Asesina del Vigía |
Symeon despertó, alertado por el escándalo en el pasillo. Se hizo con el bastón y corrió hacia la puerta. Cuando la abrió discretamente, vio cómo enfrente Taheem hacía lo mismo. Intercambiaron una mirada de reconocimiento, y mientras el vestalense salía como una exhalación para ayudar a Daradoth que caía inconsciente, Symeon vio hacia la otra dirección del pasillo cómo dos guardas aparecían y acto seguido, dos figuras embozadas y vestidas de negro se materializaban de la nada a sus espaldas y los abatían con unas largas espadas curvadas. El errante se quedó helado unos instantes, mientras oía cómo Taheem llegaba a luchar con alguien al otro lado del pasillo. Uno de los que habían abatido a los guardias se dio cuenta de que lo estaba observando, y en un brevísimo instante daba un salto sobrenatural como aquellos de los que era capaz Daradoth, llegando sin esfuerzo aparente a la altura de la puerta desde una distancia de doce metros. Por suerte, Symeon reaccionó a tiempo y cerró antes de que el asesino pudiera atacar.
Yuria despertó también, alertada por el cada vez más escandaloso ruido, y no tardó en empuñar su espada y una de sus pistolas. Al salir al pasillo, vio hacia la izquierda un par de guardias abatidos y la puerta del distribuidor abierta, y hacia la derecha a Taheem haciendo uso de todas sus destrezas en el baile de la esgrima, algo que siempre la impresionaba; el vestalense luchaba contra una grácil figura embozada ("¿¿¿un elfo???") y ¡un lobo! El animal intentaba rodear a su amigo mientras el asesino se movía como una pluma. Symeon y Faewald se unieron a ella a los pocos segundos. El presunto elfo los avistó y en ese momento decidió marcharse, con un salto sobrehumano hacia el final del pasillo. El lobo le siguió, soltando una última dentellada. Pero el intruso no contaba con el arma y la puntería de Yuria. Esta, llegando apresuradamente a la altura de un agotado Taheem, disparó su pistola ercestre, que probó su letalidad. La bala impactó en plena nuca del embozado, que cayó fulminado. El lobo dejó escapar un extraño lamento y siguió corriendo hacia una ventana, por donde saltó.
Apenas tuvieron tiempo de recuperarse, pues durante toda la escena no habían dejado de oirse ruidos procedentes del distribuidor y del ala donde se encontraban los aposentos de Ginathân y Somara. Galad apareció por fin en el pasillo (en realidad, había pasado poco más de un minuto) y se apresuró a atender a Daradoth, mientras los demás corrían hacia la otra parte de la casa.
Varios guardias muertos o malheridos alfombraban el suelo del camino hacia las habitaciones del duque y su corte. Siendo el más rápido, Symeon encabezaba el grupo que corría, al que se unieron varios guardias procedentes del piso inferior. Al acceder al pasillo noble, pudo ver que ante la puerta de las habitaciones de Ginathân se encontraba otro de los embozados acompañado por un lobo; cuando este hizo ademán de lanzar al lobo hacia Symeon, el resto de los acompañantes del errante irrumpieron en el pasillo; el extraño lo pensó dos veces y gritando unas palabras en un idioma desconocido (que más tarde identificarían como irthion1, una variante lejana del anridan1) recurrió a alguna habilidad sobrenatural y mientras se alejaba de ellos, se desvaneció junto con su lobo. Escasos segundos después Symeon entraba a las habitaciones de Ginathân seguido de cerca por Faewald y Yuria. En la antesala, uno de los embozados yacía muerto junto a dos guardias y un par de criados; ya desde el acceso a la alcoba pudieron ver cómo dos de los intrusos, un hombre y una mujer que se habían retirado los embozos para poder respirar, se enfrentaban a Ginathân y a uno de sus maestros de la esgrima, el llamado Astholân. El duque había recibido una herida de la mujer y tenía el brazo izquierdo inerte y cubierto de sangre, mientras Astholân ganaba terreno a su rival, sobrepasado por la danza de muerte del ástaro. Somara se encontraba horrorizada viendo la escena desde detrás de un escritorio, aparentemente ilesa.
Symeon lanzó su bastón contra la mujer, una bella elfa de bucles de pelo negro y ojos violeta, que se aprestaba a clavar su hoja curva en el estómago de Ginathân; el golpe hizo que ignorara por el momento al duque y se girase, justo en el momento en que Yuria asomaba por la puerta, pistola en ristre. Las dos mujeres se miraron y con un rápido movimiento la elfa lanzó un cuchillo hacia la ercestre a la vez que esta disparaba su arma.
