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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 8

Continúan las Conferencias

En pocos segundos, Daradoth dejó sus abluciones, cogió a Sannarialath en su vaina y salió corriendo con toda la energía de la que era capaz. «Puedo estar allí en diez minutos si todo va bien», pensó, bajando ya las escaleras de palacio ante la mirada asombrada de los guardias.

Yuria se levantó prácticamente fluyendo con el mismo movimiento de caída, y se acercó a Galad, al que tuvo que ayudar durante un par de minutos. Se acercaron hacia el templo de Sirkhas lo más rápido que pudieron. Entre susurros, se contaron lo que habían visto mutuamente hacía escasos momentos. 

—Es la Vicisitud, seguro. Algo malo le ha pasado a Symeon, y ha contactado con nosotros a ese nivel —afirmó Galad.

—Empiezo a estar un poco harta de estas cosas.

—Pues ármate de paciencia, porque creo que esto no ha hecho más que empezar.

Daradoth atravesó las murallas occidentales a toda prisa, esquivando como pudo (la herida de su muslo no cesaba en su dolor) a la pequeña multitud de trabajadores que estaban comenzando a reparar los desperfectos del reciente terremoto. Todos los transeúntes observaron asombrados, algunos de ellos con reverencia, la velocidad sobrenatural del elfo.

Galad notó como el vello de su nuca se erizaba. Una enorme canalización de poder tenía lugar justo en la dirección en la que se dirigían Yuria y él. Avisó a su compañera, y poco después llegaban a la escalinata del templo, donde el paladín empuñó por fin su elegante espada a dos manos. Algunos curiosos los miraban desde la distancia, pero nadie osó mover un dedo.

Entraron al templo. Cuando atravesaron el umbral, la penumbra les recibió. Y al entrar, sus movimientos se vieron ralentizados como si se hubieran sumergido en una gelatina, y su piel notó los efectos de un frío intenso.

—¿Qué demonios pasa aquí? —inquirió Yuria en voz queda. Su voz sonaba también más apagada de lo normal, y sorprendida; con su talismán al cuello, no estaba acostumbrada a sufrir efectos sobrenaturales.

—Deben ser los efectos de lo que detecté. Cuidado.

Esforzándose por moverse más rápido (pero sin conseguirlo) se adentraron en el templo. Aproximadamente un minuto después vieron a Symeon, que se encontraba caído de rodillas sobre un banco.  Con una lentitud desesperante llegaron a su lado y consiguieron ponerlo en pie. En ese momento, Daradoth hizo acto de presencia, sufriendo los mismos efectos que los demás al atravesar el umbral.

Pocos instantes después, la tierra empezó a temblar. Galad y Yuria se miraron asustados, pero por suerte el pequeño seísmo no pasó a mayores y cesó tras unos segundos. Justo entonces se encontraron con Daradoth en la penumbra, y sacaron a Symeon de allí.

—¿Qué crees que ha pasado aquí? —aprovechó para comentar Yuria, luchando por sacar palabras de su boca en aquel extraño ambiente pegadizo—. ¿Algún hechizo de Sombra?

—No, no creo —contestó Daradoth—; no siento una Sombra especialmente intensa aquí.

—Y tampoco parece que haya hechizos activos —terció Galad.

—Sea lo que sea, me afecta aun con el talismán. ¿La puñetera Vicisitud?

—Puede ser. Vamos fuera, rápido.

Sacaron a rastras a su amigo y nada más traspasar el umbral, recuperaron su ligereza de movimientos. Lo agradecieron silenciosamente, pero también se hizo más evidente el cansancio que les había provocado atravesar aquel aire densificado. Por suerte, en cuanto Symeon fue bañado por la luz del sol durante unos segundos, recuperó la consciencia. Abrió los ojos, pero lo veía todo negro. Oía hablar a los demás, que se alegraban de que despertara, pero luchó por contener la desesperación ante la falta de visión.

