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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 26 de enero de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 35

Recuperar a Ecthërienn. Hacia el sur.

Tras la incómoda pregunta de Annagräenn, Symeon fue el primero en reaccionar:

—Cuando  mencionáis la posibilidad de buscar un nuevo cuerpo, ¿os refería a uno vivo, o a uno recién fallecido?

—Sinceramente, no lo sé —respondió el sabio elfo, meditabundo—. Personalmente, no conozco el método, pero sé que alguno hay. Debe de ser extremadamente complicado, pero sé que lo hay. Si por el contrario decidimos acabar con el alma de Ecthërienn... por mi parte, lo conocí personalmente y no me veo capaz.

—Yo también lo conocí —rubricó Eyruvëthil (quien el grupo sabía que en realidad era Irvethil, otra princesa de tiempos antiguos)—. Si no podemos recurrir a los hidkas, quizá la mejor opción pasa por acudir a la Biblioteca de Tinthassir, para intentar recabar la ayuda de los eruditos que allí residen.

—Pero ya sabéis cuál es nuestra situación para entrar en Doranna, y más en la capital —la adversó Daradoth. 

Tras unos segundos pensativos, Irainos retomó la conversación:

—He oído que existe una biblioteca en el sur que, según dicen, es enorme y es posible que rivalice incluso con la de Tinthassir.

—Sí, la biblioteca de Doedia, en el reino de Sermia —se apresuró a contestar Symeon, emocionado por la remota idea de volver a pisar las enormes salas llenas de volúmenes—. No sé cómo es la de Tinthassir, pero esta es magnífica. 

—Aun así es una Biblioteca mortal, y no veo de qué manera puede albergar conocimientos que se encuentran en lo más profundo de Doranna —alegó Eyruvëthil. 

Evaluando las distintas opciones, la conversación derivó a cómo era posible que el alma de Ecthërienn pudiera tener recuerdos y voluntad (quizá con el alma habría quedado atrapada una parte de su mente), y, más extraño aún, que hubiera sido capaz de intentar "apoderarse" de la mente y el cuerpo de Daradoth.

—Si lo que contáis es así —sugirió Annagräenn—, quizá podríamos encontrar algún voluntario para albergar a Ecthërienn.

Alrededor de la mesa, los enanos, los elfos más jóvenes y los humanos murmuraban. El agudo oído de Daradoth pudo detectar que algunos de ellos hablaban sobre la posibilidad de acabar con el alma contenida en la redoma, pero ninguno se atrevía (de momento) a sugerirlo en voz alta ante el consejo de altos elfos. Annagräenn continuó:

—¿Sabéis de alguien más que haya sufrido los mismos... efectos, al tocar la redoma aparte de vos, Daradoth? 

—Creo que no.

—Yo la tuve en mis manos también, pero no sentí nada —afirmó Galad.

Annagräenn hizo una pausa para pensar durante unos instantes.

 —Ya veo... y, en el caso de que el alma se liberara y entrara en vuestro cuerpo... ¿creéis que os anularía totalmente o podríais compartir "espacio" de alguna manera?

Solo pensar en esa circunstancia provocaba escalofríos en la espina dorsal de Daradoth, que recordaba muy claramente la experiencia de haber sido poseído por un kalorion en Tarkal.

—No estoy seguro, pero lo que sí sé es que en esos momentos, me sentía desplazado por Ecthërienn. No creo que hubiera consentido perder el control voluntariamente en caso de haber conseguido mi cuerpo o mi mente.

Annagräenn volvió a meditar. Uno de los enanos, Zarkhu, habló por fin en voz alta.

—En cualquier caso —dijo, con un fuerte acento rocoso— debemos encontrar una solución rápidamente. Llevamos dos semanas sin tener noticias de los Ozakhrûn (la palabra en akharêl para designar a los insectos demoníacos), y no tardarán en aparecer de nuevo. No es mi intención insultar ni ofender a nadie, pero la opción más sencilla es, sin ningún tipo de duda, otra.

—Pero el problema —le rebatió Galad—, es que no sabemos, si tomamos la decisión más drástica, a quién elegiría Oltar como nuevo Brazo. Si es que lo hiciera. Es posible que nos costara semanas, o meses, encontrarlo.

