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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 24 de diciembre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 11

Eraitan vive.
La muerte del rey Anerâk no era una buena noticia de ninguna manera; pero en su fuero interno el grupo pensó que quizá no fuera tan mala cosa, pues allanaba el acceso de Ginathân a una posible sucesión; se trataría sin duda de un golpe de estado y no de una elección pacífica, pero lo que contaba era alcanzar la paz cuanto antes. No era el método óptimo, pero era un método.

Irainos, líder del Vigía
Durante la reunión subsiguiente con Irainos y el consejo se discutió sobre muchos asuntos de política y estrategia, y de la materialización del plan para llevar al sur las pruebas de la invasión de la Sombra. El enano Zarkhu sugirió que deberían viajar con el cuerpo del vulfyr y con el troll hasta Árlaran, donde requerirían que el rey Girandanâth les acompañara hasta el sur; su ascendiente sin duda ayudaría a hacer comprender al pueblo de los distritos meridionales la importancia de dejar las rencillas de lado ante el inminente conflicto. Ya transcurrido un largo tiempo de conversación, alguien habló a través del Ebyrïth, el búho de ónice que servía como comunicador. Irainos les presentó a Igrëithonn, el comandante en jefe de las fuerzas del Vigía al norte del Meltuan. El comandante había estado oyendo lo que el grupo y el consejo discutían, y sugirió que podrían intentar pedir ayuda a la Unión de Puertos Boreales. Ante las miradas de extrañeza de Yuria y los demás, Irainos les explicó que ellos seguramente conocerían a los Puertos Boreales con el nombre de Confederación Corsaria. Efectivamente, Yuria conocía de sobra a la nación de excelentes navíos y marinos sita al norte del Pacto. No obstante, ella tenía entendido que los corsarios (o borealitas como les llamaba Irainos) no eran gente de fiar; pero el líder del Vigía hizo que se replanteara su prejuicio cuando le explicó que en el pasado habían sido unos firmes opositores al Cónclave del Dragón y que en realidad se habían originado como el séptimo distrito de los ástaros de Lândalor.

Igrëithonn también pidió al consejo que enviaran un pelotón de minadores enanos a su posición. Él se encontraba en los bosques situados justo al sur de la fortaleza de Tirëlen, que el grupo había sobrevolado a bordo del Empíreo hacía varios días. Como ya habían visto en su vuelo, en la parte norte de la fortaleza se encontraba acampado un considerable ejército enemigo, y la oposición del Vigía en el bosque homónimo del sur era lo único que todavía impedía que Tirëlen hubiera sido totalmente rodeada y asediada. Igrëithonn necesitaba a los minadores en su plan de lanzar un ataque que pusiera a los enemigos en retirada, e insistió además en su sugerencia de pedir ayuda a los borealitas.

El grupo se mostró de acuerdo en utilizar el Empíreo para transportar a los minadores enanos hasta Tirëlen. Los ojos de Yuria brillaron ante la oportunidad de compartir unas horas de viaje con el pintoresco grupo de enanos; exprimiría sus conocimientos todo lo que pudiera. Desgraciadamente, como descubriría Yuria el día siguiente, los minadores no eran de mucho hablar y no permitieron que la ercestre vislumbrara ninguno de sus secretos (si es que había alguno). El viaje tendría lugar el día siguiente.

Por la tarde, Daradoth aprovechó para enlazar su Ebyrïth con el de Irainos y así poder estar en contacto en lo sucesivo. 

Al anochecer, los vigías informaron de varios tornados que se habían formado en las montañas circundantes. No era un fenómeno habitual allí, y nadie pudo explicar el porqué de su aparición hasta varias horas más tarde. Todos se retiraron pronto a descansar para afrontar el viaje lo más pronto posible por la mañana. Sin embargo, no transcurrió mucho tiempo antes de que los despertaran y los instaran a permanecer en vigilia, pues los centauros habían informado de que estaban siendo atacados en el mundo onírico. De hecho, Yuria se había despertado antes por sí misma, pues se había visto en una pesadilla donde un rebaño de lobos demoníacos había intentado acabar con su vida. Un escalofrío recorrió su espalda cuando más tarde le confirmarían que los enemigos en el mundo onírico tenían efectivamente forma de grandes aberraciones lobunas.

La ayuda de Symeon fue solicitada por Audemas y el centauro Soreliath. El errante retiró el anillo que habían puesto en su dedo corazón y cayó dormido en el acto. Pronto se vio envuelto en un torbellino de sombras lobunas y plateadas que luchaban a lo largo de todo el Valle. Su lectura del tomo que trataba sobre el Mundo Onírico y sus últimas experiencias salieron a la luz. Por dos veces salvó a sendos centauros de morir a manos de los monstruos, y finalmente el conflicto onírico se saldó con la pérdida de las vidas de dos de los guardianes centauros. Galad también probó su valía a lo largo de la noche cuando un grupo de guardianes elfos acudió en su busca para que ayudara a Soreliath, el líder de los noctámbulos centauros. El venerable ser estaba siendo sacudido gravemente en el conflicto onírico. Invocando el poder de Emmán entre fanfarrias y cánticos sobrenaturales, el paladín consiguió que el centauro sobreviviera a la difícil noche. Más tarde se lo agradecerían personalmente, y él y Symeon recibirían la petición formal para colaborar en la defensa nocturna del Valle cuando se encontraran allí.

Los torbellinos que rodeaban al Valle desaparecieron en cuanto los enemigos se marcharon. Según los centauros, habían sido la manifestación de algún tipo de efecto en el Mundo Onírico que no alcanzaban a entender muy bien.

Y tras una larga noche llegó por fin el alba. Somara y sus guardaespaldas se quedaron a salvo (eso esperaban) en el Valle,  mientras el grupo partía hacia el oeste para encontrarse con Igrëithonn. En escasas diez horas recibían señales desde tierra guiándolos para aterrizar en un claro de la gran foresta. Mientras descendían, un numeroso grupo de montaraces elfos salió a su encuentro y saludó a Daradoth y los demás.

Pocos segundos más tarde hacía acto de aparición desde el linde del bosque el comandante Igrëithonn, acompañado de su séquito de lugartenientes. Su porte era magnífico, a pesar de que caminaba algo encorvado y de que sus ojos mostraban el peso de los años que había vivido. Su figura estaba envuelta en una reluciente aura que le revelaba como un elfo del alba, en su frente portaba una de las Joyas de Luz que ya habían visto en los miembros del consejo del Vigía Eyruvëthil y Annagrâenn, y cruzada en su espalda lucía una reluciente espada con una empuñadura en forma de águila. Daradoth se estremeció cuando percibió el canto de poder del arma; efectivamente, parecía que entonaba un levísimo cántico ancestral justo en el límite de la audición élfica.

Igrëithonn, en realidad Eraitan,
Alto Príncipe de los Elfos
"Esa espada...la forma de águila...", pensó Daradoth. Se fijó un poco más en el elfo. "Ese mentón, esa nariz...", su mirada se desvió hacia una cicatriz que el señor elfo lucía desde la sien izquierda hasta la mejilla. "No puede ser...", un escalofrío recorrió la espalda de Daradoth cuando recordó las historias que hablaban de la espada aquilina llamada Sayrelëth (Purificadora), y acto seguido hincó una rodilla en tierra en la pose tradicional élfica. "Las viejas historias toman forma; este es, sin duda, el Alto Príncipe Eraitan, desaparecido desde los tiempos de la Gran Reclusión, la retirada definitiva a Doranna". Hasta un estudiante tan pésimo como Daradoth recordaba las historias que narraban las hazañas de Eraitan durante la Última Guerra de la Hechicería.

El resto de los compañeros de Daradoth siguieron su ejemplo con la genuflexión. Igrëithonn se sorprendió ante la reacción del grupo y, con voz suave pero firme, aseguró que no debían arrodillarse ante él. Todos se pusieron en pie, impresionados por la presencia del comandante.

 —Señoría —comenzó Daradoth—, es un honor sin parangón encontrarse ante la presencia de tan gran hé...

 —...solo un humilde sirviente del Vigía, me temo —contestó Igrëithonn, sin dejar que su interlocutor acabara su frase. Daradoth comprendió; tendría que dejar la admiración para otro momento—. Un ingenio impresionante, ese que os ha traído —añadió, mirando a Yuria valorativamente.

Tras la bajada de los minadores enanos y las correspondientes presentaciones, durante las que "Igrëithonn" se mostró más que correcto, este y sus compañeros condujeron al grupo por disimulados caminos entre la espesura. Por fin, llegaron a un campamento militar perfectamente camuflado entre la vegetación. Los elfos habían construido entre los árboles sus habitáculos de adobe, piedra y madera y habría sido imposible identificarlos desde el cielo.

Entraron en el barracón principal, bien calefactado con un ingenioso sistema de piedras radiantes que evitaba la generación de humo y el peligro de localización. Allí fueron agasajados con nutritivos alimentos élficos que, aunque frugales, bastaban para alimentar a un individuo durante horas, y quienes quisieron pudieron disfrutar de un excelente licor (que, a la postre, afectaría a Symeon y a Yuria) y un magnífico tabaco. Durante el esparcimiento pudieron dialogar con Igrëithonn y su consejo. El comandante se interesó un poco más por el dirigible, y preguntó a Yuria si no había pensado en construir un modelo más adaptado al combate. La ercestre contestó que desde luego que lo había pensado, pero que le haría falta mucha más de la tela especial que era necesaria y el uso de un metal menos pesado; aun así, afirmó que su intención era tener un prototipo en un plazo bastante breve. Igrëithonn quedó pensativo durante unos segundos, y ausente, susurró:

 —Ah, recuerdo cuando los espléndidos barcos voladores de Avaimas surcaban los cielos, antes de... —en ese momento, el comandante pareció darse cuenta de lo que estaba diciendo y calló, dando lugar a un silencio incómodo.

Durante la conversación, Yuria se apercibió de que Igrëithonn se interrumpía muchas veces y quedaba como ausente, hablando casi imperceptiblemente consigo mismo. Daradoth y Galad, por su parte, necesitaban ejercer toda su capacidad de concentración para no distraerse con el continuo cántico de poder de la espada aquilina. Galad percibía en ella una reminiscencia celestial, igual que la que al principio había notado en Églaras, la espada de Emmán custodiada en Tarkal.

Igrëithonn volvió a saca a relucir la posible alianza con la Confederación Corsaria. Ellos podrían traer su flota, que podría remontar el Meltuan y ser decisiva en mantener el río como una barrera infranqueable para los enemigos. Con el Empíreo no les costaría desplazarse allí en persona e intentar convencerlos cara a cara. La conversación fue interrumpida cuando, a través de los búhos de ónice, Irainos se puso en contacto desde el Valle para informar de que estaban siendo atacados de nuevo en el Mundo Onírico. Afortunadamente, más tarde volvería a informarles de que el ataque había sido rechazado de nuevo, pero con un par de bajas más.

Cuando más tarde Daradoth intentó sacar a relucir el tema de la Gran Reclusión de los elfos y la desaparición de Eraitan en aquel proceso, Erythyonn, uno de los lugartenientes del comandante, le interrumpió y se lo llevó fuera a pasear sobre la nieve. Según le informó, unos pocos del círculo de confianza sabían que Igrëithonn era en realidad el príncipe Eraitan de los tiempos antiguos, pero que siempre que se intentaba hacer aflorar aquel tema, el comandante reaccionaba de forma extraña. Y era evidente que no se sentía a gusto hablando de los tiempos antiguos, así que nadie lo hacía.

Erythyonn inspiró profundamente el aire helado de la noche, cogiendo con sus manos varios copos de nieve.

 —De todas maneras, se avecinan tiempos de héroes... decidme, Daradoth, ¿acaso no lo notáis en el aire, en la piel? ¿No notáis ese... aroma..., esa sensación? ¿La presencia de la Sombra? —Daradoth se concentró unos instantes, pero al fin se encogió de hombros y negó con la cabeza.

