se sorprendió de su locuacidad.<br /></p><p style="text-align: justify;">Transcurridas dos o tres horas, Daradoth vio cómo alguien se abría paso hasta él, interrumpiendo el debate. Por la simbología de sus ropas era uno de los Maestros Bibliotecarios, que le preguntó:</p><p style="text-align: justify;">—Su ilustrísima, ¿me permitiríais dirigirme al público?</p><p style="text-align: justify;">—Por favor —respondió amablemente Daradoth con un gesto.</p><p style="text-align: justify;">—¡Atención, por favor! ¡Hemos habilitado el auditorio principal para continuar con la interesantísima disertación de lord Daradoth! Si sois tan amables, nos trasladaremos allí civilizadamente y en orden.</p><p style="text-align: justify;">Y así lo hicieron. Haciendo gala de una organización y educación excelsas, todo el público se trasladó al auditorio más grande del complejo en poco tiempo. Symeon aprovechó para esperar a Daradoth sobre el escenario, luciendo orgullos la Tiara de Sirëlen, Yuria y Galad tomaron posiciones de privilegio, y los cuatro muchachos que habían hablado en primer lugar con Daradoth se habían convertido en algo así como su guardia personal, nadie podía separarlos de él.</p><p style="text-align: justify;">Cuando Daradoth accedió a la palestra, fue aclamado. Intentó contener su ego. Vio a Symeon, y al instante comprendió las intenciones de su amigo, así que se acercó hacia él y le dio un abrazo. El errante se sorprendió, pues no pensaba que Daradoth fuera a tener una reacción tan efusiva, pero contempló con satisfacción cómo a lo lejos, algunos sapientes y bibliotecarios susurraban comentando el hecho. Al separarse, miró fijamente a los ojos a su amigo. Los ojos de Daradoth brillaban con Luz. </p><p style="text-align: justify;">—Aprovechemos bien este momento, amigo mío —le susurró con un sonido apenas perceptible. Daradoth se limitó a asentir y, con un gesto, reclamó una silla para Symeon, que se sentó a su lado.<br /></p><p style="text-align: justify;">Las gradas no tardaron en llenarse, con los bibliotecarios y sapientes de más alto rango en los sitios privilegiados, y mucha gente empezó a sentarse en el propio escenario, con las piernas cruzadas. Las elevaciones de alrededor del auditorio empezaron a poblarse también. Era increíble.</p><p style="text-align: justify;">«Luz, es increíble en lo que puede devenir un pequeño encuentro fortuito con un jovenzuelo sin importancia», pensó Daradoth, que solo paraba de hablar para dar algunos tragos de agua. Empezaron a aparecer incluso algunos nobles. «Es el momento», pensó Daradoth, lanzando una ojeada cómplice a Symeon, y luego mirando hacia Galad y Yuria.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Antes de continuar, quiero que sepáis —dijo en tono grave, dramático— que todos corremos un grave peligro.</p><p style="text-align: justify;">Guardó silencio unos segundos, esperando que sus palabras hicieran el efecto que esperaba. La audiencia rebulló. Aythara preguntó, entre ecos de la misma cuestión.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Qué tipo de peligro, eminencia?</p><p style="text-align: justify;">—Un peligro mayor que cualquier otro. Un conflicto que ruge oculto desde los albores del tiempo nos amenaza. Y ha llegado el momento de hacerle frente.</p><p style="text-align: justify;">Symeon, Yuria y Galad (y también Daradoth) sintieron algo eléctrico en el ambiente. Su vello se erizó, y sus corazones se aceleraron. La luz del sol poniéndose pareció acentuarse. «Ahora ruedan los dados», pensó Symeon.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth, con un lenguaje corporal del que no le creían capaz y una voz que parecía sobrenaturalmente amplificada («y puede que lo esté», pensó Galad) habló durante largo tiempo. Habló del conflicto de Luz y Sombra, del peligro en el norte, de los kaloriones, de los demonios, de la ordalía que habían sufrido en Essel y del Erebo y sus manifestaciones. Con cada nueva revelación, los presentes mostraban una mayor estupefacción, algunos incluso gritaban de emoción y arrebato. Cuando Daradoth estuvo satisfecho con la reacción de la audiencia, terminó su discurso.</p><p style="text-align: justify;">—Quiero deciros que está en nuestras manos acabar con esto, y posicionarnos en las filas de Luz para evitar ser esclavizados por los engendros de Sombra. ¡Y pienso comandar nuestras fuerzas hasta la victoria final o la muerte! ¡Antes morir libres que vivir esclavizados! —Symeon, Yuria y Galad notaron un tirón desde algún lugar desconocido, algo que les hacía querer abrazar a su amigo. Sin darse cuenta, la emoción había acelerado sus respiración y agitado su ser.<br /></p><p style="text-align: justify;">Los gritos y las preguntas estallaron por doquier, y los bibliotecarios tuvieron que esforzarse al máximo durante al menos veinte minutos para sofocar las reacciones más extremas. Los cuatro muchachos originales, Aythara, Agirnan, Nurän y Erastos, miraban a Daradoth con un brillo febril en sus ojos, sin decir nada.</p><p style="text-align: justify;">Cuando los bibliotecarios consiguieron imponer el orden, Daradoth comenzó a responder la avalancha de preguntas de la audiencia. Aprovechó para ir añadiendo más detalles sobre las fuerzas de Sombra y la situación en Aredia, lo que aún provocó más preguntas. Habló también de los ilvos, y de las <i>kothmorui</i>, las Dagas Negras de los kaloriones, y de cómo una había sido encontrada ya en las costas de Aredia. Y, percibiendo el ya familiar dolor de la herida en su muslo que había olvidado durante unas horas, tomó una decisión.</p><p style="text-align: justify;">—Las kothmorui son un instrumento de Sombra, creadas por Trelteran para corromper la Luz y acabar con la vida. ¡¿Acaso no me creéis?! —añadió algo de tragedia, golpeando el atril que tenía delante, y avanzó para ponerse ante él—. ¡¡Mirad esto!! —Agarró la daga que llevaba al cinto, y la clavó en la pernera de su pantalón, deslizándola lentamente para rasgarla. Acabó de abrirla con las manos, dejando al descubierto la espeluznante herida que uno de los enanos oscuros le había infligido en Essel—. ¡¡Yo mismo fui herido por una kothmor en Essel!! ¡¡Cargo desde entonces con un dolor insoportable por la causa de la Luz, un sacrificio que acepto con gusto!! ¡¡¡Por la Luz!!!</p><p style="text-align: justify;">El auditorio se vino abajo. «Emmán bendito», pensó Galad, «espero que no haya ido demasiado lejos». El paladín miró a su alrededor. «Si no está aquí todo el personal del complejo, poco debe de faltar».<br /></p><p style="text-align: justify;">Muchos de los jóvenes presentes gritaron al unísono, bastantes de ellos con lágrimas en los ojos:</p><p style="text-align: justify;">—¡Eminencia! ¡¿Podemos acercarnos verla?!</p><p style="text-align: justify;">—¡¡Por supuesto!! —contestó Daradoth, eufórico. Aquello era increíble. Muchos gritaban, otros lanzaban expresiones de horror, algunos honraban su nombre con consignas.</p><p style="text-align: justify;">—¡Salve! ¡Salve lord Daradoth! ¡Salve a los héroes! —Al parecer, Aythera y sus compañeros dirigían la ovación, e hicieron a los jóvenes girarse hacia los demás —. ¡Salve Symeon, salve Yuria, salve Galad! —Pronto volvieron a centrarse en Daradoth de nuevo, que mostraba orgulloso su herida a todos aquellos que lo deseaban. Muchos se arrodillaron, idolatrándolo, y más cuando Symeon utilizó su diadema para proyectar una luz onírica en el ambiente nocturno, iluminando a la escena de un modo sobrenatural. Los muchachos más jóvenes parecían inmersos en una especie de rapto de emoción.<br /></p><p style="text-align: justify;">El errante no podía evitar sentirse emocionado y abrumado por la situación. «Luz bendita, qué lejos hemos llegado en pocos meses. Ojalá Valeryan estuviera aquí con nosotros». No pudo evitar sentir una profunda tristeza por su amigo, su hermano. Miró alrededor. La mayoría de sapientes y bibliotecarios debían de encontrarse allí, incluyendo a Svadar y Nerémaras, y en los alrededores se podían ver multitud de nobles, incluso algunos extranjeros, estaba seguro, aunque no podía discernirlos bien del todo: el sol ya se había puesto y las antorchas y faroles iluminaban la escena. No era capaz de ver un solo rostro que mostrara alguna reticencia a lo que ocurría. «Extraordinario en verdad». No obstante, reparó en algo: en una de las elevaciones cercanas que permitían ver el escenario, en la penumbra, pudo distinguir una larga melena pelirroja. Por fin, Ashira había acudido también a contemplar la extraña circunstancia. La acompañaba un séquito de sirvientes, quizá otros nobles y algunos sapientes; Symeon se esforzaba por distinguirlos, pero ya había caído la noche y por la distancia le resultaba complicado. Su esposa y los acompañantes no se quedaron mucho tiempo; quizá media hora o algo más.<br /></p><p style="text-align: justify;">Daradoth miraba a su alrededor, extasiado. «Enfócate, relájate», pensó, increpándose a sí mismo, «no te
dejes llevar, maldición»; pero le resultaba imposible no pensar en el
trono de Doranna, y quizá en el liderazgo de la Luz. «Realmente, no hay nadie más digno que yo, Luz. Está bien, acepto esta responsabilidad, si es lo que quieres. Hasta la victoria o la muerte». </p><p style="text-align: justify;">—¡Juro aquí, en este momento, por mi honor y mi esperanza de renacimiento, que llevaré a Luz a la victoria final! ¡¡A la victoria!! —todos volvieron a sentir el "tirón" invisible, y el auditorio volvió a venirse abajo.<br /></p><p style="text-align: justify;">Desde hacía varias horas, unos cuantos cronistas del Ciclo de las Eras hacían volar sus plumas sobre el papel para dejar constancia de todo. Incluso se acercaron a Symeon, Galad y Yuria para hacerles varias preguntas en voz baja cuando conseguían salir del influjo de las palabras de Daradoth.<br /></p><p style="text-align: justify;">Se adentraban ya en la madrugada, y mucha gente caía dormida, pero pocos tenían la fuerza de voluntad de retirarse. A eso de las tres de la mañana, Symeon susurró a Daradoth que quizá sería buena idea parar aquello y continuarlo el siguiente día. El elfo coincidió plenamente con él; su necesidad de sueño era mucho menor, y no había pensado en la vulnerabilidad de los humanos en ese sentido, así que fue bajando la intensidad del discurso y sus respuestas.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Estad muy pendientes de la Sombra —dijo, a modo de despedida—, porque se puede encontrar en cualquier sitio. Tened cuidado.</p><p style="text-align: justify;">—¿A la luz del día también, mi señor? —preguntó alguien en las primeras filas.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, la Sombra se oculta donde menos se la espera.</p><p style="text-align: justify;">Tras unos segundos de silencio, Svadar subió al escenario.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Muy a mi pesar, es cierto que es hora de retirarse a descansar. Quiero expresar mi más profundo agradecimiento a lord Daradoth y sus amigos por compartir sus experiencias y pensamientos. La visión de esa herida ha sido profundamente reveladora, creo que hablo por todos los presentes, y espero que no os cause mayores problemas.</p><p style="text-align: justify;"> »Quiero deciros que he hablado con mis colegas, los Maestros Bibliotecarios, y hemos llegado a la misma conclusión: lo tratado en el día de hoy ha sido tan sumamente importante, y creemos que quedan tantas cosas por aclarar y comentar, que hemos decidido lo siguiente: ¡La Gran Biblioteca suspende todas sus actividades, acciones y servicios, y los próximos días se dedicará exclusivamente a registrar las audiencias de lord Daradoth durante el tiempo que los cronistas estimen conveniente! Siempre que lord Daradoth se muestre conforme con ello, claro.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth no vio demasiadas alternativas, y sus propias sensaciones le impidieron negarse.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto —dijo con convicción.</p><p style="text-align: justify;">—E invito desde aquí al Consejo de Sapientes a participar en las audiencias a partir de mañana —añadió Symeon, viendo la oportunidad. <br /></p><p style="text-align: justify;">—Entonces —zanjó Svadar—, ¡os emplazo aquí mañana a mediodía para continuar con esta inspiradora experiencia! ¡Salve!</p><p style="text-align: justify;">Se alzó en el auditorio una ovación de despedida. En ese momento, Yuria y Symeon detectaron un pequeño destello al límite de su campo de visión. Más o menos donde antes había estado Ashira. Sintieron un escalofrío cuando miraron hacia allá y distinguieron la figura de un Mediador, y, a su lado, otra figura, encapuchada, aparentemente un hombre enorme, aún más alto y robusto que Aldur, de unos dos metros y medio de alto, ataviado con una túnica negra y totalmente embozado. Solo estuvieron allí durante unos breves instantes, y luego desaparecieron del alcance de la luz.<br /></p><p style="text-align: justify;">El grupo se retiró rápidamente a descansar a palacio, aunque dudaban de que esa noche pudieran disfrutar de un sueño reparador. Al llegar a la entrada de sus aposentos, un sirviente se había quedado dormido en la puerta, aparentemente esperando a que llegaran. En su mano llevaba un pergamino, con un sello que Symeon reconoció al instante. Tras despertar al joven, que se despidió avergonzado, entraron a sus habitaciones y el errante rasgó el sello, abrió el rollo y leyó en voz alta para los demás:<br /></p><p style="text-align: center;"><i>Esperaba verte a solas.</i></p><p style="text-align: center;"><i> A.</i><br /></p><p style="text-align: justify;">Symeon escribió una contestación citando a Ashira el día siguiente a media mañana en el mismo sitio.</p><p style="text-align: justify;">Finalmente descansaron mejor de lo que habían previsto, y un sirviente despertó a Symeon para que acudiera a su cita con Ashira. Yuria y Galad se apostarían a una distancia prudencial. Poco tiempo después, el errante esperaba en el templo de Sirkhas, aparentemente solo.</p><p style="text-align: justify;">A los pocos minutos llegó su todavía esposa, con su embriagador olor a jazmín. Se sentó a su lado, contemplando la estatua principal del altar. El tiempo pareció detenerse cuando Symeon llegó a sentir el calor de su cuerpo y la esencia de cabello. Los recuerdos se despertaron, y también un deseo más carnal, que Symeon intentó extinguir con toda su fuerza de voluntad. Tras unos minutos de silencio en los que ninguno se decidía a hablar, pues según notaba Symeon, Ashira rebullía con los mismos pensamientos que él, fue él quien se decidió:</p><p style="text-align: justify;">—Solo necesito saber una cosa. ¿Por qué, Ashira? —sus miradas se cruzaron, y se miraron fijamente.</p><p style="text-align: justify;">—Huí porque pensé que el libro era demasiado importante para nuestro pueblo. Solo después me enteré de que era una transcripción.</p><p style="text-align: justify;">—Pero sabes todo lo que propiciaron tus actos.</p><p style="text-align: justify;">—En ese momento ni lo imaginaba. Y me odio por eso. Y los odio a ellos. Mucho más de lo que imaginas.<br /></p><p style="text-align: justify;">—En cierta manera, he expiado aquello. Y estoy pagando mi penitencia. Espero que tú también puedas.</p><p style="text-align: justify;">—Lo haré. Seguro. —Guardó silencio durante unos instantes. «¿Son eso lágrimas en sus ojos?», pensó Symeon—. Necesito saber una cosa, Symeon; quiero saber si me sigues amando. Yo todavía te amo más que a nada en el mundo. <br /></p><p style="text-align: justify;">Symeon suspiró, dándose cuenta de repente de sus verdaderos sentimientos.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Hace años esas palabras me habrían conmovido. Ahora ya no. Y hay Sombra en ti. Supongo que nos viste, igual que nosotros a ti, durante el breve rapto que sufrimos en el palacio real.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, os vi, por supuesto. Me sorprendió tanto como a vosotros.</p><p style="text-align: justify;">—Vi la Sombra en ti, y eso me atormenta.</p><p style="text-align: justify;">—Sabes que fue un imperio de la Luz quien exterminó a nuestro pueblo, ¿verdad?</p><p style="text-align: justify;">—No. Tú quieres creer eso. Eso fue fanatismo, no la Luz.</p><p style="text-align: justify;">—Ingenuo —lo miró, condescendiente—. Claro que es la Luz.</p><p style="text-align: justify;">—Yo he visto la Luz, la he sentido, y te puedo asegurar que no...</p><p style="text-align: justify;">—Te recuerdo que los vestalenses veneran el libro de Aringil, uno de los mayores exponentes de la Luz. Su religión es luminosa. Son de Luz, aunque tú te engañes.</p><p style="text-align: justify;">—Me reafirmo en que era fanatismo, no la vía adecuada. La Sombra no te ayudará a realizarte, ni a descubrir el camino de vuelta. Noto que cada vez estoy más cerca.</p><p style="text-align: justify;">—Simples deseos. Yo soy la que está cerca de encontrarlo, te lo aseguro.</p><p style="text-align: justify;">—Aun así, siento duda en tus palabras.</p><p style="text-align: justify;">—Como en las tuyas.</p><p style="text-align: justify;">—No es cierto. Estoy cerca del camino, de eso estoy seguro. Y te quiero dar la oportunidad de apartarte del camino erróneo.</p><p style="text-align: justify;">—El camino erróneo es el tuyo, amor. No te confundas en eso.</p><p style="text-align: justify;">—He visto lo que es capaz de hacer la Sombra.</p><p style="text-align: justify;">—Y también a la Luz.</p><p style="text-align: justify;">—No. Tú te refieres a fanáticos de la Luz. Yo he visto kaloriones, tus líderes, uno de ellos junto al llamado <i>Ra'Akarah</i>. Y solo quieren una guerra total.</p><p style="text-align: justify;">—Igual que Luz.¿Escuchaste el discurso de tu amigo elfo ayer? A mí me quedan pocas dudas. El único motivo de que no hayan iniciado ya una guerra total es que están luchando entre ellos.</p><p style="text-align: justify;">—Veo que no llegaremos a ningún sitio discutiendo así —dijo Symeon, resignado—. Lo que sí puedo decirte es que he sentido en mi interior tanto a Luz como a Sombra. Y sé de sobra cuál prefiero.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo. Aun así, creo que no has vivido ambos caminos del mismo modo. Y mi mayor deseo es que te unas a mí, abandonando una vía equivocada. Juntos, con el poder que pueden otorgarnos, encontraríamos sin duda el camino de vuelta y salvar a nuestro pueblo, vengarlo.</p><p style="text-align: justify;">—Eso va contra todo lo que defendemos los buscadores.</p><p style="text-align: justify;">—Basado en una mentira. Ahora conozco nuestra historia, y hemos sido tan guerreros como cualquier otro.</p><p style="text-align: justify;">Symeon rebulló inquieto. No estaba acostumbrado a encontrarse con gente que conociera cosas que él ignoraba, al menos no sobre su pueblo.</p><p style="text-align: justify;">—Te he sorprendido —Ashira sonrió—. Además, me lo ha relatado alguien que estuvo allí. De primera mano. Únete a mí, y tendrás conocimientos que no puedes ni soñar. Esa Biblioteca —extendió el brazo hacia un punto indeterminado— alberga secretos que van muchísimo más allá de tu imaginación, y me han sido revelados. Podremos realizar lo que más deseo: vengar a nuestro pueblo. Pagarán por cada vida de buscador arrebatada.<br /></p><p style="text-align: justify;">La duda anidó en la mente del errante. «¿Qué querrá decir con que la Biblioteca alberga secretos inimaginables?». Pero no duró mucho allí.</p><p style="text-align: justify;">—No. Mi respuesta es no. Ese camino te llevará a la destrucción.Y al rechazo de tu pueblo. Sé que lo que hago está bien, y si me uno a ti, haré mal.</p><p style="text-align: justify;">—Debes cambiar esos conceptos, Symeon. Te creía más sabio, y eres demasiado ingenuo. Te pondré solo un ejemplo: hace escasos tres meses, los ejércitos (de Luz) de Semathâl cometieron otro genocidio contra los pueblos del desierto. Intentaron erradicar a un pueblo entero solo porque Sombra les ayudó a saciar su hambre y sed. Y los elfos... su historia está llena de romanticismo, pero ellos han sido los peores, los más crueles y salvajes de todas las razas.</p><p style="text-align: justify;">—Aun así, mi respuesta es no. Intentaré mejorar las cosas desde la Luz. Y tú podrías también. Podemos encontrar el camino juntos. <br /></p><p style="text-align: justify;">—Bajo ningún concepto seguiré la senda de Luz.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, este es el fin de nuestra historia. </p><p style="text-align: justify;">—O quizá solo un punto y aparte. —Una lágrima resbaló por su mejilla mientras se levantaba. Estaba más bella que nunca, y se quedó inmóvil mirando a Symeon fijamente, con lágrimas en los ojos—. ¿Puedo pedirte un beso de despedida?</p><p style="text-align: justify;">A Symeon se le partió el corazón, tan sincera parecía. Se planteó besarla, pero en lugar de ello puso sus dedos índice y corazón en su boca. Notó sus labios carnosos y cálidos, atormentado, cerrando los ojos.</p><p style="text-align: justify;">En ese momento, algo se rompió en el interior de Symeon. Abrió los ojos, y todo estaba negro. Daradoth, que en ese momento se encontraba mirándose al espejo para asearse, vio que su reflejo se volvía oscuro; de repente, apareció la imagen de Symeon, mirándolo fijamente en un desesperado grito silencioso. El espejo saltó, partiéndose en mil pedazos. Yuria, que miraba por el catalejo, se mareó de repente. Vio que una silueta borrosa parecida a Symeon salía del templo y se dirigía a ella, llegando en menos de un segundo y derribándola. Galad sintió una voz cerca de su oído que le gritó "¡cuidado!", y un fuerte dolor de cabeza le hizo hincar una rodilla en el suelo.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-20004545501345859922023-07-19T01:55:00.002+02:002023-07-19T01:55:58.356+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 6<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Terremoto en Doedia<br /></span></p><p style="text-align: justify;">A pesar de su evidente interés por los recién llegados, el rostro del duque Datarian seguía ardiendo de ira. Svadar asintió levemente hacia Symeon esbozando una ligera sonrisa, más sereno que el noble que le precedía.<br /></p><p style="text-align: justify;">Una corriente eléctrica recorrió de repente el cuerpo de Symeon, Galad, Daradoth y Yuria. Para su estupefacción, la escalera ya no subía, sino que bajaba vertiginosamente, haciéndoles llegar a una estancia subterránea enorme y oscura. Pero la luz emanaba de ellos, y ellos mismos iluminaron la enorme sala. «Pero, ¿qué demonios...?», pensó Symeon, interrumpiendo sus pensamientos cuando vio a unos metros delante de ellos a Ashira, que proyectaba sombras que bregaban con la luz del errante y la de sus amigos. «Parece tan sorprendida como nosotros». El bastón y la diadema de Symeon y las espadas de Daradoth y de Galad brillaban deslumbrantes; por el contrario, algo inidentificable colgado del cuello de Asira se sumía en la más profunda de las sombras. <br /></p><p style="text-align: justify;">La luz dejó ver multitud de columnas y columnatas alrededor de ellos, sosteniendo bóvedas y arcos bellamente trabajados, y que recordaban mucho al trabajo de bajorrelieves del mausoleo bajo la iglesia de Rheynald. Bajo las bóvedas que los rodeaban, la luz iluminó cuatro tronos, uno en cada punto cardinal. Sobre los tronos, cuatro ancianos, todos ciegos, de ojos completamente blancos, que también parecían sorprendidos y lucían unos rasgos inquietantes y... «reptilianos», pensó Galad, a falta de una palabra mejor; por ejemplo, uno de ellos presentaba un brazo lleno de escamas y otro la mitad del rostro cubierta de protuberancias coriáceas y pequeños cuernos. Su tamaño era mayor que el de los humanos, pero no gigantesco. Al igual que Ashira, "observaban" todo con gesto de confusión.</p><p style="text-align: justify;">Los ancianos miraron hacia atrás, y de los arcos que quedaban en penumbra tras ellos, comenzó a levantarse un sonido de multitud. Docenas y docenas de figuras empezaron a irrumpir en la sala, también con gesto de confusión. Symeon y los demás sufrieron un escalofrío en la columna vertebral al distinguir claramente, brillantes con un fulgor dorado, que todos los recién llegados lucían una balanza soldadas en sus muñecas.</p><p style="text-align: justify;">Sin transcurrir ni siquiera un segundo, sin darles tiempo a respirar, los mediadores de un lado se giraron hacia atrás, abriendo un pasillo. Y los del lado opuesto hicieron lo mismo. Por los huecos abiertos, sendos seres se acercaban. No acertaban a verlos al principio, pero uno de ellos emitía un fulgor verdemar y el otro dorado. A Symeon se le erizó el vello de la nuca. «¿Nirintalath?», pensó. A Galad le pasó lo mismo: «¿Églaras?».</p><p style="text-align: justify;">En décimas de segundo, sus pensamientos se vieron confirmados. Desde su izquierda, apareció Nirintalath, en su forma de mujer joven. Menuda en tamaño pero infinitamente peligrosa, como ya sabían todos. Desde la izquierda, salió de las filas de los mediadores Églaras o, mejor dicho, el arcángel Norafel, fiel servidor de Emmán, enorme, poderoso y majestuoso. Por el rabillo del ojo, Symeon pudo ver que Ashira, recuperada un poco del shock, comenzaba a hacer gestos con sus manos. Empezó a moverse para atajarla.</p><p style="text-align: justify;">El espíritu de dolor y el arcángel se miraron. Miraron al grupo. Nirintalath sonrió a Symeon, o eso al menos le pareció. El siguiente instante, se lanzó contra Norafel, que hizo lo propio, y todo explotó en un estallido de dolor y gloria que los destrozó por dentro.</p><p style="text-align: justify;">Svadar tropezó en la escalera con Ashira, que se había detenido. Taheem también lo hizo con Symeon. Los dos grupos se congelaron unos instantes. Todavía eran conscientes del hormigueo causado por la explosión del choque de las dos poderosas entidades. La errante pareció tranquilizar al bibliotecario y, superando su desconcierto, continuaron. Symeon y los demás hicieron lo mismo.</p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8YuK7WNzW-hoa6NVOCEY39f4HN9b3K7ZEi4OhdvJGPND26uJYngAOUiNPu0_SfEaXipjxOVpv6qIh7jh785G5Zk6OxeM_ORbP0WU4CQHwv-Gn4q4M2DA5cjwmWZJTQCku7Kb1ZozLgw6NnCS0V6ZhAN5F4DgLjeeYKWjboBrmo0VZXVaUWomlRX6AXF1J/s1654/Valemar%20Datarian%20duque%20de%20Sermia.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1654" data-original-width="789" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8YuK7WNzW-hoa6NVOCEY39f4HN9b3K7ZEi4OhdvJGPND26uJYngAOUiNPu0_SfEaXipjxOVpv6qIh7jh785G5Zk6OxeM_ORbP0WU4CQHwv-Gn4q4M2DA5cjwmWZJTQCku7Kb1ZozLgw6NnCS0V6ZhAN5F4DgLjeeYKWjboBrmo0VZXVaUWomlRX6AXF1J/s1654/Valemar%20Datarian%20duque%20de%20Sermia.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">El duque Valemar Datarian</td></tr></tbody></table><br /><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Demasiadas visiones para mi gusto últimamente —susurró, socarrona, Yuria. Los demás se limitaron a afirmar con la cabeza.</p><p style="text-align: justify;">Siguieron con su camino hacia el piso superior, siguiendo al senescal y los heraldos, hasta que por fin dejaron atrás la escalera y accedieron al gran distribuidor. Al otro lado se podía ver la puerta a la sala del <span>Trono del Lobo</span>.<br /></p><p style="text-align: justify;">De improviso, el suelo empezó a temblar violentamente.</p><p style="text-align: justify;">—¡Maldición! —exclamó Yuria— ¡¿No va a acabar esto?!</p><p style="text-align: justify;">Pero esta vez no era ninguna visión. Sucedía realmente. Un terremoto. «Bendito Emmán, ¿tendremos tranquilidad algún día?», pensó Galad, mientras él y sus compañeros intentaban no perder el equilibrio; la balaustrada detrás suyo se fragmentó y cayó al piso inferior, y algunas personas cayeron con ella. Empezaron a caer grandes fragmentos de piedra del techo.</p><p style="text-align: justify;">Como pudieron, intentando mantener el equilibrio y esquivar los escombros, corrieron hacia la sala del trono.</p><p style="text-align: justify;">—¡Debemos proteger a los reyes! —instó Yuria.<br /></p><p style="text-align: justify;">Daradoth enfocó sus habilidades con la esencia para aumentar la velocidad de Symeon y la suya propia. En décimas de segundo encauzó el poder necesario y lo aplicó. Abrió mucho los ojos, igual que Symeon, cuando en lugar de sentir un aumento de sus capacidades, se vio invadido por un cansancio extremo. Tanto él como el errante tuvieron que hincar la rodilla en tierra, presas de náuseas y taquicardia. «Maldición», pensó el elfo. El impacto fue mucho peor para Symeon, que no esperaba ninguna alteración parecida. Yuria y Galad siguieron hasta el gran salón, sin darse cuenta de la crisis de sus amigos y atravesando las puertas en equilibrio inestable. Allí, sobre las escaleras que daban acceso al trono, la reina Irmorë estaba gritando órdenes mientras el rey Menarvil intentaba alejarla del peligro. Un par de guardias habían sido sepultados por un derrumbe muy aparatoso. El edificio no paraba de temblar; dos enormes columnas ejercían de sustento principal de la enorme sala, y el ojo experto de Yuria reparó en una enorme grieta que recorría la parte superior de una de ellas.</p><p style="text-align: justify;">—Galad, mira aquello —dijo señalando la grieta—. ¡Si la columna cede, todo se derrumbará! ¡Saquémoslos de aquí! —Tras adentrarse un poco más en la sala, rugió en demhano dirigiéndose a los reyes:— ¡Vamos, tienen que salir de aquí, esa columna está cediendo!</p><p style="text-align: justify;">Los reyes miraron hacia ella, y la reconocieron.</p><p style="text-align: justify;">—¡Seguid a Yuria! —exclamó la reina en sermio—. ¡Haced lo que os dice, rápido!</p><p style="text-align: justify;">En el exterior, los corazones de Symeon y Daradoth volvieron por fin a latir normalmente y ambos recuperaron en aliento. Se miraron, con una comprensión silenciosa, y se precipitaron rápidamente hacia el salón del trono. A sus espaldas, parte de la enorme escalera se derrumbó, arrastrando a unos cuantos sirvientes y guardias con ella.</p><p style="text-align: justify;">Cuando Yuria vio aparecer al errante y el elfo, les llamó la atención rápidamente sobre la grieta que se estaba expandiendo en una de las grandiosas columnas gemelas. Un crujido horrible se escuchaba procedente del techo. Galad intentó invocar el poder de Emmán, pero el resultado fue inesperado, igual que le había sucedido a Daradoth antes: la garganta empezó a arderle, y los ojos a escocerle de manera que Daradoth tuvo que acercarse y ayudarlo a salir de allí.</p><p style="text-align: justify;">Symeon corrió como una centella hasta situarse junto a la columna agrietada, y con una cabriola y un amplio movimiento, clavó su bastón en el suelo en posición vertical. Enfocó en él su voluntad, pero sin resultado. «¿Pero qué demonios pasa aquí?», se preguntó. Tuvo que esforzarse al máximo para que, finalmente, el bastón comenzara a crecer y lanzar varios zarcillos hacia arriba de forma fulgurante. Los zarcillos se ramificaron al llegar al techo y se curvaron alrededor de la columna, estabilizando la situación y reduciendo la caída de cascotes. Symeon dejó allí su bastón, convertido ahora en una tercera columna, y se unió al resto en la salida de la sala. Pero la columna agrietada no aguantó, y parte del techo se derrumbó mientras que varias grietas comenzaban a aparecer en el suelo. Daradoth metió el pie en una de ellas y se rompió el ligamento, que más tarde Galad se encargaría de arreglar, pero la situación era desesperada; parecía que el palacio entero se iba a venir abajo, pues el terremoto estaba teniendo una duración inusitada. Afortunadamente, el bastón de Aglannävyr, junto con la segunda columna, sustentaron prácticamente la mitad del techo, evitando desgracias mayores. La nube de polvo procedente de los escombros los cubrió por completo.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad arrastró a Daradoth, Yuria ayudó a varios de los nobles más ancianos, y Symeon acompañó a los reyes al exterior, saliendo de la nube de polvo. En ese momento, el temblor acabó, y se apresuraron a bajar por las enormes escaleras, que habían perdido una parte. Salieron junto con los guardias y los consejeros al patio exterior.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias... —el rey Menarvil tosió, como casi todo el resto—, gracias por la ayuda, lady Yuria y compañía. Eso que habéis hecho ahí dentro, Symeon... ha sido extraordinario. Muchas gracias —la reina se unió a los agradecimientos de su marido.</p><p style="text-align: justify;">—No hay de qué, lo importante es que todos estamos bien —contestó el errante.</p><p style="text-align: justify;">—¿Sucede esto muy a menudo en Sermia, majestad? —inquirió Yuria, sobreponiéndose también al ahogo.</p><p style="text-align: justify;">—En el tiempo que ha durado mi vida, un par de veces a lo sumo, un ligero temblor. Es cierto que no muy lejos de aquí se encuentran los volcanes Brett, en los montes Darais, pero es la primera vez en mi vida que he sentido esto. Nunca he oído hablar de ello, tampoco.</p><p style="text-align: justify;">—En el Ciclo de las Eras se mencionan algunos terremotos. —El que hablaba era Anak Résmere, uno de los bardos reales, que había salido al patio junto a los demás—. Pero ninguno como este. Se ha prolongado muchísimo.</p><p style="text-align: justify;">Lo más extraño vino después, cuando el grupo (excepto Galad, que se dedicó a ayudar a los heridos), los reyes y la corte subieron a las murallas para contemplar el entorno. La ciudad estaba muy afectada por el seísmo: muchas casas habían sufrido derrumbes, multitud de incendios se habían declarado por doquier, y se habían producido algunos corrimientos de tierra en los alrededores.</p><p style="text-align: justify;">—Habrá que movilizar a los maestros constructores para que estudien la situación y planifiquen la reconstrucción —dijo la reina; acto seguido, el rey dio órdenes al castellano y a los oficiales de la guardia para que convocaran a los masones a su presencia. </p><p style="text-align: justify;">—Puedo colaborar con ellos, si así lo deseáis, mis señores —se ofreció Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Sois muy amable, mi dulce amiga —contestó con pompa Irmorë—. Por supuesto, agradecemos sobremanera vuestra colaboración.</p><p style="text-align: justify;">—Podemos llevar a los maestros constructores a bordo del <i>Empíreo </i>para facilitar su labor —sugirió Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, buena idea —coincidió Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien —sonrió el rey—, los pondremos bajo vuestro mando, Yuria. Que la gracia de Enastann sea con vosotros.</p><p style="text-align: justify;">Mientras se impartían órdenes y la corte se movilizaba para poner en marcha los trabajos de rescate y reconstrucción, el rey pareció recordar algo, y se acercó de nuevo al grupo:</p><p style="text-align: justify;">—Había olvidado que había cancelado otra reunión con el duque Datarian porque traíais un mensaje de lady Ilaith. ¿Es algo urgente?</p><p style="text-align: justify;">—Es un asunto de cierta importancia, pero ante esta situación, podemos esperar.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, lo postergaremos hasta mañana entonces. ¿Ella está bien?</p><p style="text-align: justify;">—Sí, sí, no os preocupéis por eso.</p><p style="text-align: justify;">Symeon intentó recuperar su bastón, pero las ramificaciones habían cedido finalmente, y había sido sepultado por los escombros. Los constructores lo tranquilizaron:</p><p style="text-align: justify;">—No creo que nos lleve más de un par o tres de días despejar la sala, mi señor, si tenéis paciencia recuperaréis vuestro... artefacto.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, pero apresuraos lo máximo posible —suspiró Symeon, resignado.</p><p style="text-align: justify;">El errante aprovechó para pedir al rey un favor:</p><p style="text-align: justify;">—Necesito que convoquéis al gran bibliotecario a una audiencia privada mañana, a solas, dando a entender que será con vuestra majestad. Para poder hablar con él sin injerencias externas. Por el bien de Doedia. Esa mujer que visteis con Svadar puede estar tramando algo, y por eso necesito hablar con él.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, dadlo por hecho, amigo mío —contestó Menarvil—. Mañana a la hora nona.</p><p style="text-align: justify;">—Os lo agradezco —se despidió Symeon con una reverencia.</p><p style="text-align: justify;">Poco tiempo después, el grupo sobrevolaba la renqueante ciudad a bordo del <i>Empíreo</i>, con media docena de maestros constructores entre la tripulación que tomaban nota incesantemente. Yuria aprovechó para intentar empaparse de sus conocimientos. La ciudad presentaba bastante destrucción, lo cual era normal con el temblor tan prolongado. Pero se sorprendieron cuando sobrevolaron la colina donde se encontraba el complejo de la Gran Biblioteca. Esta se encontraba a apenas cinco kilómetros del palacio real, y su estado era inmaculado. El terremoto no parecía haber afectado en absoluto a ningún edificio o construcción que se encontrara sobre aquel promontorio. Más allá los estragos del temblor se hacían patentes, pero la colina parecía una isla de serenidad en medio de aquel caos. «No encuentro ninguna explicación racional», pensó Yuria, «pero seguro que debe de haber una sobrenatural, para variar. ¿O quizás deberíamos empezar a usar el término "hipernatural"? Por lo poco que sabemos, la Vicisitud no es sobrenatural precisamente, sino lo que subyace a todo».</p><p style="text-align: justify;">Otro hecho llamó la atención de Yuria, pues sus conocimientos de organización y tácticas militares estaban fuera de toda escala. Al este de la ciudad, se habían erigido varios campamentos enormes (que también habían sufrido los efectos del terremoto). «Vaya, eso está pensado para albergar al menos tres legiones. Y sin duda, por lo que veo, estaban disponiéndose a partir, y seguramente para atacar. ¿A los vestalenses, quizá? Pensaba que las cruzadas que pensaban lanzar junto a Esthalia se habían cancelado... interesante».</p><p style="text-align: justify;">Tras asegurarse de que los alojados en el <i>Arpa de Plata</i> se encontraban perfectamente, retornaron al palacio real, pues los reyes les habían ofrecido alojamiento como huéspedes de alta importancia. El senescal Aereth, junto a algunos sirvientes, les mostró sus aposentos y se retiró.</p><p style="text-align: justify;">El grupo aprovechó para comentar lo que había sucedido durante el terremoto con los hechizos de Daradoth y el poder de Galad, y cómo le había costado más de lo normal a Symeon utilizar los poderes del bastón. Pero no encontraron ninguna explicación satisfactoria, así que dejaron de lado tal conversación.</p><p style="text-align: justify;">—Voy a intentar observar el mundo onírico sin entrar en él —anunció Symeon, poniendo en guardia a sus compañeros.</p><p style="text-align: justify;">Varias veces lo había intentado antes, todas ellas sin éxito, pero esta vez sus habilidades respondieron. Los demás, lo vieron en una especie de trance, con los ojos desenfocados, moviendo la mirada a un lado y a otro, viendo cosas más allá de aquella dimensión. El errante se asomó a la ventana, para poder ver más allá de las paredes de la habitación. El paisaje iridiscente familiar no parecía revelar nada especial, pero en el límite de su visión, una gran mansión en la parte noble de la ciudad, parecía... vibrar.</p><p style="text-align: justify;">Aunque Symeon no podía ver a sus compañeros, sabía que se encontraban a su alrededor, así que habló, señalando hacia donde miraba:</p><p style="text-align: justify;">—Esa mansión tiene algo extraño. ¿Veis algo desde ahí?</p><p style="text-align: justify;">—Yo no —contestó Yuria, cuyas palabras fueron corroboradas por el resto—. ¿Podría ser la mansión del duque Datarian?</p><p style="text-align: justify;">—Es posible. Apostaría por ello.</p><p style="text-align: justify;">Poco después preguntaron a un sirviente, que les confirmó que aquella era, efectivamente, la residencia del duque Datarian. Se miraron, preocupados, y aprovecharon para comentar la visión que habían tenido mientras subían las escaleras; comentaron el hecho de que Ashira había parecido tan sorprendida como ellos, si no más, así que dudaban de que ella hubiera tenido algo que ver. </p><p style="text-align: justify;">—El caso es que —dijo Symeon— hace muchas semanas que no sé nada de Nirintalath, desde aquel ultimátum que me dio. No sé si habrá podido contactar con Trelteran de alguna forma en este tiempo.</p><p style="text-align: justify;">—Esperemos que no —Galad se persignó, soñando con el momento en el que pudiera volver a empuñar la otra espada que Ilaith guardaba en su cámara, Églaras—. ¿Tienes algún plan con respecto a Ashira, Symeon?</p><p style="text-align: justify;">—De momento, impedir que la nombren Maestra del Saber, y que así no pueda moverse libremente por la Biblioteca. Quiere algo, y debemos impedirlo. Para ello he hecho que el rey emplace a Svadar mañana en palacio, a solas.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, descansemos entonces.</p><p style="text-align: justify;">—Antes tenemos que reunirnos con los reyes e informarles de todo —intervino Yuria.</p><p style="text-align: justify;">Y así lo hicieron. Se reunieron con los monarcas en otra de las salas de palacio, donde se había improvisado una oficina de crisis. Aunque los recibieron de buen grado, los reyes estaban, a todas luces, agotados.</p><p style="text-align: justify;">—Adelante, adelante —dijo afable el rey—. Ya nos han comentado los maestros constructores que habéis sido una ayuda fuera de toda medida. Muy bien.</p><p style="text-align: justify;">—No ha sido nada, majestad —contestó diplomática Yuria—. No os entretendremos mucho. Sabemos que estáis exhaustos, pero tenemos que poneros sobre aviso de algo.</p><p style="text-align: justify;">—De acuerdo, tenéis toda nuestra atención.</p><p style="text-align: justify;">—Durante nuestros viajes hemos tenido constancia de una... alianza de ciertas naciones con intereses bastante turbios. Y al ver a esa mujer, Ashira, supimos que tenía algún tipo de poder sobrenatural que no sabemos explicar. No tenemos clara cuál es su relación con el duque Datarian, pero creemos que está intentando manipularlo para conseguir una posición de poder y quizá hacerse con el control, al menos parcial, de Sermia. Y tememos también que intente algo sobre vuestras majestades.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces —intervino la reina Irmorë—, ¿creéis que mi hermano está en peligro? ¿O que piensa traicionarnos?</p><p style="text-align: justify;">Yuria guardó silencio unos segundos. «No esperaba un parentesco tan cercano, maldita sea». Symeon tomó la palabra:</p><p style="text-align: justify;">—Creemos que puede estar influenciado por ella.</p><p style="text-align: justify;">—En peligro no es probable —continuó Yuria—, al menos mientras le sea útil. Tememos por vuestras majestades, como he dicho...</p><p style="text-align: justify;">—Disculpad que interrumpa —terció Daradoth—, pero yo creo que si el duque es vuestro hermano, sí que se encuentra en peligro. No sabemos qué consecuencias tienen las habilidades de esa mujer.</p><p style="text-align: justify;">—Eso es solo una hipótesis —rebatió Yuria—. Mientras sea útil...</p><p style="text-align: justify;">—Debemos prestar gran atención a la sugerencia de lord Daradoth —interrumpió el rey—. Es de todos conocida la gran sapiencia de la alta raza, y su consejo será tenido muy en cuenta —Yuria prefirió no rebatir esta afirmación. En Sermia, los elfos eran una raza reverenciada, y no valía la pena desafiar esa creencia.</p><p style="text-align: justify;">Galad alivió la tensión:</p><p style="text-align: justify;">—¿Habéis notado algo diferente en vuestro hermano, mi reina?</p><p style="text-align: justify;">—Pues, si os he de ser sincera, creo que está incluso más amable que nunca. Diría que ha cambiado para bien. Como comandante en jefe del ejército de Sermia tiene muchas responsabilidades, y eso le pesa.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo.</p><p style="text-align: justify;">—¿Os puedo preguntar si sabéis qué relación une a Ashira con vuestro hermano? —preguntó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Que yo sepa, solamente es su huésped.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, mis señores —zanjó Symeon—, os dejaremos descansar, solo queríamos poneros sobre aviso de esto. Mañana nos veremos a la hora nona.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, maese Svadar está avisado, como nos pedisteis.</p><p style="text-align: justify;">—Muchísimas gracias, majestad. Redoblad la guardia esta noche y, si tenéis algún sueño extraño esta noche, hacédmelo saber, os lo ruego.</p><p style="text-align: justify;">—Así lo haremos.</p><p style="text-align: justify;">—Solo una cosa más —añadió Yuria—. No he podido evitar los campamentos al este de la ciudad. ¿Se preparaba el ejército para atacar?</p><p style="text-align: justify;">El rey suspiró, cansado a todas luces. Quería acabar con la conversación, pero aun así encontró la presencia de ánimo para contestar:</p><p style="text-align: justify;">—La situación en el imperio vestalense es extremadamente convulsa, no menos de lo que lo parece en Esthalia. Las informaciones de nuestros exploradores son que todos los ejércitos en misiones expedicionarias o destinados a las fronteras han vuelto hacia el interior del imperio. Parece que están inmersos también en una especie de guerra civil. No sé si habéis oído del advenimiento hace unos meses del Ra'Akarah y su caída; unos dicen que fue asesinado, otros incapacitado, otros destronado, pero todos parecen coincidir en que lo provocó un grupo de extranjeros. —El grupo disimuló perfectamente su satisfacción—. Ese hecho parece haber desencadenado unos acontecimientos que han enfrentado a los vestalenses entre sí, y a sugerencia de mi cuñado el duque, concentramos aquí un gran número de tropas para recuperar el territorio que una vez fue sermio.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias por la información, mi señor —dijo Yuria—. Ya sabéis de mis capacidades, así que si puedo seros de utilidad, estoy a vuestra disposición.</p><p style="text-align: justify;">Se retiraron a descansar, y al llegar a la puerta de sus aposentos les esperaba un sirviente. Llevaba en la mano un pergamino cerrado y sellado, y se lo dio a Symeon. En el pergamino figuraba el nombre del errante con la ornada letra de Ashira.</p><p style="text-align: justify;">Entraron a las habitaciones, donde Symeon abrió el pergamino, informando a los demás de quién era la remitente. Estaba escrita en minorio.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: center;"><i>Al amanecer, en el templo de Sirkhas.</i></p><p style="text-align: center;"><i> A.</i></p><p style="text-align: center;"><br /></p><p style="text-align: justify;">—Ashira me invita a reunirme con ella al amanecer —indicó a sus compañeros.</p><p style="text-align: justify;">—Tú puedes jugar a lo mismo —dijo Galad—. Envíale un mensaje y cítala al atardecer. Al menos que no tenga el control total. Y así ya tendremos información sobre Svadar cuando te encuentres con ella.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, así lo haré. Pero la citaré al mediodía.</p><p style="text-align: justify;">Symeon utilizó el mismo pergamino para escribir su mensaje. Lo envió a la mansión de Datarian con uno de los sirvientes.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">La mañana siguiente, tras desayunar, se dirigieron hacia la sala de audiencias. Symeon tomó asiento en la mesa, y el resto permaneció apartado, en un lugar apartado de la vista. Poco después llegaban los reyes, que también se sentaron a la mesa. Poco después, un mayordomo anunciaba a maese Svadar. El Gran Bibliotecario pasó y saludó diplomáticamente a los monarcas. Se sorprendió al ver a Symeon allí. El errante tomó la palabra:</p><p style="text-align: justify;">—Disculpadme, Svadar, esto ha sido un favor que he pedido a sus majestades. Quería reunirme con vos a solas.</p><p style="text-align: justify;">—Entiendo. Ya me había informado Nerémaras de vuestra solicitud, no veo la necesidad de convocarme así, pero ya que estamos aquí, decidme.</p><p style="text-align: justify;">—Ayer os vi con esa mujer, Ashira. Necesito que me digáis lo que sepáis de ella. Comprenderéis más adelante por qué os lo pregunto.</p><p style="text-align: justify;">Svadar miró a los reyes, que confirmaron la petición de Symeon sin ningún género de duda.</p><p style="text-align: justify;">—De acuerdo. Ashira es una rica comerciante de la Confederación, protegida y socia de comercio del duque Datarian. Nos ha impresionado a todos con sus conocimientos, que son descomunales.</p><p style="text-align: justify;">—Lo sé. La conozco muy bien. Es mi esposa.</p><p style="text-align: justify;">Los reyes rebulleron en su asiento. Svadar también.</p><p style="text-align: justify;">—No lo sabía —acertó a decir el gran bibliotecario.</p><p style="text-align: justify;">—Normal. Solo quiero saber si realmente la vais a nombrar maestra del saber.</p><p style="text-align: justify;">—Bueno, en realidad eso corresponde al consejo de los sapientes, a mí simplemente me han pedido el favor de oficiar la ceremonia.</p><p style="text-align: justify;">—¿Os habéis fijado en cómo está influyendo Ashira en su entorno? ¿En todos vosotros? Incluso hay sapientes que han sacado libros para ella, por todas las estrellas del cielo.</p><p style="text-align: justify;">—Creo que vos hicisteis lo mismo por Daradoth...</p><p style="text-align: justify;">—La cuestión es que esa mujer pertenece a las filas de la sombra —le cortó Symeon—. Y quiere ser nombrada sapiente para conseguir acceso a las partes restringidas de la Biblioteca. ¡Quiera Ninaith que no lo consiga, pues no sé de qué maldades sería capaz entonces!</p><p style="text-align: justify;">—¿Pero no creéis que vos mismo, como maestro del saber, deberíais hablar directamente con el consejo? Yo en esto soy un mero espectador, por más que vuestra advertencia me cause inquietud...</p><p style="text-align: justify;">—Sí, pero quería ver hasta qué punto estabais vos influenciado por su presencia. Tal vez os haya hecho preguntas veladas sobre alguna sección concreta.</p><p style="text-align: justify;">—La verdad es que hemos hablado muchísimo, sobre muchos temas, y sobre artefactos tiene un vastísimo conocimiento arcano.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, ella es una buscadora, como yo. Una errante.</p><p style="text-align: justify;">—¿Errante? Es una comerciante de la Confederación.</p><p style="text-align: justify;">—Pero errante. Solo quiero que estéis avisado y tengáis cuidado con ella. ¿Qué tendríamos que hacer para evitar su nombramiento?</p><p style="text-align: justify;">—Tendréis que convencer al consejo. Recordad que vos mismo fuisteis nombrado sapiente simplemente con tener la opinión favorable de uno de ellos. Imaginad con todo el consejo... creo que es una misión imposible.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien. Quería poneros sobre aviso. Intentad no contestar a sus preguntas ni darle pistas sobre información oculta, os lo ruego.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, haré como decís. Ahora, si me disculpáis, volveré a mis quehaceres.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-3459016503679754152023-07-03T17:22:00.002+02:002023-07-04T10:07:40.003+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 5<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">La Revelación de Nerémaras. La Valida de Ilaith.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><i>El Arpa de Plata</i> era una posada realmente lujosa, lo que en
