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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 22 de diciembre de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 20

Un Accidente de Tráfico. Cinco Figuras extrañas.

Haciéndose eco de las peticiones de Paula, Tomaso investigaría durante las siguientes horas todo lo que pudiera acerca de la Orden de Hermes Trimegisto en Austria y sobre los extraños símbolos dibujados en el borde del círculo que había desvelado Patrick.

Tras documentar bien la escena haciendo multitud de fotos y vídeos, se marcharon de allí. De vuelta en el hotel, el grupo se reunió en la suite de Paula para compartir impresiones, mientras Tomaso se apartaba con su portátil y llamaba a Sally con el móvil, y la hermana de Jacobsen hacía también un aparte con Jesús Cerro y con Sigrid.

Jesús Cerro, Bibliomante español
 —Quería preguntaros —empezó— si vosotros podríais averiguar algo sobre el círculo y los símbolos, con vuestras habilidades.

 —Bueno... —contestó Jesús— yo conseguí tener éxito en un ritual para recavar información parecida hace tiempo... quizá podría intentarlo, con una buena provisión de cargas como la que tenemos. Pero para asegurarnos lo más posible el éxito, necesito realizarlo en una biblioteca especializada en temas esotéricos.

 —Eso no será problema —anunció Paula, esbozando una mueca que quizá era una leve sonrisa—, en Viena no faltan coleccionistas de libros arcanos, y seguro que Sigrid conoce a alguno.

—A un par, sí. —Contestó Sigrid, cuando los otros dos se giraron a mirarla; tras dudar unos segundos acariciando distraídamente la cabeza de toro de su pulsera minoica, zanjó—: ningún problema.

Tras hacer un par de llamadas, Sigrid consiguió que Gabriel Mayer, uno de sus conocidos coleccionistas esotéricos les diera acceso a su biblioteca, de hecho, podrían trasladarse allí casi inmediatamente. Paula afirmó, con satisfacción.

Cuando Sigrid informó a Patrick de los planes para desplazarse a la biblioteca, este, viendo la vía libre, llamó a Derek. Acordaron que mientras Paula y los demás hacían lo que tuvieran que hacer en aquella biblioteca, ellos se desplazarían solos hasta la mansión de Liszt para ver qué podían averiguar lejos de miradas extrañas.

En poco más de media hora, Sigrid, Jesús Cerro, Jonathan, Mark Collins, Tine Kunst, Mara Kirstein y la propia Paula se montaban en un furgón para desplazarse hasta la biblioteca de Mayer. Previamente, Jonathan había llamado por teléfono a Derek para informarle del movimiento; como el director de la CCSA ya había planeado desplazarse a la mansión de Liszt junto a Patrick, encargó a los Vástagos de Mitra seguir el vehículo del grupo de Sigrid para reaccionar ante cualquier posible eventualidad.

Mientras Sigrid y los demás abordaban el furgón, Derek esperaba a Patrick con otro vehículo en la parte de atrás del hotel. Cuando el profesor salío a la calle, afirmó levemente con la cabeza en dirección a su amigo, miró a un lado, a otro, y se dispuso a cruzar.

 —Vaya, vaya, Patrick —dijo una voz a su espalda, mientras alguien le tocaba con el dedo en un hombro. Se giró para ver el rostro socarrón de Elliot Saunders... "mierda", pensó, "no me lo quito de encima"—, podías avisar de que te marchas, ¿acaso no somos colegas de fatigas ya?

 —Hay cosas que debo hacer solo, Elliot.

 —¿Solo? ¿Estás seguro? —preguntó Saunders, mirando descaradamente hacia donde estaba Derek.

 —Sí. Muy seguro —Patrick intentó dar a su voz el tono más firme que pudo, esperando que Elliot no le rebatiera.

 —Muy bien, como quieras —sentenció el dipsomante, encogiéndose de hombros, y acto seguido se marchó. Patrick le hizo unas señas a Derek para que le recogiera más adelante, lejos de ojos curiosos, y pocos minutos después estaban en marcha hacia la mansión.

Poco después, el vehículo de Sigrid y los demás iniciaba la marcha, con Collins en el volante y Paula a su lado. Se dirigieron hacia el sur de la ciudad, siguiendo las indicaciones de la anticuaria, que cada vez necesitaba sentir más el tacto de su pulsera mientras pensaba, aunque parecía no darse cuenta.

 —¿Crees que ese tal Mayer nos dará acceso completo a su biblioteca, Sigrid? —Preguntó Paula—. Por lo que cuentas, debe de ser algo digno de ver.

 —Supongo que mientras no te reconozca y no le revelemos quién eres realmente ni para quién trabajamos, no habrá problema —respondió Sigrid, con ironía. Jesús dejó escapar una risita divertida—.

 —Muy graciosa —dijo Paula—, muy graciosa. No, en serio, Sigrid...

No pudo acabar la frase. Un furgón de apariencia militar surgió de la nada procedente de una travesía a la derecha, y les embistió. Afortunadamente, Collins pudo evitar lo peor del impacto, y dando un volantazo pudo evitar una colisión directa, que seguramente los habría enviado volando a alguna azotea y habría matado a Paula y a los que se sentaban en la parte derecha. Aun así, chocó contra un par de coches que venían en la misma dirección, el bordillo provocó una pérdida de control, se llevó por delante un par de farolas y acabó por estrellarse (a una velocidad ya reducida) contra una fachada.

 —¡¿Qué pasa? ¿Qué pasa?! —gritó Jesús.

Sigrid, conmocionada, no acertó a contestar. Paula y Mark Collins, que viajaban en la parte de delante, se habían dado un buen golpe,  la mujer sangraba por la cabeza. El resto había quedado sin respiración por los cinturones y no acertó a ver cómo el furgón que los había embestido se había detenido y por sus puertas salían tres hombres enfundados en uniformes negros con cascos, visores, y fusiles de asalto.

Por suerte, los Hijos de Mitra los habían seguido bien de cerca y habían conseguido detener su coche sin consecuencias. Artem empezó a disparar parapetado en una puerta, abatiendo a uno de los tipos, mientras Theo rodeaba la escena y disparaba a su vez desde otro punto. Consiguieron así dar tiempo al grupo del furgón para que pudieran reaccionar y Collins arrancó el vehículo de nuevo. Pero uno de los paramilitares del furgón consiguió herir de gravedad al hombre de Jacobsen en un hombro, con lo que perdió el control del vehículo y volvió a estrellarlo contra otro coche atravesado en la calle. 

En el interior del furgón, algunos comenzaron a reaccionar. Mara sacó por fin un cuchillo de un pliegue de su ropa y se cortó un antebrazo, haciendo que uno de los tipos que apuntaba en su dirección se retorciera de dolor en el suelo. Jesús sacó una pistola y empezó a disparar prácticamente a ciegas, mientras Tine Kunst conseguía abrir la puerta de su lado y se disponía a saltar como un gato al exterior. Sigrid se giró para seguir a la alemana y salir de allí, y al girarse vio las luces de otro furgón acercarse a toda velocidad hacia ellos.

Artem oyó primero un estruendo metálico, y al girarse vio cómo un furgón blindado se llevaba por delante un par de coches que habían quedado atravesados. El vehículo se acercaba a toda velocidad al furgón de Sigrid y los demás, así que intentó detenerlo disparando con desesperación. Pero sus balas no hicieron mella alguna. Tine Kunst y Jonathan salieron del vehículo, este último disparando contra uno de los enemigos que se enfrentaba a los Hijos de Mitra, y Jesús había pasado a la parte de delante, apartando con la ayuda de Mara a Collins hacia la parte de atrás; Paula lo observaba todo con la mirada perdida, conmocionada.

"No, no puede ser", pensó Sigrid, "¡nos va a arrollar! ¡vamos a morir!¡No, esto no puede acabar así! ¡NO!". 

No había dejado de tocar la pequeña cabeza de toro de su pulsera, que de repente pareció arder en su muñeca. Las cargas que tenía parecieron bailar en su mente, y cambiar. "¿Cambiar? ¿Cómo?". Pero no había tiempo de pensar. Comprendiendo lo que ocurría inconscientemente, aceptó el proceso como algo natural, y desechando las cargas de Bibliomancia, concentrándose en el tacto ardiente de su pulsera, un nuevo poder entró en ella. Lo canalizó hacia el vehículo que ya se encontraba a escasos metros de ella.

Artem y Theo, gritando de desesperación por ver la muerte de Sigrid y Jonathan tan cerca y ya sin balas en los cargadores, se quedaron de piedra cuando el furgón pareció oxidarse en unas décimas de segundo, y cuando un latido más tarde, las ruedas parecieron no poder soportar más el peso del vehículo y salieron despedidas. El conductor no pudo mantener el control; el chasis, arrastrando por el suelo, dio contra el bordillo de una de las aceras y con un estruendo ensordecedor el furgón salió despedido y dio varias vueltas de campana. Los Hijos de Mitra no daban crédito a lo que habían visto, pero reaccionaron enseguida. Viendo que Sigrid y los demás estaban más o menos bien, decidieron volver a su coche y pasar desapercibidos. 

Cerro consiguió por fin apartar a Collins del volante y, aunque él mismo creía haberse roto un par de costillas, se sobrepuso al dolor y al creciente mareo y consiguió poner de nuevo en marcha el coche. Chirriando ruedas se alejó de la escena, cuando se empezaban a oír las primeras sirenas de policía acercándose.

Derek, Patrick y Tomaso notaron respectivamente la increíble angustia que Sigrid había experimentado en el momento en que creía que iba a morir. Los dos primeros tuvieron que detener el coche hasta que la sensación pasó y notaron cómo Sigrid se recuperaba. Tomaso organizó al grupo del hotel para salir al encuentro del grupo de Paula. Pocos minutos después avistaban el furgón, abollado y maltrecho por el trance vivido. El italiano soltó un disimulado suspiro de alivio cuando vio que Sigrid y Jonathan se encontraban bien.

Tuvieron que llevar a Collins a un hospital, donde lo ingresaron de urgencia para poder operarle y curar su hombro. Después de que Paula fuera suturada de una brecha en la cabeza, se marcharon al hotel a descansar y Tine Kunst se quedó en el hospital para informarles de cualquier novedad sobre el estado de Mark. Ya en el hotel, Sigrid, en shock, pidió a Paula que le concediera un tiempo a solas para pensar en lo que había pasado, y esta se lo concedió. Mientras, Tomaso informaba de lo infructuosa de su búsqueda hasta el momento, y de que lo único que había averiguado era que la presencia de los Herméticos en Austria había sido prácticamente nula, que habían operado sobre todo en oriente medio y en Europa occidental.

Derek y Patrick dejaron el coche en un lugar discreto a aproximadamente medio kilómetro de la mansión, y se acercaron andando. 

 —Estás muy callado, Patrick —dijo Derek—. ¿Qué piensas? ¿En lo que haremos al llegar?