Siguieron caminando bajo la nevada, y Daradoth, a gusto y en intimidad por fin con uno de sus congéneres, habló de sus intenciones de cambiar las cosas en Doranna, y de deponer a Natarin. Erythyonn mostró su sorpresa y preguntó a Daradoth acerca de su abolengo. Cuando este contestó que no sabía realmente cuál era, el lugarteniente del Vigía sonrió y afirmó congratularse por ver que al fin alguien de Doranna restaba importancia a la ascendencia y la tradición.

 —Sois joven e impetuoso, pero vuestros ojos me dicen que lograréis grandes cosas, amigo. Pero... ¿en serio no sois capaz de sentir... esto? ¿No notáis esa picazón, ese erizarse del vello? Es... vibrante, no lo sentía desde hace mucho —los ojos de Erythyonn brillaban de anhelo.

Esta vez sí, Daradoth comenzó a notar una especie de sensación que no sabía explicar muy bien, pero que sin duda tenía que ver con la presencia de la Sombra, con el conflicto que se avecinaba. Su corazón se aceleró ligeramente, y sus músculos se tensaron. Erythyonn siguió hablando:

 —Espero que con el retorno de la Sombra, Eraitan —¡utilizó por primera vez el verdadero nombre del príncipe!— vuelva a ser el Alto Príncipe guerrero que necesitamos.

Daradoth se volvió hacia él, sorprendido por sus palabras, y Erythionn, abriendo los ojos y tensándose de repente, sacó sus dos espadas y se abalanzó hacia la izquierda.

Aquello puso en guardia a Daradoth, que en cuestión de décimas de segundo percibió cómo algo se movía a su derecha. Con un fluido movimiento de esgrima desenvainó su arma y se encaró hacia el enemigo que los había acechado. Se encogió un poco cuando reconoció la figura de un enorme vulfyr que rugió y se lanzó hacia él.

En el resto del campamento comenzaron a oirse sonidos de combate y ásperos rugidos. Galad y Yuria salieron al exterior junto con un grupo de elfos, y pronto se vieron envueltos en un combate con varios vulfyr y elfos oscuros. Afortunadamente, Erythyonn y Daradoth habían hecho saltar la voz de alarma con sus gritos y así habían evitado ser sorprendidos.

El conflicto parecía ya controlado después de sufrir varias bajas bajo los colmillos y garras de las terribles criaturas, cuando Yuria detectó un movimiento por el rabillo del ojo. Alguien había pasado como una exhalación por su lado y desaparecido hacia uno de los laterales del barracón. Ahora que lo pensaba, Igrëithonn seguía dentro. Se apresuró a asomarse por la esquina y, alumbrado por la luz que salía por la ventana lateral, pudo ver a un elfo oscuro. Este había roto ya las contraventanas de madera y parecía estar preparándose para algo. Y entonces reparó en Yuria, que se dirigía hacia él espada en ristre. Se miraron durante un instante, Yuria con la dificultad añadida de la oscuridad reinante en el exterior y la ligera nevada. El talismán de la ercestre, que le había sido devuelto al salir del Valle del Exilio, emitió la descarga que ella ya conocía tan bien; el elfo había intentado afectarla con un hechizo. No pudo distinguir la expresión del enemigo, que se había retirado de la luz, pero suponía que se habría sorprendido. Comenzó a avanzar esgrimiendo la espada, y un cuchillo pasó a escasos centímetros de su rostro; acto seguido, un látigo surgió de la oscuridad y se enrolló alrededor de su muñeca. El talismán generó una descarga más violenta que la anterior. Yuria tiró con todas sus fuerzas del látigo, intentando lanzar una estocada mortal a su enemigo, pero este, susurrando enojado, destrabó su latigo y desapareció en la noche.

No sin dificultades, Daradoth y Erythyonn habían podido dar cuenta de sus enemigos y dar la voz de alarma, y pocos minutos después todos se reunían de nuevo en el barracón, redoblando la guardia. Yuria les comentó a ellos en privado que Igrëithonn se había quedado ausente en el interior del barracón, y relató en público el extraño enfrentamiento con el elfo oscuro. Esto les convenció de que el objetivo del ataque había sido sin duda Igrëithonn. Además, la ercestre les comentó que el atuendo del elfo le había recordado mucho al de aquellas elfas oscuras que se hacían llamar maestras del Dolor. Pero en lugar de lucir el trasunto de sonajero que esgrimían aquellas, su arma era un látigo.

 —Debía de tratarse de un miembro de otra de las Sendas Tenebrosas —dijo Aryëlëth, una de los lugartenientes—, diría que de la Senda de la Locura. Ellos veneran al Vesánico, uno de los Rostros de Korvegâr, igual que los maestros del Dolor adoran al Tirano.

El grupo, estupefacto por la revelación, cruzó miradas y, evidentemente, pidieron a Aryëlëth toda la informacion que tuviera sobre esas sendas. La elfa tampoco pudo darles demsiada información, solo que conocía tres de las once sendas, el Dolor, la Locura y la Lujuria, y que cada una parecía rendir culto a un Rostro diferente de Korvegâr.

Por fin, bien entrada la madrugada, Yuria, Galad y Symeon cayeron en un profundo sueño, exhaustos.

Galad había atravesado desiertos infinitos. Las arenas habían desgarrado sus pies y el sol había masacrado su piel. Estaba agotado. Y entonces apareció un ser que le hizo dejar atrás la fatiga y el dolor. Un ser celestial, de luz dorada y cuatro majestuosas alas que lo miró desde su ingente altura.

—Tú...levántate...mírame... —mirar a la luz directamente dejó a Galad sin vista—. ¿Eres tú a quien ha elegido? ¡¡¡Demuéstralo!!!

El paladín despertó, sobresaltado aunque totalmente refrescado. Se estremeció cuando se dio cuenta de que todo lo que podía ver era una mancha de luz dorada.

martes, 10 de diciembre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 10

Irainos y el consejo.
Sobre la nieve invernal, ya rodeados por una pequeña multitud de elfos y con arqueros apuntándoles desde todas partes, Yuria no tardó en ver cómo el resto de sus compañeros se desplomaba inconsciente a su alrededor. Mientras esto ocurría, su talismán dejaba sentir el empleo del poder sobre ella con pequeñas descargas en su piel. Intentó fingir que ella también caía, pero nunca se le habían dado demasiado bien las artes del engaño. Así que los elfos la forzaron a dejar sus armas  y se la llevaron bien atada. Por el rabillo del ojo pudo ver cómo varios de los presentes hablaban en voz baja y le lanzaban miradas suspicaces.

Poco tiempo más tarde, Daradoth despertaba en una sala mediocremente iluminada para encontrarse sentado junto a Yuria frente a una mesa en cuyo lado opuesto tres elfos les miraban fijamente con cara de pocos amigos. A su alrededor, varios guardias vigilaban que la escena permaneciera calmada. "Al menos han tenido la delicadeza de no atarnos a las sillas", pensó.

El joven elfo no tardó en comprender que lo habían llevado allí para ejercer de traductor con su compañera ercestre. Daradoth no tenía conocimientos de irthion, pero los tres interrogadores hablaban correctamente el anridan, un par de ellos con fuerte acento. Por sus vestimentas y su actitud debían de ser una especie de clérigos, o quizá monjes; lo que estaba claro es que su atención, para sorpresa de Daradoth, se centraba íntegramente en, según sus palabras, "el objeto de nulificación que la humana debía de llevar encima". Los tres elfos se mostraron amables en todo momento, cosa que reconfortó a la pareja; Yuria accedió a mostrar el aro negro que le envolvía en cuello, provocando miradas de estupefacción en sus interlocutores. Interrogada acerca del origen de aquel objeto, la ercestre dijo la verdad: que era un regalo de su padre, explorador del ejército ercestre, y que no sabía de dónde lo había sacado. Siguieron momentos tensos en la conversación cuando los monjes insinuaron que el padre de Yuria quizá hubiera robado el objeto en algunas de sus correrías, posiblemente de algún asentamiento élfico antiguo. No obstante, al ver el efecto causado por sus palabras, no tardaron en disculparse y la situación retornó a los derroteros de educación por los que había transcurrido. Cuando pidieron a Yuria que les entregara en préstamo el talismán, para que pudieran estudiarlo mientras ella permanecía en el Valle, la joven aceptó. Los elfos prometieron devolvérselo en caso necesario o cuando se marcharan de allí. "No me había dado cuenta de lo que pesa hasta que me lo he quitado", pensó, acariciando con suavidad las pequeñas escoriaciones de su cuello.

De nuevo con sus compañeros, pasaron varias horas encerrados en una sombría habitación de la torre que los elfos llamaban Tyr'Begaryth. Afortunadamente, la torre debía de disponer de una chimenea central y la temperatura no era insoportable. Además, desde las ventanas enrejadas podían contemplar directamente la explanada que se extendía entre la torre y otros edificios, y los caminos que venían del sur. A Daradoth y a Symeon les llamó la atención que la inmensa mayoría de los elfos que veían parecían ser muy jóvenes. Por otro lado, era sorprendente el alto número de semielfos que circulaban por los caminos. Y no solo ellos, puesto que las filas del Vigía parecían componerse también de enanos, ástaros, mestizos, y algún que otro centauro.

Por la tarde, un ligero escándalo hizo que Galad llamara a sus compañeros a reunirse en la ventana. Una cincuentena de montaraces elfos apareció desde el bosque por el camino del sur, remontando la pendiente de la colina sobre la que se elevaba la torre y los edificios anexos. Les encabezaba un elfo de porte noble, y precedían dos carros tirados por bueyes; en el primero de ellos, llevaban vivo y encadenado a un troll que rugía débilmente, visiblemente agotado. La visión del enorme y obsceno ser provocó escalofríos en el grupo. Escalofríos que se vieron prolongados por el extraño cuerpo sin vida que viajaba atado en el segundo de los carros: el cadáver de una especie de enorme lobo humanoide, que más tarde los vigías llamarían vulfyr, una extraña raza que no había sido vista nunca antes sobre la faz de Aredia. Aquellos seres debían de haber sido la fuente de los aullidos que habían oído en los bosques que rodeaban Meltuamâl. El enemigo disponía de seres de pesadilla; la Luz en Aredia estaba condenada si no podían encontrar la forma de hacer frente a aquellos engendros. Tras el segundo carruaje, una columna de enanos marchaba en silencio, en contraste con el sonido metálico que sus grevas hacían a su paso.

Por la noche, Symeon entró al Mundo Onírico. Al salir de la representación de la torre, lo que vio lo dejó algo aturdido. El Valle del Exilio era representado allí como una enorme fortaleza que brillaba con matices de plata que no había visto nunca antes. Y antes de que pudiera reaccionar, dos presencias a su alrededor. No pudo ofrecer ninguna resistencia, salvo apercibirse de que aquellos que lo expulsaban del Mundo Onírico no eran sino centauros. Intentó decir el nombre de la lady centaura a la que había intentado ayudar hacía una eternidad, en el Imperio Vestalense, pero no pudo articular sonido. Pocos minutos después, unos monjes aparecían para poner un anillo de plata en el dedo de un inconsciente Symeon, dando órdenes a sus compañeros de que no se lo quitara mientras permaneciera en el Valle o hasta que le dijeran lo contrario.

Poco tiempo después del amanecer el grupo era conducido a presencia del líder del Vigía, Irainos. Este se hallaba acompañado de su consejo (o de parte de él, como más tarde se enterarían). Irainos era uno de los pocos elfos que Daradoth había visto con aspecto envejecido y luciendo barba en su rostro; por supuesto, era el único elfo con tales características que el resto del grupo había visto nunca. Hablaba perfectamente tanto el irthion como el anridan y el cántico, y presentó a los miembros de su consejo que habían podido acudir. La elfa Eyruvëthil, los elfos Annagrâenn y Audemas, el enano Zarkhu y los monjes Neäderoth y Elywör. En la sala, austera y bastante grande, se podían ver varias decenas de guardias y oficiales de toda la variedad de razas presentes en el Valle. Symeon miró con curiosidad la espada que Eyruvëthil apoyaba en uno de los brazos de su sede, y las gemas que Annagrâenn y Audemas lucían en sus frentes... no pudo evitar que sus ojos se abrieran mucho al reconocer dos de las míticas Joyas del Alba, mencionadas en varios libros de estudios sobre la Era Legendaria. En la mesa ante el consejo se encontraba el talismán de Yuria, guardado en una pequeña urna de cristal.