Doedia, una ciudad rica de por sí, la situaba entre las más suntuosas
del continente. La estancia era cara, pero el cofre de joyas que
llevaban en el Empíreo estaba precisamente para estas ocasiones. La
pequeña multitud que componía el grupo y sus acompañantes era un negocio
demasiado jugoso para que maese Hanil, el dueño, lo dejara pasar, así
que tomó las disposiciones necesarias para que todos ellos tuvieran
varias de las mejores habitaciones del edificio. La presencia de varios
elfos y elfas entre ellos también facilitaba en gran medida la
deferencia de los habitantes locales.<span> <br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>El edificio donde se alojaron parecía un pequeño castillo con multitud de salas y una enorme sala comunal donde un par de juglares amenizaban la velada. Como ya sabían, los juglares y bardos eran las personas más respetadas en Sermia, y distaban mucho de ser los artistas callejeros que podían verse en otros países. En consonancia con ello estaba su arte, pues sus voces, sus canciones y composiciones aceleraban el corazón o excitaban la imaginación a su voluntad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Se sentaron a cenar, una comida excelente, y pronto se retiraron a sus habitaciones, pues los elfos atraían demasiadas miradas y preguntas de los presentes, y el estado anímico de Symeon no era el mejor en ese momento.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>Antes de dormir, Galad aprovechó, como ya había hecho en menor medida durante las jornadas de viaje, para conversar tranquilamente con su padre y repasar la situación en Ercestria. Garedh seguía siendo un ateo recalcitrante, y se negaba a atenerse a razones a pesar de las demostraciones de su hijo, que prefirió dejar ese tema para más adelante.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>El día siguiente disfrutaron de un excelente desayuno.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Quiero partir hacia la Confederación lo antes posible para informar a lady Ilaith de todo, aquí me siento un poco fuera de lugar —dijo Yuria en un momento dado.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, te comprendo, yo siento algo parecido —contestó Galad, saboreando un untuoso panecillo. A su mente acudieron Eudorya y Églaras—, y deseo acompañarte. Pero si puedo sugerirlo, creo que es mejor que esperemos un par de días a ver que todo está bien aquí y Symeon no corre peligro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Está bien, sí —aceptó la ercestre.<br /></span></p><p style="text-align: justify;">T<span>ras desayunar, salieron hacia la Biblioteca. Atravesaron la ciudad, que no estaba completamente amurallada, y tomaron el camino del norte para llegar a la colina de la multitud de escalinatas.</span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjKLN018GqBbiMaaBU2v09SuERsJWk5L70EzMTktqVYWAU1uLwJ-Ro-CPEZk7k1KnjiIkID7AmhAbHK89sxqIfdivCutUCKuvr7wg_Lw3LuIsZPAanTaVa--270PMHESezBRjx00I7B1Q_2iAWo5zs3G259dT2K4GbVgpAK20rFehA2DTemSZjiByxe8SeH/s1536/Gran%20Biblioteca%203.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1536" data-original-width="1152" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjKLN018GqBbiMaaBU2v09SuERsJWk5L70EzMTktqVYWAU1uLwJ-Ro-CPEZk7k1KnjiIkID7AmhAbHK89sxqIfdivCutUCKuvr7wg_Lw3LuIsZPAanTaVa--270PMHESezBRjx00I7B1Q_2iAWo5zs3G259dT2K4GbVgpAK20rFehA2DTemSZjiByxe8SeH/s1536/Gran%20Biblioteca%203.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">La Gran Biblioteca de Doedia<br /></td></tr></tbody></table><br /><span></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span>—Debemos encontrarnos con Svadar, el Gran Bibliotecario —dijo Symeon—. Y si no es posible, con Nerémaras, uno de los más altos cargos en el complejo. Ellos nos podrán ayudar a encontrar la información que necesitamos —ante estas palabras, Galad hizo ademán de palpar la redoma donde se encontraba el alma de Ecthërienn, pero recordó que se había quedado con Somara en Dársuma. «Espero que esté a salvo hasta que volvamos»—. Tal vez deba contarles nuestro motivo para haber venido.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Preferiría que no lo hicieras —dijo Yuria.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Seré precavido, pero no creo que sea buena idea ocultarles información.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span> Ascendieron la colina por la enorme escalinata principal, a la que rodeaban unas cuantas fuentes y multitud de estatuas y pórticos, y que conectaban con varias explanadas, plazas y jardines.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Me sigue sorprendiendo la belleza de este lugar —dijo Galad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—La Biblioteca existe desde hace más de dos mil años —contestó Symeon—. Dos mil años de historia. Construcción tras construcción y reconstrucción. Es magnífico.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Por fin, algo faltos de aliento, llegaron a la explanada principal, que daba acceso a varios edificios del complejo. Una pequeña multitud de gente se aprestaba a realizar sus tareas, fueran cuales fuesen. A su derecha podían ver los eclécticos templos dedicados a los grandes héroes, bardos y cronistas de antaño. A la izquierda quedaba el enorme edificio dedicado exclusivamente a la preservación y ampliación de la obra cumbre de la literatura sermia: <i>El Ciclo de las Eras</i>; pretendía ser una completa historia del mundo desde los albores hasta la actualidad (en ese momento, constaba de unos mil doscientos volúmenes), y para ello, trabajaban en él varios centenares de escribas, eruditos y cronistas. De hecho, estos tenían vía libre para abordar a cualquier visitante del complejo de la Biblioteca e interrogarle acerca de la situación en otros lugares de Aredia. El trabajo en <i>El Ciclo de las Eras</i> era importantísimo para los sermios, y todos los visitantes estaban obligados tácitamente a atender a los cronistas del Ciclo por el tiempo que fuera necesario.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—De hecho —dijo Symeon—, una de las pruebas para que un juglar pueda convertirse en bardo en Sermia es que pueda recitar de memoria al menos un centenar de volúmenes del <i>Ciclo</i>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Qué barbaridad —exclamó Galad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Y qué buena memoria —añadió Yuria.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>En ese momento, Daradoth se detuvo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Siento algo extraño </span><span>—dijo—. No sé deciros qué; es parecido a lo que siento al estar en Rheynald, pero de otro modo. No sé, no sé si es peligroso.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>El resto también se detuvo y se concentró durante unos instantes.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, es verdad —dijo Galad—. Es como... como un hormigueo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Yo también lo siento —dijo Symeon.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Y yo —anunció Yuria, para sorpresa de todos, pues llevaba el talismán al cuello.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Estás segura? —preguntó Galad—. Eso sí que es extraño.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—En Rheynald es como una comezón —siguió Daradoth—. Aquí sí... efectivamente es un leve hormigueo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Qué hacemos entonces? —preguntó Yuria.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—La verdad es que es bastante leve, es posible que por la experiencia con la Vicisitud seamos más sensibles a ciertas cosas. </span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, quizá esté sucediendo algo, o vaya a suceder —sugirió Galad. <br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Especulemos en otro momento, debemos avanzar —instó Symeon.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span></span></p><p style="text-align: justify;"><span>El sol comenzaba a despuntar sobre las colinas circundantes. Atravesaron los grandiosos jardines y dejaron atrás la extraordinaria fuente central para dirigirse hacia uno de los edificios anexos a la Biblioteca. Esta se extendía hacia la parte norte de la colina y era difícilmente apreciable en todo su volumen. El edificio al que se dirigían, una especie de ala occidental de la Biblioteca, era blanco prístino, como todo el resto, construido en roca caliza y mármol exquisito. Más allá se alzaban unos barracones de la compañía de la Guardia Real destinada a preservar la seguridad del complejo. De hecho, pasaron ante varios de los guardias de capas doradas y largas lanzas para poder acceder al pórtico de su destino. Tras subir media docena de escalones, se encontraron con un par de bibliotecarios que controlaban el acceso. Se encontraban de pie, escribiendo sobre un atril alto. El vello de la nuca de Galad se erizó; notaba una especie de... vibración. «Hay algo poderoso activo aquí», pensó.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>Symeon sujetó ambos extremo de su capa con su broche de Maestro del Saber, asegurándose de que estuviera bien visible. Los bibliotecarios lo vieron enseguida. Dijeron algo en sermio, pero Symeon les contestó en estigio, y no tuvieron problema en cambiar de idioma.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Qué se os ofrece, mi señor?</span> —dijo uno de ellos.<br /></p><p style="text-align: justify;"><span>—Deseo ver al maestro Nerémaras.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Disculpadme, mi señor, pero debéis de ser nuevo en las filas de los sapientes, ¿seríais tan amable de decirme a quién debo anunciar?</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Por supuesto. He estado fuera mucho tiempo. Mi nombre es Symeon Symavrosláv. Me acompañan Galad Talos, Yuria Meristhenos y Daradoth Ithaulgir.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>Los bibliotecarios se inclinaron al reconocer a Daradoth como elfo. Hablaron entre ellos, llamaron a un tercer bibliotecario que corrió al interior del edificio, y poco después volvió.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—El maestro Nerémaras os puede recibir ahora, mi señor —anunció el bibliotecario que había hablado en primer lugar—. Si sois tan amables de acompañarme, por favor —los invitó a seguirlo, y se apresuraron tras él. </span></p><p style="text-align: justify;"><span>Antes de entrar, los guardias reales les pidieron sus armas, y nadie se opuso a dejarlas.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>El edificio era tan hermoso por dentro como por fuera, con multitud de tapices y estatuas por todos lados.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Daradoth —susurró Symeon</span><span>—, cuando veamos a Nerémaras, haznos un gesto con el índice si detectas sombra en él como en Ashira, por favor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Por supuesto </span><span>—contestó el elfo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Pediré la ayuda de Emmán para detectar cualquier ente hostil —dijo en voz baja Galad, que se concentró y susurró una pequeña plegaria al ver a Nerémaras saliendo a su encuentro, esperando que su dios le iluminara ante la presencia de cualquier enemigo.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>El pasillo se oscureció de repente, y la luz volvió con más intensidad, cegadora. Les aturdió. En cuestión de segundos, sonido de botas retumbó en el pasillo y eran rodeados por varios guardias.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Habéis esgrimido el poder? —preguntó uno de ellos, suspicaz.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—He sido yo —reconoció Galad, entornando los ojos para recuperarse de la ceguera temporal—. Lo lamento mucho.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Solo estaba entonando una plegaria a Emmán, es uno de sus paladines —aclaró Symeon.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Sois un paladín de Emmán? Es raro ver un paladín sin su túnica.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, solo hemos venido a hacer una visita rápida, no pude ataviarme con ella.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Está bien, solo recordad que el complejo está protegido y debéis avisar cuando queráis... </span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Tranquilos, ya se han dado por enterados —era Nerémaras, que se había acercado a ellos, sonriendo—. Qué alegría veros de nuevo, Symeon. Y al resto. Pero pasad, pasad, ardo en deseos de que me informéis sobre vuestro viaje.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>El maestro bibliotecario los condujo hasta su despacho. Symeon y Daradoth se miraron, y el elfo hizo un leve gesto de negación con la cabeza. «Bueno, menos mal, una cosa menos de la que preocuparnos», pensó el errante, que procedió a presentar a todos sus compañeros.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Hemos estado varios meses ausentes, ha sido un viaje bastante largo —empezó Symeon—. Y han pasado muchas cosas. Algunas peligrosas. Algunas extraordinarias.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, ya lo había supuesto, pues os veo muy cambiado, y no solo a vos —miró a Daradoth.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Lentamente, Symeon quitó la tela con la que llevaba envuelto su cayado, evitando que llamara la atención. Al ver la madera viva, Nerémaras arqueó las cejas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Extraordinario. ¿Es madera de...? —lo tocó levemente.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—De Aglannävyr, sí. Fue un regalo del propio árbol, en los Santuarios de Essel.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Increíble.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí. Los dioses nos llevaron hasta allí dándonos la ayuda de la Luz, y nos permitieron encontrar el Orbe de Curassil. Una poderosa herramienta para la lucha contra los invasores de Sombra que quieren destruir nuestra forma de vida.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Impresionante.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—El caso es que para poder utilizar el Orbe necesitamos información sobre un ritual muy específico, un ritual que permita restaurar un alma separada de su cuerpo en un cuerpo nuevo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Nunca he oído hablar de tal cosa —se notaba que Nerémaras estaba prácticamente aturdido por las revelaciones de Symeon.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Parece ser que los antiguos elfos eran capaces de hacerlo, y queremos intentar encontrar ese conocimiento en la Biblioteca. Quizás el Gran Bibliotecario Svadar nos podría ayudar en el empeño. Como ya os hemos dicho, muchas cosas dependen de ello. Incluso demonios y muertos vivientes han llegado a Aredia, y debemos evitar que puedan prosperar. Debemos erradicarlos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Demonios? ¿Muertos vivientes? Desde luego, esperaba que me trajerais noticias de vuestro viaje, pero esto supera todas mis expectativas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Y es una información que me gustaría mantener en privado por el momento —advirtió Symeon—. A ser posible, compartirla solo con maese Svadar. Y preferiblemente, de forma muy urgente; hay demasiados enemigos en todas partes. Es solo cuestión de tiempo que lleguen aquí si no actuamos.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>Nerémaras permaneció dubitativo unos segundos. <br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Bueno —dijo—, ya sabéis que el Gran Bibliotecario os tiene en gran estima, incluso ofició personalmente vuestra ceremonia de sapiencia, pero creo que va a ser imposible que os reciba hoy, pues se encuentra en la corte para un encuentro con sus majestades los reyes. Tendrá que ser mañana seguramente.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Está bien —aceptó Symeon—. Es importante que sea lo antes posible. </span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Por supuesto. Mandaré en vuestra busca en cuanto sepa algo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Agradecieron a Nerémaras su atención y se giraron para marcharse, pero en ese momento el maestro bibliotecario pareció recordar algo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Una cosa que quería comentaros, Symeon.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Claro, decidme.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Os suena de algo una tal... Ashira? —el corazón de Symeon dio un vuelco.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí. Por fortuna o por desgracia, sí.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Es una errante como vos. ¿Me equivoco?</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—No, estáis en lo cierto. Es una errante, sí.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Ya me parecía a mí —sonrió levemente, como regocijándose por un logro privado—. No es una comerciante oriunda de la Confederación, estaba seguro. Sentaos de nuevo, por favor —esperó a que el grupo tomara asiento de nuevo—. Lo que os voy a decir es por confianza plena que os tengo a vos y a vuestros compañeros, Symeon. Os tengo por una persona de gran confianza, y por todo lo que me habéis dicho creo que no hay otra persona en la que pueda confiar más.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>El grupo se miró. ¿Los nudos en la Vicisitud actuaban de nuevo? Posiblemente.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Aunque —continuó Nerémaras— no puedo desvelar algo que me preocupa tanto sin tener antes un poco más de información. ¿Qué sabéis de Ashira? ¿Cuál es vuestro vínculo?</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Symeon frunció los labios. Su corazón se aceleró y sintió una leve náusea.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Es mi esposa.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Cómo? —Nerémaras no pudo evitar que la sorpresa se reflejara en su rostro—. ¿Vuestra... vuestra esposa?</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí —contestó Symeon gravemente—. Fuimos matrimonio varios años, pero hace mucho tiempo que se marchó y no he sabido nada de ella hasta ahora.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Vaya, lo siento —se compadeció el bibliotecario cuando vio que los ojos de Symeon se tornaban vidriosos con el recuerdo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Oficialmente somos matrimonio aún, pero en la práctica no. Y por desgracia, ha cambiado. Supongo que estaréis enterado del genocidio del Pueblo Errante en tierras vestalenses que sucedió hace unos diez o doce años.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, un suceso terrible, registrado pertinentemente en <i>El Ciclo de las Eras</i>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Ashira y yo fuimos los causantes.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Nerémaras no acertó a contestar, tal fue su sorpresa. Pero el dolor en el rostro de Symeon era tan evidente, que descartó cualquier reacción que no fuera la compasión. Galad puso una mano en el hombro de su amigo.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Lo siento... lo siento de verdad —dijo el bibliotecario en voz baja.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Gracias. Estoy cumpliendo mi castigo por ello, aparte de mi penitencia interior. En fin, os preguntaréis qué causó tal genocidio. Claro. Ashira y yo robamos la copia del Libro de Aringill de los Santuarios de Creä, y cuando la guardia vino a reclamarlo, ella desapareció con él, abandonándome a mí y a su pueblo, y dejándonos a merced de la venganza de los vestalenses —Symeon no pudo reprimir una lágrima, que resbaló por su mejilla.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Y puedo preguntar por qué hicisteis tal cosa? </span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Robar el libro? Mi intención, como todo en aquel momento, era averiguar algo que nos permitiera encontrar el Camino de Vuelta. Ya sabéis, nuestro...</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, por supuesto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Bien. Creo que las intenciones de Ashira no eran tan... elevadas. Se divertía con los robos. Quería riquezas. Y sospecho que también poder. Y no supe nada más de ella hasta ayer, cuando la vimos en la lejanía acompañada de dos sapientes. No confiéis en ella, ha cambiado y tiene algo que la hace peligrosa.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Ya veo. Muchas gracias por vuestra sinceridad —agradeció Nerémaras—, estas revelaciones son realmente estremecedoras. Por supuesto, os corresponderé explicándoos todo, pero dejad que me recomponga, pues no creía que ibais a decirme todo esto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Nerémaras sirvió unas bebidas en sendas copas, y las ofreció a todos. Tras unos sorbos, continuó:<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Bien. Dejadme deciros que relacioné a Ashira con vos debido a algunas sospechas sobre sus rasgos físicos y un ligerísimo acento remanente en el habla. Además, en un descuido pude ver un pequeño fragmento de un tatuaje en su brazo que parecía representar un laberinto, como los vuestros; ponía mucho cuidado en no mostrarlos, lo que me extrañó. En realidad ella llegó a Doedia afirmando ser una rica comerciante de la Confederación —Symeon afirmó, sorprendido pero silencioso—. De hecho, llegó con un séquito importante de sirvientes y guardias. Aún más sorprendente es que se aloja en casa del duque Datarian. Y, además de todo eso, el hecho que para mí tiene más relevancia es que va a ser nombrada Maestra del Saber en un tiempo récord; está previsto que la ceremonia se oficie pasado mañana.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Y quién la oficiará? —preguntó Symeon, asombrado y empezando a sentirse enojado, pues sospechaba cuál iba a ser la respuesta.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—El propio Gran Bibliotecario, maese Svadar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Ya veo —Symeon apretó los dientes—. Y supongo que sabéis que perteneciendo a las filas de los sapientes, podrá llegar a profundidades de la Biblioteca con conocimientos que nos podrían poner en peligro a todos...</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Hace unos minutos no lo habría dicho así, pero sí, claro. Me alegro de que el azar haya puesto esas palabras en mi boca.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>«El azar», pensó Yuria dejando escapar una queda risita. «Ojalá solo fuera una cuestión de azar».</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Todo esto significa que Ashira busca algo —continuó Symeon—. Y ahora sí que es urgente que podamos encontrarnos con Svadar cuanto antes.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Pues, como ya os he dicho, Svadar se encuentra en palacio en visita a sus majestades, y según tengo entendido también se encuentra allí el duque Datarian junto con su huésped, Ashira.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Symeon resopló. El grupo intercambió miradas, rebullendo en sus asientos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Qué casualidad —soltó Yuria, irónica.<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Por supuesto —siguió Nerémaras ignorando el comentario—, a mí todo me ha parecido muy irregular. La mayoría de los sapientes han accedido a ascender a Ashira en un tiempo demasiado corto, algo nada normal. E incluso están contraviniendo las normas de facto de la Biblioteca, pues algunos están sacando libros del complejo para el uso personal de ella.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>»Realmente es una mujer muy culta, y su conocimiento sobre los artefactos y la historia oculta es apabullante. Eso debe de haber obnubilado a los sapientes. No sé deciros más, pues yo no he intercambiado palabras apenas con ella.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¿Y Svadar? ¿Ha hablado con ella? —inquirió Symeon.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, Svadar ha mantenido varias conversaciones.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Ya habrá caído bajo su influjo —murmuró Daradoth en cántico.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Discutieron durante unos minutos más, y finalmente Symeon sugirió:</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Nerémaras, ¿qué os parece si acudimos a palacio con la excusa de que nos habéis confiado un mensaje importante para maese Svadar? ¿Creéis que nos dejarían encontrarnos con él?</span></p><p style="text-align: justify;"><span>El maestro bibliotecario meditó unos segundos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Bueno, sois uno de los sapientes, os acompañaría un elfo y un paladín... a mi parecer, sí. Además, podría destinar dos guardias reales para escoltaros.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Perfecto, pues haremos eso entonces.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Mantenedme informado, por favor.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Desde luego —aseguró Symeon—. Y otra cosa, ¿creéis que los escribas de la entrada podrían borrar mi nombre del libro de registro?</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Por supuesto, lo ordenaré ahora mismo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span></span></p><p style="text-align: justify;"><span>Cuando el grupo ya se encontraba en la explanada exterior, mientras caminaban, Yuria sugirió:</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Creo que será mejor acudir a palacio pero poniendo como excusa que traemos un mensaje de lady Ilaith. Así podríamos entrar todos en palacio.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Sí, no es mala idea.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Tras discutir durante un rato la conveniencia de acudir a palacio ese mismo día o el día siguiente, finalmente decidieron ir hacia allá lo antes posible. No podían arriesgarse a que Ashira pudiera pasar un día entero influyendo o corrompiendo a los monarcas. Como delegación enviada por Ilaith, tendrían que hacer una entrada apropiada. Así que, tras un breve paso por la posada, se dirigieron bajo la lluvia hacia el <i>Empíreo</i>. Un par de horas después se encontraban con el capitán Suras y los tripulantes, y les explicaron todo. Los marinos desplegaron el espléndido estandarte de lady Ilaith con el símbolo de su casa, una "M" de plata estilizada sobre fondo azul marino, y levantaron el vuelo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Pocos minutos después, ante el asombro y maravilla de la multitud presente en la ciudad, el Empíreo sobrevoló la parte norte dirigiéndose hacia el palacio real. Se aseguraron de llamar la atención haciendo sonar a todo pulmón los cuatro cuernos que llevaban a bordo. El estruendo que provocaba el gentío era audible incluso a bordo del dirigible.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Finalmente, quedaron flotando sobre el patio principal del complejo palaciego.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¡Ah del palacio! —bramó Yuria con soltura en idioma demhano—. ¡Pedimos a su majestad Menarvil I permiso para aterrizar como enviados de lady Ilaith Meral, canciller de la Confederación de Príncipes Comerciantes!</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Al cabo de unos minutos, un oficial de la guardia les hacía señas para que aterrizaran. Y así lo hicieron.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Vaya —dijo en voz queda Yuria a sus compañeros—. La última vez que estuvimos aquí se veía un buen puñado de caballeros esthalios, y ahora no veo ni uno.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Es cierto —abundó Galad—. Esperemos que sea simplemente por efecto de la situación en su país.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Antes de echar el ancla, Yuria entró rápidamente en su camarote para abrir un pequeño cofre en un rincón secreto y sacar la acreditación que Ilaith le había proporcionado como su representante. Symeon se puso la diadema élfica y esgrimió su bastón de madera viva. Daradoth se aseguró de que la empuñadura de Sannarialáth fuera visible, y Galad vistió sus impresionantes atavíos de paladín. Una vez en tierra, fueron recibidos por el senescal Aereth, al que ya conocían de la anterior ocasión en la que habían estado en Doedia. El mayordomo se mostró amable y solícito, así como la nutrida comitiva que lo acompañaba. Desde todos los puntos visibles había personas que observaban la escena. <br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—Traemos un mensaje de Ilaith que debemos tratar inmediatamente con sus majestades.</span></p><p style="text-align: justify;"><span>Yuria no perdió el tiempo: sacó de su estilizado gabán ercestre el pergamino con el sello de la canciller. Aereth ni siquiera hizo amago de agarrarlo; no tuvo más que posar la mirada sobre él para comprender la situación. Aunque gritó en Sermio y el grupo no lo entendió, su tono y expresión no dejaba lugar a dudas sobre el contenido:<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>—¡Abrid paso! ¡Abrid paso a la insigne valida de T... —dudó un momento, pues estuvo a punto de decir "Tarkal"—, la cancillería comerciante!<br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span>Fueron conducidos por el senescal y un grupo de guardias hacia el interior del palacio. Durante la marcha, Galad pudo ver dos caballeros Argion de Esthalia entre la multitud reunida. Se lo hizo notar a Yuria. «Bueno, menos mal, parece que los vínculos no se han roto del todo», pensó la ercestre.<br /></span></p><p style="text-align: justify;">El palacio era barroco y suntuoso, como ya habían comprobado en su anterior visita, con multitud de estatuas heroicas y tapices representando momentos míticos. Cada pocos pasos, los heraldos anunciaban su presencia:</p><p style="text-align: justify;">—¡Dejad paso! ¡Dejad paso a la valida de lady Ilaith!</p><p style="text-align: justify;">Llegaron al pie de la magnífica escalinata que daba acceso al nivel de la sala del trono. Levantaron la vista, y Symeon sintió un escalofrío en la columna.</p><p style="text-align: justify;">Desde lo alto de la escalinata, iniciaba el descenso otro grupo, con cara de pocos amigos. Lo encabezaba el duque Datarian, el gran bibliotecario Svadar y una hermosísima mujer pelirroja, que se detuvo al verlos. «Me ha reconocido por fin», pensó Symeon, intentando sobreponerse a la oleada de caóticas emociones. Todos ellos mostraban un gesto adusto; sin duda, les había contrariado que los recién llegados interrumpieran lo que fuera que habían venido a hacer allí. No obstante, al ver al grupo, lo variopinto de sus miembros y sus impresionantes pertrechos, sus rostros tornaron en un gesto de sorpresa y estupefacción.<br /></p><p style="text-align: justify;">Los dos grupos se cruzaron más o menos a mitad de la ascensión; Symeon pudo advertir cómo Ashira dirigía miradas confusas hacia Daradoth, hacia Galad, y hacia su diadema y su bastón. Olía a jazmín, y seguía tan bella como siempre. Quizá más.<br /></p><p style="text-align: justify;"><span> </span></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-23130789696308922072023-06-13T00:32:00.003+02:002023-07-21T14:34:03.561+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 4<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Udarven y Amenarven. Paso por Rheynald y llegada a Doedia.</span><br />
</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">Galad se alegró internamente al oír las palabras de Symeon: <br /></p><p style="text-align: justify;">—No creo que nos llevara más de un par de horas desviarnos para enterarnos mejor de qué está ocurriendo allí. ¿Qué opinas, Yuria?</p><p style="text-align: justify;">—Sí, no más de unas horas. —Yuria se adelantó a la oposición de Daradoth y Faewald:— Necesitamos información, y si lo que está pasando en Udarven es muy grave, tendremos que ver qué podemos hacer. —Se giró hacia Galad, que se encontraba en actitud hierática, pensativo, mirando a babor, hacia el norte:— ¿Qué te preocupa Galad?</p><p style="text-align: justify;">—Bueno —contestó el paladín—, aparte de lo obvio, como algunos ya sabéis, hacia allí está Udarven, y más allá Amenarven, donde se encuentra mi padre. —«Lo siento Serenn», pensó, recordando a su amigo encarcelado en Udarven, «pero tendrás que aguantar por ti mismo, mi padre es más débil que tú».</p><p style="text-align: justify;">—Ya nos dijo Galan Mastaros que la situación en la frontera era complicada —añadió Symeon—. Al menos, tenemos que ver qué pasa.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRtBv7i8nRk8AAld17bGFy0inOATteKU1EkjvfaPjqIRWwT1p4u3OCz21t-m4HbP5-2Luey-JDZutH0yNjYVOfepSKj49SODgqYmJ0wS4jrlsGkOwASlOhjD0hBWWZNBjVCkKLTVD-qnMsr43kQx1FWW2VZnwEUH9WbHCpNVOSSJhJq1JwynPaoantzg/s1087/amenarven-udarven.png" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="792" data-original-width="1087" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRtBv7i8nRk8AAld17bGFy0inOATteKU1EkjvfaPjqIRWwT1p4u3OCz21t-m4HbP5-2Luey-JDZutH0yNjYVOfepSKj49SODgqYmJ0wS4jrlsGkOwASlOhjD0hBWWZNBjVCkKLTVD-qnMsr43kQx1FWW2VZnwEUH9WbHCpNVOSSJhJq1JwynPaoantzg/s1087/amenarven-udarven.png" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Localización de Amenarven y Udarven<br /></td></tr></tbody></table><br /> Yuria viró el rumbo del <i>Empíreo </i>hacia el norte. Tras sobrevolar las accidentadas tierras de Drámara, ricas en carbón y mineral, y siempre en disputa entre el Káikar y Ercestria, llegaron a un paisaje más suave. Las humaredas que se veían en lontananza parecían enormes, y grandes en número también. Desde una altura segura pudieron ver por fin la gran ciudad fortificada de Udarven, uno de los dos grandes bastiones de la frontera occidental ercestre. <p></p><p style="text-align: justify;">—Maldición —susurró Yuria. La ciudad estaba bajo un fuerte asedio por parte de un enorme ejército con estandartes y uniformidad kairk —. Esto es muy extraño. Jamás el Káikar había conseguido cruzar el río lo suficiente como para amenazar seriamente Udarven sin una guerra abierta. Y mucho menos para asediarla. El río es una barrera formidable, y está lleno de multitud de puestos de guardia y patrullas. </p><p style="text-align: justify;">»Solo hay una forma de que haya podido ocurrir esto —añadió, mientras tendía el catalejo a sus compañeros—. Con traición o con fuerzas sobrenaturales. Ya hay incluso catapultas disparando hacia la ciudad.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y dónde están los cañones de los que nos has hablado? —preguntó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—No los deben de haber desplegado todavía en los puestos fronterizos, seguramente estarán en la fase de pruebas finales y no querrán que la información trascienda. Espero que, si llegan refuerzos, los traigan consigo. Lo que es seguro es que han conseguido pasar miles de tropas en un tiempo brevísimo, y sin apenas oposición. Lo siento por nuestra misión, Daradoth, pero tenemos que retrasarnos un poco más y navegar hasta Amenarven. Si Amenarven está en la misma situación que Udarven, con este tremendo asedio, me temo que no hay esperanza para Ercestria, al menos tendríamos que ir a la capital a avisar de la situación y prevenirlos contra lo que sea que viene.<br /></p><p style="text-align: justify;">Tras unos minutos de discusión, el Empíreo puso rumbo al norte, dejando atrás el asedio de Udarven y remontando el río Arven, que daba nombre a ambas ciudades.</p><p style="text-align: justify;">En pocas horas atravesaron los prados centrales y sobrevolaron los densos bosques arvenitas, que ejercían de segunda barrera natural ante cualquier invasión a gran escala. Ya bien entrada la tarde, tras sobrepasarlos, cuando los bosques se convertían en una especie de sabana, avistaron por fin Amenarven. Daradoth, vigilante con el catalejo, anunció:</p><p style="text-align: justify;">—Todo parece tranquilo.</p><p style="text-align: justify;">Yuria suspiró, aliviada, pero se mantuvo precavida y alerta.</p><p style="text-align: justify;">—Mejor no confiarse —dijo.</p><p style="text-align: justify;">Amenarven se encontraba más retirada del río que Udarven; aunque también poseía un puerto, no se encontraba integrado en la ciudad, sino que constituía un pueblo en sí mismo, al que se llegaba por un camino y varios puestos de guardia.</p><p style="text-align: justify;">—Mirad allí —señaló Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">Cuando Yuria dirigió el catalejo hacia donde señalaba, pudo ver dos barcos que parecían haber sido pasto de las llamas varados en la orilla oriental del Arven. Dos rápidas chalupas de las que utilizaba la guardia fronteriza para patrullar el río.</p><p style="text-align: justify;">—No es una visión inusual en la frontera —dijo la ercestre—, pero dadas las circunstancias, tendremos que estar alerta.</p><p style="text-align: justify;">Pocos segundos más tarde, Daradoth señalaba un segundo grupo de restos de barcos. Esta vez eran tres, en las mismas condiciones que los dos anteriores. Y aún un tercer grupo de otras dos naves. Un par de ellos todavía humeaba.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Esto ya no es tan habitual —sentenció Yuria, gravemente—. Seguramente no habremos visto todos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Descendieron en un lugar seguro, varios kilómetros al oeste de Amenarven. Ya había caído la noche y el descenso, accidentado, requirió de las indicaciones de los elfos a bordo del Empíreo. Pero finalmente, en poco más de media hora, establecieron un campamento más o menos cómodo.</p><p style="text-align: justify;">Después de contactar con Irainos y asegurarse de que la situación continuaba estable, Daradoth, Galad, Symeon y Faewald se dirigieron a pie hacia la ciudad. Tras un par de horas atravesando tierras de cultivo, llegaron por el camino a la vista de uno de los puestos de guardia que vigilaban la entrada oeste a Amenarven, la ciudad natal de Galad. Los recuerdos se agolparon en la mente del paladín, recuerdos de sus presuntos padres, de su infancia, y de años más recientes, de su lucha contra los invasores del Káikar. Tuvo que secar disimuladamente sus ojos. Cruzaron un pequeño puente sobre un canal, y llamaron la atención de los guardias. Estos miraron a Symeon con un poco de suspicacia, pero su diadema y su bastón despejaron cualquier problema que les hubieran podido plantear, tanto más cuando los guardias reconocieron a un paladín de Emmán sumamente carismático, y un legendario elfo de Doranna.</p><p style="text-align: justify;">La escena se repitió poco después ante la muralla de Amenarven. Les franquearon el paso sin mayores problemas al interior de la ciudad, donde, para ser aquella hora de la noche, se podía escuchar bastante bullicio.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué sucede a estas horas? —preguntó Galad a uno de los guardias.</p><p style="text-align: justify;">—Mi señor, no sé si estáis enterado de la situación, pero Udarven está siendo atacada, y se está preparando una leva para acudir en su ayuda.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, algo había oído. Han cruzado el río y están asediándola, según tengo entendido —disimuló.</p><p style="text-align: justify;">—Sabíamos que habían cruzado el río, pero no que estaban asediándola. Lo que nos preocupa es que últimamente, por las noches... bueno, apenas quedan barcos patrulleros en este sector. Aparecen por la mañana totalmente calcinados y sin apenas supervivientes.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad los dirigió rápidamente hasta la casa de su niñez. Se cruzaron con algunas personas que iban de aquí para allá, atareadas. A lo lejos, se escuchaban las forjas y las casas de carpinteros, activas. Por lo que habían visto desde fuera, los barracones anexos a la ciudad también hervían de actividad.</p><p style="text-align: justify;">Por fin llegaron ante una casa en el distrito noreste, el hogar de la familia Talos. Había luz dentro, y de la chimenea salía algo de humo. Galad llamó a la puerta, decidido.</p><p style="text-align: justify;">—Un momento —contestó la voz de su padre desde el interior. Galad exhaló aire, aliviado.</p><p style="text-align: justify;">Garedh Talos abrió la puerta. Estaba un poco más viejo de lo que lo recordaba.</p><p style="text-align: justify;">—¡Oh, por mil rayos! ¡Galad! —el rostro del anciano se iluminó, y abrazó al que consideraba su hijo, aunque no fuera de su sangre. Galad le devolvió el abrazo.</p><p style="text-align: justify;">—Padre, me alegro de que estés bien. </p><p style="text-align: justify;">—Claro, pero, pasad, pasad. ¿Qué os trae...? —se interrumpió cuando reconoció la figura de un elfo entre los acompañantes de su hijo—. Es un honor —dijo, mientras los acompañaba cojeando al interior de su modesta vivienda. Galad ya les había contado que su padre había tenido un accidente en una explosión de pólvora cuando servía en el ejército.<br /></p><p style="text-align: justify;">Una vieja cota de malla y una espada se encontraban sobre la mesa.</p><p style="text-align: justify;">—Padre, ¿qué es esto? —preguntó el paladín.</p><p style="text-align: justify;">—Voy a unirme a la leva, hijo —dijo con orgullo—. No quiero ser durante más tiempo un inútil. Me estoy pudriendo aquí, solo.</p><p style="text-align: justify;">—No puedes hacer eso, padre. Udarven está sitiada, y dentro de poco creo que Amenarven también lo estará. Vas a venir con nosotros. Puedes servir a Ercestria en otro lugar, tenemos una misión aún más importante que todo lo que sucede aquí.<br /></p><p style="text-align: justify;">Les costó muchísimo convencer a Garedh de dejar su ciudad y su país, hablándole del conflicto entre Luz y Sombra, y de lo importante que era detener a los invasores del norte, con aquellos insectos demoníacos. Pero el punto de inflexión vino cuando Symeon mencionó otro detalle:</p><p style="text-align: justify;">—Tendremos un encuentro en breve con el propio duque Galan Mastaros, que es parte de todo este conflicto global. Seguro que podréis ayudar mucho más a Ercestria con nosotros que aportando simplemente una espada más.</p><p style="text-align: justify;">Garedh dejó de poner trabas, y permaneció pensativo unos segundos.</p><p style="text-align: justify;">—¿Está Rania con el archiduque? —preguntó a Galad. Este afirmó con la cabeza, apretando los labios.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien. Marchémonos entonces —sentenció Garedh, intentando mantener firme la voz. Acto seguido, hizo un hatillo con sus posesiones más preciadas, arregló la casa y dio instrucciones a sus vecinos.</p><p style="text-align: justify;">En cuestión de tres horas más, llegaron al campamento del <i>Empíreo</i> y se reunieron con Yuria. Garedh expresó su asombro y admiración por tal artefacto, y mostró sus respetos a Yuria, reconociéndola como ercestre y orgulloso de que una compatriota hubiera creado tan grandioso ingenio. Su asombro fue en aumento al conocer al resto de pasajeros del dirigible, elfos y enanos entre ellos. </p><p style="text-align: justify;">Se pusieron en marcha sin pausa, alternando el timón entre Suras y Yuria. Al amanecer llegaban a Udarven, cuya situación parecía algo peor, y volaron hacia el sur. A mediodía llegaban al Golfo de Nátinar, sobrevolando el mar pero sin perder nunca de vista la costa. Viraron hacia el sur. Poco después, muy a lo lejos se divisaron las blancuras de las ciudades de Nátinar y Nátinar Sur. El día siguiente sobrevolaron el sur de Esthalia, entrando por el límite del ducado de Gweden. A lo lejos, muy a lo lejos, Daradoth podía divisar varias humaredas.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Deberíamos detenernos para reunirnos con el marqués de Strawen —insistió vehemente Faewald—. O al menos, para ver cuál es la situación en Rheynald. Creo que es una falta de respeto hacia mí no hacerlo, si nos pudimos desviar en su momento en las islas Ganrith o anteayer en Ercestria.</p><p style="text-align: justify;">Realmente Rheynald quedaba prácticamente en su camino, así que finalmente decidieron descender en la fortaleza de Valeryan.</p><p style="text-align: justify;">Afortunadamente, la fortaleza seguía en pie y el ejército vestalense que hacía meses había amenazado sus murallas había desaparecido.</p><p style="text-align: justify;">Ante el asombro de los habitantes de Rheynald, el <i>Empíreo </i>descendió en el patio de armas. El grupo y sus acompañantes fueron recibidos por el castellano, Egwann de Vauwas, el senescal Elydann, el maestro de armas Siegard Brynn y la madre de Valeryan, lady Edyth. </p><p style="text-align: justify;">Fueron informados de que el duque Elydann, convocado por el rey Randor, se había puesto al frente de una de las legiones destinadas en Rheynald y había partido hacia el norte para combatir contra la rebelión de Arnualles.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y mi hijo? —preguntó lady Edyth—. ¿Donde está? Pensaba que vendría con vosotros</p><p style="text-align: justify;">Symeon la tranquilizó lo mejor que supo, suavizando el hecho de que Valeryan se encontrara en coma y en medio del desierto.</p><p style="text-align: justify;">—Está en buenas manos —sentenció—. Volveremos a por él en cuanto podamos, mi señora. Estad tranquila.</p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, pusieron al consejo de la fortaleza en antecedentes de lo que había sucedido en el imperio vestalense y la importancia de su misión actual. Y a continuación se dirigieron a inspeccionar la situación. </p><p style="text-align: justify;">Symeon y Faewald se encontraron, prácticamente entre lágrimas, con Rodren de Seggal y, más inesperadamente, con Wylledd y Yaronn quienes, contra todo pronóstico, habían conseguido atravesar Vestalia y llegar a Rheynald sanos y salvos. Tras expresar mutuamente su alegría por el reencuentro, Symeon les preguntó por los errantes, y le informaron de que, ante la situación de inestabilidad en el reino, habían decidido asentarse allí un tiempo, al igual que los Inmaculados, los herejes emmanitas que había rescatado el hermano Aldur.</p><p style="text-align: justify;">—Debo reunirme con mis compañeros errantes —anunció Symeon al grupo—, volveré en breve. —Y partió junto con Faewald, Violetha y sus hermanos juramentados.</p><p style="text-align: justify;">Yuria, Daradoth y Galad se dirigieron a ver cómo iban las obras de desescombro del mausoleo que habían descubierto bajo la iglesia de la fortaleza. Habían progresado bastante, y habían conseguido descubrir el enorme sarcófago más o menos hasta la altura de la cintura de la estatua tallada en él, que lucía una especie de loriga de tiras de un estilo desconocido que le caía hasta la rodilla. La familiar comezón que Daradoth había sentido en la nuca, había vuelto al aproximarse a Rheynald, y allí era mucho más intensa, como había notado ya en Creä y en las islas Ganrith.<br /></p><p style="text-align: justify;">Egwann, el castellano, les explicó que las obras habían decrecido en su ritmo debido a la falta de mano de obra ante la convocatoria a filas que el rey había hecho de las tres cuartas partes de los hombres capaces de luchar en Rheynald. Pero aun así, se las habían apañado para continuar.</p><p style="text-align: justify;">Las paredes estaban cubiertas de runas talladas en un lenguaje desconocido, y la arquitectura era parecida a lo que Daradoth había visto en los subterráneos de los Santuarios de Creä. El elfo también se dedicó a buscar alguna juntura o grieta en el sarcófago, sin éxito. </p><p style="text-align: justify;">—Esta es una obra extraordinaria —dijo—. No tengo claro si el sarcófago está tallado en una pieza o es que ajusta tan perfectamente que las junturas son invisibles. Ya he visto en el pasado tallas enaniles que parecían de una pieza y no lo eran. Pero esto... es increíble.</p><p style="text-align: justify;">Yuria hizo unos calcos de las runas de las paredes, con la intención de buscar algo parecido en la Biblioteca de Doedia. Al observarlos en papel de forma más clara, Daradoth tuvo un destello en sus recuerdos.</p><p style="text-align: justify;">—Este símbolo... —dijo señalando uno de los glifos—, y este otro... recuerdo haberlo visto antes. En mis clases. ¡Ah, desearía haber sido mejor estudiante! Pero lo recuerdo...</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué recuerdas? —interrogó impaciente Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Son antiguos símbolos élficos, sí, antiguos símbolos que fueron prohibidos hace muchísimo tiempo, no sé cuándo, no lo recuerdo.</p><p style="text-align: justify;">—Y ahora que lo pienso... —añadió Yuria—. A mí también me suena este de aquí. Estoy segura de que aparece en el diario del alquimista que estoy intentando decodificar. —Más tarde, ya a bordo del Empíreo, verían que, efectivamente, en la apretadísima escritura de sus páginas, aparecían varios de los símbolos presentes en las paredes del mausoleo, aunque seguían sin tener ni idea de qué podían significar o a qué idioma pertenecían.<br /></p><p style="text-align: justify;">Al salir del subterráneo, ya en los niveles de los calabozos (cuyo acceso había sido ensanchado por las obras), Toldric, el muchacho deforme que era capaz de ver visiones del futuro, salió al encuentro de Yuria. Tras unos segundos dubitativos, se decidió a abrazarla, con lágrimas en los ojos. La ercestre le correspondió con un cálido abrazo, consciente de la importancia que tenía para el chico.</p><p style="text-align: justify;">—Cómo me alegro de veros, Yuria, ¿os quedaréis?</p><p style="text-align: justify;">—Me temo que no, mi buen muchacho, debemos partir de nuevo.</p><p style="text-align: justify;">—Oh, me lo temía. ¿Volveréis?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto que sí.