—No... ¡no veo nada! ¡nada! —dijo.

—Cálmate —lo tranquilizó Galad, cogiendo su cabeza entre las manos—, deja que te vea los ojos. Un momento... parece que tienes una voluta negra alrededor de los iris, Symeon.

—Solo... solo recuerdo que... me besó los dedos...y todo se rompió. Y lo veo todo negro. ¡Ashira!

«Por suerte, sigo notando el poder de la diadema», pensó Symeon, «Sombra no me ha poseído, o al menos no lo suficiente». Aun así, quiso asegurarse:

—Ella, ella...¿ha hecho algo en mí? ¿En mi Sombra?

—No, no te preocupes Symeon —contestó Daradoth tras concentrarse unos segundos—, no detecto un incremento significativo.

Symeon suspiró, con lágrimas de rabia en los ojos.

—Intenté oponerme a aquello que me estaba haciendo. Al menos, creo que tuve éxito en parte.

—Por lo menos, sirvió para llamarnos y que supiéramos que estabas en peligro —dijo Galad, que había estado entonando una oración en voz baja—. Ahora, deja que pruebe... así...

El paladín puso su mano sobre los ojos de Symeon, y unas ligeras fanfarrias celestiales anunciaron el encauzamiento del poder de Emmán. La voz de Galad se alzaba en la escena potente. Una pequeña muchedumbre se había reunido ya a su alrededor, curiosa.

Symeon abrió los ojos. Veía.

—Gracias, Galad. Menos mal.

Ya más tranquilos, Daradoth dio órdenes a los presentes de que nadie entrara en el templo de Sirkhas, pues "un suceso extraño había tenido lugar", y tendría que ser investigado. A continuación, se dirigió al auditorio, seguido de los demás, para continuar con la charla que tuvo que interrumpir de madrugada. Pronto se unieron a él los cuatro muchachos que se habían convertido en sus más fieles seguidores en Doedia, Aythara, Agirnan, Nurän y Erastos. Habían cambiado sus ropajes por otros más parecidos a los portados por Daradoth, y formaron una especie de círculo protector alrededor de él para que los curiosos no se acercaran demasiado. «En algún momento tendré que poner freno a ese entusiasmo», pensó Daradoth, «no debo dejar que se convierta en fanatismo».

—¿Creéis que Ashira puede ser como... como nosotros? —preguntó en un momento dado Galad.

—Es posible. Muy posible —contestó Symeon.

Llegaron al auditorio pasado el mediodía. Allí ya se había reunido una gran multitud, que incluía a gran parte de los Maestros del Saber, Svadar, Nerémaras y un gran número de bibliotecarios, además de un nutrido grupo de los nobles presentes en la ciudad distribuidos en palcos construidos expresamente. Y ciudadanos de a pie, que habían tomado posiciones en las laderas de la colina que rodeaban la construcción. Los cuatro muchachos, que empezaban a llamarse a sí mismos los "acólitos de Daradoth", tomaron asiento en un lugar preferente del escenario. Yuria, Galad y Symeon se sentaron, al igual que Daradoth, en el estrado que se había preparado con gran diligencia la noche anterior.

Todo el mundo esperaba expectante. Los ojos de los más jóvenes de los bibliotecarios brillaban. Algunos de ellos llevaban horas esperando el momento. Mientras se acomodaba a todo el mundo, Symeon hizo un aparte con Svadar y Nerémaras; les informó de su reunión con Ashira y detalles sobre lo que había ocurrido en el templo de Sirkhas.

—Según sus propias palabras —dijo el errante—, se ha unido a las filas de los kaloriones y la Sombra, pues ellos la van a ayudar a encontrar el camino de vuelta de los errantes. Y las claves parecen estar aquí, en la Biblioteca. Me ha ofrecido unirme a ella, y en ese momento, sucedió algo que no puedo explicar. Algo que ha dejado el templo de Sirkhas en una situación extraña.