El líder del Vigía lucía en sus manos una vara metálica y sobre una repisa pudieron ver un búho de ónice idéntico al que Daradoth había encontrado en las ruinas de Margen y que le permitía contactar con el Empíreo. Más tarde se enterarían de que el Vigía disponía de tres de tales figuras, enlazadas entre sí y a las que llamaban Ebyrithë (Ebyrïth en singular). La vara que Irainos alargó a uno de sus guardias resultó ser uno de los artefactos que los elfos llamaban Seïvarydh ("Varas de Juramento", seïvaradh en singular); estas servían para comprobar la sinceridad de aquellos que hacían promesas mientras la empuñaban. Su poder era tal que, si alguien intentaba mentir mientras empuñaba una, se quedaba sin palabras y era incapaz de enunciar el perjurio; además, los juramentos proferidos mientras la vara era sostenida se convertían en inquebrantables, siempre que el empuñante admitiera voluntariamente sostenerla.

Así, Irainos y el resto les instaron a jurar su lealtad a la Luz y su intención de no perjudicar en nada al Vigía ni revelar la localización del Valle. El primero en sostener la vara fue Daradoth, que declamó con convencimiento el Juramento Ancestral de Aredia:

 —Por mi honor, la gracia del Creador y mi esperanza de renacimiento, juro que no perjudicaré al Vigía de ningún modo, que soy un leal seguidor de la Luz y que no revelaré a nadie lo que sepa del Shur'Ekathälias, el Valle del Exilio.

Tras Daradoth, todos los demás enunciaron el juramento sin problemas, lo que hizo que el elfo soltara un imperceptible suspiro de alivio. Acto seguido, los guardias ofrecieron asiento al grupo.

La conversación que tuvo lugar a continuación trató diversos temas, y permitió que los miembros del Vigía conocieran más al grupo y establecer una relación de relativa confianza.

 —Debéis saber —empezó Irainos— que la única razón por la que no os abatimos durante vuestra inapropiada entrada en Ekathälias fue el que un elfo de Doranna formara parte de vuestro grupo. No es que seamos admiradores de los dorannios, desde luego, pero al fin y al cabo nos unen lazos desde tiempos remotos...

Según dejaron entrever Irainos y Annagrâenn, en realidad los elfos del Vigía despreciaban a los elfos de Doranna por su "cobardía" al llevar a cabo la Gran Reclusión y retirarse a su nación sellada, abandonando Aredia a su suerte. Pronto pasaron a interesarse por el talismán de Yuria y por el extraño artefacto volador con el que habían entrado al Valle. La niebla que normalmente protegía el enclave no había funcionado ese día y no tenían otro medio para ocultarse de ojos en el cielo. Ambas cosas atañían de cerca a Yuria, así que la ercestre les explicó lo poco que sabía sobre el objeto y su autoría en la creación de los dirigibles, entre ellos el Empíreo, del que habló con orgullo; el consejo le dirigió miradas apreciativas. Esto fue aprovechado por Daradoth para enumerar las muchas virtudes de Yuria como militar y sus numerosas gestas los pasados meses.

El enlace de acontecimientos llevó al grupo a exponer sus peripecias del último año, mencionando los acontecimientos de Rheynald, el éxodo por el Imperio Vestalense y la hazaña con el Ra'Akarah, las sospechas de que se enfrentaban de nuevo a kaloriones, su huida y la alianza con lady Ilaith de la Confederación de Príncipes Comerciantes. A pesar de la inexpresividad de los elfos, estos y el resto del consejo se mostraba cada vez más sorprendido. Además, el episodio de Symeon con los centauros de la noche anterior (de la cual el anillo que lucía en su dedo anular era un recordatorio) hacía inútil cualquier secreto al respecto, así que también contaron las experiencias del errante en el Mundo Onírico; y por supuesto, Galad se mostró orgulloso de su condición de paladín de Emmán y valedor de la Luz.

Irainos y los demás no pudieron sino expresar con palabras de asombro su opinión sobre los acontecimientos que habían rodeado al grupo, y que incluso ellos mismos habían provocado. Los juramentos sobre la vara invalidaban cualquier sospecha que los vigías pudieran haber albergado sobre su historia, y eso los hacía rebullir de inquietud. El elfo Audemas dirigía de vez en cuando algunas palabras en irthion a sus compañeros mientras el grupo narraba sus peripecias.

A continuación fue el turno de Daradoth de explicar el porqué de sus viajes en el exterior de Doranna. El joven elfo no ocultó prácticamente nada, habló de los problemas de su familia con lord Natarin, de su amada, de los desaparecidos, y de su exilio y su búsqueda, su posterior encuentro con sus actuales compañeros en Rheynald y la alianza de conveniencia con lady Ilaith. Más tarde esa misma noche, Daradoth pediría un encuentro a solas con Irainos y le hablaría de sus planes para volver a Doranna y "cambiar el estado de las cosas"; quizá el Vigía pudiera ayudarle a lograrlo. Irainos solo pudo mirarlo condescendientemente e intentar quitarle la idea de la cabeza, con alguna otra mirada de preocupación.

Después de darse por satisfechos con la explicación de Daradoth, el grupo pasó a exponer el verdadero motivo de su presencia en el Valle. Hablaron de Ginathân, de Somara y la rebelión. Esta había escapado a cualquier tipo de control y ya afectaba a todo el sur del Pacto, y hablaron del intento de asesinato y de por qué habían decidido tomar partido por el noble rebelde. Describieron las visiones de Symeon en el Mundo Onírico y los sueños de Galad, y expusieron su convicción de que el duque y su esposa eran fundamentales para la Luz.

Ante la magnitud de los temas tratados y la cantidad de tiempo transcurrido, el consejo decidió convocar otra reunión con el grupo para el día siguiente.

El resto del día fue aprovechado por Daradoth y sus compañeros para recorrer el valle y conocer sus varios pueblos y parajes. En un momento dado, el elfo se concentró para percibir el poder a su alrededor, y casi se desmayó. El Valle era un hervidero de poder, con multitud de hechizos activos. El frío se iba haciendo cada vez más intenso sin embargo, y se retiraron pronto a los aposentos que se habilitaron para ellos en los edificios de la guardia. Gracias a la comunicación que Daradoth podía mantener a través del búho, Yuria se aseguró de que la tripulación del Empíreo había encontrado un lugar adecuado donde guarecerse.

La mañana siguiente, Irainos, Annagrâen, el enano Zarkhu y la enana Akhartha (otra miembro del consejo que no había podido estar presente el día anterior) les condujeron hacia la parte norte de la colina donde se encontraban. Tras rodear unos edificios, llegaron a una especie de plaza en cuyo centro se encontraba el troll que habían visto el día anterior, encadenado a unos grilletes. También les enseñó el cuerpo del vulfyr, que habían clavado a una tabla, y un calabozo donde encerraban a un par de elfos oscuros y de drakos renegados (nativos del Cónclave del Dragón). Todo ello para que se dieran cuenta de la magnitud de la amenaza a la que se enfrentaban. Su intención era llevar al troll y al vulfyr (quizá también a los elfos oscuros) al sur para presentarlo ante los monarcas más lejanos y que, al darse cuenta de la amenaza, dejaran de lado sus diferencias para luchar contra el verdadero Enemigo. El grupo mostró su acuerdo con tal medida.

 —Y es aquí donde sería inestimable vuestra ayuda, pues ese ingenio volador podría trasladar las pruebas mucho más rápido que cualquier carreta.

Yuria y los demás se miraron, incómodos ante la petición de Irainos. La ercestre mostró sus dudas acerca de poder transportar algo tan brutal como un troll a bordo del Empíreo, y con esa excusa pudieron postergar su respuesta. Daradoth pasó a exponer seguidamente su deseo de que el consejo del Vigía recibiera en audiencia a Somara, a la cual habían traído en el dirigible. Irainos acordó que la recibirían el día siguiente, e insistió sobre la conveniencia de transportar rápidamente a los prisioneros hacia el sur. "Quizá no sea tan mala idea", pensó el elfo; "sería una forma de convencer a todos de cesar las hostilidades y plantear un frente común a los enemigos del norte".

El consejo también pidió la ayuda de Symeon para la defensa del Valle en el Mundo Onírico. Según les contó, los centauros habían informado de que la noche anterior habían expulsado a varios intrusos que se habían acercado en demasía al Valle, pero cuyo aspecto no habían podido ver. Symeon aceptó, por supuesto, y esa noche la pasaría de guardia junto a los centauros sin mayor problema; no pudo comunicarse apropiadamente con ellos por la barrera del idioma, pero se sintió honrado de trabajar a su lado.

Por la tarde, el monje Neâderoth reclamó la presencia de Yuria. La condujeron (junto con Daradoth) a una especie de campo de entrenamiento donde los monjes practicaban las artes marciales y otras técnicas mucho más esotéricas (concentración, chi...). Elywör, otro de los monjes que habían interrogado a Yuria sobre el talismán, llevaba el aro de la ercestre en la mano derecha. Y lo que Yuria vio a continuación la dejó helada; vio cómo el monje miraba hacia otro que se encontraba a unos diez metros de distancia, y que preparaba un hechizo; cuando este alargó sus manos para dirigir su sortilegio hacia Elywör, este alargó la mano que sostenía el talismán hacia él, y en cuestión de décimas de segundo, el contrincante se desplomaba.

 —Es increíble —dijo Neâderoth—. Tenemos otros talismanes en el Vigía, pero este supera con creces la capacidad de cualquier otro que hayamos visto. Normalmente, Elywör y algunos otros son capaces de anular los hechizos que se dirigen contra ellos, pero vuestro talismán no solo anula el efecto, sino que anula a quien lo realiza, totalmente.

Yuria no tenía palabras. ¡Habían usado su talismán de forma ofensiva! Ella lo había usado pasivamente, y nunca se le habría ocurrido que tuviera ese uso. Cuando preguntó al monje cómo se podía hacer aquello, este solo contestó que con muchos años de entrenamiento, una concentración sobrehumana y una voluntad de hierro. Planteó la conveniencia de que Yuria cediera el talismán al Vigía para ayudarles en su lucha, pero la mujer se negó en redondo.


El día siguiente tuvo lugar el encuentro entre el grupo, el consejo y Somara, que descendió grácilmente del dirigible. Daradoth esperaba que la gracia y la luz que la presunta errante desprendía inconscientemente cambiara el parecer de la cúpula del Vigía. Pero no fue así. No resultaron especialmente impresionados aunque tuvieron que reconocer que la Luz era fuerte en la mujer. Daradoth se sintió frustrado, pero por muchos argumentos que él y Galad esgrimieron no consiguieron convencer al consejo de la conveniencia de apoyar a Ginathân. Irainos también razonó que era muy diferente aceptar el encargo de un rey legítimo de quitar de en medio a un rebelde en la noche (como ya habían hecho) que deponer un rey de su cargo para beneficiar una rebelión fuera de control. Era posible que Ginathân y Somara fueran fieles servidores de la Luz, no lo dudaba; pero el rey Anerâk también lo era, sin duda. Había enviado sus legiones al norte para oponerse al Enemigo, arriesgando así su trono debido a la rebelión, y no había tenido más remedio que llamarlas de vuelta. Así que no apoyarían a quien había provocado aquello.

Daradoth discutió una y otra vez, desesperado, hasta que los más sabios del consejo llegaron a alterarse. El ser del joven elfo se vio conmovido ante la revelación de que los fieles a la Luz se estuvieran matando y traicionando entre ellos. ¿Acaso la traición y el ansia de poder no era cosa de la Sombra? ¿No eran los leales a la Luz justos y honorables? La respuesta que encontró en su interior y que más tarde sería confirmada por Irainos y Audemas, fue "no". Luz y Sombra no eran conceptos tan maniqueos como "bien" y "mal", y Daradoth tendría que asumirlo. Lágrimas de frustración asomaron a los ojos del elfo, pero las contuvo apretando los dientes; tendría que dejar el idealismo a un lado y asumir la cruda realidad.