</p><p style="text-align: justify;">Toldric se separó de ella, sonriendo, y también saludó cálidamente a Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Hemos de agradecerte el aviso que nos diste sobre aquella mujer, nos salvaste la vida, y te lo agradecemos. ¿Cómo te están tratando?</p><p style="text-align: justify;">—La verdad es que me tratan mucho mejor. Mis mejores amigos siguen siendo los gatos, pero me tratan bien después de vuestra intervención.</p><p style="text-align: justify;">—Me alegra oír eso.</p><p style="text-align: justify;">—Pues parece vuestros problemas con las mujeres no han acabado.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Cómo?</p><p style="text-align: justify;">—Vais a tener problemas con otra mujer. Una casi tan bella como la anterior, con cabello de fuego y rodeada de sombra. Y vos, Daradoth, debéis cuidaros de la Corona de Sangre.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth miró a Yuria. «Pensaba que eso ya se había solucionado cuando Ilwenn me dijo que ya no la veía sobre mi». No dijo nada, y se despidieron de Toldric, prometiéndole que volverían pronto. <br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">Cuando Symeon llegó al campamento errante junto a Violetha, su presencia no pasó desapercibida. Algunos gritaron su nombre, y Azalea se giró hacia él. Al verlo, salió corriendo y, a pesar de su extrañeza al verlo con aquella esplendorosa diadema y el poderoso bastón, riéndose, lo abrazó. Symeon le devolvió el abrazo muy sentidamente, y le presentó a su hermana. </p><p style="text-align: justify;">—Cómo me alegro de volver a verte —dijo Azalea, maravillosamente ruborizada, y lo besó.</p><p style="text-align: justify;">—Y yo también, mucho —coincidió Symeon, que sentía su corazón reconfortado por el reencuentro. «Las dos mujeres que más quiero junto a mí», pensó, «qué felicidad». Aunque este pensamiento se ensombreció ante el recuerdo de su esposa.</p><p style="text-align: justify;">—Estás muy cambiado, Symeon, y esa diadema...</p><p style="text-align: justify;">Se interrumpió cuando una voz familiar habló cerca de ellos.</p><p style="text-align: justify;">—Symeon, qué alegría verte de nuevo —era Ravros, el patriarca de la caravana de Rheynald.</p><p style="text-align: justify;">—Igualmente, patriarca —contestó sinceramente Symeon, con una sonrisa—. Aunque me temo que deberé continuar mi viaje en breve. Pero quería aprovechar para hablar con vosotros, si sois tan amables de invitarme a vuestro carromato...</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, hijo mío, por supuesto.<br /></p><p style="text-align: justify;">Una vez tranquilos en el carromato de Ravros, junto con Violetha, Azalea y Faewald, Symeon les relató lo que había sucedido en el imperio vestalense.</p><p style="text-align: justify;">—En el desierto encontramos un campamento donde se habían refugiado varias caravanas de buscadores. Durante el viaje, mis recuerdos se hicieron muy vívidos, y cada vez me sentí más culpable, así que aproveché para comparecer ante el consejo de patriarcas y reconocí un gran pecado que cometí hace años. Para abreviar, os diré que me sometieron a juicio por ello, y el veredicto fue que, mientras no expíe lo que hice, no podré unirme a ninguna caravana del Pueblo Errante. Siento decir esto, pero es la verdad.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo... te castigaron con el ostracismo, y tus pecados debieron de ser bastante graves para ello. No te preguntaré qué tipo de pecado cometiste, pero de todas maneras, quiero que sepas que aquí tienes una familia —miró a Azalea, cómplice— y estaremos esperándote hasta que vuelvas.</p><p style="text-align: justify;">Lágrimas acudieron a los ojos de Symeon, que se quedó sin palabras y al que abrazaron Violetha y Azalea. Ravros puso una mano en su hombro, y continuó:</p><p style="text-align: justify;">—Espero que tengas mucha suerte en tu viaje, hijo, y que encuentres el camino de vuelta. Ojalá nos lo muestres a todos.</p><p style="text-align: justify;">Con un nudo en la garganta, Symeon se despidió, anunciando su intención de acudir a Doedia.</p><p style="text-align: justify;">—Intentaré volver lo antes posible.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">La mañana siguiente, tras despedirse de todo el mundo y organizar algunas cosas, el <i>Empíreo </i>continuó su viaje hacia el sur. Cruzaron el paso de Rheynald y entraron en territorio del imperio vestalense. Dejando las montañas a estribor, la mañana siguiente avistaron por fin la gran ciudad de Doedia, la capital del reino de Sermia. Y el complejo de la Gran Biblioteca se alzaba un poco más allá, esplendorosa sobre una colina.</p><p style="text-align: justify;">Siguiendo la táctica habitual, aterrizaron a varios kilómetros de la zona poblada, hacia el norte, en la primera estribación de los montes Darais, imponentes en la lejanía. Se cubrieron con las capas, pues la lluvia caía fría, y Yuria, Symeon, Galad, Daradoth, Faewald y Taheem se dirigieron directamente hacia el enorme complejo de la Gran Biblioteca antes de buscar un alojamiento adecuado. Discretamente, se incorporaron a uno de los caminos que ascendía hacia la gran explanada en lo alto de la colina, en el centro de todas las construcciones. Como siempre, los alrededores de la biblioteca estaban muy concurridos, con multitud de gente yendo y viniendo.</p><p style="text-align: justify;">Apenas llevaban un par de minutos de ascenso hacia el complejo, cuando Symeon alzó la vista, y se quedó helado. Su corazón pareció dejar de latir durante unos segundos. El silencio se hizo en sus oídos, y solo podía mirar hacia arriba, hacia una figura femenina, irresistiblemente atractiva, con el cabello largo del color del fuego rojo y cuyos ojos, aunque aún no alcanzaba a verlos, recordaba perfectamente del color de las esmeraldas.</p><p style="text-align: justify;">Ashira.</p><p style="text-align: justify;">La causante del genocidio que acechaba en los sueños de Symeon. Su esposa. Todo su amor y su odio concentrado en un mismo ser. Se quedó paralizado. Daradoth y Galad se dieron cuenta casi al instante de la zozobra de su amigo. El paladín dirigió su mirada hacia donde Symeon tenía la vista fija, y al ver a la bellísima mujer, comprendió. Daradoth también miró hacia ella, y un escalofrío recorrió su nuca: era un ser profundamente de Sombra.</p><p style="text-align: justify;">—¿Es ella? —susurró Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, lo es —contestó Symeon quedamente, y echó a andar hacia arriba, ágil.</p><p style="text-align: justify;">Pero Daradoth y Yuria estuvieron rápidos, y consiguieron impedírselo. Galad le cogió del brazo e interpuso su enorme cuerpo entre Symeon y su mujer, para evitar reconocimientos indeseados. Esta miró curiosa la escena de los cuatro extraños que parecían discurtir, pero no prestó atención más de un segundo. Iba acompañada de dos hombres cargados de libros y pergaminos que conversaban animadamente con ella, deshaciéndose por llamar su atención.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7MnoFJc7rj3XRqjFncyZCxPGtSoONVnwioFem_bjGCYS9ANxBkep5tJ4hCopDAJ1JU0GGpmIYUZIpMJ5BB0IX6YKMj9q0ejGA1Ko2RBeeO2PbU-VxlfykrJ_JPsw1DXKGhxmGOK-MfRpRBC340OCY_33bMLGkrXEIowDRso9-yI4O8Y3YdFWmr_DTNm0p/s908/Ashira2.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="908" data-original-width="600" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7MnoFJc7rj3XRqjFncyZCxPGtSoONVnwioFem_bjGCYS9ANxBkep5tJ4hCopDAJ1JU0GGpmIYUZIpMJ5BB0IX6YKMj9q0ejGA1Ko2RBeeO2PbU-VxlfykrJ_JPsw1DXKGhxmGOK-MfRpRBC340OCY_33bMLGkrXEIowDRso9-yI4O8Y3YdFWmr_DTNm0p/s908/Ashira2.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Ashira, la esposa de Symeon<br /></td></tr></tbody></table><p></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">Symeon forcejeó con sus compañeros, intentando acercarse a Ashira, pero estos se lo impidieron.</p><p style="text-align: justify;">—La Sombra es fuerte en ella, Symeon —reveló Daradoth—. No podemos dejar que nos pongas en peligro.</p><p style="text-align: justify;">—La mujer de cabello de fuego contra la que nos advirtió Toldric —susurró Yuria. <br /></p><p style="text-align: justify;">—Pero... pero... no puede ser... es Ashira... mi Ashira....</p><p style="text-align: justify;">—Averiguaremos más tarde dónde se encuentra, tranquilízate —le instó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Yo me encargaré de averiguarlo —aseguró Faewald, que se había mantenido hasta entonces en un discreto segundo plano, y que se puso a caminar en pos de la mujer pelirroja y sus dos acompañantes. Yuria se marchó con él.</p><p style="text-align: justify;">—Creo que es un buen momento para darnos un respiro y buscar un alojamiento —sugirió Taheem. Todos se mostraron de acuerdo.</p><p style="text-align: justify;">Taheem y Yuria siguieron a una distancia prudencial a Ashira, hasta averiguar que se alojaba en las posesiones de un noble importante, el duque Datarian. Poco después se reunían con el resto del grupo, que había conseguido alojamiento en una de las mejores posadas de la ciudad.<br /></p><br /><br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-73180945368077456422023-05-17T19:28:00.004+02:002023-06-02T18:10:31.003+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 3<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Hacia Doedia</span><br />
</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">—¿No puede esperar a mañana? —contestó Ginathân—. Me encuentro bastante cansado.</p><p style="text-align: justify;">—Es importante, mi señor —insistió Galad.</p><p style="text-align: justify;">Se dirigieron a los aposentos privados del noble, donde podrían hablar sin la amenaza de oídos indiscretos. Solo el grupo, el propio Ginathân, Somara y Violetha. Ginathân tomó asiento en la cama.<br /></p><p style="text-align: justify;">—No me andaré con rodeos, señor —continuó abruptamente Galad en cuanto los sirvientes hubieron salido—. Sabemos que vuestra esposa, Somara, tiene sangre élfica en sus venas.</p><p style="text-align: justify;">El resto del grupo miró intensamente al paladín, sorprendidos por la rapidez con que había hecho la revelación.</p><p style="text-align: justify;">—Creo que no os he entendido bien, hermano Galad —contestó Ginathân, mirándolo.</p><p style="text-align: justify;">—Os he dicho que sabemos que por las venas de Somara corre sangre élfica.</p><p style="text-align: justify;">Ginathân miró a unos y a otros, con el ceño fruncido.</p><p style="text-align: justify;">—Si esto es una especie de broma...</p><p style="text-align: justify;">—No es ninguna broma —interrumpió Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—No, amor, no es broma —dijo Somara, casi a la vez que el errante.</p><p style="text-align: justify;">—El propio Emmán me lo mostró, inspirando mis sueños para ver el pasado de vuestra esposa. y su padre es elfo. —Ginathân aclaró su voz, y no alcanzó a decir nada, así que Galad continuó:— Sé que es complicado de aceptar, pero es así, no os miento.</p><p style="text-align: justify;">Ginathân miró a su esposa.</p><p style="text-align: justify;">—Yo tampoco lo sabía —confirmó ella—. Me enteré ayer. Pero el hermano Galad cuenta sin duda con el favor de Emmán, es su paladín, y no miente.</p><p style="text-align: justify;">—Pero... ¿desde cuándo sabéis esto? —Ginathân no acertó a preguntar nada más.</p><p style="text-align: justify;">—A ciencia cierta, desde hace muy poco —contestó Symeon. </p><p style="text-align: justify;">Ginathân bebió algo de agua.</p><p style="text-align: justify;">—¿Sabéis todo lo que implica esto? —el rostro de Ginathân transmitía una sensación de fatiga extrema.</p><p style="text-align: justify;">—Lo suponemos, sí. Habrá que encargarse de la rebelión —contestó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—De momento —continuó Galad— solo conocemos esta información los aquí presentes, el general Genhard y vuestro hijo, Ginalôr.</p><p style="text-align: justify;">—¿¿Cómo?? ¿Se lo habéis dicho a Ginalôr? —se atragantó mientras bebía.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Ha jurado que no saldrá de su boca palabra alguna sobre esta información durante dos semanas, y creo que nos podemos fiar de él —terció Symeon.</p><p style="text-align: justify;">Tras unos segundos pensando, Ginathân preguntó:</p><p style="text-align: justify;">—Galad, ¿vos estaríais dispuesto a jurar esto ante los gobernadores?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto —aseguró el paladín.</p><p style="text-align: justify;">—Estoy abrumado —hundió la cabeza entre las manos—. No sé qué hacer.</p><p style="text-align: justify;">—Lo mejor es que os preparen una tisana relajante y descanséis, podemos continuar conversando mañana —añadió Galad—. Solo me pareció adecuado que lo supierais lo antes posible.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, está bien, eso haré.<br /></p><p style="text-align: justify;">Para asegurarse de que el noble conciliaba el sueño, Daradoth utilizó sus habilidades sobrenaturales, y antes de que abandonaran las habitaciones, aquel ya dormía a pierna suelta.</p><p style="text-align: justify;">Por la mañana, se reunieron de nuevo con Ginathân en la sala de cónclaves, haciendo salir a todos los nobles y sirvientes presentes, excepto a Genhard. El gobernador lucía un aspecto más descansado y saludable que el día anterior. Tras unas pocas palabras de cortesía, Ginathân dio rienda suelta a su preocupación:</p><p style="text-align: justify;">—No puedo dejar de pensar en lo que me dijisteis ayer, y no os voy a mentir; la verdad es que no sé que hacer. La situación es muy comprometida.</p><p style="text-align: justify;">—Deberíais seguir ejerciendo vuestra regencia, como hasta ahora —sugirió Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Eso no es posible, no puedo seguir como hasta ahora. No puedo seguir con unos actos que ocasionan la muerte de compatriotas, sabiendo que luchan por una mentira. La lucha debe terminar. Incluso murió un gobernador.</p><p style="text-align: justify;">—Fue una consecuencia, no fue culpa vuestra.</p><p style="text-align: justify;">—No opino lo mismo.</p><p style="text-align: justify;">—Lo que habría que hacer —interrumpió Galad— es encauzar la situación lo más pacíficamente posible. Hay mensajeros en camino para hablar con los demás gobernadores, y les acompañan los elfos del Vigía.</p><p style="text-align: justify;">—Con un acuerdo basado en un hecho falso.</p><p style="text-align: justify;">—Era verdadero entonces, no deberíais preocuparos por eso.</p><p style="text-align: justify;">Symeon intentó desviar un poco la conversación para que Ginathân no se sintiera tan culpable:</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">—Si se hubiera sabido que Somara tenía sangre élfica desde el principio, ¿habría cambiado mucho la situación?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, sin duda el Consejo de Pureza habría dado el visto bueno al matrimonio.</p><p style="text-align: justify;">—Yo pensaba que vuestra opinión era que la situación no era justa para vos ni para nadie más. ¿O estoy equivocada? —explotó Yuria, que estaba advirtiendo una deriva peligrosa en las
intenciones de Ginathân. Hasta entonces se había mostrado idealista,
pero quizá había sido, como había dicho Ginalôr, por razones totalmente
egoístas—. ¿Pensáis que es correcto lo que está pasando, o estáis en contra de ello más allá de vuestros motivos personales?</p><p style="text-align: justify;">Ginathân y la ercestre se miraron unos segundos; hasta que el ástaro contestó:</p><p style="text-align: justify;">—No os confundáis, Yuria. Ni nadie. Yo nunca quise lo que ha sucedido. Nunca quise ser gobernador, ni que muriera uno de ellos, ni tanta gente en un conflicto civil. Yo solo quería casarme en paz con Somara, por supuesto, y aprovechar para cambiar nuestras costumbres. Pero no matando y con tanta violencia. Se nos escapó de las manos.</p><p style="text-align: justify;">—Tal como yo lo veo, solo os queda seguir adelante.</p><p style="text-align: justify;">—No. No, no —contestó con desesperación Ginathân—. ¿Cómo voy a seguir adelante con esto? ¿Un distrito contra los otros cinco, con el enemigo en el norte y el Káikar en el sur?</p><p style="text-align: justify;">—De una forma u otra —intervino Galad— la verdad se va a saber, así que desde esa base debemos partir.</p><p style="text-align: justify;">—El destino lo ha querido así, por desgracia —añadió Symeon—, vos no sois culpable de nada.</p><p style="text-align: justify;">—Personalmente pienso que debéis decirlo cuanto antes —terció Daradoth, cortante—. Nuestra urgencia empieza a ser insoportable.</p><p style="text-align: justify;">—Pero necesitaría el testimonio del hermano Galad para eso... y si fuera así, ¿creéis que debería encarcelar a los líderes de la plebe? ¿Genhard?</p><p style="text-align: justify;">El general habló por primera vez:</p><p style="text-align: justify;">—Si finalmente reveláis la información sobre Somara, eso no va a agradar a nuestros... patrocinadores, ya sabéis. Mi contrato especifica que debo protegeros en el puesto de gobernador, así que eso harán mis hombres, contra la plebe o contra quien sea, si decidís encarcelar a sus líderes. Pero, estoy pensando... si esa información hiciera que os establecierais como gobernador legítimo y la situación con los otros distritos volviera a la normalidad, realmente podríamos dar por finalizado mi contrato, y sería libre de firmar uno nuevo. Aunque no sé si querríais hacer eso con las familias Kynkavos y Nastren detrás de vos...</p><p style="text-align: justify;">—En mi opinión —intervino Galad—, deberíais revelar la verdad cuanto antes. Primero, porque es la verdad, y segundo, porque evitaréis muchas más muertes. Quizá acompañado de una amnistía general y la promesa de relajar las leyes de pureza.</p><p style="text-align: justify;">—Aun así, seguiríamos teniendo el problema del Káikar. He hecho promesas, que debo respetar. Debo permitirles ocupar de nuevo las Tierras Libres.</p><p style="text-align: justify;">—Si prometisteis eso, cumplidlo, qué remedio —Galad se encogió de hombros—. Si con ello se contentan y vos conseguís restablecer la paz en el Pacto, ese es un problema del que podréis encargaros más tarde.</p><p style="text-align: justify;">Transcurrieron unos minutos más de discusión durante los que Ginathân permaneció pensativo, hasta que finalmente propuso:</p><p style="text-align: justify;">—Quizá podría revelar la información primero a los demás gobernantes, evitando así un conflicto armado, mientras mantenemos el secreto ante la plebe, al menos hasta que volváis de vuestro viaje.</p><p style="text-align: justify;">«¿Hasta que volvamos?», pensó Daradoth, «nada más lejos de mi intención».</p><p style="text-align: justify;">—En ese caso —sugirió Symeon—, creo que deberíais hablar con vuestro hijo Ginalôr, para aclarar la situación y conseguir su apoyo.<br /></p><p style="text-align: justify;">Poco después, tres guardias acompañaron a Ginalôr hasta la sala, donde el ástaro hizo una ligera inclinación, desafiando tácitamente a su padre. Por suerte, este ignoró el gesto. <br /></p><p style="text-align: justify;">La conversación entre padre e hijo empezó extremadamente tensa. La actitud de Ginalôr ante Somara había cambiado bastante a la luz de la verdad, y cuando Ginathân le reveló los planes de hablar con el resto de los gobernadores, la situación finalmente se relajó.</p><p style="text-align: justify;">—Veo que por fin habéis entrado en razón, padre —utilizó esta última palabra con toda la intención, pues en el pasado le había dicho a la cara que ya no lo consideraba tal—. ¿Creéis por ventura que hay alguna posibilidad de reparar nuestros lazos?</p><p style="text-align: justify;">—Sé que tus intenciones eran sinceras, y por mi parte, no quiero más problemas. Sí. Bienvenido de nuevo, hijo —Ginalôr se despidió con una ligera sonrisa y una reverencia un poco más pronunciada que la anterior.</p><p style="text-align: justify;">Symeon y Yuria se miraron. «Le está diciendo lo que quiere escuchar», pensó la ercestre. Symeon afirmó hacia ella, con un gesto de resignación. «No está diciéndolo de corazón». </p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, Ginathân planteó al grupo la posibilidad de utilizar el <i>Empíreo </i>para visitar al resto de gobernadores. Pero el tiempo apremiaba, y Daradoth se opuso firmemente a tal petición. Finalmente, accedieron a viajar hacia el norte para encontrarse con la delegación que habían enviado hacia Arlaria e informar a Eyruvëthil de la verdad para que transmitiera las palabras de Ginathân. Además, llevarían a Ginalôr para que se uniera a la delegación y aportara un testimonio más, que vendría muy bien para convencer al gobernador Hiesher, de quien ya les habían advertido que tenía una relación cercana con el hijo de Ginathân.<br /></p><p style="text-align: justify;">Ginalôr no puso pegas a viajar con el grupo para unirse a la comitiva, e incluso se sintió honrado por la confianza y poder viajar en el <i>Empíreo</i>. Mientras remontaban el vuelo con el dirigible, una multitud reunida alrededor les ovacionó, aplaudiendo y gritando. </p><p style="text-align: justify;">Symeon aprovechó el viaje para entablar conversación con Ginalôr, conocerlo un poco más y quizá averiguar por qué el efecto tan luminoso de Somara no había hecho efecto en él. En un momento dado de la conversación, el errante pudo ver que un tatuaje asomaba por el extremo de la manga izquierda de Ginalôr.</p><p style="text-align: justify;">—Curioso tatuaje —dijo, enseñando uno de sus propios tatuajes que recordaba a un laberinto.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, son símbolos <i>Akhëryn </i>del Vigía, símbolos protectores —Ginalôr no dio más explicaciones, y Symeon no quiso levantar ninguna sospecha, así que no insistió.<br /></p><p style="text-align: justify;">En menos de una jornada consiguieron encontrar a la delegación, acampada a un lado del camino. Poco después se reunían en un claro con Eyruvëthil, Dûnethar, Cirantor y Ciranâth, que se sorprendieron al ver a Ginalôr con el grupo. </p><p style="text-align: justify;">Daradoth hizo un aparte con Eyruvëthil y Galad, y transmitió toda la nueva información a la elfa. Su sorpresa fue mayúscula al enterarse de que Somara era hija de un elfo, por supuesto, y no tuvo más remedio que creerlo cuando Galad lo corroboró. Le informaron también de que Ginalôr se uniría a la delegación.</p><p style="text-align: justify;">—Excelente idea —dijo ella—. Sin duda será fundamental para convencer a lord Hiesher de Galmia. Entiendo que el resto de la delegación deberá permanecer al margen de esto hasta que lleguemos a la corte.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, entendéis bien. De momento solo debe revelarse esto a los gobernadores para evitar más enfrentamientos. No se hará de dominio público hasta dentro de un tiempo, preferiblemente cuando hayamos vuelto de nuestro viaje.</p><p style="text-align: justify;">—¿Vos no nos acompañaréis entonces, Galad?</p><p style="text-align: justify;">—No —respondió el paladín—, me es imposible acompañaros, pero confiamos ciegamente en vos.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, haré todo lo posible. Espero no tener problemas, al menos en Arlaria. Y con Ginalôr, seguramente tampoco en Galmia. <br /></p><p style="text-align: justify;">No perdieron tiempo, y tras despedirse volvieron rápidamente a Dársuma, donde llegaron por la mañana, también entre vítores. "¡Viva los libertadores!", pudieron escuchar. "¡Salve a los destructores de las antiguas leyes!". Se miraron, incómodos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Durante esa mañana reabastecieron el dirigible y aprovecharon para despedirse de todo el mundo.</p><p style="text-align: justify;">Violetha se encontró con Symeon:</p><p style="text-align: justify;">—Hermano, yo viajaré con vosotros. No quiero arriesgarme a perderte otra vez. Lo siento por Somara, porque me he convertido en un pilar muy importante para ella, pero traspasaré mis contactos a otra de las doncellas y os acompañaré.</p><p style="text-align: justify;">—No sabes lo que me alegra oír eso —dijo sinceramente Symeon, con lágrimas en los ojos y abrazando estrechamente a Violetha.<br /></p><p style="text-align: justify;">Yuria, por su parte, se reunió con Genhard. Hablaron del futuro y de los planes para las semanas siguientes. </p><p style="text-align: justify;">—Tendrás que estar preparado para la posibilidad de un cambio de contrato —dijo la ercestre.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, ya lo había pensado, claro. El problema es que la mitad de las tropas que dirijo son en realidad soldados regulares del Káikar, y no mercenarios. </p><p style="text-align: justify;">—Hay que separarlos, entonces.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, voy a empezar a hacerlo, lo más discretamente posible. Intentaré destinar a los soldados fuera de la ciudad y que queden aquí los aproximadamente 1000 cuervos de las dos legiones que quedan. El resto partieron al norte y no puedo dar la orden de retorno todavía.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien, pero sé discreto, por favor. Espero encontrarte aquí al volver, y de una pieza —Yuria sonrió, y los ojos de Genhard la miraron de tal forma que sus mejillas se arrebolaron—. Por favor.</p><p style="text-align: justify;">—No te preocupes. Estaré aquí. Ansioso.</p><p style="text-align: justify;">Se miraron fijamente, sonriendo. Yuria sacudió la cabeza.</p><p style="text-align: justify;">—Y, por cierto, ¿a cuánto podría ascender el contrato nuevo?</p><p style="text-align: justify;">—Pues... mil quinientos Cuervos... unas doscientas y pico monedas de oro al mes. ¿Crees que Ginathân podrá pagarlo? Sin dinero, la cosa se pondrá difícil.</p><p style="text-align: justify;">—No lo sé, pero los problemas, de uno en uno. Ahora me tengo que marchar. Cuídate mucho, por favor. Y cuida de Ginathân. Y de Somara y el bebé, sobre todo.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto.</p><p style="text-align: justify;">Se despidieron con un maravilloso abrazo y un sentido beso.</p><p style="text-align: justify;">El primer día de viaje transcurrió tranquilo sobre los extensos prados del brazo oeste de Aredia, llamado Káikar, y que daba nombre al Imperio natal de Genhard. Pero la noche trajo novedades.</p><p style="text-align: justify;">Symeon entró al mundo onírico tras un par de horas desde el atardecer. A su alrededor, pudo ver la representación onírica del <i>Empíreo</i>. Aún parecía más impresionante de lo que lo había sido en días anteriores, un magnífico galeón dorado resplandeciente y bellamente ornamentado, con velas enormes, etéreas y traslúcidas, y un espolón de proa maravillosamente trabajado. Las montañas de estribor se apreciaban como una gran masa gris, y abajo brillaban las llanuras con un resplandor difuso.</p><p style="text-align: justify;">De repente, Symeon se quedó sin aliento —«¿acaso respiro aquí?»— cuando algo lo atravesó. Un resplandor plateado penetró por su espalda y salió por su pecho, rápido como un relámpago. El dolor en su torso casi le hace perder la consciencia. Un segundo bólido plateado llegó pocos instantes después, pero afortunadamente pudo evitar que lo impactara en el último momento, utilizando sus habilidades para desplazarse varias decenas de metros hacia un lado. Fuera del dirigible, claro, con lo que empezó a caer mientras veía la estela plateada alejarse. Aun cayendo al vacío, tuvo el temple necesario para concentrarse y observar la estela con sus capacidades especiales. Vio algo que le causó un escalofrío. «Por el bendito camino de retorno, ¿por qué motivo los centauros me estarán atacando de esta manera?».<br /></p><p style="text-align: justify;">Con sus últimas fuerzas, mientras caía, intentó salir al mundo de vigilia. Galad y Daradoth, viendo al errante agitarse y quejarse escupiendo algo de sangre, lo zarandearon para que despertara. Y afortunadamente, lo consiguió.</p><p style="text-align: justify;">Pero en ese momento, el dirigible sufrió una sacudida violenta, que lo hizo descender dramáticamente. Yuria luchó contra el timón.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¡Son los centauros! —gritó Symeon con la voz que le quedaba, mientras Galad rezaba a Emmán para curar sus heridas—. ¡Nos están atacando en el mundo onírico! ¡Despertad! ¡Yuria, cuidado!</p><p style="text-align: justify;">El <i>Empíreo </i>se sacudió de nuevo, y aún otra vez, y se escoró a la derecha, entrando en caída libre. Yuria, con lágrimas en los ojos y sacudidas de dolor en sus brazos, bramó para que la ayudaran, pero los esfuerzos parecían inútiles. El <i>Empíreo </i>se precipitaba contra el suelo. Solamente un titánico esfuerzo acompañado de un aullido de dolor pudo evitar un destino fatal en el último momento [punto de destino]. El aterrizaje no fue suave, pero finalmente pudieron estabilizar el dirigible y anclarlo bien al suelo. En ese momento, cesaron las sacudidas y los comportamientos erráticos. Yuria necesitó que la ayudaran a bajar, pues estaba totalmente agotada.</p><p style="text-align: justify;">Decidieron acampar, así que encendieron un fuego y prepararon algo de caldo, muy reconfortante.</p><p style="text-align: justify;">—Symeon, ¿hay explicación para esto? —preguntó Daradoth—. ¿Nos han atacado desde el mundo onírico y ha tenido efectos en este?</p><p style="text-align: justify;">—El Empíreo en el mundo onírico es... no sé cómo explicarlo. Es tan tangible como en el mundo real. Supongo que algo tiene que ver.</p><p style="text-align: justify;">—Has dicho que eran los centauros. ¿Crees que nos están siguiendo?</p><p style="text-align: justify;">—Sí, creo que sí. Y son demasiado poderosos. <br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Podríamos despistarlos de alguna manera? —inquirió Yuria.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Creo que sí, si viajamos de día y tomamos un pequeño desvío para que no puedan seguirnos simplemente siguiendo una línea recta, supongo que sí. Y si sobrevolamos el mar, seguro que sí.<br /></p><p style="text-align: justify;">—El viaje se retrasará aún más, entonces. Viajaremos solo de día hasta que lleguemos a la costa, y entonces, si queréis que nos arriesguemos, podemos sobrevolar el golfo de Nátinar para despistarlos definitivamente.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien. Hagámoslo así.</p><p style="text-align: justify;">El día siguiente avanzaron todo lo que pudieron. Symeon decidió entrar al mundo onírico a media tarde, cuando calculaba que sería más seguro y él podría entrar. Nada más acceder, se quedó helado. Sobre las velas de la representación del Empíreo, tranquilamente, dormía una enorme bestia con forma de oso que parecía enteramente compuesta de vidrio, y que reconoció por los relatos. «Maldita sea, ¿una bestia vidriosa? ¿Será cosa de los centauros? Espero que no». Sus pensamientos se interrumpieron cuando detectó una especie de frecuencia extraña que el <i>Empíreo </i>estaba emitiendo. Los centauros habían hecho de alguna manera que el dirigible la generase. Intuitivamente, consiguió detenerla. En ese momento, la bestria vidriosa abrió los ojos y levantó su enorme cabeza.<br /></p><p style="text-align: justify;">Symeon despertó al instante, aforunadamente antes de que la bestia se diera cuenta de que estaba allí. Rápidamente, explicó a sus compañeros lo que había visto.</p><p style="text-align: justify;">—Es posible que la presencia de la bestia nos venga incluso bien, si es que no han sido los centauros los que la han puesto allí. No lo creo —sentenció—, es más probable que haya sido atraída por la frecuencia de la que os he hablado.</p><p style="text-align: justify;">—Bueno, si has conseguido anular esa... señal —dijo Yuria—, supongo que en un par de jornadas habremos podido despistarlos. Esperemos que esa bestia de la que hablas no afecte a nuestro viaje.</p><p style="text-align: justify;">—No, no me parece que pueda hacerlo —la tranquilizó Symeon—. En ese sentido, creo que hemos sido afortunados, dentro de lo que cabe. Incluso me arriesgaría a viajar de noche a partir de ahora.</p><p style="text-align: justify;">—Mejor esperemos un día más para eso —sugirió Daradoth, siempre precavido.</p><p style="text-align: justify;">La mañana siguiente reanudaron la marcha. Al cabo de pocas horas, Daradoth señaló hacia el horizonte nororiental. Con la ayuda del catalejo ercestre, el resto pudo ver lo mismo que él: enormes humaredas que se alzaban detrás de las colinas.</p><p style="text-align: justify;">—Mäs o menos en ese punto debe de quedar la ciudad de Udarven —dijo Galad, preocupado, pensando en su padre y sus hermanos. Y en Serenn, su amigo en Emmolnir, prisionero desde hacía años en aquella ciudad. Recuerdos muy dolorosos tomaron forma en su mente.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-47365689019721964912023-05-03T16:48:00.002+02:002023-05-03T16:59:07.157+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 2<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">La Regencia de Dársuma</span><br />
</p><p style="text-align: justify;"></p><div style="text-align: justify;"><p>Disfrutaron de una noche de sueño que, aunque inquieto, fue bastante reparador. A partir de ese momento, Yuria y Genhard compartieron su lecho cada noche, ante los contenidos (pero evidentes para Symeon) celos de Faewald.<br /></p></div><div style="text-align: justify;"><p>Muy temprano, por la mañana, Yuria y Galad se dirigieron a la sala de Cónclaves para empezar su regencia. El paladín llevaba consigo el búho de ébano confiado por Daradoth para poder comunicarse en cualquier momento entre sí. En la sala se encontraron con lady Arinêth y algunos de los nobles, que esperaban para dar sugerencias y recibir instrucciones.<br /></p></div><div style="text-align: justify;"><p>Pronto hizo acto de presencia Genhard, que se integró en las conversaciones apoyando a Yuria en todas sus decisiones. Al cabo de aproximadamente una hora, entró en la sala Svarald, el que parecía el más fiel de los tres ayudas de campo del general, sobre cuya actitud Genhard ya había expuesto sus temores. El recién llegado susurró algo al oído del recio general, que enseguida miró a Yuria y Galad, y los llevó aparte.</p><p>—Parece que tenemos un problema con los prisioneros —anunció.</p><p>—¿De qué se trata?</p><p>—Aparentemente, todos los elfos han desaparecido. No hay señales; se han esfumado.</p><p>—¿Ginalôr también? —inquirió Yuria.</p><p>—No, parece que solo han desaparecido los elfos.<br /></p><p>Se desplazaron hasta los calabozos, donde los guardias juraron y perjuraron que no habían visto pasar a nadie a través de las puertas. Las puertas de las celdas estaban cerradas a cal y canto cuando se habían dado cuenta. El propio Svarald había sido testigo de ello. Y ni rastro de túneles ni barrotes forzados; nada.</p><p>—¿Cómo es posible? —se preguntó Genhard.</p><p>—Magia —respondió lacónicamente Galad.</p>Pronto aparecieron Symeon y Daradoth, que habían podido escuchar todo a través del Ebyrïth. <br /><p>—Quizá han escapado de alguna manera a través del mundo onírico, igual que hicieron una vez conmigo —dijo el errante.</p><p>Una voz les interrumpió desde el otro lado de los calabozos:</p><p>—No os lo preguntéis más —se trataba de Ginalôr, que no tenía visión hasta donde ellos estaban, pero hablaba alto para que lo escucharan—. Lord Symeon está en lo cierto. Los transportaron a través del mundo onírico. Es estúpido intentar ocultarlo.</p><p>—¿Estáis seguro de que fue así? —preguntó Galad que, con el resto, se desplazaron hasta la celda de Ginalôr.</p><p>—Sí. Yo podría haber escapado también.</p><p>—¿Os lo ofrecieron?</p><p>—Sí.</p><p>—¿Quién fue? —espetó Daradoth.</p><p>—Eso no puedo decíroslo.<br /></p><p>El grupo (incluyendo por iniciativa de Yuria a Genhard, cosa que incomodó a alguno), se reunió para tratar entre murmullos el asunto, evaluando la posibilidad de que aquello hubiera sido cosa de los centauros, los hidkas, o incluso los kaloriones. Pocos minutos después, Galad retomaba la conversación con Ginalôr:</p><p>—¿Por qué no escapasteis con ellos, si tuvisteis la oportunidad?</p><p>—La situación ha cambiado mucho, con vuestras revelaciones de ayer. No podía decirles nada para ser fiel a mi palabra, así que me quedé sin dar más explicaciones. No creo que sea necesario huir, y si en algún momento lo es, prefiero estar aquí para oponerme a mi padre.</p><p>—¿Y debemos preocuparnos por que hayan escapado?</p><p>—Creo que no, pero no soy en absoluto su líder. Si os lo aseguro, mentiría.</p><p>Callaron unos segundos, consternados. Galad expresó su preocupación:</p><p>—Si son tan poderosos, ¿por qué no han acabado con todos nosotros ya?</p><p>—No es tan fácil afectar a personas no cooperantes con las habilidades oníricas, Galad —aportó Symeon.</p><p>—Además —añadió Daradoth, dorannio de nacimiento—, si los visitantes del mundo onírico son realmente centauros, estoy convencido de que su sentido del honor les impediría hacernos daño. Son seres honorables y rectos. Si son de Luz, claro... </p><p>—Si fueran de Sombra ya nos habrían atacado, seguro —coincidió Symeon—. Tiene sentido lo que acabas de decir, sí.</p><p>Genhard miraba a unos y a otros, con los ojos muy abiertos y a duras penas pudiendo contener su asombro ante todo lo que oía.</p><p>—Y si pueden llevar gente físicamente hacia y desde el mundo onírico, la única razón de que no nos hayan atacado ya de forma devastadora, tiene que ser la buena voluntad de los centauros. —Añadió Daradoth—. Si son centauros.</p><p>—En cualquier caso —dijo Symeon—, es muy difícil hacer eso, y la ventana de oportunidad es muy pequeña, pues cuanto más se alejen de la "hora más oscura" de la noche, más complicado se hace.</p><p>—Aun así, no está demás que redoblemos las guardias —sugirió Galad.</p><p>—Por supuesto, las redoblaremos —confirmó Yuria. Le hizo una seña a Genhard, y este, después de salir de su estado de sorpresa, partió a dar las órdenes pertinentes. A continuación, el grupo al completo se dirigió de nuevo a la sala de cónclaves, desde donde se dedicaron a dirigir la ciudad.<br /></p><p>A media mañana hacían acto de presencia Galan y Eleria, acompañados de los nobles ercestres. Acudieron básicamente para ofrecer su apoyo al grupo (pues desde Creä, lord Galan estaba firmemente convencido de la necesidad de detener el avance de la Sombra) y para interesarse por el estado de salud de Ginathân. A continuación, Eleria y el archiduque hicieron un aparte con Yuria y Galad:</p><p>—No he podido evitar fijarme, Yuria —empezó la duquesa, con voz queda y preocupada—, en que Genhard y tú estáis trabando una relación realmente... cercana.</p><p> </p><p></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNfPM4MtWyd0-bQwSaR-Su627LIG0HPQb1j7ORtHq67I07CEiM866bM-2B3Yq1sDjPgXrJoKWdtH-9872K8smSfVqRVBxmlvpLOyj4-3menu8_UcCAYhI-ay7qkinb8dAsm8as9hf8fbq8afH1KTRqmgEgcAThB2uWGPvgEoxJERQYCPyhQScZHhRGMw/s846/Galan%20Mastaros.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="846" data-original-width="564" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNfPM4MtWyd0-bQwSaR-Su627LIG0HPQb1j7ORtHq67I07CEiM866bM-2B3Yq1sDjPgXrJoKWdtH-9872K8smSfVqRVBxmlvpLOyj4-3menu8_UcCAYhI-ay7qkinb8dAsm8as9hf8fbq8afH1KTRqmgEgcAThB2uWGPvgEoxJERQYCPyhQScZHhRGMw/s846/Galan%20Mastaros.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Lord Galan Mastaros, archiduque y valido de Ercestria<br /></td></tr></tbody></table> </div><div style="text-align: justify;">—Quizá así podamos hacer que el Káikar pierda a sus mercenarios.<p>—¿De verdad crees que los <i>Cuervos </i>pueden cambiar de bando? ¿Y romper su contrato?<br /></p><p>—Al menos hay que intentarlo.</p><p>—Está claro que Genhard y tú sois ya más que amigos, Yuria...</p><p>—No lo niego.</p><p>—Y evidentemente, hay posibilidades de que él sí haga lo que deseas. Pero... ¿sus mil quinientos hombres lo harán? E incluso el propio Genhard, ¿será capaz de renunciar a una vida de honor y respeto a sus contratos?</p><p>—Se está luchando por cosas mucho más importantes, y él lo sabe. La existencia misma está en juego.</p><p>—Una afirmación grandilocuente, expresada así. ¿Y respecto a mi propuesta...?</p><p>—Imaginarás ya cuál es mi contestación —el rostro de Yuria mudó en un sincero gesto de consternación—. Mi honor y la lucha contra la Sombra está por encima de todo. Por supuesto, quiero lo mejor para Ercestria, y espero que podamos trabar una firme y honesta alianza, para ayudarnos en todo lo posible.</p><p>—Ya veo. —Eleria miró a su protegida fijamente—. No puedo decir que me parezca una decisión acertada, pero tampoco que la repruebe del todo. Me entristece, pero te comprendo. Aunque también es cierto que necesitamos ayuda. Sé que Galan negará esto —miró al archiduque, que esbozó una media sonrisa—, pero nuestro ejército no puede contener a tantos enemigos. Si nos quedamos aislados, Ercestria no durará más que unos pocos años; quizá meses. No podemos permitir bajo ninguna circunstancia que Darsia caiga en manos del Káikar. Bajo ninguna circunstancia.</p><p>—Entendido, mi señora.</p><p>—Yo querría añadir algo —intervino Galad—. Sería de gran utilidad tener alguna prueba de que el Káikar colabora con la Sombra, de cara a convencer a Ginathân de volverles la espalda. ¿Contáis con alguna?</p><p>—Pruebas en sentido estricto no —contestó Eleria—. Tenemos testimonios de presencia de extraños barcos negros en las costas del Káikar, y de hecho sabemos que uno naufragó y se encontraron a bordo muertos varios elfos oscuros y algunos cadáveres de los seres llamados drakken. Aberraciones. Pero pruebas, aparte de testimonios, no.</p><p>—Es una pena —volvió a retomar la conversación Yuria—. Y repecto a la orden de mi exilio... ¿creéis que podríais revocarlo?</p><p>En esta ocasión fue Galan quien contestó:</p><p>—No lo creo. Lo intentaremos, pero, de hecho, no vamos a comentar nada al príncipe Aryatar sobre vuestra decisión de no volver con nosotros. Estábamos convencidos de que volveríais con nosotros. No podíamos imaginarnos que renunciaríais al cargo de mariscal.<br /></p><p>—Si hubierais visto y vivido lo que yo, también antepondríais la lucha contra la Sombra a todo lo demás. Debo declinar vuestra oferta, pues con Ilaith puedo dedicarme en cuerpo y alma a ella.<br /></p><p>Acto seguido, Eleria y Galan conversaron privadamente durante un par de minutos. Cuando volvieron a acercarse, la duquesa propuso algo:</p><p>—Sé que tu relación con Elitena no es muy fraternal, pero, ¿creéis que sería posible que Rania os acompañara hasta Tarkal para ejercer como diplomática ante lady Ilaith? —Galad torció un poco el gesto ante la perspectiva de que su madre adoptiva los acompañara durante varias semanas, pero no dijo nada. </p><p>—Quizá —lord Galan continuó donde lo había dejado Eleria— si pudiéramos coordinarnos y tomar partido, o intervenir de alguna manera, rápidamente, en la situación en Esthalia... Quizá así podríamos sofocar rápidamente el conflicto y recuperar el país para nuestra causa. Sería muy importante.</p><p>—¿Y no créeis que el asunto es lo suficientemente importante para acompañarnos vos misma en persona? —Yuria lanzó la sugerencia a lady Eleria.</p><p>Eleria y Galan lo pensaron seriamente durante unos instantes, pero cuando el grupo habló de sus planes más inmediatos, que los dirigían a la Gran Biblioteca de Doedia, descartaron la posibilidad. </p><p>—Acudiré yo mismo en persona a lady Ilaith —dijo el propio Galan—. No obstante, será mejor que nos desplacemos a Eskatha por nuestros propios medios, no podemos esperar a que vosotros resolváis vuestros asuntos —zanjó finalmente Galan.</p><p>Tras esto, conversaron durante un rato más o menos largo sobre el sobrecogedor episodio con los mediadores. Poco pudieron explicar acerca de él, así que los ercestres se despidieron hasta el día siguiente.<br /></p><p>Por la tarde, Galad mantuvo una breve conversación con Somara, preguntándole por el estado de Ectherienn en la pequeña redoma. La errante, acariciando ausente su abultado vientre de siete meses de embarazo, le dijo que había habido un par de episodios de crisis, pero se espaciaban cada vez más, y había podido superarlos sin un esfuerzo demasiado acusado.<br /></p><p>La mañana siguiente aprovecharon para hablar con los nobles que todavía estaban presos en los calabozos. A instancias de Ginathân y tras recibir promesas de colaboración y renuncia a intentos de fuga, decidieron mudarlos a uno de los edificios de la ciudadela para ponerlos en arresto domiciliario y no dañar más su dignidad. Galad aprovechó para interesarse por el estado de la relación de Genhard con sus ayudas de campo:</p><p>—Parece que Svarald ha aceptado de buen grado nuestra... colaboración —dijo el general—. Pero Vythen y Svaston no están tan de acuerdo. Temo que puedan organizar una rebelión para deponerme. Me respetan después de décadas a mi servicio, pero realmente comprendo que este cambio de rumbo los pueda haber descolocado. —Genhard miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie estaba escuchando, y añadió en voz baja:— Además, hay un problema añadido. Junto con los Cuervos, hay tropas regulares de las casas Nastren y Vynkavos, y su lealtad ya entenderéis que no es para mí.</p><p>—Ya veo. ¿Y tenéis alguna idea del curso de acción a tomar?</p><p>—De momento no creo que haya peligro, ha pasado muy poco tiempo, y las casas del Káikar confían en mí. Por cierto, que mi cambio de opinión no va a anular mi honor. No voy a traicionar a mis empleadores, los contratos firmados por los Cuervos son sacrosantos. Antes dejaría el mando que hacer tal cosa.</p><p>—De hecho, me alegra oír eso, quiere decir que sois una persona de fiar. ¿Y podría saber cuáles son los detalles de ese contrato?</p><p>—A grandes rasgos, conseguir que Ginathân tome el poder de Darsia, y luego protegerlo de posibles contraataques. El contrato está firmado por Ginathân, pero hay un segundo acuerdo firmado con las casas insignes del imperio.</p><p>—Está bien. Tendremos que intentar solucionar este tema lo antes posible, ahora mismo hay mucho que hacer. Os agradezco la sinceridad, Genhard —se despidió Galad—. Si podemos hacer algo para mejorar la situación con vuestros oficiales, contad conmigo.</p><p>Poco tiempo después, el grupo se reunía de nuevo con lord Galan y los ercestres, para discutir sobre la posibilidad de su desplazamiento a la Confederación de Príncipes Comerciantes con una breve parada en Doedia para dejar a Symeon y Faewald en la Gran Biblioteca. Finalmente, dada la necesidad del archiduque de viajar con un séquito adecuado a su rango y sus necesidades de seguridad, se reafirmó en viajar con medios propios. Una vez que partieran de Dársuma hacia Ercestria, el viaje hasta Eskatha les llevaría entre tres y cuatro semanas embarcando en el puerto de Aucte.<br /></p><p>El día siguiente discurrió relativamente tranquilo, con Yuria y Galad tomando firmemente las riendas de la ciudad. Los guardias que Daradoth había enviado para recabar información sobre la <i>tos negra </i>volvieron con noticias. Informaron de que habían descubierto varios casos, pero parecían aislados; además, todos los casos que habían descubierto afectaban a niños. No había adultos contagiados; por algún motivo aquel brote afectaba más a los menores. Los casos, además, se concentraban en la parte oriental de la ciudad, fuera de la ciudadela. La escasez y desconexión de los casos era tranquilizadora. Galad dio órdenes para que los clérigos de la ciudad atendieran por un precio razonable a pagar por el gobierno a todos los niños afectados.<br /></p><p>La mañana siguiente, con los tañidos de todas las campanas de la ciudad, docenas de heraldos corrieron por toda Dársuma con buenas nuevas:</p><p>—¡Lord Ginathân ha despertado! ¡Por fin, lord Ginathân se ha recuperado! ¡Honrad a Burkadûn, a Anûdras y a Mitálmo! ¡Ginathân nos guiará!<br /></p><p>Somara y Symeon se encontraban con el recién nombrado gobernador cuando el resto acudieron allí. La errante los llevó aparte para susurrarles algo:</p><p>—Ginathân me ha dicho que recuerda perfectamente un sueño que tuvo mientras estaba inconsciente, y que le angustió hasta casi detener su corazón. Al parecer, soñó con que cinco mediadores nos mataban a mí y a su hijo no nato. Dice que no le pareció un sueño, sino algo muy real. Y cinco mediadores...</p><p>—...fueron los que aparecieron en la sala de cónclaves, sí —terminó la frase Symeon—. Y por la descripción que ha dado, los de su sueño eran los mismos. Evidentemente, los sucesos están relacionados, sería muy inocente por nuestra parte pretender lo contrario. Pero, por el bien del gobernador, lo mejor es que nos mantengamos firmes en que no fue más que una simple pesadilla —con esto, dieron por zanjada la conversación. <br /></p><p>Gracias a los cuidados de Symeon y Somara, Ginathân pudo ponerse en pie en un par de horas y en un par de horas más salía a las almenas de la muralla principal con el cetro en sus manos. La multitud reunida lo aclamó entre vítores.</p><p>Poco después, Ginathân se reunía con el grupo y los nobles en la sala de cónclaves. </p><p>—Os agradecería —dijo con voz cansada, dirigiéndose a Yuria y Galad— que permanecierais en la regencia al menos una jornada más, hasta que tenga las fuerzas suficientes para ejercer mi cargo.</p><p>—Claro, mi señor —contestó Yuria, mirando al resto; «otro día más de retraso», pensó—. Contad con nosotros.<br /></p><p>A continuación, fue puesto en antecedentes de todo lo que había pasado, y de la situación de la ciudad. Luego, anunció que se retiraba a descansar. «Es un momento tan bueno como cualquier otro», pensó Galad.</p><p>—Mi señor —le susuró, acompañándolo fuera junto al resto del grupo—, hay algo que debemos hablar con vos en privado.<br /></p><p> </p></div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-1332116417813706192023-04-20T14:24:00.011+02:002023-11-01T21:50:13.362+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 1<div style="text-align: justify;"><p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Tras la Coronación. Un Secreto se desvela.</span><br />
</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjO2b030RbapqEIKY9S-qCGdxIbKD7-zstsab7aIU2m7_6NEnkK1qHH9beTnY5-SqEzaJS2uGQqsOvXNWDt_r061r4EcpicfL-oj3D9ZVRBoEJBcIxF-M1UBH5nZQqJeqMhuB4nRPv-prNUhI9uAJYnq1XFfu72ViaHrBOuNAqB8bWXqCMqCFdcTfPKg/s3748/PJs%20Entre%20Luz%20y%20Sombra.png" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="3748" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjO2b030RbapqEIKY9S-qCGdxIbKD7-zstsab7aIU2m7_6NEnkK1qHH9beTnY5-SqEzaJS2uGQqsOvXNWDt_r061r4EcpicfL-oj3D9ZVRBoEJBcIxF-M1UBH5nZQqJeqMhuB4nRPv-prNUhI9uAJYnq1XFfu72ViaHrBOuNAqB8bWXqCMqCFdcTfPKg/s3748/PJs%20Entre%20Luz%20y%20Sombra.png" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">El Grupo de Personajes Jugadores<br /></td></tr></tbody></table>No tardaron en enviar un par de guardias a buscar a la familia de Kadion
y Adarâth, los carpinteros cuyos hijos estaban afectados por la <i>tos negra</i>.