Se llegó a un punto muerto en la conversación, que giró en círculos varias veces. Galad preguntó por algún clérigo de Oltar en el Vigía para guiarlos en sus decisiones, pero no había ninguno presente en el valle con el poder necesario para ayudarlos.

Sorprendentemente, Arakariann tomó la palabra:

—En las islas Ganrith estuvimos en el Santuario de Oltar, un complejo enorme. Quizá podríamos pedirles esa guía. O incluso alguno de los clérigos quizá se ofreciera voluntario para el proceso.

—Pero ese "proceso" todavía no tenemos ni idea de en qué consiste, y tenemos la misma disyuntiva: acabar con una vida a cambio de otra —objetó Daradoth.

—Sinceramente, dudo que nadie se preste voluntario a tal fin —dijo Irainos—. Pero si se presta voluntario, en  mi opinión no habría dilema moral.

Zarkhu volvió a intervenir:

—No debemos olvidar el hecho de que es muy probable que Ecthërienn esté desequilibrado por la exposición a Sombra.

—En ese caso —respondió Eliwör, uno de los sacerdotes élficos—, tendremos que confiar en nuestras capacidades para sanar su mente.

Eyruvëthil también plantó la posibilidad de que Ecthërienn ya no fuera en realidad el Brazo de Oltar, pues su exposición extrema a Sombra podría haber hecho que perdiera el favor de la Avatar. No obstante, como no tenían medio de comprobar tal hecho, decidieron asumir que el antiguo señor elfo seguía ostentando esa posición.

—Quizá la mejor opción sea la planteada por Arakariann —aseveró Daradoth—: acudir al Santuario de Oltar en Ganrith.

—Pero eso llevaría mucho tiempo —alegó Zarkhu.

—Es verdad —coincidió Irainos—. Y aunque los Erakäunyr no han vuelto a aparecer, los combates rugen por toda la frontera del Meltuan. El tiempo es importante.

Largo rato discutieron aún, evaluando distintas opciones. Varios probaron a entrar en contacto con Ecthërienn tocando la redoma, pero ninguno tuvo éxito. Para sorpresa de todos, solamente Arakariann pudo trabar contacto con él; pero según les relató el joven montaraz, solo había podido intercambiar unas pocas palabras sin sentido. Cuando Daradoth lo intentó, el elfo preso en el recipiente le habló sin esfuerzo, e incluso intentó apartarlo como ya lo había hecho en Essel. Aquello confirmaba que solamente Daradoth parecía estar "sintonizado" de alguna manera con él. Y Arakariann en menor medida, que también había pasado por la experiencia de Essel.

—Estos hechos descartan la voluntariedad —dijo Irainos—. Así que tendremos que evaluar las alternativas.

Por primera vez en varias horas, un joven elfo tomó la palabra:

—Normalmente, someteríamos este asunto a una votación del Consejo.

—Lo sabemos, joven Orcalionn —contestó Anagräenn, quizá poniendo algo de énfasis en la palabra "joven"—, pero este asunto tiene demasiadas implicaciones morales y personales para ser decidido de tal modo. Creo que es lo suficientemente importante como para no dar una resolución precipitada, así que si os parece bien continuaremos este cónclave mañana. Pero antes de retiraros, quería sacar a colación otro asunto.

» Hace unas semanas evaluamos la opción de que acudierais con vuestro vehículo volador a la Unión de Puertos Boreales, que conocéis más comúnmente como Confederación Corsaria, para pedirles ayuda y que sus barcos pudieran remontar el Meltuan. En aquella ocasión, mi señora Yura se negó debido al mal tiempo. Enviamos emisarios, y estos volvieron hace pocas jornadas con noticias. Al parecer, una flota del Cónclave del Dragón venció por primera vez en una refriega contra los navíos de la Unión. Según les explicaron, en la flota del Cónclave se habían incorporado unos enormes navíos negros, y según los rumores, a bordo de uno de ellos era muy posible que viajara un kalorion. —Hizo una pausa para que los presentes pudieran asimilar bien sus palabras—. Esto es un hecho muy grave, y que nos dice que Sombra está ganando poder en Aredia a pasos agigantados. ¿Creéis que podríamos prestarles ayuda de alguna manera?