Por la tarde, para empeorar las cosas, llegó desde el sur la noticia de que el rey Anerâk había muerto masacrado por la plebe, junto con toda su familia. Aquello pareció ensombrecer el ánimo de Irainos y los demás, pero aceptaron detener los ataques contra Ginathân de momento. Tres distritos estaban en llamas por la revolución, y debían detener aquello a toda costa.




viernes, 22 de noviembre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 9

Hacia el Norte. El Valle del Exilio.
Decidieron reunirse para evaluar la situación antes de tomar una decisión precipitada. Tendrían tiempo de sobra de alcanzar a Ginathân y sus tropas en el camino a la capital, si decidían acudir allí.

Ya en la intimidad de sus habitaciones, discutieron largo y tendido sobre la conveniencia de apoyar al duque en la capital, quedarse en la casa o marcharse definitivamente del Pacto (los defensores más enérgicos de esta última opción eran, como siempre, Faewald y Taheem). Fue Daradoth quien se mostró más vehemente en su sugerencia acerca de qué rumbo tomar a continuación. El elfo insistió en que deberían viajar hacia la frontera norte del Pacto para intentar contactar con los elfos del Vigía. Y si era posible, llevar a Somara con ellos para que la vieran y pudieran ver el objeto de todo el conflicto que aquejaba al país. Después de que Symeon expusiera su preocupación por lo que pudiera suceder la noche siguiente, pues acababa el plazo que Nirintalath había dado, Galad y Yuria se mostraron de acuerdo en que contactar al Vigía podría ser la mejor opción.

Al cabo de pocos minutos se reunían con Somara para darle cuenta de sus intenciones, y su voluntad de que les acompañara en el dirigible al norte. La errante se mostró asombrada, y preocupada; bajo ningún concepto se marcharía de la mansión sin informar a su marido y a su consejo antes. Tras unos cuantos tiras y aflojas, el grupo no tuvo más remedio que transigir en su petición, así que aprestaron el dirigible y marcharon al encuentro de Ginathân. Cuando este los vio se mostró esperanzado de que le acompañaran hacia la toma de Dársuma, pero su expresión cambió cuando le expresaron sus intenciones, más aún cuando estas implicaban a Somara. No obstante, finalmente convencieron al duque de que la cabina del Empíreo era el lugar donde su esposa se encontraría más segura, mucho más que en la casa o con las tropas, y este accedió a que Somara partiera con ellos; eso sí, dando un plazo de no más de diez días para su retorno, y el juramento solemne de todos ellos de que no la pondrían en peligro en ningún momento. Otra condición fue que los dos maestros de la esgrima, Astholân y Nirûnath, los acompañarían en su viaje y no se separarían de Somara jamás.

Así, con el permiso de Ginathân volvieron a la casa, donde se pertrecharon y aprovisionaron para el viaje; al cabo de cuatro horas, el Empíreo tomaba rumbo norte, ante previsiones de tiempo inestable pero no especialmente malo por parte de Yuria. La ercestre no había podido estar más equivocada; unas seis horas después, el dirigible era sacudido por fuertes vientos que provocaban bruscos bandazos en la cabina y la cubierta, y que a punto estuvieron de provocar la caída de algún que otro tripulante. Y pocos minutos después, sin tiempo a recuperar el aliento, una tormenta estallaba a su alrededor con toda su furia; los relámpagos restallaban alrededor, y el dirigible fue atrapado en una corriente que lo escoró y lo llevó directamente hacia el suelo. Afortunadamente [punto de destino] Yuria pudo recuperar el control en el último momento con ayuda del capitán Suras y mantener el dirigble en el aire hasta que llegaron a un sitio adecuado para descender; la ercestre descendió a la cabina y se dejó caer en un jergón, agotada y temblando todavía por lo cerca que había visto la muerte.

Con el dirigible fuertemente anclado y asegurado pasaron la tormentosa noche en la cabina. Antes de que se cumpliera el plazo a medianoche, Symeon entró en el Mundo Onírico y se dirigió raudo al encuentro de Nirintalath. Ya en Tarkal, lo primero que vio fue que la jaula etérea que parecía encerrarla habitualmente había pasado de un color blanco brillante a un profundo color negro. El espíritu de Dolor se encontraba en el centro, encogida sobre sí misma con su aspecto de muchacha. Levantó la vista cuando percibió a Symeon haciendo todo lo posible por alterar la jaula con sus habilidades y poder sacarla de allí. La muchacha se puso en pie lentamente, mientras realizaba el gesto de hablar; pero ningún sonido salía de su garganta, al igual que había sucedido la última vez que el errante había estado allí.  Ella se fue alterando cada vez más, increpando a Symeon sin voz alguna, gritando cada vez más. Su rostro iba pasando del color verdemar habitual a un verde mucho más lívido, y la expresión era cada vez más aterradora; su aspecto fue cambiando hasta tomar el de una mujer madura. Las venas de su cuello se hincharon como cables, tal era la fuerza de sus gritos mudos. Y Symeon comenzó a sentir las punzadas de los millones de alfileres que ya le eran familiares, provocadas por Nirintalath. Las punzadas fueron en aumento, pero a pesar de ello consiguió levantar un escudo que amortiguó la oleada de dolor. Gracias a eso se salvó, pues el siguiente grito de Nirintalath vino acompañado de un estallido de pura agonía que el escudo de Symeon atenuó lo suficiente para que su yo onírico sobreviviera. Pero el escudo no le ayudaría ante un segundo estallido, así que decidió despertar sin más tardanza. Empapado en sudor, con ojeras de agotamiento y los ojos inyectados en sangre, con un dolor de cabeza palpitante, miró a Galad (quien como siempre lo había protegido parcialmente con uno de sus hechizos) y a los demás e hizo un ligero gesto de negación con la cabeza. Yuria se encogió de hombros:

 —Has hecho cuanto has podido, Symeon —dijo la ercestre—. Solamente nos queda esperar y confiar en que no suceda nada grave. Parece que Ilaith tomó la decisión correcta.

  —No obstante —contestó el errante, con la voz entrecortada de cansancio—, aunque Nirintalath no consiga contactar con nadie, su influencia en el Mundo Onírico debe de estar afectando a centenares de personas allá en Tarkal. No me hace ninguna gracia dejarlos a su suerte.

 —Así tendrá que ser por el momento, amigo —le consoló Galad—. No está en nuestras manos hacer más, confiemos en que lo que sea que haya hecho Ilaith tenga el efecto adecuado; ya intentaremos aplacar la furia del espíritu en mejores momentos.

Mientras en el exterior la tormenta iba amainando, todos intentaron descansar unas horas.

La mañana siguiente retomaron el viaje, sobrevolando las inmensas estepas llamadas Prados de Káikar, cuya extensión les conmovió. Horas después dejaban atrás el Gran Bosque Meltuano y traspasaban el río Meltuan, entrando en las Tierras Anexionadas. Unos cincuenta kilómetros más al norte acababa el bosque y avistaron una fortaleza coronando una colina. Según los cálculos de Yuria, debía de tratarse de la fortaleza de Tirëlen, y con preocupación transmitió que se debían de encontrar prácticamente en la línea de frente. Pocos segundos después sus palabras eran confirmadas; a los pies de la colina, más allá del linde del bosque, maniobraba un ejército. Una hueste de la Sombra compuesta por unos tres mil efectivos que de forma evidente que se aprestaba para un asedio.

Decidieron que era muy arriesgado descender allí, y que de hecho ya se habían expuesto demasiado a sí mismos, al Empíreo y a Somara, recordando la promesa que le habían hecho a lord Ginathân. Así que Yuria dio las órdenes para cambiar el rumbo y volver hasta el río Meltuan, que marcaba la frontera norte del Pacto.

Una vez llegados a la latitud del río, tomaron rumbo hacia el oeste, y no tardaron en avistar una nueva fortaleza, esta mucho más grande, que dominaba la parte sur de un enorme puente que cruzaba las aguas y que por su dimensión debía de ser un vestigio de las eras preimperiales1. Por los estandartes, la forma y la posición, Yuria identificó el colosal castillo como el llamado Meltuamâl ("refugio del Meltuan"). Se desplazaron unos cuantos kilómetros hacia el sur, y con ayuda de la lente ercestre pudieron ver cómo una legión se aproximaba hacia allí por la calzada de Arlaria. Descendieron y dejando en el dirigible a la tripulación, a Somara y a los maestros de la esgrima, llegaron a la población que se extendía al sur de la fortaleza por la misma calzada, que atravesaba el bosque.


Al pie de la muralla entablaron conversación con unos guardias (que como era habitual mostraron su sorpresa ante la presencia de un elfo de Doranna), preguntándoles por la situacion, y pocos minutos después llegaba un jinete ataviado con algún tipo de distintivo real. Los guardias le increparon, y a pesar de su fuerte acento Galad pudo entender casi toda la conversación:

 —Mensajero, ¿traes noticias del sur? ¿Llegarán pronto las cuatro legiones? —el jinete aminoró el paso del caballo y miró gravemente al guardia.

 —Me temo que desde el sur solamente llega una legión, sargento. Una revolución ha estallado allí, y parece que es tan grave que las tropas habrán de dedicarse a sofocarla antes de poder ayudarnos en el frente.

A continuación, el mensajero espoleó su montura y se dirigió al interior del castillo. El guardia soltó un improperio que Galad no consiguió entender. Por suerte, cuando pidieron paso libre y encontrarse con el general al mando, la presencia de Daradoth bastó para que los guardias accedieran y los condujeran a su presencia.

Ya cayendo la tarde, se encontraron con el general en la Sala de Guerra, donde toda la cúpula de la fortaleza acudió ante el reclamo de conocer a un elfo dorannio. Aquello resultaba ya fastidioso hasta para el henchido ego de Daradoth, que despachó las presentaciones de forma algo brusca. Acto seguido, presentando al elfo como un "observador", preguntaron por la situación en el frente. La información era descorazonadora, pues varias fortalezas se encontraban bajo asedio, y las tropas del Cónclave habían llegado hasta el propio río. Como una rúbrica a aquella información, Daradoth y Symeon empezaron a oír en el exterior una plétora de aullidos. Poco más tarde todos los presentes los escuchaban, en un silencio preocupado. Según les explicaron, hacía varias noches que sucedía aquello; los bosques de la ribera norte del río debían de haber sido tomados ya por la Sombra, que había traído lobos consigo. Varias de las partidas de exploradores no habían vuelto, de hecho.

 —Eso no son aullidos de lobos normales ni por asomo —dijo Yuria, con gesto sombrío. Su experiencia como exploradora en el ejército ercestre la había hecho encontrarse con lobos árticos muchísimas veces, y aquellos aullidos eran mucho más profundos y graves.

 —Así es —dijo el maestro de perreras, asintiendo—, ya había advertido que se trata de algo más grande y poderoso. Quizá huargos de la antigüedad, que el Enemigo ha conseguido conservar, o incluso algo peor.

Todos los presentes se miraron, genuinamente preocupados, algunos presa de escalofríos provocados por los espeluznantes aullidos.

—El caso —suspiró el general Egaldâth— es que esperábamos tres o cuatro legiones para proteger con solvencia la ribera del río, pero debido a los acontecimientos en el sur, de los que solo nos han llegado rumores, a corto plazo solo llegará una. Esperemos que la ayuda del Vigía sea suficiente en el ínterin.

Aprovechando la mencion al Vigía, el grupo preguntó al general dónde podrían encontrar a sus líderes. Egaldâth afirmó que más al este, en el bosque que se extendía entre el río y la fortaleza de Tirëlen, tenían muchos pueblos y puestos de guardia, pero que si lo que querían era encontrarse con la cúpula de su hermandad, lo mejor era que remontaran el curso del río hasta el llamado Valle del Exilio, donde el Vigía tenía su "sede central", por decirlo de alguna forma.