Al poco tiempo, volvían con el rostro desencajado y una terrible
noticia. La familia había sido asesinada en su casa, y por el aspecto de
los cadáveres, hacía muy poco tiempo. Solo uno de los niños, el más
pequeño, había conseguido esconderse y sobrevivir. Lo habían traído con
ellos.</div><p></p><p style="text-align: justify;">El niño estaba profundamente traumatizado. Yuria intentó tranquilizarlo, con cierto éxito, pero el tiempo apremiaba y no tuvieron más remedio que sedarlo y extraer la sangre que necesitaban. Symeon tardó varias horas en fabricar el remedio que necesitaban, y finalmente consiguieron inyectarle una dosis que lo estabilizó definitivamente.</p><p style="text-align: justify;">Mientras tanto, Yuria hizo compañía al chiquillo. El nombre del pequeño de cinco años de edad era Thomarian, y solo pudo decir que lo habían hecho correr a esconderse mientras un par de encapuchados mataban a sus padres, tíos y primos. Lloraba desconsolado. El corazón de Yuria casi se rompió de dolor, y durante esa jornada se dedicó a cuidarlo y consolarlo.</p><p style="text-align: justify;">Por otro lado, Genhard se encargó de encerrar en los calabozos a todos los que eran sospechosos de haber intentado el golpe de estado. Ginalôr, Arinêth, varios líderes del Vigía y parte de las delegaciones de Hêtera, Arlaria y Galmia, entre ellos Dûnethar y Cirantor.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad se desplazó con un grupo de guardias hasta la casa de la familia, acompañado de Avriênne, la ástara del Vigía que los acompañaba. Sintió un escalofrío al ver los cadáveres de adultos y niñas. Fue precisamente Avriênne la que, observando minuciosamente la casa familiar, indicó a Galad en un rincón unos pequeños hilos plateados, que alguna vez habían formado parte de un bordado. Parecían fuera de lugar en una casa tan pobre.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Buen trabajo, Avriênne —dijo el paladín—. Esto sin duda era parte de un bordado de las capas del Vigía.</p><p style="text-align: justify;">—Sí que lo parece. Pero, entonces... ¿quieres decir que hermanos del Vigía han asesinado niños? No puede ser, deben de haberlos suplantado.</p><p style="text-align: justify;">—Es posible. Tendremos que ser extremadamente cautos. Porque el trabajo que hicieron fue muy efectivo; sin duda eran asesinos con experiencia.</p><p style="text-align: justify;">Galad dio órdenes para que los cuerpos fueran enterrados dignamente, y para que la casa fuera quemada en previsión de enfermedades. Acto seguido, volvieron a la ciudadela y Galad compartió la información con el resto, exponiendo sus temores sobre miembros del Vigía infectados por la Sombra. No tuvieron tiempo de discutirlo demasiado, porque alguien llamó a la puerta. Era Genhard. Y venía acompañado de Somara y Svarald, uno de sus lugartenientes.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Disculpad la interrupción —dijo el general—. Solo quería deciros que Ginathân se encuentra estable y parece que sanará sin problemas, aunque, como dijo Symeon, la recuperación se prolongará varios días. Mientras tanto, tenemos varios problemas. Uno, tenemos que decidir qué hacer con los prisioneros. Dos, alguien tiene que hacerse cargo de la ciudad.</p><p style="text-align: justify;">—Yo no quiero hacerlo, no me veo capaz —interrumpió Somara.</p><p style="text-align: justify;">—Ahora mismo, en la sala de cónclaves —continuó Genhard— se encuentran discutiendo acaloradamente lord Aelar, lady Eyruvëthil y los demás nobles para decidir quién se hace cargo de la regencia. Ya os adelanto que mi apoyo no va a ser para ninguno de ellos; así que creo que deberíais acompañarnos a la reunión, urgentemente.</p><p style="text-align: justify;">No pusieron ninguna objeción. Al llegar a la sala de cónclaves, se sorprendieron al ver presentes en la reunión a Galan Mastaros y los nobles ercestres Yoredas Vaseros y Saena Orgas. El archiduque esbozó una levísima sonrisa al verlos aparecer. «¿Es una sonria de alivio o de socarronería?», pensó Yuria. La discusión era acalorada, y no cesó mientras se sentaban.</p><p style="text-align: justify;">Genhard golpeó la mesa, instando a los presentes a callarse:</p><p style="text-align: justify;">—Mis disculpas por las formas, mis señores. Solo quiero dejar bien claro que, por mi parte, no voy a apoyar a ninguno de los presentes, excepto a lady Yuria, y puede que a lord Daradoth. Son los únicos que pueden regir este país con buen tino en ausencia de Ginathân. Nadie más es digno aquí de mi confianza.</p><p style="text-align: justify;">Todos se miraron. Algunos sorprendidos, otros atemorizados, otros indignados. El grupo consiguió a duras penas guardar la compostura, asombrados como estaban por las palabras de Genhard. Daradoth rechazó educadamente tal responsabilidad, lanzando un alegato a favor de Yuria. El general kairk sonreía cuando el elfo acabó de hablar. Todos miraban a Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien —dijo ella—. Por el bien de la ciudad, acepto la responsabilidad si nadie se muestra en contra.</p><p style="text-align: justify;">Nadie alegó nada.</p><p style="text-align: justify;">—Lo primero es garantizar la seguridad de la población y la distribución de alimentos.</p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, se llamó a los oficiales y cargos civiles, para darles las órdenes pertinentes. «Esto ha sido más fácil de lo que pensaba», pensó Daradoth, que de repente se fijó en que todos los presentes abrían mucho los ojos y centraban su mirada a la pared que había detrás de Yuria y él. A la vez, sintió un escalofrío en la nuca, y vio un gesto de náusea en el rostro de sus compañeros. «¿Qué pasa ahora?». Se giró a la vez que los demás, que también habían advertido la situación.</p><p style="text-align: justify;">Se estremecieron al ver que, ante la pared, cinco figuras muy altas, de ojos grises y balanzas colgando de sus muñecas, contemplaban la escena con los brazos cruzados sobre el pecho. Se pusieron todos en pie, perturbados por aquellas miradas severas e impersonales. Reconociendo a uno de los cinco, Daradoth habló con tono levemente tembloroso:</p><p style="text-align: justify;">—Bienvenido, Eyr'Riazann. ¿Qué se os ofrece?</p><p style="text-align: justify;">El mediador observó a Daradoth con aquellos funestos ojos, y luego se dirigió a sus compañeros en su idioma, el ancestral.</p><p style="text-align: justify;">—Les ha dicho "este es parte de la anomalía" —susurró Symeon rápidamente.</p><p style="text-align: justify;">El que parecía el líder tomó la palabra, y dijo amenazante en lândalo:</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué estáis haciendo?</p><p style="text-align: justify;">—Organizar la ciudad para...</p><p style="text-align: justify;">—No. ¿¿Qué estáis haciendo con la Vicisitud?? —su tono se hizo mucho más agresivo.</p><p style="text-align: justify;">—Podemos hablar en otro lugar.. <br /></p><p style="text-align: justify;"> —¡No! Esto se dirimirá aquí y ahora. ¡No podéis seguir derribando los Velos!</p><p style="text-align: justify;">Daradoth intentó explicar lo que les había sucedido en Essel, pero antes de que acabara la primera frase, los mediadores extendieron sus manos al unísono. Sus espadas desaparecieron de sus vainas para ser instantáneamente empuñadas. Algunos en la sala empezaron a gritar.</p><p style="text-align: justify;">—¡Esperad, por favor, calmaos! —intentó seguir Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—¡¡NO!! ¡Tiene que acabar! ¡Acabar! —gritó el mediador.</p><p style="text-align: justify;">De repente, uno de los cinco miró hacia un lado. Preguntó algo, y al instante dejó caer su arma y se llevó las manos a la cabeza, mientras aullaba con un grito de agonía y caía de rodillas. Una fuerza física impactó contra los presentes, afectando sobre todo a Daradoth y Galad, que notaron cómo sus órganos internos se revelaban. Muchos de los nobles reunidos sintieron algo parecido, solo que con un efecto aún mayor.</p><p style="text-align: justify;">Reprimiendo las náuseas, pudieron ver cómo un segundo mediador, sin ninguna causa aparente, salía despedido contra el muro que tenía detrás con tal ímpetu que, con un crujido estruendoso, incluso abrió grietas en él a lo largo de todo el perfil de su cuerpo.</p><p style="text-align: justify;">Los otros tres mediadores miraban a su alrededor, aturdidos por la sorpresa. De repente uno de ellos se abalanzó sobre el grupo:</p><p style="text-align: justify;">—¡Parad esto ya! —bramó.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad sacó su espadón lo más rápido que pudo, dispuesto a soportar el embate, mientras Daradoth lanzaba uno de sus hechizos, Yuria se disponía a empuñar su talismán y Symeon aprestaba su cayado de aglannävyr.</p><p style="text-align: justify;">De repente, la luz desapareció, y todo se hizo oscuro. Un segundo de silencio, y aún más estruendo de gritos y caos en la sala. Galad notó cómo un potente cuerpo pasaba junto a él, desequilibrándole y chocando brutalmente contra la enorme mesa de reuniones.<br /></p><p style="text-align: justify;">Symeon utilizó el poder de su diadema élfica y consiguió, no sin gran esfuerzo, alumbrar lo suficiente como para que la oscuridad se convirtiera en una penumbra cerrada. «El poder desatado aquí debe de ser ingente si esto es todo lo que mi diadema es capaz de alumbrar», pensó. Rechinó los dientes, y la tensión pudo notarse en su rostro cuando intentó mantener la tenue iluminación, pero finalmente no lo consiguió: cuando sintió un latigazo de dolor en la cabeza, dejó ir el poder y la oscuridad volvió a adueñarse de la sala. No obstante, en los breves segundos que Symeon había podido mantener la penumbra, Galad vio cómo el líder de los mediadores miraba fijamente al errante, y con un gesto de rabia se abalanzaba sobre él. Saltó para interponerse en su trayectoria, en plena oscuridad. Daradoth hizo lo mismo, viendo peligrar la vida de su amigo. </p><p style="text-align: justify;">Pero ninguno llegó a tiempo. Los gritos se multiplicaron, y el suelo se hundió a sus pies. Con una sensación repugnante en sus estómagos, cayeron al vacío de oscuridad moviéndose en espirales descendentes. «Santo Señor, ¿qué está sucediendo?», la mente de Galad apenas podía procesar tal sucesión de eventos exóticos y buscó a Emmán, desesperado. Algo explotó allá abajo, y sintieron la onda expansiva alcanzándoles. La onda expansiva se convirtió en suelo sólido, y con un vértigo brutal rebotaron contra él, destrozando sus cuerpos.</p><p style="text-align: justify;">Galad levantó la vista del suelo, irguiéndose. Todos a su alrededor en la sala de reuniones se encontraban tumbados en el suelo, muchos de ellos inconscientes. Somara lloraba desconsolada. Yuria, acostumbrada ya a no sentir los efectos sobrenaturales, y que apenas había notado el efecto de los gritos de los mediadores, estaba conmocionada pues sí que había sido afectada por la oscuridad y la caída. El paladín recordó la situación en la que se habían encontrado, y se enderezó rápidamente, mirando a su alrededor, alerta. Ni rastro de los mediadores. ¿Había sido todo aquello una simple ilusión? El pitido en sus oídos debido al estruendo de la última explosión lo desmentía.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¡Lord Aelar no se mueve, no se mueve! ¡Ayuda! —gritó alguien.<br /></p><p style="text-align: justify;">Tras atender a los más afectados y superar el estado de nerviosismo en el que se habían visto inmersos, sacaron a toda la gente de allí. A pesar de todos los cuidados y tratamientos, lord Aelar permaneció en coma, no fueron capaces de reanimarlo.</p><p style="text-align: justify;">—No sabemos lo que ha ocurrido —se dirigió Daradoth a todos ellos, con una vehemencia fuera de toda medida—, pero las cosas no han cambiado. Yuria regirá la ciudad hasta que Ginathân se recupere lo suficiente, y nos encargaremos de preservar el orden y la estabilidad. Tenemos que intentar transmitir tranquilidad a la plebe.</p><p style="text-align: justify;">Todos los presentes asintieron levemente, mirando fijamente al elfo, con solemnidad, con el mayor de los respetos. «Por fin me reconocen como el gran líder que soy», pensó Daradoth, convencido de que cada vez se acercaba más a su objetivo final de destronar a Natarin. Ninguno puso objeciones por el hecho de que Yuria no tenía ni rastro de sangre ástara. Genhard, con el corazón henchido por las palabras de Daradoth, rugió:</p><p style="text-align: justify;">—¡Enviad heraldos con las nuevas! ¡Lady Yuria es la nueva regente de la ciudad, con el apoyo unánime del consejo! ¡Lord Daradoth lo ordena!<br /></p><p style="text-align: justify;">Poco después llegaron el resto de los ercestres, interesándose por lo que había pasado. El grupo les dio una versión resumida de los hechos, y Eleria ("Selaria") quedó impresionada por la narración. Miró valorativamente a Daradoth, sopesando pensamientos que solo ella conocía.<br /></p><p style="text-align: justify;">Algunas horas después, ya más tranquilos, Genhard planteó la urgencia de encargarse de unos prisioneros que proclamaban ser fieles a Ginathân, y que los habían encarcelado por error. Entre los prisioneros también estaban todos los miembros del Vigía que habían podido capturar. Esto hizo que Daradoth mantuviera una conversación con Eyruvëthil:</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué ha sucedido con el Vigía, mi señora? —le preguntó.</p><p style="text-align: justify;">—Bueno, supongo que vos nos abristeis los ojos a varios de nosotros, Daradoth. Existía un plan para sabotear la ceremonia, en el que se provocaría un accidente no mortal, pero al renegar algunos de nosotros de él, el resto debió de continuar con él, aunque con un enfoque más radical, como ya habéis visto.</p><p style="text-align: justify;">—¿Os encargasteis vos de contactar con los carpinteros?</p><p style="text-align: justify;">—No, no sabría deciros quién fue, quizá lord Anâthur se encargó. No estoy segura.</p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, armados y preparados, se dirigieron a los calabozos a interrogar a los prisioneros. Lo primero que oyeron al acceder, fue la voz de Dûnethar, increpándolos. Él y Cirantor habían sido detenidos por Genhard, al implicarlos lord Cirenâth en la trama, como coordinadores de las delegaciones reunidas allí. Pero el malentendido se solucionó rápidamente; los dos ástaros habían cambiado su opinión tras la famosa reunión con Daradoth en la sala de cónclaves, y fueron inmediatamente liberados, con las disculpas pertinentes. Al requerirles que les dieran todos los detalles de los planes que habían urdido en el pasado, Dûnethar se los dio:<br /></p><p style="text-align: justify;">—El plan de sabotear la ceremonia fue de lord Kânar, de Hêtera. El estrado debía derrumbarse provocando heridas en Ginathân, pero sin matarlo. Eso permitiría ganar tiempo. Pero esos planes, que nosotros sepamos, se cancelaron. </p><p style="text-align: justify;"> »El mayor problema que tenéis ahora es que Ginalôr, el hijo de Ginathân, tiene el apoyo incondicional del gobernador Hiesher de Galmia, y sospechamos que también el de Girandanâth de Arlaria. No obstante, hemos acudido aquí como diplomáticos y hemos firmado un acuerdo vinculante, con lo que sus puntos deberían ser respetados por los gobernadores, pero realmente no somos validos, tampoco os podemos asegurar que se respeten.</p><p style="text-align: justify;">—¿Tenéis idea de quién pudo coordinar todo con el Vigía y los nobles para continuar con el plan?</p><p style="text-align: justify;">—Si tuviera que apostar, diría que lady Yorîth.<br /></p><p style="text-align: justify;">Poco después, liberaban también a lord Anâthur, lord Cirenâth, y a todos los que estuvieron en la reunión y fueron convencidos para la causa de Ginathân. </p><p style="text-align: justify;">Anâthur les habló de los contactos con los carpinteros, y cómo lady Yorîth se había encargado de tratar con ellos, así que se dirigieron al punto a interrogar a la noble de Hêtera.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Imagino que sabéis por qué estáis aquí —empezó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Eso creo. Pero si pretendéis que os dé información, no lo voy hacer. Su majestad Hiesher jamás aceptará el acuerdo firmado, esto es aberrante. Y muy extraño todo.</p><p style="text-align: justify;">—Pero vuestros compañeros... no, vuestros superiores lo aceptaron.</p><p style="text-align: justify;">—No sé qué brujerías utilizaríais para convencerlos, pero fue extremadamente raro. Qué casualidad que allá donde está vuestro grupo suceden cosas fuera de lo común.</p><p style="text-align: justify;">—Esto nos está haciendo perder mucho tiempo, para nosotros lo importante es centrarse en la lucha del norte...</p><p style="text-align: justify;">—Efectivamente —interrumpió Yorîth, resoplando burlona—, eso os digo yo. Estáis dificultando la lucha en el norte.</p><p style="text-align: justify;">—Sois vos y vuestros aliados quienes la están dificultando. </p><p style="text-align: justify;">—Sois más ciego de lo que pensaba. Y lanzáis un distrito entero en brazos del Káikar.<br /></p><p style="text-align: justify;">Daradoth calló durante unos segundos.</p><p style="text-align: justify;">—No llegaremos a nada así —continuó—. ¿Quién maquinó para acabar con la vida de lord Ginathân?<br /></p><p style="text-align: justify;">—Todos. ¿Queréis el nombre de un líder?</p><p style="text-align: justify;">—Sí.</p><p style="text-align: justify;">—Fui yo —reconoció Yorîth sin atisbo de temor o arrepentimiento.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Y cómo conseguisteis el veneno?</p><p style="text-align: justify;">—No os diré eso.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Pero fue cosa vuestra?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto.</p><p style="text-align: justify;">«Está mintiendo descaradamente», juzgó Galad, que no pudo evitar espetar:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Dejad de mentirnos. No os va a ayudar.</p><p style="text-align: justify;">—Ni lo pretendo —contestó ella con una sonrisa torcida—. Espero que muráis todos muy pronto. Por traidores y apóstatas a todo lo que representa el Pacto. Estáis acabando con nosotros, recordad mis palabras.</p><p style="text-align: justify;">—Asesinar a una familia de carpinteros inocentes merece el mayor de los castigos, es un acto de la Sombra; y no arrepentirse, aún más. Sois viles y crueles.<br /></p><p style="text-align: justify;">«La luz también es capaz de actos execrables, sin embargo», pensó Daradoth, que observó fijamente a la noble.</p><p style="text-align: justify;">—Si finalmente, como decís, murieron, desapruebo esa acción —contestó ella, sincera—. Sin embargo, en ocasiones las cosas escapan a nuestro control.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y qué va a ocurrir a partir de ahora? —preguntó Daradoth—. ¿Había algún otro plan?</p><p style="text-align: justify;">—Ninguno. Supongo que ahora los demás distritos enviarán sus legiones y os aplastarán. Al menos lo deseo con todas mis fuerzas, por el bien de nuestra nación. Olara lo quiera así, aunque en el ínterin perdamos territorio en el norte.</p><p style="text-align: justify;">—Ginathân cuenta con las legiones de los Cuervos.</p><p style="text-align: justify;">—Mercenarios kairks —escupió—. Enviados por un país aliado de la Sombra. Tenemos informaciones que lo confirman.</p><p style="text-align: justify;">—¿Tenéis pruebas? Nos vendrían muy bien.</p><p style="text-align: justify;">—Ninguna, pero hay información fiable. Preguntad a vuestros amigos ercestres.</p><p style="text-align: justify;">Ante la imposibilidad de llegar a nada más, se marcharon.</p><p style="text-align: justify;">—Nos va a costar encontrar al responsable del intento de magnicidio —comentó Daradoth con los demás.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá ni siquiera esté en Dársuma y haya huido —sugirió Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Me sigue rechinando todo lo relacionado con la <i>tos negra</i>, pero supongo que no averiguaremos más.</p><p style="text-align: justify;">—Lo que deberíamos hacer —añadió Galad— es enviar a lady Eyruvëthil con Dûnethar, Cirantor y los diplomáticos de vuelta a los distritos fronterizos para intentar convencerlos de que respeten el pacto alcanzado. </p><p style="text-align: justify;">—Sí —concordó Yuria—. Con que convencieran a uno de ellos la situación se estabilizaría.</p><p style="text-align: justify;">Poco después, organizaban todo para enviar la delegación conjunta hacia el norte e intentar mediar con los gobernadores norteños y con los disidentes del Vigía. Siempre por el tiempo durante el que se prolongara la lucha contra la Sombra en el norte. Cuando lo comentaron con Eyruvëthil, la elfa decidió que primero se dirigirían hacia Arlaria, pues el gobernador Hiesher de Galmia, a su juicio, quedaba fuera del alcance; tenía una implicación demasiado personal con Ginalôr. Saldrían la jornada siguiente a caballo.<br /></p><p style="text-align: justify;">Al anochecer volvieron a los calabozos para hablar con Ginalôr, el hijo de Ginathân. El ástaro, cargado de cadenas, tenía una actitud excesivamente orgullosa que parecía algo fuera de lugar.</p><p style="text-align: justify;">—¿Os parece bien haber intentado matar a vuestro propio padre? —inquirió Daradoth, sin preámbulos.</p><p style="text-align: justify;">—Mi padre es un traidor y un mezquino. Tuvo en los calabozos a su propio hijo durante semanas, solo por mostrar mi desacuerdo con él. No es mi padre. Pero yo no sabía nada de ese plan para asesinarlo.</p><p style="text-align: justify;">—¿No sabíais nada, entonces?</p><p style="text-align: justify;">—En absoluto.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, no sois tan importante como para liderar esta rebelión.</p><p style="text-align: justify;">—Seguramente. Solo deseo evitar el hundimiento de Darsia. <br /></p><p style="text-align: justify;">—Pero entonces... ¿solo sois otro peón de los rebeldes?</p><p style="text-align: justify;">—Ya os lo he dicho. Sí. Mi padre lo ha echado todo a perder por esa... furcia —Daradoth apretó los dientes al oír esto—, y mi única pretensión es hacerle pagar y reparar el distrito.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Queremos saber quién es el responsable del intento de asesinato.</p><p style="text-align: justify;">—Yo lo conocía, pero no soy el responsable. No os puedo ayudar.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth se apretó los ojos, cansado. Galad continuó:</p><p style="text-align: justify;">—Al final, ¿todo se resume a una historia de venganza entonces? Por estar enamorado de una mujer, ¿decidís que vuestro padre debe morir?</p><p style="text-align: justify;">—No solo por eso, pero sí.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿No sabéis nada de su ascendencia ni de su pasado?</p><p style="text-align: justify;">—Basta con saber que es una errante.</p><p style="text-align: justify;">En ese momento, Galad tomó una importante decisión. «No podemos retener esto mucho más», pensó.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y si os dijera que Somara tiene sangre élfica? —Daradoth, Symeon y Yuria intentaron reprimir su conmoción al escuchar estas palabras.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Me reiría.</p><p style="text-align: justify;">—¿Por qué?</p><p style="text-align: justify;">—Porque claramente sería la afirmación de un loco.</p><p style="text-align: justify;">Galad sonrió.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Os dais cuenta de con quién habláis? Un paladín de Emmán. ¿Dudáis?<br /></p><p style="text-align: justify;">Ginalôr se quedó sin palabras por primera vez. Al cabo de unos largos momentos, continuó:</p><p style="text-align: justify;">—Sangre... sangre élfica. ¿Qué queréis decir? Acaso...</p><p style="text-align: justify;">—Como sabéis —le interrumpió Galad—, o deberíais saber, los paladines puros y leales tenemos ciertas capacidades que nos concede nuestro señor. Emmán me concedió una visión sobre el padre de Somara. Y os aseguro por mi honor y la gloria de mi señor que su padre es un elfo.</p><p style="text-align: justify;">—Realmente... ¿realmente gozáis del favor de Emmán? —Ginalôr, con la voz ronca por la impresión, tragó saliva.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad lo miró muy serio. Recitó una pequeña oración en voz baja, y un aura plateada envolvió todo su ser, iluminando la celda durante unos segundos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Una lágrima asomó a una de las mejillas del ástaro. Apretaba mucho los dientes, posando su mirada en Yuria, Symeon y Daradoth.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Si os fijáis en sus ojos —intervino Symeon—, si os fijáis bien, se nota el brillo especial en el iris, y sus manos... son evidentemente élficas.</p><p style="text-align: justify;">—Pero... pero... eso lo cambia... ¡lo cambia todo! —La emoción poseía ya claramente las palabras de Ginalôr—. ¿Por qué... por qué no lo habéis dicho antes? ¡Podíais haber acabado con todo esto sin conflicto alguno!</p><p style="text-align: justify;">—No queríamos hacerlo más que como último recurso, porque no creemos que ni siquiera Somara lo sepa, mucho menos vuestro padre.</p><p style="text-align: justify;">—Así es —rubricó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Aparte de que con esta revelacióin, perpetuaremos lo que vuestro padre quería cambiar —añadió Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—No os equivoquéis. Los motivos de mi padre eran totalmente egoístas, pues la revolución era motivada por su amor. Nunca fue un revolucionario convencido, os lo aseguro.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, pero ahora que está en marcha, esta revelación puede provocar un gran desastre.</p><p style="text-align: justify;">—El caso es que vuestro padre sigue vivo, y se va a recuperar —dijo Galad—. Y tenemos que meditar cómo tratar esta información. Os ruego que no la reveléis a nadie mientras lo hacemos en los próximos días. Os lo pido por el bien de todos.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Está bien. No sé de qué forma podría revelárselo a nadie desde aquí y cargado de cadenas, pero os lo juro por mi honor.</p><p style="text-align: justify;">Después de dar órdenes para que descargaran a Ginalôr del suplicio de las cadenas y dejarlo con las justas y necesarias, se marcharon. Y poco después se reunían con Somara y Violetha.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth se acercó a la errante y la tomó de la mano. «Ah, qué sensación», pensó.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Mi señora. La información que os vamos a revelar a continuación es muy importante. Muy sensible. Os pido que confiéis en nosotros, porque todo lo que os vamos a decir es cierto, por nuestro honor y nuestra esperanza de renacimiento.</p><p style="text-align: justify;"> »La situación actual va a cambiar, todo va a cambiar cuando os diga lo que tengo que deciros. —Percibiendo la agitación de Somara, Daradoth decidió continuar sin pausa alguna—. Nuestro señor Emmán, a través del hermano Galad, que goza de su favor, nos confió una visión en la que descubrimos que vuestro padre no era un buscador, sino un elfo. Un noble elfo, aunque no sabemos exactamente quién.<br /></p><p style="text-align: justify;">Somara miró a todos, y a punto estuvo de derrumbarse.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Sangre élfica corre por vuestras venas. No es una suposición, ni una invención. Es la realidad.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Estáis... estáis seguros de esto? —se sentó, con las piernas temblorosas.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Absolutamente —corroboró Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces... ¿no hay posibilidad de que esa visión fuera interpretable? ¿No hay posibilidad de error?</p><p style="text-align: justify;">—Ninguna, mi señora —volvió a confirmar.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Entonces, esto... esto lo cambia todo. Claro... —pensó en voz baja—, por eso de pequeña siempre dejaba a todos atrás, y saltaba más que nadie... ¿Desde cuándo lo sabéis?</p><p style="text-align: justify;">—Hace un tiempo.</p><p style="text-align: justify;">—¿¿Pero por qué no lo dijisteis?? ¿Sabéis lo que significa esto? ¡Mi esposo está luchando por una causa falsa!<br /></p><p style="text-align: justify;">—No es una causa falsa —rebatió Yuria—. Quizá sí para vuestro caso personal, pero no en general.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y por qué me lo decís ahora?</p><p style="text-align: justify;">—Se lo hemos confiado hace unos minutos al hijo de Ginathân...</p><p style="text-align: justify;">—¿¿Cómo??</p><p style="text-align: justify;">—... y queremos acabar con las rencillas y el conflicto. Queremos controlar la información para decidir la mejor forma de utilizarla y enderezar la situación.</p><p style="text-align: justify;">—Esperaremos que Ginathân despierte —dijo Galad.</p><p style="text-align: justify;">—No creo que sea buena idea esa, Galad —rebatió Daradoth—. Sería mejor hacerlo antes, para evitar rumores y demostrar que Ginathân no tiene nada que ver con esto. Eso jugará a nuestro favor.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Yo estoy con Galad —dijo Symeon—. Es mejor que Ginathân despierte.</p><p style="text-align: justify;">—Si me permitís una sugerencia —intervino Violetha, para sorpresa de todos—, puedo ayudaros. Las doncellas tenemos oídos en todas partes; si os preocupa que la información se descontrole y dé lugar a rumores, podemos estar ojo avizor y avisaros si algo raro pasa. Así podréis esperar a que Ginathân despierte y decidir. Nadie se enterará de ningún rumor antes que yo, os lo aseguro.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Está bien, así lo haremos si pensáis que es lo mejor —aceptó un sorprendido Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">En ese momento, Genhard reclamó a Yuria para revisar unos asuntos de organización de la ciudad, y la ercestre tuvo que marcharse. Abrazó y besó a Somara, como buenas amigas que eran, y se despidió.</p><p style="text-align: justify;">—Por favor, Yuria —dijo la errante a su oído—, cuidad de la ciudad, y de todos nosotros. Y suerte con él —se refería a Genhard.</p><p style="text-align: justify;">—Claro que sí, tranquila —sonrió.<br /></p><p style="text-align: justify;">Ya con Yuria y Genhard ausentes, Somara susurró:</p><p style="text-align: justify;">—Veremos qué sucede cuando Genhard se entere de todo esto.</p><p style="text-align: justify;">Poco después, Daradoth conversaba a través del búho de ébano con Irainos, para informarle de todo, incluyendo la misión de Eyruvëthil hacia el norte. Omitió la información sobre Somara. Irainos anunció que intentaría enviar a Eraitan para ayudar a la antigua princesa élfica.</p><p style="text-align: justify;">Ya disponiéndose para irse a descansar, Symeon comentó a sus compañeros:</p><p style="text-align: justify;">—Solo hay una cosa que me no me cuadra en todo esto. Y es que, aquellos centauros a los que me enfrenté en el mundo onírico me parecieron demasiado poderosos para ser enviados del Vigía.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-60398962014236967922023-04-03T23:49:00.001+02:002023-04-05T23:16:47.372+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 40<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">La Coronación de Ginathân Elyoras</span><br />
</p><p style="text-align: justify;">Poco después, eran convocados urgentemente por Ginathân para tratar el tema de la presencia del Mediador allí. Sacudiéndose el sueño, se encontraron en pocos minutos con Ginathân y algunos más en la sala de cónclaves. El rostro del noble ástaro seguía mostrando señales de agotamiento.</p><p style="text-align: justify;">—Supongo que ya lo habéis visto, ¿no es así? —preguntó directamente.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, por supuesto —ratificó Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Sinceramente, pensaba que iba a ser una visión más impresionante.</p><p style="text-align: justify;">—No necesitan impresionar, creedme —respondió el errante—. La cuestión es si ha venido solo, pues ya encontramos mediadores una vez, y aparecieron tres de ellos.</p><p style="text-align: justify;">—Y también por qué motivo puede estar aquí —añadió Galad.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Eso precisamente quería preguntaros a vosotros, mis señores —Ginathân extendió las manos—. ¿Creéis que alguien lo ha convocado?</p><p style="text-align: justify;">—No necesariamente —contestó Symeon—. Es posible para los mediadores aparecer por iniciativa propia si los acontecimientos que van a suceder tienen una importancia fundamental para... para la existencia, o para el equilibrio del mundo... no sé explicarlo mejor.</p><p style="text-align: justify;">—El problema es que no podemos detenerlo todo, y el mediador tampoco interactúa, solo observa fijamente...</p><p style="text-align: justify;">—No, no, no interrumpáis nada. Si el mediador va a hacer algo, nada se lo podrá impedir, y algo dirá. —Symeon intentaba tranquilizar a toda costa al noble; «si supiera lo que nos pasó en Eskatha<sup>1</sup>, no sé cómo reaccionaría», pensó, mientras dirigía una mirada cómplice a sus compañeros—. Nosotros intentaremos averiguar algo.</p><p style="text-align: justify;">—Muchas gracias, me tranquiliza mucho contar con vuestra ayuda. </p><p style="text-align: justify;">En la conversación cruzada que siguió con los nobles reunidos allí, Genhard consiguió susurrar unas palabras cerca de Yuria: «en dos horas en la antesala de las cocinas». Cruzaron una intensa mirada que aceleró el corazón de la ercestre; afirmó discretamente con la cabeza.<br /></p><p style="text-align: justify;">Tras despedirse, Symeon compartió con sus compañeros su intención de acercarse inmediatamente al mediador e intentar averiguar algo sobre su presencia allí. El resto expuso sus reservas, pero finalmente, Galad decidió acompañarlo, y Yuria observaría la interacción desde la distancia.</p><p style="text-align: justify;">Cuando el errante y el paladín llegaron a la altura del mediador, este se encontraba mirando atentamente el enorme estrado que se había erigido ante la entrada principal de la ciudadela. Aparentemente, no se apercibió de su aproximación.</p><p style="text-align: justify;">—Disculpadnos, mi señor mediador —comenzó Symeon, con toda la presencia de ánimo que pudo reunir. </p><p style="text-align: justify;">El hombre, de alta talla «ahora que lo pienso, todos los mediadores parecen anormalmente altos», y encapuchado, se giró hacia ellos, mirándolos con aquellos sobrenaturales y extremadamente inquietantes ojos grises. Al verlos, para sorpresa de Galad y Symeon, frunció el ceño con estupor y dio un paso atrás. «De alguna manera debe de haber visto lo que somos ahora», pensó el paladín, que instintivamente levantó una mano hacia su espada; inútilmente, pues no llevaban armas.</p><p style="text-align: justify;">—Mi nombre es Symeon, y mi acompañante es el hermano Galad —continuó precipitadamente Symeon, hablando en estigio e intentando así rebajar la tensión—. Os hemos visto hace un rato mirando el <i>Empíreo </i>—levantó la vista hacia el dirigible—, y queríamos presentarnos e interesarnos por vuestra misión aquí.<br /></p><p style="text-align: justify;">Tras unos segundos de intenso escrutinio con aquellos insoportables ojos grisáceos, el mediador solo dijo:</p><p style="text-align: justify;">—Mi nombre es Eyr'Riazânn.</p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, dejando a Galad y Symeon con la palabra en la boca, se dio la vuelta y se alejó.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Satisfecha tu curiosidad? —preguntó jocoso Galad a Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Bueno, por lo menos sabemos que no viene por nosotros. Y no ha sido tan arrogante como los mediadores de Eskatha.</p><p style="text-align: justify;">—Si ha venido por alguna percepción importante para la Vicisitud, supongo que no sabría muy bien lo que se iba a encontrar. Se ha sorprendido mucho al vernos.</p><p style="text-align: justify;">Se reunieron con Daradoth y Yuria unos metros más allá, y apenas les dio tiempo a contarles lo que habían sacado en claro cuando vieron que se acercaba hacia ellos Rania Talos, la agente ercestre y madre putativa de Galad. Junto a ella venía la medio hermana de Yuria, Elitena Spara, y la noble llamada Saena Orgas.</p><p style="text-align: justify;">—Bienhallados, amigos míos —empezó la ercestre—. He oído que la reunión de ayer fue especialmente remarcable. No sé exactamente qué sucedió ni cómo lo hicisteis, pero los cambios de opinión que se han producido son... extraordinarios, cuanto menos.</p><p style="text-align: justify;">—Fue un acto de reconciliación entre las partes, nada del otro mundo —contestó Galad, quitándole importancia.</p><p style="text-align: justify;">—El sentido común hizo acto de presencia —añadió Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—No lo dudo, no lo dudo, pero tan de repente... después de tantos intentos y rechazos. es...</p><p style="text-align: justify;">—Si hubierais estado presente, habríais comprendido toda la verdad con las palabras de Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—No lo niego, y por supuesto que desearía haber asistido. Pero no fuimos convocados.</p><p style="text-align: justify;">—Seguramente porque fue una negociación entre las partes, y bastante precipitada —disculpó Galad a Ginathân.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, no era eso a lo que me refería...</p><p style="text-align: justify;">—No os andéis con más rodeos, Rania —la interrumpió Elitena, provocando una mueca de desaprobación en sus compañeras. «Vaya, la gatita saca las garras», pensó Yuria, seducida por la idea de asestar una buena bofetada en aquella cara de labios regordetes—. Lord Galan está muy descontento con la situación; no le gusta la idea de que el Káikar vaya a tener como rehén a un distrito del Pacto. Y, si me permitís añadirlo, me parece harto extraño que vuestra mediación haya conseguido un acuerdo de tales dimensiones cuando hacía meses que estaban siendo rechazados, con nada menos que un rey muerto y una guerra civil entablada. Lo más increíble que he visto en mi vida.</p><p style="text-align: justify;">—Porque has vivido muy poco —contestó Yuria sin ocultar el desprecio en su voz. Los ojos de Elitena temblaron levemente.</p><p style="text-align: justify;">—La lucha contra la Sombra bien merece que todos estemos unidos —medió Galad—. Me da la impresión por vuestras palabras que esperabais otro resultado de la reunión de ayer. Ahora mismo hay una guerra en el norte que requiere toda nuestra atención; una guerra civil sería un desastre, porque, si cae el Pacto, ¿quién podrá detener al enemigo después?</p><p style="text-align: justify;">—No os lo voy a negar —continuó Rania—, nosotros teníamos la esperanza de que Ginathân renunciara a sus aspiraciones. Pensamos que sería la solución menos mala. Pero, en fin, dejadme daros la enhorabuena por el acuerdo y haber podido sofocar la guerra civil en el Pacto, aunque lord Galan y lady Selaria —miró a Yuria— estén indignados por ello.<br /></p><p style="text-align: justify;">Rania, Elitena y Saena dieron algo más de conversación, esperando claramente que el grupo les dijera algo que le permitiera deducir cómo habían conseguido el acuerdo, pero consiguieron no da ninguna pista al respecto. Así que se despidieron educadamente.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Yuria acudió al encuentro que Genhard le había susurrado por la mañana. A solas, pues sabía que el kairk se sinceraría mucho más con ella si no llevaba a nadie más; no obstante, a sugerencia de Daradoth, llevó consigo el <i>Ebyrïth</i>, para que al menos el elfo pudiera escuchar la conversación y que así pudieran acudir en su ayuda si era necesario.En su camino al lugar de reunión pudo escuchar aquí y allá varias conversaciones, que mencionaban la presencia del mediador en voz baja, y también que al parecer, los nobles habían llegado a un acuerdo y la guerra civil no se iba a producir. «Las noticias viajan rápido», pensó. <br /></p><p style="text-align: justify;">En la antesala de las cocinas estaba todo muy tranquilo a aquella hora, en contraste con el resto de la ciudadela, que hervía de gente. El general de elegante uniforme, aspecto recio y sobrado carisma no tardó en aparecer. Pareció alegrarse sinceramente de ver a Yuria. «Por todos los sables de Ercestria, ese hombre sabe caminar», pensó. «Debo tener cuidado con estos pensamientos, no quiero distracciones innecesarias a estas alturas». Pero no pudo evitar que su corazón se acelerara y la sangre le palpitara en las sienes.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Hola, Yuria, me alegro de verte —sonrió.</p><p style="text-align: justify;">Cruzaron sus miradas durante unos intensos segundos, ausentes. Hasta que parecieron darse cuenta de la situación, y sacudieron la cabeza, incómodos.</p><p style="text-align: justify;">—Tengo muy poco tiempo. Solo quería decirte que fue extraordinariamente sorprendente la reunión de ayer. El discurso de lord Daradoth fue... como... como si nos hubiera abierto los ojos. Quiero saber si tú sentiste algo parecido a lo que sentí yo, porque realmente ahora pienso que estas luchas intestinas son estériles, y realmente si es tan abrumador el enemigo que llega por el norte y puede hacer peligrar nuestro modo de vida, debo compartir ciertas cosas contigo que me parecen muy urgentes.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Sí, claro que sentí lo mismo. Lo peor es que hay un conflicto que trasciende a los invasores del norte, un conflicto que implica a la Luz y la Sombra, y esta última quiere prevalecer en la guerra. Usando a los invasores como uno de muchos medios. Destrozará toda Aredia. Debemos prevalecer ante ella.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo... pero, ¿estás segura de que lo que quiere es destrozarnos? ¿No simplemente regirnos?</p><p style="text-align: justify;">—No. Acabará con todos nosotros, para evitar nuestra oposición.</p><p style="text-align: justify;">—Pero no...</p><p style="text-align: justify;">—Quizá más adelante te cuente todas las vivencias que hemos atravesado, y nuestra experiencia con la Sombra. De momento, créeme, no te engaño. Su hechicería es extremadamente poderosa, capaz de arrasar nuestro continente.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Ahora que lo mencionas, si me preguntas, ¿lo de ayer no sería fruto de la magia?</p><p style="text-align: justify;">—No, no lo fue en realidad. A causa de nuestras experiencias, precisamente en nuestra lucha contra la Sombra, parece ser que hemos sido tocados por la Luz de tal forma que podemos influir en el destino de la gente.</p><p style="text-align: justify;">—¿¿Cómo?? </p><p style="text-align: justify;">—Lo intento explicar lo mejor posible, pero no es algo mágico. Estoy siendo totalmente sincera contigo, Genhard. </p><p style="text-align: justify;">—Pero... eso es... extraordinario.</p><p style="text-align: justify;">—Espero que comprendas la magnitud de la confianza que estoy depositando en ti.</p><p style="text-align: justify;">Al otro lado de la línea de comunicación que era el búho de ébano, Daradoth intercambió miradas de preocupación con Symeon y Galad mientras les transmitía de la mejor forma posible la conversación de Yuria. «Esperemos no arrepentirnos de tanta confianza», pensó.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto que la comprendo —contestó Genhard—, y te aseguro que va a ser mutua.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias —sonrió Yuria.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Quiero explicarte abiertamente mi situación. Mis ayudas de campo empiezan a sospechar. Evidentemente, tenemos firmados varios contratos y aunque lo intente, no puedo desviar mis recursos a la lucha contra la... Sombra. Al sugerir algo al respecto, mis lugartenientes, Svarald, Svaston y Vythen empiezan a sospechar de mi cambio de actitud. Y, aún para ahondar más en mi conflicto interno, sé que mis... empleadores... están colaborando directamente con el enemigo del norte.</p><p style="text-align: justify;">—¿Lo sabes seguro? ¿De qué forma?</p><p style="text-align: justify;">—Sin duda. Les están dando acceso a sus tierras, y seguramente a los túneles del <i>kaikarésta</i>. No sé mucho más, pero esta rebelión de Ginathân les ha venido de perlas para distraer al Pacto.</p><p style="text-align: justify;">—Te agradezco la información. Supongo que te refieres a las casas Nastren y Vynkavos.</p><p style="text-align: justify;">—Veo que Ginathàn ya os ha informado. Lo suponía. Sí, me refiero a ellos.</p><p style="text-align: justify;">Yuria asintió con la cabeza, ausente, mientras meditaba en todo lo que le había dicho Genhard.</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">—Realmente lo de tus ayudas de campo es un problema. Necesitaríamos que vieran lo que puede causar el enemigo, y que te apoyaran para uniros a nuestra lucha.</p><p style="text-align: justify;">—No sé si eso será posible, sin una intervención tan extraordinaria como la de ayer. Solo quería que supierais que estoy con vosotros, pero que tengo ciertos problemas pendientes de resolver. Ahora, me tengo que ir, no puedo estar más tiempo ausente. Espero que nos veamos pronto.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto que sí.</p><p style="text-align: justify;">—Es lo que más deseo.</p><p style="text-align: justify;">Yuria volvió con el resto del grupo, con los que intercambió palabras de preocupación. Tendrían que intentar solucionar aquello de alguna forma.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá todo esto no sea tan negativo —sugirió Galad—. Es posible que Genhard pueda proporcionarnos las pruebas que necesitamos para que Ginathân rompa sus lazos con los nobles del Káikar.</p><p style="text-align: justify;">—Es posible, tendremos que hablar con él. Pero se arriesgará mucho si alguno de sus subordinados es fiel a la Sombra o es un agente de los kairks.</p><p style="text-align: justify;">Ya era casi mediodía. Urgidos por el tiempo, se dirigieron a sus habitaciones para ponerse sus mejores galas y acudir, por fin, a la ceremonia de coronación. Poco después, las campanas de todos los campanarios de la ciudad que todavía permanecían operativas, comenzaron a tañer. Salieron al patio de armas, donde los senescales y sirvientes ya estaban organizando a todo el mundo. Un senescal condujo a Daradoth y a Galad hacia una de las torres, pues ellos participarían activamente en la ceremonia, mientras otro condujo a Symeon, Yuria, Taheem y Faewald a través de la puerta principal, desde donde accedieron a la enorme plataforma sobre la que se habían erigido dos altas gradas para los nobles y personas de importancia. Mientras se dirigían a sus sitios, les sobrecogió la visión de la multitud; la ciudad hervía: miles y miles de personas, niños y animales se podían ver hasta los primeros edificios de la parte baja,y más allá. La algarabía era casi ensordecedora, intentando alzarse sobre el sonido de las campanas. Yuria dio un leve codazo a Symeon, indicándole un punto en el centro de la muralla, sobre la puerta principal: el mediador Eyr'Riazânn se encontraba allí, con los brazos cruzados y la capucha echada, observándolo todo desde una posición de privilegio. Las diferentes delegaciones y nobles fueron tomando asiento. Symeon, ataviado con su diadema élfica y portando el bastón, y Yuria con la sobresaliente ropa ercestre, no tuvieron problemas para elegir un sitio más o menos en el centro de la grada, respetados por todos los presentes. De la delegación de Ercestria, Yuria solo pudo ver presentes a Elitena, Saena, y Yoredas; Galan, Eleria y Rania no asistieron.<br /></p><p style="text-align: justify;">Entre bastidores, Galad y Daradoth se reunieron con el resto de oficiantes de la ceremonia, los llamados "oferentes del Cetro". Como ya les habían explicado, los líderes de los seis distritos del Pacto no recibían la denominación de "reyes", pues constituiría una falta de respeto hacia la estirpe desaparecida de los antiguos monarcas de Lândalor; en su lugar, recibían el título de "gobernador". Como tales, la "coronación" no consistía en la recepción de una corona, sino en la entrega del cetro que les permitía "guiar al rebaño" de su nación. Intercambiaron unas palabras protocolarias con el resto de oficiantes: lord Aelar, que había pertenecido al antiguo Consejo de Pureza y que sería quien entregara el cetro a Ginathân, como noble de más alto rango; el padre Earnôr, la <i>mater </i>Nirabêth, clériga de Valdene, lord Anâthur de Arlaria, y Eyruvëthil del Vigía. Siete en total.<br /></p><p style="text-align: justify;">Arkâros, Denarim y el resto de líderes de la plebe se dirigieron a la multitud congregada fuera de las gradas, separada de estas por una nutrida línea de guardias de la ciudadela, para celebrar el hito histórico y la esperanza de futuro que suponía la coronación de Ginathân. Tras una breve arenga que arrebató rugidos de alegría a la masa, tomaron su asiento preferente en primera fila de la grada izquierda.</p><p style="text-align: justify;">Poco después, comenzaron a sonar las trompetas y los cuernos. El murmullo ensordecedor de la multitud se fue acallando ante la inminencia del evento. Entre los sonidos de las fanfarrias, los oferentes hicieron acto de aparición, levantando vítores en la multitud.</p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="200" src="https://www.youtube.com/embed/SK-FuKy4Y2s" width="300" youtube-src-id="SK-FuKy4Y2s"></iframe></div><br /><p style="text-align: justify;">Galad, resplandeciente y poderoso en su túnica de paladín, y uno de los pocos a los que se permitía llevar su espada, no pudo evitar encogerse por dentro cuando miles de ojos se clavaron en él y las correspondientes gargantas rugieron gritos exaltados. Daradoth provocó no menos bramidos de júbilo en la audiencia, pero lo sobrellevó mejor que su compañero, e incluso esbozó una leve sonrisa. Los siete oficiantes tomaron asiento en sus respectivos lugares, y pocos segundos después, cuando aparecieron Ginathân y Somara anunciados por los senescales, el estruendo aún fue mayor. «La plebe los adora», pensó Symeon, observando las reacciones de la multitud con cierta sorpresa; «no es para menos, Somara está espectacular, incluso mi respiración se acelera al contemplarla».<br /></p><p style="text-align: justify;">Poco a poco los instrumentos fueron acallándose, y los senescales situaron en el centro del estrado un atril donde depositaron una preciosa caja de madera y terciopelo abierta, dejando a la vista el Cetro de Darsia, un pequeño bastón ricamente tallado y delicadamente trabajado. Madre Nirabêth fue la primera en tomar la palabra. Con una potente voz, profirió un breve discurso a modo de sermón, y bendijo el bastón de mando con gestos de ambas manos. Tras ella tomó la palabra el padre Earnôr, que escenificó un discurso muy ensayado con consignas emmanitas acompañado de las trompetas situadas sobre las torres. «Un discurso más propio de un bardo sermio que de un clérigo», pensó Symeon, ligeramente divertido. Earnôr acabó también bendiciendo el cetro, con gran pompa e histrionismo. A continuación fue el turno de Galad que, como paladín de Emmán lanzó a su vez consignas a favor de la Luz y haciendo referencias a la lucha heroica del norte. Después de la preceptiva bendición del cetro, fue el turno de Anâthur, mucho más comedido; tras él, Eyruvëthil manifestó el apoyo del Vigía a la ascensión de Ginathân, y a continuación llegó el turno de Daradoth. A pesar del hándicap del idioma, pues su Lândalo era bastante limitado, también levantó vítores de la multitud cuando se presentó como "lord" Daradoth Ithaulgir, capitán de los ejércitos de Doranna. A continuación, cambió al cántico para expresar su apoyo a Ginathân y su esperanza de prevalecer en el conflicto contra la Sombra. Aunque la multitud no entendió prácticamente nada, la musicalidad y la potencia de su lengua era tal, que levantó los mismos, si no más, vítores de la masa reunida. La traducción rugida por los senescales aún contribuyó más a ello. Y por último, tomó la palabra lord Aelar, que dirigió a los reunidos un discurso correcto pero desapasionado en comparación con sus predecesores, lo que provocó un enfriamiento del ambiente durante unos minutos.</p><p style="text-align: justify;">Volvieron a tañer las campanas, y las trompetas a alzar sus notas suavemente, mientras los clérigos elevaban sus oraciones cantadas a los respectivos avatares.<br /></p><p style="text-align: justify;">Acabadas las oraciones, uno de los senescales subió al atril y anunció con potente voz:</p><p style="text-align: justify;">—Como símbolo de su toma de posesión como Gobernador de Darsia, se hará ahora entrega del Cetro a lord Ginathân.</p><p style="text-align: justify;">Los siete oferentes se pusieron en pie mientras el senescal cogía con cuidado la caja y la ponía en manos de <i>mater </i>Nirabêth. Esta volvió a bendecirlo, y lo pasó al padre Earnôr, que lo bendijo a su vez y lo pasó a su derecha. Uno a uno, los oferentes declamaron las frases rituales que habían practicado durante breve tiempo el día anterior. Finalmente, llegó a manos de lord Aelar que, tras pronunciar la frase ritual, se dirigió hacia Ginathân. Él y Somara lo esperaban levantados.