—Podríamos intentar que lady Ilaith destinara algunos recursos —dijo Galad, sin pensar sus palabras, anhelante ante la perspectiva de volver a ver a Eudorya, y quizá también la espada Églaras.

—Lo intentaremos, pero no podemos prometeros nada —zanjó Yuria.

Con estas palabras, se retiraron a descansar. Galad pidió la iluminación de Emmán para soñar acerca del alma encerrada en la redoma, y Symeon entró en el mundo onírico para intentar entrar en contacto con Ecthërienn, el cual parecía tener algún tipo de manifestación accidental en ese plano. Pero el errante no tuvo éxito en su empeño.

Por su parte, Galad sí encontró inspiración en Emmán (o al menos eso creyó):

Se encontraba entre una multitud. Todos vestidos con armaduras y equipados con armas de corte élfico. Una figura se encontraba en lo alto de la loma en cuya pendiente se encontraban, envuelta por una luz que a duras penas podía resistir. Se dirigía a la multitud, con unas palabras que el paladín apenas entendió. Pero su corazón se agitó al oírlas, enervando su cuerpo y su mente. Todos a su alrededor levantaron el puño derecho y rugieron, apasionados, enardecidos. Él mismo gritó, gritó hasta quedar sin aliento, anticipando el embriagador combate.

***

Cargaba a la velocidad del rayo entre los retazos casi físicos de sombras. Notaba los músculos de su caballo tensándose entre sus piernas, bajo su cuerpo, mientras el dolor de multitud de heridas lo laceraba. Con lágrimas en los ojos, se dirigía a galope tendido hacia la figura que antes les había arengado, cuya luz disminuía a marchas forzadas. Mataba a un lado y a otro, embistiendo como una bestia salvaje. Pero no pudo llegar; perdió el equilibrio y cayó. El suelo se abrió a sus pies, y se desplomó hacia la oscuridad. Un golpe brutal lo destrozó por dentro. Varias figuras cayeron a su alrededor, entre ellas su líder, que quedó inmóvil, con una luz extremadamente tenue. Sin embargo, este fue capaz de levantarse con un esfuerzo titánico, tambaleante, y miró hacia arriba, desgarrado.

Por la mañana, después de que el Valle del Exilio sufriera los ya habituales ataques en el mundo onírico en cuya defensa participó Symeon, Galad les contó su experiencia, asumiendo que el de la redoma debía de ser sin duda, Ecthërienn. Pero la parte final arrojaba dudas sobre su actual estatus como Brazo.

—Sin embargo, yo pienso que sigue siendo el Brazo de Oltar.

Desayunando, Faewald volvió a manifestar su desacuerdo con los pasos del grupo, e insistió en volver a Esthalia a reunirse con Strawenn. Habían encontrado una Daga Negra, y podía ser extremadamente peligroso. Se abrió un debate sobre dividir el grupo, pero se descartó ante la dificultad de viajar sin el Empíreo. Aun así, Faewald, expresó unas incómodas dudas sobre la conexión de Oltar con la realidad y la posibilidad de que quizá no le importara mucho Aredia o de que incluso hubiera sido corrompida por Sombra.

Poco después se retomaba la conversación con el Consejo del Vigía. Volvieron a evaluar todas las opciones que tenían. Finalmente, tras mucha retórica y muchos turnos de palabra, se llegó a un consenso, que verbalizó Irainos:

—Por lo que vimos ayer, la voluntariedad ya carece de sentido, pues solo Daradoth y Arakariann parecen capacitados para ello. Intentaremos entonces restaurar el alma de Ecthërienn en el cuerpo de un recién fallecido sobre el que se aplicarán todos nuestros poderes de curación. Algún combatiente en la frontera podría ser el elegido, aunque este punto no está claro. Cuando su alma haya partido, su cuerpo y mente serán libres para que Ecthërienn los habite. Sin embargo, esto implica rituales y procesos más allá de nuestro conocimiento, así que será necesario viajar lo más rápido posible a un lugar que pueda proporcionarnos el saber necesario. La Biblioteca de Tinthassir es la opción más plausible.

