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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

domingo, 19 de julio de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 10

Asamblea en la CCSA. Salvando a Jimmy "el sonriente".

Ahora que sabían donde se encontraba el Libro de Tapas Negras, solo les quedaba atar los cabos que quedaban sueltos para trasladarse lo más rápidamente posible a Escocia; para ello, tendrían que encargarse de liberar al congresista Ackerman del influjo del demonio que estaba poseyéndolo y conseguir unos pasaportes falsos lo suficientemente buenos, tarea en la que Tomaso no había tenido éxito hasta el momento. Ninguno de los falsificadores de Nueva York con los que había contactado en las últimas veinticuatro horas había aceptado trabajar para él, unos sin dar explicación, y otros alegando que no querían enemistarse con la familia Leone.

 —No sé qué has hecho, Tomaso —le había dicho Samuel Strauss, uno de sus contactos—, pero no quiero problemas con los Leone, y tú deberías plantearte salir de la ciudad un tiempo.

Finalmente, esa mañana decidió traspasar los límites del estado y llamó a Fabrizio Martelli, que trabajaba para la familia Gambini de Nueva Jersey. El viejo italiano  reaccionó de forma distinta a sus contrapartes de Nueva York, y decidió ayudar a Tomaso; este soltó un suspiro de alivio cuando Martelli le confirmó que solo tardaría unos cinco o seis días en tener preparados los pasaportes para Derek, Sigrid, Patrick, Jonathan, Sally y él mismo. Tomaso se apresuró a enviarle las fotos y material necesario para que empezara a trabajar.

Por su parte, Derek fue informado a primera hora de que los dos biólogos que habían entrado a la estación Grand Central cuando ellos se marchaban, no habían vuelto ni dado señales de vida, así que encargó a su secretaria presentar una denuncia en la policía.

También a primera hora de la mañana (y más veces a lo largo del día), Sigrid volvió a intentar contactar con Ramiro, sin que este contestara al teléfono ni a sus correos. La alegría de conocer el paredero del libro de Napoleón (una casa de campo en NewBridge, ligeramente al oeste de Edimburgo) se veía empañada por la preocupación que sentía por su marido desde hacía un par de días.

Más tarde, Sigrid decidió arriesgarse a acudir de nuevo a la Biblioteca Pública para seguir investigando sobre la vida esotérica de Napoleón. Patrick y Jonathan la acompañaron. Haciendo gala de un exceso de confianza, la anticuaria supuso que no tendrían ningún problema, ya que a esas alturas, todos sus "enemigos" debían de suponer que estaban de viaje a Rusia. Así que llegaron en taxi hasta la plaza y las enormes escaleras que daban acceso al edificio, ambas atestadas de gente. Sigrid no tardó en percibir la presencia de tres grupos de personas que le parecieron sospechosos, pero Jonathan la calmó afirmando que, según su intuición, no había nada de lo que preocuparse.

Biblioteca Pública de Nueva York
Pronto se demostró que el agente de la CCSA estaba equivocado, cuando franquearon la puerta principal y Patrick pudo ver por el rabillo del ojo cómo uno de los grupos se encaminaba hacia el interior tras ellos. Se apresuraron a pasar por los arcos detectores de metales y accedieron al interior, con Jonathan insistiendo en que no había ningún motivo para inquitarse; aun así, Patrick insistió en que se apurasen y accedieran a una de las salas de lectura rápidamente. Así lo hicieron. Mientras se encontraban pululando por la estancia entre las estanterías de libros, otro de los grupos que Sigrid había señalado (distinto del primero que les había seguido al interior) hizo acto de presencia; disimuladamente, lo suficientemente espaciados para no llamar la atención. Sigrid decidió que era hora de marcharse de allí y volver a la CCSA. Se escabulleron entre las estanterías para evitar ser vistos, pero la mala suerte se cebó con ellos cuando una voz femenina se oyó a su espalda, demasiado fuerte para lo habitual en una biblioteca:

 —¡Señora Olafson! ¡Sigrid Olafson! ¿Es usted? —Sigrid siguió caminando, sin hacer caso de la chica joven que se había levantado de una mesa y había salido tras ellos—. ¡Señora Olafson, por favor, unos segundos, soy una gran seguidora suya! ¡¿Señora Olafson?!