 —Pues sí —contestó Patrick—. Mi intención era, aprovechando que mi habilidad de alterar la realidad es mucho más fácil en ese edificio, hacer retroceder el tiempo en el punto de la biblioteca para ver quién dibujó ese círculo. Pero he cambiado de idea, porque si hago retroceder el tiempo, quien fuera que lo hiciera aparecerá allí y nos podrá ver. No sé, es todo muy complicado... bueno, ya estamos aquí.

Patrick miró a su alrededor. Efectivamente, lo que durante todo el viaje había tenido intención de hacer al llegar allí, ahora no le parecía tan buena idea, así que decidió hacer algo más... mundano. Se dedicó a apartar los escombros, algo que hizo, para su sorpresa, de manera bastante sencilla. Desde luego, le era mucho más fácil controlar su habilidad en aquel lugar.

 —Bueno, quizá ahora Sigrid y los demás puedan utilizar los artefactos de Jacobsen —anunció.

 —Sí, esperemos que sí, a ver si acabamos con esto de una vez —contestó Derek, sorprendido al ver por primera vez las habilidades de Patrick en acción con unos efectos tan físicos.

Mientras caminaban hacia su coche, Derek llamó la atención de Patrick sobre un ruido cada vez más claro. Corrieron hasta alcanzar el coche, y observaron desde el pequeño bosquecillo donde se encontraba a resguardo. No tardaron en aparecer dos todoterrenos bordeando el camino de la colina. De ellos bajaron siete individuos, hombres y mujeres, que se dirigieron rápidamente al interior de la mansión. Una octava figura se había quedado dentro del primer vehículo, sentada en la parte trasera, y uno de los siete que se habían apeado se quedó rezagado, fuera de los muros, inmóvil. Patrick y Derek observaron muy quietos durante unos minutos.

 —¿Qué demonios está haciendo? —preguntó Derek.

 —No lo sé —respondió Patrick—, parece que está rezando, o algo así, seguro que es alguno de esos malditos rituales arcanos.

 —Joder, entonces deberíamos irnos de aquí cuanto...

 —Espera, ¡mira!

El vello de ambos se erizó cuando alrededor del individuo comenzaban a levantarse cinco montículos de tierra, que no tardaron en dejar paso a cinco figuras humanoides. 

 —¿Qué coj...? —empezó Derek.

 —Esas cosas miden por lo menos dos metros y medio, Derek. Menos mal que hemos salido a tiempo de allí.

Acto seguido, tanto el obrador del ritual como los cinco nuevos seres (desde allí no acertaban a averiguar qué eran en realidad) se precipitaron hacia el interior del complejo.

 —Vámonos, Patrick, no podemos arriesgarnos.

 —Espera, espera —los ojos de Patrick brillaban febriles. Estaba dispuesto a averiguar todo lo que fuera posible de aquella gente.

Pocos minutos después, dos de los que habían entrado a la casa salían y se acercaban a hablar con el tipo que se había quedado en el primer todoterreno. No tardó en incorporarse al grupo una cuarta figura, aparentemente una mujer. A los pocos segundos, Derek sintió una sensación extraña, como si una especie de zarcillos invisibles rozaran su mente, o su espíritu.

 —Patrick... —dijo, dubitativo—, creo que están tratando de localizarnos.

 —¿Puedes evitarlos? ¿O repelerlos, o lo que sea que seas capaz de hacer?

 —Creo que sí... —la voz de Derek dejó traslucir el esfuerzo de la concentración requerida por sus habilidades—, pero cada vez siento que es más difícil, proyecta una especie de... zarcillos, yo qué sé qué son, y cada vez hay más. ¡Larguémonos!

Patrick no discutió más. Aunque lo que más le habría gustado en el mundo habría sido entrar allí y hacer preguntas directas, el sentido común prevaleció. Aprovechando la cobertura de los árboles, pronto rodeaban la siguiente colina y salían a una carretera secundaria que los conduciría a la autopista; por fin, Derek dejó de notar la asquerosa presencia de aquellos tentáculos invisibles.

De vuelta al hotel, ambos llegaron por separado, y Patrick se encontró con que en la recepción le esperaba Adrian White. 

 —Señor Sullivan, por favor, acompáñeme; la señora Jacobsen desea hablar con usted —Paula y los demás ya habían vuelto de su cura de urgencia y de dejar a Collins en el hospital. "Vaya, seguro que Saunders se ha ido ya de la boca", pensó Patrick, que acompañó sin resistencia a White.

En la suite de Paula le esperaban ella misma, Anaya Green, Lucas Gardet, Elliot Saunders (que le dirigió una sonrisa, enseñó las palmas de sus manos y se encogió de hombros), y algunos más. Básicamente, Paula le preguntó por qué había ido sin informarla a la mansión de Liszt, y después le amenazó con que se atuviera a las consecuencias si aquello se repetía.

 —En esta misión no puede haber ningún cabo suelto, señor Sullivan, y si tengo la sensación de que usted lo es, obraré en consecuencia.

Patrick recurrió a todo su carisma para relajar la tensión en la conversación, y cuando parecía que lo había conseguido y se disponía a levantarse para marcharse, Anaya Green continuó:

 —Eso no es todo, señor Sullivan. Sabemos que no fue usted solo a la mansión de Liszt. Y su acompañante no está incluido en este grupo. ¿Podría darnos los detalles de esa persona?

 —Creo que están ustedes equivocadas, señoras —respondió Patrick con la más desarmante de sus sonrisas—, en realidad, yo... —no pudo acabar la frase; un hastiado gesto de paula hacia Gardet hizo que este utilizara sus habilidades mentales sobre Patrick, que sufrió un pequeño shock de impotencia cuando sintió que perdía el control sobre lo que podía y no podía decir. Sintiendo un tremendo dolor de cabeza, acabó dando varios detalles sobre la identidad de Derek y revelando que aparte de él tenía más aliados alojados en el hotel, hasta que cayó en la oscuridad de la inconsciencia, víctima de una gran tensión mental.

Pocos minutos después, alguien llamaba a la puerta de la habitación de Derek. Cuando la abrió, vio ante él a Anaya Green, Adrian White y Marius Eichmann.

 —¿Señor Hansen? —preguntó la mujer— ¿Derek Hansen? Su amigo Patrick se encuentra en un apuro; por favor, si fuera usted tan amable de acompañarnos...

Derek no opuso resistencia. Cerró la puerta y dejó que lo escoltaran hacia las plantas superiores.

Entre tanto, Sigrid, en su habitación, tras varias horas de introspección asimiló por fin lo que había sucedido en el ataque del segundo furgón. "Deseché mis cargas de Bibliomancia para obtener cargas procedentes de mi pulsera", pensó mientras acariciaba incesantemente la pequeña cabeza de toro. "Sin duda, en mi caso la Bibliomancia fue una obsesión postiza. Al fin y al cabo, no soy librera. Soy anticuaria... sí, eso es lo que soy en realidad. ¿Es posible que sea la primera en hacer algo así? No lo sé, pero no había oído hablar de nada parecido... a falta de precedentes, llamaré a esto Antiquimancia".


miércoles, 9 de diciembre de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 19

En la Escena del Crimen. Un Dibujo extraño.

En el vuelo a Viena, Patrick no tardó en hacer buenas migas con Elliot Saunders, el presunto aristócrata británico que no dejaba de tener un vaso de buen whisky en la mano en ningún momento. Saunders resultó ser un tipo cercano, socarrón y sorprendentemente profundo. "Parece que haya venido a esta misión simplemente a divertirse", pensó el profesor.

Elliot Saunders, Dipsomante con clase

Durante las poco más de dos horas que duró el vuelo, también aprovechó para observar el aura de todos aquellos singulares miembros del equipo que había reclutado Jacobsen. Así, con la experiencia adquirida, pudo deducir, por ejemplo, que Anaya Green poseía algún tipo de habilidad parecida a la suya, solo que más potente. Que tanto Marius Eichmann como Mara Kirstein, Judith Stevens, Travis Pearson y Elliot Saunders eran adeptos, ya que podía identificar las alteraciones del aura que denotaban sus cargas y su tremenda obsesión por sus respectivas mancias. El aura de Eichmann rezumaba tanta maldad que por un momento el corazón de Patrick se encogió en su pecho; la de Kirstein le sorprendió también, puesto que aunque denotaba muchísimo sufrimiento, era bastante débil, como si la vida de Mara se escapara de su ser por momentos; no pudo evitar sentir compasión por la joven alemana. Mayor fue su sorpresa cuando el aura de Pearson le dejó ver mucha más bondad que maldad en ella, algo que se salía de la norma en aquel mundo donde se movían, pero que le reconfortó. Pudo ver también que Lucas Gardet, que había estado en la reunión de la madrugada anterior sin decir palabra, poseía habilidades psíquicas de gran potencia; que Mark Collins padecía algún tipo de desequilibrio mental, y que su aura estaba manchada por multitud de acciones inmorales; que Svanur Simonsson y Paula Jacobsen presentaban auras muy diferentes de las de las personas normales: ambos poseían varias capacidades especiales (aunque no pudo dilucidar cuáles), pero que fueran las que fuesen, las de Simonsson eran algo más fuertes que las de Paula, que ya eran de por sí potentes; para el profesor, el aura de la hermana de Jacobsen también denotaba su falta total de escrúpulos, y la del islandés le reveló que ocultaba un secreto muy importante. Didier Dufresne y Tine Kunst no tenían las auras muy diferentes de las de las personas "normales", aunque la de la alemana estaba cruzada por bastante oscuridad, supuestamente por una historia de falta de valores morales parecida a la de Collins. Por último, Patrick se estremeció cuando en el aura de Adrian White identificó que el británico estaba poseído por una entidad (un demonio) muy poderosa, y que su parte mortal poseía un poder también fuera de lo común; de hecho, los movimientos de su aura mortal le recordaban mucho a los de Derek. Tragando saliva, decidió no revelar la condición de White de momento (aunque más tarde sí lo compartiría con Sigrid, Tomaso y Jonathan), pero sin duda debía de tratarse de uno de aquellos Príncipes de los que les habían hablado los Vástagos de Mitra.

Paula Jacobsen

A la salida del aeropuerto, Paula saludó a un hombre y una mujer que acudieron a recibirles. Los presentó como Stefan y Marilia, y actuarían como sus guías en la ciudad. Sigrid reconoció el nombre de Stefan: se trataba de un coleccionista de libros de segunda fila que debía de ser uno de los centenares de proveedores de Emil; esbozó una sonrisa de compasión por aquel pobre hombre, enredado en los hilos de gente tan poderosa.

Tres o cuatro horas más tarde aterrizaba el avión de Derek, Sally, Moss y Yatsenko. Se dirigieron sin tardanza al mismo hotel donde se encontraba alojado el resto del grupo, donde ya habían conseguido una reserva. Allí se reunieron todos disimuladamente para compartir la información.