—Ir a Doranna plantea demasiadas dificultades —objetó Yuria—. Hemos pensado que es mejor intentarlo primero en la Biblioteca de Doedia. Además, de esa manera podremos hacer una pequeña escala en Darsia para intentar que Somara, la... errante... casada con lord Ginathân intente entrar en contacto con el poder del Orbe. ¿La recordáis?

—Sí, es cierto que la luz parecía fuerte en ella —dijo Eyruvëthil.

—Sea, pues —sentenció Irainos—. Habéis demostrado de sobra que sois dignos de nuestra confianza, y por mi parte la tenéis incondicionalmente. Partid con todos nuestros mejores deseos. Estaremos en contacto a través de los Ebyrithë —finalizada la reunión, Annagräenn prestó a Daradoth uno de los artefactos del Vigía que potenciaba varias veces el poder del portador, y así pudieron enlazar los búhos de ébano para poder comunicarse a una distancia de más de cinco mil kilómetros.


Pocas horas después surcaban los cielos del norte a bordo del Empíreo con la tripulación y pasajeros habituales (excepto Eraitan, que se quedó para ayudar a defender la frontera). Al poco de salir, Yuria reunió al grupo, recordando su pasado.

—Acabo de recordar que hace unos años, en mis expediciones al norte, estuve en una región llamada Irza. Allí vi prodigios más allá de toda explicación. Ese pueblo, los irzos, tienen una especie de sacerdotes, que llaman druidas. Realizan sus rituales en el centro de unos círculos de enormes rocas talladas que llaman "menhires", y me pareció que eran extremadamente poderosos. Quizá sean otra opción en caso de fracaso en Doedia, antes que entrar en Doranna.

—Muy bien. Si no encontramos nada en Doedia, deberíamos viajar para allá.

En poco más de un par de jornadas, llegaban a la mansión de Ginathân, donde levantaron una terrible expectación y les recibió el senescal Aegerân. Cuando preguntaron por Somara, este se mostró confundido.

—Lady Somara no se encuentra en la mansión, mis señores, está en Dársuma. ¿No os habéis enterado? —preguntó con una sonrisa—. Lord Ginathân va a ser coronado rey de Darsia dentro de cuatro jornadas.


jueves, 5 de enero de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 34

Nudos en la Vicisitud. Nímbalos. Una Decisión complicada.

Daradoth, Yuria, Symeon, Galad, Faewald, Taheem y Arakariann fueron conducidos en estado de shock de vuelta a Eryn'Mauthrän. Yuria estaba totalmente empapada; Daradoth tenía el brazo derecho impregnado de sangre, y sus ropas tambíen lucían múltiples manchas; Galad gemía, entrando y saliendo de la inconsciencia debido a las heridas que le habían sido infligidas; Symeon, que había sido presa de los nervios y también se encontraba empapado, pudo ver cómo los hidkas, con ayuda de Eraitan y los demás, los conducían a una acogedora casa donde los desvistieron, trataron sus heridas y síntomas, y los pusieron a descansar.

Al cabo de unas horas empezaron a reaccionar por fin. Poco a poco, fueron compartiendo sus vivencias respectivas durante el arrebato de la ceremonia. Faewald se había visto convertido en un comandante de la Sombra, y Taheem había hecho perder la vida a todos los seres que alguna vez había querido. Todos se estremecían al recordar su experiencia. Symeon tomó la palabra:

—No puedo dejar de sentir la incómoda sensación de que, aun habiéndose tratado de un episodio breve y que ahora estamos en una existencia totalmente diferente, todo ha sido real, y no una ilusión, ni un viaje en el tiempo. Es como si simplemente, la realidad... o lo que los hidkas están llamando la "Vicisitud" hubiera cambiado por unos momentos nuestras vidas. ¿Os pasa lo mismo?

Todos asintieron.

—Me aterra eso —dijo Faewald—. Poder convertirme en el depravado en el que me vi transformado. No, no quiero ni pensarlo...

—Bueno —añadió Galad—. Es posible que se haya tratado de una prueba que nos ha puesto Emm... los Avatares, quiero decir, o Luz, o quizá la propia Vicisitud. Creo que nos ayudará pensar eso.

Todos asintieron de nuevo.