La chica, que debía de ser universitaria, se detuvo cuando Sigrid y los demás la igonraron repetidamente, y se quedó quieta, compungida y dudosa. Pero ya había llamado la atención lo suficiente para que el grupo del interior de la sala se movilizara y saliera tras ellos. En el vestíbulo se encontraban los componentes del primero de los grupos, separados entre la gente. Por fortuna, Sigrid y los demás se movieron lo suficientemente rápido como para evitar que reaccionaran a tiempo, salieron por los detectores de metales y se apresuraron a abordar un taxi. "No ha sido buena idea venir, mierda", pensó la anticuaria; "espero que no nos sigan".

De nuevo en la CCSA, Derek convocó una reunión integral del personal para el mediodía; no podía dejar madurar más tiempo el descontento de los agentes del que le había hablado Jonathan el día anterior. Mientras llegaba la hora del cónclave, Tomaso intentó llamar por teléfono a su primo el sacerdote Dominic, que a esas horas debía de haber llegado ya a Rusia. Sin embargo, tras un par de tonos, la llamada se cortó. Una media hora después, el italiano recibía un mensaje de Dominic donde le decía:

"No puedo hablar ahora. Me juego el cuello"

Tomaso desistió de intentar contactar con él, aunque mediante mensajes intentó pedirle permiso para usar su iglesia en el exorcismo del congresista Ackerman. Sin embargo, cuando lo consensuó con el resto del grupo, él mismo decidió que no sería buena idea exponer la parroquia de esa forma y dejó de insistir.

Así, llegaron las doce y tuvo lugar la reunión de todo el personal de la CCSA Nueva York. Los tres equipos de cuatro agentes de campo encabezados por sus respectivos capitanes (Jonathan, Samantha Owens y Margaret Jenkins), dos mecánicos, tres médicos, dos químicos y la bióloga restante después de la desaparición  de los que habían quedado en Grand Central. Todos estos, unidos a tres administrativas (entre ellas la secretaria de Derek, Linda Thompson) y el propio grupo, completaban el personal de veintisiete personas (más dos ausentes) de la CCSA-NY. "Espero que Philip se recupere pronto", pensó Derek, "si no, va a ser imposible mantener esto mucho más tiempo".

Patrick se sentó al lado de Derek, dirigiéndose al resto de asistentes, lo que al principio fue visto con malos ojos por algunos de ellos, pero el extraordinario carisma del profesor y la extraordinaria capacidad para hablar en público de Derek pronto acallaron cualquier crítica que hubiera al respecto. El director comenzó su discurso sincerándose sobre el estado del congresista Ackerman, cuya presencia en el complejo solo era conocida por un par de agentes y el grupo. Les explicó lo de la posesión, y cómo sus enemigos estaban intentando usar esa información para desacreditarlo. También presentó formalmente a Patrick, Sigrid, Tomaso y Sally como los nuevos y valiosos colaboradores multidisciplinares de la CCSA. Esta primera parte limó mucho las reticencias y las actitudes críticas del personal, y Jonathan hizo un gesto cómplice a Derek y a Patrick, dando a entender que todo estaba yendo bien. Una vez explicada la situación, uno de los científicos lanzó una pregunta:

 —¿Qué ha pasado con Adam y Benjamin? —se refería a los biólogos que habían desaparecido en Grand Central—. No hay noticias de ellos desde ayer, y eso no había sucedido nunca. Por lo que veo, esta nueva situación parece que implica un mayor peligro para nosotros, ¿no?

Derek y Patrick aprovecharon la pregunta para explicar que, efectivamente, el objetivo para el que se había formado la CCSA, como muchos de ellos ya sabían, iba más allá que las simples labores sanitarias, y que desde hacía unos días, esas tareas habían ganado en intensidad. Así que todos debían estar preparados para ello, y si no era así, dijo, eran libres de dejar la CCSA para vivir vidas más seguras.