La mañana siguiente, después de un buen desayuno y de una reunión en la que Paula y Anaya aparecieron con una bolsa de armas y las repartieron a todo aquel que las necesitara, el grupo de Jacobsen fue guiado por Stefan y Marilia hasta la biblioteca de Franz Liszt. Tomaso avisó a Derek con un mensaje, pero para su frustración, los móviles dejaron de funcionar al cabo de pocos minutos de iniciar el viaje. "Bueno", pensó el italiano, "espero que Derek nos esté siguiendo ya". Tras unos tres cuartos de hora de conducción a través de campos nevados, detuvieron los vehículos en el exterior de una verja que daba acceso a una gran parcela con una mansión en su interior. Sopesando los pros y los contras de escalar el muro helado, finalmente decidieron que fuera Anaya Green la que intentara abrir la puerta. Pero transcurrida una media hora en la que Green apenas se movió mirando fijamente el mecanimo de apertura, Paula recurrió a Simonsson. El islandés alargó su brazo hacia la puerta, y se concentró; acto seguido, un impacto provocado por una fuerza invisible abolló el metal, un segundo lo abolló aún más, y un tercero arrancó literalmente una parte de la hoja. Simonsson pareció tambalearse, algo mareado, pero se sobrepuso enseguida. El grupo entró por fin a la propiedad de Liszt, dejando a los libreros austríacos vigilando los vehículos.

Entre tanto, en el hotel, tras un intervalo de tiempo demasiado largo sin recibir noticias de sus amigos, Derek decidió no esperar más; tras unos breves minutos de cavilación, supuso que lo primero que habría hecho Jacobsen habría sido dirigirlos al punto más importante de los acontecimientos: la biblioteca arcana de Franz Liszt. Así que pidió a Sally contactar con Omega Prime para obtener la dirección del antiguo ministro de cultura, y en pocos minutos conducía hacia allá junto a los Hijos de Mitra.

Sigrid, Tomaso y Patrick no tardaron en divisar la parte de la mansión que se había quemado y derrumbado. Siguiendo las instrucciones de Paula, el equipo se dividió en dos grupos:  uno se quedó a la espera en el pequeño bosquecillo del jardín, y el resto se acercó a la Biblioteca, que sin duda era el epicentro de la parte destruida. Mientras se acercaban, Tomaso llamó la atención del resto del grupo cuando le pareció ver movimiento en una de las ventanas; pero tras unos minutos de observación, el grupo del bosquecillo descartó que hubiera nadie en la propiedad.

Cuando Tomaso y Adrian White apartaron unos tablones y varios escombros, el grupo pudo descubrir un acceso al interior de la parte destruida. El italiano no pudo sino sorprenderse por cómo White había podido apartar con tanta facilidad unas vigas que él no habría podido ni mover, pero recordó lo que Patrick les había comentado la noche anterior y decidió callar. Tras apartar unos cuantos escombros más y atravesar un par de pasadizos, llegaron a una sala muy reducida, todavía apuntalada por algunas vigas y pilares, pero cuyo contenido había sido reducido a puras cenizas: sin duda aquello debía de haber sido otrora la biblioteca de Liszt.

 —Desde luego —comentó Sigrid—, todo fue destruido sistemáticamente aquí. Es todo ceniza, no queda ni un solo resto de papel sin quemar. Sistemático —repitió, pensativa—. A saber los tesoros que se habrán perdido para siempre.

Decidieron contactar con el resto del equipo y pronto, los dieciocho se encontraban reunidos de nuevo, con los tipos duros montando guardia.

Mientras tanto, Derek y sus compañeros aparcaban su todoterreno a una distancia prudencial de la mansión, y se acercaban caminando, rodeando el recinto en busca de algún otro acceso; pero no tendrían éxito.

En la antigua Biblioteca de Liszt se habilitó una tenue iluminación y Paula, Sigrid y Cerro procedieron a realizar los pasos previos de los rituales para utilizar el Localizador y la Pizarra. Tres horas transcurrieron durante las que intentaron hacer funcionar los objetos, pero sin éxito.

 —¿Cómo puede ser? —espetó Paula—. ¿Lo notáis?

 —Sí —respondió Sigrid—, las cargas se disipan cuando intentamos usarlas; no es la primera vez que me encuentro con algo así —"aunque lo del Orfeo no era exactamente lo mismo, ella no tiene por qué saberlo", pensó.

 —¿Ah, sí? —preguntó Cerro, con gesto confuso—. Pues a mí es la primera vez que me pasa, y no me gusta nada de nada.

Llamaron a Saunders, a Pearson y a Stevens, todos adeptos, para que probaran a utilizar sus poderes allí, con idéntico resultado: sus cargas se desvanecían en cuanto intentaban realizar sus efectos. Sin embargo, Anaya Green sí que fue capaz de utilizar sus habilidades (sin efecto aparente, simplemente anunció que sí era capaz de usarlas), que no requerían cargas. "Intrigante", pensó Sigrid. "Alguien es capaz de anular cargas... por suerte (espero) este grupo va mucho más alla de los simples adeptos".

Recorrieron también el interior de la mansión, la parte intacta, y allí las cargas tampoco funcionaban.

 —Aquí no hacemos nada de provecho —anunció Paula, dando por terminada su estancia allí—. Aprovechemos lo que queda de tarde y visitemos el resto de bibliotecas.

En el exterior, Derek y sus compañeros vieron cómo el equipo de Jacobsen abandonaba el lugar, encabezados por Paula, con cara de circunstancias. Los siguieron al resto de bibliotecas que habían sido también atacadas (un total de tres); sin embargo, todas ellas habían sido destruidas tan a conciencia que resultaba imposible realizar cualquier tipo de ritual simbólico en ellas. Con cada fracaso, Paula resoplaba más fuerte. Lo único que consiguieron fue que la brújula localizadora se moviera durante un segundo en uno de los lugares, ante la pregunta "¿quién causó todo esto?"; Paula anotó la dirección en la que creía que la aguja había apuntado, pero lo efímero de la acción hacía que el rumbo fuera aproximado en el mejor de los casos. Finalmente, frustrados, volvieron al hotel ya entrada la noche.

Poco después, Tomaso, que había contactado por la mañana con sus amigos de Italia para que intentaran conseguirle armas, recibía la llamada de un desconocido que le instaba a acudir a una dirección. Alrededor de una hora y media después, tanto él como el resto del grupo disponían ya de una pistola con un par de cargadores.

El día siguiente, el equipo de Jacobsen se dedicó a conseguir nuevas cargas para reponer las que habían gastado de forma inútil en la mansión de Liszt. Mienras tanto, Derek, Theo y Artem se desplazaron a la mansión para dos cosas fundamentalmente: ver si descubrían algo extraño, y comprobar si las habilidades de los Vástagos de Mitra funcionaban en la antigua biblioteca. La respuesta a esta última duda fue afirmativa: Theo y Artem pudieron realizar con éxito el ritual que potenciaba sus armas. Por otro lado, Derek, gracias a sus habilidades deductivas fuera de lo común, se dio cuenta de que había habido gente por la noche en el lugar, después de que el grupo de Sigrid lo había abandonado a media tarde. Y no solo eso, sino que también habían provocado un derrumbe. Además, descubrió los restos de un dibujo en el suelo, tan tenues que ni aun señalándoselos a los Vástagos de Mitra estos alcanzaron a verlos. Hizo varias fotos y las envió a Sigrid y los demás. Aproximadamente una hora después de llegar, se marcharon.

Cuando más tarde llegó el grupo de Paula de nuevo a la mansión, Sigrid y Patrick, prevenidos por Derek, la informaron de los derrumbes provocados la noche anterior después de echar un vistazo.

 —¿Qué coj...? —espetó Paula—. ¿En serio? Alguien está jugando con nosotros... ¡Maldición, vámonos de aquí! Tomaso, Mark, venid conmigo.

Después de fingir utilizar la Pizarra, Paula dio órdenes a Tomaso, a Collins, a Pearson, a Anaya y a Judith Stevens de montar guardia para tender una emboscada a quien quiera que apareciera allí esa noche, desesperada por avanzar en algo. No obstante, los que quedaron apostados allí no tuvieron suerte, y nadie hizo acto de aparición. Así que al día siguiente, la hermana de Emil dio órdenes de volver a la mansión y proceder a desescombrar. Sigrid prefirió no contradecirla, teniendo en mente el dibujo que Derek les había dicho que alguien había borrado en el suelo de la biblioteca. Una vez allí de nuevo, mientras los más fuertes procedían a desescombrar, Sigrid y Patrick intentaban deshacerse del resto para buscar el dibujo que había descubierto Derek.

Cuando Patrick estuvo seguro de que nadie le observaba, se concentró para utilizar su habilidad de alteración de la realidad. Y, tal y como había pasado en el Orfeo, se encontró con que podía alterar el continuo muy fácilmente. No le costó casi nada rehacer el dibujo de nuevo, ante el disimulo de Tomaso y Sigrid, que hicieron un par de fotos a escodidas. Varios minutos después, Gardet veía el dibujo.

 —¿Eh? ¡¿Qué es esto?! —exclamó—. ¡Madame! ¡Madame Jacobsen! ¡Rápido, mire esto!

 —¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —Paula llegó en un santiamén, y se detuvo, abriendo los ojos muy sorprendida—. ¿Cómo puede ser? Estoy segura de que esto no estaba aquí hace unos segundos... —mientras decía esto, Patrick observó alrededor, y cruzó su mirada con Saunders, que le guiñó un ojo; "mmmh, este es más perspicaz de lo que parece", pensó—. Bueno —continuó Paula—, ¡no os quedéis parados! ¡Tomad fotos! ¡Hay que investigar qué es esto!

Tomaso hizo un par de fotos más al extraño dibujo. Se trataba de un círculo rodeado de multitud de símbolos y entrelazado con círculos más pequeños. "¿Dibujado con sangre? No estoy seguro". Su conocimiento de ciencias ocultas salió por fin a la luz:

 —Mirad —dijo, señalando a distintas partes del enrevesado dibujo—, este símbolo, y este, y este... —caminó unos pasos— y este, y este también... el resto no sé, pero todos estos pertenecen a la imaginería de la Orden de Hermes Trimegisto.

 —Vaya, Tomaso —dijo Paula, que se encontraba en ese momento a su lado, sonriéndole—, veo que no eres solo músculos y buenos trajes, qué grata sorpresa. —Tomaso le devolvió la sonrisa, y se llenó de satisfacción cuando vio el efecto que causaba en ella—.

 

viernes, 27 de noviembre de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 18

La Biblioteca de Jacobsen. Contacto con sir John Atkinson.

 —Entonces, Emil, ¿qué es exactamente lo que ha pasado? —preguntó Sigrid, con la esperanza de cerrar definitivamente el asunto de Novikov y el libro de Taipán. Jacobsen pareció aceptar el giro de la conversación sin más resquemores.