Ninguna de las dos acertó.
Al instante siguiente, el elfo, agobiado por las figuras del maestro de esgrima, gritó algo a su compañera, y ambos se movieron a la velocidad del rayo para alcanzar la ventana y saltar en un fluido movimiento continuo. Todos corrieron a asomarse, pero los asesinos ya habían desaparecido en la oscuridad. Galad apareció un par de minutos después y atendió también a Ginathân, agotando casi toda su capacidad de canalización en el proceso.
El día siguiente intentaron encontrar algún rastro de la llegada y la salida de los intrusos, pero aunque encontraron algunas huellas, no pudieron seguirlas hasta ningún lugar concreto. Por la mañana, Ginathân los reunió junto a su consejo; tanto él como Daradoth mostraban una recuperación fuera de lo común, cosa que no habría sido posible sin la intervencion de Galad. Tras compatir un ágape pasaron a comentar los detalles del episodio nocturno.
—Quiero daros las gracias a todos por vuestra ayuda. Y podemos sabernos afortunados de contar con vuestra presencia, maese Daradoth; gracias a vuestro grito de alarma los intrusos no pudieron llevar a cabo su misión —los ojos de Ginathân transmitían un sincero agradecimiento a todos.
—Suscribo las palabras de mi esposo —añadió Somara—, y os quiero expresar también mi más sentido agradecimiento por haber salvado nuestra vida y la de nuestro retoño no nato.
Galad no pudo evitar añadir:
—Agradeced también su ayuda a nuestro señor Emmán, mis señores, pues sin su guía haría largo tiempo que nos habríamos marchado de aquí —el paladín se persignó, haciendo el signo de la cruz, y los nobles lo imitaron.
Acto seguido, Ginathân expuso el temor que sentía, pues habían descubierto algo sobre los intrusos. Hizo un gesto y un sirviente le alargó una caja; en ella había dos medallones, que habían pertenecido a los elfos muertos. Ambos tenían forma de ojo, el Ojo del Vigía2. Ese nombre no decía gran cosa al grupo, excepto quizá a Daradoth y a Symeon, que recordaban ligeramente haberlo oído mencionar en alguna ocasión. Ginathân les explicó que el Vigía era una especie de hermandad compuesta por elfos que habían quedado fuera de la reclusión en Doranna y que habían jurado proteger eternamente el continente de la amenaza de la Sombra. Para ello, se habían establecido en las tierras anexionadas al norte del río Maltuan y ejercían de guardianes y exploradores independientemente del Pacto de los Seis, aunque colaborando con ellos. Desde luego, sus habilidades eran muchas e impresionantes, y lo que había sucedido la noche anterior era una muestra de ello. Ginathân expresó su temor de que aquello no quedara en un simple hecho aislado, y que volvieran a repetir la intentona con un despliegue mayor de medios. Desde luego, si el Vigía había acudido allí era porque sus enemigos ya sabían del liderazgo del duque en la rebelión y habían sido instruidos para hacerlo.
—Quizá mi hijo Ginalôr tenga algo que ver, pues durante la noche hemos sabido que otro grupo de intrusos pudo acceder a los calabozos y rescatarlo. —Todos se miraron, confundidos; Ginathân continuó—: Ginalôr es mi hijo mayor y el único que me queda con vida, y siempre se mostró, digamos... en desacuerdo con mi matrimonio con Somara. Nuestro nivel de enfrentamiento llegó a tal extremo que no tuvimos más remedio que encerrarlo en los calabozos junto con algunos de sus fieles —el duque hizo una pausa, pensativo—. Os pido disculpas por no haber mencionado esto antes, pero nunca vi la necesidad ni el momento.
La sinceridad en las palabras del noble les conmovió, y no tuvieron más remedio que aceptar sus disculpas. Acto seguido, se tomaron medidas para proteger puertas y ventanas, añadiendo campanillas y cascabeles que alertarían en caso de intrusos invisibles; se proveyó también a la guardia de puñados de harina que emplearían en caso de sospechar la presencia de intrusos con tal capacidad.
—Quizá mi hijo Ginalôr tenga algo que ver, pues durante la noche hemos sabido que otro grupo de intrusos pudo acceder a los calabozos y rescatarlo. —Todos se miraron, confundidos; Ginathân continuó—: Ginalôr es mi hijo mayor y el único que me queda con vida, y siempre se mostró, digamos... en desacuerdo con mi matrimonio con Somara. Nuestro nivel de enfrentamiento llegó a tal extremo que no tuvimos más remedio que encerrarlo en los calabozos junto con algunos de sus fieles —el duque hizo una pausa, pensativo—. Os pido disculpas por no haber mencionado esto antes, pero nunca vi la necesidad ni el momento.