</p><p style="text-align: justify;">Aprovechando que todo el mundo se encontraba centrado en lo que ocurría lejos de él y con el sonido de las trompetas, Galad invocó el poder de Emmán para detectar algún enemigo en la escena. Sintió que uno de los tres ercestres presentes era definitivamente un enemigo de su dios.</p><p style="text-align: justify;">—Yo os ofrezco este Cetro como símbolo de la guía que Dársuma acepta en vuestra persona —declamó Aelar, alargando la caja hacia Ginathân.</p><p style="text-align: justify;">El noble ástaro cogió el cetro con movimientos muy cuidadosos, y lo alzó sobre su cabeza.</p><p style="text-align: justify;">—Este es el símbolo que me da el derecho a guiar a Darsia —exclamó—. Quien tenga algún reparo, que hable ahora o... </p><p style="text-align: justify;">Ginathán se derrumbó de repente, ante la sorpresa de su esposa, que fue incapaz de agarrarle. Galad y Daradoth se levantaron como un resorte, al igual que muchos de los presentes. Alguien en la grada de enfrente a la que se encontraban Yuria y Symeon bajó su capucha y gritó:</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">—¡<span style="font-variant: small-caps;">Yo me opongo a esta coronación</span>! —su voz estaba claramente potenciada de forma sobrenatural—. <span style="font-variant: small-caps;">¡Mi nombre es Ginalôr, hijo de Ginathân, prisionero en sus calabozos durante sesenta días, y reclamo el cetro de Darsia por la traición de mi padre!</span><br /></p><p style="text-align: justify;">Mientras Ginalôr hablaba, dos elfos dejaron caer también sus capuchas y saltaron hacia el estrado haciendo uso de sus poderes sobrehumanos. Desenvainaron espadas. Habían aprovechado las concesiones que Ginathân, en su buena voluntad, había concedido a los elfos para llevar capa y capucha. </p><p style="text-align: justify;">—¡Quietos! ¡Vigía, deponed vuestra actitud! —rugió Eyruvëthil.</p><p style="text-align: justify;">—¡<span style="font-variant: small-caps;">La paz en el Pacto debe ser restaurada, y el retorno a nuestras costumbres restablecido</span>! —siguió Ginalôr, que con sus palabras empequeñecía el resto de sonidos, mientras desde el interior de la ciudadela y apareciendo de la nada, varias figuras hacían acto de presencia en la plataforma acompañadas de lobos, que también parecieron materializarse desde el propio aire.</p><p style="text-align: justify;">El caos se desató por doquier. La mayoría de los presentes en el estrado y la ceremonia no tenían armas, con lo que se limitaron a retroceder o permanecer alerta. Galad sacó su espada, y Symeon empezó a avanzar hacia la tarima. Yuria empuñó disimuladamente una de sus pistolas.</p><p style="text-align: justify;">—¡A mí la guardia! ¡Proteged a Ginathân! —rugió el paladín como un trueno, toda una visión de gloria y poder con su espada resplandeciente en la mano, que provocó por fin la reacción en los soldados presentes, que accedieron al estrado gritando. «Todos ellos», pensó Galad con satisfacción.</p><p style="text-align: justify;">Los miembros del Vigía recién llegados se encararon con ellos, deteniéndose expectantes, y observando a Galad con cautela. La situación se quedó en suspenso, con una tensión palpable en el ambiente, los lobos gruñendo, pero sin nadie que se atreviera a dar el primer golpe, a pesar de las imprecaciones de Ginalôr. Galad dominaba la situación ahora, lo notaba.</p><p style="text-align: justify;">—¡Deponed las armas y seréis perdonados! ¡Ahora mismo! </p><p style="text-align: justify;">Su grito fue tan atronador, tan brutalmente intimidatorio, que muchos de los enemigos incluso dieron un paso atrás. La multitud calló e incluso Ginalôr detuvo sus imprecaciones. Todo el mundo se miraba, inseguros, sin saber muy bien qué hacer, mientras Symeon y Yuria continuaban acercándose. </p><p style="text-align: justify;">—¡Haced lo que dice! —atronó Eyruvëthil, apoyando las palabras de Galad.</p><p style="text-align: justify;">Por un segundo, parecía que todo iba a acabar allí. Pero una nueva voz se alzó en el estrado:</p><p style="text-align: justify;">—¡Adelante guardia! —clamó lady Arinêth, otra antigua miembro del Consejo de Pureza.</p><p style="text-align: justify;">—¡Quietos! —gritó alguien desde lo alto de la muralla, cerca de donde se encontraba el mediador.</p><p style="text-align: justify;">Las cerca de dos docenas de guardias en lo alto de la muralla apuntaron con sus ballestas hacia el estrado. Y de las puertas de la ciudadela salió una compañía de soldados que tomó también posiciones desde la otra parte. «Maldición», pensó Galad, «con lo bien que iba todo». Realmente, el paladín había conseguido hacer dudar a los enemigos y haber conjuntado así sus líneas, aunque ahora se encontraban rodeados por todas partes. Genhard se decidió por fin a gritar (en idioma kairk, que casi nadie entendió):</p><p style="text-align: justify;">—¡Cuervos! ¡Cuervos a mí! —cerca de una veintena de sus hombres apareció en pocos momentos, y enviaron mensajeros a movilizar a todos los posibles. Arinêth y Ginalôr gritaron algo en kairk hacia el general. Yuria sintió un leve regocijo: «seguro que no esperaban que estuviera de nuestro lado en esto», pensó.<br /></p><p style="text-align: justify;">Somara sollozaba, tratando de reanimar a Ginathân e intentando llamar la atención de Galad. El recién nombrado gobernador era presa de espasmos continuos cuando Symeon llegó por fin a donde se encontraban. El errante no tardó en detectar un pequeño pinchazo en la mano de Ginathân, donde brillaba una pequeña gota de sangre. Una aguja había penetrado y seguramente había inyectado veneno en su cuerpo. Por los síntomas, era demasiado tarde para aplicar sus conocimientos.</p><p style="text-align: justify;">—¡Galad! —espetó—. ¡Le han inyectado veneno! ¿Puedes hacer algo?</p><p style="text-align: justify;">El paladín se arrodillo rápidamente, puso una mano sobre la cabeza del ástaro e invocó el poder de su dios. Al cabo de unos segundos, el noble dejó de temblar y pareció estabilizarse. Yuria llegó también al lugar.<br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">Tras el silencio provocado por las imprecaciones de Galad, la plebe reaccionó. Los gritos de indignación de Arkâros hicieron salir a la multitud de su estupor, y provocaron que la masa comenzara a rugir indignada. Yuria comenzó a temer lo peor, igual que Ginalôr, que no había previsto aquello y por fin tuvo que callar.</p><p style="text-align: justify;">—Tenemos que sacar a Ginathân de aquí —dijo la ercestre.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —acordó Daradoth—. ¿Y los guardias de arriba? No han disparado aún.</p><p style="text-align: justify;">Dirigieron su vista hacia la muralla. Eyr'Riazânn estaba subido a una almena, había sacado su espada y se había deshecho de su capa, mientras seguía observando todo. Los ballesteros se habían hecho atrás, mirando fijamente al mediador.</p><p style="text-align: justify;">—Parece que esta vez nos está siendo de ayuda —dijo Symeon—. Aprovechémoslo.</p><p style="text-align: justify;">Comenzaron a desplazar a Ginathân, cuando oyeron la voz de Ginalôr:</p><p style="text-align: justify;">—¡Genhard! ¡Ordenad a vuestros cuervos que arresten a esta gente! ¡Poneos a mi servicio, yo soy el nuevo gobernador!</p><p style="text-align: justify;">—¡Sí, mi señor! ¡Como ordenéis! —contestó Genhard.<br /></p><p style="text-align: justify;">El general kairk dirigió a sus hombres unas palabras en su idioma. Estos comenzaron a tomar posiciones en el acto, inquietantes con sus uniformes negros y plateados. Y muy eficientes. «No me falles ahora, Genhard», pensó Yuria, sin perder su fe en él.</p><p style="text-align: justify;">Y efectivamente, para alivio de la ercestre, los cuervos desenvainaron sus espadas y en silencio comenzaron a abatir a los guardias de la ciudadela que amenazaban al grupo. Ginalôr y Arinêth gritaron hacia Genhard, incrédulos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Junto a Galad, Symeon y Yuria cayeron desde lo alto dos elfos, que saltaron sobre los defensores. Sus armas apuntaban directamente al corazón de Ginathân mientras caían. Galad se interpuso en su trayectoria, haciendo caer a uno de ellos, y Yuria disparó su pistola contra el otro, sin éxito. Afortunadamente, Daradoth utilizó sus poderes y confundió al elfo, consiguiendo que renunciara a su ataque. Mientras Galad y Yuria se enfrentaban a los atacantes, Symeon y Daradoth sacaban de allí a Ginathân y Somara. El caos se desató por fin en toda la plataforma.</p><p style="text-align: justify;">—¡Ginalôr! —se oyó gritar a Genhard—. ¡Rendíos y daos preso! —Yuria sintió un enorme alivio al oír esto. Todo lo contrario que los cabecillas de los enemigos, que no pudieron evitar que la frustración asomara a sus rostros.</p><p style="text-align: justify;">Arinêth se volvió para increpar de nuevo a los ballesteros de la muralla, pero cuando levantó la vista vio al mediador en la almena, con su espada en la diestra y el brazo izquierdo extendido a un lado, mostrando claramente su balanza plateada. Enmudeció, mordiéndose el labio.</p><p style="text-align: justify;">Mientras tanto, Galad y Yuria pudieron contener a duras penas a los elfos que querían asesinar a Ginathân, poniendo a uno fuera de combate y haciendo que el otro huyera. Poco después, los cuervos, los guardias fieles a Ginathân y los maestros de esgrima Astholân y Nirûnath ponían la situación bajo control. Nuevos efectivos de los cuervos y soldados darsios apaciguaron la situación, tomaron a los sublevados como prisioneros y dispersaron a la multitud. El mediador Eyr'Riazânn había desaparecido sin dejar rastro.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Ya más tranquilos, en el interior de la ciudadela, Symeon investigó más a fondo la ponzoña que había afectado a Ginathân. Una aguja bien disimulada en la caja había sido la causante. Tras algunas pruebas, obtuvo por fin sus conclusiones.</p><p style="text-align: justify;">—Es un veneno que los buscadores llamamos <i>Irtégámo</i> —compartió con todos los presentes—. Se hace con la sangre de personas infectadas por la <i>tos negra</i>. —Todos intercambiaron miradas, recordando a la pobre familia con los niños enfermos—. Necesitamos la sangre de una persona infectada para crear un fármaco que deberemos inyectarle. Esperemos que no sea demasiado tarde...<br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"> </p>
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<span style="font-size: x-small;">1. Durante el proceso de nombramiento como canciller de lady Ilaith en Eskatha, la capital de la Confederación de Príncipes Comerciantes, el grupo ya se encontró con tres Mediadores que se enfrentaron entre sí: Eyr'Mattren, Nyr'Sontaras y Nyr'Vuredan. Temporada 3, capítulo 15.</span><br />
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-73432562494993217992023-03-20T11:52:00.003+01:002023-03-28T23:53:06.462+02:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 39<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Anticipando la Coronación (III)</span><br />
</p><div style="text-align: justify;">Como ya había supuesto Galad, el <i>Empíreo </i>era una carta de presentación demasiado evidente para quien los conocía, y por eso, Dûnethar y Cirantor no expresaron ninguna sorpresa cuando los vieron allí. Los dos ástaros de pura raza eran militares del distrito de Galmia, pero ejercían casi todo el tiempo labores de diplomáticos en el exterior.<br /></div><p style="text-align: justify;">—Hermano Galad, lady Yuria —saludó Dûnethar—, qué casualidad encontraros aquí.</p><p style="text-align: justify;">—Bienvenidos, mis señores —contestó Galad—. Espero que todo vaya bien.<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Os parece que charlemos tomando un refrigerio?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, seguro que tenemos muchas cosas que contarnos.</p><p style="text-align: justify;">Sentados en la mesa de una taberna y tras un poco de charla intranscendente, Dûnethar planteó un interrogante:</p><p style="text-align: justify;">—Como ya supondréis, no hemos podido evitar saber de vuestros viajes por el Pacto con ese <i>vulfyr </i>atado al dirigible. Al parecer, sois los mayores artífices de sofocar la rebelión de la plebe en los distritos de Dahl y Katân. </p><p style="text-align: justify;">—Eso dicen —respondió Yuria tajante.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces... perdonad nuestra confusión. Pero, por una parte, sofocáis la rebelión en dos distritos del Pacto y por otro lado os encontráis aquí, apoyando a Ginathân en su reivindicación. ¿Esto tiene algún sentido? Si no es indiscreción, nos gustaría conocer vuestra motivación.</p><p style="text-align: justify;">—Nuestra motivación más importante —contestó Galad— es la lucha y la victoria contra la Sombra, mis señores. Eso hace que tengamos que tomar decisiones que parecen contradictorias, pero que redundan en el bien común y en el ulterior triunfo de la Luz.</p><p style="text-align: justify;">Dûnethar calló unos instantes, meditando las palabras del paladín.</p><p style="text-align: justify;">—Eso me plantea otro interrogante —Cirantor era más callado, pero también tenía sus preguntas—. Me cuesta comprender cómo es que Ginathân os tiene en tan alta estima, cuando la mitad del Pacto podría ser suyo ya si no hubierais intervenido.</p><p style="text-align: justify;">—Supongo que comprende nuestras razones mejor que la mayoría —Galad se encogió de hombros—. Independientemente de las rencillas, Ginathân apoya la lucha por la Luz.</p><p style="text-align: justify;">—Pero como todo el Pacto. Galmia y Arlaria están llevando el peso de la lucha. ¿No es mejor un Pacto unido con las legiones del sur luchando en la frontera?</p><p style="text-align: justify;">—Sí, por supuesto, y habrá que trabajar en estos días para hacerlo posible.</p><p style="text-align: justify;">Los ástaros no parecieron muy convencidos, pero dieron por terminado el tema. Preguntaron por Daradoth, Symeon, Faewald y Taheem, y emplazaron al grupo para una conversación más profunda con todos ellos, cosa que hicieron en uno de los pocos rincones intactos de los jardines de la ciudadela. Dûnethar y Cirantor aparecieron acompañados de un noble entrado en años, que presentaron como lord Cirenâth, uno de los hombres de confianza del rey Hiesher. </p><p style="text-align: justify;">Abundaron un poco más en la confusión que tenían sobre que el grupo hubiera sofocado rebeliones y ahora apoyaran a Ginathân. Daradoth expresó sus dudas acerca de la conservación de la pureza de las razas y lo obsoleto de tal pensamiento, lo que provocó momentos de tensión que finalmente se relajaron gracias a amables palabras de Galad y Symeon, y a la confianza que existía entre las dos partes.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Si queréis saber mi opinión —dijo Galad—, es tan justa una lucha como otra, y aquí Ginathân se ha impuesto, guiado por el amor.</p><p style="text-align: justify;">—Decís que Ginathân ha triunfado —contestó Dûnethar—, pero no estoy de acuerdo con vos. Se ha convertido en un títere del Imperio del Káikar, y ahora esperamos que no se convierta también en títere de la Confederación de Príncipes Comerciantes —lanzó una mirada inquisitiva a Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Eso está en vuestras manos evitarlo —manifestó Daradoth—. Si lo respetáis, no le hará falta recurrir a tales aliados.</p><p style="text-align: justify;">—Claro, claro... ¿creéis que el Káikar va a salir tan fácilmente de aquí? ¿Habéis visto las legiones y la flota en puerto? Esto no se soluciona tan fácilmente, y siento hablar en estos términos tan severos, pero vosotros vais a tener parte de la responsabilidad de lo que suceda a partir de ahora.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, ¿qué nos sugerís hacer? —interrumpió Symeon— ¿Qué propósito tiene esta reunión?</p><p style="text-align: justify;">Tras unos segundos de silencio, Dûnethar continuó:</p><p style="text-align: justify;">—El motivo de que estemos aquí es intentar conocer qué va a pasar a partir de ahora —miró a Yuria directamente—. Os voy a ser sincero; sabemos que vuestras intenciones son puras, y que vuestra motivación es la lucha contra la Sombra, por eso no os acusamos de nada. No obstante, nosotros estamos aquí para intentar que Ginathân renuncie al cetro de Darsia por todos los medios diplomáticos posibles, y establecer una especie de... armisticio... a todos los que lo han apoyado, ofreciéndoles una oferta los suficientemente generosa para que desistan de su rebelión. En ese sentido, sus majestades Girandanâth y Hiesher están dispuestos a hacer muchas concesiones para poner en el trono a un candidato consensuado y leal.</p><p style="text-align: justify;">—Pero Ginathân es leal... —empezó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—No entremos en una conversación en círculos, por favor. Ginathân podría haber aceptado un estatus especial en el Principado Ercestre, en el Pasaje del Viajero o incluso en la Región del Pacto.</p><p style="text-align: justify;">«El Principado Ercestre, ¿eh?», pensó Yuria. «Otra muestra de los abusos de poder del Pacto a lo largo de los últimos siglos».</p><p style="text-align: justify;">—Está bien —dijo Symeon—, pero contestadme a una sola pregunta, Dûnethar: ¿qué habría pasado con los miembros de la plebe que se levantaron a favor de Ginathân? No a los nobles, sino a la plebe, muchos de los cuales no son de pura raza.<br /></p><p style="text-align: justify;">Ante la duda y el consiguiente silencio de Dûnethar, fue Cirantor quien contestó, con su habitual tono quedo:</p><p style="text-align: justify;">—No sabemos responder a esa pregunta, Symeon. No lo sabemos.</p><p style="text-align: justify;">—Pues ahí tenéis una razón de esta situación.</p><p style="text-align: justify;">La conversación giró entonces hacia la impresión que cada miembro del grupo tenía sobre lord Ginathân. Symeon no dudó en afirmar que ahora no era más que un títere, Galad y Daradoth afirmaron que era un buen hombre arrastrado por la situación, lo que abundó aún más en los argumentos esgrimidos por los galmios, ante su temor de que el Káikar se apoderara de parte del Pacto. Yuria expresó su entendimiento de las acciones de Ginathân y su convicción de que la promesa de un armisticio no bastaría para acallar la rebelión. Dûnethar y Cirantor insistieron en que a Ginathân se le habían dado muchísimas opciones para no tomar aquella vía, y que había tenido (y todavía tenía) muchas posibilidades para abandonar su levantamiento. Finalmente, Dûnethar planteó directamente a Yuria la pregunta que había estado en el aire durante gran parte de la conversación:</p><p style="text-align: justify;">—¿Pensáis apoyar a Ginathân como representante de lady Ilaith?</p><p style="text-align: justify;">—Aún lo estoy pensando —contestó ella, de forma tajante.</p><p style="text-align: justify;">Con esto dieron por terminada la conversación, con los ástaros lamentando la situación y deseando que el grupo cambiara sus intenciones y se aviniera a razones.</p><p style="text-align: justify;">A media tarde, recibieron la visita de uno de los senescales de palacio. Ginathân los convocaba a una reunión formal el día siguiente a mediodía. Symeon planteó la necesidad de encontrarse a solas con Ginathân antes de aquella reunión para la que habían sido convocados. Para ello, Daradoth se reunió con Somara, que les arreglaría un encuentro de madrugada; en otro momento, sería imposible que se encontraran a solas con su marido.</p><p style="text-align: justify;">Poco después, Arëlen (la reina Arëlieth), acompañada de Ilwenn, se encontraba con Daradoth. La reina, desesperada por su estancia en Dársuma, preguntó acerca del motivo por el que estaban alargando su presencia en aquella ciudad.</p><p style="text-align: justify;">—Porque las cosas deben cambiar —contestó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—No todas.</p><p style="text-align: justify;">—O quizá sí.</p><p style="text-align: justify;">—Tendremos que conversar sobre esto largo y tendido...</p><p style="text-align: justify;">—Doranna ha perdido toda influencia en el exterior, y ya no acatan nuestras... sugerencias. Debemos esperar, pues lo que va a suceder aquí es importante para la lucha contra Sombra.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y por qué estamos apoyando a un rebelde arribista entonces?</p><p style="text-align: justify;">—Las circunstancias nos obligan. Los caminos de la Luz parecen ser inextricables. Y las razones de la raza son absurdas, Somara merece lo que tiene, no podemos oponernos a ese amor.</p><p style="text-align: justify;">La perspicaz Arëlen calló durante unos segundos, y acto seguido pidió a Ethëilë que la dejara a solas con Daradoth. Su petición fue denegada, así que siguió hablando:</p><p style="text-align: justify;">—La razón de que estemos aquí, ¿no será en realidad porque sentís algo por lady Somara, Daradoth?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto que no, eso es absurdo —«si me hubiera preguntado esto hace un mes, estaría en un serio aprieto», pensó Daradoth, mientras Arëlen intercambiaba una mirada con Ilwenn.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Bien, eso me tranquiliza.</p><p style="text-align: justify;">—¿Acaso no os hemos explicado lo que Somara está haciendo con la redoma de Ecthërienn? Es una persona especialmente importante para la causa de la Luz, y es otro factor para nuestro apoyo a Ginathän.</p><p style="text-align: justify;">Ilwenn habló por primera vez:</p><p style="text-align: justify;">—Es cierto que Somara parece una criatura muy especial, pero tengo mis reservas sobre nuestra presencia aquí. Cada vez que veo a lord Ginathân, lo percibo caminando entre ríos de sangre, y sobre él, o en sus manos, veo un cetro roto. Eso no parece una buena señal.</p><p style="text-align: justify;">—Ginathân no quiere el cero en realidad, lo hace por Somara y por las circunstancias, quizá tenga algo que ver. Yo no quería venir aquí, pero ahora que estamos, tenemos que intentar encauzar esto lo mejor posible.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Está bien, como vos deseéis, solo queríamos transmitiros nuestras dudas.</p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">Esa noche, igual que la anterior, Yuria salió a pasear por los jardines para intentar forzar un encuentro con Eleria. Pocos minutos después, un nudo en la hierba la hizo esbozar una sonrisa. Viejos señales del ejército ercestre. Caminó hacia donde le indicaban los signos. Finalmente, un hombre vestido discretamente, sin nada que lo pudiera identificar, la saludó y la invitó a acompañarle en un perfecto ercestre.</p><p style="text-align: justify;">Tras un arco de enredaderas, entró en un pequeño reservado donde Eleria, espléndida en su madurez, con el moño adornado con multitud de pasadores plateados, se levantó del banco donde se sentaba con una sonrisa en el rostro.</p><p style="text-align: justify;">—Yuria, qué alegría —se abrazaron.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZbZtCWICtxcTqFNmVszhv7AHwfyHB4R0Lfe0T8nbsT6BcUpseIYMIFSp04boymOv_PzOIjn6JuYViXz1ad6oZuyk_Q5YUGn82HzNwrTCh6DCBywyZGNUyaJMk7rjXd3oldneYMSvWaRi7q0cCJ-9UyYErtX8HxUVRuU15TewAull0b8_vCU_JGApVNw/s1880/Eleria%20Amernos.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1880" data-original-width="1280" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZbZtCWICtxcTqFNmVszhv7AHwfyHB4R0Lfe0T8nbsT6BcUpseIYMIFSp04boymOv_PzOIjn6JuYViXz1ad6oZuyk_Q5YUGn82HzNwrTCh6DCBywyZGNUyaJMk7rjXd3oldneYMSvWaRi7q0cCJ-9UyYErtX8HxUVRuU15TewAull0b8_vCU_JGApVNw/s1880/Eleria%20Amernos.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Lady Eleria Amernos<br /></td></tr></tbody></table><br /> Poco después, uno de los guardas aparecía con una botella de excelente vino ercestre y se retiraba discretamente.<p></p><p style="text-align: justify;">—Bueno Yuria, dime, ¿qué piensas de la situación?</p><p style="text-align: justify;">—La verdad es que no le veo un final cercano ni adecuado para nadie.</p><p style="text-align: justify;">—Me preocupa especialmente el Káikar. No me gusta la idea de que una parte del Pacto caiga en sus manos. Pero no veo la forma de expulsar a Genhard o de que Ginathân no cumpla sus promesas. Por desgracia en este caso, es una persona con honor fuera de toda duda. Y sé de buena tinta que el Káikar está colaborando con la nueva amenaza llegada del norte. Galan me transmitió todo lo que le explicasteis sobre la Luz y la Sombra... esos asuntos tan metafísicos quedan fuera de mi interés, pero sé que son una seria amenaza para todos nosotros. Lo que me interesa saber es: ¿por qué estáis apoyando a lord Ginathân sabiendo lo que sabéis, y más sabiendo que eso va a debilitar al Pacto y lo va a convertir en rehén de nuestros enemigos?</p><p style="text-align: justify;">—La situación es complicada, y hemos establecido lazos personales con él. Sé que no es lo más indicado, pero no podemos proceder de otra manera. Todavía no he decidido apoyarlo en nombre de lady Ilaith de los Príncipes Comerciantes, pues como creo que ya sabréis, soy plenipotenciaria suya...</p><p style="text-align: justify;">—Lejos de mi intención decirte lo que tienes que hacer —se notaba que a Eleria no le habían gustado nada las últimas palabras de Yuria—, pero deberás pensarlo muy bien. Recuerda: el idealismo es el enemigo de las buenas decisiones.</p><p style="text-align: justify;">Yuria calló, viendo la verdad en las palabras de su mentora, pero con la convicción de que estaban haciendo lo correcto.</p><p style="text-align: justify;">—En fin —continuó Eleria—, en realidad quería habla contigo por algo más que esto. El motivo principal por el que me he encontrado contigo... voy a ir al grano, cosa que hago pocas veces. Quiero que vuelvas a Ercestria.</p><p style="text-align: justify;">Yuria sintió un escalofrío al oír estas palabras, que trocó rápidamente en una sensación de júbilo, de triunfo por el reconocimiento. «Oh, cuántas veces he soñado con este momento», pensó, «y en qué mal momento me lo proponéis, Eleria».<br /></p><p style="text-align: justify;">—Eso es imposible en estos momentos... soy una exiliada —intentó excusarse.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Te aseguro que no es imposible en absoluto. Lord Galan está de acuerdo, yo estoy de acuerdo, y el príncipe Aryatar opina como nosotros. Si tres de las cuatro personas más poderosas del reino están de acuerdo en tu vuelta, te aseguro que no habrá nada que pueda impedirla.</p><p style="text-align: justify;">—Pero...</p><p style="text-align: justify;">—No hace falta que te precipites. Solo quiero transmitirte el momento de extrema necesidad que atraviesa nuestra nación, y que sin ti no podremos sobrevivir a lo que está viniendo. El Káikar, nuestro enemigo ancestral, está explorando más profundo que nunca el <i>kaikarésta </i>y colaborando con los invasores del norte, que según tus palabras son fieles a la Sombra. En nuestra frontera este, el Imperio Daarita está resurgiendo con fuerza; algún poder misterioso ha potenciado sus fuerzas y sus ejércitos nos amenazan una vez más. En Esthalia hay rumores de guerra civil según los cuales Robeld de Baun se ha alzado contra el rey Randor. Las herejías emmanitas proliferan en el sur del país. La Confederación Corsaria ha visto a su flota derrotada por primera vez en siglos por naves del Cónclave del Dragón, apoyados por los dalaneses, adastritas y unos extraños barcos de origen desconocido. Y añadido a todo esto, los rumores de invasores llegados del otro lado del Océano Argivio. Estamos totalmente rodeados de enemigos; creo que la situación exige que contemos con la mejor militar que hay en estos momentos en Aredia, que además es compatriota.</p><p style="text-align: justify;">» He visto el artefacto volador que has creado. Es absolutamente impresionante. Y un punto más para tu reconocimiento. Nuestro ejército lo necesita. La única posibilidad de sobrevivir a todas las amenazas que te he enumerado era la triple entente con Esthalia y Sermia, pero por esas mismas amenazas, la alianza no llegará a materializarse. Como te he dicho, no necesito una respuesta ahora, pero te pido que vuelvas —Yuria se estremeció; rogar era inaudito en Eleria—. No lo exijo; lo pido encarecidamente. Perdón absoluto y reconocimiento sin parangón.</p><p style="text-align: justify;">—Lo pensaré, de verdad.</p><p style="text-align: justify;">Tras darle todo tipo de información que Yuria juzgó que le sería de utilidad (sobre la reina Armen, sobre los Susurros de Creä y algunas cosas más) se despidieron. El orgullo de la ercestre estaba por las nubes, pero también su frustración. Sabía que no lo podía aceptar, pues debía mantenerse fiel a Ilaith, quien había confiado en ella desde el primer momento. Aun así, compartió sus dudas con el resto del grupo, y la información sobre todas las amenazas que le había enumerado Eleria.</p><p style="text-align: justify;">—Yuria —djo Taheem, cuyas palabras a veces dejaban entrever mucha profundidad en sus pensamientos—, sé que esa es tu mayor aspiración, pero ten en cuenta esto: el simple hecho de que te lo hayan ofrecido ya es un reconocimiento, y yo creo que el poder y la libertad que disfrutas con lady Ilaith no los tendrás nunca en Ercestria.<br /></p><p style="text-align: justify;">Estas palabras y los consejos en el mismo sentido del resto del grupo tranquilizaron a Yuria.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Ya de madrugada, el grupo se reunía con Ginathân, en un encuentro facilitado por Somara. La fatiga asomaba inexorable en el rostro del noble ástaro.</p><p style="text-align: justify;">—Es la primera vez desde que estamos aquí que podemos hablar con vos a solas —empezó Symeon—. Queremos saber exactamente, además de daros nuestra opinión, qué es lo que pensáis sobre esta investidura, y si podemos ayudar en algo.</p><p style="text-align: justify;">—Lo que pienso, sinceramente, es que no hay vuelta atrás. </p><p style="text-align: justify;">—¿Pero la deseáis realmente?</p><p style="text-align: justify;">—Si me hubierais preguntado eso hace un mes, os habría contestado que no, pero hoy en día... no creo que haya ninguna alternativa válida para que las cosas evolucionen y no haya represalias.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y el Káikar? Sabemos que os han propuesto un exilio cómodo, y nos preocupa que haber renunciado a él os haya arrojado a las manos de un enemigo peor que perjudique la lucha contra la Sombra.</p><p style="text-align: justify;">—Para mí, la falta de libertad y la falta de desconsideración a los menos favorecidos o puros de raza, también es Sombra, Symeon. Estoy seguro de que el hermano Galad entenderá mi posición —el paladín asintió quedamente.</p><p style="text-align: justify;">—Os comprendo perfectamente, recordad que, al fin y al cabo, soy errante.</p><p style="text-align: justify;">—Sin embargo —intervino Galad—, vuestras decisiones van a tener consecuencias, sean cuales sean. Es difícil cambiar todo de una sola vez. <br /></p><p style="text-align: justify;">—Pues esta vez tendrá que ser así, no queda más remedio. Y por eso quería tener todos los apoyos posibles.</p><p style="text-align: justify;">—Comprendemos vuestra decisión, solo queríamos asegurarnos de que teníais en cuenta todos los caminos. Y que tengáis en cuenta que vuestra decisión va a conllevar una guerra y muchas muertes de fieles a la Luz.</p><p style="text-align: justify;">—Pero si me echo atrás ahora, también morirá mucha gente, y creo que de forma más injusta.</p><p style="text-align: justify;">—Eso es cierto —dijo Daradoth—. Así que, como ya ha dicho Symeon, apoyaremos lo que decidáis. Pero no puedo participar en la ceremonia como "representante" de Doranna, eso no.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, está bien. Os agradezco vuestro apoyo, sé que es una decisión difícil de entender, pero creo sinceramente que es la mejor. Supongo que habéis recibido la convocatoria para la reunión formal de mañana, ¿verdad? —Asintieron—. La reunión ha sido convocada por la delegación de Galmia, y explícitamente pidieron que estuvierais presentes, supongo que para dejar claro que me ofrecen unas condiciones de renuncia excelentes. Pero... bueno, ya sabéis. Comprended por otra parte que mañana estarán presentes Genhard y los nobles, y no seré tan libre para hablar sinceramente.<br /></p><p style="text-align: justify;">» Y, por otra parte... ya que estamos sincerándonos... Yuria, ¿creéis que sería posible obtener el apoyo de Ercestria en todo esto? Lord Galan y su delegación se han reunido conmigo sobre todo para informarse, y sugerirme que lo mejor sería no recibir el Cetro, pero aun así, los he notado receptivos a otras... posibilidades.</p><p style="text-align: justify;">—Os voy a ser sincera del todo, Ginathân. Estratégicamente, el Káikar va a tener un punto fuerte con vos, y Ercestria solo os apoyará para evitar su ganancia de poder.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Pero no puedo evitar ser fiel a mi palabra, es todo lo que tengo en estos momentos. Por otro lado, el Káikar es muy grande y no creo que todos los kairks colaboren con la Sombra. Si tuvierais pruebas de que Genhard o sus señores lo hacen, podría renunciar a los votos dados; mientras tanto, es imposible.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Y lo respeto, Ginathân, os lo aseguro. </p><p style="text-align: justify;">—Lo mismo digo —añadió Galad—, el honor es una rara cualidad en estos días.</p><p style="text-align: justify;">Con estas palabras y Ginathân reprimiendo a duras penas los bostezos, se despidieron hasta el día siguiente.</p><p style="text-align: justify;">Esa noche Symeon volvió a visitar el mundo onírico, y a través de uno de los ventanucos vio una figura de presencia camuflada cerca del <i>Empíreo</i>. Se dirigió hacia allá con toda la discreción del mundo. Pero no fue suficiente. Algo lo apresó prácticamente en cuanto apareció en el patio de armas. Notó como si el aire se hubiera solidificado a su alrededor y cada vez ejerciera más presión sobre él, le costaba respirar. Tres presencias lo rodeaban. Bregó y se concentró, pero no pudo aflojar la presión. Boqueaba a duras penas.</p><p style="text-align: justify;">En el mundo de vigilia, Galad y Daradoth vieron cómo el cuerpo de Symeon se hacía translúcido de repente, y desparecía. Se miraron, sorprendidos.</p><p style="text-align: justify;">«Han conseguido traerme físicamente al mundo onírico», pensó Symeon, desesperado, con lágrimas en los ojos e intentando gritar. Mientras sentía cómo los enemigos dirigían algunos hechizos contra él, recurrió a su fuerza de voluntad, sacando reservas que no sabía que tenía <i>[punto de destino]</i>, y consiguió reventar la barrera que lo apresaba, reapareciendo en el mundo de vigilia, gritando e intentado recuperar el aliento. Se alegró de ver a Galad y Daradoth, preocupados e intentando tranquilizarlo.</p><p style="text-align: justify;">—Hay gente ahí muy poderosa —dijo entrecortadamente—, y muy peligrosa. He escapado por pura suerte.</p><p style="text-align: justify;">—¿La Sombra? —preguntó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Posiblemente. He estado a un segundo del punto de no retorno. Tenemos que avisar a los elfos del vigía que están aquí, no quiero que puedan morir por no prevenirlos.</p><p style="text-align: justify;">Tras una discusión sobre la conveniencia de avisar o no avisar a las delegaciones del Vigía, finalmente la insistencia de Symeon hizo que fueran allá. Ante uno de los elfos, el llamado Naläroth, Daradoth tradujo las palabras del errante:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Hay enemigos muy peligrosos en el mundo onírico. Tened cuidado si podéis deambular por él, y también en vuestros sueños.</p><p style="text-align: justify;">Naläroth los miró unos segundos con gesto de extrañeza y, agradeciéndoles la información, volvió a sus aposentos. </p><p style="text-align: justify;"> </p><p style="text-align: justify;">Durmieron hasta bien entrada la mañana del día siguiente, y poco después de levantarse, tuvo lugar la reunión a la que les habían convocado la jornada anterior. En el salón de cónclaves se encontraban prácticamente todos los visitantes de la ciudadela: la delegación de Galmia con Dûnethar, Cirantor, lord Cirenâth y otra noble que no habían visto hasta entonces, lady Innabêth; la delegación de Arlaria con lord Anâthur a la cabeza y los enviados del Vigía; la delegación de Hêtera, comandada por lord Kânar y lord Arkonâth, que fueron debidamente presentados; Genhard, tres de los nobles fieles a Ginathân y los nobles lord Aelar y lady Arinêth. El grupo acudió con sus mejores galas y posesiones: la diadema y el bastón de Symeon enarcaron más de una ceja entre los presentes, y la ropa de Yuria y Daradoth y la imponente presencia de Galad vestido con su túnica de paladín atrajeron miradas apreciativas. Lord Ginathân procedió a la introducción:</p><p style="text-align: justify;">—Estamos aquí reunidos a petición de la delegación de Galmia, que insistió en que el grupo de lord Daradoth estuviera presente —Daradoth no dijo nada acerca del tratamiento "lord"—. Así que, por favor, proceded a exponer los motivos de este encuentro.<br /></p><p style="text-align: justify;">Dûnethar se levantó y aclaró la voz.</p><p style="text-align: justify;">—Pedí a lord Ginathân que os convocara a todos a esta reunión, porque quiero que seáis todos testigos de lo que se habla y se ofrece en esta conversación —Ginathân se rio por lo bajo, mientras Dûnethar miraba directamente al grupo—. Hoy es el último día antes del acto que marcará el punto de no retorno, y quiero que sepáis de primera mano cuál es nuestra oferta, que hemos acordado todas las delegaciones en conjunto. Lord Cirenâth la detallará.</p><p style="text-align: justify;">Dûnethar se sentó y el noble entrado en años se levantó con un leve quejido.</p><p style="text-align: justify;">—Para que conste, mis señores, la delegación de Galmia, tal como ha acordado con Arlaria y con Hêtera, está dispuesta a realizar unas concesiones muy importantes a lord Ginathân y sus fieles. Primero, todos aquellos que se arrepientan de los pasos que han dado y quieran volver al orden establecido, serán bienvenidos al seno del Pacto y no se adoptará ningún tipo de castigo contra ellos. Segundo, aquellos que no quieran plegarse a las exigencias del Alto Consejo, podrán continuar su vida mediante un armisticio general, pero deberán abandonar el territorio matriz del Pacto; podrán establecerse en cualquiera de los territorios satélites. Tercero, asignaciones monetarias y patrimoniales.</p><p style="text-align: justify;">Lord Cirenâth estuvo enumerando con la exactitud de un contable diferentes asignaciones dinerarias, de tierras, bosques y caza que serían concedidos a cada uno de los rebeldes que no quisiera volver a la disciplina del Pacto; unas condiciones que sin duda eran muy generosas en pos de evitar una guerra civil abierta.</p><p style="text-align: justify;">Dûnethar volvió a tomar la palabra:</p><p style="text-align: justify;">—Como podréis apreciar, esta oferta es harto generosa. Por supuesto, con el paso del tiempo seguramente estas restricciones se relajarán y lo más probable es que progresivamente obtengáis acceso para viajar a través del Pacto y finalmente volver a vuestras vidas anteriores. El precio es que vos, lord Ginathân, renunciéis al Cetro de Darsia y sea el Alto Consejo quien designe un rey leal.</p><p style="text-align: justify;">» No queremos tropas extranjeras en los distritos del Pacto —miró a Genhard—; no queremos nada que nos distraiga de la lucha contra el enemigo del norte. Esto le está haciendo mucho daño al Pacto y a la lucha contra los invasores, así que espero que lo penséis bien y cambiéis de opinión, lord Ginathàn.</p><p style="text-align: justify;">Al sentarse Dûnethar, se levantó uno de los elfos, que dejó caer su capucha:</p><p style="text-align: justify;">—Soy Nirôthien, comandante de los elfos del Vigía. —El grupo se quedó de piedra al reconocer al elfo. Era uno de los miembros del Consejo de Irainos, siempre presente en las reuniones que habían tenido en el Valle del Exilio—. Creo que hablo por todos los presentes cuando digo que el Vigía no apoya vuestra ascensión. Sé que, en el pasado, miembros de las filas del Vigía intentaron quitaros la vida, y os pido disculpas por ello, aunque los aquí presentes no tuvimos nada que ver con ello. Pero lo cierto es que el Vigía no os apoyará y tratará de evitar vuestra presencia en el trono. Así que, por favor, Ginathân, pensadlo muy bien.</p><p style="text-align: justify;">Symeon se levantó, desafiante. Galad tradujo sus palabras al lândalo.<br /></p><p style="text-align: justify;">—El anciano Irainos nos dijo que el Vigía no había enviado a nadie con su conocimiento. No creo que habléis por la totalidad de vuestra organización.</p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">—Eso no es necesario —intervino una elfa, que se levantó apartando su capucha. Era Eyruvëthil, destacada miembro del consejo—. Nadie tiene por qué enviarnos. Como comandante y miembro del alto consejo, tengo plenos poderes para transmitir nuestra decisión, y Ginathân debe renunciar.</p><p style="text-align: justify;">Contra lo que la antigua princesa élfica esperaba, aquel errante no se amilanó: <br /></p><p style="text-align: justify;">—Entonces, me dais la razón, no habláis en nombre de todo el Vigía.</p><p style="text-align: justify;">—No es necesario que diga nada más —dijo ella.</p><p style="text-align: justify;">Ginathân se puso en pie, calmando los ánimos:</p><p style="text-align: justify;">—No hay nadie más atormentado que yo por mi decisión, mis señores, mi señora. Pero lo cierto es que no puede haber marcha atrás. Hay demasiada gente implicada, demasiadas palabras empeñadas, y demasiado en juego. Os ofrezco una entente cordial. Por supuesto, me comprometo a no reclamar tierras fuera de Darsia ni a emprender acciones hostiles, y espero lo mismo de vosotros, al menos mientras se prolongue la guerra en el norte. Quizá después tengamos que dirimir nuestras diferencias de otra manera, pero mañana aceptaré el Cetro.</p><p style="text-align: justify;">—¡Esto es inaceptable! —exclamó lord Anâthur—. ¡Vais a llevar al Pacto a la destrucción!</p><p style="text-align: justify;">Varias voces se alzaron, recriminando la decisión de Ginathân, y otras reclamando calma. </p><p style="text-align: justify;">Daradoth se levantó, y esperó. Paulatinamente, el silencio se hizo en la sala.</p><p style="text-align: justify;">—El problema que tenemos aquí —dijo— es muy serio, y la solución no existe. No obstante, todos los presentes tenemos un enemigo común, y todo el tiempo que perdemos aquí le favorece. Sinceramente, la disputa que se presencia aquí, comparado con lo que viene del norte, es ridícula. Mi grupo ha venido aquí desviándose de la ruta original precisamente para apoyar al Vigía en su lucha contra la Sombra. Así que os suplico a todos los presentes aparcar las diferencias, al menos de momento, y resolverlas cuando la situación sea más estable. Pero todo esto será inútil si Aredia cae bayo el yugo del enemigo del norte, ¡bajo el yugo de la Sombra! ¡Todos, incluido el Káikar —miró a Genhard—, debemos enviar ayuda para la batalla!</p><p style="text-align: justify;">Un silencio sepulcral siguió a las vehementes palabras de Daradoth <i>[punto de destino]</i>. El elfo aguantó estoicamente la tensión, mirando retador a todos los reunidos. La iluminación de la sala fue más clara durante unos segundos, los colores más vibrantes, los sonidos más intensos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Lord Anâthur rompió el silencio.</p><p style="text-align: justify;">—Maldita sea —dijo, mirando fijamente a la mesa—. Tenéis razón. Tiene razón —levantó la mirada hacia lord Cirenâth—.</p><p style="text-align: justify;">Eyruvëthil se puso de pie.</p><p style="text-align: justify;">—Es verdad. Reconozco nuestro error. Lord Daradoth tiene razón. Por mi parte, sé que lord Ginathân es una persona honorable y confío en su palabra.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien —continuó Cirenâth—. Si nos dais vuestra palabra de permanecer fiel, no tomar acciones ofensivas y destinar una tercera parte de vuestras tropas a la lucha en el norte, por nosotros hay acuerdo. ¿Los demás? —todos asintieron.<br /></p><p style="text-align: justify;">Ginathân se levantó a su vez.</p><p style="text-align: justify;">—Lord Daradoth ha hablado bien. Ha sido muy claro y ha removido nuestras consciencias. Debemos derrotar a nuestros enemigos comunes —miró a Genhard, que en ningún momento hizo ningún gesto de desacuerdo, e hizo un gesto a uno de los senescales:— Traed a los escribas.</p><p style="text-align: justify;">Con una sensación extraña pero reconfortante, el grupo se despidió de los reunidos mientras los escribas transcribían el contenido del acuerdo, dispuesto para ser lacrado por los diplomáticos. Había sido una sesión agotadora, y ya era bien entrada la tarde. Intentaron encontrarse con Genhard ese mismo día y aprovechar su influencia, pero dada la urgencia de los preparativos para la ceremonia del día siguiente les fue imposible. Tendrían que dejarlo para más adelante.</p><p style="text-align: justify;">La noche transcurrió sin incidentes y por fin amaneció el día señalado. Daradoth se encontraba esperando a que sus compañeros despertaran, como era habitual, observando con una taza de té a través de uno de los ventanucos. Un escalofrío recorrió su espalda. Una figura se encontraba en el patio de armas, contemplando el Empíreo con los brazos cruzados, y al instante llamó la atención el fulgor intermitente que despedía algo en una de sus muñecas. Una balanza. «Maldición, ¿otra vez?», pensó, recordando el episodio con los Mediadores en la proclamación de lady Ilaith como Canciller.<br /></p><br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-74188436189145574952023-03-09T12:52:00.004+01:002023-03-11T08:37:38.230+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 38<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Anticipando la Coronación (II)</span><br />