Poco después llegaban para interesarse por ellos Cireltar, Neraen, Alynyth y Renarion. A los tres primeros, oficiantes de la ceremonia, incluso con su extraño aspecto, se les notaba extremadamente cansados. Cireltar fue el primero en hablar:

—Buenos días. Nos alegramos de ver que ya os encontráis recuperados. Solo queríamos informaros de que la ceremonia fue un éxito. —Rebuscó entre sus ropas y mostró el orbe al grupo—. Aquí está, el Orbe de Curassil totalmente libre de Sombra.

Galad recibió el objeto. Efectivamente, tenía un brillo hipnótico, y ni rastro de la pátina de Sombra con la que lo habían conocido.

—Por desgracia —continuó Cireltar— tenemos que lamentar la pérdida de tres de nuestros congéneres que no pudieron soportar la reacción de Sombra.

—Mis más sinceras gracias, mis señores —agradeció Daradoth—. No tengo palabras para expresar nuestra gratitud por todo el esfuerzo que habéis hecho. Y si necesitáis cualquier cosa, no tenéis más que pedirla.

Los hidkas guardaron silencio unos segundos. Finalmente, Alynyth rompió el silencio:

—Lo que necesitamos saber es... qué os sucedió allá arriba. Tuvo que ser algo muy grave para que hayamos tenido que tratar vuestras heridas psíquicas y físicas hasta el límite de nuestras capacidades.

Daradoth les contó lo que le había sucedido, seguido por todos los demás. Las narraciones se prolongaron una media hora, y tras unos segundos de silencio, Cireltar habló:

—Eso que visteis es algo realmente extraordinario. Algo que no debería haberle ocurrido a nadie que no pertenezca a la raza hidka. Habéis sido víctimas de un Shae'Nadharas, un... dejad que encuentre las palabras... una "Tensión del Nudo"...

—Pero —interrumpió Symeon—, ¿es algo que ha pasado? ¿Que pasará? ¿O es una vida alternativa que hemos vivido?

—No, no es otra vida —contestó Neraen—. Es... —miró a Renarion—. Bueno, creo que lo mejor sería convocar a esta reunión a Rheesha y Elannion. Como os digo, esto es algo extraordinario, y necesitamos la sabiduría de otros hidkas.

En pocos minutos, otros dos hidkas mujeres, Rheesha y Elannion, llegaban a la casa. Todos tomaron asiento alrededor de la mesa, pues la conversación hasta ahora había tenido lugar de pie.

—Vamos a intentar explicaros esto de la forma más sencilla posible —dijo Elannion, cuando le hubieron explicado por fin todo el episodio que había afectado a los extranjeros—. Tengo entendido que ya habéis entrado en contacto con el concepto "Vicisitud". Pues bien, la Vicisitud es... digamos... como un tapiz donde se borda todo lo que existe. Entendedme bien, esto es solo una simplificación muy grosera para no extenderme durante horas en conceptos metafísicos. En ese "tapiz", cada uno de nosotros, cada planta, cada animal, cada roca, tiene su propia parte, formada por un cierto número de tejidos que divergen, confluyen, se cortan, se bifurcan... las variaciones son infinitas. Cuando los hidkas llevamos a cabo el ritual de la Ascensión, accedemos a esa urdimbre, donde las entidades primigenias Luz y Sombra se encuentran profundamente imbricadas.

»La Vicisitud es el principal campo de batalla de ambas, donde luchan por cada hilo que alguna vez se ha creado. Nadie tiene el conocimiento de por qué esto es así o cuando se produjo tal solape de Luz y Sombra con el tejido primigenio, pero es lo que sucede.

»El caso es que, en la ceremonia que ejecutamos con el Orbe, lo que tuvimos que hacer (y vuelvo a simplificar muchísimo los hechos) fue "cortar" los hilos de Sombra y "alargar" o "unir" los de Luz. Esto puede dar lugar a cambios inesperados en la realidad, debido al retroceso violento que se origina por parte de los Primigenios, pero en ningún caso deberían ser tan trascendentales como lo que os sucedió a vosotros. Que, por otra parte, ha sido absolutamente real —ante esta afirmación, todos rebulleron incómodos—. Parece ser que, por algún motivo desconocido, os habéis convertido en nudos fundamentales del tapiz, nudos que, ante algunas variaciones pueden experimentar lo que llamamos Shae'Nadharas, un evento raro pero no imposible. ¿Qué opinas, Rheesha?