La sinceridad en las palabras del noble les conmovió, y no tuvieron más remedio que aceptar sus disculpas. Acto seguido, se tomaron medidas para proteger puertas y ventanas, añadiendo campanillas y cascabeles que alertarían en caso de intrusos invisibles; se proveyó también a la guardia de puñados de harina que emplearían en caso de sospechar la presencia de intrusos con tal capacidad.
Los rastreos y las búsquedas en el Mundo Onírico de Symeon resultaron también infructuosos, así que no les quedó más remedio que construir defensas y protecciones y esperar unos días. Mientras el nerviosismo de Symeon iba en aumento por la cercanía de la fecha límite que le había dado Nirintalath, Daradoth practicaba esgrima como ya era habitual con Taheem. El vestalense aprovechaba los entrenamientos para exponer al elfo sus dudas acerca de su presencia en aquel lugar:
—Pienso sinceramente que deberíamos marcharnos, y Faewald me secunda. Ninguno de los dos bandos parece el correcto, y la Luz requiere de nosotros en otras partes. Y para colmo, parece que no avanzamos en ningún sentido en absoluto.
En cada una de estas ocasiones, Daradoth bajaba la mirada. En su fuero interno estaba totalmente de acuerdo con Taheem, pero entonces siempre acudía a su mente el rostro de Somara, y su olor, y su tacto. Y siempre acababa justificando su presencia allí haciendo referencia a las visiones de Galad y Symeon, y a la necesidad de dejar un Pacto fuerte, que sirviera como dique de contención contra la Sombra. E invariablemente, Taheem rebufaba y redoblaba sus esfuerzos en la danza, en una especie de castigo a su discípulo.
Galad volvió a pedir la inspiración de Emmán para soñar de nuevo con Ginathân y Somara. El sueño de intervención divina fue más o menos el mismo que la ocasión anterior, lo cual desesperó al grupo, pues quería decir que no habían anulado las amenazas a la pareja, como muy bien sospechaba el duque.
El día después del ataque, se envió un mensajero hacia el norte para contactar con alguna representación del Vigía e invitarlos a Arbanôr a parlamentar; era un largo trecho, y pasarían al menos diez días antes de tener alguna noticia al respecto. Pocas horas después llegaba un mensaje de la capital informando de que el rey Anerâk se había reunido en secreto con un grupo de elfos (que supusieron que formaban parte del Vigía).
Tres jornadas después llegaba una legión a las tierras de la mansión. Su comandante presentó los respetos de lord Nirithûn, uno de los aliados de Ginathân. El contingente estaba compuesto casi al cincuenta por ciento por soldados y leva, igual que el ejército de Ginathân, y prácticamente sin pausa se puso en marcha hacia Dársuma para coordinar su llegada con la de los Cuervos de Genhard. Pocas horas después Ginathân anunciaría su intención de ponerse al frente de las tropas reunidas en Arbanôr para acudir también a la capital en un plazo no superior a dos jornadas. Si su implicación en la rebelión no era ya un secreto, tendría que tomar el mando rápidamente antes de que los líderes de la plebe -sobre todo, Arkâros) llevaran la revuelta a un punto de no retorno.
Symeon, por su parte, aprovechó para estrechar lazos con los errantes de la caravana, siempre preocupado en el fondo de su mente por lo que fuera que Nirintalath pensara hacer en el Mundo Onírico. La penúltima noche antes del cumplimiento del ultimátum acudió a Tarkal, como hacía cada noche, para ver el estado el espíritu de dolor. Como siempre, Nirintalath se mostraba impasible y no respondía a sus palabras; pero esa noche Symeon fue especialmente insistente en que le hablara y le mirara como antes, y su vehemencia consiguió que la "joven" se girara hacia él y lo taladrara con sus ojos verdeoscuros. Un escalofrío recorrió la espalda del errante, pero se mantuvo firme en su petición. Nirintalath crispó el gesto y le habló.
Pero ningún sonido salió de su boca.