 —Pero  debéis saber —añadió Derek, acelerando los corazones de todos los presentes—, que vuestra labor aquí es de vital importancia para la humanidad, no podéis imaginar cuánto, y mientras permanezcamos unidos nada podrá detenernos.

 —La unión es la clave —recalcó Patrick, con su voz grave—; sois libres de marcharos cuando quéráis, pero cada uno de vosotros es una pieza en el engranaje que permitirá salvar el mundo; y no estoy exagerando ni un ápice.

Todos los presentes se miraron, en un sepulcral silencio. Tras unos pocos segundos, la capitana Owens tomó la palabra.

 —Creo que hablo por todos —dijo, solemne, dirigiéndose a Derek— cuando digo que nadie va a ser tan cobarde como para correr ahora a esconderse, señor. Delo por sentado.

 —Así se habla —se regocijó Jonathan—.

El resto de los presentes, algunos sonriendo, otros más serios, murmuraron su aprobación y se iniciaron conversaciones por doquier.


 —¿Y nuestras familias? —dijo otro de los científicos, calmando la exaltación de la sala—. ¿Corren también peligro?

 —Es posible que sí, Michael —respondió Derek—. Pero ellos forman parte también de esta organizacion y del aparato necesario para llevar a cabo nuestros cometidos, así que se tomarán las medidas que sean necesarias para garantizar que no les suceda nada malo. Estoy seguro de que el congresista Ackerman estará de acuerdo en no escatimar en gastos cuando se recupere, lo que no debería llevar más de un par días.

El tal Michael se dio por convencido con la explicación, y Derek sonrió cuando vio que todos sus empleados salían de allí animados y con una sensación de mucha más unión que antes de la reunión. "Por favor, que el exorcismo salga bien, no quiero fallar a esta gente", pensó por un momento.

Al final de la reunión, los agentes destinados a vigilar la librería informaron de que todavía no había aparecido por allí ningún dependiente con el aspecto detallado por Derek. Este les dio las gracias, y los sustituyó en la vigilancia por otros dos agentes.

Alrededor de una hora después, con todo el personal de la CCSA dedicándose de nuevo a sus tareas habituales y las aguas calmadas, Tomaso y Derek salieron para encargarse de poner a salvo a Jimmy "el Sonriente", todavía refugiado en el piso de Brooklyn. Tras avisarle por teléfono para que fuera preparándose, se reunieron con la pareja de agentes encargada de su vigilancia y, dejándolos para que vigilaran el entorno y encargándoles que acercaran un coche, subieron al apartamento. Advirtieron a Jimmy de su presencia y entraron. El salón estaba algo desordenado, y Jimmy les llamó desde la habitación, para que le ayudaran a recoger unas cosas en la mochila; Tomaso fue para allá.

En cuestión de segundos, dos tipos encañonaban con sus armas a Tomaso y otros dos salían de la cocina y el baño para encañonar a Derek en el salón. Ambos levantaron las manos, valorando la posibilidad de salir con bien de aquello.

 —Lo siento, Tomaso —dijo Jimmy mientras apuntaba a su vez con una pistola al italiano—, pero lo que sea que hayas hecho, ha acabado contigo. En serio que lo siento.

Un golpe en la nuca hizo que se pusiera todo negro para Tomaso, y lo mismo sucedió con Derek unos segundos después.

Afortunadamente, los dos agentes de la CCSA que habían permanecido vigilantes seguían en el exterior. Así, al cabo de unos minutos podían ver cómo un vehículo de gran volumen estacionaba en la puerta del edificio y acto seguido salía un grupo de maleantes con Tomaso y Derek a cuestas. Decidieron, con buen criterio, no encararse con los tipos y seguirlos discretamente mientras uno de ellos llamaba a la CCSA e informaba a Jonathan de lo que estaba sucediendo. Tras una media hora, el director de la agencia y el italiano fueron acarreados al interior del Albergue Orfeo.