 —En realidad, no tenemos claro lo que ha pasado aún... —empezó Paula.

 —No tenemos claras varias cosas, pero lo que ha pasado no es complicado —la interrumpió Emil, que se ganó una mirada sorprendida de su hermana—. Varias bibliotecas han sido atacadas en Austria y Alemania, entre ellas la de Franz Liszt, al que creo que tú conoces bien —Sigrid asintió con la cabeza—. El caso es que parece que todo va mucho más allá de los típicos encontronazos entre la logia occidental y la logia oriental. Ya sabes que la logia británica suele permanecer al margen de sus rencillas, pero en este caso parece evidente que el perpetrador ha sido un agente externo; ningún bibliomante destruiría una colección con tanta saña.

 »Y lo que es aún más extraño —continuó, después de pensar durante unos segundos—, es que no solo han sido atacadas bibliotecas bibliománticas, sino también algunas de simples coleccionistas (entended bien lo de "simples", porque son coleccionistas realmente importantes). Y de hecho, uno de ellos, Gregor Brunner fue encontrado muerto, quemado junto a su colección en Salzburgo. A todo eso, tenemos que unirle la desaparición del primer grupo de la logia occidental que fue a investigar a Salzburgo, y la desaparición del segundo grupo donde nosotros contribuimos con Ramiro y algunos más cuando fueron a inspeccionar el emplazamiento de la biblioteca de Liszt.

Después de conversar unos minutos más, Jacobsen dio por zanjada la conversación alegando que debían descansar y emplazándolos a una nueva reunión la mañana siguiente donde conocerían al resto de miembros que compondrían el equipo destinado a investigar lo sucedido en Austria.

 —Una última cosa que deben saber tus compañeros, Sigrid —añadió Paula—. Señores, a lo largo de la tarde serán requeridos para una entrevista, así que estén disponibles en todo momento. Gracias —zanjó, sin esperar respuesta—.

Efectivamente, a lo largo de la tarde tanto Jonathan, Tomaso y Patrick recibieron la visita de Paula Jacobsen en persona. Les hizo preguntas sobre su relación con Sigrid, el tiempo que la conocían y los lazos que los unían a ella, y también sobre qué habilidades tenían que pudieran ser de utilidad al grupo. Jonathan y Tomaso respondieron que la conocían desde hacía aproximadamente unos diez días y estaban a su servicio a sueldo como guardaespaldas, ante lo que el rostro de Paula permaneció inexpresivo, pero cuyos ojos denotaron un leve movimiento de incredulidad. Tomaso, además, se sinceró y habló de sus lazos con la mafia de Nueva York, dejando entrever sus especiales habilidades y ganándose el críptico fruncido de labios que ya empezaban a conocer en la hermana de Emil. Patrick, por su parte, afirmó que conocía a Sigrid desde hacía un par de años y que en realidad él no tenía ninguna capacidad especial.

Mientras tanto, Sigrid y Esther recorrían la colección pública de Jacobsen buscando libros sobre atlantes y posesiones. Esther ya había encontrado varios, casi todos en latín y griego, pero lo que pudieron leer no iba más allá de leyendas conocidas o información que parecía demasiado fantasiosa.

A la una de la mañana, alguien llamó a la puerta de la habitación de Sigrid. Esta se dirigió hacia la entrada arrastrando los pies y al abrir vio el rostro mulato de una vieja conocida, Anaya Green, una de las personas de confianza de Emil. 

 —Ponte algo encima, Sigrid —dijo muy seria—. Emil quiere verte inmediatamente.

Sigrid así lo hizo y siguió a la mujer hasta uno de los despachos de otra ala de la mansión. Allí la esperaban tomando té Emil, Paula y otro hombre al que no conocía. Ella y Anaya tomaron asiento. 

 —Estamos muy decepcionados contigo, Sigrid —empezó Paula, sin andarse con paños tibios—. ¿Cómo puedes venir aquí, a esta mansión, a esta misión con... con dos mercenarios prácticamente desconocidos y un simple profesor de instituto que afirma ser un inútil? O ellos nos están mintiendo, o realmente son inútiles y dudosos. En cualquiera de los dos casos, tienen que marcharse.

 —Paula tiene razón, Sigrid; no esperaba esto de ti —rubricó Emil.

"Joder, ya la han cagado", pensó Sigrid, poniendo la mirada en blanco. A continuación, la anticuaria puso toda su elocuencia en convencer a sus interlocutores de que en realidad no era así, que suponía que habían contestado todo aquello para no revelar unos lazos más profundos.

 —Tened en cuenta por todo lo que hemos pasado los últimos días —dijo—; es normal que no se fíen e intenten evitar cualquier referencia a una relación estrecha entre nosotros. Pero os aseguro que los dos... "mercenarios", Jonathan y Tomaso, me han sacado de unas dificultades de las que no creía posible salir, y que Patrick no es lo que aparenta. De hecho... —Sigrid se interrumpió, sopesando la conveniencia de revelar más detalles.

 —Continúa —la instó Emil.

 —En fin... Patrick es muy discreto, y no creo que sea conveniente que yo revele sus secretos, es mejor que lo traigáis aquí y él mismo os cuente; conmigo delante no creo que haya problemas.

Así lo hicieron. A los pocos minutos, Patrick se encontraba al lado de Sigrid, que con insinuaciones veladas le instó a que proporcionara algún dato valioso a los Jacobsen. Finalmente, tras un tira y afloja haciendo referencia al intercambio de confianza, Jacobsen propuso a Patrick permitirle el acceso (supervisado) a su Biblioteca privada durante un par de horas; así, el profesor por fin reveló su capacidad para ver las "auras" de las personas, y su cada vez más fino olfato para interpretarlas. La explicación dejó un poco con la mosca detrás de la oreja a Emil y a Paula, que tras intercambiar miradas con el tipo desconocido y con Anaya parecieron ver confirmadas sus sospechas de que Patrick ocultaba algo. Pero una breve demostración del profesor los convenció lo suficiente como para darse por satisfechos, al menos de momento. En cuanto a Tomaso y a Jonathan, aceptaron la palabra de Sigrid sobre su lealtad. Servirían como piezas de choque.

Dos horas antes, antes de la intempestiva reunión a la una de la mañana, el grupo había llamado a Derek para informarle de toda la situación. El director de la CCSA había estado esperando en el hotel la llamada de sir John Atkinson, sin suerte. Sigrid le informó de que seguramente partirían hacia Austria al día siguiente o al otro, así que deberían estar atentos para comprar los billetes correspondientes y seguirlos de cerca. El plan de la anticuaria seguía adelante: Derek, Theo, Artem y Sally los seguirían discretamente en previsión de posibles trampas o traiciones.

 

La Biblioteca privada de Emil Jacobsen

Por la mañana fueron convocados a una enorme sala dominada por una mesa con una veintena de sillas y varios sirvientes que servían el desayuno. Poco a poco, la sala fue llenándose de gente. Pudieron oír alguna conversación en alemán, y también en francés. Sigrid se sorprendió cuando, en un momento dado, apareció por una puerta un rostro conocido: se trataba de Jesús Cerro, el bibliomante español con el que había hablado por teléfono para informarse sobre la situación en Europa, y que le había dejado claro que no quería involucrarse más en los asuntos del submundo ocultista.... "vaya, vaya". Cerro no tardó en verla, y se acercó, sonriendo.

 —Sigrid, ¿qué tal? —saludó.

 —Buenos días, Jesús —contestó ella—. Por nuestra conversación el otro día habría jurado que ya no te vería más, y menos en un lugar como este...

 —Ah, ja, ja, ja. Digamos que Emil puede ser... muy persuasivo —sentenció, con una mueca traviesa—. Ya sabes que, como decimos en España, "poderoso caballero es don..."

 —Ya, ya —interrumpió Sigrid, con un gesto de negación—. ¿No será...

La frase de Sigrid se cortó cuando Emil y Paula hicieron acto de aparición en la sala invitando a todos a sentarse y reclamando su atención. Lo primero que hicieron fue presentar al grupo a los demás. Allí, además de Sigrid, Tomaso, Jonathan, Patrick y Jesús Cerro, se encontraba la propia Anaya Green; el tipo que había estado en la reunión nocturna con Sigrid y Patrick, un francés llamado Lucas Gardet, con "ciertas habilidades mentales"; acompañando a Lucas, otro francés: Didier Dufresne, grande y fuerte, con la nariz rota; otro hombre de Jacobsen conocido de Sigrid: Mark Collins, del que sospechaba que era un psicópata sin escrúpulos; Svanur Simonsson, un islandés de rostro níveo y pelo rubio; Elliot Saunders, una especie de aristócrata que no se despegaba de un vaso siempre lleno de whisky con hielo; Travis Pearson, un británico de mediana edad con unas ojeras y una expresión que delataban su condición de oniromante; Judith Stevens, otra conocida de Sigrid a la que le gustaba meterse de todo por la nariz; Adrian White, otro británico desconocido que no dijo ni una palabra durante toda la reunión pero que destilaba por todos sus poros un carisma especial; y por último, fue presentado el grupo de los alemanes. Mara Kirstein, que lucía varias cicatrices en las manos y en los brazos, y a la que le faltaba el dedo anular de la mano izquierda; Tine Kunst, una mujer con entrenamiento militar; y Marius Eichmann, alto, rubio y de ojos azules; en su cuello podía verse el extremo de un tatuaje que Sigrid sospechaba que podía ser una esvástica. En total, contando a Sigrid y sus compañeros y a Paula Jacobsen, que anunció que se pondría al frente, el grupo constaría de dieciocho efectivos, prácticamente el doble de los que habían conformado los grupos anteriores que habían desaparecido.

"Una epideromante, un oniromante, un posible dipsomante, tipos durísimos y varias personas con habilidades desconocidas...", pensó Sigrid, "¿qué diablos pintamos Cerro y yo aquí, dos simples bibliomantes?". Las preguntas de Sigrid encontraron pronto respuesta: Jacobsen quería bibliomantes en el grupo para poder seguir pistas si era necesario con los rituales adecuados, y además —dato que desconocía—, Cerro era un ex agente de las fuerzas especiales que podía servir también como pieza de choque.

 —Este es el recuento de bibliotecas atacadas —dijo Paula, desplegando un mapa con puntos sobre él—: al menos tres en Viena, dos en Salzburgo, otras dos en Graz y al menos tres en Alemania. Esta —añadió, señalando uno de los puntos— es la que pertenecía a Gregor Brunner, el coleccionista que fue encontrado muerto, suponemos que porque fue el único que se encontraba en su biblioteca en el momento del presunto ataque.