Pocas horas después, tras desear suerte al general y sus oficiales, partieron para dirigirse hacia el valle. Su partida se vio demorada durante un par de horas cuando Daradoth llamó la atención del resto del grupo sobre un punto en el cielo, que unos minutos más tarde identificó como una criatura voladora. Estaba demasiado distante para identificarla, pero el elfo aseguraba que no se trataba de uno de aquellos cuervos enormes llamados corvax, sino de algo distinto. Así que decidieron esperar hasta que la diminuta silueta hubo desaparecido hacia el norte, y partieron hacia el oeste.

Afortunadamente, el clima los respetó y tuvieron un viaje tranquilo remontando el curso del Meltuan. Sobrevolaron varias poblaciones y fortalezas, y un segundo puente tan enorme como el que partía de Meltuamân, y una jornada después llegaban a las primeras estribaciones de las Ádracen. Con las indicaciones del general no tardaron en identificar el lugar donde se encontraba el Valle del Exilio, protegido de miradas indiscretas desde el nivel del suelo por unas tupidas arboledas. Vieron cómo el valle estaba excelentemente protegido por varias torres  que se alzaban  en las elevaciones estratégicas.

Decidieron apostar el todo por el todo y descender en las colinas del sur, en un punto muerto; el capitán Suras dirigió el Empíreo con mano diestra y el grupo bajó rápidamente; el dirigible se elevaba de nuevo en un tiempo récord, pero los que quedaron en tierra pudieron ver cómo se acercaban desde la parte superior y de la parte inferior de la colina sendos grupos de elfos armados que corrían como el rayo. Varios de ellos no tardaron en rodearlos y apuntarles con sus largos arcos. Levantaron las manos, y Daradoth tomó la palabra, hablando en idioma irthion:

 —¡Paz, hermanos del Vigía! ¡No debéis temer nada de nosotros! ¡Mi nombre es Daradoth Ithaulgir, y vengo de Doranna para hablar de un asunto de extrema urgencia!

Varias voces se alzaron entre las líneas de elfos, y a pesar del fuerte acento, Daradoth consiguió entender algunas palabras ("traidores", "cobardes"...). Giró la cabeza y miró a sus compañeros de medio lado, diciendo:

 —Ammarië nos guarde... parece que los elfos de Doranna no son bienvenidos aquí...


Valle del Exilio


jueves, 7 de noviembre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 8

El Vigía. La frustración aumenta.
 Asesina del Vigía
El lobo hirió a Daradoth en la parte interior del muslo, pero afortunadamente pudo mantener el equilibrio lo suficiente para desviar la estocada del oponente que había aparecido de la nada y recibir una herida superficial en el hombro. El enemigo (a todas luces un elfo), vestido totalmente de negro y embozado de tal manera que solo dejaba al descubierto sus ojos, giró sobre sí mismo, preparando un segundo ataque. Daradoth gritó con toda la potencia que pudo, dando la voz de alarma. Apenas unos segundos después, sendos golpes le hicieron perder la consciencia y caer desplomado.

Symeon despertó, alertado por el escándalo en el pasillo. Se hizo con el bastón y corrió hacia la puerta. Cuando la abrió discretamente, vio cómo enfrente Taheem hacía lo mismo. Intercambiaron una mirada de reconocimiento, y mientras el vestalense salía como una exhalación para ayudar a Daradoth que caía inconsciente, Symeon vio hacia la otra dirección del pasillo cómo dos guardas aparecían y acto seguido, dos figuras embozadas y vestidas de negro se materializaban de la nada a sus espaldas y los abatían con unas largas espadas curvadas. El errante se quedó helado unos instantes, mientras oía cómo Taheem llegaba a luchar con alguien al otro lado del pasillo. Uno de los que habían abatido a los guardias se dio cuenta de que lo estaba observando, y en un brevísimo instante daba un salto sobrenatural como aquellos de los que era capaz Daradoth, llegando sin esfuerzo aparente a la altura de la puerta desde una distancia de doce metros. Por suerte, Symeon reaccionó a tiempo y cerró antes de que el asesino pudiera atacar.

Yuria despertó también, alertada por el cada vez más escandaloso ruido, y no tardó en empuñar su espada y una de sus pistolas. Al salir al pasillo, vio hacia la izquierda un par de guardias abatidos y la puerta del distribuidor abierta, y hacia la derecha a Taheem haciendo uso de todas sus destrezas en el baile de la esgrima, algo que siempre la impresionaba; el vestalense luchaba contra una grácil figura embozada ("¿¿¿un elfo???") y ¡un lobo! El animal intentaba rodear a su amigo mientras el asesino se movía como una pluma. Symeon y Faewald se unieron a ella a los pocos segundos. El presunto elfo los avistó y en ese momento decidió marcharse, con un salto sobrehumano hacia el final del pasillo. El lobo le siguió, soltando una última dentellada. Pero el intruso no contaba con el arma y la puntería de Yuria. Esta, llegando apresuradamente a la altura de un agotado Taheem, disparó su pistola ercestre, que probó su letalidad. La bala impactó en plena nuca del embozado, que cayó fulminado. El lobo dejó escapar un extraño lamento y siguió corriendo hacia una ventana, por donde saltó.

Apenas tuvieron tiempo de recuperarse, pues durante toda la escena no habían dejado de oirse ruidos procedentes del distribuidor y del ala donde se encontraban los aposentos de Ginathân y Somara. Galad apareció por fin en el pasillo (en realidad, había pasado poco más de un minuto) y se apresuró a atender a Daradoth, mientras los demás corrían hacia la otra parte de la casa.

Varios guardias muertos o malheridos alfombraban el suelo del camino hacia las habitaciones del duque y su corte. Siendo el más rápido, Symeon encabezaba el grupo que corría, al que se unieron varios guardias procedentes del piso inferior. Al acceder al pasillo noble, pudo ver que ante la puerta de las habitaciones de Ginathân se encontraba otro de los embozados acompañado por un lobo; cuando este hizo ademán de lanzar al lobo hacia Symeon, el resto de los acompañantes del errante irrumpieron en el pasillo; el extraño lo pensó dos veces y gritando unas palabras en un idioma desconocido (que más tarde identificarían como irthion1, una variante lejana del anridan1) recurrió a alguna habilidad sobrenatural y mientras se alejaba de ellos, se desvaneció junto con su lobo. Escasos segundos después Symeon entraba a las habitaciones de Ginathân seguido de cerca por Faewald y Yuria. En la antesala, uno de los embozados yacía muerto junto a dos guardias y un par de criados; ya desde el acceso a la alcoba pudieron ver cómo dos de los intrusos, un hombre y una mujer que se habían retirado los embozos para poder respirar, se enfrentaban a Ginathân y a uno de sus maestros de la esgrima, el llamado Astholân. El duque había recibido una herida de la mujer y tenía el brazo izquierdo inerte y cubierto de sangre, mientras Astholân ganaba terreno a su rival, sobrepasado por la danza de muerte del ástaro. Somara se encontraba horrorizada viendo la escena desde detrás de un escritorio, aparentemente ilesa.

Symeon lanzó su bastón contra la mujer, una bella elfa de bucles de pelo negro y ojos violeta, que se aprestaba a clavar su hoja curva en el estómago de Ginathân; el golpe hizo que ignorara por el momento al duque y se girase, justo en el momento en que Yuria asomaba por la puerta, pistola en ristre. Las dos mujeres se miraron y con un rápido movimiento la elfa lanzó un cuchillo hacia la ercestre a la vez que esta disparaba su arma.

Ninguna de las dos acertó.

Al instante siguiente, el elfo, agobiado por las figuras del maestro de esgrima, gritó algo a su compañera, y ambos se movieron a la velocidad del rayo para alcanzar la ventana y saltar en un fluido movimiento continuo. Todos corrieron a asomarse, pero los asesinos ya habían desaparecido en la oscuridad. Galad apareció un par de minutos después y atendió también a Ginathân, agotando casi toda su capacidad de canalización en el proceso.

El día siguiente intentaron encontrar algún rastro de la llegada y la salida de los intrusos, pero aunque encontraron algunas huellas, no pudieron seguirlas hasta ningún lugar concreto. Por la mañana, Ginathân los reunió junto a su consejo; tanto él como Daradoth mostraban una recuperación fuera de lo común, cosa que no habría sido posible sin la intervencion de Galad. Tras compatir un ágape pasaron a comentar los detalles del episodio nocturno.

 —Quiero daros las gracias a todos por vuestra ayuda. Y podemos sabernos afortunados de contar con vuestra presencia, maese Daradoth; gracias a vuestro grito de alarma los intrusos no pudieron llevar a cabo su misión —los ojos de Ginathân transmitían un sincero agradecimiento a todos.

 —Suscribo las palabras de mi esposo —añadió Somara—, y os quiero expresar también mi más sentido agradecimiento por haber salvado nuestra vida y la de nuestro retoño no nato.

Galad no pudo evitar añadir:

 —Agradeced también su ayuda a nuestro señor Emmán, mis señores, pues sin su guía haría largo tiempo que nos habríamos marchado de aquí —el paladín se persignó, haciendo el signo de la cruz, y los nobles lo imitaron.

Acto seguido, Ginathân expuso el temor que sentía, pues habían descubierto algo sobre los intrusos. Hizo un gesto y un sirviente le alargó una caja; en ella había dos medallones, que habían pertenecido a los elfos muertos. Ambos tenían forma de ojo, el Ojo del Vigía2. Ese nombre no decía gran cosa al grupo, excepto quizá a Daradoth y a Symeon, que recordaban ligeramente  haberlo oído mencionar en alguna ocasión. Ginathân les explicó que el Vigía era una especie de hermandad compuesta por elfos que habían quedado fuera de la reclusión en Doranna y que habían jurado proteger eternamente el continente de la amenaza de la Sombra. Para ello, se habían establecido en las tierras anexionadas al norte del río Maltuan y ejercían de guardianes y exploradores independientemente del Pacto de los Seis, aunque colaborando con ellos. Desde luego, sus habilidades eran muchas e impresionantes, y lo que había sucedido la noche anterior era una muestra de ello. Ginathân expresó su temor de que aquello no quedara en un simple hecho aislado, y que volvieran a repetir la intentona con un despliegue mayor de medios. Desde luego, si el Vigía había acudido allí era porque sus enemigos ya sabían del liderazgo del duque en la rebelión y habían sido instruidos para hacerlo.

 —Quizá mi hijo Ginalôr tenga algo que ver, pues durante la noche hemos sabido que otro grupo de intrusos pudo acceder a los calabozos y rescatarlo. —Todos se miraron, confundidos; Ginathân continuó—: Ginalôr es mi hijo mayor y el único que me queda con vida, y siempre se mostró, digamos... en desacuerdo con mi matrimonio con Somara. Nuestro nivel de enfrentamiento llegó a tal extremo que no tuvimos más remedio que encerrarlo en los calabozos junto con algunos de sus fieles —el duque hizo una pausa, pensativo—. Os pido disculpas por no haber mencionado esto antes, pero nunca vi la necesidad ni el momento.

La sinceridad en las palabras del noble les conmovió, y no tuvieron más remedio que aceptar sus disculpas. Acto seguido, se tomaron medidas para proteger puertas y ventanas, añadiendo campanillas y cascabeles que alertarían en caso de intrusos invisibles; se proveyó también a la guardia de puñados de harina que emplearían en caso de sospechar la presencia de intrusos con tal capacidad.
Los rastreos y las búsquedas en el Mundo Onírico de Symeon resultaron también infructuosos, así que no les quedó más remedio que construir defensas y protecciones y esperar unos días. Mientras el nerviosismo de Symeon iba en aumento por la cercanía de la fecha límite que le había dado Nirintalath,  Daradoth practicaba esgrima como ya era habitual con Taheem. El vestalense aprovechaba los entrenamientos para exponer al elfo sus dudas acerca de su presencia en aquel lugar:

 —Pienso sinceramente que deberíamos marcharnos, y Faewald me secunda. Ninguno de los dos bandos parece el correcto, y la Luz requiere de nosotros en otras partes. Y para colmo, parece que no avanzamos en ningún sentido en absoluto.