El espíritu con apariencia de muchacha miró a Symeon, y a sí misma, confundida. Intentó hablar de nuevo, con el mismo resultado. Ningún sonido salía de su garganta. Lo intentó una vez más, gritando, cada vez más frustrada, hasta que rayó en la desesperación; sus ojos se oscurecían rápidamente, y su piel por el contrario cada vez lucía un tono más claro. Pequeñas astillas comenzaron a clavarse en la piel de Symeon, que optó por despertar súbitamente cuando nirintalath se convirtió en una mujer madura y con armadura, e hizo ademán de gritar salvajemente. El errante despertó con el corazón desbocado, y no pudo sino pensar en las decenas de habitantes de Tarkal que debían de encontrarse manifestadas en el Mundo Onírico en el momento en que Nirintalath debía de haber estallado. Muertos en su sueño, sin duda.
Mientras tanto, esa misma noche, Galad pidió de nuevo la ayuda de Emmán para recibir visiones oníricas sobre el rey Anerâk. El paladín y alguno de sus compañeros estaban preocupados porque no habían comparado la importancia de un bando respecto al otro, así que esa noche soño.
Un atardecer. Un crepúsculo dorado y sereno.
Fue todo cuanto pudo recordar. La mañana siguiente compartiría con el grupo la sencilla ensoñación, que daba lugar a múltiples interpretaciones. ¿Era acaso la hora de que Anerâk dejara el poder? ¿O significaba el ocaso de la Aredia si el rey fracasaba? ¿Alguna otra cosa? Se revelaban más preguntas que respuestas. Esa misma mañana llegó un nuevo mensaje de la capital: informaba de que Anerâk había ordenado la retirada de tres legiones en el norte y media docena de barcos de guerra. También informaba del avistamiento de las legiones de los Cuervos, que se cernían ya sobre Dársuma.
Durante la reunión del grupo en la que trataron el sueño de Galad y la información sobre Nirintalath, Taheem y Faewald aprovecharon para transmitir sus preocupaciones y su desacuerdo con su permanencia indefinida en aquel lugar. El vestalense expresó ante todos lo que ya había discutido con Daradoth durante los entrenamientos, y Faewald insistió en que tenían pendiente una reunión muy importante con el marqués de Strawen, además de la necesidad de visitar Rheynald para comprobar qué tal iba todo por allí. Además pusieron una nueva cuestión sobre la mesa:
—Si el rey muere —dijo Faewald—, ¿qué pasará? ¿Tendrá Ginathân el ascendiente necesario para controlar a la turba, o por el contrario Arkâros, Denârin y los demás demagogos provocarán una revolución desmedida? Si pasa esto último, el Pacto se debilitará, ¡o incluso desaparecerá!
Todos se mostraban de acuerdo y preocupados por aquellos puntos, pero las visiones de Galad seguían atándolos allí; pasaron a sopesar opciones para mover aquel conflicto a favor de un bando u otro. Incluso se llegaron a plantear utilizar el dirigible para extraer al rey Anerâk, pero en realidad, no sabían si aquello sería beneficioso o perjudicial para el devenir de los acontecimientos.
A mediodía, Ginathân se despedía de las gentes de Arbanôr. Al frente de su legión de soldados y leva, el duque ofrecía una visión magnífica embutido en su armadura, con el yelmo en forma de pegaso y con su capa azul con bordados de plata. Somara se quedaba en la mansión protegida por las tropas y los guardias restantes. El grupo debía afrontar una decisión rápida: ¿partir con Ginathân hacia la capital o quedarse allí protegiendo a la errante con sangre élfica?
Galad volvió a pedir la inspiración de Emmán para soñar de nuevo con Ginathân y Somara. El sueño de intervención divina fue más o menos el mismo que la ocasión anterior, lo cual desesperó al grupo, pues quería decir que no habían anulado las amenazas a la pareja, como muy bien sospechaba el duque.
El día después del ataque, se envió un mensajero hacia el norte para contactar con alguna representación del Vigía e invitarlos a Arbanôr a parlamentar; era un largo trecho, y pasarían al menos diez días antes de tener alguna noticia al respecto. Pocas horas después llegaba un mensaje de la capital informando de que el rey Anerâk se había reunido en secreto con un grupo de elfos (que supusieron que formaban parte del Vigía).
Tres jornadas después llegaba una legión a las tierras de la mansión. Su comandante presentó los respetos de lord Nirithûn, uno de los aliados de Ginathân. El contingente estaba compuesto casi al cincuenta por ciento por soldados y leva, igual que el ejército de Ginathân, y prácticamente sin pausa se puso en marcha hacia Dársuma para coordinar su llegada con la de los Cuervos de Genhard. Pocas horas después Ginathân anunciaría su intención de ponerse al frente de las tropas reunidas en Arbanôr para acudir también a la capital en un plazo no superior a dos jornadas. Si su implicación en la rebelión no era ya un secreto, tendría que tomar el mando rápidamente antes de que los líderes de la plebe -sobre todo, Arkâros) llevaran la revuelta a un punto de no retorno.