 »Como ya sabéis, dos grupos fueron enviados a investigar a Salzburgo y a Viena, y de ambos, todos los componentes han desaparecido sin rastro excepto dos del grupo de Salzburgo que se encuentran en el hospital en coma. Prevemos que la misión sea peligrosa, pero debemos descubrir la naturaleza de esta amenaza previendo que podemos pasar a ser su siguiente objetivo. —Varios de los presentes esbozaron una media sonrisa al oír aquello, y Sigrid pensó: "Evidentemente, Emil teme sufrir un ataque parecido, de ahí su interés en esclarecer el asunto, claro; y la urgencia en reunir este... equipo".

 —Esta noche —finalizó Paula, dando por terminada la reunión— partiremos hacia Viena en nuestro jet privado. Tened vuestro equipaje preparado.

Mientras Tomaso llamaba a Derek para informarle de su partida hacia Viena y formalizaban la compra de los billetes para el grupo del hotel para unas pocas horas después, Jacobsen fue fiel a su palabra y accedió al requerimiento de Patrick de visitar su Biblioteca. Para poder entrar, hacía falta un escáner de la retina de Jacobsen y una prueba de voz, lo que hizo pensar a Patrick que Sigrid lo iba a tener muy difícil para cumplir la palabra dada a Taipán y darle acceso a la Biblioteca privada de Emil. Tras unos minutos con el bibliomante haciendo de guía y mostrándole sus mayores tesoros (aunque Patrick supuso que no compartió con él los más importantes), el profesor le preguntó si poseía algún libro antiguo que tuviera asociada alguna historia truculenta relacionada con posesiones o con demonios.

 —Mmmmh... —pensó Jacobsen—; pues mira, precisamente tengo aquí una obra de teatro de Aaron Parry, no sé si conoces al autor. —Patrick negó con la cabeza—. Bueno, es un autor muy oscuro, casi desconocido, cuyas obras se cotizan en el orden de centenares de miles de libras, y aquí tengo una de las más caras, una primera edición de "Diálogos con Orobas". Se dice que Parry escribió la obra inspirado por un demonio extraordinariamente poderoso, quizá incluso mientras estaba poseído por él, y, de hecho, por si no lo sabes, Orobas es el nombre de uno de los más grandes demonios del averno mencionados en el Ars Goetia.

 —Vaya, muy interesante. ¿Te importaría si le echo un vistazo en el tiempo que me queda de visita? —preguntó Patrick, intrigado por el ejemplar.

 —Por supuesto —confirmó Jacobsen—, déjame que lo saque de la vitrina... así... ya está. Ven por aquí, mira. —Jacobsen lo dirigió a una pequeña sala de lectura donde había varias mesas y sillas—. Puedes sentarte aquí, y por favor, trata el libro con cuidado. Tienes menos de hora y media; uno de mis hombres esperará al otro lado de la puerta y te hará saber cuándo se acaba el tiempo.

"Menos mal que el tal Parry escribía en inglés", pensó Patrick, aliviado al ojear las primeras páginas. Haciendo uso de sus tremendas habilidades para la lectura pudo acabar justo a tiempo de leer el libro. Aunque la mayoría de las cosas parecían ininteligibles o sin sentido, uno de los diálogos le llamó especialmente la atención. Uno de los personajes decía a otro:

"—Como decía Lucian Lowe, esto no es debido sino a la falta de
un Guardián de la Realidad que vele por nuestra existencia"

"«Guardián de la realidad»", pensó, "yo diría que es una clara referencia a Saint Germain". 

De vuelta al ala de habitaciones y ante la ausencia de Sigrid, que se encontraba con Esther, Patrick se reunió con Tomaso para compartir el curioso dato. Y para su sorpresa, el italiano reconoció el nombre de Lucian Lowe.

 —Ya sabes que soy un gran aficionado al ocultimo, Patrick —dijo Tomaso—. Y resulta que Lucian Lowe fue un miembro destacado de la Orden de Hermes Trimegisto.

 —Ah —soltó Patrick—. Me suena a dios griego... ¿qué era exactamente esa orden?

 —En realidad, deberías preguntar "qué es", porque no hay ninguna prueba de que no permanezca activa hoy en día. Aunque es verdad que si está activa, permanece muy bien oculta. En fin, digamos que en el pasado, sus miembros estaban versados (o eso decían) en las artes de la hechicería y la taumaturgia, y buscaban el acceso al "Poder Verdadero", fuera lo que fuera eso. Sus sedes principales estaban en El Cairo y en Jerusalén, pero se encontraban en muchos más lugares durante los siglos XVIII y XIX, hasta que dejaron de aparecer en escritos, periódicos y demás. Se dice que sus enseñanzas y secretos fueron heredados por la orden de la Golden Dawn, que supongo que sí te sonará más...

 —Sí, esa sí que la conozco, un grupo de locos con unos rituales sexuales como excusa para el hedonismo...

 —Bueno, esa es una opinión, pero hay quien considera que no estaban tan locos —añadió Tomaso, guiñando un ojo.

Ambos coincidieron en que era una pista muy interesante, y que deberían profundizar más en ella. Desde luego, las palabras "falta de guardián de la realidad" eran muy descriptivas sobre el papel que Saint Germain había llevado a cabo en su anterior existencia, y quizá podría conducirles a él en esta.


Por fin, Derek recibió la llamada de Atkinson, intrigado por aquel que su mayordomo afirmaba que llamaba "de parte del congresista Ackerman". Derek se presentó y le explicó la situación, además de confirmar que era amigo íntimo de Philip Ackerman y hombre de su plena confianza. Finalmente, Atkinson accedió a encontrarse con él en su mansión a las seis de la tarde.

Después de comer y mientras llegaban las seis, el grupo realizó una videollamada para poner toda la información en común y decidir el plan de acción: si salir de allí lo más rápidamente posible y ganarse la enemistad de Jacobsen, o seguir colaborando con el bibliomante. Finalmente optaron por la segunda opción y concretaron el plan por el que Derek y los demás viajarían a Viena en un vuelo posterior al suyo y se mantendrían cercanos en todo momento.  

Sir John Wesley Atkinson
A las seis en punto de la tarde, Derek se presentó puntual junto a los Vástagos de Mitra en la mansión de Atkinson, donde el antiguo embajador no tardó en recibirlo. El aristócrata se mostró amable, pero se hizo acompañar de tres guardaespaldas; sin embargo, cuando Theo y Artem hicieron un determinado gesto, Atkinson pareció afirmar para sí mismo e hizo salir a sus guardianes. En ese momento, los dos compañeros de Derek hincaron una rodilla en tierra, esperando la bendición de su superior, que no tardó en llegar en un idioma desconocido. Con una sonrisa, el aristócrata los hizo levantarse e hizo traer un té, ya más relajado. Acto seguido, Theo Moss explicó brevemente las razones de su presencia allí y de paso ensalzó a Derek, a Ackerman y a su organización, que estaban "luchando valientemente en primera línea contra aquellos que nos quieren llenar de cadenas".

 —Fue el propio congresista quien me proporcionó su contacto, señor —dijo Derek—. Nos hemos tenido que desplazar a Gran Bretaña por asuntos de extrema urgencia para la existencia y la humanidad, y toda la ayuda que podamos conseguir será bienvenida. 

 —Me veo en la obligación de inforhmarhle —añadió Yatsenko— de que algunos de nuestrhos compañerhos se encuentrhan  en la mansión del coleccionista Jacobsen, por causas de fuerhza mayorh, señoría. Perho es una asociación porh purha necesidad.

 Ante el gesto de sorpresa de Atkinson, Derek se apresuró a añadir:

 —Señor, Jacobsen retiene a la hija de una de mis compañeros, y sus intereses pueden ser de utilidad para la misión. En ningún momento quiero que piense que el bibliomante goza de nuestra lealtad.

 —Me tranquiliza oír eso, señor Hansen —dijo Atkinson, relajando la expresión—. Pero déjeme advertirle que nada bueno puede salir de una colaboración con tamaña víbora; dígales a sus compañeros que tengan mucho cuidado con él y sus secuaces, y ténganlo ustedes también. Y si necesitan ayuda, no duden en pedírmela, tener la recomendación de dos Vástagos es algo no poco impresionante; haré lo que pueda.

 —Estaremos muy alerta con Jacobsen, pierda cuidado. Y respecto a su ofrecimiento... esta misma noche tenemos que volar a Viena y si usted pudiera proporcionarnos algún contacto allí, se lo agradeceríamos.

 —Sí, desde luego —dijo el aristócrata, después de pensarlo unos segundos—. Me temo que en Austria no puedo dirigirles a nadie... sin embargo, en Múnich podrían ustedes contactar con Filip Austen, un león de Mitra.

Agradeciéndole su deferencia, Derek acabó la conversación preguntando a Atkinson si podía darles algo de información respecto a Lucian Lowe o la Orden de Hermes Trimegisto. El noble le respondió que el nombre de Lowe no le decía nada, pero que la Orden Hermética había sido fuente de muchos enfrentamientos con los mitraicos en el pasado; dijo también que eran unos iniciados que buscaban ganar poder a toda costa, y que llegó un momento en que se aliaron con los demonios, hasta que dejaron de dar señales de vida, posiblemente diluidos entre los entes infernales.

Agradeciéndole de nuevo su paciencia, Derek y los demás se despidieron y se dirigieron directamente al aeropuerto para partir hacia Viena. El avión privado de Jacobsen con Patrick, Tomaso, Sigrid y Jonathan a bordo saldría a eso de las diez de la noche, y el vuelo de Derek y los demás despegaría a las dos de la mañana. Sally ya había conseguido habitaciones en el mismo hotel que la compañía de Jacobsen, así que el problema de la cercanía lo tenían ya resuelto.

Antes de la partida, Jacobsen convocó a Sigrid y a Jesús Cerro. Para ayudarles en su labor, les confió un pequeño objeto: el Localizador. Se trataba de una especie de brújula que, con los rituales adecuados y las cargas apropiadas, era capaz de indicar la dirección en la que se encontraba el causante, o el origen, de un determinado evento. 

 —Además —añadió—, Paula llevará consigo la Pizarra de la Revelación. Ya sabéis cuál es su poder, más o menos. No me gusta enviarla lejos de aquí, pero creo que en este caso es necesario. Confío sobre todo en ti, Sigrid, para mantenerla a salvo.

La Pizarra era capaz de proporcionar información sobre hechos u objetos mediante las cargas y las preguntas adecuadas. Si Jacobsen la enviaba con el grupo, es que estaba realmente preocupado por descubrir el origen de los ataques, pues era uno de sus bienes más preciados y mejor guardados.


jueves, 12 de noviembre de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 17

La CCSA se traslada. Viaje a Londres.

Después de una larga conversación en la que intentaron evaluar por qué los demonios les habían localizado durante la primera ceremonia de restauración de Ackerman, este pidió que sintonizaran en el televisor un determinado canal donde se retransmitía la rueda de prensa que había convocado Shannon Miller con carácter de urgencia. La jefa de gabinete del congresista aparecía indignada y con gesto grave.