En cada una de estas ocasiones, Daradoth bajaba la mirada. En su fuero interno estaba totalmente de acuerdo con Taheem, pero entonces siempre acudía a su mente el rostro de Somara, y su olor, y su tacto. Y siempre acababa justificando su presencia allí haciendo referencia a las visiones de Galad y Symeon, y a la necesidad de dejar un Pacto fuerte, que sirviera como dique de contención contra la Sombra. E invariablemente, Taheem rebufaba y redoblaba sus esfuerzos en la danza, en una especie de castigo a su discípulo.

Galad volvió a pedir la inspiración de Emmán para soñar de nuevo con Ginathân y Somara. El sueño de intervención divina fue más o menos el mismo que la ocasión anterior, lo cual desesperó al grupo, pues quería decir que no habían anulado las amenazas a la pareja, como muy bien sospechaba el duque.

El día después del ataque, se envió un mensajero hacia el norte para contactar con alguna representación del Vigía e invitarlos a Arbanôr a parlamentar; era un largo trecho, y pasarían al menos diez días antes de tener alguna noticia al respecto. Pocas horas después llegaba un mensaje de la capital informando de que el rey Anerâk se había reunido en secreto con un grupo de elfos (que supusieron que formaban parte del Vigía).

Tres jornadas después llegaba una legión a las tierras de la mansión. Su comandante presentó los respetos de lord Nirithûn, uno de los aliados de Ginathân. El contingente estaba compuesto casi al cincuenta por ciento por soldados y leva, igual que el ejército de Ginathân, y prácticamente sin pausa se puso en marcha hacia Dársuma para coordinar su llegada con la de los Cuervos de Genhard. Pocas horas después Ginathân anunciaría su intención de ponerse al frente de las tropas reunidas en Arbanôr para acudir también a la capital en un plazo no superior a dos jornadas. Si su implicación en la rebelión no era ya un secreto, tendría que tomar el mando rápidamente antes de que los líderes de la plebe -sobre todo, Arkâros) llevaran la revuelta a un punto de no retorno.

Symeon, por su parte, aprovechó para estrechar lazos con los errantes de la caravana, siempre preocupado en el fondo de su mente por lo que fuera que Nirintalath pensara hacer en el Mundo Onírico. La penúltima noche antes del cumplimiento del ultimátum acudió a Tarkal, como hacía cada noche, para ver el estado el espíritu de dolor. Como siempre, Nirintalath se mostraba impasible y no respondía a sus palabras; pero esa noche Symeon fue especialmente insistente en que le hablara y le mirara como antes, y su vehemencia consiguió que la "joven" se girara hacia él y lo taladrara con sus ojos verdeoscuros. Un escalofrío recorrió la espalda del errante, pero se mantuvo firme en su petición. Nirintalath crispó el gesto y le habló.

Pero ningún sonido salió de su boca.

El espíritu con apariencia de muchacha miró a Symeon, y a sí misma, confundida. Intentó hablar de nuevo, con el mismo resultado. Ningún sonido salía de su garganta. Lo intentó una vez más, gritando, cada vez más frustrada, hasta que rayó en la desesperación; sus ojos se oscurecían rápidamente, y su piel por el contrario cada vez lucía un tono más claro. Pequeñas astillas comenzaron a clavarse en la piel de Symeon, que optó por despertar súbitamente cuando nirintalath se convirtió en una mujer madura y con armadura, e hizo ademán de gritar salvajemente. El errante despertó con el corazón desbocado, y no pudo sino pensar en las decenas de habitantes de Tarkal que debían de encontrarse manifestadas en el Mundo Onírico en el momento en que Nirintalath debía de haber estallado. Muertos en su sueño, sin duda.

Mientras tanto, esa misma noche, Galad pidió de nuevo la ayuda de Emmán para recibir visiones oníricas sobre el rey Anerâk. El paladín y alguno de sus compañeros estaban preocupados porque no habían comparado la importancia de un bando respecto al otro, así que esa noche soño.

Un atardecer. Un crepúsculo dorado y sereno.

Fue todo cuanto pudo recordar. La mañana siguiente compartiría con el grupo la sencilla ensoñación, que daba lugar a múltiples interpretaciones. ¿Era acaso la hora de que Anerâk dejara el poder? ¿O significaba el ocaso de la Aredia si el rey fracasaba? ¿Alguna otra cosa? Se revelaban más preguntas que respuestas. Esa misma mañana llegó un nuevo mensaje de la capital: informaba de que Anerâk había ordenado la retirada de tres legiones en el norte y media docena de barcos de guerra. También informaba del avistamiento de las legiones de los Cuervos, que se cernían ya sobre Dársuma.

Durante la reunión del grupo en la que trataron el sueño de Galad y la información sobre Nirintalath, Taheem y Faewald aprovecharon para transmitir sus preocupaciones y su desacuerdo con su permanencia indefinida en aquel lugar. El vestalense expresó ante todos lo que ya había discutido con Daradoth durante los entrenamientos, y Faewald insistió en que tenían pendiente una reunión muy importante con el marqués de Strawen, además de la necesidad de visitar Rheynald para comprobar qué tal iba todo por allí. Además pusieron una nueva cuestión sobre la mesa:

 —Si el rey muere —dijo Faewald—, ¿qué pasará? ¿Tendrá Ginathân el ascendiente necesario para controlar a la turba, o por el contrario Arkâros, Denârin y los demás demagogos provocarán una revolución desmedida? Si pasa esto último, el Pacto se debilitará, ¡o incluso desaparecerá!

Todos se mostraban de acuerdo y preocupados por aquellos puntos, pero las visiones de Galad seguían atándolos allí; pasaron a sopesar opciones para mover aquel conflicto a favor de un bando u otro. Incluso se llegaron a plantear utilizar el dirigible para extraer al rey Anerâk, pero en realidad, no sabían si aquello sería beneficioso o perjudicial para el devenir de los acontecimientos.

A mediodía, Ginathân se despedía de las gentes de Arbanôr. Al frente de su legión de soldados y leva, el duque ofrecía una visión magnífica embutido en su armadura, con el yelmo en forma de pegaso y con su capa azul con bordados de plata. Somara se quedaba en la mansión protegida por las tropas y los guardias restantes. El grupo debía afrontar una decisión rápida: ¿partir con Ginathân hacia la capital o quedarse allí protegiendo a la errante con sangre élfica?

viernes, 25 de octubre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 7

Los Cuervos de Genhard. Un lobo en la noche.
Esa noche Symeon protegió de la mejor manera que pudo el Mundo Onírico alrededor de la casa de Ginathân, la cual, como ya era habitual, aparecía representada en el entorno grisáceo como un castillo dorado que se alzaba hasta donde la vista no alcanzaba a vislumbrar. Alzó varias salvaguardas y alarmas para estar prevenidos en caso de presencias no deseadas en la realidad paralela.

Previamente esa misma tarde, el errante había tenido sendos encuentros con lord Ginathân, con su senescal y con Somara para que esta tomara a su servicio a su hermana Violetha. La señora de la casa se había mostrado entusiasmada con la idea, y le prometió que con ella su hermana estaría a salvo y bien. Así que en cuestión de pocas horas, Violetha se trasladaba al ala norte de la casa, donde le proporcionaron una habitación.

Genhard, comandante de
Los Cuervos de Genhard
No había despuntado todavía el sol cuando Ginathân convocó al grupo a su presencia con carácter de urgencia. Según les explicó, había dos legiones de mercenarios esperando sus órdenes en la frontera con la región libre de Melzâr. El cuerpo de guerreros a sueldo era de origen kairk y se hacía llamar Los Cuervos de Genhard, por el nombre de su comandante. En un alarde de sinceridad, el noble ástaro reconoció que los mercenarios habían sido conseguidos gracias a un acuerdo al que había llegado con un grupo de nobles del Imperio del Káikar a cambio de la devolución de las Tierras Libres, que el Pacto de los Seis les hizo desalojar en su momento. Daradoth torció el gesto, incrédulo ante el hecho de que una simple concesión territorial de tierras prácticamente deshabitadas bastara para que los nobles kairks acudieran en ayuda de Ginathân. Cuando expresó sus sospechas, el ástaro le explicó que el Káikar era un territorio muy extenso, muy heterogéneo, compuesto por cerca de una quincena de "reinos" (de ahí su nombre de Imperio) muy distintos unos de otros, y que no todos estaban de acuerdo con la política de la emperatriz Markadia. Los acontecimientos no permitían que fueran selectivos con toda la ayuda que pudieran conseguir, y aquello era lo mejor y lo más inmediato de lo que disponían. 

El caso es que Ginathân los necesitaba debido a su capacidad de desplazarse rápidamente gracias al dirigible. Necesitaba que se desplazaran hasta la frontera sureste (cosa que, a bordo del ingenio, no les llevaría más que unas pocas horas) y transmitieran una frase en clave para que las tropas se pusieran en marcha rápidamente. Sus jinetes tardarían un par de días, y no podía permitirse tal retraso; no cuando la legión del rey estaba a punto de llegar a la capital y posiblemente desencadenar una masacre que haría que todo se fuera aún más de las manos; quizá ya era demasiado tarde incluso para eso, pero debían intentarlo. En todo caso, necesitaban las tropas si querían resistir (o vencer) al ejército real.

Yuria, con la insistencia de Galad, aceptó llevar el mensaje de Ginathân a bordo del Empíreo; no obstante, aquella petición planteaba un nuevo problema. A bordo del dirigible viajaban también dos ástaros del distrito de Galmia: los capitanes Dûnethar y Cirantor. Altos oficiales del ejército del Pacto, era más que probable que se negaran a colaborar con el grupo en su apoyo a los rebeldes. Ellos mismos habían demostrado en los días anteriores su rechazo a la revolución de "los mestizos" y la traición de "los renegados". Tendrían que hablar con ellos, y si no quedaba más remedio, deberían separar sus caminos allí. Al llegar al campamento oculto al pie del dirigible, Daradoth pidió a sus compañeros que lo dejaran un momento a solas con los ástaros, y así lo hicieron. Dûnethar y Cirantor se fueron mostrando cada vez más consternados a medida que el elfo les explicaba la situación, y la decisión que habían tomado de colaborar con la facción levantisca. Les propuso un encuentro con Ginathân para intentar acercar posturas; Dûnethar, aunque con muchas reticencias, aceptó hacerle una visita, pero Cirantor se mostró frontalmente en contra y apenado por el giro que habían tomado los acontecimientos. Expresó su deseo de marcharse cuanto antes, aunque esperaría el retorno de su compañero para partir juntos (si es que deseaba marcharse tras la visita). Daradoth no pudo discutir su decisión, así que pocos minutos después se dirigía con Dûnethar hacia la casa solariega mientras el resto del grupo partía a bordo del Empíreo a llevar el mensaje al ejército mercenario. Antes de la partida, Galad y Symeon relataron las visiones que Emmán había inspirado al paladín y lo que había visto el errante en el Mundo Onírico, intentando convencer al ástaro de que permaneciera con ellos, pero este no dio su brazo a torcer, esgrimiendo unos argumentos que por otra parte eran bastante sólidos:

 —La ley es la ley, y nadie es quién para ignorarla y provocar una revolución; los cambios se deben discutir ante el Alto Consejo del Pacto o ante el Consejo Militar, y no provocando un estallido de violencia. Además, por muchas visiones reveladoras que hayáis tenido, el rey Anerâk ha enviado más de media docena de legiones para enfrentarse al Enemigo en el Norte, ¿qué ha hecho Ginathân sino clavarle un puñal por la espalda aprovechando su compromiso? Con el debido respeto, he de decir que me habéis decepcionado, me habéis decepcionado profundamente —ante esto, el grupo poco pudo discutir, y con las miradas bajas embarcaron en el dirigible.

De vuelta en la mansión, Daradoth y Dûnethar fueron recibidos sin tardanza por lord Ginathân. Pero ni el elfo ni el noble pudieron convencer al capitán de reconsiderar su posición. Este habló de los rumores de apertura de un portal, de la vuelta de ogros y trolls, y de las escaramuzas en las tierras anexionadas del norte del río Meltuan.