En cuestión de minutos se reunían con carácter de urgencia Patrick, Sigrid, Sally, Jonathan y las otras dos jefas de equipo. Decidieron que Patrick y Sigrid intentarían entrar al Orfeo de manera amistosa, pero por si acaso tendrían un plan B: en caso de que los primeros fracasaran, un equipo de diez agentes entraría por el paso que habían abierto por las alcantarillas e intentaría llevar a cabo una extracción por la fuerza (con un poco de C4 que había en el almacén, según Jonathan). Para coordinarse, Patrick o Sigrid deberían enviar un mensaje cada quince minutos; cuando una serie de dos mensajes no llegara, el equipo se pondría en marcha.

Así que Sigrid procedió a llamar por teléfono a Salvatore Leone, gracias a la tarjeta que él mismo le había proporcionado en busca de una posible colaboración. El mafioso le cogió el teléfono con el manos libres, a todas luces mientras conducía.

 —¡Señora Olafson! ¿En qué puedo ayudarla?

 —Señor Leone —conestó Sigrid en tono grave—, me he enterado de que tiene usted dos nuevos... huéspedes, si me permite la expresión. El caso es que estoy particularmente interesada en garantizar su seguridad e integridad física.

 —Ya veo —la voz de Salvatore se tensó visiblemente, guardando silencio unos segundos—. ¿Y puedo preguntarle cómo se ha enterado usted de esto, Sigrid? —no pidió permiso para usar su nombre de pila, ni lo necesitaba—.

Sigrid contestó diciéndole que algunos hombres habían seguido los pasos de Tomaso y Derek, y cuando Salvatore preguntó acerca de su relación con ellos, ella le aseguró que les unía una "relación estrictamente profesional"; Leone resopló ante estas últimas palabras, y detuvo el coche. El sonido se hizo más claro: había quitado el manos libres y salido del automóvil.

 —La llamaré en un rato, señora Olafson —y colgó—.


Tomaso se despertó sobresaltado, cuando le echaron un vaso de agua helada a la cara. Allí, delante de la cama a cuyo cabezal estaba esposado, se encontraba Salvatore Leone sentado en una silla y fumando un cigarrillo, y a su lado, de pie, la elegante mujer de ojos azules y moño alto que se había acercado a Sigrid en la biblioteca. "Hmmm... ¿Rachel?...del bufete aquel...", su mente estaba embotada, y sentía un fuerte dolor en la nuca.

El interrogatorio fue bastante ligero, Salvatore se mostró más suave de lo que era habitual, seguramente teniendo en consideración las palabras de Sigrid. Preguntó a Tomaso por su relación con el tipo de la otra habitación, el tal Derek Hansen, y cómo es que ahora ejercía como agente federal. También le preguntó por su relación con Sigrid Olafson. Tomaso sostuvo que su relación con ambos era puramente profesional y solo mientras sirvieran a sus intereses, pero Salvatore sonreía: era evidente que no creía una palabra.Y Tomaso ya sabía cómo se las gastaban con los mentirosos...

 —Es increíble, Tomaso —dijo Salvatore con un deje de amargura, en perfecto italiano—. Después de tanto tiempo colaborando, un enfermo mental por el que sientes un interés repentino que no comprendo te hace descubrir este sitio, y traicionas mi confianza. Estaba dispuesto a ofrecerte un lugar de responsabilidad en la familia, aunque sabía que no lo aceptarías, pero ahora ya no puedo confiar en ti; es una pena.

Salvatore hizo un gesto a sus hombres y se levantó. Tomaso no esperaba menos que un tiro en la cabeza, si el mafioso lo consideraba un traidor, así que cerró los ojos y rezó, esperando el perdón divino. Pero no pasó nada, la puerta se cerró cuando habían salido todos menos un hombre que quedó para vigilarle.

Un rato después, el interrogatorio de Derek tuvo un desarrollo parecido. Salvatore fue por el momento bastante suave, igual que lo había sido con Tomaso.

 —Es sorprendente —dijo con extrañeza fingida— que el director de una agencia federal tenga relación con un arreglador mafioso y una marchante de libros con muy pocos escrúpulos.