 —Odio decir esto —anunció, ante la sonrisa irónica del congresista—, pero el congresista Ackerman es un mentiroso. Puedo asegurarles que no ha habido ningún atentado contra su vida, y que por el contrario, fue víctima de una posesión; incluso estuvo ingresado en el hospital St. Andrews, aquí están los papeles que lo acreditan —dijo, mostrando una carpeta.

 »Y no solo eso —continuó—, sino que el congresista ha creado varias organizaciones que han servido como tapadera para negocios fraudulentos y desvió de capital, como la CCSA, que extrañamente ha anunciado el cierre de casi todas sus oficinas en los últimos días.

Amy Bowen se giró preocupada hacia el congresista, que tornó su gesto en otro más serio.

 —Debemos partir cuanto antes hacia Washington, Amy —dijo—. Debo desacreditar a Miller y a sus compinches desde allí. —Se giró hacia Tomaso—. Tomaso, ¿crees que sería posible restaurarme antes de que acabe el día?

 —Bueno... —contestó Tomaso—, aún no sé muy bien qué es lo que pasa conmigo, pero creo que sí. 

Se apresuraron a buscar una iglesia donde pudieran llevar a cabo la ceremonia discretamente, y Sigrid no tardó en dar con una en un discreto pueblo al norte del estado. No había tiempo que perder; en cuestión de una hora, una comitiva de furgones de la CCSA (convenientemente pintados de negro) se desplazaba hacia allí. 

El párroco Michael Scott
En el templo les recibió el párroco Michael Scott, un joven cura de veinticuatro años, que se declaró admirador del congresista, saludó con reservas a la hermana Mary y las demás y mostró su extrañeza ante lo... irregular de aquella situación, con tanta gente del gobierno acudiendo a su pequeña parroquia.

La ceremonia se prolongó a lo lardo de aproximadamente una hora y media, y aunque todos se mantuvieron alerta y en un estado de tensión extremo, esta vez no hubo sorpresas inesperadas. Como ya era habitual, Tomaso fue envuelto en un resplandor dorado (ante la sorpresa del párroco Scott, que abrió mucho los ojos durante todo el proceso) y finalmente se desvaneció y fue ayudado por las hermanas. Ackerman no notó gran cosa, y como también venía siendo ya habitual, Patrick inspeccionó su aura.

 —Está bien —dijo el profesor, con un ligero gesto de alivio y los ojos velados, concentrado—, quedan algunas pequeñas máculas aquí y allá, pero nada que no pase por normal. Creo que no habrá problema en que se desplace a Washington, congresista.

 —Físicamente también se nota, Philip —dijo Derek—. Las ojeras han desaparecido, y tu rostro ha recuperado el color normal. Menos mal.

Una voz se alzó desde detrás del altar:

 —Pero... pero... esto es... ¡es extraordinario! ¡Alabado sea el señor! —el párroco estaba fuera de sí—. Señor Belgrano, ¡es usted un enviado divino! ¡Podía sentir la presencia celestial emanando de usted!

Durante el resto de su estancia allí, el párroco no cesó de repetir que sería un honor que Tomaso acudiera a alguna de sus misas para inspirar a sus feligreses, y finalmente le concedieron poder hablar por teléfono con Tomaso en algunas ocasiones.

De vuelta en Manhattan, Linda informó a Derek de que el día siguiente ya podrían llevar a cabo el traslado a la mansión de Westchester, a lo que el director respondió con un sincero agradecimiento por su eficiencia. Ackerman, su equipo y Frank Evans apenas se detuvieron en la oficina, y partieron inmediatamente hacia Washington junto con otro par de agentes.

Esa noche, Tomaso disfrutó de un más que merecido descanso, y Derek volvió a ver los extraños cuervos en sus sueños, aunque su número había disminuido drásticamente y no tardaron en pasar de largo del edificio de la CCSA. Estos hechos hicieron que durante el desayuno transmitiera sus suposiciones a sus amigos:

 —Creo que nuestro encuentro con los demonios los ha debilitado de alguna forma. Los "rastreadores" que soy capaz de ver en mi sueño han sido muy pocos esta noche, y poco... no sé como decirlo, poco centrados.

 —Bueno, si es así, por fin una buena noticia —apostilló Patrick, un gran fan de apostillar; desde luego, apostillar era lo suyo, sin duda alguna; era un gran apostillador; el apostillador mayor del reino; el sumo apostillador. El desapostillador que lo desapostillare gran desapostillador sería.

Por la mañana, Patrick fue a intentar hablar con Sam Walsh, uno de los autores de las tesis doctorales sobre las posesiones, pero sin éxito; lo tendría que intentar al día siguiente. Se dirigió entonces a la biblioteca, para leer la tesis de Walsh, pero sucedió algo extraño: en todos los registros constaba la tesis, y al parecer nadie la había sacado de la biblioteca, pero tanto el ejemplar físico como el electrónico habían desaparecido sin dejar rastro. Patrick apenas escuchó las palabras de disculpa del personal de la biblioteca, frustrado.

Esa misma mañana, Sigrid adquirió unos cuantos libros que le permitieron recargar sus poderes bibliománticos. Derek, por su parte, se dedicó a coordinar el traslado a Westchester. 

En un momento dado, Sally los convocó a todos ante el televisor; Ackerman no había perdido el tiempo, y había convocado a la prensa aquella misma mañana. Se le notaba el cansancio, pero la energía con que hablaba lo compensaba. Dejó claro que había traidores en el partido y en su equipo, y que estaban intentando socavar su posición por motivos desconocidos. "Va a tener que pelear duro estos próximos días si quiere deshacerse de todas las manzanas podridas que lo rodean", pensó Derek, un poco desesperado por no poder encontrarse con su amigo. De repente, se le ocurrió algo:

 —Sally —dijo—, ¿crees que Omega Prime podría difundir algunas noticias... rumores... sobre Shannon Miller? ¿Algo moderadamente grave?

 —¡Qué buena idea, Derek! —contestó ella, sonriendo y abriendo su portátil—, ahora mismo contacto con ellos.

"Bueno, quizá finalmente sí pueda ayudarte, Philip", Derek sonrió para sus adentros. Poco después se reunía con Samantha Owens, a la que anunció que dejaba al cargo de la organización mientras él estuviera en el extranjero.

 —Además, necesito que te encargues de otra cosa, Sam. Tendrás que conseguir que un par de equipos de la CCSA Chicago se trasladen aquí para engrosar filas; entre los que nos vamos a Europa, los que se han ido con Ackerman y los heridos, vais a quedar aquí muchos menos de los que me gustaría, así que tendrán que venir a ayudarnos. No importa como lo hagas, pero lo tendrás que conseguir sin la ayuda del congresista.

 —No se preocupe, director —contestó Owens, muy segura de sí misma—, déjelo todo en mis manos.

 

Ya trasladados a la mansión de Westchester, Sigrid utilizó el resto del día en realizar los rituales necesarios para el traslado y establecimiento de su Biblioteca. Además, decidieron retrasar su viaje del viernes al sábado para que Patrick pudiera visitar de nuevo a Sam Walsh en la universidad el día siguiente, y Tomaso pudiera contactar con el padre Scott para consagrar la pequeña capilla que se había habilitado en la nueva sede de la organización. Las habitaciones de alojamiento de agentes y externos, el gimnasio, el parking y las duchas ya estaban prácticamente finalizadas y operativas. Las instalaciones de laboratorios, enfermería y salas médicas y veterinarias tardarían un poco más en estar listas. Tras una conversación con Patrick, Sigrid llamó a Esther.

 —Cariño —dijo, después de que su hija le dijera que todos estaban bien y le informara de todo—, necesitamos que localices en la biblioteca de Emil todos los libros que puedas sobre posesiones, exorcismos y atlantes.

 —¿En la biblioteca pública o en su bibliteca privada, mamá? —preguntó Esther.

 —De momento en la pública, no quiero que te arriesgues lo más mínimo mientras estés ahí. Emil posee cientos de miles de libros, estoy segura de que encontrarás alguno interesante.

 —Vale, me pondré con ello en cuanto cuelgue.

 —Muy bien, muchas gracias, y ten mucho cuidado.

 —Lo mismo te digo, mamá.

Sigrid sonrió, como siempre que hablaba con su hija, de la que estaba profundamente orgullosa, mientras acariciaba su preciada pulsera minoica. Esa pulsera siempre le recordaba a su hija, que en la infancia se había obsesionado con la isla de Creta y los minoicos. Era simple, de bronce, con una cabeza de toro en la parte externa y abierta en la parte interna, acabada en dos protuberancias en forma de pezuña. Simple, pero muy valiosa. No recordaba cuándo había empezado a llevarla encima (no tenía por costumbre hacer un uso personal de sus antigüedades más valiosas), ni siquiera si esos recuerdos eran de esta vida o de la pasada, pero la pulsera era preciosa, y le gustaba la manera en que la cabeza de toro reflejaba la luz... el toro minoico... Cnossos... el minotauro en el laberinto... Minos... Dédalo... Teseo.. Levantó la vista y miró su reloj. "¿He pasado dos horas contemplando la pulsera?", pensó, "¿¿Cómo puede ser??". Sacudió la cabeza, y se fue a seguir poniendo orden en su biblioteca.

La primera noche en la mansión discurrió tranquila, Derek ya no vio ningún cuervo ni figura extraña, y así lo comunicó al resto por la mañana; todos se congratularon por el éxito del traslado.

El padre Scott se mostró entusiasmado cuando Tomaso le llamó para pedirle el favor de consagrar la capilla; tanto, que aceptó incluso desplazarse hasta allí con los ojos vendados (toda precaución era poca hasta que conocieran mejor al sacerdote). Por otra parte, Derek encargó a Linda que dispusiera todo lo necesario para que su familia se trasladara al pequeño pueblo del padre Scott, que le había parecido lo suficientemente discreto y remoto para que estuvieran a salvo. 

De vuelta en la universidad, Patrick se encontró por fin con el doctor (en psiquiatría) Sam Walsh. Este esbozó una sonrisa socarrona cuando el profesor le habló de la ausencia de su tesis en la biblioteca.

 —No me extraña nada —dijo—. En el mundillo universitario, es un secreto a voces que todo aquel que se ha dedicado a investigar esa área (las posesiones, me refiero) ha tenido multitud de problemas. Yo mismo cambié mi área de especialización y realicé una nueva tesis por tales motivos... retirada de fondos, falta de subvenciones...

Cuando Patrick le pidió ayuda para entender mejor el proceso de posesión alegando que ayudaba a una familia desesperada, Walsh se encogió de hombros.

 —Pues en realidad no sé de qué manera podría ayudarle, señor Sullivan, más allá de enviarle mi tesis, de la que —bajó la voz teatralmente— guardo varias copias. Pero le agradecería una discreción absoluta en su divulgación.