—Estoy de acuerdo —respondió su compañera—. Por lo que explicasteis de vuestras tribulaciones en Essel, deduzco que Luz acumuló sobre vosotros un número ingente de tejidos que os han convertido en algo muy especial, algo que solo sucede una vez en milenios fuera de la raza hidka. Si os parece bien, podemos examinaros a fondo para ver si deducimos más cosas.

El grupo accedió sin dudas, y las hidkas abrieron su ojo frontal. Los observaron durante un par de minutos, haciéndoles sentir la incomodidad que sentían siempre que los observaban con el tercer ojo. Finalmente, Rheesha tomó la palabra:

—Efectivamente, vuestra... "urdimbre" se ha convertido en algo extraordinario. Algo realmente complejo, con confluencias y bifurcaciones que escapan incluso a nuestra percepción. Vuestra urdimbre es ahora muy potente, e incluso nosotros estamos imbricados en ella; seguramente —miró a Cireltar y Neraen, sin atisbo de reproche alguno— nuestros sabios accedieron rápidamente a vuestras peticiones de ayuda debido a ello. Vuestro nudo en el tapiz es tan potente que ni siquiera los de los hidkas los igualan. Debéis tener mucho cuidado en el futuro, pues vuestras acciones implicarán en el futuro la modificación de un número infinito de "tejidos" que tendrán efectos muy profundos en la realidad. Y ahora seréis seguramente un objetivo importante para Sombra, que intentará disputaros a Luz.

Al grupo le costó un largo período asimilar estas revelaciones. Plantearon multitud de preguntas; a algunas de ellas, pudieron encontrar respuesta en los hidkas, pero otras quedaron sin aclaración.

Finalmente, superada la sorpresa de la revelación y satisfechos con las dudas aclaradas, Symeon retomó el tema original:

—Entonces, ¿podríamos contactar ya con Athnariel? ¿El Orbe está restaurado?

—Es posible que podáis contactar con él —dijo Neraen—. Pero dudo que podáis sacar algo en claro de él, ni mucho menos su poder, si quien sintonice con él no es el elegido... el Brazo de Oltar.

—Bien, veremos cómo abordar esa parte en cuanto estemos recuperados.

Una vez zanjado este tema, Renarion sugirió al grupo si sería posible que ellos mediaran con el rey Aldarien de Lasar y el rey Orcalas de Eriniol para que dejaran de enviar delegaciones importunándolos. Daradoth, que se sintió extremadamente halagado, no tuvo más remedio que rechazar la petición, alegando que un exiliado como él y un antiguo príncipe como Eraitan no harían más que agravar las cosas, tanto políticamente como con los hidkas.

Una vez que estuvieron completamente restablecidos el día siguiente, asistieron al funeral de los hidkas muertos durante la ceremonia para presentar sus respetos. No pudieron evitar el llanto durante el acto, pues fue extremadamente emotivo y hermoso. Tras expresar de nuevo su profundo agradecimiento a Renarion y el consejo, el grupo se despidió de ellos, algunos con lágrimas en los ojos ante la perspectiva de abandonar aquel lugar paradisíaco. Symeon acordó con ellos el poder ponerse en contacto a través del mundo onírico, y acto seguido se marcharon.

Ya a bordo del Empíreo, Daradoth mantuvo una conversación con Arëlen e Ilwenn. Informó a la antigua reina de que debían marcharse de Doranna urgidos por las circunstancias, y era libre de permanecer allí si lo deseaba.

—Entiendo por vuestras palabras —dijo ella— que pensáis volver en el futuro.

—Sí —contestó Daradoth—. Pero quizá pasen varios años antes de hacerlo; hay cosas más urgentes que reclaman nuestra atención.

—¿Pero pensáis hacerlo?

—Sin duda —«aunque quizá no sea tan buena idea», pensó, recordando el episodio de traición que había vivido durante la ceremonia de Ascensión.

—Entonces, después de haber esperado más de ocho siglos, unos años más serán solo una brizna. Os acompañaremos. ¿Ilwenn?