 —Parece que aquello quede muy lejos de aquí, mi señor —dijo con énfasis el capitán—, pero si continuáis con este cisma, muy pronto el Enemigo estará derribando vuestras puertas y Aredia perderá su mejor barrera contra la Sombra. Y todo por vuestro capricho de matrimonio, cuando no habría sucedido nada si hubierais sido discreto en vuestro romance —Daradoth suspiró y miró al suelo, incapaz de ignorar la verdad en las palabras de Dûnethar.

Estas últimas palabras provocaron que Ginathân tornara su gesto amable en un rictus de seriedad, e hicieron que la conversación llegara a su fin poco después. Somara intentó mediar en la discusión con palabras amables, y en un momento dado intentó tocar el hombro del capitán, ante lo cual Dûnethar se apartó bruscamente, pidiendo por favor que no le tocara.

Así, poco después y con gran tristeza, Dûnethar y Cirantor se despedían de Daradoth y marchaban hacia el norte con una mochila de provisiones y el equipo necesario para sobrevivir en el viaje.

Unas tres horas más tarde el Empíreo llegaba a la vista del ejército acampado en la frontera. "Una visión magnífica" —pensó Yuria, al ver a los mercenarios vestidos completamente de negro a la manera kairk, con el cuervo coronado bordado en hilo dorado sobre el pecho. Los astiles de las picas eran también negros con volutas doradas, e incluso las gualdrapas del regimiento de caballería lucían esos mismos colores y el escudo. El grupo no tuvo mayores dificultades para reunirse con el comandante Genhard cuando enseñaron el sello de Ginathân y dijeron las palabras clave. El comandante era un kairk duro, curtido en mil batallas, que en cuanto recibió el mensaje comenzó a rugir órdenes a sus edecanes. Prometió que pondría en cuestión de unas horas a sus legiones en movimiento a marchas forzadas hacia Dársuma, y calculaba que llegarían allí en un plazo de entre tres y cuatro días. Dándose por satisfechos, Yuria y los demás volvieron a Arbanôr, donde poco después Daradoth les informaba de la partida de sus compañeros ástaros con el consiguiente sentimiento de duda y aflicción.

Reunidos de nuevo, discutieron sobre el sueño sobrenatural que Galad había tenido hacía un par de noches y la representación de la casa de Ginathân en el Mundo Onírico referida por Symeon. Daradoth y el errante manifestaron sus sospechas de que aquel lugar pudiera ocultar algo parecido a lo que habían encontrado bajo la iglesia de Rheynald. Así que los siguientes días y noches el grupo pasaría buscando señales de aquello por toda la mansión, los calabozos y los alrededores. Y también en el Mundo Onírico. Sin embargo, a pesar del convencimiento de Galad de que en los tapices había alguna pista oculta, no tuvieron ningún éxito en su búsqueda.

Después de la infructuosa búsqueda, Daradoth se desplazó hasta la caravana de los Volodhri (los errantes, "buscadores" en élfico) para investigar sobre el pasado de Somara, todavía con la mosca detrás de la oreja sobre sus gestos, maneras y capacidades. No tardó en encontrarse con el pastor Zavran. Tras beber un par de tés y comer un par de pasteles (que a Daradoth afectaban poco dada su natural resistencia), Zavran le contó que la madre de Somara había muerto durante el parto, y que —ante los ojos abiertos como platos del elfo— había nacido en los tiempos en los que la caravana ¡se encontraba de viaje por Doranna! Zavran no supo decirle quién era el padre, pues la madre de ella nunca quiso decirlo, pero el dato revelado abría las posibilidades a que Somara tuviera efectivamente ascendencia élfica. "Esto quizá cambiaría la situación si pudiera ser demostrado" —pensó Daradoth.

Tras revelarle todo esto, en el rostro de Zavran se vislumbró el arrepentimiento. Rogó a Daradoth que no le dijera nada a Somara, pues ella no sabía nada, y efectivamente creía que Laugos, el miembro de la caravana que la había criado, era realmente su padre. Daradoth le prometió no revelar nada de lo dicho; "al menos de momento" —pensó para sí.

Symeon aún averiguó más detalles en una conversación posterior con Zavran: el anciano había recordado que Somara había nacido en la península norte de Tramartos después de una estancia más o menos larga de la caravana en Doranna. Las fechas coincidían, y sí que era posible que la muchacha tuviera sangre élfica. No obstante, también era posible que algo raro hubiera sucedido durante la estancia en la pobre tierra de Tramartos, pues circulaban multitud de rumores y habladurías sobre las capacidades de sus habitantes en lo referente a brujerías y rituales sirviendo a oscuros dioses del mar...

Los siguientes dos o tres días, mientras Symeon y Galad (cuando tenía algún rato libre) buscaban signos que revelaran la presencia de algo arcano o extremadamente antiguo en la casa, Yuria y el propio paladín acudían a las reuniones del consejo de Ginathân. Durante una de las reuniones, un sirviente dio paso a un mensajero procedente de la capital. Según contó el hombre, uno de los líderes del pueblo (al que parecían conocer bien), un tal Arkâros, estaba haciendo uso de su excelente oratoria para enardecer a la multitud y ya se habían producido las primeras matanzas y ensañamientos. Hacía tres días que el mensajero había partido de Dársuma, así que no sabía si las legiones de los Cuervos ni las de Anerâk habían llegado, pero transmitió una extrema preocupación por lo que estaba sucediendo en la capital a raíz de los tremendamente persuasivos discursos de Arkâros a la plebe.

Por su parte, Daradoth, que se había convencido de la inutilidad de la búsqueda que seguían llevando a cabo sus compañeros, pasó gran parte del tiempo de esas jornadas con Somara.

Y algo empezó a crecer dentro de él. Un sentimiento que solo había experimentado en el pasado por una persona. Un sentimiento reconfortante, que incluso reprimió la angustia que había sentido desde que había sido poseído por el desconocido servidor de la Sombra en Eskatha. Cuando se dio cuenta de lo que sentía, trató de alejarse de la errante, pero ya le fue imposible; era más fuerte que él, y la compañía de Somara se le hacía cada vez más necesaria; ¿acaso era aquello una traición a Ethëilë? Si lo era, encontraría la manera de hacer acto de contrición, pero la dulzura de Somara, su tacto, su olor, era algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar fácilmente...pero en el fondo de su corazón, sabía que tarde o temprano debería alejarse de ella, y eso lo entristeció.

Nuevos mensajeros llegaron informando de la llegada de la legión de Ginathân a Dársuma y varias masacres llevadas a cabo por ambos bandos. La situación en la capital se estaba haciendo insostenible, y no sabían si los Cuervos iban a mejorarla o todo lo contrario. Informaron también que seis busques de guerra habían bloqueado el puerto y se encontraban bombardeando la ciudadela con sus catapultas.

En el Mundo Onírico, Symeon siguió sin detectar ningún intruso ni nada extraño, y las visitas a Nirintalath cada vez eran más breves, pues el espíritu ni se dignaba a dirigirle palabra, y cuando levantaba la mirada hacia él era solo para causarle un dolor insoportable.

Galad pidió de nuevo a Emmán su inspiración divina para soñar con los padres de Somara.

Vio a dos errantes cogidos de la mano, cada vez más distantes uno de otro, cada vez sus brazos más extendidos y sus cuerpos más alejados, cada vez más tristes hasta derramar lágrimas. Finalmente, aunque se resistieron, no tuvieron más remedio que soltar sus manos; en ese momento, ella miró hacia arriba, donde podía ver una luz dorada, una luz dorada que la envolvió por completo, mientras ella se protegía los ojos del fulgor. Unos cortes como cuchilladas rasgaron la propia escena, unos cortes que desparramaron oscuridad por doquier y, como una bruma, borraron cualquier rastro de visibilidad. De la bruma oscura apareció una figura: sin duda el padre adoptivo de Somara, que llevaba un bebé lloroso en brazos.

Mientras Galad soñaba, Daradoth, que se encontraba leyendo el volumen De los Caminos del Cuerpo que había tomado prestado de la Gran Biblioteca, sintió cómo se le erizaba el vello de la nuca. Poder. Alguien estaba usando el poder muy cerca de donde él se encontraba. Se levantó al punto, sacando la espada de su vaina con un grácil movimiento y dirigiéndose con apenas un par de silenciosas zancadas a la puerta de su habitación. La abrió despacio, y salió al pasillo tenuemente iluminado por unos candelabros. La sensación se hizo más intensa, mucho más. "Está aquí, está aquí —pensó—; si no los veo ahora mismo es porque están ocultos en las sombras". En ese momento escuchó un susurro, una palabra, que reconoció.

 —Sarilkän —el acento era extraño, pero pudo reconocer la palabra "ataca" en idioma Anridan, ¡el idioma común de los elfos!

Justo cuando iba a dar un grito de alarma para alertar a sus amigos, el rostro de un lobo se materializaba en el aire a pocos centímetros de él, en pleno salto para alcanzar su yugular, y mientras se echaba instintivamente hacia atras, veía el fulgor de una hoja de espada saliendo de la nada en un arco directo a su cabeza...


viernes, 11 de octubre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 6

Lord Ginathân y Somara
Yuria y Taheem se mostraron vehementes respecto a que no deberían marcharse de allí sin más. Si, como alguien había expresado en voz alta, Somara estaba poseída por un kalorion o un apóstol como lo había sido lady Sarahid en el Imperio Vestalense, deberían hacer todo lo posible por averiguarlo; además, era posible que en tal caso lord Ginathân estuviera bajo su influjo y seguramente ellos podrían ayudarlo. Y por otra parte, ¿qué apoyos tenía? ¿Iban a dejar que miles de inocentes fueran a la guerra engañados por la Sombra? ¿Incluyendo una nutrida caravana de los errantes?

Lord Ginathân Elyoras
El resto del grupo no pudo sino ceder a los argumentos de la ercestre y el vestalense. Así, un par de horas después, Symeon, Daradoth, Galad y Yuria se dirigían hacia la puerta sur de la hacienda de Ginathân rodeando la caravana de errantes y atravesando uno de los puentes que cruzaba el río.

Los gritos se oían por doquier al norte del río, donde en los llanos entre la casa solariega y el río, varios grupos de soldados adiestraban a sendos contingentes de nuevos reclutas. Delante del muro de la propiedad del lord se habían levantado dos líneas de fortificaciones de madera; en el acceso de la primera de ellas, cuatro guardias —dos ástaros y dos comunes— salieron al encuentro del grupo. En ese momento, Daradoth decidió dejarse ver como lo que era, un elfo de Doranna. Con Galad presentándolo y haciendo las veces de traductor (pues Daradoth desconocía el idioma Lândalo), los rostros de los guardias mostraron en breves momentos signos de reconocimiento, y tres de ellos hincaron al punto una rodilla en tierra, presentando sus respetos a tan inesperado visitante. Por supuesto, los dejaron pasar sin más problemas.

Unos cincuenta metros más adelante llegaron a la puerta sur del muro que delimitaba la propiedad de Ginathân. De nuevo cuatro guardias les dieron el alto. Y se miraron cuando reconocieron la naturaleza de Daradoth. Esta vez solo uno de ellos realizó una genuflexión, pero fue suficiente. Él y otro de sus compañeros acompañaron al grupo al interior de la finca y los condujeron hacia la casa solariega, varios centenares de metros más allá. Dentro de la propiedad, que se extendía sobre varias hectáreas de terreno, pudieron ver campos de cultivo y diferentes animales pastando. Casas del servicio, barracones y almacenes se alzaban a lo lejos.

No obstante, lo que más les llamó la atención fue la presencia de dos templos, uno a cada lado de la casa principal. La imaginería y la simbología presente en ellos dejaban pocas dudas sobre a quién estaban dedicados ante los conocimientos religiosos de Galad y Symeon. El templo de la derecha, situado al sur de la casa, estaba dedicado a Valdene —en el Pacto llamada Cimandur—, la avatar de la fertilidad y el renacimiento. Y el templo de la izquierda, más al norte, se dedicaba sin ningún género de dudas al culto a Emmán —Viressar para los Páctiros—. De hecho, mientras se acercaban al edificio principal, Galad pudo oir cánticos procedentes de allí, declamados en Alto Lândalo, que apenas podía entender. Pero la sensación del paladín era clara: Emmán escuchaba a los allí congregados, y si era así, estos eran servidores de la Luz. Galad compartió esta información con sus compañeros, que no supieron si aquello debía aliviarles o inquietarles un poco más.