 —No se preocupe por eso —contestó Patrick, sonriendo—, su tesis no la verá nadie más que yo.


El día siguiente, tras despedirse de todo el mundo y dejar a Owens al cargo de la organización, Derek, Tomaso, Sigrid, Patrick, Jonathan, Sally, Moss y Yatsenko abordaron el avión que les llevaría a Londres. Durante el vuelo, Patrick comenzó a leer la tesis doctoral de Walsh, una tarea nada fácil, ya que estaba plagada de tecnicismos psicológicos y psiquiátricos, evaluciones de personalidad y un sinfín de datos abstrusos que lo obligaban a consultar a menudo en Internet. Consiguió leer unas cuantas decenas de páginas antes de aterrizar. Pero esta primera parte fue suficiente para sacar en claro que los conceptos tratados eran muchísimos: mencionaba las ondas alfa cerebrales, las ondas beta, la terapia gestáltica, la conductiva-conductual, unos cuantos conceptos budistas y de meditación, todo ello aderezado con unas gotas de mecánica cuántica. Por el vistazo que echó a la parte final, parecía que la tesis sostenía un éxito limitado combinando una serie de terapias con tratamientos químicos, y que mencionaba la susceptibilidad de los humanos a las posesiones y varios eventos extraños que habían tenido lugar en los últimos dos siglos, como el terremoto de Lisboa de 1808 y varias erupciones más sin explicación; también hacía referencia a varios manuscritos hallados en Nueva Inglaterra en los que se hacía referencia una "extrañas columnas de sombras", y al "día oscuro"; la referencia a estos documentos remitía a otra tesis doctoral en otra universidad.


Cuando pusieron pie en tierra, lo primero que hizo Derek fue llamar al antiguo embajador, y Vástago de Mitra, sir John Wesley Atkinson. Desafortunadamente, según le dijo el mayordomo, no se encontraba en casa en ese momento. Pero volvería en breve, esa noche o el día siguiente, así que tomó nota del teléfono de Derek para dejarle el recado a sir John. Por la información que les dio, Yatsenko sugirió que era posible que estuviera realizando algún ritual en alguna de las cavernas de Mitra (los templos de Mitra se encontraban en cavernas excavadas en la roca). 

Tras pernoctar en un buen hotel, el día siguiente Sigrid, Patrick, Tomaso y Jonathan se desplazaron a la mansión de Jacobsen mientras el resto se quedaba en el hotel esperando la llamada de Atkinson o noticias del grupo. Como ya les había informado la anticuaria, la mansión era enorme y más que una casa era una fortaleza. La finca se extendía a lo largo de muchas hectáreas de terreno, fundiéndose al fondo con los bosques que precedían a las colinas. Varios hombres armados montaban guardia, y tuvieron que detenerse dos veces en sendos controles antes de llegar a la pequeña glorieta que daba acceso a la casa principal. Allí dos mujeres salieron a recibirles: una de ellas era Esther, la hija de Sigrid, que se apresuró a abrazar a su madre con gesto alegre. La otra, de aproximadamente la misma edad que Sigrid, era una desconocida para todos, excepto para la anticuaria.

 —Bienvenidos, espero que hayan tenido un buen viaje —empezó, con una perfecta dicción—. Permítanme presentarme; mi nombre es Paula Jacobsen, soy la hermana de Emil y me alegro de que Sigrid haya podido traerles hasta aquí. Hola, Sigrid —añadió, sonriendo—.

 —Buenos días, Paula —contestó Sigrid—, espero que vaya todo bien.

 —Bueno, ya sabes... lo de Viena ha sido algo inesperado... y Ramiro...

Sigrid torció el gesto y afirmó con la cabeza, y acto seguido, Paula les indicó que la siguieran al interior de la casa. Sigrid aprovechó para contarles en susurros que Paula era tan peligrosa como Emil, y que en el pasado había estado enamorada de Ramiro.

En realidad, Paula era una mujer bastante atractiva, y Tomaso no pudo evitar notar que le dirigía varias miradas valorativas, aunque discretas. Así que aprovechó para dirigirle aquella irresistible sonrisa suya, a la que Paula respondió con un gesto ambiguo. "Bueno, veremos qué sale de esto", pensó el italiano, confiado de sus habilidades seductoras.

Emil Jacobsen, librero y Bibliomante
Paula les invitó a ponerse cómodos en un bonito salón donde esperarían a Emil, que se encontraba ausente en esos momentos. Sirvieron varias bebidas y charlaron agradablemente durante un rato, hasta que Jacobsen apareció, con gesto serio y acompañado de un par de tipos. Era la viva imagen de un aristócrata, con el pelo cano, traje entallado, una pajarita que en otra persona habría resultado ridícula pero que a él le daba un porte distingido, las cejas pobladas y sus lujosas gafas, que no escondían unos profundos ojos azules pálidos como el  hielo.

 —Qué bueno verte por aquí al fin, Sigrid —dijo el librero, con aquel tono de falsa alegría que Sigrid había aprendido a identificar hacía mucho tiempo, y que la puso en guardia—. Y veo que has traído refuerzos, muy bien, excelente.

Después de las pertinentes presentaciones y una explicación tácita sobre las distintas habilidades, Jacobsen fue directo al grano:

 —Bueno, Sigrid, y ahora no te importará que te pregunte algo, ¿verdad? —por supuesto, no esperó respuesta— ¿Qué pasó en Nueva York? Según tengo entendido compraste un número desproporcionado de libros, y tú y yo sabemos lo que eso significa... ¿conseguiste algún libro interesante? —se refería obviamente al libro de Taipán.

Sigrid ya tenía prevista esta situación, y ya había preparado su historia para cuando llegara el momento; así que la soltó, esperando poder engañar al que era quizá el hombre más peligroso de Europa... le contó que todo el episodio de los libros había sido en realidad una encerrona para atrapar al tal Sergei Ivánov, que les había complicado mucho el encuentro con Taipán y que había llegado a tentarles, incluso a amenazarles, para que dejaran a Jacobsen y trabajaran para él. 

Emil pareció tragarse el cuento, porque al parecer no conocía a Ivánov/Novikov y la explicación de Sigrid estaba muy bien argumentada, así que, dándose por satisfecho, cambió de tema.


miércoles, 14 de octubre de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 16

Restaurando a Ackerman. Rebecca Clarkson en Rockefeller Plaza.

Por la tarde, con Tomaso ya de vuelta, se dirigieron a la iglesia de su primo Dominic para afrontar la "restauración" del congresista Ackerman. Habían decidido llamar así al proceso, puesto que, a ojos de Patrick, era como si el aura del afectado por la posesión se restaurara. Se desplazaron allí con las tres monjas, con Margaret, los Vástagos de Mitra, Jonathan, Samantha y el propio Ackerman, y una vez que Tomaso le hubo explicado al diácono (que también se quedó presente durante la ceremonia) quién era y qué pretendían, las hermanas prepararon toda la parafernalia, con las velas y demás. Acto seguido, comenzaron los rezos.

 El rito duró un par de horas, más o menos igual que en el caso de Jonathan, y Ackerman hizo lo mismo que el agente, relatando lo que sentía en cada momento. Mientras Theo Moss realizaba rondas en el exterior, Tomaso rezaba fervorosamente y canalizaba el poder divino de forma parecida a lo que había sucedido en la ocasión anterior; acabó agotado y con las hermanas sosteniéndole de nuevo para que no se diera de bruces en el suelo. No obstante, no fue un éxito absoluto; Patrick todavía podía ver las máculas en el aura de Ackerman.

 —Mmmh... Tomaso no parece haberlo conseguido del todo —dijo, mientras sus iris se tornaban de aquel color grisáceo que indicaba su percepción de las auras—. Ha mejorado bastante, eso sí, diría que ha llegado a un nivel de deterioro parecido al que tenía Jonathan antes de la ceremonia o —se miró los brazos— al que tengo yo mismo.

 —Bueno, algo es algo —dijo Derek, posando su mano en el hombro al congresista—. Seguramente podrá restaurarte del todo en una segunda sesión.

 —No tengo ninguna duda —respondió Ackerman con una sonrisa—. La verdad es que es...

Philip no pudo acabar la frase, porque en ese momento tanto él como Patrick tuvieron una sensación extraña, como si algo resbaladizo, pegajoso y muy frío les tocara la nuca y resbalara hacia abajo. Se sintieron confundidos unos segundos, pero la fuerza de voluntad y el aura restaurada del congresista parecieron suficientes para que él resistiera aquel intento de posesión. No así Patrick, cuyos ojos se tornaron oscuros durante unos segundos. "¡No puede ser!", pensó Derek mirando alrededor, "¿están aquí de nuevo? ¡Mierda!". Patrick no parecía reponerse del trance como Ackerman, y su rostro fue mudando en una mueca de desesperación, sumamente inquietante combinada con sus ojos negros. "¡Tengo que hacer algo, tengo que hacer algo!", se gritó a sí mismo Derek, desesperado. De súbito, se le ocurrió. De alguna manera, proyectó su habilidad —esa que le permitía ocultar al grupo de detecciones no deseadas— hacia Patrick. Sintió el tacto viscoso y frío de la entidad desconocida, y la empujó con su voluntad. Y tuvo éxito. De alguna forma protegió a Patrick; el profesor suspiró y sus ojos volvieron a la normalidad, aliviados. Ambos se miraron.

Sin embargo, no les dio tiempo a decir nada; la puerta frontal de la iglesia se abrió violentamente y todos miraron hacia allí, sobresaltados, para ver cómo irrumpían tres intrusos, envueltos en sombras que giraban vertiginosamente a su alrededor. "Mierda", pensó Patrick cuando vio entrar atropelladamente al templo a la que había sido su esposa, Helen, escoltada por otros dos demonios desconocidos.

Derek reaccionó rápidamente, demostrando su entrenamiento como director:

 —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Por allí! —exclamó, señalando la salida de la nave de la izquierda, y haciendo que las monjas pasaran rápidamente, ayudando a Tomaso.

Evans y Patrick fueron los que más tardaron en reaccionar, los más cercanos a Helen y los otros dos demonios, uno de los cuales trepaba al techo y se refugiaba en sus sombras.

Y cuando las hermanas parecían a punto de ponerse a salvo, por delante de Derek, Sigrid y los demás, una vidriera estalló en lo alto, rociando de cristales a todos, que tuvieron que protegerse. Desde arriba, a la luz de las velas, vieron cómo una figura envuelta en sombras sólidas descendía hasta el suelo a una velocidad endiablada.  Las sombras se movían lo suficiente como para que a los pocos segundos reconocieran el rostro de Paolo, el hemano de Tomaso, que se alzó en el suelo ante ellos.