—Ya no lo veo —contestó la otra elfa—, pero el otro día vi sobre vos una corona y un río de sangre. Juzgad vos mismo. Por mi parte no tengo nada que me ate aquí, sea pues.

Galad recordó al resto que tenían en el Empíreo varias cartas escritas por el comandante Phâlzigar para los "señores elfos de Doranna" y para el "rey Rûmtor del Erentárna". Estaban cerca de los destinatarios, y quizá era el momento de entregarlas. Decidieron que sería buena idea aprovechar para dar un rodeo a Doranna por el sur, e intentar entregar la carta destinada al rey Rûmtor.

Esa misma noche y tras comentarlo con Eraitan, Symeon decidió entrar al mundo onírico para intentar contactar de nuevo con Athnariel. Se durmió con su facilidad habitual y pronto se encontró en el entorno grisáceo ya familiar para él. La plataforma voladora que era la representación del Empíreo era cada vez más elaborada. Destellos aquí y allá revelaban a los viajeros del dirigible soñando. Ante él, sentado con piernas y brazos cruzados, se encontraba Athnariel, una figura enorme con músculos de acero e impresionantes alas plegadas en semicírculo a su alrededor, cabello largo y ojos dorados que dejaban escapar una especie de humillo hacia los lados; una visión estremecedora, acentuada por el halo de luz difusa que lo envolvía. Más allá, en proa, con las no menos impresionantes alas plegadas a su espalda, podía ver a Dirnadel, el arcángel de Eraitan, mirando hacia lontananza.

Symeon también pudo notar otra presencia: una figura tremendamente difuminada e inestable, en el lugar donde debía encontrarse Daradoth. Sin duda, debía tratarse de Ecthërienn. También podía ver destellos intermitentes de sus amigos, Galad y Daradoth, aun cuando se encontraban despiertos; eso era muy extraño, y tendría que ver con los cambios que los hidkas habían mencinado. «Ya habrá otro momento para dedicarlo a estas cosas», pensó; ahora, la presencia de Athnariel reclamaba toda su atención.

—Hola, mi señor —dijo el errante—. Mi nombre es Symeon. Nos conocimos hace poco, cuando os sacamos de Essel. Sois Athnariel, arcángel de Oltar, si no me equivoco.

—En efecto —contestó el sobrecogedor ser. Su voz iba acorde con su físico: dura, arrolladora.

—¿Recordáis algo de los Santuarios? La Sombra os infectó, y no erais vos mismo.

—No recuerdo nada de lo que habláis, mortal.

Efectivamente, Athnariel no parecía recordar nada de lo sucedido en los últimos siglos, tal había sido la potencia de la ceremonia hidka. Symeon intentó sonsacarle acerca de conseguir el favor de Oltar para poder utilizar su poder en el mundo de vigilia, pero el arcángel, lacónico en grado sumo, se limitó a decir: 

—Si Ecthërienn ya no está, mi señora Nambaríma —otro de los nombres de la avatar— tendrá que elegir.

—Está bien —zanjó Symeon, que miró al cielo, y añadió—: Espero que estéis ahí, mi señora, y nos ayudéis pronto.

El errante despertó, y compartió todo con sus compañeros. Tendrían que continuar con su viaje y luego acudir al Vigía.

La tercera jornada llegaron a la vista de un inmenso monte, parecido al volcán que ya habían visto en las islas Ganrith, pero el doble de extenso. La cumbre se perdía entre las nubes, altísima. Sobrevolaron la costa occidental de la península Caday, con varios asentamientos dispersos, y pronto vieron los primeros pueblos y puestos de guardia en la falda de la gran montaña. Yuria empezó a remontar hacia arriba, ascendiendo progresivamente hacia donde había calculado que se encontraba la ciudadela de Nímbalos.

La Ciudadela de Nímbalos

 

Justo antes de llegar a la cobertura de nubes, Yuria y Daradoth llamaron la atención de los demás. Dos águilas gigantes con sendos jinetes se acercaban rápidamente.

—La Guardia de Águilas de Nímbalos —anunció Daradoth—. Había olvidado que existía. Ondead bandera blanca, ¡rápido!