»Creo que lleva un colgante en el cuello que le da un gran poder, un regalo de los kaloriones, y sin duda lo va a usar para hacerse con lo que sea que quiere.

—Información preocupante, en verdad —contestó Svadar—. Si se ha adscrito a las filas de los kaloriones... ¿qué proponéis?

—Redoblar la seguridad de la Bibllioteca, hablar con el rey si es preciso para ello.

—Jamás habría dicho que Ashira era tan peligrosa, una mujer tan agradable y culta...

—Mera fachada. No os miento —Symeon se puso rígido.

—No, por supuesto que no quería decir eso. Convocaremos al consejo de Sapientes y a los maestros bibliotecarios esta misma tarde, descuidad. No puedo tomar esa decisión por mí mismo. Es verdad que, hasta hace solo dos días, el concepto de Sombra era muy abstracto para nosotros, pero a la vista de las revelaciones que está realizando lord Daradoth... perded cuidado, lo solucionaremos lo antes posible.

Finalmente, con todo el mundo sentado o acomodado, llegó el momento de reanudar el discurso. Comenzó Daradoth, arengando a los presentes de nuevo para evitar las tentaciones de la Sombra y luchar contra ella allí donde la encontraran. En cuanto el elfo empezó a hablar, todo el grupo pudo notar de nuevo cómo se restablecía aquella especie de tirón sobre la multitud reunida. La conversación se prolongó de nuevo durante horas, y esta vez tanto Galad como Yuria y Symeon intervinieron aportando sus experiencias y pensamientos.

Gran parte de la conversación se centró esta vez en intentar aclarar la distinción entre Sombra y mal, y en intentar evitar posibles guerras santas provocadas por el fanatismo. «Pero en algún momento tendremos que afrontar la guerra», pensó Daradoth, «y si es necesario romper algunos huevos para hacer una tortilla, no tendremos más remedio que hacerlo».

El grupo fue alternándose en los turnos de palabra, y aquello contribuyó a que no decayera aquella especie de electricidad que se notaba alrededor, denotando que algo importante estaba sucediendo allí. Hablaron de Essel, de Luz, de Sombra, del Empíreo, de la torre Emmolnir, del camino de los errantes... multitud de temas.

En la recta final de la jornada, ya entrada la noche, Daradoth quiso dejar un tema en el aire de cara al siguiente día, durante el que Svadar ya había anunciado que se prorrogaría el encuentro:

—Dentro de todo este esquema de cosas —dijo, alzando la voz para espabilar a aquellos que se mostraban más cansados— se encuentra la Gran Biblioteca de Doedia. Sí, amigos, la Biblioteca es el mayor reducto de conocimiento de Aredia, y este debe ser una parte fundamental en la lucha contra la Sombra y el ascenso de Luz.

Iniciados por los cuatro "acólitos", los vítores se alzaron por doquier, y entre aplausos, Daradoth y sus compañeros se retiraron. Durante el día había ido acudiendo aún más gente, y la masificación era tremenda. Aunque Symeon había tratado de identificar a Ashira entre los presentes, no había sido capaz. Mientras se retiraban, Svadar subió al estrado y proclamó:

—Me enorgullece anunciar que la conferencia de mañana tendrá lugar en la colina sur, en la escalinata de acceso principal, ¡y acudirán sus majestades los reyes en persona! ¡Hurra!

—¡Hurra!¡Hurra! —aclamó la multitud.


Pasaron por la posada para hablar con Faewald, Taheem y el resto de su compañía, que intentaban pasar lo más desapercibidos posible, y ya de vuelta en palacio, uno de los senescales salió a su encuentro.

—Mis señores, sus majestades desean transmitiros su sorpresa ante lo que está sucediendo con las conferencias en la Biblioteca, e informaros de que mañana acudirán ellos mismos en persona.

—Será un honor —contestó Daradoth.

En la puerta de sus aposentos, un muchacho dormitaba con una nota en la mano. Era para Symeon, que la abrió rápidamente.