Lo único que contestó Derek a todas sus preguntas era que estaba reteniendo a agentes oficiales de la CCSA y que estaba cometiendo un delito muy grave secuestrando y agrediendo a su director. Pero sus palabras no tenían fuerza: su embotamiento mental causado por el golpe en la cabeza y la novedad de la situación afectaban a su elocuencia. Y Sigrid solo era una agente más. Salvatore también se interesó por las razones por las que Derek había querido ayudar a escapar a Jimmy "el Sonriente"; este contestó que simplemente estaba ayudando a uno de sus empleados en el empeño. El mafioso también preguntó por el interés de la CCSA en un tarado mental que se habían llevado "al hospital militar de St. Martin" ("gracias por el dato, cabronazo", pensó Derek). El director de la CCSA contestó que era un expediente que había llegado a la agencia con un aviso de alerta sanitaria, y por eso lo habían estado siguiendo.

Salvatore no creyó nada de lo que dijo Derek tampoco, excepto quizá esto último, y lo dejó también esposado al cabezal de la cama vigilado por un tipo malcarado.

Sigrid, que esperaba junto al teléfono con los demás, recibió por fin la llamada de Salvatore. El mafioso la instaba a encontrarse con él en el Orfeo, en el reservado 1, diciendo que dejaría el aviso en recepción.

Así que todos se apresuraron a tomar posiciones. Jonathan se puso al frente del equipo de asalto en las alcantarillas con el equipo necesario y esperaba los mensajes de la pareja cada media hora, dispuesto para la incursión. Sigrid y Patrick llegaron al Albergue, donde, sin ni siquiera cachearles, pidieron amistosamente que Patrick dejara la pequeña pistola que llevaba encima. Pasaron por delante de recepción, donde las dos chicas presentes en ese momento les indicaron con amabilidad que pasaran hacia la cafetería. Allí, cuatro tipos enormes marcaban el camino hacia la puerta del reservado, donde Sigrid y Patrick tomaron asiento, algo atemorizados.

Mientras esperaban a Salvatore, Patrick informó a Jonathan del reservado donde se encontraban, iniciando así la tanda de mensajes de control, y Sigrid aprovechó para repasar sus mensajes. Los ojos de la anticuaria se abrieron mucho al leer un mensaje de Emil Jacobsen que rezaba:

Te necesito en Londres urgentemente. Lord Byron.

Sigrid explicó en susurros a Patrick que, según tenía entendido, esa firma solamente la utilizaba Jacobsen en casos de extrema urgencia para convocar a grupos de ocultistas. Algo grave debía de haber pasado. "Espero que Ramiro esté bien", pensó con un nudo en la garganta. En ese momento, la puerta del reservado se abrió y dio paso a Salvatore Leone, Rachel Stevens y dos tipos más.

 —Sigrid, Patrick —dijo con una sonrisa socarrona—, me alegro de veros por aquí de nuevo.



martes, 7 de julio de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 9

Una Extraña Explosión. Sigrid utiliza su poder.

Los médicos informaron a Derek de que la hermana Mary se recuperaría en un plazo aproximado de tres días, al cabo de los cuales podrían volver a intentar el exorcismo del congresista Ackerman. En su debido momento se ocuparían de los detalles del traslado de Ackerman a una capilla adecuada. Mientras tanto, las hermanas Rose y Teresa se alojarían en un hotel cercano a la CCSA; no pusieron objeciones cuando Derek extendió un cheque con una generosa donación para su convento.

Conversando sobre los siguientes pasos a dar, Patrick recomendó que tuvieran bajo estrecha vigilancia y que investigaran exhaustivamente a Amy Bowen, la secretaria personal de Ackerman; si iba a venir a Nueva York, toda precaución le parecía poca. Además, enviaron a dos agentes a investigar al librero con pinta de comadreja que los había retenido la noche anterior. También pidieron a través de Sally la ayuda de Omega Prime, para que los hackers cambiaran el nombre de dos pasajeros en un vuelo de aquella misma madrugada y que de ese modo pareciera que Sigrid y Patrick partían de viaje a Rusia. Con suerte, eso desviaría la atención de Sigrid durante al menos un par de días. Por su parte, Tomaso se encargaría de hablar con sus múltiples contactos para ver si podían proporcionarles unos pasaportes falsos y poder viajar con seguridad.