Symeon, por su parte, aprovechó para estrechar lazos con los errantes de la caravana, siempre preocupado en el fondo de su mente por lo que fuera que Nirintalath pensara hacer en el Mundo Onírico. La penúltima noche antes del cumplimiento del ultimátum acudió a Tarkal, como hacía cada noche, para ver el estado el espíritu de dolor. Como siempre, Nirintalath se mostraba impasible y no respondía a sus palabras; pero esa noche Symeon fue especialmente insistente en que le hablara y le mirara como antes, y su vehemencia consiguió que la "joven" se girara hacia él y lo taladrara con sus ojos verdeoscuros. Un escalofrío recorrió la espalda del errante, pero se mantuvo firme en su petición. Nirintalath crispó el gesto y le habló.
Pero ningún sonido salió de su boca.
El espíritu con apariencia de muchacha miró a Symeon, y a sí misma, confundida. Intentó hablar de nuevo, con el mismo resultado. Ningún sonido salía de su garganta. Lo intentó una vez más, gritando, cada vez más frustrada, hasta que rayó en la desesperación; sus ojos se oscurecían rápidamente, y su piel por el contrario cada vez lucía un tono más claro. Pequeñas astillas comenzaron a clavarse en la piel de Symeon, que optó por despertar súbitamente cuando nirintalath se convirtió en una mujer madura y con armadura, e hizo ademán de gritar salvajemente. El errante despertó con el corazón desbocado, y no pudo sino pensar en las decenas de habitantes de Tarkal que debían de encontrarse manifestadas en el Mundo Onírico en el momento en que Nirintalath debía de haber estallado. Muertos en su sueño, sin duda.
Mientras tanto, esa misma noche, Galad pidió de nuevo la ayuda de Emmán para recibir visiones oníricas sobre el rey Anerâk. El paladín y alguno de sus compañeros estaban preocupados porque no habían comparado la importancia de un bando respecto al otro, así que esa noche soño.
Un atardecer. Un crepúsculo dorado y sereno.
Fue todo cuanto pudo recordar. La mañana siguiente compartiría con el grupo la sencilla ensoñación, que daba lugar a múltiples interpretaciones. ¿Era acaso la hora de que Anerâk dejara el poder? ¿O significaba el ocaso de la Aredia si el rey fracasaba? ¿Alguna otra cosa? Se revelaban más preguntas que respuestas. Esa misma mañana llegó un nuevo mensaje de la capital: informaba de que Anerâk había ordenado la retirada de tres legiones en el norte y media docena de barcos de guerra. También informaba del avistamiento de las legiones de los Cuervos, que se cernían ya sobre Dársuma.
Durante la reunión del grupo en la que trataron el sueño de Galad y la información sobre Nirintalath, Taheem y Faewald aprovecharon para transmitir sus preocupaciones y su desacuerdo con su permanencia indefinida en aquel lugar. El vestalense expresó ante todos lo que ya había discutido con Daradoth durante los entrenamientos, y Faewald insistió en que tenían pendiente una reunión muy importante con el marqués de Strawen, además de la necesidad de visitar Rheynald para comprobar qué tal iba todo por allí. Además pusieron una nueva cuestión sobre la mesa:
—Si el rey muere —dijo Faewald—, ¿qué pasará? ¿Tendrá Ginathân el ascendiente necesario para controlar a la turba, o por el contrario Arkâros, Denârin y los demás demagogos provocarán una revolución desmedida? Si pasa esto último, el Pacto se debilitará, ¡o incluso desaparecerá!
Todos se mostraban de acuerdo y preocupados por aquellos puntos, pero las visiones de Galad seguían atándolos allí; pasaron a sopesar opciones para mover aquel conflicto a favor de un bando u otro. Incluso se llegaron a plantear utilizar el dirigible para extraer al rey Anerâk, pero en realidad, no sabían si aquello sería beneficioso o perjudicial para el devenir de los acontecimientos.
A mediodía, Ginathân se despedía de las gentes de Arbanôr. Al frente de su legión de soldados y leva, el duque ofrecía una visión magnífica embutido en su armadura, con el yelmo en forma de pegaso y con su capa azul con bordados de plata. Somara se quedaba en la mansión protegida por las tropas y los guardias restantes. El grupo debía afrontar una decisión rápida: ¿partir con Ginathân hacia la capital o quedarse allí protegiendo a la errante con sangre élfica?
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