 

Mi sorpresa fue mayúscula.

¿Qué eres? ¿En qué te has convertido?

                              A

 

Symeon decidió no contestarle. Arrugó la hoja.

En la habitación, el errante compartió el contenido de la nota con sus amigos. 

—¿Crees que hay alguna posibilidad de redención? —preguntó Galad.

—Ojalá, lo deseo con todas mis fuerzas, y quiero intentarlo. Pero mis esperanzas son escasas. La Sombra le ha prometido encontrar el camino y, aunque estoy seguro de que me ama todavía, no creo que pueda convencerla de que abandone sus filas. —Symeon pareció recordar algo—. Me dijo incluso que uno de sus nuevos aliados había estado presente cuando los buscadores perdieron su camino hace miles de años, y si es verdad, pues...

—¿Un kalorion? —inquirió Daradoth.

—Es probable.

—Tal como yo lo veo, podemos convocar otra reunión, pero acudiendo todos a ella, ¿qué os parece? —sugirió Daradoth.

Todos se mostraron de acuerdo, así que Symeon envió otra nota convocando a Ashira el día siguiente a la hora décima en otro templo, el templo de Zanieth. Con los acompañantes oportunos.

Durante la noche, Galad se encomendó a Emmán para que lo iluminara con un sueño sobre las intenciones de Ashira, y el objeto de su  búsqueda. Por la mañana, el sueño estaba algo borroso, algo extraño, pero recordaba haber soñado con un baúl negro en cuya superficie le parecía ver una noche estrellada. Había tenido la sensación de que el baúl, inmerso en un entorno oscuro, había estado ahí desde antes del principio del tiempo. Y algo golpeaba desde su interior «¿intentando escapar?» , y con cada golpe, el propio universo vibraba y crujía, quejándose de dolor. Fue todo lo que recordaba, y así lo transmitió a sus amigos.

—Sea lo que sea, no es nada bueno —dijo.

—Desde luego.

 

Por la mañana acudieron al templo de Zanieth. Alguien en la puerta observaba cómo se acercaban, y entró antes de que pudieran identificarlo. Cuando se acercaban a la escalinata de entrada, Galad entonó una breve oración.

—Mi señor Emmán revela la presencia de tres entidades enemigas ahí dentro. Cuidado.

Yuria entró primero, seguida de Symeon. En la nave izquierda pudieron ver cinco personas de pie. Una de ellas era Ashira, tan bella como siempre. Para sorpresa de Symeon, la errante se agarraba a uno de sus compañeros, y sus ojos estaban totalmente blancos. Parecía no ver nada.

Se acercaron.

—¿Ashira? —preguntó Symeon.

—Hola, Symeon.

—¿Qué les ha sucedido a tus ojos?

—Pensaba que tú me lo podrías explicar.

—Cuando me besaste, la Sombra intentó hacerse con mi ser.

—Y la Luz contraatacó.

—Te aseguro que no hice nada conscientemente.

—Mientes.

—Yo también quedé ciego, pero Galad me sanó.

—Tú fuiste la que intentó algo —intervino Daradoth.

—Intenté hacerle ver la verdad —contestó ella.

—Intentaste controlarme.

—No, solo quise hacerte ver la verdad. Veo que nunca llegaremos a un entendimiento. Solo quiero pedirte que dejes de intentar sabotear mi acceso a la Biblioteca. Si vosotros saboteáis mi acceso, yo sabotearé el vuestro, os lo aseguro. Y no os va a gustar.

—Está bien —Symeon decidió llevarle la corriente, ignorando aquel tema—. Lo que yo quería comentarte es aquella visión que tuvimos antes del terremoto, en la escalera de palacio. Creo que viste lo mismo que nosotros.

—Eso creo, sí.

—¿Sabes quiénes eran aquellas cuatro figuras en los tronos?

—No tengo ni idea. ¿Quiénes son?

—Yo tampoco lo sé.