Una vez tomadas todas esas medidas, el grupo se trasladó a la biblioteca para investigar sobre Napoleón y aquella extraña hermandad esotérica que mencionaba en su diario e intentar averiguar algo sobre el tal Gamal, a quien al parecer, el futuro emperador había confiado su "libro de tapas negras". Aunque ese día no descubrieron ningún dato relevante, Sigrid dio con la referencia de varios libros raros que tendría que solicitar al departamento correspondiente, y que estaba segura de que les darían más pistas sobre el asunto. No obstante, un par de horas antes de que la biblioteca cerrara sus puertas y el grupo se marchara con las tarjetas de referencia anotadas por Sigrid, esta tuvo un encuentro inesperado: alguien se sentó a su lado mientras se encontraba absorta en la lectura.

 —Buenas tardes, señora Olafson —dijo una mujer madura de profundos ojos azules, muy bien vestida y con el cabello recogido en un moño; Sigrid se puso en guardia mientras la mujer le alargaba una tarjeta—. Permítame presentarme, soy Rachel Stevens, de Weiss, Crane & Associates. Aquí le dejo mi tarjeta, me gustaría que me llamara lo antes posible, y por favor —bajó un poco la voz, inconscientemente—, tenga usted cuidado cuando vuelva a su apartamento.

Sin darle oportunidad de réplica, la mujer se marchó antes de que ninguno de los compañeros de Sigrid se hubiera podido dar cuenta de su presentación. Solamente Patrick pudo percibir de refilón su aura, que delató algún tipo de poder paranormal en la mujer. Por supuesto, la anticuaria no tardó en compartir la información con los demás. 

Salieron hacia la CCSA cuando la biblioteca cerró, y mientras se encontraban en camino, Derek recibió la llamada de Sally, que con tono de urgencia les preguntó si ya iban para allá. Pocos minutos después se encontraba con ellos en la agencia y los instó a reunirse alrededor de su portátil. En él, no tardó en abrir lo que a todas luces era la grabación de una cámara de seguridad en el hall principal de la estación Grand Central.

Estación Grand Central
 
La imagen, de no muy buena calidad y sin sonido, mostraba a una mujer cuyo rostro aparecía en todo momento desenfocado rodeada por varios guardias de seguridad y agentes de policía. Transcurrieron unos silenciosos segundos en los que la mujer y algunos guardias gesticularon, y de repente, una especie de onda expansiva que procedía de ella pareció tumbar a todos los presentes, guardias, policías, curiosos y viajeros. Pasaron unos cuantos instantes más en los que la mujer parecía gritar y gesticular desesperada, hasta que en un momento dado señaló algo a su izquierda; a continuación, todo se volvía negro y menos de un segundo después la imagen se convertía en estática: las cámaras habían dejado de funcionar.

 —Esta grabación ha sido retirada de todas las webs públicas donde se encontraba —dijo Sally—; pero Omega Prime monitoriza todas las agencias de noticias y blogs y por suerte han conseguido esta copia. Pero aunque no la tuviéramos no importaría, porque no es todo.

Acto seguido, Sally abrió varias páginas de redes sociales, a las que se habían subido múltiples grabaciones procedentes de los móviles de los curiosos congregados en la escena. Abrió una, la que le había parecido de mejor calidad. Estaba tomada desde un punto escorado a la derecha respecto a la grabación que habían visto antes, pero la imagen era mucho mejor y esta vez sí que había sonido. En el centro de la escena, se veía a la mujer, morena y no muy alta, azorada entre los policías y guardias, que intentaban calmarla. De espaldas a la pared, ella estaba gritando, y su voz sonaba mucho más alta de lo que habría sido normal en comparación a las voces de los que la rodeaban. Patrick sintió un escalofrío cuando la oyó.

 —¡Patrick! ¡Patrick! —gritaba la mujer—. ¡¿Dónde está?! ¡¡Traedme a Patrick!!