</p><p style="text-align: justify;">El bullicio de los carpinteros y constructores no tardó en despertarles. Parecía que lord Ginathân había movilizado a los gremios al completo para acelerar los trabajos de cara a la ceremonia.</p><p style="text-align: justify;">A media mañana, Violetha se encontró con Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Ha ocurrido algo que creo que debes saber, hermano —dijo—. Esta mañana ha llegado a la ciudadela un tal lord Anâthur, del distrito de Arlaria. Parece que es importante, lleva una delegación de varias docenas de personas; y han venido varios elfos con él.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien, Violetha, muchas gracias. Ten mucho cuidado, es posible que pasen cosas imprevistas estos días. Si es así, quiero que vayas lo más rápido posible al <i>Empíreo </i>y nos esperes allí.</p><p style="text-align: justify;">—Claro, Symeon, así lo haré.</p><p style="text-align: justify;">El errante corrió a compartir la nueva información con sus amigos, transmitiéndoles sus sospechas de que los elfos mencionados por su hermana no podían sino pertenecer a las filas del Vigía. En una comunicación fugaz, Daradoth contactó con Irainos, que dijo desconocer la presencia de elfos con ninguna delegación de Arlaria; sin embargo, el anciano descartó que fuera un caso anormal: el Vigía colaboraba estrechamente con el Pacto, y era posible que algún comandante hubiera decidido enviar una representación a petición de alguno de los nobles, o incluso del propio rey. Irainos no tenía por qué aprobar todos los movimientos de los miembros de la organización, menos aún cuando se encontraban dispersos por toda la frontera norte.</p><p style="text-align: justify;">Symeon decidió pasar las siguientes horas rondando de la forma más discreta posible los pasillos alrededor del salón de cónclaves de Ginathân, para ver qué podía averiguar. Aproximadamente una hora después salía de la sala el que parecía ser lord Anâthur, acompañado de un séquito desarmado, entre ellos dos figuras encapuchadas cuyos movimientos los delataban claramente como elfos para los ojos de Symeon. «Curioso, les permite ir encapuchados», pensó.<br /></p><p style="text-align: justify;">Mientras tanto, Yuria y Galad se habían dirigido junto con Astholân y Nirûnath a supervisar el trabajo de los carpinteros y constructores. En un momento dado, la ercestre se detuvo y frunció ligeramente el ceño.</p><p style="text-align: justify;">—¿Ves eso? —susurró a Galad—. ¿Esos dos carpinteros?</p><p style="text-align: justify;">Galad los observó durante unos momentos, discretamente.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —dirigió un mirada de complicidad y preocupación a Yuria. Los dos carpinteros estaban claramente dejando puntos débiles en la estructura que estaban construyendo, como si quisieran facilitar la provocación de un accidente.</p><p style="text-align: justify;">Mientras Yuria y Galad observaban la escena, sonó un cuerno. Un pregonero de la ciudad anunció con una voz atronadora que la ceremonia de coronación se retrasaría una jornada más. Al parecer, había que dar tiempo para recibir "ilustres personalidades" y "completar las obras necesarias".</p><p style="text-align: justify;">Una vez finalizaron los anuncios, Galad y Yuria comentaron con los maestros de esgrima que les acompañaban el hecho que habían visto. En pocos minutos, los dos carpinteros eran arrestados con mucha discreción y eran conducidos al interior de la torre principal.<br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">Daradoth, que se encontraba con Ethëilë en sus aposentos, recibió la visita de uno de los senescales de Ginathân. El futuro rey reclamaba su presencia, así que se dirigió a reunirse con él, precedido por el servidor. En la sala de cónclaves se encontraba Ginathân, conversando con Rania Talos, la "madre" de Galad. En cuanto el elfo entró, se despidieron y la ercestre se marchó.</p><p style="text-align: justify;">—Quería haceros una propuesta, Daradoth —dijo Ginathân—; por supuesto, sois libre de rechazarla si no os parece aceptable. Quisiera que me acompañarais en el estrado durante la ceremonia como... representante de los elfos de Doranna. Estoy seguro de que vuestra presencia convencería a mucha gente de la idoneidad de mi reclamación, y evitaría muchos conflictos en el futuro. ¿Qué os parece?</p><p style="text-align: justify;">—Pues habréis de disculparme, pero esto es muy imprevisto y tengo que pensarlo al menos unos minutos... ¿os importa que os haga antes unas preguntas?</p><p style="text-align: justify;">—Adelante, por supuesto.</p><p style="text-align: justify;">—Sé que ha llegado un grupo de elfos con una representación de Arlaria, ¿podríais decirme algo sobre ellos?</p><p style="text-align: justify;">—Si, se han presentado como Finnerion y Naläroth, oficiales de la hermandad del Vigía.</p><p style="text-align: justify;">—Ya veo... ¿y qué pensáis al respecto? ¿Os sentís seguro?</p><p style="text-align: justify;">—El simple hecho de que lo hayan anunciado abiertamente me reconforta, no creo que ahora suceda algo parecido a lo de Arbanôr. Eso sí, me han sugerido que debería cancelar la ceremonia, y cuando me he negado en redondo, su segunda propuesta ha sido que la lleve a cabo, pero que debería abdicar en un plazo no superior a seis meses.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y no teméis que intenten nada? —«mejor no decirle nada de los centauros de momento», pensó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Los tendremos muy vigilados, y no creo que lo hagan, habiéndose presentado claramente.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Bien... bueno, retomando vuestra propuesta... no me importa acompañaros en la ceremonia, pero no me gustaría que me presentarais como "representante" de Doranna.</p><p style="text-align: justify;">Ginathân meditó durante unos segundos.</p><p style="text-align: justify;">—Respetaré vuestra decisión, sin duda, pero presentaros de esa manera es lo que haría que muchas suspicacias fueran erradicadas y ahorraría violencia futura. Además, me gustaría que vos fuerais uno de los oferentes de la corona de Darsia.</p><p style="text-align: justify;">—Hoy por hoy, no estoy en condición de "representar" a Doranna, Ginathân. Soy noble, sí, pero mi situación no me permite presentarme así. Creo que podría ser más negativo que positivo, y más habiendo elfos presentes en Dársuma.</p><p style="text-align: justify;">—De acuerdo, podríamos cambiar el término... no sé, "enviado", o alguna otra cosa... quizá podríamos pedir consejo a Galad. ¿Podríais comentarlo con vuestros compañeros?</p><p style="text-align: justify;">—Sí, por supuesto.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth se retiraba, aunque Ginathân lo hizo detenerse.</p><p style="text-align: justify;">—Casi me ovidaba. Los elfos de los que os he hablado no son los únicos que han venido con la delegación; creo que han llegado cuatro en total.</p><p style="text-align: justify;">—Os agradezco la información —hizo una leve reverencia, y salió de la sala.</p><p style="text-align: justify;">En una pequeña sala del mismo edificio, Yuria y Galad se sentaban ante los carpinteros "saboteadores", que resultaron ser cuñados Al principio intentaron disimular, pero, aunque uno de ellos, Kadion, se mostró inquebrantable, el segundo, Adarâth, se derrumbó de forma relativamente fácil:</p><p style="text-align: justify;">—Yo no... no quería, mis señores, lo juro por todos los dioses. De verdad que no... tengo dos hijas enfermas y... y necesito la cura. La necesitamos —sollozó.</p><p style="text-align: justify;">Yuria lo calmó un poco para que hablara con algo de sentido, y Adarâth les contó que tenía dos hijas gravemente enfermas desde hacía bastante tiempo, que los clérigos de Dársuma cobraban demasiado por aplicar sus conocimientos curativos, y una anciana se había acercado a él ofreciéndole varias dosis de remedio a cambio de su colaboración en el asunto del sabotaje.</p><p style="text-align: justify;">—Mis dos hijas son ángeles del cielo, mis señores —dijo—, y no tuve más remedio que aceptar. No podía pagar un clérigo, no podía...</p><p style="text-align: justify;">A Galad le hirvió la sangre cuando se enteró de que los clérigos de la ciudad (quizá incluso era algo generalizado en el Pacto) cobraban por ayudar a los necesitados.</p><p style="text-align: justify;">—Si nos decís dónde se encuentran vuestras hijas, quizá podamos ayudarlas —dijo Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Pero no puedo pagaros, mi señor paladín.</p><p style="text-align: justify;">—Yo no cobro por ayudar.</p><p style="text-align: justify;">Al oír esto, las lágrimas asomaron a los ojos de Adarâth.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias... gracias padre. ¿Conoceréis las tisanas o los ungüentos necesarios? </p><p style="text-align: justify;">Galad respondió con evasivas, extrañado de que los clérigos utilizaran tales remedios en lugar del favor de su dios. «Aunque, claro, pueden ser clérigos que no sirvan al bendito Emmán», pensó. Adarâth tampoco pudo ofrecer ningún detalle sobre la anciana que le proporcionó la medicina, solo que contactó con él aproximadamente una semana antes.</p><p style="text-align: justify;">—¿La reconoceríais si volvierais a verla? —interrogó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Creo que sí, padre.<br /></p><p style="text-align: justify;">Dando por zanjada la conversación con Adarâth, Galad recurrió a sus poderes para vencer la resistencia de Kadion, que solo así soltó la lengua. Su hijo, "el pequeño Robald", al igual que las hijas de Adarâth, se encontraba enfermo. Y la misma anciana le proporcionó la medicina, que no fue suficiente para curarlo definitivamente. Le prometieron que se encargarían de ayudar a su familia. Ambos tendrían que volver al trabajo y hacerlo bien.</p><p style="text-align: justify;">Entre tanto, Daradoth se dirigió a los aposentos de la delegación de Arlaria, que se encontraba cusodiava —vigilada— por varios guardias fieles a Ginathân. Pidió al senescal que lo acompañara y anunciara su llegada, cosa que este hizo con gran eficacia. La delegación ocupaba una media docena de habitaciones sitas en el mismo pasillo.</p><p style="text-align: justify;">Tras una primera conversación con muchas dificultades de comunicación con un ástaro que lo recibió, consiguió que este trajera a su presencia a uno de los elfos de la delegación. La fama de Daradoth en el Vigía (y en el Pacto, no olvidemos que fue uno de los artífices de sofocar las rebeliones) tuvo efecto:</p><p style="text-align: justify;">—Vos sois Daradoth de Doranna, ¿verdad? —preguntó el elfo en Anridan—. Mi nombre es Finnerion.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Así es.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué deseáis de nosotros?</p><p style="text-align: justify;">—Querría saber qué os ha traído aquí.</p><p style="text-align: justify;">—Somos una delegación diplomática de Arlaria —la voz del elfo sonaba extrañada.</p><p style="text-align: justify;">—¿No venís en nombre del Vigía entonces?</p><p style="text-align: justify;">—Son muchas preguntas, mi señor, mejor lo dejamos aquí.</p><p style="text-align: justify;">Poco después, Daradoth contactaba de nuevo con Irainos, pero no pudo obtener ninguna reacción por parte del anciano. La estructura dispersa y no piramidal del Vigía permitía que sucediera lo que estaba pasando, excepto en lo que atañía a los centauros.<br /></p><p style="text-align: justify;">Yuria y Galad, acompañados por Taheem y Avriênne, atravesaron la ciudad para visitar la casa familiar donde residían los carpinteros Adarâth y Kadion. En un barrio bastante degradado encontraron la construcción, que había visto tiempos mejores. Los recibió una mujer que acusaba los esfuerzos del trabajo y de las preocupaciones, que se sorprendió de recibir aquellos visitantes de presencia tan imponente. Con amables palabras, no tuvieron problemas para que les granjeara el paso a la casa. Al fondo, al lado del hogar, pudieron ver dos niñas y un niño más pequeño con aspecto enfermizo. Yuria los inspeccionó durante unos minutos:</p><p style="text-align: justify;">—Están afectados por lo que en Ercestria llamamos <i>tos negra</i>. Sé que hay remedios para aliviarla, pero no conozco la cura. —Se giró para hablar con la mujer, la esposa de Kadion y madre del niño—. Tengo entendido que los clérigos cobran por sus servicios de curación. ¿Tenéis idea de qué cantidad?</p><p style="text-align: justify;">—Una cantidad enorme, señora. La última vez nos pidieron por cada enfermo dos monedas de oro o bienes que equivalieran a ese valor.</p><p style="text-align: justify;">Yuria rebuscó en su bolsa.</p><p style="text-align: justify;">—Tomad, coged esto —dijo tendiendo unas monedas a su interlocutora.</p><p style="text-align: justify;">La mujer casi sufre un vahído al ver depositadas en su mano nueve monedas de oro de generoso peso.</p><p style="text-align: justify;">—Pero... pero... mi señora...</p><p style="text-align: justify;">—Lo sé. Curad a vuestros muchachos, es todo lo que pido. Y que le contéis lo que Galad y Yuria han hecho por vosotros a Kadion y Adarâth. Que recuerden sus lealtades.</p><p style="text-align: justify;">—Recordadles también que deben realizar su trabajo con minuciosidad —añadió Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, claro que lo haré, mil gracias —las lágrimas corrían por su rostro—, mil gracias, mil gracias. </p><p style="text-align: justify;">Sin tardanza, acompañaron a Surien, que así se llamaba la mujer, hasta el templo de Indrel (otro nombre de Ninaith), donde se despidieron de ella deseándole suerte.</p><p style="text-align: justify;">—¿No os parece extraño lo de que los clérigos cobren tal fortuna por sus servicios? —inquirió Taheem.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, me parece indecente —contestó Galad—. Y extraño que utilicen ungüentos y pociones para sanar, en lugar del favor de su dios —se persignó haciendo una cruz en su frente, el típico gesto emmanita.</p><p style="text-align: justify;">—Extrañas costumbres las de este país.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá sea una de esas cosas que Ginathân podrá cambiar a mejor —añadió Yuria—. Esa familia era claramente mestiza, no de pura sangre ástara.</p><p style="text-align: justify;">Ya entrada la tarde, el grupo se reunió de nuevo al completo, y pusieron en común sus respectivas pesquisas. Daradoth narró su negativa a ser presentado como un "representante" o "enviado" de Doranna. Symeon sugirió que quizá Irainos podría "nombrar" a Daradoth como "embajador" del Vigía, y así evitar problemas con Doranna, pero descartaron esa opción, pues Ginathân lo que quería era la influencia de la poderosa nación élfica. Finalmente, tras mucho discutir, encontraron una posible fórmula: dado que Daradoth había sido capitán de una de las torres que bloqueaban los Pasos de Kesarn, propusieron a Ginathân lo siguiente:</p><p style="text-align: justify;">—Ginathân —empezó Daradoth, un poco receloso ante la presencia de Genhard al lado del noble—, hemos estado discutiendo largo y tendido sobre vuestra petición, y si lo aceptáis podréis presentarme como "lord" y "capitán de los ejércitos".</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, ya sabéis que no os exijo nada, y cualquier ayuda es bienvenida.</p><p style="text-align: justify;">Durante toda la conversación, Yuria estuvo planteándose internamente prestar su apoyo a Ginathân como representante de la cancillería de los Príncipes Comerciantes, pero finalmente desechó tal idea. «No es seguro que esto beneficie a Ilaith de alguna manera, mejor esperar a ver qué sucede y hacerlo solo si es absolutamente necesario», pensó.</p><p style="text-align: justify;">Al atardecer, Violetha volvió a encontrarse con Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Ha acudido una nueva delegación a la ciudadela —informó—. Procede de Galmia, el otro distrito norteño. Son varias docenas de personas, y unos pocos elfos entre ellos. La encabeza un tal lord Cirenâth, un noble ya entrado en años, que no se encontraba en el frente. En estos momentos se encuentran reunidos con lord Ginathân junto a algunos miembros de la delegación de Arlaria.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias, Violetha —dijo su hermano—, ten cuidado y mantennos informados, por favor.</p><p style="text-align: justify;">Poco después, ya por la noche, Symeon entró de nuevo al mundo onírico. Esa vez, tras un largo tiempo de vigilancia, nada extraño ni hostil sucedió.</p><p style="text-align: justify;">El día siguiente, por la mañana, los carpinteros volvieron al trabajo, entre ellos Kadion y Adarâth. Tras una breve inspección, Galad y Yuria vieron con satisfacción que esta vez sí estaban realizando su trabajo correctamente.</p><p style="text-align: justify;">Symeon, por su parte, se reunió con Violetha para obtener más información.</p><p style="text-align: justify;">—Todo lo que sé —dijo ella— es que están ofreciendo a Ginathân ofertas muy generosas, aunque no conozco los detalles, a cambio de que renuncie al cetro de Darsia. Por supuesto, él se niega.</p><p style="text-align: justify;">Más tarde esa misma mañana, una flotilla de barcos aparecía en puerto, con estandarte de uno de los reinos del Káikar. Comenzaron a descargar comida a espuertas, ante el regocijo de la multitud. La propaganda del "Supremo Imperio" funcionaba a pleno rendimiento. </p><p style="text-align: justify;">Poco después, aparecía en la ciudadela una nueva delegación, esta vez del distrito de Hêtera.</p><p style="text-align: justify;">Mientras tanto, Daradoth volvía a encontrarse con la dulce Somara. Le habló de su preocupación por los enemigos de su esposo, y la posibilidad de que algo malo sucediera antes o durante la ceremonia. O quizá incluso después. Planteó a la errante la posibilidad de intentar convencer a algunos miembros de las delegaciones visitantes en Dársuma haciendo uso de sus... habilidades. Combinadas también con las capacidades de él mismo y sus compañeros. Somara expresó sus reservas a esa idea:</p><p style="text-align: justify;">—No puedo negar que conozco tener ciertas capacidades fuera de lo normal —dijo ella—. No obstante, no considero buena idea revelarlas a mis enemigos, ni creo que tenga la capacidad de hacerlos cambiar de idea respecto a unas costumbres que han seguido toda su vida. Pero, una vez dicho esto, os debo mi vida y la de mi bebé, y por ello, si vos pensáis que podría cambiar las cosas, estoy dispuesto a hacerlo.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth la miró muy fijamente, con las ideas agolpándose en su mente.</p><p style="text-align: justify;">En el patio de armas, mientras inspeccionaba el trabajo de los carpinteros, Galad creyó ver algo por el rabillo del ojo. Se giró. Tiró de la manga de Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Mira —la instó—. ¿No son esos...?</p><p style="text-align: justify;">—Dûnethar y Cirantor —confirmó ella, mirándolo con cierta inquietud—. Sí.</p><p style="text-align: justify;">—Espero que no estén demasiado resentidos con nosotros. Y seguro que saben que estamos aquí, con el <i>Empíreo </i>ahí en lo alto...</p><p style="text-align: justify;">Dicho y hecho, justo en ese momento, los dos ástaros parecieron darse cuenta de la presencia del paladín y la ercestre. Susurraron unos segundos, y comenzaron a acercarse.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-40107547646322646452023-02-20T14:02:00.003+01:002023-02-24T22:00:32.857+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 37<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Anticipando la Coronación</span><br />
</p><p style="text-align: justify;">Acabada la conversación, mientras Daradoth se dirigía a dar un paseo con Ethëilë por lo que quedaba de los jardines antes de retirarse a descansar, Galad se interesaba por las fuerzas de seguridad que se encargarían de mantener el control durante la coronación.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá —sugirió a Ginathân— seria bueno que Yuria y yo inspeccionáramos el lugar y las condiciones antes del evento.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, buena idea —coincidió el futuro rey—. Mañana mismo os buscaré para hacerlo. <br /></p><p style="text-align: justify;">Ya en sus aposentos, Symeon anunció a sus compañeros su intención de inspeccionar el mundo onírico de Dársuma. Galad lanzó sus habituales protecciones sobre el errante, y Daradoth permaneció alerta ante cualquier imprevisto.<br /></p><p style="text-align: justify;">Symeon entró en la dimensión anexa sin problemas. La reciente situación en el mundo de vigilia, con violencia, muertos y destrucción se plasmaba también en aquella realidad. A través de las ventanas de sus habitaciones oníricas podía ver cómo humaredas etéreas se alzaban aquí y allá, y zonas donde la luminosidad era menos clara. Sigilosamente, salió al patio de armas, donde la representación ilusoria del <i>Empíreo </i>se veía claramente: un radiante barco acorazado y volador, de luz suave y dorada. Y bajo el dirigible, una figura observándolo. Una presencia que controlaba fácilmente su apariencia en el mundo onírico y que se ocultaba bajo unas extrañas capa y capucha se giró de repente hacia él, percibiéndolo. Y en un abrir y cerrar de ojos, la figura desapareció. El errante salió al exterior y se acercó más hacia el lugar, observando atentamente ante posibles trampas o alarmas dejadas por el extraño.</p><p style="text-align: justify;">De repente, sintió algo a su espalda, que le rozó y pasó de largo. La familiar sensación de un ataque onírico. Como el relámpago, se giró. Una figura, quizá la misma de antes, se encontraba en lo alto de la muralla, y al instante desapareció. Symeon saltó a lo alto. A lo lejos, ya en el límite de la ciudadela, pudo ver la figura, que no parecía controlar su apariencia tan perfectamente como la que había visto antes. De forma increíblemente fugaz, la figura dejó ver características de centauro en su silueta. Symeon saltó de nuevo, pero no consiguió seguir su estela, y retrocedió al punto, temiendo la aparición de más extraños. Situó un par de alarmas en el <i>Empíreo </i>y en las habitaciones de Ginathân y Somara antes de retornar a un sueño normal.<br /></p><p style="text-align: justify;">Cuando Symeon compartió su experiencia con el resto del grupo, hubo rostros de preocupación.</p><p style="text-align: justify;">—Noté dos presencias, y una de ellas dejó entrever facciones de centauro —dijo, resumiendo—. Es posible que trataran de engañarnos sobre su raza, pero por las circunstancias, creo que realmente perdió el control de su aspecto y se trataba efectivamente de un centauro.</p><p style="text-align: justify;">—¿Te atacaron? —inquirió Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Uno lo intentó, pero falló al hacerlo por sorpresa, y sin intentarlo más, huyó. Me extrañó.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Quizá no querían ser descubiertos, o que no descubriéramos su verdadera naturaleza.</p><p style="text-align: justify;">—Es posible —coincidió Symeon—. Pero si realmente son centauros, creo que las únicas posibilidades son o que hayan venido de Doranna o del Vigía. Y si fueran del Vigía, nos habrían avisado, ¿no?</p><p style="text-align: justify;">—Supongo que sí —terció Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Por otro lado, el Empíreo es un reclamo muy fuerte en el mundo onírico, su manifestación llama la atención, y el primer extraño que vi lo estaba rondando. Por si acaso, he dispuesto alarmas.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth no perdió más tiempo y contactó a través del <i>Ebirïth </i>(el búho de ébano que les servía como comunicador) con Irainos. Al preguntarle sobre la presencia de centauros en el mundo onírico de Dársuma, el anciano elfo expresó su extrañeza:</p><p style="text-align: justify;">—No me consta que ningún centauro se haya desplazado fuera del Valle del Exilio. Realmente los necesitamos a todos defendiéndonos de las continuas incursiones a través del mundo onírico. No obstante, lo consultaré con el resto de miembros del Consejo.</p><p style="text-align: justify;">—Y si no pertenecieran a las fuerzas del Vigía, ¿sabéis de donde pueden proceder?</p><p style="text-align: justify;">—Hasta donde alcanza mi conocimiento, los centauros solo pueden proceder del Vigía o de Doranna.<br /></p><p style="text-align: justify;">Daradoth también informó acerca de sus planes allí y de llevarse a Somara en su viaje a la Gran Biblioteca. Refirió la nueva situación del alma de Ecthërienn, más soportable:</p><p style="text-align: justify;">—Somara lo reconfortó, y ha accedido a esperar un tiempo más; ya recuerda quién es.</p><p style="text-align: justify;">—Extraordinario —contestó Irainos—. Quizá no concedimos a esa mujer la importancia que merecía, pero nuestra percepción en esos casos creo que es bastante limitada.</p><p style="text-align: justify;">—Es una criatura extraordinaria —se limitó a recalcar Daradoth—. En todos los sentidos.</p><p style="text-align: justify;">Por la mañana, Ginathân apareció con Genhard y los dos maestros de esgrima</p><p style="text-align: justify;">—Tal y como ayer sugirió Galad —dijo, mientras el paladín afirmaba con la cabeza—, vengo a pediros que me acompañéis en la inspección del lugar de la ceremonia, agradeceré sobremanera vuestros consejos.</p><p style="text-align: justify;">—Por descontado, mi señor —concordó Yuria.<br /></p><p style="text-align: justify;">Ella y Galad pasaron la mañana recorriendo la entrada principal de la ciudadela, donde los carpinteros ya habían empezado a trabajar para construir una plataforma para la ceremonia de coronación. </p><p style="text-align: justify;">—La parte religiosa de la celebración —explicó Ginathân—, la bendición, será llevada a cabo por el clérigo de Emmán, el padre Earnôr, y la sacerdotisa de Valdene, mater Nirabeth. </p><p style="text-align: justify;">—Podéis contar conmigo si lo deseáis —se ofreció Galad, provocando una sincera sonrisa en su interlocutor.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, por supuesto, será un honor contar con un verdadero paladín de Emmolnir. Os lo agradezco de corazón.</p><p style="text-align: justify;"><span class="fundeu-field fundeu-field-consulta-fanswer">» Por otro lado, la ceremonia civil será oficiada por lord Aelar, como noble de más alto rango de todos los aquí reunidos.<br /></span></p><p style="text-align: justify;">La intención de Ginathân era que el momento fuera contemplado por el mayor número de personas posible, una pesadilla para la seguridad del futuro rey. Fue Galad quien demostró tener un talento fuera de lo común para detectar puntos débiles y establecer las medidas de seguridad adecuadas. Los encargados de la seguridad, los maestros de esgrima Astholân y Nirûnath le mostraron su agradecimiento.</p><p style="text-align: justify;">Mientras tanto, esa misma mañana, Daradoth, que se encontraba leyendo el libro <i>De las Vías de la Luz</i>, recibió comunicación de Irainos a través del <i>Ebirïth</i>. El líder del Vigía le comunicó que había consultado con el resto del Consejo, y nadie tenía noticia de que ningún centauro se hubiera trasladado fuera del Valle del Exilio. Daradoth le agradeció la información. Por otra parte, a mediodía, el joven elfo aprovechó para congraciarse con lord Ginathân, pidiéndole disculpas por su brusquedad el día anterior.</p><p style="text-align: justify;">—Perded todo cuidado, Daradoth —respondió el noble—. No me sentí ofendido, ni mucho menos. Como ya sabéis, os considero más que aliados; os debo mi vida, la de mi mujer y la de mi hijo no nato, y no puedo sino estaros agradecido por ello. Compartid una botella de vino conmigo.</p><p style="text-align: justify;">En la conversación que siguió, Ginathân expresó su preocupación, pues había tenido que recurrir a "aliados de emergencia", y las promesas de ayuda a cambio de una franja de tierras en el sur para las casas Nastren y Vynkavos del Káikar iban a traer muchos problemas.</p><p style="text-align: justify;">Al final del día, más o menos la mitad de tropas que se habían encontrado acampadas en el exterior de Dársuma, tanto de los Cuervos de Genhard como de las leales a Ginathân se pusieron en marcha hacia el norte. Había que asegurar el control del distrito cuanto antes, y no podían esperar más. Los exploradores ya habían partido de madrugada, con la misión de alertar ante cualquier posible incursión del resto de los distritos del Pacto. En la ciudad, masones, herreros y carpinteros trabajaban sin cesar. El general Genhard tuvo una breve conversación con Galad, en la que se interesó por la presencia de un paladín allí, y cómo se había reunido con el grupo. El paladín le respondió con evasivas, como ya era su costumbre.</p><p style="text-align: justify;">Poco después, Genhard se acercó a Yuria. </p><p style="text-align: justify;">—¿Podríamos tener unas palabras, mi señora?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto.</p><p style="text-align: justify;"> Genhard despidió al noble que lo acompañaba, lord Ardamâth, uno de los fieles a Ginathân, con un gesto. «Qué gran ascendiente tiene si puede despedir tan displicente a uno de los nobles de confianza de Ginathân», pensó Yuria.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Ha llegado a mis oídos —continuó el general— vuestra gran capacidad en el campo de batalla, y que sois una gran experta en el campo de la artillería y la maniobra. —Yuria se sintió halagada, su ego necesitaba algo así—. Me gustaría saber qué hace una comandante tan capaz como vos fuera de Ercestria, que atesora a los oficiales como si fueran diamantes.</p><p style="text-align: justify;">—Digamos que elegí mi propio camino.</p><p style="text-align: justify;">—Eso es lo que me interesa, y más sabiendo que fuisteis capaz de diseñar este ingenio volador —señaló al <i>Empíreo</i>, anclado sobre el patio de armas—.</p><p style="text-align: justify;">—¿Os agrada?</p><p style="text-align: justify;">—Diría más que eso. Esto abre las posibilidades de la guerra a campos hasta ahora inexplorados. ¿Habéis pensado en crear otros modelos más...recios?</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, pero todavía no he encontrado la solución —mintió ella.</p><p style="text-align: justify;">—En fin, sé que de primeras me vais a decir que no, pero si os interesa un puesto de responsabilidad, extremadamente bien remunerado y con el adecuado reconocimiento, el Káikar estaría muy interesado en vuestros servicios.</p><p style="text-align: justify;">Yuria rechazó la oferta, alegando que ya tenía un puesto de tales características, y Genhard se interesó por Tarkal y lady Ilaith. Lo que Yuria le dijo contradecía sus ideas sobre los Príncipes Comerciantes, a los que el general kairk consideraba simples contrabandistas adinerados con mercenarios a sueldo.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Y sin embargo, estáis aquí —los ojos de Genhard brillaron con un destello de suspicacia—. Y no alcanzo a comprender el motivo, teniendo ejércitos que comandar.</p><p style="text-align: justify;">—Estoy en un viaje de exploración y diplomacia.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Claro, por supuesto, por supuesto... —su sonrisa no dejaba lugar a dudas de que no creía ni una palabra—. Bueno, la oferta seguirá en pie siempre que lo deseéis. Ahora, permitidme invitaros a una copa.</p><p style="text-align: justify;">Tras unos tragos, Genhard pareció relajarse y sincerarse:</p><p style="text-align: justify;">—La verdad es que os envidio. Estoy algo cansado de la vida de mercenario, y me gustaría encontrar a un señor (o señora) que mereciera mi lealtad inquebrantable. Aún no lo he encontrado.</p><p style="text-align: justify;">—Lady Ilaith...</p><p style="text-align: justify;">—No dudo que consideréis a vuestra señora de fiar, pero mi experiencia me dice lo contrario, y los nobles son movidos por ambiciones que van más allá de cualquier relación personal o de moralidad. No creo que vuestra señora sea diferente, aunque os concedo el beneficio de la duda. De momento, estoy atado por varios contratos activos; veremos cuando se ejecuten o se rescindan; es posible que nos encontremos de nuevo —quedó pensativo.</p><p style="text-align: justify;">En ese momento, sonó un cuerno procedente de la muralla exterior. Una visita importante llegaba a la ciudadela. En pocos segundos, atravesaron la puerta principal varios jinetes. La comitiva no llevaba estandartes, pero los pertrechos y la calidad de los caballos daban a entender que eran gente importante. Yuria abrió mucho los ojos cuando, entre los jinetes, reconoció a la duquesa lady Eleria Amernos, la jefa del cuerpo de informadores ercestre. Y pocos segundos después, reconoció también a lord Galan Mastaros, archiduque de Ercestria y valido del rey Nyatar, y a Rania Talos, la madre adoptiva de Galad. El grupo ya se había encontrado con ambos unos meses atrás en Creä, poco antes del evento del Ra'Akarah.</p><p style="text-align: justify;">La comitiva ercestre, que desviaba su mirada sorprendida una y otra vez hacia el <i>Empíreo</i>, fue recibida enseguida por el castellano y varios nobles, y no reparó en Yuria y su acompañante. Genhard se despidió rápida y educadamente. Yuria lo contempló mientras se alejaba, pensativa. «Parecía tan sincero y... honorable; nunca lo habría dicho. Esas cicatrices...». Desechó el pensamiento; no quería reconocer que quizá el general había dejado demasiada huella en ella, y reprimió los incipientes sentimientos. Sacudió la cabeza; «no hay tiempo para distracciones». Se precipitó a buscar a sus amigos, para informarles de los recién llegados.<br /></p><p style="text-align: justify;">Poco después, el grupo era convocado para cenar esa noche en compañía del futuro rey. Pero decidieron no esperar hasta la noche, y, dado que su relación en Creä había sido tan buena, se desplazaron directamente hasta los aposentos de los ercestres. Un guardia les dio el alto en la entrada, pero cuando transmitió sus nombres a sus superiores les granjearon el paso en el acto.</p><p style="text-align: justify;">—Por todos los sables de Ercestria —saludó Galan Mastaros, afable—, las últimas personas que esperaba encontrarme aquí. Pasad, pasad, hay muchas cosas que tenéis que contarme.</p><p style="text-align: justify;">Tanto el archiduque como Rania se acercaron a ellos, siempre flanqueados por un par de guardias. Lady Eleria, cuya descripción había proporcionado Yuria al resto, permaneció siempre en un segundo y discreto plano, y no abrió la boca ni siquiera para saludar a Yuria. Esta comprendió enseguida, y no hizo ningún gesto de reconocimiento. Pero sintió un escalofrío cuando, entre las personas que rodeaban a Galan, reconoció Elitena, su medio hermana. «No puede ser, maldición», pensó, con el rencor agitándose en lo más profundo de su ser.<br /></p><p style="text-align: justify;">—No esperaba encontraros de nuevo tras lo de Creä —continuó Galan, que a continuación presentó a sus compañeros:— Ya conocéis a Rania Talos, y estos son Elitena Spara, Yoredas Gaeros, Saena Orgas y —señaló a Eleria— Selaria Raethos. </p><p style="text-align: justify;">Elitena no hizo ningún gesto de reconocimiento hacia su hermana, y Yuria prefirió no hacerlo tampoco. El grupo pidió a Galan una conversación más privada, y el noble accedió a ello. Quedaron solo él y Rania. Les informó que los vestalenses habían hecho trascender el rumor de que el Ra'Akarah había ascendido.</p><p style="text-align: justify;">—El Ra'Akarah murió, no tengáis ninguna duda —aseguró Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Y entiendo que vosotros...</p><p style="text-align: justify;">—Sí —interrumpió Daradoth—, entendéis perfectamente.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, no puedo más que felicitaros, y ofreceros mis respetos.</p><p style="text-align: justify;">—Os lo agradecemos, mi señor —contestó Galad, siempre cortés. </p><p style="text-align: justify;">Tras unos minutos de conversación más o menos intrascendente, Daradoth intervino con su brusquedad habitual:</p><p style="text-align: justify;">—Ya sabéis que no me gusta andarme con rodeos, lord Mastaros —dijo—. ¿Debemos entender que vuestra presencia aquí implica que su majestad el rey Nyatar apoya la rebelión de Ginathân?</p><p style="text-align: justify;">Galan lo miró, valorativamente. No estaba acostumbrado a unas preguntas tan directas. Lo habitual en su mundo era la sutilidad y la precaución, todo lo contrario que sucedía cada vez que se encontraba con aquel elfo impetuoso.</p><p style="text-align: justify;">—Su majestad solo quiere... saber qué sucede. Y ofrecer una vía de mediación para la paz, si es posible.<br /></p><p style="text-align: justify;">Hablaron también de los invasores en el norte y en el este; los ercestres estaban enterados de todos los rumores, pero aquellas zonas se encontraban lejos y poco pudieron decirles acerca de aquello.</p><p style="text-align: justify;">Rania y Galad intercambiaron palabras educadas y correctas, ni mucho menos lo que se esperaría de una madre y un hijo, aunque con tono afable, después de la importante ayuda que les había prestado en Creä. Daradoth, por su parte, mencionó la ayuda urgente que necesitaba Phâlzigar en la Región del Pacto, y a sugerencia de Mastaros escribió una carta dirigida al rey Nyatar de Ercestria con una petición de ayuda o, al menos, de reclamo de su interés.</p><p style="text-align: justify;">Cuando abandonaron los aposentos esrcestres, en el breve tiempo que quedaba hasta la cena, Yuria aprovechó para revelar al resto la presencia de su medio hermana en la delegación. El odio y el desprecio eran palpables en sus palabras, así que nadie quiso ahondar mucho en aquella historial.<br /></p><p style="text-align: justify;">La cena empezó con un ambiente tenso, dada la presencia de gentes del Imperio del Káikar y de Ercestria, enemigos irreconciliables. No obstante, los caracteres relajados de Genhard y de Galan contribuyeron a distender el encuentro.</p><p style="text-align: justify;">Galad aprovechó para intercambiar unas palabras con Arkâros, el demagogo líder de la plebe. Este no tuvo ningún cuidado con sus palabras ni su tono:</p><p style="text-align: justify;">—El pueblo está entusiasmado, ¡entusiasmado, os digo! Llevábamos esperando esto desde hace siglos, ser libres y poder casarnos con quien nos plazca. Esto es solo el principio de una revolución mucho más profunda, ¡recordad mis palabras! —Algunos de los nobles presentes se volvieron a mirarle con cierto disgusto, pero la mayoría prefirió ignorarlo, por el bien de la velada. Lady Arinêth, la antigua miembro del Consejo de Pureza, le recriminó tal vía de pensamiento, y ambos se enzarzaron en una discusión estéril de la que el resto se desentendió.<br /></p><p style="text-align: justify;">Tras la cena, Somara se encontró con ellos, y les informó de que aquella misma tarde había tenido que aliviar a Ecthërienn de un nuevo episodio de desesperación.</p><p style="text-align: justify;">—¿Creéis que estamos obrando bien, Somara? —preguntó Galad, atormentado por la situación y la responsabilidad sobre una vida de sufrimiento.</p><p style="text-align: justify;">—Si queréis mi opinión, creo que yo lo habría... liberado... la primera vez que hablé con él. Ahora parece estar más aliviado y sobrellevar mejor su situación, aunque sea con una sensación de ebriedad. Es posible que, si encontráis la forma de devolverlo a la vida, cambie su actitud y se dé cuenta de que era lo mejor que podíais hacer. No os atormentéis más, Galad, solo sois un hombre —Somara cogió la mano del paladín, que al instante sintió esa calidez, ese candor que hacía asomar lágrimas a sus ojos.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias, mi señora, bendita seáis —fue lo único que alcanzó a decir.</p><p style="text-align: justify;">Ya tranquilos en sus aposentos, Symeon entró en el mundo onírico. Realizó una breve visita a las habitaciones ercestres, donde no vio nada extraño. Acto seguido salió al patio de armas, y lo primero que vio fue una presencia, claramente un centauro, levitando hacia el <i>Empíreo</i>. El errante utilizó su habilidad de Viajar para situarse instantáneamente ante el dirigible:</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué hacéis aquí?—inquirió. El centauro se sorprendió y perdió el control de su forma. Durante un instante, Symeon pudo ver la representación de un Ojo del Vigía sobre el pecho de su interlocutor.<br /></p><p style="text-align: justify;">Al instante, algo le impactó en la espalda. Le atacaban. «Maldita sea», pensó, perdiendo el aliento durante unos segundos por el dolor. Afortunadamente, esta vez estaba prevenido. Mientras se situaba en una posición más ventajosa, intentó contemporizar. Pero sus oponentes lanzaron un nuevo ataque sobre él, que lo impulsó sobre la borda del <i>Empíreo</i>. </p><p style="text-align: justify;">En el mundo de vigilia, Symeon empezó a sangrar por la comisura de los labios mientras se agitaba en el sueño. Galad lo zarandeó y le golpeó levemente un par de veces, permitiéndole despejarse un poco y despertar. El paladín se apresuró a sanar las heridas de su compañero.</p><p style="text-align: justify;">—Me atacaron como la vez anterior —contó Symeon—. Y esta vez he visto un centauro con el Ojo del Vigía. No creo haber sido engañado, perdió el control de su forma y lo vi fugazmente.</p><p style="text-align: justify;">Al punto, Daradoth contactó con Irainos, al que refirió lo ocurrido. </p><p style="text-align: justify;">—Creo que deberíais investigarlo, Irainos, y si pudiérais enviarnos a alguien para ayudarnos con el mundo onírico, os lo agradeceríamos.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, veremos de qué recursos podemos prescindir.</p><p style="text-align: justify;">—Y tened cuidado, Irainos, pues si realmente son centauros del Vigía, alguien está actuando por su cuenta.<br /></p><br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-20088754757313196452023-02-09T19:03:00.003+01:002023-03-15T13:48:21.210+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 36<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Retorno a Dársuma. Hacia la Coronación de Ginathân.</span><br />
</p><p style="text-align: justify;">El grupo discutió acerca de la conveniencia de viajar a Dársuma para investigar más sobre la posible capacidad de Somara de acceder (o despertar) el poder del Orbe. Daradoth se mostró firmemente en contra de perder más tiempo (al menos cuatro jornadas) y proseguir su camino hacia la Gran Biblioteca. Pero Galad y Symeon no se mostraron tan convencidos.<br /></p><p style="text-align: justify;">—De todas formas, la opción de la Gran Biblioteca es una apuesta en sí misma —dijo Symeon—. Es posible que allí no encontremos nada, y el tiempo sea perdido de todos modos.</p><p style="text-align: justify;">—Tengamos en cuenta también —añadió Galad— que viajar a Dársuma no va a ser solo presenciar la coronación de Ginathân. Allí va a haber muchos problemas; ha habido una muerte violenta del antiguo monarca, ha recibido ayuda del Káikar, está en contra de las antiguas costumbres del Pacto... ¿creéis que esto no va a desembocar en una guerra civil entre los distritos del Pacto? Realmente, no sé si es buena idea acudir allí, pero no sé si es peor idea no acudir.</p><p style="text-align: justify;">Tras unos segundos de silencio, Symeon continuó:</p><p style="text-align: justify;">—Egoístamente, mi hermana Violetha está allí, y si prevés algo tan grave, me gustaría llevármela. Y si de paso podemos sacar a Somara de allí, mejor que mejor.</p><p style="text-align: justify;">Después de discutir todos los argumentos, decidieron por fin dirigir el <i>Empíreo</i> hacia Dársuma, al encuentro de Ginathân, Somara y Violetha.</p><p style="text-align: justify;">Lo primero que vieron al acercarse a la ciudad fueron tres grandes campamentos de tiendas de campaña negras con estandartes negros y plateados, que reconocieron como pertenecientes a los <i>Cuervos de Genhard</i>. Yuria los inspeccionó brevemente:</p><p style="text-align: justify;">—¿Veis la disposición de los campamentos? —señaló—. Allí... y allí... Salta a la vista que son soldados muy competentes. Y son bastantes más que las dos legiones que vimos hace meses, cuando nos reunimos con el general Genhard.</p><p style="text-align: justify;"> En la ciudad, extensas humaredas se elevaban hacia lo alto, restos de las violentas luchas que se habían producido en sus calles. Muchos edificios se podían ver degradados o en ruinas, pasto de las llamas y del expolio. En el puerto, varios galeones se encontraban anclados tanto en los malecones como a una distancia prudencial de tierra.</p>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixwjhTORQPBxqbL8JIKSWSWgpYMc_-BPIi16lD-iGumMNb4e7DVXNlR-4lZgEHbizNOlyzLVOuNr0rVfoiwMyXG4A4pldaIm7MsdSv6sKPbfPLNDrb5vlzVLPteMN4gPlvn8pP5nE84webA9XWvZScFujD-6xbEhBDYA80b7chVdIT-US33iGYqzdcYw/s1280/D%C3%A1rsuma.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="658" data-original-width="1280" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixwjhTORQPBxqbL8JIKSWSWgpYMc_-BPIi16lD-iGumMNb4e7DVXNlR-4lZgEHbizNOlyzLVOuNr0rVfoiwMyXG4A4pldaIm7MsdSv6sKPbfPLNDrb5vlzVLPteMN4gPlvn8pP5nE84webA9XWvZScFujD-6xbEhBDYA80b7chVdIT-US33iGYqzdcYw/s1280/D%C3%A1rsuma.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Dársuma, capital del Distrito de Darsia</td></tr></tbody></table><br /><p style="text-align: justify;">Dirigieron el Empíreo hacia la ciudadela, donde el estandarte de Ginathân ondeaba en las torres, levantando gritos de expectación en las multitudes que atestaban la capital. Una gran cantidad de personas había levantado campamentos en los barrios más amplios, estructurándose en una especie de milicia con mucha menos organización que los mercenarios del exterior. Los soldados de lord Ginathân ocupaban una posición preferente en la parte alta.</p><p style="text-align: justify;">Descendieron en el patio de armas, y al instante, Ginathân, Somara y Violetha, junto con algunos soldados, los dos maestros de esgrima Astholân y Nirûnath y otros nobles desconocidos, acudían a recibirlos. Además, junto a Ginathân caminaba, adusto y observador, el general Genhard. El noble darsio los saludó efusivamente, aunque todos notaron la tensión de la situación en su rostro. Los abrazó uno a uno, al parecer alegrándose sinceramente de volver a verlos. Symeon abrazó a su hermana, casi con lágrimas en los ojos; Violetha, viendo la diadema que su hermano portaba en la frente y el bastón que empuñaba, susurró:</p><p style="text-align: justify;">—Han pasado muchas cosas, por lo que veo.</p><p style="text-align: justify;">—Demasiadas, sí —contestó Symeon.</p><p style="text-align: justify;">Somara seguía tan resplandeciente como siempre. Con un embarazo ya evidente y avanzado, su sonrisa les transmitió la calidez divina que los reconfortó en lo más íntimo, y su saludo les transmitió una ansiada paz de espíritu. "Luz, qué hermosa es", pensó Daradoth, cogiendo la mano de Ethëilë; sus sentimientos por Somara habían cambiado con su antigua amada a su lado, ya no estaba bajo el influjo embriagador del amor desesperado, sino que sentía un profundo respeto por la errante.</p><p style="text-align: justify;">—Bienvenidos —dijo al fin—; tenemos mucho que agradeceros, así que pasad, pasad a contarnos y a comer algo.</p><p style="text-align: justify;">Mientras pasaban, uno y otro grupo hicieron las presentaciones pertinentes.</p><p style="text-align: justify;">—Creo que ya conocéis al general Genhard —dijo Ginathän—. Permitidme presentaros también a lord Aelar y lady Arinêth, dos valiosos aliados. Mis señores, este es el grupo de emisarios de Tarkal del que ya os he hablado. Y aquí están Arkâros y Denârin, dos de mis primeros apoyos —el grupo reconoció al primero como el líder radical que había arrastrado a las masas hasta Dársuma, así que la mujer debía de ser también otra lideresa de la plebe.</p><p style="text-align: justify;">Los nobles se interesaron cortésmente (y al parecer, también genuinamente) por saber más sobre la vida en Tarkal y las funciones del grupo como "emisarios". Las preguntas fueron respondidas de forma amable pero también rápida y tajante. </p><p style="text-align: justify;">Ya sentados a la mesa, el grupo fue informado sobre la situación por el propio Ginathân. Les habló de las fuertes luchas, del desgraciado linchamiento del rey Anerâk, del triunfo de la "revolución" y de los problemas logísticos que estaban teniendo debido a la gran cantidad de gente que había acudido a la capital, sobre todo con la adquisición y distribución de comida. Somara no se sentó con ellos; se dedicó a organizar la comida y el servicio.</p><p style="text-align: justify;">—Habría preferido que las cosas se hubieran desarrollado de otra manera, la verdad —Ginathân parecía sinceramente apesadumbrado por la muerte del antiguo rey y la destrucción de la ciudad. Suspiró:— Supongo que era imposible. Pero, contadnos vosotros... ¿Qué os ha traído por aquí?</p><p style="text-align: justify;">—Vuestra coronación, ¿qué si no? —respondió Symeon—. Estamos preocupados por vuestro bienestar y el de mi hermana y vuestra esposa. ¿Cuáles son vuestros planes?</p><p style="text-align: justify;">—En principio, llevar a cabo la ceremonia dentro de tres jornadas. A continuación, dar mi primera orden: la abolición del Consejo de Pureza, del que lord Aelar y lady Arinêth, aquí presentes, formaron parte en el pasado —todos miraron fijamente a los nobles, sorprendidos ante esta revelación—. Como veis, ambos han entrado en razón y renunciaron a su puesto para apoyarme.</p><p style="text-align: justify;">«Sí, pero... ¿son sinceros u os traicionarán ante la primera dificultad?», pensó Galad, al igual que todos sus compañeros.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto, queda mucho por hacer —prosiguió Ginathân—; controlamos la capital y una franja del sur, pero tenemos que afianzar el dominio sobre el resto del distrito.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y qué reacción esperáis del resto del Pacto? —planteó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Desde luego, una no demasiado amigable —miró a Genhard y los demás—. Por eso debemos darnos prisa y preparar las defensas. Y tendríamos que enviar emisarios lo más rápido posible; quizá vuestro grupo pudiera ayudarme en eso.</p><p style="text-align: justify;">Symeon y Galad se apresuraron a rechazar tal proposición, pues asuntos mucho más urgentes reclamaban su atención, y en eso no podrían ayudar esta vez.</p><p style="text-align: justify;">—Otro hecho a lamentar —añadió Daradoth— es que la Sombra ataca en el norte, y hacen falta allí todas las tropas posibles. Este conflicto está reteniendo ejércitos que serían necesarios para evitar la caída del Pacto, y quizá de todos los reinos de Aredia. ¿Lo habéis pensado? —lanzó una mirada desafiante a todos los reunidos en la mesa.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, claro, maese Daradoth. Claro que lo he pensado —bajó la vista, compungido—. Pero los acontecimientos se han precipitado y no es nuestra culpa que hayan coincidido en el tiempo. Por eso es preferente que pongamos todo bajo control cuanto antes y podamos encargarnos de asuntos más graves.</p><p style="text-align: justify;">Tras unos minutos de discusión sobre el mejor modo de proceder, Daradoth terció en la conversación:</p><p style="text-align: justify;">—Disculpadme si me equivoco, Ginathân —omitió intencionadamente cualquier título—, pero si no recuerdo mal, vos no queríais ningún título ni posición de poder; solamente queríais que os dejaran vivir en paz con vuestra esposa. ¿Creéis que es necesario convertiros en rey? Quizá otra persona... no digo que no seáis adecuado, pero por el bien de vuestra familia, que consideramos casi nuestra, podríais permanecer en un segundo plano.</p><p style="text-align: justify;">—Decís bien, Daradoth —dijo tras pensarlo muy brevemente—. Sin embargo, mi confianza para estos menesteres en una tercera persona no es la suficiente en ningún caso, y tampoco estoy seguro de que hubiera alguien que fuera capaz de controlar la situación con todas las presiones que van a venir en el futuro —los nobles ástaros y los líderes de la plebe rebulleron inquietos durante toda esta diatriba—. Mis intenciones son puras, y no creo que otro las tuviera.</p><p style="text-align: justify;">«Pobre Ginathân», pensó Galad. «Se nota que esta carga le pesa, está envejecido».</p><p style="text-align: justify;">Antes de dar por terminado el encuentro de bienvenida, Galad tomó la palabra, dirigiéndose a Aelar y Arinêth:</p><p style="text-align: justify;">—Permitidme una última pregunta incómoda, mi señor, mi señora. Habiendo pertenecido a las filas del Consejo de Pureza de Darsia, ¿qué pensáis de la unión de lord Ginathân con lady Somara? —el silencio se hizo de repente en la sala, frío como el hielo.</p><p style="text-align: justify;">—Pues pensamos que ya es hora de que las cosas cambien —contestó Arinêth al cabo de unos segundos—. Yo tenía la teoría de que una revolución como esta iba a ocurrir tarde o temprano, y por fin ha llegado. En el pasado había habido ya conatos de levantamientos parecidos.</p><p style="text-align: justify;">—Los levantamientos podrían haber arrastrado incluso otros dos distritos —intervino Arkâros—, pero por desgracia, la intervención de "un grupo de héroes" reclamando la atención para los invasores del norte, colaboró en su extinción. Los hermanos de Dahl y Katân nos habrían seguido hasta el final sin vuestra intervención.</p><p style="text-align: justify;">—Pero no os podemos culpar por ello —medió Ginathân, con una voz mucho más severa, acallando a su demagogo aliado—. Hicisteis lo que juzgasteis mejor por el bien de Aredia, y personalmente os respeto por ello, como deberíamos hacer todos los presentes —miró a su alrededor sin encontrar desafío a sus palabras.</p><p style="text-align: justify;">Se dio por finalizada la reunión, emplazando de nuevo al grupo para la cena.</p><p style="text-align: justify;">Por la tarde, desde sus aposentos, podían escuchar los sonidos de la ciudad, que la llenaban por doquier. Soldados entrenando, líderes de la plebe dando discursos y siendo jaleados, gritos espontáneos de júbilo por la esperanza de un nuevo régimen, y gritos de rabia por no conseguir comida... Dársuma bullía literalmente de actividad, a pesar del alto grado de destrucción que mostraba.</p><p style="text-align: justify;">Antes de la cena, Symeon y Daradoth se dirigieron a hablar con Somara (y con Violetha, por tanto). La nueva señora se encontraba organizando todo para la distribución de comida y preparación de los platos. Hicieron un aparte con ellas dos. Daradoth cogió las manos de la errante, sintiendo el calor y el confort que realmente podían hacerse adictivos para cualquiera.</p><p style="text-align: justify;">—Somara, quiero seros totalmente sincero —comenzó—. Si hemos viajado aquí es realmente por vos. Como es evidente, tenéis algo especial que puede ayudarnos a combatir a la Sombra que amenaza con engullir Aredia. No sabemos cómo, ni tan siquiera si es posible, pero necesitamos vuestra ayuda. Si estáis dispuesta, por supuesto.</p><p style="text-align: justify;">—Claro que estoy dispuesta, Daradoth —sus ojos verdosos y brillantes eran lagos en cuyas profundidades a Daradoth no le habría importado ahogarse—. Si me decís de que se trata, claro.</p><p style="text-align: justify;">Le mostraron el Orbe de Curassil, explicándole sus propiedades y su verdadera naturaleza. También cómo lo habían conseguido y por lo que habían pasado hasta entonces.</p><p style="text-align: justify;">—Necesitamos que intentéis llegar hasta Athanariel y probéis a esgrimir su poder.</p><p style="text-align: justify;">Somara sostuvo el orbe un par de minutos, concentrándose en él. Finalmente alzó la vista:</p><p style="text-align: justify;">—Me temo que no puedo ayudaros. No siento nada.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien —dijo Daradoth, sacando la redoma donde se encontraba el alma de Ecthërienn—; quizá con esto sí podáis prestarnos ayuda. En esta redoma está encerrada la esencia vital de Ecthërienn, un antiguo general élfico, y parece ser que solo se comunica con unas pocas personas especiales. </p><p style="text-align: justify;">—Puede que vos podáis conseguir algo más de él —terció Symeon—, o incluso sanar su mente, que ha sufrido mucho a lo largo de los siglos. Si notáis algo raro, avisadnos y os separaremos de él.</p><p style="text-align: justify;">Se dirigieron hacia la bodega, un sitio más discreto y seguro, por si surgía algún imprevisto. Somara cogió la redoma, mientras Symeon y Galad dirigían hacia ella hechizos de protección. La errante pareció entrar en una especie de trance, aunque sin ningún gesto que denotara tensión o preocupación. Unos momentos después, la expresión de su rostro se trocó en una mueca de tristeza, y una lágrima resbaló por su mejilla.</p><p style="text-align: justify;">—Pobre... pobre... —susurró. Daradoth le arrebató la redoma.</p><p style="text-align: justify;">—No... no, dejadme que le ayude, Daradoth —pidió ella.</p><p style="text-align: justify;">Volvió a sostener el pequeño recipiente en sus manos. Al poco rato, un calor y una corriente eléctrica muy suave recorrió los cuerpos de los presentes. Somara rompió a llorar, pero con el rostro sereno. Al poco, sonrió. Pero enseguida torció de nuevo el gesto.</p><p style="text-align: justify;">—Está sufriendo, Daradoth, está sufriendo mucho —dijo la errante.</p><p style="text-align: justify;">—Dejádmelo —pidió Daradoth, y ella le alargó el objeto.</p><p style="text-align: justify;">«¿Ecthërienn?», llamó mentalmente Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">«Estoy aquí», respondió la voz, que por primera vez reconocía el nombre. «Liberadme, por favor. Dejadme marchar con el Creador».</p><p style="text-align: justify;">«¿Y el orbe?».</p><p style="text-align: justify;">«Ya no puedo ayudaros con eso. Quiero marchar a un sitio mejor, lejos del dolor y la oscuridad».</p><p style="text-align: justify;">Daradoth intentó levantar el ánimo de la presencia, pero esta se mostraba muy pesimista, hastiada de la "vida". Finalmente, le transmitió:</p><p style="text-align: justify;">«Accederemos a vuestros deseos, Ecthërienn, pero necesito que esperéis un poco más para intentar encontrar una solución».</p><p style="text-align: justify;">«Solo podría esperar si pudiera sentir de nuevo lo que he sentido hace unos minutos. Esa Luz... esa calidez que me ha dado ese ángel celestial, el único que me ha dado paz».</p><p style="text-align: justify;">«Se llama Somara, e intentaremos que os reconforte tan a menudo como sea posible. Por favor, tened paciencia».</p><p style="text-align: justify;">Cortando la comunicación, Daradoth explicó a los presentes los detalles de la conversación (que había durado poco más de un minuto).</p><p style="text-align: justify;">—Me ha rogado estar más tiempo junto a vos, Somara. Dice que sois la única que ha podido darle paz. Os ruego que os hagáis cargo de la redoma mientras buscamos la forma de hacer que vuelva.</p><p style="text-align: justify;">—Lo haré Daradoth, perded cuidado.</p><p style="text-align: justify;">Symeon intervino en la conversación.</p><p style="text-align: justify;">—Eso me hace pensar... Somara, ¿cómo veis la situación con la coronación? Creo que es muy peligroso que permanezcáis aquí. Podríais venir con nosotros de nuevo.</p><p style="text-align: justify;">—En ningún caso antes de la coronación —contestó ella—. Y tendríamos que hablarlo con mi esposo. Si él juzga que mi seguridad o la de nuestro bebé es lo más importante, partiríamos, por supuesto. Pero no antes de la coronación; debo permanecer a su lado.</p><p style="text-align: justify;">A la espera de la cena, Symeon partió para hablar en privado con su hermana. Violetha estaba contentísima de su estancia con Somara, y su hermano le planteó la posibilidad de que partiera con ellos, debido a los peligros para su seguridad.</p><p style="text-align: justify;">—Respetaré tu voluntad, pero no podría soportar perderte otra vez —dijo Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Desde luego, por mucho que quiera a lady Somara, tú eres mi hermano. Y si juzgas que debo acompañaros, así lo haré —el corazón de Symeon se relajó, y abrazó a Violetha estrechamente.</p><p style="text-align: justify;">Cuando volvía a reunirse con el resto del grupo, una voz sonó tras él:</p><p style="text-align: justify;">—Buenas noches tengáis, maese errante —hablaba en un perfecto estigio.</p><p style="text-align: justify;">Era el general Genhard.</p><p style="text-align: justify;">—Buenas noches, mi general.</p><p style="text-align: justify;">—Quería tener unas palabras con vos, si sois tan amable —comenzó a caminar al lado de Symeon—. Una simple pregunta que me ronda la cabeza... —se detuvo de repente—. ¿Qué sois?</p><p style="text-align: justify;">—No comprendo...</p><p style="text-align: justify;">—Me refiero a vuestro grupo. ¿Qué sois en realidad? ¿Mercenarios? ¿Encarnaciones de los dioses? ¿Por qué allá donde vais ejercéis tanta influencia? Habéis desatado muchos rumores en el Pacto, y un grupo tan extraordinario... sed sincero conmigo, no me consideréis un enemigo.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto que no os considero tal —respondió Symeon—. Somos simples emisarios de Tarkal que traemos vientos nuevos. Tal vez los dioses hayan posado la mirada sobre nosotros y por eso haya cambios donde vamos... pero están siendo...</p><p style="text-align: justify;">—Entonces es así, ¿sois elegidos de los dioses?</p><p style="text-align: justify;">—No he dicho eso, no.</p><p style="text-align: justify;">—Y sin embargo, vuestro viaje apaciguando la rebelión... el respeto de lord Ginathân... esa diadema...—señaló a la frente de Symeon— ese cayado... la espada de Daradoth... demasiadas cosas juntas, espero que coincidiréis en esta observación.</p><p style="text-align: justify;">—Simple producto de nuestros viajes.</p><p style="text-align: justify;">—Y vuestras acciones... primero, sois capaces de contener a los asesinos del Vigía, salváis la vida de lord Ginathân, para luego salvar la vida de un escuadrón de guardias del rey Anerâk, el enemigo de Ginathân, luego apaciguáis la rebelión en dos distritos, ahora volvéis... me cuesta entender vuestro juego.</p><p style="text-align: justify;">—Os aseguro que no hay ningún juego, únicamente actuamos por el bien de Aredia y el triunfo de la...</p><p style="text-align: justify;">—¡General Genhard, por favor! —uno de los nobles aliados de Ginathân reclamó la atención del kairk—. ¡Por favor, acompañadme!</p><p style="text-align: justify;">Genhard dejó entrever su frustración por tener que abandonar la conversación.</p><p style="text-align: justify;">—Disculpadme, Symeon, espero que podamos retomar esta conversación en el futuro en un ambiente más... propicio —Symeon asintió con la cabeza. «Creo que no es buena idea seguir llevando esta diadema», pensó, «y el bastón tampoco ayuda». El bastón, con fijarse un poco transmitía la idea de que estaba "vivo", y podía llamar la atención tanto como su adorno frontal.<br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">Mientras tanto, Galad, Daradoth, Faewald y Taheem se habían encontrado discutiendo sobre la conveniencia de permanecer en Dársuma al menos otros tres días. Daradoth se mostraba firmemente en contra, pero finalmente tuvo que plegarse a las razones de los demás ante la imposibilidad de llevarse a Somara antes de la coronación.</p><p style="text-align: justify;">Al reunirse con ellos Symeon, les refirió la conversación con Genhard.</p><p style="text-align: justify;">—No sé si tiene mera curiosidad, o algo más.</p><p style="text-align: justify;">—Tendremos que tener cuidado, e intentar no quedarnos solos, esto parece un avispero —dijo Daradoth—. Lo mejor sería hablar con lord Ginathân e intentar convencerlo de que Somara nos acompañe antes de la coronación.</p><p style="text-align: justify;">—Después de la cena, así lo podremos hacer más tranquilamente.</p><p style="text-align: justify;">Durante la cena, el general Genhard no les quitó ojo de encima. Los líderes de la plebe no asistieron, y en cambio acudieron tres nobles que no habían visto antes, que habían apoyado a Ginathân desde el principio. Como no podía ser de otra manera, se discutió sobre la situación, la seguridad de la ciudadela y los próximos movimientos.</p><p style="text-align: justify;">—Las tropas ya están listas para viajar hacia el norte cuando deis la orden —aseveró Genhard—. Los capitanes de navío ya tienen órdenes para apoyar y suministrar lo necesario.</p><p style="text-align: justify;">—¿La situación en la ciudad está bajo control ya? —interpeló Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Está bajo control —respondió Genhard, que en materia militar parecía llevar el mando allí—, pero los civiles no son soldados, y estamos tomando las medidas necesarias para convertir a un gran número de ellos en militares. O al menos, iniciados en ello. </p><p style="text-align: justify;">—Hoy por hoy —añadió Ginathân—, lo que más hacen es consumir comida en cantidades ingentes. Además, hay que reparar la ciudadela y el puerto, para empezar. Hay un montón de prisioneros, muchso fugitivos y cinco navíos en dique seco. Poco a poco vamos recomponiendo todo. Pero lo más urgente es asegurar las fronteras del distrito.</p><p style="text-align: justify;">Siguieron con la conversación y la cena, y ya pasados los postres, con varias copas en el cuerpo, Genhard se levantó:</p><p style="text-align: justify;">—¡Un brindis! ¡Un brindis! —esperó a que se hiciera el silencio, y levantó su copa, sonriendo—. ¡Por los grandes héroes, pues parece que hay algunos entre nosotros hoy! —miró al grupo.</p><p style="text-align: justify;">Todos le siguieron la corriente, levantándose a su vez, y Daradoth desvió la atención:</p><p style="text-align: justify;">—¡Por el futuro rey!</p><p style="text-align: justify;">—¡¡Por el futuro rey!! —repitieron todos, vehementes.<br /></p><p style="text-align: justify;">Al finalizar la cena, el grupo hizo un aparte con lord Ginathân para tratar el tema de Somara. Le explicaron toda la situación con el Orbe de Curassil y el alma de Ecthërienn, pero, como ya esperaban, el futuro rey se mostró inflexible en el plazo: estaba de acuerdo en que Somara acompañara al grupo, pues con ellos su mujer y su hijo estarían más seguros, pero en ningún caso antes de la coronación. Tuvieron que aceptar permanecer en Dársuma al menos hasta entonces.</p><p style="text-align: justify;">—¿Confiáis en los nobles que tenéis alrededor que cambiaron de bando? —preguntó Galad.<br /></p><p style="text-align: justify;">—En la mayoría, no en todos.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y creéis que podrían intentar algo en la coronación? </p><p style="text-align: justify;">—Durante la coronación no creo, pero estoy prevenido para cualquier otro momento.<br /></p><br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-29020318844496766712023-01-26T14:49:00.001+01:002023-01-27T22:23:04.299+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 35<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Recuperar a Ecthërienn. Hacia el sur.</span><br />