El pueblo de Arbanôr y la hacienda de lord Ginathân


Llegaron por fin a la gran mansión de Ginathân, cuya puerta estaba custodiada por dos guardias. Daradoth rebulló inquieto cuando reconoció en la empuñadura de sus espadas sendas runas falmor engarzadas en bronce. Nada menos que dos ástaros maestros de la esgrima guardando la casa del lord... aquello era remarcable, y haría que cualquiera se planteara dos veces entrar allí por la fuerza. Excepto Daradoth, el resto del grupo fue obligado a dejar sus armas y así pudieron acceder al interior.

Tuvieron que esperar cerca de media hora en una sala habilitada a tal efecto mientras alguien avisaba a lord Ginathân de la presencia del grupo allí y se realizaban los arreglos para su recepción. En ese tiempo, no menos de siete ástaros aparecieron para saludar educadamente a Daradoth e interesarse brevemente por la situación en Doranna y su presencia allí. Este intentó a duras penas ser amable con todos y procurar hacerse querer. Hasta que un sirviente los condujo a presencia de lord Ginathân. Atravesaron un amplio corredor con tapices que representaban la historia de la antigua Lândalor, y subieron las monumentales escaleras que conducían al piso superior. Cuando llegaron arriba, dos excelsos tapices les llamaron la atención, uno a cada lado del vestíbulo al que llegaban las escaleras. A la derecha, una figura humanoide, pero no reconocible como humana ni como elfa, que brillaba con luz dorada y daba su bendición a varios adoradores sobre un fondo de árboles frutales; se trataba, sin lugar a dudas, de una representación de Valdene. Y a la izquierda, una figura masculina, con los mismos rasgos enigmáticos que la mujer, tocada con una corona plateada, la mirada elevada a los cielos y empuñando una espada, que Galad reconoció como aquella que había empuñado en Tarkal y que le había hecho sentir tan cerca de su dios. Sin duda, aquel tapiz representaba a Emmán, y la espada era la llamada Églaras; el corazón del paladín se hinchió de gozo y esperanza.

Somara la errante
La mansión no contaba con nada parecido a una sala del trono, así que fueron conducidos a una especie de sala de reuniones más o menos grande, que se había habilitado como sala de guerra. Allí les recibieron media docena de personas además de lord Ginathân, un maduro y carismático ástaro de alta cuna, cabello salpicado de gris y elegantes ropajes, y Somara, su esposa errante. Ginathân saludó a los llegados afablemente y se mostró extremadamente educado en todo momento. Sobre todo con Daradoth, evidentemente. Galad no resultaba menos impresionante con su físico poderoso y el brillo de sus ojos, y su traducción era la única vía  de comunicación; Ginathân poseía unos conocimientos básicos de Anridan, pero no los suficientes para mantener una conversación fluida. Pocos instantes más tarde les presentaba con brillo en los ojos a su reciente esposa, Somara del pueblo errante. "En verdad entiendo que el corazón de este hombre haya sido raptado por esta muchacha" pensó Daradoth. Tal era la gracia que destilaban los movimientos de Somara, la vaporosidad de su cabello, el brillo de sus ojos y el candor de su rostro, que a nadie le habría extrañado que sangre élfica corriera por sus venas. Saludó con una sonrisa a cada uno de los cuatro visitantes, que se descubrieron pocos segundos más tarde con la mente ausente, fija solo en la muchacha. Fue cuestión de solo unos momentos que se apercibieran del incipiente embarazo que lucía Somara, hecho que fue confirmado por Ginathân unos minutos después.

Una vez que todos hubieron tomado asiento y Daradoth hubo esquivado las pertinentes preguntas respecto a Doranna y su presencia allí, pasó a relatar la historia que el grupo había acordado previamente: el elfo era un agente enviado por los reyes dorannios para investigar la situación en el Pacto de los Seis y recabar información para una posible vuelta continental de los elfos. Ginathân se mostró interesado, pero a la vez consternado, y le habló de la historia que ya conocían: su compromiso con Somara, su enfrentamiento con el Consejo de Pureza y, finalmente, el alzamiento que había provocado aprovechando la amenaza en el norte. En todo momento, el noble se mostró compungido y preocupado por lo que había hecho; les aseguró que había intentado llegar a un acuerdo negociado, pero el rey Anerâk era una persona inflexible, y mucho más el resto de miembros del Consejo de Pureza. Así que no había tenido más remedio que hacer uso de sus influencias y el descontento general para hacer estallar el conflicto. No pretendía más que forzar al rey a aceptar sus términos, pero, según les dijo contestando a una larga serie de preguntas, la revolución había prendido su mecha tambíen en al menos dos Distritos más (Hétera y Arlaria) y temía que era demasiado tarde para detenerla sin que, o bien fuera aplastada con puño de hierro, o bien consiguieran grandes cambios en la política y la sociedad del Pacto.

Ginathân parecía sincero en su pesar, y también parecía sinceramente enamorado de Somara. Era posible que estuviera bajo la influencia de algún agente de la Sombra, pero la mayoría del grupo ya no lo creía. Galad, que en campo abierto sí que había descubierto con la ayuda de la inspiración de Emmán algunos enemigos de su fe (algo que no se salía de lo normal), ahora no era capaz de detectar ninguno en la sala, lo que le tranquilizó aún más.

La cena fue bastante frugal, como correspondía a una cocina de tiempos de guerra, y por la que Ginathân pidió disculpas. Tras la cena, Symeon se las arregló para hacer un aparte con Somara; lejos de conseguir lo que quería, cuando ella le reveló que procedía de una de las caravanas de errantes que habían sido arrasadas en el imperio vestalense, él no tuvo más remedio que sincerarse y sacar entre lágrimas la culpa que le carcomía desde aquellos tiempos. Ella tornó su gesto en comprensión, y mirándolo con aquellos grandes y bellísimos ojos, lo tocó en el hombro, intentando darle consuelo. Symeon sintió como un calor crecía en su interior, desde su hombro a todo su ser, expulsando los malos pensamientos al calor de una luz sobrenatural. Sus lágrimas cesaron y su culpa cedió paso a la aceptación. Tras unos momentos de llanto silencioso, miró a Somara, que le sonreía, y le dio las gracias. El resto del grupo se dio cuenta de lo que sucedía, pero respetó la privacidad de Symeon (y aprovechó para distraer la atención del resto de reunidos).

Tras retirarse a los aposentos que les habían sido habilitados, el grupo se entregó a una larga discusión, pues lord Ginathân no era ni de lejos tal y como habían pensado antes de conocerlo. Ni tampoco Somara. Y los cultos a Emmán y Valdene sumaban puntos a favor.

Galad decidió acercarse al templo de Emmán. Este era de un estilo muy diferente al que estaba acostumbrado, lucía una imaginería más antigua, más... arcaica. No se le ocurría otra palabra. Desde luego, dudaba mucho que aquel templo tuviera menos de 412 años, que era el tiempo transcurrido desde el nacimiento de Emmán. Si era así, quería decir que su dios había tenido una encarnación anterior; lo que confirmaba todo lo que Daradoth les había explicado sobre los avatares. Galad se encogió de hombros y entró en el templo, donde se estaban celebrando las oraciones vespertinas; asistió a su conclusión con un silencio respetuoso. Después, se encontró con el clérigo que había oficiado la ceremonia, el padre Ayrar. Le preguntó acerca del tapiz de Viressar que colgaba en la mansión del duque. El clérigo, que se alegró de encontrarse con un ástaro extranjero que ostentaba el cargo de paladín de su dios, le confirmó que el tapiz procedía "del tiempo anterior a la caída". Debía de referirse a la caída de Lândalor, la tierra que los ástaros habían colonizado en otros tiempos más allá del océano. También le reveló que la espada que empuñaba Emmán en aquella representación era la llamada Églaras, la representación del Arcángel Primero de Emmán, que se decía que aparecía siempre en tiempos de necesidad para el avatar del Honor y los Altos Valores. Galad se sobrecogió ante la revelación: ¿Églaras era la representación física de un Arcángel? Y había hablado en su mente, diciéndole que era él el elegido; apenas pudo contener las lágrimas en sus ojos.

Galad también preguntó a Ayrar sobre posibles textos antiguos donde pudiera consultar información, y el clérigo le habló del Gran Templo de Narbaronn, en el centro del Pacto de los Seis, donde los cultos de todos los avatares tenían su templo principal y existía una biblioteca que quizá albergara lo que buscaba.

Ya entrada la noche, Symeon entró al mundo onírico. Allí pudo ver que la casa de Ginathân se representaba como un enorme castillo dorado que se alzaba hacia los cielos. Y aparte de las ocasionales visitas de los dormidos a aquella realidad, poco más.

Por su parte, Galad oró antes de dormir, pidiendo la inspiración de Emmán para su sueño. Manifestó su deseo de soñar con Somara y su futuro. Y Emmán le escuchó, y le envió sus visiones.

Somara, la grácil Somara, estaba envuelta en una luz dorada y rodeada de niños que la seguían y que reían con unas risas límpidas, cristalinas, reconfortantes. Ginathân apareció y abrazó a su esposa, que lucía ya un embarazo abultado y avanzado. A continuación, Galad se vio a sí mismo alejándose de la casa, volviendo a no sabía muy bien dónde, y acompañado de Yuria, Symeon y Daradoth (o eso supuso, porque sólo sentía sus presencias); de repente, el cielo se tiñó de un rojo sangre intenso, y un grito desgarrador que provenía de la casa conmovió su alma. Corrió de nuevo hacia la mansión durante lo que le pareció una eternidad; agotado, traspasó las puertas sin oposición y entró. Ante la mirada del tapiz de Emmán se erizó el vello de Galad, horrorizado ante lo que veía: la corte de Ginathân al completo había sido asesinada, y la cabeza del propio lord había sido cercenada; Somara estaba abrazada a su cadáver, desangrada ya sin vida, y con una herida que sin duda debía de haber acabado con la vida de su hijo no nato.

Galad despertó con ganas de vomitar, y no tardó en compartir sus visiones con el resto del grupo. Expresó su temor a marcharse de la casa; si lo hacían, no estaba seguro de que se cumpliera su sueño a rajatabla, pero algo malo sucedería con seguridad. No podrían marcharse a mediodía como habían previsto la jornada anterior.

Decidieron que deberían desandar los pasos dados en Dársuma y ayudar al duque. Después del desayuno, se dirigieron a hablar con él. Lo encontraron en la sala de guerra, dictando cartas y leyendo despachos, y se sinceraron. Le contaron que habían estado antes en la capital, habían hablado con el rey y habían ayudado a avisar a su ejército para que volviera lo antes posible a la ciudad. Le explicaron la situación en la Región del Pacto y el verdadero motivo por el que se encontraban allí, que no era sino entregar la carta del capitán Phâlzigar. El rostro de Ginathân mostró el atisbo de una sonrisa, y se recostó contra el respaldo.

 —No sabéis la alegría que me dais, pues ya iba a ordenar vuestra detención —alargó el brazo y entregó a Galad el papel que estaba leyendo. Era una nota procedente de Darsuma donde le informaban de la reunión que había mantenido un elfo, un ástaro ercestre, un errante y otros acompañantes con el rey Anerâk.

Ginathân cogió la carta, la arrugó y la desechó, y acto seguido estrechó las manos del grupo, agradeciéndoles su sinceridad. Cuando estos le informaron de que el ejército de Darsia debía de estar a punto de llegar a la ciudad, dio las órdenes pertinentes para informar a sus hombres allí. Además, el grupo expresó su deseo de concertar una reunión entre el duque y el rey, con la presencia de Somara. Ginathân no se mostró nada convencido con la idea, pues el rey era intransigente al extremo, pero aquel era un punto que "no deberían descartar".