A continuación tenía lugar la explosión silenciosa que empujaba a todos los presentes y les hacía caer al suelo, y después el vídeo se interrumpía. Lo peor era que en cada vídeo que les mostraba Sally, la mujer era la misma, el entorno era el mismo, pero ella decía cosas distintas. Siempre reclamaba la presencia de "Patrick", o advertía a "Patrick" de algún peligro, pero las palabras exactas que salían de su boca eran distintas. Todos se quedaron helados por la impresión. Y eso no era todo... esa mujer tenía unos rasgos extremadamente parecidos a los de Henry Clarkson, el avatar del Consejero que habían conocido en la anterior existencia. Derek ató cabos y recordó uno de los nombres de los expedientes en los que había estado trabajando la CCSA: Rebecca Clarkson, a quien se calificaba como "sujeto peligroso".

Decidieron trasladarse rápidamente a Grand Central para ver si podían averiguar algo. La zona ya había sido acordonada por el ejército y la policía, al parecer había habido una fuerte explosión y se había activado el protocolo antiterrorista. El primer control les puso muchísimas trabas para pasar, pero consiguieron hacerlo y el segundo fue más sencillo de superar. Llegaron así a las puertas de Grand Central, donde la NSA había tomado posiciones junto a la policía y los militares. Gracias a las habilidades de Patrick y Derek consiguieron convencerles de que les dejaran inspeccionar la escena, pero tuvieron que aceptar que les acompañara un tal agente Daniels, que se mantendría en todo momento pegado a ellos.

Al acceder al vestíbulo, vieron cómo una multitud de heridos estaba siendo atendida por sanitarios y bomberos. Y lo primero que les llamó la atención, además del extraño calor reinante, fueron los colores.

 —¿Os habéis fijado? —preguntó Derek—. En los colores, me refiero.

 —Sí —contestó Sigrid—, parecen... no sé... apagados.

Efectivamente, era como si todo a su alrededor (el suelo, las paredes, las pinturas, los azulejos, las propias ropas de los heridos, todo lo que había estado presente en la estación en el momento de la "explosión") tuviera los colores más oscuros, menos vibrantes. Se acercaron a una pared para ver si se trataba de alguna pátina que pudiera haber quedado sobre ellas, pero no era asi; los propios colores habian sido oscurecidos, como si todo hubiera sido repintado, o retintado. Las ropas de los sanitarios, bomberos y agentes que habian llegado más tarde destacaban sobre la oscuridad general.

En el lugar donde se había encontrado la mujer (presuntamente Rebecca Clarkson) en el momento de la explosión no había nada en particular, ni cadáver cubierto ni nada que la delatara. Y cuando Derek se giró para tener una perspectiva más general, se quedó helado. Allí, en uno de los altillos superiores, se encontraba la figura inconfundible del alcalde, Dan Simmons, reunido con varias personas formando un corrillo. El director de la CCSA hizo gestos a sus compañeros para que estuvieran prevenidos de la presencia allí de aquel que en la otra realidad se había hecho llamar El Hombre Malo. Llamó también la atención de Hansen que a los pies de Dan Simmons y sus interlocutores se encontraba lo que parecía ser un cadáver cubierto con una manta térmica. Según los cálculos mentales que hizo el director de la CCSA, aquel punto era más o menos hacia donde debía de haber señalado Rebecca Clarkson antes de que las imágenes de los vídeos se cortaran.

Derek decidió acercarse disimulando hacia el grupo de Dan Simmons, siempre con la fastidiosa presencia del agente Daniels pegado a ellos, hasta que pudo escuchar levemente su conversación. Por su parte, Patrick se concentró para mirar el aura del alcalde, y se sorprendió cuando detectó su total ausencia; Dan Simmons no tenía aura.

 —Es extraño —susurró Patrick cerca de sus amigos, para que el agente Daniels no le oyera—; Simmons no tiene aura. No sé si será algún tipo de protección, pero de momento sólo me ha pasado eso —tragó saliva, con la boca seca de repente— con los autómatas.

Derek respondió afirmando levemente con la cabeza, mientras aguzaba el oído para intentar escuchar algo. Por pura suerte pudo escuchar algunos retazos:

 —...que se encargue la gente de Francesco de arreglar este desastre —decía el alcalde—. Tenemos que atraparla lo antes posible, averiguad inmediatamente dónde está.