</p><p style="text-align: justify;">Tras la incómoda pregunta de Annagräenn, Symeon fue el primero en reaccionar:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Cuando mencionáis la posibilidad de buscar un nuevo cuerpo, ¿os refería a uno vivo, o a uno recién fallecido?<br /></p><p style="text-align: justify;">—Sinceramente, no lo sé —respondió el sabio elfo, meditabundo—. Personalmente, no conozco el método, pero sé que alguno hay. Debe de ser extremadamente complicado, pero sé que lo hay. Si por el contrario decidimos acabar con el alma de Ecthërienn... por mi parte, lo conocí personalmente y no me veo capaz.</p><p style="text-align: justify;">—Yo también lo conocí —rubricó Eyruvëthil (quien el grupo sabía que en realidad era Irvethil, otra princesa de tiempos antiguos)—. Si no podemos recurrir a los hidkas, quizá la mejor opción pasa por acudir a la Biblioteca de Tinthassir, para intentar recabar la ayuda de los eruditos que allí residen.</p><p style="text-align: justify;">—Pero ya sabéis cuál es nuestra situación para entrar en Doranna, y más en la capital —la adversó Daradoth. </p><p style="text-align: justify;">Tras unos segundos pensativos, Irainos retomó la conversación:<br /></p><p style="text-align: justify;">—He oído que existe una biblioteca en el sur que, según dicen, es enorme y es posible que rivalice incluso con la de Tinthassir.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, la biblioteca de Doedia, en el reino de Sermia —se apresuró a contestar Symeon, emocionado por la remota idea de volver a pisar las enormes salas llenas de volúmenes—. No sé cómo es la de Tinthassir, pero esta es magnífica. </p><p style="text-align: justify;">—Aun así es una Biblioteca mortal, y no veo de qué manera puede albergar conocimientos que se encuentran en lo más profundo de Doranna —alegó Eyruvëthil. </p><p style="text-align: justify;">Evaluando las distintas opciones, la conversación derivó a cómo era posible que el alma de Ecthërienn pudiera tener recuerdos y voluntad (quizá con el alma habría quedado atrapada una parte de su mente), y, más extraño aún, que hubiera sido capaz de intentar "apoderarse" de la mente y el cuerpo de Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Si lo que contáis es así —sugirió Annagräenn—, quizá podríamos encontrar algún voluntario para albergar a Ecthërienn.<br /></p><p style="text-align: justify;">Alrededor de la mesa, los enanos, los elfos más jóvenes y los humanos murmuraban. El agudo oído de Daradoth pudo detectar que algunos de ellos hablaban sobre la posibilidad de acabar con el alma contenida en la redoma, pero ninguno se atrevía (de momento) a sugerirlo en voz alta ante el consejo de altos elfos. Annagräenn continuó:<br /></p><p style="text-align: justify;">—¿Sabéis de alguien más que haya sufrido los mismos... efectos, al tocar la redoma aparte de vos, Daradoth? </p><p style="text-align: justify;">—Creo que no.</p><p style="text-align: justify;">—Yo la tuve en mis manos también, pero no sentí nada —afirmó Galad.</p><p style="text-align: justify;">Annagräenn hizo una pausa para pensar durante unos instantes. <br /></p><p style="text-align: justify;"> —Ya veo... y, en el caso de que el alma se liberara y entrara en vuestro cuerpo... ¿creéis que os anularía totalmente o podríais compartir "espacio" de alguna manera?</p><p style="text-align: justify;">Solo pensar en esa circunstancia provocaba escalofríos en la espina dorsal de Daradoth, que recordaba muy claramente la experiencia de haber sido poseído por un kalorion en Tarkal.</p><p style="text-align: justify;">—No estoy seguro, pero lo que sí sé es que en esos momentos, me sentía desplazado por Ecthërienn. No creo que hubiera consentido perder el control voluntariamente en caso de haber conseguido mi cuerpo o mi mente.</p><p style="text-align: justify;">Annagräenn volvió a meditar. Uno de los enanos, Zarkhu, habló por fin en voz alta.</p><p style="text-align: justify;">—En cualquier caso —dijo, con un fuerte acento rocoso— debemos encontrar una solución rápidamente. Llevamos dos semanas sin tener noticias de los <i>Ozakhrûn </i>(la palabra en akharêl para designar a los insectos demoníacos), y no tardarán en aparecer de nuevo. No es mi intención insultar ni ofender a nadie, pero la opción más sencilla es, sin ningún tipo de duda, otra.</p><p style="text-align: justify;">—Pero el problema —le rebatió Galad—, es que no sabemos, si tomamos la decisión más drástica, a quién elegiría Oltar como nuevo Brazo. Si es que lo hiciera. Es posible que nos costara semanas, o meses, encontrarlo.</p><p style="text-align: justify;">Se llegó a un punto muerto en la conversación, que giró en círculos varias veces. Galad preguntó por algún clérigo de Oltar en el Vigía para guiarlos en sus decisiones, pero no había ninguno presente en el valle con el poder necesario para ayudarlos.</p><p style="text-align: justify;">Sorprendentemente, Arakariann tomó la palabra:</p><p style="text-align: justify;">—En las islas Ganrith estuvimos en el Santuario de Oltar, un complejo enorme. Quizá podríamos pedirles esa guía. O incluso alguno de los clérigos quizá se ofreciera voluntario para el proceso.</p><p style="text-align: justify;">—Pero ese "proceso" todavía no tenemos ni idea de en qué consiste, y tenemos la misma disyuntiva: acabar con una vida a cambio de otra —objetó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Sinceramente, dudo que nadie se preste voluntario a tal fin —dijo Irainos—. Pero si se presta voluntario, en mi opinión no habría dilema moral.</p><p style="text-align: justify;">Zarkhu volvió a intervenir:</p><p style="text-align: justify;">—No debemos olvidar el hecho de que es muy probable que Ecthërienn esté desequilibrado por la exposición a Sombra.</p><p style="text-align: justify;">—En ese caso —respondió Eliwör, uno de los sacerdotes élficos—, tendremos que confiar en nuestras capacidades para sanar su mente.</p><p style="text-align: justify;">Eyruvëthil también plantó la posibilidad de que Ecthërienn ya no fuera en realidad el Brazo de Oltar, pues su exposición extrema a Sombra podría haber hecho que perdiera el favor de la Avatar. No obstante, como no tenían medio de comprobar tal hecho, decidieron asumir que el antiguo señor elfo seguía ostentando esa posición.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá la mejor opción sea la planteada por Arakariann —aseveró Daradoth—: acudir al Santuario de Oltar en Ganrith.</p><p style="text-align: justify;">—Pero eso llevaría mucho tiempo —alegó Zarkhu.</p><p style="text-align: justify;">—Es verdad —coincidió Irainos—. Y aunque los Erakäunyr no han vuelto a aparecer, los combates rugen por toda la frontera del Meltuan. El tiempo es importante.<br /></p><p style="text-align: justify;">Largo rato discutieron aún, evaluando distintas opciones. Varios probaron a entrar en contacto con Ecthërienn tocando la redoma, pero ninguno tuvo éxito. Para sorpresa de todos, solamente Arakariann pudo trabar contacto con él; pero según les relató el joven montaraz, solo había podido intercambiar unas pocas palabras sin sentido. Cuando Daradoth lo intentó, el elfo preso en el recipiente le habló sin esfuerzo, e incluso intentó apartarlo como ya lo había hecho en Essel. Aquello confirmaba que solamente Daradoth parecía estar "sintonizado" de alguna manera con él. Y Arakariann en menor medida, que también había pasado por la experiencia de Essel.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Estos hechos descartan la voluntariedad —dijo Irainos—. Así que tendremos que evaluar las alternativas.</p><p style="text-align: justify;">Por primera vez en varias horas, un joven elfo tomó la palabra:</p><p style="text-align: justify;">—Normalmente, someteríamos este asunto a una votación del Consejo.</p><p style="text-align: justify;">—Lo sabemos, joven Orcalionn —contestó Anagräenn, quizá poniendo algo de énfasis en la palabra "joven"—, pero este asunto tiene demasiadas implicaciones morales y personales para ser decidido de tal modo. Creo que es lo suficientemente importante como para no dar una resolución precipitada, así que si os parece bien continuaremos este cónclave mañana. Pero antes de retiraros, quería sacar a colación otro asunto.</p><p style="text-align: justify;">» Hace unas semanas evaluamos la opción de que acudierais con vuestro vehículo volador a la Unión de Puertos Boreales, que conocéis más comúnmente como Confederación Corsaria, para pedirles ayuda y que sus barcos pudieran remontar el Meltuan. En aquella ocasión, mi señora Yura se negó debido al mal tiempo. Enviamos emisarios, y estos volvieron hace pocas jornadas con noticias. Al parecer, una flota del Cónclave del Dragón venció por primera vez en una refriega contra los navíos de la Unión. Según les explicaron, en la flota del Cónclave se habían incorporado unos enormes navíos negros, y según los rumores, a bordo de uno de ellos era muy posible que viajara un kalorion. —Hizo una pausa para que los presentes pudieran asimilar bien sus palabras—. Esto es un hecho muy grave, y que nos dice que Sombra está ganando poder en Aredia a pasos agigantados. ¿Creéis que podríamos prestarles ayuda de alguna manera?</p><p style="text-align: justify;">—Podríamos intentar que lady Ilaith destinara algunos recursos —dijo Galad, sin pensar sus palabras, anhelante ante la perspectiva de volver a ver a Eudorya, y quizá también la espada Églaras.</p><p style="text-align: justify;">—Lo intentaremos, pero no podemos prometeros nada —zanjó Yuria.</p><p style="text-align: justify;">Con estas palabras, se retiraron a descansar. Galad pidió la iluminación de Emmán para soñar acerca del alma encerrada en la redoma, y Symeon entró en el mundo onírico para intentar entrar en contacto con Ecthërienn, el cual parecía tener algún tipo de manifestación accidental en ese plano. Pero el errante no tuvo éxito en su empeño.</p><p style="text-align: justify;">Por su parte, Galad sí encontró inspiración en Emmán (o al menos eso creyó):<br /></p><p style="text-align: justify;"><i>Se encontraba entre una multitud. Todos vestidos con armaduras y equipados con armas de corte élfico. Una figura se encontraba en lo alto de la loma en cuya pendiente se encontraban, envuelta por una luz que a duras penas podía resistir. Se dirigía a la multitud, con unas palabras que el paladín apenas entendió. Pero su corazón se agitó al oírlas, enervando su cuerpo y su mente. Todos a su alrededor levantaron el puño derecho y rugieron, apasionados, enardecidos. Él mismo gritó, gritó hasta quedar sin aliento, anticipando el embriagador combate.</i></p><p style="text-align: center;"><i>***</i></p><p style="text-align: justify;"><i>Cargaba a la velocidad del rayo entre los retazos casi físicos de sombras. Notaba los músculos de su caballo tensándose entre sus piernas, bajo su cuerpo, mientras el dolor de multitud de heridas lo laceraba. Con lágrimas en los ojos, se dirigía a galope tendido hacia la figura que antes les había arengado, cuya luz disminuía a marchas forzadas. Mataba a un lado y a otro, embistiendo como una bestia salvaje. Pero no pudo llegar; perdió el equilibrio y cayó. El suelo se abrió a sus pies, y se desplomó hacia la oscuridad. Un golpe brutal lo destrozó por dentro. Varias figuras cayeron a su alrededor, entre ellas su líder, que quedó inmóvil, con una luz extremadamente tenue. Sin embargo, este fue capaz de levantarse con un esfuerzo titánico, tambaleante, y miró hacia arriba, desgarrado.</i><br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">Por la mañana, después de que el Valle del Exilio sufriera los ya habituales ataques en el mundo onírico en cuya defensa participó Symeon, Galad les contó su experiencia, asumiendo que el de la redoma debía de ser sin duda, Ecthërienn. Pero la parte final arrojaba dudas sobre su actual estatus como Brazo.</p><p style="text-align: justify;">—Sin embargo, yo pienso que sigue siendo el Brazo de Oltar.<br /></p><p style="text-align: justify;">Desayunando, Faewald volvió a manifestar su desacuerdo con los pasos del grupo, e insistió en volver a Esthalia a reunirse con Strawenn. Habían encontrado una Daga Negra, y podía ser extremadamente peligroso. Se abrió un debate sobre dividir el grupo, pero se descartó ante la dificultad de viajar sin el <i>Empíreo</i>. Aun así, Faewald, expresó unas incómodas dudas sobre la conexión de Oltar con la realidad y la posibilidad de que quizá no le importara mucho Aredia o de que incluso hubiera sido corrompida por Sombra.<br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">Poco después se retomaba la conversación con el Consejo del Vigía. Volvieron a evaluar todas las opciones que tenían. Finalmente, tras mucha retórica y muchos turnos de palabra, se llegó a un consenso, que verbalizó Irainos:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Por lo que vimos ayer, la voluntariedad ya carece de sentido, pues solo Daradoth y Arakariann parecen capacitados para ello. Intentaremos entonces restaurar el alma de Ecthërienn en el cuerpo de un recién fallecido sobre el que se aplicarán todos nuestros poderes de curación. Algún combatiente en la frontera podría ser el elegido, aunque este punto no está claro. Cuando su alma haya partido, su cuerpo y mente serán libres para que Ecthërienn los habite. Sin embargo, esto implica rituales y procesos más allá de nuestro conocimiento, así que será necesario viajar lo más rápido posible a un lugar que pueda proporcionarnos el saber necesario. La Biblioteca de Tinthassir es la opción más plausible.</p><p style="text-align: justify;">—Ir a Doranna plantea demasiadas dificultades —objetó Yuria—. Hemos pensado que es mejor intentarlo primero en la Biblioteca de Doedia. Además, de esa manera podremos hacer una pequeña escala en Darsia para intentar que Somara, la... errante... casada con lord Ginathân intente entrar en contacto con el poder del Orbe. ¿La recordáis?<br /></p><p style="text-align: justify;">—Sí, es cierto que la luz parecía fuerte en ella —dijo Eyruvëthil.</p><p style="text-align: justify;">—Sea, pues —sentenció Irainos—. Habéis demostrado de sobra que sois dignos de nuestra confianza, y por mi parte la tenéis incondicionalmente. Partid con todos nuestros mejores deseos. Estaremos en contacto a través de los <i>Ebyrithë</i> —finalizada la reunión, Annagräenn prestó a Daradoth uno de los artefactos del Vigía que potenciaba varias veces el poder del portador, y así pudieron enlazar los búhos de ébano para poder comunicarse a una distancia de más de cinco mil kilómetros.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Pocas horas después surcaban los cielos del norte a bordo del Empíreo con la tripulación y pasajeros habituales (excepto Eraitan, que se quedó para ayudar a defender la frontera). Al poco de salir, Yuria reunió al grupo, recordando su pasado.<br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">—Acabo de recordar que hace unos años, en mis expediciones al norte, estuve en una región llamada Irza. Allí vi prodigios más allá de toda explicación. Ese pueblo, los irzos, tienen una especie de sacerdotes, que llaman druidas. Realizan sus rituales en el centro de unos círculos de enormes rocas talladas que llaman "menhires", y me pareció que eran extremadamente poderosos. Quizá sean otra opción en caso de fracaso en Doedia, antes que entrar en Doranna.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien. Si no encontramos nada en Doedia, deberíamos viajar para allá.</p><p style="text-align: justify;">En poco más de un par de jornadas, llegaban a la mansión de Ginathân, donde levantaron una terrible expectación y les recibió el senescal Aegerân. Cuando preguntaron por Somara, este se mostró confundido.</p><p style="text-align: justify;">—Lady Somara no se encuentra en la mansión, mis señores, está en Dársuma. ¿No os habéis enterado? —preguntó con una sonrisa—. Lord Ginathân va a ser coronado rey de Darsia dentro de cuatro jornadas.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-19217893849067640882023-01-05T00:33:00.001+01:002023-01-05T00:33:10.062+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 34<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Nudos en la Vicisitud. Nímbalos. Una Decisión complicada.</span><br />
</p><p style="text-align: justify;">Daradoth, Yuria, Symeon, Galad, Faewald, Taheem y Arakariann fueron conducidos en estado de shock de vuelta a Eryn'Mauthrän. Yuria estaba totalmente empapada; Daradoth tenía el brazo derecho impregnado de sangre, y sus ropas tambíen lucían múltiples manchas; Galad gemía, entrando y saliendo de la inconsciencia debido a las heridas que le habían sido infligidas; Symeon, que había sido presa de los nervios y también se encontraba empapado, pudo ver cómo los hidkas, con ayuda de Eraitan y los demás, los conducían a una acogedora casa donde los desvistieron, trataron sus heridas y síntomas, y los pusieron a descansar.</p><p style="text-align: justify;">Al cabo de unas horas empezaron a reaccionar por fin. Poco a poco, fueron compartiendo sus vivencias respectivas durante el arrebato de la ceremonia. Faewald se había visto convertido en un comandante de la Sombra, y Taheem había hecho perder la vida a todos los seres que alguna vez había querido. Todos se estremecían al recordar su experiencia. Symeon tomó la palabra:<br /></p><p style="text-align: justify;">—No puedo dejar de sentir la incómoda sensación de que, aun habiéndose tratado de un episodio breve y que ahora estamos en una existencia totalmente diferente, todo ha sido real, y no una ilusión, ni un viaje en el tiempo. Es como si simplemente, la realidad... o lo que los hidkas están llamando la "Vicisitud" hubiera cambiado por unos momentos nuestras vidas. ¿Os pasa lo mismo?<br /></p><p style="text-align: justify;">Todos asintieron.</p><p style="text-align: justify;">—Me aterra eso —dijo Faewald—. Poder convertirme en el depravado en el que me vi transformado. No, no quiero ni pensarlo...</p><p style="text-align: justify;">—Bueno —añadió Galad—. Es posible que se haya tratado de una prueba que nos ha puesto Emm... los Avatares, quiero decir, o Luz, o quizá la propia Vicisitud. Creo que nos ayudará pensar eso.</p><p style="text-align: justify;">Todos asintieron de nuevo.</p><p style="text-align: justify;">Poco después llegaban para interesarse por ellos Cireltar, Neraen, Alynyth y Renarion. A los tres primeros, oficiantes de la ceremonia, incluso con su extraño aspecto, se les notaba extremadamente cansados. Cireltar fue el primero en hablar:</p><p style="text-align: justify;">—Buenos días. Nos alegramos de ver que ya os encontráis recuperados. Solo queríamos informaros de que la ceremonia fue un éxito. —Rebuscó entre sus ropas y mostró el orbe al grupo—. Aquí está, el Orbe de Curassil totalmente libre de Sombra.</p><p style="text-align: justify;">Galad recibió el objeto. Efectivamente, tenía un brillo hipnótico, y ni rastro de la pátina de Sombra con la que lo habían conocido.</p><p style="text-align: justify;">—Por desgracia —continuó Cireltar— tenemos que lamentar la pérdida de tres de nuestros congéneres que no pudieron soportar la reacción de Sombra.</p><p style="text-align: justify;">—Mis más sinceras gracias, mis señores —agradeció Daradoth—. No tengo palabras para expresar nuestra gratitud por todo el esfuerzo que habéis hecho. Y si necesitáis cualquier cosa, no tenéis más que pedirla.</p><p style="text-align: justify;">Los hidkas guardaron silencio unos segundos. Finalmente, Alynyth rompió el silencio:</p><p style="text-align: justify;">—Lo que necesitamos saber es... qué os sucedió allá arriba. Tuvo que ser algo muy grave para que hayamos tenido que tratar vuestras heridas psíquicas y físicas hasta el límite de nuestras capacidades.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth les contó lo que le había sucedido, seguido por todos los demás. Las narraciones se prolongaron una media hora, y tras unos segundos de silencio, Cireltar habló:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Eso que visteis es algo realmente extraordinario. Algo que no debería haberle ocurrido a nadie que no pertenezca a la raza hidka. Habéis sido víctimas de un <i>Shae'Nadharas</i>, un... dejad que encuentre las palabras... una "Tensión del Nudo"...</p><p style="text-align: justify;">—Pero —interrumpió Symeon—, ¿es algo que ha pasado? ¿Que pasará? ¿O es una vida alternativa que hemos vivido?</p><p style="text-align: justify;">—No, no es otra vida —contestó Neraen—. Es... —miró a Renarion—. Bueno, creo que lo mejor sería convocar a esta reunión a Rheesha y Elannion. Como os digo, esto es algo extraordinario, y necesitamos la sabiduría de otros hidkas.</p><p style="text-align: justify;">En pocos minutos, otros dos hidkas mujeres, Rheesha y Elannion, llegaban a la casa. Todos tomaron asiento alrededor de la mesa, pues la conversación hasta ahora había tenido lugar de pie.</p><p style="text-align: justify;">—Vamos a intentar explicaros esto de la forma más sencilla posible —dijo Elannion, cuando le hubieron explicado por fin todo el episodio que había afectado a los extranjeros—. Tengo entendido que ya habéis entrado en contacto con el concepto "Vicisitud". Pues bien, la Vicisitud es... digamos... como un tapiz donde se borda todo lo que existe. Entendedme bien, esto es solo una simplificación muy grosera para no extenderme durante horas en conceptos metafísicos. En ese "tapiz", cada uno de nosotros, cada planta, cada animal, cada roca, tiene su propia parte, formada por un cierto número de tejidos que divergen, confluyen, se cortan, se bifurcan... las variaciones son infinitas. Cuando los hidkas llevamos a cabo el ritual de la Ascensión, accedemos a esa urdimbre, donde las entidades primigenias Luz y Sombra se encuentran profundamente imbricadas.</p><p style="text-align: justify;">»La Vicisitud es el principal campo de batalla de ambas, donde luchan por cada hilo que alguna vez se ha creado. Nadie tiene el conocimiento de por qué esto es así o cuando se produjo tal solape de Luz y Sombra con el tejido primigenio, pero es lo que sucede.<br /></p><p style="text-align: justify;">»El caso es que, en la ceremonia que ejecutamos con el Orbe, lo que tuvimos que hacer (y vuelvo a simplificar muchísimo los hechos) fue "cortar" los hilos de Sombra y "alargar" o "unir" los de Luz. Esto puede dar lugar a cambios inesperados en la realidad, debido al retroceso violento que se origina por parte de los Primigenios, pero en ningún caso deberían ser tan trascendentales como lo que os sucedió a vosotros. Que, por otra parte, ha sido absolutamente real —ante esta afirmación, todos rebulleron incómodos—. Parece ser que, por algún motivo desconocido, os habéis convertido en nudos fundamentales del tapiz, nudos que, ante algunas variaciones pueden experimentar lo que llamamos <i>Shae'Nadharas</i>, un evento raro pero no imposible. ¿Qué opinas, Rheesha?</p><p style="text-align: justify;">—Estoy de acuerdo —respondió su compañera—. Por lo que explicasteis de vuestras tribulaciones en Essel, deduzco que
Luz acumuló sobre vosotros un número ingente de tejidos que os han
convertido en algo muy especial, algo que solo sucede una vez en
milenios fuera de la raza hidka. Si os parece bien, podemos examinaros a fondo para ver si deducimos más cosas.</p><p style="text-align: justify;">El grupo accedió sin dudas, y las hidkas abrieron su ojo frontal. Los observaron durante un par de minutos, haciéndoles sentir la incomodidad que sentían siempre que los observaban con el tercer ojo. Finalmente, Rheesha tomó la palabra:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Efectivamente, vuestra... "urdimbre" se ha convertido en algo extraordinario. Algo realmente complejo, con confluencias y bifurcaciones que escapan incluso a nuestra percepción. Vuestra urdimbre es ahora muy potente, e incluso nosotros estamos imbricados en ella; seguramente —miró a Cireltar y Neraen, sin atisbo de reproche alguno— nuestros sabios accedieron rápidamente a vuestras peticiones de ayuda debido a ello. Vuestro nudo en el tapiz es tan potente que ni siquiera los de los hidkas los igualan. Debéis tener mucho cuidado en el futuro, pues vuestras acciones implicarán en el futuro la modificación de un número infinito de "tejidos" que tendrán efectos muy profundos en la realidad. Y ahora seréis seguramente un objetivo importante para Sombra, que intentará disputaros a Luz.<br /></p><p style="text-align: justify;">Al grupo le costó un largo período asimilar estas revelaciones. Plantearon multitud de preguntas; a algunas de ellas, pudieron encontrar respuesta en los hidkas, pero otras quedaron sin aclaración.</p><p style="text-align: justify;">Finalmente, superada la sorpresa de la revelación y satisfechos con las dudas aclaradas, Symeon retomó el tema original:</p><p style="text-align: justify;">—Entonces, ¿podríamos contactar ya con Athnariel? ¿El Orbe está restaurado?</p><p style="text-align: justify;">—Es posible que podáis contactar con él —dijo Neraen—. Pero dudo que podáis sacar algo en claro de él, ni mucho menos su poder, si quien sintonice con él no es el elegido... el Brazo de Oltar.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Bien, veremos cómo abordar esa parte en cuanto estemos recuperados.</p><p style="text-align: justify;">Una vez zanjado este tema, Renarion sugirió al grupo si sería posible que ellos mediaran con el rey Aldarien de Lasar y el rey Orcalas de Eriniol para que dejaran de enviar delegaciones importunándolos. Daradoth, que se sintió extremadamente halagado, no tuvo más remedio que rechazar la petición, alegando que un exiliado como él y un antiguo príncipe como Eraitan no harían más que agravar las cosas, tanto políticamente como con los hidkas.</p><p style="text-align: justify;">Una vez que estuvieron completamente restablecidos el día siguiente, asistieron al funeral de los hidkas muertos durante la ceremonia para presentar sus respetos. No pudieron evitar el llanto durante el acto, pues fue extremadamente emotivo y hermoso. Tras expresar de nuevo su profundo agradecimiento a Renarion y el consejo, el grupo se despidió de ellos, algunos con lágrimas en los ojos ante la perspectiva de abandonar aquel lugar paradisíaco. Symeon acordó con ellos el poder ponerse en contacto a través del mundo onírico, y acto seguido se marcharon.</p>Ya a bordo del <i>Empíreo</i>, Daradoth mantuvo una conversación con Arëlen e Ilwenn. Informó a la antigua reina de que debían marcharse de Doranna urgidos por las circunstancias, y era libre de permanecer allí si lo deseaba.<p style="text-align: justify;">—Entiendo por vuestras palabras —dijo ella— que pensáis volver en el futuro.</p><p style="text-align: justify;">—Sí —contestó Daradoth—. Pero quizá pasen varios años antes de hacerlo; hay cosas más urgentes que reclaman nuestra atención.</p><p style="text-align: justify;">—¿Pero pensáis hacerlo?</p><p style="text-align: justify;">—Sin duda —<span>«aunque quizá no sea tan buena idea</span><span>»</span><span>, pensó, recordando el episodio de traición que había vivido durante la ceremonia de Ascensión.<br /></span></p><p style="text-align: justify;">—Entonces, después de haber esperado más de ocho siglos, unos años más serán solo una brizna. Os acompañaremos. ¿Ilwenn?</p><p style="text-align: justify;">—Ya no lo veo —contestó la otra elfa—, pero el otro día vi sobre vos una corona y un río de sangre. Juzgad vos mismo. Por mi parte no tengo nada que me ate aquí, sea pues. <br /></p><p style="text-align: justify;">Galad recordó al resto que tenían en el <i>Empíreo </i>varias
cartas escritas por el comandante Phâlzigar para los "señores elfos de
Doranna" y para el "rey Rûmtor del Erentárna". Estaban cerca de los
destinatarios, y quizá era el momento de entregarlas. Decidieron que sería buena idea aprovechar para dar un rodeo a Doranna por el sur, e intentar entregar la carta destinada al rey Rûmtor.</p><p style="text-align: justify;">Esa misma noche y tras comentarlo con Eraitan, Symeon decidió entrar al mundo onírico para intentar contactar de nuevo con Athnariel. Se durmió con su facilidad habitual y pronto se encontró en el entorno grisáceo ya familiar para él. La plataforma voladora que era la representación del <i>Empíreo </i>era cada vez más elaborada. Destellos aquí y allá revelaban a los viajeros del dirigible soñando. Ante él, sentado con piernas y brazos cruzados, se encontraba Athnariel, una figura enorme con músculos de acero e impresionantes alas plegadas en semicírculo a su alrededor, cabello largo y ojos dorados que dejaban escapar una especie de humillo hacia los lados; una visión estremecedora, acentuada por el halo de luz difusa que lo envolvía. Más allá, en proa, con las no menos impresionantes alas plegadas a su espalda, podía ver a Dirnadel, el arcángel de Eraitan, mirando hacia lontananza.</p><p style="text-align: justify;">Symeon también pudo notar otra presencia: una figura tremendamente difuminada e inestable, en el lugar donde debía encontrarse Daradoth. Sin duda, debía tratarse de Ecthërienn. También podía ver destellos intermitentes de sus amigos, Galad y Daradoth, aun cuando se encontraban despiertos; eso era muy extraño, y tendría que ver con los cambios que los hidkas habían mencinado. <span>«</span>Ya habrá otro momento para dedicarlo a estas cosas», pensó; ahora, la presencia de Athnariel reclamaba toda su atención.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Hola, mi señor —dijo el errante—. Mi nombre es Symeon. Nos conocimos hace poco, cuando os sacamos de Essel. Sois Athnariel, arcángel de Oltar, si no me equivoco.</p><p style="text-align: justify;">—En efecto —contestó el sobrecogedor ser. Su voz iba acorde con su físico: dura, arrolladora.</p><p style="text-align: justify;">—¿Recordáis algo de los Santuarios? La Sombra os infectó, y no erais vos mismo.</p><p style="text-align: justify;">—No recuerdo nada de lo que habláis, mortal.<br /></p><p style="text-align: justify;">Efectivamente, Athnariel no parecía recordar nada de lo sucedido en los últimos siglos, tal había sido la potencia de la ceremonia hidka. Symeon intentó sonsacarle acerca de conseguir el favor de Oltar para poder utilizar su poder en el mundo de vigilia, pero el arcángel, lacónico en grado sumo, se limitó a decir: </p><p style="text-align: justify;">—Si Ecthërienn ya no está, mi señora Nambaríma —otro de los nombres de la avatar— tendrá que elegir.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien —zanjó Symeon, que miró al cielo, y añadió—: Espero que estéis ahí, mi señora, y nos ayudéis pronto.</p><p style="text-align: justify;">El errante despertó, y compartió todo con sus compañeros. Tendrían que continuar con su viaje y luego acudir al Vigía.</p><p style="text-align: justify;">La tercera jornada llegaron a la vista de un inmenso monte, parecido al volcán que ya habían visto en las islas Ganrith, pero el doble de extenso. La cumbre se perdía entre las nubes, altísima. Sobrevolaron la costa occidental de la península Caday, con varios asentamientos dispersos, y pronto vieron los primeros pueblos y puestos de guardia en la falda de la gran montaña. Yuria empezó a remontar hacia arriba, ascendiendo progresivamente hacia donde había calculado que se encontraba la ciudadela de Nímbalos.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkjr59rlNTe9XXnqO-bgQk1SsJ-r6dzUu09n1bPl4y4D2vNIFqVT6c-OQIwPxOFqxfwbIrmupewkVLPbtiWAHrpMCX8xkjxDTiMsOCbAIo8Yb8NMRMUTu3XFOAFjBkVJdxjVNQACT7H4Mm4OYqaCcjnrfMOedeZL_bcMs1c7xoxpQYgu7Gzr_tljrJvg/s1272/N%C3%ADmbalos.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1272" data-original-width="1032" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkjr59rlNTe9XXnqO-bgQk1SsJ-r6dzUu09n1bPl4y4D2vNIFqVT6c-OQIwPxOFqxfwbIrmupewkVLPbtiWAHrpMCX8xkjxDTiMsOCbAIo8Yb8NMRMUTu3XFOAFjBkVJdxjVNQACT7H4Mm4OYqaCcjnrfMOedeZL_bcMs1c7xoxpQYgu7Gzr_tljrJvg/s1272/N%C3%ADmbalos.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">La Ciudadela de Nímbalos<br /></td></tr></tbody></table><p> </p><p style="text-align: justify;">Justo antes de llegar a la cobertura de nubes, Yuria y Daradoth llamaron la atención de los demás. Dos águilas gigantes con sendos jinetes se acercaban rápidamente.</p><p style="text-align: justify;">—La Guardia de Águilas de Nímbalos —anunció Daradoth—. Había olvidado que existía. Ondead bandera blanca, ¡rápido!<br /></p><p style="text-align: justify;">La tripulación se aprestó a seguir las órdenes de Daradoth, lo que pareció impedir que las águilas les atacaran, acercándose más lentamente. Eso permitió que el elfo identificara tranquilamente a uno de los jinetes. No pudo sino esbozar una sonrisa al reconocer a Ghêrronn, uno de sus mejores amigos cuando había realizado el servicio en los Pasos de Kesarn. Pensó en las palabras de los hidkas respecto a la Vicisitud. Gritó su nombre al reconocerlo.</p><p style="text-align: justify;">—¡¿Daradoth?! ¿De verdad eres tú? ¡Estás muy cambiado! —gritó el ástaro mientras su águila daba vueltas al <i>Empíreo</i>—. ¡¿Qué demonio de ingenio es este que te transporta?!</p><p style="text-align: justify;">—¡Te lo explicaré en otro momento! ¡Ahora necesitamos ver a vuestro rey!</p><p style="text-align: justify;">Ghêrronn les indicó un punto donde anclar el dirigible para hablar más tranquilamente y así lo hicieron. Daradoth y él se dieron un fuerte abrazo, recordando su profunda amistad.</p><p style="text-align: justify;">—¡Qué cambiado estás! Tienes hasta canas. Me enteré de lo que te había pasado, nunca creí las acusaciones, pero viendo a tu dama —miró hacia Ethëilë, asomada a la borda del <i>Empíreo</i>— lo comprendo.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth le explicó por qué se encontraban allí, y le mostró la carta.</p><p style="text-align: justify;">—Pues me temo que el rey no podrá recibiros, no se encuentra en Nímbalos. No sé si habréis oído hablar de los nuevos llegados, los que se hacen llamar a sí mismos ilvos.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, ya nos hemos enterado.</p><p style="text-align: justify;">—Son una máquina de guerra. Han atravesado el océano Argivio y destrozado la mitad de nuestra flota. Además, han traído consigo grifos, wivernas e incluso creo que algún dragón. De momento son imparables. Ya hemos solicitado ayuda a Doranna. Así que, como comprenderéis, será imposible que la Corona pueda prestar ninguna ayuda al Pacto.</p><p style="text-align: justify;">—¿Podríamos entonces entregar esta carta a otra persona?</p><p style="text-align: justify;">—Sí, supongo que podéis dársela al castellano, a lord Avranôr. Por ser quien eres, os escoltaremos hasta allí.</p><p style="text-align: justify;">Y así lo hicieron. Entraron en la magnífica Ciudadela de Nímbalos y, en un breve encuentro, hicieron entrega de la carta de Phâlzigar a lord Avranôr. Pocas horas más tarde, se encontraban de nuevo en el <i>Empíreo </i>poniendo rumbo hacia el Valle del Exilio.</p><p style="text-align: center;">*****<br /></p><p style="text-align: justify;">Más o menos a mitad del viaje, les llamó la atención una gran columna de tropas ercestres que viajaba hacia el suroeste por las praderas del centro del país. Seguramente se dirigirían a la frontera con el Káikar, siempre en litigio.</p><p style="text-align: justify;">La novena jornada avistaron la familiar niebla que cubría permanentemente la localización del Valle. Allí fueron recibidos con regocijo por los miembros del Consejo, que escucharon con ansiedad y atención todos los detalles de los hidkas y la ceremonia. No dudaron en expresar su admiración por las hazañas del grupo. Incluso les ofrecieron un puesto en el consejo del Vigía, que rechazaron educadamente. Respecto al orbe, Irainos se mostró profundamente agradecido.</p><p style="text-align: justify;">—Sentimos profundamente las vidas hidkas perdidas en el proceso —dijo el líder del Vigía.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth sacó la redoma que albergaba el alma de Ecthërienn de su bolsillo. <br /></p><p style="text-align: justify;">—Como ya os hemos explicado —dijo, refiriéndose a la narración de los hechos que ya habían referido unos minutos antes—, al parecer solamente el Brazo de Oltar podrá esgrimir el poder de Athnariel. Y el alma de Ecthërienn se encuentra encerrada aquí. Ya planteamos a los hidkas la posibilidad de restaurarlo en un cuerpo, y las implicaciones parecieron preocuparles.</p><p style="text-align: justify;">—Realmente —manifestó Annagraenn—, el orbe no nos sirve de nada entonces si no encontramos el Brazo de Oltar. Y tengo la sensación de que, mientras Ecthërienn siga con vida, no vamos a encontrar a ningún otro. Por tanto, he aquí la decisión que tenemos que tomar: ¿acabamos definitivamente con la vida de Ecthërienn o intentamos restaurar su alma en un cuerpo de alguna manera?<br /></p>El silencio se hizo en la sala.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-58137080717549082062022-12-22T14:32:00.008+01:002022-12-23T22:25:59.265+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 33<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">La Ascensión</span><span style="color: #dd4444;"></span><br />
</p><p style="text-align: justify;">—Aun así —continuó Neraen—, tenéis que comprender que hace milenios que la Ascensión no se realiza, y solo unos pocos de nosotros conocemos los pasos a realizar. El problema es que se necesitan al menos once hidkas para llevar a cabo la ceremonia, y tendremos que dedicar un par de jornadas a adiestrar a los más inexpertos.<br /></p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, el grupo fue alojado en un anexo de la casa de una de las familias de la villa, con la recomendación de que se mantuvieran lo más tranquilos y discretos posible. Cuanto menos interactuaran con los habitantes, mejor, pues los elementos extraños podrían provocar inquietud, y los hidkas necesitaban un ambiente tranquilo y comtemplativo por su propia naturaleza.<br /></p><p style="text-align: justify;">Durante dos días, el grupo se dedicó a la lectura y a la meditación, en un descanso muy agradecido por todos ellos. Yuria por fin comprendrió lo suficiente de la escritura del cántico como para poder leer el diario del alquimista, y Daradoth y Symeon continuaron con sus respectivas lecturas.</p><p style="text-align: justify;">Symeon, por su parte, en una de las ocasiones en que los hidkas les trajeron algo de comer, intentó averiguar si los hidkas conocían el "Camino de Vuelta" que buscaba su pueblo, pero por desgracia, como ya era la norma, no pudieron ayudarlo.</p><p style="text-align: justify;">—Quizá, por ventura, sepáis dónde podría obtener información sobre el Camino —preguntó Symeon sin mucha esperanza.</p><p style="text-align: justify;">—No, joven buscador, me temo que no... quizá en Tinthassir podrían ayudaros, hay muchos eruditos elfos allí.</p><p style="text-align: justify;">—Gracias, maese hidka, mil gracias, algún día viajaré a la Ciudad de Plata para seguir buscando.<br /></p><p style="text-align: justify;">Tras el primer día de tranquilidad y entorno idílico, algunos pensamientos peligrosos empezaron a anidar en las mentes de Symeon, Darion y Garakh. "Este sería un buen lugar para quedarse", pensó el errante, que se sorprendió a sí mismo por tal divagación. Intentó desechar la idea, pero sin conseguirlo del todo.<br /></p><p style="text-align: justify;">El segundo día transcurrió sin ningún hecho reseñable, y la mañana del tercero hicieron acto de presencia los miembros del consejo Alynyth, Neraen e Ithessa.</p><p style="text-align: justify;">—Queremos informaros de que el ritual se llevará a cabo finalmente mañana —anunció Alynyth con el ritmo pausado habitual de los hidkas.</p><p style="text-align: justify;">—¿Hay algún modo en que podamos ayudaros? —inquirió Galad.</p><p style="text-align: justify;">—De eso precisamente queríamos hablaros. Tiempo ha, estas ceremonias se desarrollaban en compañía de elfos y centauros que hacían las veces de guardianes, tanto en el mundo de vigilia como en el mundo onírico. Digamos que, para tener más seguridad, debe haber personas presentes que no estén tan... conectadas... con la urdimbre de la realidad. Por expresarlo con palabras simples.</p><p style="text-align: justify;">—Los hidkas oficiantes —intervino Neraen— estarán tan abstraídos por los poderes desatados, que no serán capaces de defenderse de cualquier amenaza o imprevisto. No queda más remedio que vosotros ejerzáis ese rol de guardianes. Es una simple precaución, pero no está de más.</p><p style="text-align: justify;">—Pero... ¿nos podéis dar alguna pista más sobre qué hacer? —preguntaron Yuria y Daradoth casi al unísono.</p><p style="text-align: justify;">—No, imposible... puede pasar cualquier cosa. Cireltar, Neraen y yo somos de los pocos que alguna vez intervinieron en alguna Ascensión en el pasado, y sabemos que eso requerirá de toda nuestra atención, y quizá también de toda nuestra fuerza vital, pero estamos dispuestos a hacer este sacrificio, por Aredia y la Luz.<br /></p><p style="text-align: justify;">Cuando Alynyth acabó de decir estas palabras, de repente unas fuertes náuseas se apoderaron del grupo al completo, y la casa que los acogía desapareció. Alynyth y Neraen se mostraron confundidos durante un momento, pero enseguida se giraron hacia Ithessa.</p><p style="text-align: justify;">—Detente, Ithessa —Neraen trataba de no perder la calma en sus palabras—. Ya basta.</p><p style="text-align: justify;">El suelo empezó a temblar. Y se volvieron del revés. Algo tiró de ellos hacia atrás, hizo explotar sus globos oculares y los desolló. Yuria también notó estas sensaciones, aunque reducidas hasta un extremo soportable; el talismán parecía palpitar en su cuello.</p><p style="text-align: justify;">Al parecer, al escuchar las palabras de Alynyth, Ithessa había perdido la calma que los hidkas pugnaban por conservar a toda costa, y su pérdida de control estaba sacudiendo la existencia a su alrededor.</p><p style="text-align: justify;">—¡Detente! —exclamó Alynyth, que se abalanzó sobre su compañera.</p><p style="text-align: justify;">El aire empezó a arder. Galad intentó llegar a Emmán, Symeon inentó refugiarse en su laberinto interior, y Daradoth... Daradoth solo pudo pensar en que aquello era el final. <br /></p><p style="text-align: justify;">Yuria evaluó el entorno, y siguió inmediatamente a la hidka, arrancando el talismán de su cuello y empuñándolo. Con un salto, lo puso en contacto con la piel de Ithessa.</p><p style="text-align: justify;">La ercestre sintió que el pánico se apoderaba de ella cuando la hidka no pareció verse afectada en absoluto por el contacto con el objeto, y se giró hacia ella. Solo un gesto bastó para que Yuria sintiera un fuerte impacto en su abdomen, que la lanzó decenas de metros hacia atrás. Con un esfuerzo supremo, consiguió conservar el talismán en su mano, pero sintió como si sus tripas fueran a salirse por la boca.</p><p style="text-align: justify;">Al menos el aire había dejado de arder, y los efectos se habían atenuado.</p><p style="text-align: justify;">Pero la relativa calma duró poco. Mientras Alynyth y Neraen trataban de calmar a Ithessa, esta hacía que el suelo se abriera a sus pies, abriendo grietas que se extendieron a su alrededor.</p><p style="text-align: justify;">Yuria se levantó a duras penas. Arakariann, Eraitan y Daradoth estaban a punto de caer en sendas fisuras. Corrió hacia Daradoth, y agarró su mano, arrastrándolo.</p><p style="text-align: justify;">De repente, de la nada, aparecieron más hidkas, e Ithessa cayó inconsciente. Rápidamente, atendieron al grupo, que tardaría varias horas en recuperarse lo suficiente para recibir la visita de Cireltar:</p><p style="text-align: justify;">—Ahora entenderéis por qué os solicitamos que mantuvierais la máxima discreción y tranquilidad posible. Espero que nos perdonéis por lo que ha pasado, pero a veces las cosas escapan a nuestro control. No se lo tengáis en cuenta a Ithessa, por favor; es joven, y la perspectiva de perder la vida en el ritual preocuparía a cualquiera.<br /></p><p style="text-align: justify;">Aceptaron las disculpas, y reposaron hasta el día siguiente, recuperando el daño que habían sufrido.<br /></p><p style="text-align: justify;">Por la noche, cuando ya se encontraban lo suficientemente recuperados, llegó de nuevo Alynyth. Les informó de que había surgido un imprevisto: una delegación de elfos se estaba acercando por el camino hacia allí, suponían que de parte de algún rey para intentar ganarse el favor de los hidkas.</p><p style="text-align: justify;">—Después de lo que ha pasado, os imaginaréis que es mejor evitar cualquier encuentro entre ellos y nosotros. Llegarán a las inmediaciones mañana por la tarde. Tendremos que dejar el ritual para pasado mañana, cuando se hayan marchado. ¿Podríais ayudarnos? </p><p style="text-align: justify;">—¿Sabéis de parte de quién vienen? —preguntó Symeon.</p><p style="text-align: justify;">—Supongo que, como los últimos enviados, serán diplomáticos del rey Aldarien de Lasar.</p><p style="text-align: justify;">"Maldición, el padre de Ethëilë", pensó Daradoth, que intercambió una mirada con su amada, presente, como siempre cerca de él. El elfo empezó a plantear inconvenientes, pues no quería que lo reconocieran ni a él ni a Eraitan en Doranna, y mucho menos si la delegación era de sirvientes del rey Aldarien. </p><p style="text-align: justify;">—Si eso es lo que os preocupa, os puedo asegurar que vuestro aspecto físico no será un problema —aseguró Alynyth—. Lo alteraremos sin ningún problema.<br /></p><p style="text-align: justify;">Ante esta afirmación, no tuvieron más remedio que aceptar, y poco después del mediodía, Galad, Symeon, Faewald y Taheem acudían camuflados con aspecto de errantes al encuentro de la comitiva. Daradoth y Yuria prefirieron no acudir al encuentro, confiando en sus compañeros.</p><p style="text-align: justify;">Cuando llegaron a su encuentro, más o menos a un par de kilómetros de la "ciudad" hidka, vieron que la delegación había dejado más atrás los carros con suministros y los sirvientes, y hacia ellos se acercaban siete personas. Un elfo montado a caballo (que avanzaba con dificultad) y otros seis a pie, vestidos de uniforme, luciendo orgullosos el blasón del cisne y la estrella de Aldarien. Uno de ellos incluso portaba un estandarte.<br /></p><p style="text-align: justify;">El elfo a caballo, a todas luces el enviado de Aldarien, los miró con un leve deje de desprecio y a la vez de curiosidad. Se detuvo.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué queréis de nosotros, buscadores? Tenemos algo de prisa.</p><p style="text-align: justify;">Symeon se adelantó:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Que la paz os acompañe siempre y vuestro corazón nunca se quebrante. ¿Habéis encontrado por ventura el camino de vuelta?</p><p style="text-align: justify;">—Me temo que no, buscador —contestó con impaciencia—. ¿Qué deseáis de nosotros? Debemos continuar raudos.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Muy a mi pesar debo anunciaros que los hidkas se encuentran indispuestos, y nos envían para deciros que no podrán recibiros.</p><p style="text-align: justify;">—¿¿Indispuestos?? ¿Qué quiere decir este irrespeto? Quiero ver a lord Cireltar, ahora.</p><p style="text-align: justify;">—Lo sentimos, pero no podemos movernos del camino.</p><p style="text-align: justify;">—¿Acaso
sabéis quién soy? —sus acompañantes se pusieron visiblemente tensos—.