 —¡Cuidado Philip! —gritó Sigrid, señalando algo en el suelo detrás del altar. Detrás de ellos, unas sombras sobrenaturales se extendían desde el ábside de la iglesia, avanzando lenta pero inexorablemente, formando una especie de zarcillos que los buscaban. Ackerman se movió, evitándolos. Mientras tanto, la anticuaria corrió hacia la pila de agua bautismal donde se hizo con un crucifijo. "Joder, no se me ocurre otra cosa", pensó, "a ver si con esto les puedo herir de alguna manera".

Paolo se lanzó al ataque contra Derek, Jonathan y Yatsenko. Este último le disparó varias veces, y afortunadamente pudo retenerlo lo suficiente para que no matara a sus compañeros. Sin embargo, el director y el ucraniano se llevaron un castigo terrible cuando el demonio lanzó unas descargas invisibles que les causaron un dolor insoportable.

Mientras tanto, Frank Evans y Patrick, con la ayuda de Moss, que se había precipitado a través de la puerta frontal poco después de la irrupción de los intrusos, consiguieron retener a los tres demonios. Evans sacó sus dos pistolas y sus balas y las de Moss parecieron afectar a la mujer de Patrick, que este había retenido gracias a sus habilidades de alteración de la realidad, y al tercero de los demonios. Pero aunque el tercer demonio sí fue bastante afectado por las balas, Helen se recuperó en pocos segundos. Evans pasó una de sus armas a Patrick y extendió el brazo libre hacia ella, que ya saltaba varios metros sobre los bancos de la iglesia; justo a tiempo, la esposa de Patrick pareció chocar y ser empujada por una barrera invisible mientras su rostro se deformaba en una mueca infernal. Pocos segundos después, el engendro que había trepado al techo de la iglesia se lanzaba sobre Patrick, que aunque descerrajó un par de tiros con el arma de Evans, esta no pareció tener la misma efectividad en las manos del profesor, y poco pudo hacer para evitar el inmenso dolor que sintió cuando el demonio le golpeó brutalmente. Además, dos nuevas figuras accedieron al templo tras los pasos de Moss, que descerrajó varios tiros en su dirección.

Al contrario que las armas de los Vástagos de Mitra, las balas de Derek, Jonathan, Margaret y los demás no parecían afectar en absoluto a Paolo, que lanzó a Jonathan contra una columna. Sigrid intentó afectarle con el crucifijo que había conseguido y con agua bendita, pero no tuvo éxito en ninguno de sus intentos.

Finalmente, cuando los zarcillos de sombras dejaban ya poco espacio de maniobra, Derek decidió utilizar su habilidad de la misma forma que había hecho para evitar la posesión de Patrick, dirigiéndola en ese momento hacia Paolo. Percibió la misma sensación limosa y gélida que la vez anterior, pero multiplicada un centenar de veces; reprimiendo los vómitos, cerró los ojos y "empujó".

Yatsenko y los demás vieron cómo Paolo caía de rodillas, confundido, con las sombras de su alrededor fuera de control, mientras Derek alargaba una mano hacia él, con los ojos cerrados, y su rostro mostraba una mueca de esfuerzo titánico. No tardaron en comprender que el director estaba afectando al demonio de alguna manera, así que aprovecharon para correr, arrastrando a Derek en el proceso.

Mientras, más atrás, Theo Moss descerrajaba un tiro con su arma prácticamente a quemarropa sobre Helen, que al instante se disolvió en sombras, y Evans hacía lo propio con el demonio que había atacado a Patrick. Entre ambos se llevaron a este último, hecho un ovillo por el dolor.

Una vez en el exterior, corrieron renqueantes hacia los coches. Antes de llegar, hizo acto de aparición una nueva figura de sombras, que aunque planteó algunos problemas a unos agotados Vástagos de Mitra, fue finalmente repelida. Por fin, montaron en los vehículos y condujeron rápidamente de vuelta a la CCSA. Allí trataron a los heridos y descansaron como pudieron por la noche.

Por la mañana, volvieron a reunirse. Ackerman expuso sus reservas acerca del viaje al extranjero después de lo vivido la noche pasada, pero ya era una discusión manida para la que no había vuelta atrás. Patrick preguntó a los Hijos de Mitra acerca del daño que sus armas infligían a los demonios, y según le explicaron, se trataba de un ritual al que sometían a sus armas y su munición, pero que por lo visto solo funcionaba con un Vástago auténtico y con fe firme en su dios.

Mientras el resto hablaba, Tomaso y Sally buscaban en los canales de noticias. Visto lo que había pasado en la iglesia de San Patricio, el italiano estaba acongojado por la posibilidad de que los demonios hubieran destruido la iglesia de Dominic. Pero parecía que no era así; ninguna noticia se hacía eco de la destrucción de ninguna iglesia en Nueva York. Tomaso suspiró aliviado.

 —¡¿Eh?! —los sorprendió Sally—. ¿Qué es esto? ¡Mirad!

En varias televisiones, y en la radio también, había conexiones con periodistas desplazados a Rockefeller Plaza. Todos describían la perturbadora escena que se estaba produciendo: en diferentes puntos de la plaza, tres mujeres habían tomado como rehenes a otras tres personas, gritando y rodeadas por la policía, que las conminaba a dejar las armas con las que amenazaban a los retenidos. 

 —Oye —dijo Patrick, conmocionado por lo que veía, cuando las cámaras enfocaron a las distintas secuestradoras—, ¿no son las tres iguales?

 —Sí, tío —contestó Tomaso—, ¿y no son muy parecidas a la mujer de Grand Central? ¿La que gritó tu nombre?

 —Sí, sí, Rebecca Clarkson, la recuerdo bien —añadió a su vez Sigrid—. En aquella ocasión solo un móvil pudo enfocarle la cara, pero sin duda estas tres son igualitas a ella, y en esta ocasión no hay desenfoque...

De vez en cuando, las mujeres parecían gritar algo de forma irregular, y cuando uno de los equipos de televisión se acercó a una de ellas, el grupo oyó claramente sus gritos, y sus palabras les dejaron helados:

 —¡Patrick! ¡Patrick! ¡¡Recuerda Tunguska!!

La misma frase era repetida a pleno pulmón por las tres mujeres en intervalos regulares, de repente y sin venir a cuento, como si algo las compeliera a gritarlo involuntariamente.

Durante unos quince minutos estuvieron mirando la televisión y oyendo la radio, con la policía cada vez más cerca de las mujeres, varios helicópteros volando en círculos y cada vez más periodistas y curiosos concentrados en la zona. Tomaso empezó a grabar.

 —Bueno, ¿qué hacemos? —dijo al fin Derek—. ¿Nos vamos a quedar mirando? ¿Por qué no estamos en marcha todavía?

 —No creo que... —empezó Patrick, que no pudo acabar la frase. Una de las mujeres había disparado en la cabeza al rehén que retenía y la multitud reunida gritó aterrorizada.

Y de repente, la imagen de la televisión se cortó y apareció una nube de estática; en la radio, el sonido fue cortado por un pitido agudo que hizo que tuvieran que taparse los oídos. Tanto los medios visuales como los sonoros volvieron a sus conexiones en el estudio, y pidieron disculpas por haber perdido la conexión con la plaza.

 —¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó Derek—.

 —Buf, es todo muy raro —respondió Sigrid—. Tunguska... y siempre llaman a Patrick... —bajó la voz, para que no la oyera nadie aparte de sus amigos—. ¿Creéis que tiene que ver algo con el cambio de realidad?

 —¿Y por qué, por todos los cielos, había tres Rebeccas esta vez? —añadió Tomaso.

Todos volvieron sus miradas hacia Patrick, que los miró a su vez, encogiéndose de hombros, impotente.

 —Sinceramente, no tengo ni idea, pero sí que parece que el cambio de realidad tiene algo que ver... Tunguska... Henry Clarkson estuvo allí con nosotros... Y también Paolo... Y Dan Simmons, que nos ayudó... —la voz del profesor era cada vez más baja.

 —Estás divagando, Patrick —lo interrumpió Derek—. ¡Mirad!

En la televisión ya se había recuperado la conexión con Rockefeller Plaza.

 —¿Cómo está la pista de hielo hoy por ahí, Tiffany? —preguntaba el presentador del informativo.

 —Pues la verdad es que no hay mucha gente, Tom —contestaba la reportera—; es raro en esta época del año, pero la gente se está haciendo la remolona para venir a patinar.

Todos se miraron. En la plaza no había ni rastro de policía, multitud, sanitarios, rehenes o Rebeccas Clarkson. Unas pocas personas patinaban en la pista de hielo y los transeúntes parecían abstraídos en sus asuntos con total tranquilidad. Y los reporteros desplazados al lugar eran diferentes de los que habían visto antes del disparo y el corte de conexión.

 —¿Qué demonios pasa? —espetó Derek. Patrick negó con la cabeza.

Ni en la televisión ni en la radio parecía que nadie recordara lo que había sucedido unos minutos antes. Lo que es más, en la CCSA nadie parecía recordar nada, ni siquiera Sally o los Vástagos de Mitra. Pero ellos cuatro lo recordaban claramente. No lo comprendían, pero tratarían de hacerlo.

 —Desde luego, todo apunta a que somos conscientes por lo que pasó en Tunguska —dijo Sigrid.

 —Eh, yo estaba grabando todo —recordó Tomaso—. Vamos a reproducirlo.

Tomaso puso el vídeo a reproducir, pero visionarlo fue imposible; un mensaje de "archivo corrupto" apareció todas las veces que lo intentó. Patrick incluso trató de reparar el vídeo con sus habilidades de alteración del continuo, pero cuando percibió el espacio en disco ocupado por el archivo, detectó una superficie en blanco, como un agujero en el tejido de la realidad; era como si el contenido del archivo nunca hubiera existido.

 —Nunca me había pasado esto —dijo, más que nada para sus adentros, Patrick—. Es como si nunca hubiera existido, como si se hubiera borrado este preciso trozo de realidad.

 —Algún tipo de influencia de la tal Rebecca Clarkson —afirmó Sigrid—. Debemos tener mucho cuidado con ella.

Poco después, Ackerman convocaba a una nueva reunión al grupo y a todos los que viajarían con ellos a Reino Unido. El extraño episodio de Rebecca Clarkson no fue mencionado. En su lugar, el congresista volvió a expresar sus reservas a que el gupo se marchara del país en ese preciso momento, pero solo de modo testimonial, pues sabía que no podría convencerlos dada la supuesta importancia del libro que querían encontrar.

 —En fin, no sé si será de mucha ayuda —dijo Ackerman—, pero tomad esto —les alargó un papel que había escrito mientras hablaba—. No sé ni siquiera si se encontrará en estos momentos en Reino Unido o si será receptivo, pero son los datos de contacto de sir John Wesley Atkinson, antiguo embajador de Reino Unido en EEUU, y Vástago de Mitra con rango de Persa.

 —Muchas gracias, Philip —agradeció Derek, cogiendo el papel.