 —Lo que no entiendo —decía otro miembro del corrillo— es qué estaba haciendo un demonio tan expuesto a la multitud y a la luz del día. Quizá están cambiando su forma de actuar —añadió con cierto tono de preocupación—.

 —Bueno —replicó Simmons—, lo que importa es que ha sido fulminado, aunque no sepamos muy bien cómo. Así que centrémonos en lo importante...

En ese momento, alguno de los interlocutores se giró para mirar a Derek, que al instante disimuló su interés en el grupo y se alejó. El director de la CCSA era consciente de su ascendencia atlante y la capacidad que unos ojos adiestrados tenían de percibirla, y se alejó lo más rápidamente posible tratando de no llamar la atención. Aunque eso ya no era posible. Alguien los señaló, y pareció que daba unas confusas órdenes para que los siguieran. Pero afortunadamente Derek había reaccionado lo suficientemente rápido y prácticamente arrastró a sus compañeros hacia el exterior.

Fuera, se encontraron con dos agentes biólogos de la CCSA que Derek había reclamado antes de entrar. Este les dio órdenes para que tomaran la mayor cantidad posible de muestras en el interior y se despidió de ellos, apurado. Por suerte, todo fue rápido y pudieron salir del perímetro de seguridad sin mayores problemas.

Al llegar a la CCSA, estaban esperando los agentes que Derek había apostado en la librería para investigar al dependiente; ningún hombre de las características descritas había aparecido por la librería en todo el día. Derek lo achacó al trabajo por turnos, y designó a otros dos agentes para que vigilaran la librería por la noche. Sigrid llamó a Salvatore Leone, recordándole su conversación en el Orfeo, para ver si podían averiguar algo sobre lo que sucedía en Grand Central (Dan Simmons había mencionado a "la gente de Francesco", y suponían que se trataba de la familia Leone). Sin embargo,  todo lo que obtuvo la anticuaria fueron respuestas apresuradas disculpándose por "tener mucho trabajo", y la promesa de que "ya la llamaría él".

A continuación, Sigrid aprovechó para llamar a aquella mujer, Rachel Stevens, que le había dado su tarjeta de Weiss & Crane en la biblioteca. La mujer  no tardó en ir al grano, y mencionar "esa curiosa afición a comprar miles de libros de madrugada", y por supuesto dejó translucir con sus palabras que "su gente" sabía lo que pasaba, y querían lograr la colaboración de Sigrid porque "aquello que había conseguido les sería de una gran utilidad". Evidentemente, se refería a la carga mayor bibliomántica que vibraba en el ser de la anticuaria. Ante las continuas peticiones de celebrar una reunión presencial con "sus jefes" Sigrid desvió toda la conversación todo lo que pudo, hasta que finalmente Rachel pareció ofenderse por la falta de decisión de su interlocutora, y colgó. "Ahora sí que tenemos que tener cuidado", pensó Sigrid, "y lo mejor será que utilice esa carga lo antes posible. Esperemos que el vuelo que Omega Prime nos ha simulado para dentro de tres horas les despiste".

Sally solicitó a Omega Prime que revisaran las grabaciones del exterior de Grand Central, para ver si se veía algún rastro de Rebecca Clarkson después de la explosión; varias horas más tarde llamarían para decir que la mujer no aparecía en ninguna imagen; no había salido de la estación en la media hora que había pasado desde la explosión hasta que se había establecido el control de las fuerzas de seguridad.


Alrededor de la una de la madrugada, después de una larga discusión, el grupo decidió por fin en qué debería utilizar Sigrid su carga mayor: utilizaría sus habilidades bibliománticas para desvelar el paradero del libro de tapas negras de Napoleón: las sensaciones de Patrick relacionadas con el diario evidenciaban que ese libro debía de ser muy importante para evitar mayores desastres existenciales. Concentrándose, Sigrid cerró los ojos mientras los demás la observaban atentamente. Al cabo de pocos segundos, sin ningún efecto aparente, los volvió a abrir.

 —El libro está en el Reino Unido —anunció, con una sonrisa—. En Edimburgo, al parecer.