La tripulación se aprestó a seguir las órdenes de Daradoth, lo que pareció impedir que las águilas les atacaran, acercándose más lentamente. Eso permitió que el elfo identificara tranquilamente a uno de los jinetes. No pudo sino esbozar una sonrisa al reconocer a Ghêrronn, uno de sus mejores amigos cuando había realizado el servicio en los Pasos de Kesarn. Pensó en las palabras de los hidkas respecto a la Vicisitud. Gritó su nombre al reconocerlo.

—¡¿Daradoth?! ¿De verdad eres tú? ¡Estás muy cambiado! —gritó el ástaro mientras su águila daba vueltas al Empíreo—. ¡¿Qué demonio de ingenio es este que te transporta?!

—¡Te lo explicaré en otro momento! ¡Ahora necesitamos ver a vuestro rey!

Ghêrronn les indicó un punto donde anclar el dirigible para hablar más tranquilamente y así lo  hicieron. Daradoth y él se dieron un fuerte abrazo, recordando su profunda amistad.

—¡Qué cambiado estás! Tienes hasta canas. Me enteré de lo que te había pasado, nunca creí las acusaciones, pero viendo a tu dama —miró hacia Ethëilë, asomada a la borda del Empíreo— lo comprendo.

Daradoth le explicó por qué se encontraban allí, y le mostró la carta.

—Pues me temo que el rey no podrá recibiros, no se encuentra en Nímbalos. No sé si habréis oído hablar de los nuevos llegados, los que se hacen llamar a sí mismos ilvos.

—Sí, ya nos hemos enterado.

—Son una máquina de guerra. Han atravesado el océano Argivio y destrozado la mitad de nuestra flota. Además, han traído consigo grifos, wivernas e incluso creo que algún dragón. De momento son imparables. Ya hemos solicitado ayuda a Doranna. Así que, como comprenderéis, será imposible que la Corona pueda prestar ninguna ayuda al Pacto.

—¿Podríamos entonces entregar esta carta a otra persona?

—Sí, supongo que podéis dársela al castellano, a lord Avranôr. Por ser quien eres, os escoltaremos hasta allí.

Y así lo hicieron. Entraron en la magnífica Ciudadela de Nímbalos y, en un breve encuentro, hicieron entrega de la carta de Phâlzigar a lord Avranôr. Pocas horas más tarde, se encontraban de nuevo en el Empíreo poniendo rumbo hacia el Valle del Exilio.

*****

Más o menos a mitad del viaje, les llamó la atención una gran columna de tropas ercestres que viajaba hacia el suroeste por las praderas del centro del país. Seguramente se dirigirían a la frontera con el Káikar, siempre en litigio.

La novena jornada avistaron la familiar niebla que cubría permanentemente la localización del Valle. Allí fueron recibidos con regocijo por los miembros del Consejo, que escucharon con ansiedad y atención todos los detalles de los hidkas y la ceremonia. No dudaron en expresar su admiración por las hazañas del grupo. Incluso les ofrecieron un puesto en el consejo del Vigía, que rechazaron educadamente. Respecto al orbe, Irainos se mostró profundamente agradecido.

—Sentimos profundamente las vidas hidkas perdidas en el proceso —dijo el líder del Vigía.

Daradoth sacó la redoma que albergaba el alma de Ecthërienn de su bolsillo.

—Como ya os hemos explicado —dijo, refiriéndose a la narración de los hechos que ya habían referido unos minutos antes—, al parecer solamente el Brazo de Oltar podrá esgrimir el poder de Athnariel. Y el alma de Ecthërienn se encuentra encerrada aquí. Ya planteamos a los hidkas la posibilidad de restaurarlo en un cuerpo, y las implicaciones parecieron preocuparles.

—Realmente —manifestó Annagraenn—, el orbe no nos sirve de nada entonces si no encontramos el Brazo de Oltar. Y tengo la sensación de que, mientras Ecthërienn siga con vida, no vamos a encontrar a ningún otro. Por tanto, he aquí la decisión que tenemos que tomar: ¿acabamos definitivamente con la vida de Ecthërienn o intentamos restaurar su alma en un cuerpo de alguna manera?

El silencio se hizo en la sala.