Soy Erannion, hijo de Avauldir, tercer nacido, senescal del rey Aldarien
de Lasar. ¿Creéis que podéis faltarme al respeto e impedirme el paso?<br /></p><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;">—No es una falta de respeto, mi señor —intervino Galad, sus rasgos cambiados lo justo para parecer un errante. "Así que este sería vuestro aspecto", pensó Symeon, que no pudo sino sonreír por dentro—. Simplemente, lord Cireltar os pide que volváis en unos días, pues han tenido algunos problemas que pueden poner en peligro vuestra seguridad. Ya sabéis que los hidkas son... extraordinarios. Solo os pedimos que respetéis su voluntad.</p><p style="text-align: justify;">La gran capacidad de persuasión y diplomacia de Galad surtió efecto.</p><p style="text-align: justify;">—Muy bien —se resignó Erannion al final—. Sé que los hidkas son difíciles. Volveremos en unos días. Pero... ¿y vosotros? ¿Habéis llegado aquí con vuestra caravana?</p><p style="text-align: justify;">—No, mi señor —contestó Symeon, adoptando un gesto grave—. Huimos del marasmo del sur, en el Imperio Vestalense, y finalmente hemos llegado a estas tierras.</p><p style="text-align: justify;">Erannion se mostró satisfecho con la explicación, y ordenó volver a su
campamento. Al volver, Cireltar les mostró una gran gratitud por su
intervención.</p><p style="text-align: justify;">El día siguiente salieron temprano, y los hidkas los condujeron hacia el
interior del valle, donde llegaron a una loma bañada por la luz del
sol. En lo alto había una explanada en forma circular con una especie de
atril de piedra en el centro donde Cireltar depositó el Orbe de
Curassil. El aura del sitio tenía algo... no sabían explicarlo, pero los
movía a una actitud reverencial. "Esto debió de ser tallado, o creado,
hace milenios, las rocas son antiguas, antiquísimas", pensó Yuria.</p><p style="text-align: justify;">Cireltar y otros diez hidkas tomaron posiciones en un círculo alrededor del objeto. Varios hidkas más tomaron posiciones más informales, y Daradoth, Symeon, Yuria, Faewald, Taheem, Eraitan, Galad, Darion, Garâkh y Avriênne se situaron en el exterior, alertas.</p><p style="text-align: justify;">Sin muchos preámbulos, los once hidkas oficiantes abrieron su tercer ojo, y la Ascensión comenzó. El grupo notó solo un leve cosquilleo como señal de que algo estaba pasando. Tras un par de horas, sacaron las tiras de carne seca para comer ojo avizor. A esas alturas, los hidkas ya mostraban señales de tensión en su cuello, y sus frentes se encontraban perladas de sudor. Un par de horas después, uno de los hidkas del círculo externo cayó inconsciente. Faewald y Arakariann lo apartaron y lo colocaron bien. El resto de hidkas se encontraban en un punto de concentración máxima, en absoluto silencio, sin gestos ni cánticos, solo con el sudor en sus frentes, sus ojos centrales abiertos y mirando al infinito.</p><p style="text-align: justify;">Un copo de nieve cayó en el hombro de Daradoth. "¿Qué es esto?", pensó. Había nubes, pero el tiempo era primaveral. Todos se miraron, algunos recogiendo copos en sus manos. Pocos segundos después, se sorprendieron cuando una enorme bandada de estorninos comenzó a describir círculos sobre los oficiantes del ritual, en un pequeño escándalo de batir de alas y canto. A los pocos segundos, la totalidad de los pájaros cayeron desplomados. Cubrieron sus rostros para evitar los impactos, pero todo lo que llegó a ellos fue una lluvia de plumas. Algunos hidkas rechinaban ya los dientes. Dos se tambalearon, y otro cayó. Su corazón no latía. "Maldición", pensó Galad, que se dirigió rápidamente hacia él.</p><p style="text-align: justify;">Al entrar en el círculo de piedra, Galad se congeló. La luz de Emmán lo recibió en su seno, era fuerte allí. Estuvo tentado de dejarse consumir por ella, pero su voluntad era fuerte. A duras penas, consiguió arrastrar al hidka fuera del círculo, pero poco pudo hacer por él.</p><p style="text-align: justify;">Mientras Galad se agachaba sobre el hidka inerte, las pequeñas piedras de toda la loma empezaron a levantarse del suelo. Symeon miró muy preocupado a su alrededor, esgrimiendo su cayado de madera de Aglannävyr e intercambiando miradas con Faewald, Daradoth y Yuria. "¿Estarán perdiendo el control?", pensó aterrado. "Oh, Luz, no quiero pasar otra vez por lo que sucedió anteayer".<br /></p><p style="text-align: justify;">De repente, Symeon se encontró atrapado en un lugar cerrado. No tuvo que caminar mucho para darse cuenta de que el lugar era un laberinto.</p><p style="text-align: justify;">Daradoth estaba sentado en un trono. Una pequeña multitud se encontraba reunida, adulándolo. A su lado se encontraba su reina, Ethëilë, bellísima.<br /></p><p style="text-align: justify;">Galad se puso de pie. Su entorno era totalmente blanco. Se erguía sobre un suelo invisible, y un hombre de mediana edad, de pelo largo y rizado, con los ojos de un azul profundo poderosísimo se encontraba junto a él. Alrededor de ellos, una hueste de arcángeles armados se acercaba, amenazante.</p><p style="text-align: justify;">Yuria tripulaba un barco a merced de la tempestad. Su tía y su padre se encontraban amarrados en el mascarón de proa. Gritaban. La ercestre comprendió que ambos dependían de su pericia navegando para no morir ahogados o destrozados por alguna roca o arrecife.</p><p style="text-align: justify;">Transcurrió un lapso de tiempo indeterminado, que se hizo eterno para todos. Symeon buscó una salida del laberinto mientras bestias enormes que no podía ver rugían en los alrededores. Galad tuvo que luchar para proteger a Emmán del ataque de los arcángeles, que lo hirieron varias veces. Yuria gritó, lloró y rugió maldiciones mientras inentaba apartar el barco de las rocas y superar la tempestad. Daradoth vio por el rabillo del ojo cómo Ethëilë, con lágrimas en los ojos, sacaba una daga e intentaba asesinarlo. La esquivó por poco, mientras los nobles reunidos sacaban sus armas y se abalanzaban sobre el trono gritando "¡muerte al tirano!"; él mismo tuvo que sacar su espada y defenderse, desgarrado por la traición de su amada y de varios de sus amigos más cercanos.</p><p style="text-align: justify;">Tras una travesía devastadora, con todos sus músculos atravesados por dagas invisibles y con su estómago revelándose, Yuria consiguió salir de la marejada y los relámpagos. Y una voz familiar resonó a lo lejos, en un faro que apareció de repente en el horizonte. </p><p style="text-align: justify;">—¡Yuria, Yuria! —era Symeon.</p><p style="text-align: justify;">Yuria dirigió el barco hacia el faro, y el agotamiento la venció; cayó sobre el timón, exhausta. La nave se estrelló contra el faro. Symeon, que había conseguido salir del laberinto, vio cómo el galeón se abalanzaba sobre él. Daradoth, con todo el dolor de su corazón, con el brazo entumecido y el suelo resbaladizo por la sangre, acabó con el último de sus traidores. Y Galad dio su último golpe letal con Églaras, que aniquiló a tres arcángeles; Emmán lo empujó a continuación, y se sintió caer.</p><p style="text-align: justify;">En el círculo estaban todos ellos. Totalmente agotados y consumidos. Yuria lloraba, Symeon tenía la mirada nublada, Galad una sensación de pérdida que hizo asomar lágrimas a sus ojos, y Daradoth miraba su mano asesina, pensando en que lo que había vivido igual le había gustado demasiado, sintiéndose atormentado por ello. Darion, Avriênne, Garâkh y Eraitan los miraban preocupados; Faewald y Taheem estaban en un estado parecido al del grupo.<br /></p><p style="text-align: justify;">Al menos tres hidkas se encontraban en el suelo, alguno de ellos sin vida. El resto resollaba, con el sudor resbalando hasta sus barbillas.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué ha pasado? ¿Por qué no reaccionabais? —interrogó Cireltar. Ninguno pudo contestar.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-83760292967611244582022-11-28T00:03:00.001+01:002022-12-02T22:09:02.351+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 32<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">Viaje a Eryn'Mauthrän</span><br />
</p><div style="text-align: justify;">—Según mis cálculos, el viaje nos llevará cuatro jornadas si no hay imprevistos —dijo Yuria.<br /></div><p style="text-align: justify;">—Quiera Emmán que no los haya —se santiguó Galad.<br /></p><p style="text-align: justify;">Y así, dejaron atrás las islas Ganrith y se adentraron en el mar. Poco antes del final de la primera jornada, Daradoth pudo avistar el descomunal monte Erentárna, sobre el que se alzaba la fortaleza de Nímbalos, la capital de la Corona del Erentárna.</p><p style="text-align: justify;">Por la noche, Symeon amenizó la velada con canciones e historias para subir la moral, con mucho éxito. Cuando acabó, Ethëilë le tomó el relevo entonando varias baladas élficas. El impacto de la voz y la belleza de la etérea doncella élfica fue mayúsculo y muy profundo en la audiencia, que la escuchó conmovida. "Nassaröth bendito, nunca la había oído cantar, ¡qué sublime gozo!", pensó Daradoth, más enamorado de ella que nunca.</p><p style="text-align: justify;">El clima primaveral permitió que la segunda jornada de viaje transcurriera sin incidentes hasta que llegaron a ver a lo lejos las primeras islas que custodiaban los accesos a Doranna. Yuria decidió que a partir de entonces viajarían a la máxima cota posible, aunque eso redujera su velocidad de viaje.</p><p style="text-align: justify;">Por la tarde, Daradoth consiguió hacer un aparte con Ilwenn, la (ex)hermana del Llanto que, según Ethëilë, era capaz de tener visiones sobre el destino de las personas.</p><p style="text-align: justify;">—Saludos, hermana —dijo el elfo—. Como ya sabéis, no soy amigo de andarme con rodeos, así que lo expondré sin más: ha llegado a mis oídos vuestra habilidad, y me gustaría conocer más sobre ella.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y qué sabéis de mi... habilidad, exactamente? —respondió ella, incómoda.</p><p style="text-align: justify;">—Sé que tenéis el don de percibir imágenes sobre el destino de la gente.</p><p style="text-align: justify;">Tras unos segundos de silencio, mirando muy fijamente a Daradoth, Ilwenn continuó: <br /></p><p style="text-align: justify;">—No sé si llamarlo don o maldición, mi señor, pero sí, así es.</p><p style="text-align: justify;">—¿Lo podéis ver a voluntad?</p><p style="text-align: justify;">—Me temo que no.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y habéis visto algo de alguien a bordo de esta nave que nos pueda ser útil en nuestra misión?</p><p style="text-align: justify;">—Creo que no, pero aunque lo hubiera visto, no sé si os lo diría, pues... cuando revelo lo que percibo, parece que las cosas se tuercen, y todo sale como no debería.</p><p style="text-align: justify;">—Está bien, pero si en algún momento veis algo preocupante o que relacione a alguno con la sombra, os rogaría que me avisarais.</p><p style="text-align: justify;">—De acuerdo, así lo haré.</p><p style="text-align: justify;">Pocos minutos después, Daradoth pudo ver cómo Ilwenn y Arëlen discutían en voz baja acaloradamente, alejadas en el castillo de popa. Prefirió no intervenir.</p><p style="text-align: justify;">Caída la noche, la tripulación pidió de nuevo las actuaciones divertidas de Symeon y emocionantes de Ethëilë, y por supuesto les fueron concedidas sus peticiones. Esas veladas estaban siendo un bálsamo para la actitud y la moral de todos.</p><p style="text-align: justify;">La tercera jornada también estuvo marcada por la ausencia de nubes y la necesidad de viajar a muy alta cota. Yuria y Suras intentaron mantener el ritmo de marcha, pero fue imposible.</p><p style="text-align: justify;">El cuarto día llegaron a la costa, y atravesaron las llanuras del reino de Hennerël. </p><p style="text-align: justify;">—Hace unos días que quiero advertiros de algo en lo referente a los hidkas —dijo Eraitan al grupo en un momento dado—. Aparte de su aspecto visible, que ya impacta de por sí, con los poquísimos que conocí en los tiempos antiguos, sé que su comportamiento puede ser extraño, e incluso hostil. Hay que tener mucho tacto con ellos.</p><p style="text-align: justify;">—Pero... ¿no es posible que os reconozcan a vos y os respeten por quien sois? —preguntó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—No lo creo. Los pocos hidkas que alguna vez salieron de Doranna, no han vuelto vivos.</p><p style="text-align: justify;">—¿Algún consejo? —preguntó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Sed amables y tened todo el tacto y educación del mundo. Los hidkas son criaturas de Luz, y debemos confiar en que vean que nosotros también lo somos.</p><p style="text-align: justify;">Con gran esfuerzo por su parte, Yuria consiguió que el viaje no se retrasara demasiado debido a la navegación a gran altura. Poco después del mediodía divisaban la sobrecogedora imagen de la cordillera Matram. Los montes Matram limitaban Doranna por el norte y constituían una barrera impenetrable, con multitud de picos de entre once y doce mil metros de altura. A medida que se acercaban, el vértigo de lo enorme se apoderó de algunos de ellos, antes de que se acostumbraran a su presencia. Al atardecer, decidieron que pasarían esa noche en tierra por fin, aprovechando el abrigo de las primeras estribaciones de la cordillera.</p><p style="text-align: justify;">Symeon entró al mundo onírico y viajó para intentar divisar el lugar donde en teoría se alzaba Eryn'Mauthrän, la ciudad hidka. Tras un tiempo indeterminado de viaje sin pausa, durante el que percibió la presencia de varios centauros en el terreno, por fin divisó lo que debía de ser la ciudad en el mundo de vigilia. A lo largo de una estribación avistó una gran ciudad con edificios muy modernos, fortificados, casi inexpugnables, que brillaban con un halo casi dorado, y que despedían un calor reconfortante. Varias figuras empezaron a materializarse no muy lejos de él, así que decidió salir al mundo de vigilia. Ya despierto, confirmó a sus compañeros que la localización que habían calculado era correcta.<br /></p><p style="text-align: justify;">El día siguiente remontaron vuelo de nuevo y se dirigieron al noreste, hacia donde Symeon había confirmado que se encontraba la ciudad. Desde lo alto, descubrieron una calzada, o más bien un simple camino, que se dirigía en la dirección que les interesaba. Lo siguieron en su trazada aérea, que realizaban a una altura cada vez más baja para aprovechar la cobertura de los bosques y colinas.</p><p style="text-align: justify;">Finalmente, decidieron descender cerca del camino en un punto que debía de encontrarse a unos diez kilómetros de la ciudad. Desde donde se encontraban no habían visto ningún edificio enorme como los que había descrito Symeon en el mundo onírico, así que optaron por la prudencia y dejar el <i>Empíreo </i>a resguardo. Así lo hicieron, con el grupo haciéndose acompañar de Eraitan, Arakariann, Ethëilë, Darion, Garâkh y Avriênne, ante el regocijo de estos últimos. A sugerencia del príncipe élfico, tanto el Orbe de Curassil como la redoma que albergaba el alma de Ecthërienn se quedaron en el dirigible, para evitar al máximo llevar sombra con ellos.</p><p style="text-align: justify;">—Tranquilos, estarán a buen resguardo —les aseguró Taheem—. Vosotros tened mucho cuidado.</p><p style="text-align: justify;">—Si en dos días no sabéis nada de nosotros —dijo Yuria a Suras—, intentad salir de Doranna y llevar a todos de vuelta con lady Ilaith.<br /></p><p style="text-align: justify;">Tras una breve marcha por prados y campos poco accidentados, llegaron al camino que habían localizado desde las alturas. Solo hizo falta que recorrieran unos pocos metros para que Symeon y Galad se dieran cuenta de algo. El paladín se agachó junto a unas marcas.<br /></p><p style="text-align: justify;">—Mirad esto —dijo, llamando la atención del resto—; son huellas de cascos de caballos. No tendrán ni dos semanas. Y van en ambos sentidos.</p><p style="text-align: justify;">—Y estas —señaló Symeon otras marcas menos visibles— son de carromato, aunque sí que parecen más antiguas. Pero aun así no lo serán mucho, porque la nieve y el agua las habrían borrado ya.</p><p style="text-align: justify;">—¿Cuáles son las más recientes? —preguntó Yuria.</p><p style="text-align: justify;">—Yo diría que las de los cascos de caballos que van hacia el sur, al contrario que nosotros —contestó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, yo también lo creo —corroboró Symeon.</p><p style="text-align: justify;">Yuria se encogió de hombros, y después de elucubrar algunas posibilidades sobre por qué hacía tan poco había pasado una comitiva de caballos por un camino tan poco cuidado, continuaron la marcha por el camino, siempre ascendiendo.</p><p style="text-align: justify;">Al cabo de un rato, comenzaron a oír los sonidos de animales: vacas, perros y ovejas. Tras rodear una elevación, vieron que el camino ascendía suavemente hacia un conjunto de cerros y colinas donde se levantaban lo que parecían varias aldeas, muy juntas unas de otras. Lo primero que les llamó la atencion fue la peculiar arquitectura de las construcciones. "Desde luego, no parecen erigidas por manos humanas", pensó Yuria. Y así era. Algunos de los edificios (aparentemente, en su mayoría simples casas familiares) parecían haber sido hechos brotar de las rocas, mientras que otros eran árboles sobrecrecidos, fusionados y alterados de formas claramente sobrenaturales. Sin embargo, no tenían la apariencia simple que cabría esperar de unos edificios creados de tal modo, sino que todos ellos estaban ricamente adornados, en un estilo que recordaba muy vagamente al de los elfos, pero que en general era totalmente diferente. Arcos, volutas, columnas, columnatas, frisos, bajorrelieves, molduras, acanaladuras... la decoración y la belleza de hasta el último de los edificios era abrumadora. A través del catalejo que le permitía ver los detalles, Yuria contenía el aliento. "Y todo ello sin señales de herramienta alguna... portentoso". La extraordinaria belleza (¿o sería mejor decir "extrañeza"?) en unas construcciones por lo demás humildes, era pasmosa. </p><p style="text-align: justify;">Las granjas (o eso suponían que eran) que se encontraban más cerca que las aldeas mostraban exactamente las mismas características, y los campos de cultivo se veían extraordinariamente cuidados. "Estos cultivos... tomates... frutas... esto no debería crecer a esta altura, y con este clima", pensó Daradoth. </p><p style="text-align: justify;">Sin embargo, no tuvieron tiempo de compartir sus ideas, porque enseguida vieron cómo tres figuras se acercaban hacia ellos por el camino. No iban deprisa. Eran altos, quizá más que la media élfica, una mujer y dos hombres de piel azulada y sin un atisbo de pelo. Al acercarse, algunos de ellos no pudieron sentir un leve escalofrío; los colmillos de aquellos extraños seres estaban recrecidos, más desarrollados de lo habitual, su piel dejaba intuir los capilares, y sus iris, brillantes, eran todos de colores extraños: dorado, violeta y carmesí. Y lo más extraño de todo: lucían todos un tercer ojo en el centro de sus frentes, que por el momento llevaban cerrado. Sus maneras eran pausadas, muy tranquilas, lo que quizá hizo que el grupo se pusiera incluso más nervioso. </p><p style="text-align: justify;">—Alto, forasteros —dijo al fin el primero de ellos, alzando una mano. Su voz no era menos extraña que su aspecto, con un deje polifónico que la hacía extraña y a la vez bellísima. Todos se miraron, extañados; cada uno de ellos había comprendido a la perfección lo que decía el hidka. Todos excepto Yuria, que se detuvo, pero no pudo comprender nada por el momento—. Ya les hemos contestado a vuestros señores que no queremos tener nada que ver en sus asuntos. Marchaos prontamente por donde habéis venido, o arrepentíos —su mano se convirtió en un puño, en contraste con la tranquilidad de su discurso; "parece que estén bajo los efectos de alguna droga", pensó Yuria, que no entendió nada pero que se dio cuenta de la lentitud con la que arrastraban las palabras. <br /></p><p style="text-align: justify;">Daradoth intentó hablar, pero ningún sonido salió de sus labios. Al verlo, Galad lo intentó, y esta vez sí que se le escuchó:</p><p style="text-align: justify;">—Disculpad nuestra intromisión, pero no venimos de parte de ningún señor.</p><p style="text-align: justify;">—Somos enviados de la Luz, y necesitamos vuestra ayuda —intervino Symeon.</p><p style="text-align: justify;">Tras unos incómodos segundos de silencio, el hidka que les había hablado abrió de repente su tercer ojo. Algunos en el grupo no pudieron evitar un aspaviento por la sorpresa. A continuación, sometió a todos ellos a un escrutinio intenso.</p><p style="text-align: justify;">—Ya hace siglos que pagamos nuestro precio —dijo finalmente.</p><p style="text-align: justify;">—Sois nuestra última esperanza de detener a la Sombra que está azotando de nuevo Aredia —ahora sí que se escuchó a Daradoth, que se apresuró a acabar su alocución—. Hace unas jornadas entramos en los Santuarios de Essel y rescatamos el Orbe de Curassil. El arcángel Athnariel parece haber sido contaminado por Sombra, y necesitamos que lo recuperes para la causa de la Luz. —Más silencio; Daradoth decidió apostillar:— La herida que es posible que ya hayáis notado en mi muslo fue causada allí, con una <i>Kothmor</i>.</p><p style="text-align: justify;">—No os pedimos intervención personal —añadió Galad, educadísimamente—, solo consejo y ayuda. Sois los únicos con el conocimiento y el poder necesarios. Hemos recorrido innumerables leguas y pasado por las peores pesadillas para finalmente llegar aquí.</p><p style="text-align: justify;">Una de las mujeres tomó la palabra, su voz aún más extraña y bella que la del primero:</p><p style="text-align: justify;">—¿Por qué es tan importante ese objeto?</p><p style="text-align: justify;">—Los insectos malditos, los Erakäunyr, han vuelto y están atacando desde el norte. El Alto Príncipe lord Eraitan, aquí presente, puede dar fe de que lo que digo es cierto —si Daradoth esperaba algún tipo de reacción en los hidkas al revelar la identidad del príncipe, se llevó una decepción—. Él ya se enfrentó a ellos en el pasado, y solo podremos vencerles con el Orbe.</p><p style="text-align: justify;">—Si no recuperamos el poder de Athnariel, toda Aredia perecerá —corroboró Eraitan con tono grave—, y con ella, Doranna también.</p><p style="text-align: justify;">Acto seguido, a requerimiento de los hidkas, el <i>Empíreo </i>les trajo el Orbe y la redoma discretamente. Poco después se encontraban reunidos en una de las casas de mayor tamaño con una representación de media docena de hidkas. Al frente de ellos, se presentó Cireltar, el herrero que se podría llamar "líder" de la "ciudad". "La verdad es que es increíble que gente tan poderosa y tan por encima de la realidad tenga una vida tan... sencilla... mundana. ¿Herreros, carpinteros, granjeros, panaderos? No es lo que esperaría de seres así. Y ni una sola arma. Me recuerdan demasiado a mi pueblo... ¿y si...?", pensó Symeon, pero decidió dejar sus elucubraciones para más tarde, cuando los seis hidkas que se sentaban frente a ellos abrieron al unísono su tercer ojo para escudriñar el Orbe, que Galad había dejado en el centro de la mesa.</p><p style="text-align: justify;">Al cabo de unos segundos, uno de ellos pareció distraerse y desviar su mirada hacia arriba, perdiéndola en el infinito. Tanto, que otros dos hidkas tuvieron que llevárselo fuera de la vista.</p><p style="text-align: justify;">Por fin, los miembros del consejo cerraron sus ojos frontales.</p><p style="text-align: justify;">—Efectivamente, este Orbe es la manifestación de un arcángel, supongo que, como decís, Athnariel, y está prácticamente consumido por Sombra.</p><p style="text-align: justify;">—Como os decíamos —dijo Symeon—, estuvo milenios expuesto a su influencia; los Santuarios de Essel son ahora un bastión de Sombra. Hay cosas horribles allí.</p><p style="text-align: justify;">—Entonces... ¿nos pedís que realicemos la <i>Ascensión </i>con él? —inquirió Cireltar.</p><p style="text-align: justify;">—Queremos liberarlo de su prisión de Sombra, no sabemos cómo.</p><p style="text-align: justify;">Al cabo de unos instantes, extrañamente coordinados, todos los hidkas se pusieron en pie, unos a un lado, otros a otro, y se dirigieron al grupo:<br /></p><p style="text-align: justify;">—Acompañadnos, por favor.</p><p style="text-align: justify;">Se dirigieron sin prisa hacia el corazón de los asentamientos hidkas, entrando de lleno en su vida social. Los seres azulados eran pocos en número, y la visión de niños era sumamente rara. Aun así, pudieron ver alguno. Se dirigieron hacia lo más parecido a un templo, o quizá una casa comunal, que habían visto en el lugar. Allí reunieron a la totalidad del consejo de la ciudad, y Cireltar dio la palabra a un tal Neraen.</p><p style="text-align: justify;">—Es realmente chocante que hayáis acudido a nosotros en tiempos tan comprometidos. En los últimos meses hemos recibido más visitas pidiendo nuestra ayuda que en los diez últimos siglos.</p><p style="text-align: justify;">—Pero, como ya os hemos dicho... —empezó Daradoth.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, Cireltar ya nos ha asegurado que no transmitís palabras de ningún noble dorannio.</p><p style="text-align: justify;">—Así es, solo queremos detener a los Erakäunyr, de nuevo a las órdenes de Sombra.</p><p style="text-align: justify;">Los hidkas se miraron.</p><p style="text-align: justify;">—El problema es —continuó Cireltar, mirando a sus congéneres— que deberíamos llevar a cabo el ritual de <i>Ascensión</i>. No existe, según mis conocimientos, ninguna otra forma de expulsar la Sombra de un ser viviente. Pues como supongo que todos sabréis, el Orbe no es un mero objeto, sino un arcángel. Y el proceso es largo, costoso, y peligroso; seguramente ocasionará que alguno de nosotros dejemos la vida en el intento, y no sabemos si podemos permitirnos algo así.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto —intervino Symeon—, la decisión es vuestra, pero si no conseguimos recuperar a Athnariel, posiblemente cientos de miles de vidas arédicas se perderán.</p><p style="text-align: justify;">—¿Hay alguna forma de que podamos ayudar a realizar el ritual? —preguntó Galad.</p><p style="text-align: justify;">—Sí, creo que la hay —contestó Neraen—. Contadnos con todo lujo de detalles e, insisto cuando digo con todo lujo de detalles, por qué necesitáis este orbe, cómo lo habéis conseguido, y de qué forma puede su uso cambiar el mundo. Necesitamos que lo hagáis con calma; cualquier nimio pormenor, por superfluo que os pueda parecer, puede ser vital. Y cada uno de vosotros deberá darnos su versión.</p><p style="text-align: justify;">Cuando el grupo se mostró totalmente de acuerdo, los hidkas abrieron sus ojos frontales, y aguardaron a escuchar sus historias. Y así lo hicieron, contando todas sus peripecias desde su viaje al Vigía hasta que habían llegado allí. Tanto Galad, como Symeon, Yuria, Daradoth, Eraitan, Faewald (que se había incorporado a la comitiva) y Arakariann narrarían sus experiencias, alegrías, traumas y gestas. Durante una jornada entera se turnaron para comer y dormir mientras relataban toda la historia. Daradoth se mostró especialmente prolijo en su narración. Pero Eraitan, el quinto narrador, no pudo completar su historia, al revivir el trauma de su cautiverio y muerte, y tuvo que salir de la casa en un estallido de furia. </p><p style="text-align: justify;">Poco después, los hidkas cerraban sus terceros ojos.</p><p style="text-align: justify;">—Me temo que deberemos reiniciar el proceso en otro momento —dijo Cireltar.</p><p style="text-align: justify;">El grupo se retiró a los alojamientos que se les habían asignado, algunos de ellos frustrados, pero comprendiendo la reacción de Eraitan. No en vano, había llegado a morir y habían tenido que usar la <i>Tannagaeth</i>, la extraordinaria flor de resurrección.<br /></p><p style="text-align: justify;">En una rápida visita al mundo onírico, Symeon pudo ver que varios hidkas se encontraban presentes en él, en actitud de meditación y perfectamente perfilados y definidos. Al acercarse a alguno de ellos, este abrió su tercer ojo y le preguntó por sus intenciones. "Así que se mueven perfectamente en el mundo onírico. Y seguramente en alguna otra dimensión, si no en todas... interesante".</p><p style="text-align: justify;">La mañana siguiente, Eraitan se disculpó por lo que había ocurrido, y todos lo tranquilizaron. Pero insistieron en que debería contarlo para ganar el favor de los hidkas.</p><p style="text-align: justify;">Unas horas después procedieron a narrar de nuevo sus historias, y esta vez Eraitan pudo aguantar hasta el final. Y por suerte también Faewald y Arakariann, que también habían pasado por sendas experiencias traumáticas. Esta vez, el proceso se alargó un par de días. En un momento dado, mientras Eraitan contaba su historia con una riqueza extraordinaria, uno de los hidkas cayó sobre la mesa desmayado. Dos de sus congéneres que se encontraban al fondo se acercaron, tranquilizaron al grupo (instándoles a continuar la historia) y se lo llevaron. Aún cayó inconsciente otro de ellos cuando Faewald narraba su historia en último lugar de forma sorprendentemente excelsa, detallando su propio infierno personal y el cambio que se había obrado dentro de él.</p><p style="text-align: justify;">Cuando Faewald finalizó y por fin todos los vívidos recuerdos se desvanecieron otra vez en la memoria de los miembros del grupo, los hidkas cerraron sus ojos frontales, y Cireltar anunció:</p><p style="text-align: justify;">—Está bien. Lo haremos.<br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5444403843572108695.post-50069815805556308362022-11-16T13:43:00.010+01:002022-11-18T13:55:37.618+01:00Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 3 - Capítulo 31<p style="text-align: justify;"><span style="color: #dd4444;">El Cónclave de los Capitanes</span><br />
</p><div style="text-align: justify;"><div>—Con nuestro transporte volador, el <i>Empíreo</i>, podríamos traer aquí a los
demás capitanes en un plazo breve —aseguró Symeon a la capitana Tirië,
mirando a Yuria.</div><p>—Sí —confirmó la ercestre—, nosotros nos encargaremos de reunirlos, si os parece bien, mi señora.</p><p>—Por
supuesto, por supuesto, encargaré los preparativos del cónclave, y yo
misma os acompañaré para que no haya ningún problema. <br /></p><p>Aunque Eraitan y Faewald expresaron sus reservas acerca de prolongar su estancia en las islas, el grupo permaneció firme en su decisión. En un breve intervalo de tiempo, el <i>Empíreo </i>remontaría el vuelo con la tripulación mínima, cinco marineros y Yuria, con Daradoth y con la capitana Tirië y sus dos oficiales. Darion, Garâkh y Avriênne, los voluntarios del Vigía que les acompañaban en el viaje, expresaron su insatisfacción ante las repetidas veces que el grupo los dejaba atrás, pero Galad no tardó en convencerlos de que era necesario y que, además, volverían a lo sumo en un par de días. Daradoth se despidió tiernamente de Ethëilë y abordó el <i>Empíreo</i>.<br /></p><p>Durante la travesía, Daradoth preguntó a la capitana Tirië acerca de las anomalías en la Esencia que provocaban aquellas insólitas explosiones. <br /></p><p>—Como supongo que habréis notado —le dijo—, el volcán es una especie de nodo donde la Esencia se arremolina y se potencia. No soy ninguna experta en historia antigua, pero hay muchas habladurías al respecto. Se dice que alguien manipuló ese nodo de Esencia de forma inconsciente y se escapó a su control; muchos estudiosos suponen que pudo ser obra de los elfos antiguos, o incluso de los kaloriones, o quizá de los titanes, que habitaron las islas en tiempos remotos.</p><p>—¿Y por qué el volcán es más virulento desde hace unos pocos siglos?</p><p>—Creo que nadie podrá responderos a esa pregunta. Supongo que habrá teorías, pero nadie nos ha dado ninguna certeza.</p><p>—¿Nadie se ha acercado a la boca del volcán para investigar más de cerca?</p><p>Tirië negó con la cabeza.<br /></p><p>—Nadie que luego haya vuelto —dijo—. Aparte de lo extenso y escarpado que es, la Esencia provoca en sus alturas un maelstrom sobrenatural que hace imposible alcanzar la boca, ni siquiera las inmediaciones. Supongo que ya notaréis sus efectos...</p><p>Efectivamente, desde hacía unos minutos, el dirigible daba sacudidas y bandazos que forzaban a la tripulación a sujetarse de las jarcias; algunos de ellos se encontraban ya mareados. Daradoth miró a popa; el rostro de Yuria estaba tenso y perlado de gotas de sudor. "Parece que la travesía va a ser más complicada de lo previsto", pensó. Allá arriba, las nubes <br /></p><p>Así fue, Yuria tuvo que mantener una ruta elíptica alrededor del volcán, evitando que las corrientes los llevaran hacia el interior, lo que la tuvo en tensión toda la travesía e hizo que sus músculos se quejaran de dolor.</p><p>—Lo sorprendente —continuó la conversación Daradoth— es esa presencia continua de sombra que detecto desde que llegué a la isla...</p><p>—En eso no puedo ayudaros, entre nosotros no hay nadie capaz de sentir la sombra de esa manera. Había oído hablar de gente con esa capacidad, pero nunca había conocido ninguno, es en verdad extraordinaria. ¿Puedo preguntaros qué sentís?</p><p>—Bueno... es como una comezón en la espalda, a veces en el cuello... no sabría definirlo muy bien, pero sé que está ahí.</p><p>Tirië se encogió de hombros, sin saber qué más decir.<br /></p><p>En rápida sucesión visitaron las otras tres murallas de los <i>airunndälyr</i>. Las fortalezas se hallaban en un cuadrado perfecto alrededor del volcán, cada una en un punto cardinal opuesto. Los mensajes que había enviado Tirië con los pájaros apenas habían preparado al resto de guarniciones para la llegada del <i>Empíreo</i>.En cada fortaleza tuvieron que proceder a las mismas presentaciones y explicaciones, levantando las mismas expresiones de incredulidad al relatar su experiencia en los Santuarios de Essel.</p><p>Finalmente, completaron el circuito alrededor del volcán y volvieron con la capitana Angrëth y los capitanes Enfarionn e Ilderian. Este último presentaba un aspecto extremadamente curtido, con multitud de cicatrices, una de ellas cruzándole un ojo que había perdido hacía tiempo. Cada uno de los capitanes fue acompañado por sus dos Consejeros más importantes. Los Consejeros eran el cuerpo de estudiosos de los airunndälyr, los más cultos entre ellos. Confiaban en que alguno de ellos tuviera los conocimientos suficientes como para ayudarles a recuperar el Orbe de Curassil. Una cosa que les llamó la atención fue que los dos Consejeros de Enfarionn lucían sendas barbas en sus rostros. Por el momento, solamente habían conocido a un elfo con pelo en el rostro, el líder del Vigía, Irainos. "Algún día trataré de averiguar por qué algunos de los elfos desarrollan esa característica", pensó Yuria.</p><p>Precisamente fue uno de esos Consejeros barbados, el llamado Malior, quien aportó algo de esperanza al grupo cuando, ya reunidos todos con carácter de emergencia en la Sala Mayor de la Muralla de Tirië, y expuestas las razones de la presencia allí de los extranjeros llegados en el dirigible, anunció:</p><p>—Lo que voy a decir es una idea algo peregrina, entendedme bien; pero pienso que quizá podríamos hacer uso de nuestras habilidades para contener la Esencia de manera que podríamos enfocarla hacia el Orbe. Es posible que eso potenciara la fuerza vital de Athnariel y su Luz, y con eso pudiera expulsar la sombra que lo ha infestado. Creo que es una posibilidad.</p><p>—No suena mal —dijo Daradoth.</p><p>—Demasiados "quizá" y "es posible" para mi gusto —sentenció Symeon, una vez que Arakariann acabó de traducir las palabras del Malior—, pero no lo podemos descartar.</p><p>—La otra posibilidad que tenemos —continuó Daradoth—, y que nos propuso alguien que no viene al caso, es acudir a los hidkas. ¿Por ventura no sabréis de qué forma ellos podrían ayudarnos?</p><p>—Sinceramente, no —dijo uno de los Consejeros—. Los hidkas tienen una conexión con... con la realidad, supongo... que escapa a la comprensión del resto de razas.</p><p>—Siendo así, ¿tenéis idea de cuánto tiempo os podría llevar preparar la ceremonia?</p><p>—Pues.. habría que realizarla en uno de los nodos menores de la montaña, claro... y habría que decidir cuántos de nosotros tendrían que contener... y cuántos enfocar... y cómo tratar el Orbe para...</p><p></p><p>Dejando a los Consejeros para discutir los detalles y convocando otra reunión para la mañana siguiente, el grupo se retiró a descansar. Yuria, sobre todo, estaba destrozada por el esfuerzo que le había supuesto guiar el <i>Empíreo </i>durante la travesía.<br /></p>Mientras Daradoth se encontraba compartiendo unos momentos de intimidad con Ethëilë, Arëlen, otra de las hermanas del llanto que les habían pedido viajar con ellos, se acercó e hizo un aparte con el elfo. Tras expresarle su profundo agradecimiento por haber accedido a sacarlas de allí, añadió:<p>—Disculpad mis palabras, mi señor Daradoth... sé que no es habitual la franqueza entre los Primeros Nacidos, pero... dado vuestra... historia, creo que seréis comprensivo. ¿Pensáis viajar a Doranna?</p><p>—Pues, no a corto plazo... ¿por qué lo preguntáis?</p><p>—No... es que... tenía la sensación de que pensabais volver en breve. Ethëilë me ha contado vuestra historia, y quiero que sepáis que contáis con todas mis simpatías.</p><p>—¿Sobre qué? ¿A qué os referíais?</p><p>—A vuestro amor y a vuestra desventurada historia, claro, ¿a qué, si no? —sonrió.</p><p>—Por supuesto —sonrió Daradoth a su vez, comprendiendo más o menos las intenciones de su contertulia.</p><p>—Tenéis que entender que, veros con lord Eraitan —"vaya, vaya, así que lo ha reconocido", pensó Daradoth—, pues... me haya sorprendido. Y me planteó ciertas... expectativas. Más cuando vos parecéis ser quien lo guía, y no él a vos. No me malinterpretéis, por favor.</p><p>—Eso es decir mucho, Eraitan nos acompaña en nuestro viaje, no es que le pueda...</p><p>—Eso mismo —lo interrumpió Arëlen—. Vos viajáis y él os acompaña. A eso me refiero. Y da esa sensación.</p><p>—No sé dónde queréis llegar a parar.</p><p>—Solo eso, en que tenéis todas mis simpatías... en todos los aspectos —lo miró de medio lado—. Y si necesitáis una reclamación, o quizá un título para... afianzar vuestra posición, o... bueno, ya me entendéis.</p><p>El corazón de Daradoth se aceleró. Pero tenía que tener cuidado; estaba seguro de que Ethëilë no le había contado nada sobre sus aspiraciones políticas, y Arëlen lo había tenido que deducir por sí misma. Extremadamente perspicaz.</p><p>—Tenéis mi agradecimiento —"Nassaroth bendito, espero que no se note demasiado mi anhelo"—. Si me ofrecéis eso, es porque debéis de tener buenas influencias... ¿quién sois? Contestad sin rodeos, pues.</p><p>Arëlen pensó mucho sus palabras. "¿Acaso se arrepiente?"</p><p>—Muy bien, creo que la recompensa compensa el riesgo con creces. Os voy a decir mi nombre, uno que no he pronunciado desde hace varios siglos. Mi nombre es Arëlieth. La reina Arëlieth.</p><p>¡La reina Arëlieth Saënathir, la esposa del rey Dagaeroth de Harithann! A Daradoth, dado lo pésimo estudiante de historia que había sido, le sorprendía recordar aquel dato.</p><p>—Veo por vuestra expresión que conocéis mi historia —dijo ella—. Sí, caí en desgracia a instancias de lady Angrid, acusada de envenenar a mi esposo, que Rokoras lo tenga en su gloria, y mi reino, Harithann, fue después dividido en dos: Rechelorn y Harganath. Maldita sea por toda la eternidad.</p><p>—Pensaba que habíais muerto poco después de vuestro marido, y por eso había estallado el problema sucesorio.<br /></p><p>—Pues aquí me tenéis, y os aseguro que cualquier acusación fue falsa.</p><p>Daradoth comenzó a hacer una reverencia, reconociendo en su interlocutora a una reina.</p><p>—No hagáis eso, ni se os ocurra —le urgió ella—. Como os decía, básicamente fui víctima de una trampa. Mi familia, el Consejo, y aquel maldito Mediador me dieron a elegir entre la muerte o un exilio eterno de recogimiento. Todos creyeron que envenené al rey.<br /></p><p>—Siento mucho vuestro destino.<br /></p><p>—Quiero que sepáis que me ha costado mucho decidirme a revelaros esto. Estoy quebrantando el Juramento sagrado de Renacimiento diciéndoos esto, pero mi ansia de venganza es mucho mayor que cualquier temor que pueda sentir. Ni siquiera la muerte me detendrá.</p><p>Tras unos segundos de silencio, Daradoth continuó:</p><p>—Quiero agradeceros vuestra confianza, lady Arëlieth, y aseguraros que no será traicionada. Sin embargo, aunque coincido en vos con que Doranna necesita un cambio profundo y no está bien dirigida, Eraitan no tiene nada que ver con ninguna de mis... aspiraciones.</p><p>—Así que me confirmáis que las tenéis. —Daradoth afirmó con la cabeza—. Me alegra oír eso. Juntos podremos acabar, primero con esa serpiente de Angrid, y después quién sabe. Si necesitáis abolengo o una reclamación, estoy dispuesta a ofrecerme a vos en esponsales.</p><p>—Pero...</p><p>—No pretendo sustituir a Ethëilë, esto sería una mera alianza política hasta conseguir nuestras metas. Tenemos mucho que ganar.</p><p>—Dejadme pensar en ello. Ahora mismo el mundo entero depende de nosotros...</p><p>—He esperado ocho siglos. No me importa esperar unos cuantos meses, o años, más.</p><p>Daradoth se despidió de "Arëlen" sintiéndose embriagado. Parecía que el Universo conspiraba para facilitarle las cosas. Pero de momento, decidió aplazar tal asunto hasta que pudieran resolver el asunto de los insectos demoníacos. Pero no pudo ocultar el contenido de la conversación a su amada Ethëilë, que se mostró interesada por lo que habían hablado. Daradoth se lo contó, preocupado porque parecía que se había dado cuenta de lo que pretendía. <br /></p><p>—Ten cuidado, Daradoth —le dijo su amada—. Ya sabes cómo son las intrigas de Doranna. Muy peligrosas.</p><p>—Lo tendré, pierde cuidado, amor —le contestó—. Lo que realmente me preocupa es que haya podido darse cuenta de mis anhelos más internos, por mucho que intento ocultarlos.</p><p>Ethëilë pensó durante unos instantes.</p><p>—Bueno, no te preocupes tanto. Yo diría que en eso, la hermana Ilwenn ha tenido algo que ver... sé que ve cosas cuando mira a la gente, que a veces puede llegar a interpretar. Es una especie de vidente. Seguramente ha sido ella la que le ha dado las pistas necesarias para llegar a esa conclusión.</p><p>—Vaya... una sorpresa tras otra.</p><p>—Sí. Ten cuidado, solo pido eso.</p><p>—Claro que sí —Daradoth no pudo evitar estrecharla entre sus brazos y besarla.<br /></p><p>Al día siguiente se volvió a reunir el cónclave de capitanes para discutir sobre sus asuntos internos y de nuevo sobre el proceso que haría falta para recuperar a Athnariel. El grupo desconectó de las conversaciones extremadamente técnicas (o quizá sería mejor decir esotéricas) porque era imposible seguir las divagaciones de los Consejeros. De vez en cuando interrumpían las diatribas para preguntarles por ciertos detalles, como que el arcángel pudiera sentirse atacado o que el poder implicado pusiera en peligro a alguno de ellos. Lo que parecía claro es que necesitarían al menos 80 airunndälyr para realizar el proceso, y este debería ser llevado a cabo en un lugar con la suficiente concentración de Esencia. Alguien propuso algo llamado "la cumbre de Sikthar". Finalmente, Daradoth fue quien hizo la pregunta más definitoria:</p><p>—Si el proceso saliera mal, ¿qué podría pasar? ¿Se podría dañar el Orbe?</p><p>—No lo creo —respondió uno de los Consejeros.</p><p>—Pues yo creo que no es descartable —rebatió Malior.</p><p>Esto cambiaba las cosas. No podían arriesgarse a que el Orbe sufriera algún daño o incluso fuera destruido.</p><p>—Destruir el orbe —contestó otro consejero—, sería el equivalente a matar a Athnariel. Y nunca he oído que se pueda matar a un arcángel.</p><p>—¿Qué pensáis, Eraitan? —susurró Daradoth al príncipe.</p><p>—Normalmente no me arriesgaría a dejarlo en manos de esta gente, pero es cierto que parece imposible que un arcángel pueda morir por efectos terrenales, así que quizá valga la pena intentarlo.</p><p>Decidieron que llevarían a cabo la "ceremonia" para recuperar a Athnariel. Los airunndälyr estimaban que les llevaría aproximadamente cinco días la preparación, el traslado y la ejecución. Se pusieron manos a la obra.</p><p>Sin embargo, Galad prefirió asegurarse. Esa noche, pidió la inspiración de Emmán al respecto del proceso de "purificación" de los airunndälyr, sin mucha esperanza de que su dios contestara. Pero sí que lo hizo.<br /></p><p><i>Volaba sobre un gran valle, que se encontraba en la vasta falda del volcán. Fumarolas de azufre expulsaban su vapor aquí y allá. Una loma dominaba la escena, en cuya ladera había esculpida una efigie, irreconocible por los siglos de desgaste y temblores. La cumbre de Sikthar. En la cima de la loma, docenas y docenas de figuras encapuchadas con túnicas blancas, brillando con una luz cegadora y formando filas concéntricas, orando en voz alta. En el centro de la multitud una figura humanoide enorme, encogida en cuclillas y con unas formidables alas replegadas alrededor de su cuerpo, parecía sufrir indeciblemente. Los sentidos de Galad vibraban debido al poder desatado a su alrededor, y su cuerpo ausente se quejaba del esfuerzo al que las brutales corrientes de aire, y quizá de algo más, lo estaban sometiendo. La multitud encapuchada extendió las palmas de sus manos hacia Athnariel ("pues, ¿quién más podría ser?") y Galad perdió la visión por un momento. Al instante, la tierra empezó a temblar, y los oficiantes comenzaron a perder pie. Grietas enormes se abrieron en la falda de la montaña, engullendo a varios de los encapuchados, que por doquier caían inconscientes. Una enorme explosión sacudió al arcángel, que en una cascada de energía salió despedido hacia arriba, hasta que se perdió en lo alto. La loma acabó de hundirse del todo en las profundidades de la tierra, mientras los encapuchados que quedaban conscientes gritaban aterrorizados.</i></p><p>Galad corrió a reunir a sus compañeros. Les contó con todo lujo de detalles el sueño inspirado por Emmán.</p><p>—No me parece buena idea seguir con esto —anunció.</p><p>—Pero —objetó Symeon— a mí me parece un sueño muy simbólico, por lo que nos cuentas, Athnariel es liberado, aunque a un coste muy alto.</p><p>—Creo que no nos podemos permitir pagar ese coste —dijo Daradoth.</p><p>—Yo tampoco —coincidió Yuria—. Si esta gente es tan importante para mantener la Esencia controlada, podemos poner en peligro a toda Aredia si hacemos que salgan mal parados en el proceso.</p><p>—Por mi parte, confío plenamente en los sueños que me inspira mi señor Emmán, creo que ya nos ha ayudado en muchas ocasiones y nunca nos ha decepcionado —zanjó Galad.</p><p>No tardaron en transmitir sus temores a los capitanes, haciendo énfasis en la fiabilidad de la inspiración que Emmán ya había proporcionado a Galad en repetidas ocasiones. Así que estos se mostraron conformes cuando el grupo decidió no llevar a cabo la ceremonia y en su lugar recurrir a la opción de los hidkas.</p><p>Así que, tras despedirse de Tirië y el resto de los capitanes y agradecerles encarecidamente su ayuda (y dejando abierta la posibilidad de volver si los hidkas resultaban no ser la solución), procedieron a pertrechar el Empíreo y a preparar el viaje.</p><p>—Tras evaluar todas las opciones —anunció Yuria—, creo que lo mejor será sobrevolar el mar Mirgaer, entrar sobre los llanos de Arandel y llegar a Eryn'Mauthrän. Así evitaremos las zonas más pobladas.</p><p>—Sea, pues. Adelante.</p>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; width: 100%;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi2YhWcxk7hsw-tk2ZjkFL-E31JBOwhv7PBNEhd9nPZmyY6aHgUV-6w0Ed0CWrj_7Px8veoHfdeNMcild99k3Wx4_kyAt3KkBgHcM-Z4E_nDpLsQ_IgbKs5GO_xKzVu2Kzf25F2NXp2Ed2pWvM-Y_GaC1wh-yKfx6T3U2HfZQGPo7ASPEb3ofTbKczLAw/s1313/Doranna.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1234" data-original-width="1313" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi2YhWcxk7hsw-tk2ZjkFL-E31JBOwhv7PBNEhd9nPZmyY6aHgUV-6w0Ed0CWrj_7Px8veoHfdeNMcild99k3Wx4_kyAt3KkBgHcM-Z4E_nDpLsQ_IgbKs5GO_xKzVu2Kzf25F2NXp2Ed2pWvM-Y_GaC1wh-yKfx6T3U2HfZQGPo7ASPEb3ofTbKczLAw/s1313/Doranna.jpg" width="100%" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Doranna</td></tr></tbody></table><br /><p><br /></p><p></p></div>Unknownnoreply@blogger.com0