—Supongo que me vi arrastrada a ella, igual que vosotros. Pero hubo algo que me llamó la atención. ¿Por qué esa muchacha verdemar, que puedo imaginar quién era en realidad, te sonrió al pasar?

—No te voy a negar que la conozco.

Ashira puso gesto de extrañeza.

—Sabes que es un instrumento de Sombra, ¿verdad?

—Todo el mundo tiene redencion —aseguró Symeon, y la miró fijamente.

—Efectivamente —dijo ella, que lo miró intensamente a su vez—. Es absurdo seguir fingiendo mi amor, sé lo que eres pero tú no lo quieres confirmar. Lo de ayer, esto que me pasa en los ojos, lo hiciste tú, aunque puede que no conscientemente, pero no busques excusas. Me has dañado.

—¿Y qué soy?

—Es posible que no lo sepas, en cuyo caso eres un ignorante. Pero creo que estás fingiendo no saberlo, y en ese caso es mejor que te apartes de mi camino. Apartaos todos de él, y dejad de conspirar con los bibliotecarios en mi contra.

 —Amenázanos si quieres —contestó Symeon sin amilanarse—, pero ten clara una cosa: nosotros estamos aquí para impedir el triunfo de la Sombra, y haremos lo que tengamos que hacer. Atente a las consecuencias.

—Muy bien, así será.

Ashira y sus compañeros se encaminaron a la puerta principal, pero antes de traspasarla, ella se detuvo.

—Solo una cosa más —dijo—. ¿La has empuñado?

—Sí.

—Enhorabuena por seguir vivo. Me sorprendes cada vez más —hizo un gesto al compañero que le servía de guía, y se desvanecieron.

—¿Se han teleportado?  —comentó Daradoth, sorprendido.

—Eso parece —contestó Symeon.

—El poder que manejan es una amenaza importante entonces —añadió Yuria—. Y nos ha amenazado.

—Sí —coincidió Symeon, que añadió con un deje de amargura—: Supongo que la próxima vez que nos veamos, no será para hablar.

Partieron hacia la escalinata principal.

—Si volvemos a encontrarnos —comentó Galad, tras unos momentos de silencio—, quizá deberíamos centrarnos en arrebatarle ese objeto del pecho.

—No creo que podamos hacerlo sin una lucha. Una que quizá no ganemos —dijo Yuria—. Espero que sí.

Aún faltaba más de una hora para mediodía. En la escalinata principal ya se veía bastante gente esperando, pero Symeon pensó algo:

—Se me ha ocurrido que si lo del templo de Sirkhas fue provocado por mí de alguna manera, quizá pueda revertirlo. ¿No creéis?

—Es posible —coincidió Galad.

—Voy a intentarlo.

Se dirigieron al templo del día anterior, y Symeon entró mientras los demás hacían guardia en el exterior. El errante se sentó en uno de los  bancos, y aplicó toda su capacidad de concentración. Algo titilaba en el límite de su percepción interna. Le pareció que en un insondable infinito, podía tirar de algunos... hilos... por expresarlo en términos mundanos.

Cuando abrió los ojos había pasado una hora. Los demás se mostraban preocupados. Pero el interior del templo estaba menos oscuro, y era menos costoso moverse en su interior.

—Bien hecho —le felicitó Galad.

—Supongo que con el tiempo suficiente, podré hacerlo volver a la normalidad —Symeon se encontraba bastante cansado.

—Ahora, vamos a la conferencia —urgió Daradoth—. Luego podemos intentarlo todos a la vez, seguro que será más fácil.

En la escalinata, los bibliotecarios estaban gestionando todo, y se había construido en tiempo récord un sistema de gradas provisional. La multitud empezó a gritar exaltada cuando vio al grupo llegar.

—Impresionante —dijo Galad—. Es un poco intimidador, ¿verdad? —añadió mirando a Daradoth.

—Bueno, un poco, sí. Pero este es nuestro día. Lo presiento.

Symeon se fijó en que había menos sapientes presentes que el día anterior. No sabría decir lo mismo de los bibliotecarios, pero era evidente que la asistencia de los Maestros del Saber era mucho menor. Se dirigió directamente a Svadar.

—Hola, Svadar.

—Hola Symeon, no os esperaba tan pronto. Pasad, pasad. Por cierto, intenté reunir ayer al consejo de sapientes pero fue imposible con tan poco tiempo. Supongo que hoy celebraremos el concilio.

—Bien. ¿Tenéis alguna idea de por qué hay tan pocos Maestros del Saber pesentes?

—La verdad es que no.

—Temo que pueda ser cosa de Ashira.

—Estaremos atentos, no os... —Svadar pareció darse cuenta de algo.

Symeon se giró hacia donde miraba.

Por una de las escalinatas perpendiculares, se acercaba una comitiva. La encabezaban Ashira y el duque Datarian, acompañados por varios otros nobles, un gran séquito de guardias y sirvientes, y por cinco Maestros del Saber. Se dirigieron a sentarse en la parte noble, cerca del púlpito destinado al grupo, ante la atenta mirada de Symeon.

—¿Pensáis que pueden intentar sabotear la conferencia? —preguntó Svadar.

—No lo sé, estad atento.

—¿Y sabéis que le ha pasado en los ojos?

Symeon evitó contestar y se acercó a Ashira. Cuando la tuvo cerca, habló rápidamente en minorio, para que nadie más lo entendiera:

—Aún pienso en ti. Voy a intentar arreglarlo.

Acto seguido, se reunió con Galad y los demás, justo cuando empezaron a sonar trompetas. Anunciaban la llegada de sus majestades los reyes de Sermia, Menarvil, primero de su nombre, e Irmorë. La comitiva era espectacular, encabezada por el estandarte real, los propios monarcas, y los tres bardos reales. Les seguían multitud de nobles de la corte, guardias y sirvientes.

Los reyes llegaron hasta el púlpito y descabalgaron, saludando a Daradoth y los demás con una sonrisa. Además, añadió, llamando a uno de sus bardos:

—Permitidme que os presente al primero de mis bardos. Este es Anak Résmere, al que considero mi amigo.

El bardo, ataviado con unos extraordinarios ropajes y luciendo un largo bigote rubio, hizo una floritura con la capa para saludar. Su gracia de movimientos era indudable, y su voz vibró de una forma indescriptible cuando dijo:

—Si os place, os prestaré mi ayuda para que vuestra voz llegue a todos los rincones de esta colina. Permaneceré a vuestro lado durante la tarde.

—¿Podréis ayudar a mis compañeros también?

—Por supuesto, mi señor —volvió a saludar con una floritura extraordinaria. La legendaria gracia de los bardos sermios estaba justificada.

Los monarcas tomaron su sitio en la parte superior de las gradas nobiliarias, junto con su corte.

Fue Anak Résmere en lugar de Svadar el que hizo la introducción ese día, y Daradoth se alegró. El bardo debía de ser de los mejores del continente, si no el mejor. Su voz (amplificada para llegar hasta al último rincón), su entonación, la cuidadosa elección de palabras... todo ello hizo que la gente se deshiciera en vítores cuando dio paso a Daradoth. Con alivio, sintieron que el tirón sobrenatural volvía a estar allí.

—Es todo un honor recibir a sus majestades en este humilde coloquio —Daradoth se sorprendió de lo potente que sonaba su voz—. Si me permitís, retomaré el hilo de la conversación de ayer. Como os decía, los conocimientos contenidos en la Biblioteca son sumamente importantes, y deberíamos cuidar de ellos para que sean utilizados en favor de la Luz...

—¡Falacias! ¡MENTIRAS! —la voz de Ashira tronó como una explosión; la sintieron físicamente.

El tirón sobrenatural desapareció de la percepción de Daradoth, Yuria, Symeon y Galad.