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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 15 de abril de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 17

La Biblioteca Inaccesible

Después de que Galad se recuperara del retroceso que había sufrido al intentar manipular el tejido de la realidad, Symeon y él mismo se desplazaron hasta el punto donde el errante había visto a los nuncios de los Medidadores la noche anterior. Allí intentaron encontrar algún rastro que delatara hacia dónde se habían dirigido, o qué habían hecho.

—Espero que no hayan ocultado su rastro de alguna manera sobrenatural —deseó Symeon.

—Si lo han hecho, no creo que...

Galad se detuvo a mitad de frase. En cuestión de pocos segundos, se vieron envueltos en una niebla espesa que pareció formarse de la nada. En lo alto de la escalinata, Daradoth, Yuria y Anak también fueron engullidos por ella.

Tanto Galad como Daradoth se apresuraron a prepararse para algún tipo de ataque, pero nada ocurrió. Tras poco más de un minuto, la niebla se evaporó tan rápido como se había formado.

Poco después el grupo se reunía de nuevo. Todos juntos insistieron en buscar el rastro de los nuncios.

—No sé qué más podemos hacer —dijo Symeon.

—Sí, yo tampoco —Daradoth estaba frustrado, pues ninguno de sus intentos de detección de poder, sombra o modificación de la Vicisitud había tenido éxito, y estaba desesperado por encontrar algo que los sacara de la vía muerta donde se encontraban.

Les llevó un largo tiempo, pero, finalmente, Symeon señaló algo, que para el resto apenas era nada más que hierba movida por el aire.

—Aquí... alguien llegó mientras los nuncios aguardaban. Y luego... —el errante caminó unos pasos hacia le norte— luego se dirigieron hacia la colina, en aquella dirección, hacia una escalinata secundaria. —Tras caminar hasta el pie de la escalinata con el resto del grupo siguiéndole, Symeon anunció—: Aquí pierdo el rastro, pues sus huellas se confunden con las de la gente que ha pasado por aquí después, pero es evidente que subieron por estos escalones. Es interesante esto...

Symeon guardó silencio, ensimismado.

—¿Qué es interesante? —lo instó Yuria, impaciente.

—¿Eh? Ah, perdonadme. Estas huellas. —Symeon señaló unas marcas en el suelo, apenas visibles pero evidentes para él—. Son un poco más profundas. Y más grandes. Un tamaño de pie... enorme. Parecen los pies de Aldur —hizo referencia a su antiguo y enorme compañero paladín—. De lo que estoy casi convencido es de que una vez que subieron, no volvieron a bajar. Al menos por este acceso.

—Pues —empezó Daradoth—, si los mediadores entraron al complejo y subieron, seguramente combatirían (o quizá sigan combatiendo) a Ashira, así que quizá lo mejor sería dejarles hacer.

—¿Pero de verdad no tienes curiosidad por saber qué está pasando? —inquirió Symeon—. No me lo creo. Y no creo que podamos confiar plenamente en los mediadores.

Acto seguido, ascendieron por la escalinata hasta llegar al segundo nivel del complejo. En ese momento, dejaron de sentir la necesidad de seguir ascendiendo. Se detuvieron.

—Hace rato que perdí el rastro —anunció Symeon—. Es posible que tomaran otro camino, o incluso que hayan quedado atrapados allí arriba.

—Sí, cualquiera de las opciones es posible —coincidió Galad. Notaba algo extraño, pero por su mente ni se pasaba la idea de seguir ascendiendo, igual que les ocurría a todos los demás.

Retornaron a palacio. Daradoth planteó la posibilidad de que abandonaran ya Doedia y viajaran hacia el norte, para intentar resolver la situación del Vigía de una vez por todas. Pero Yuria y los demás se mostraron en contra de marcharse aún, al menos mientras los reyes no estuvieran recuperados para salvaguardar el reino.

—Esta noche intentaré averiguar algo desde el mundo onírico —dijo Symeon—. Tal vez tenga posibilidades que no tengo en vigilia.

Al llegar a la ciudad, un grupo de guardias reales se dirigió rápidamente hacia ellos. Estaban buscando a Yuria. 

—Mi señora, nos envía el capitán Garlon para informaros de que ha llegado una delegación vestalense a la ciudadela. Parece que han venido con una oferta de alianza, y el consejo regente os reclama urgentemente.

Efectivamente, al entrar en el patio de la ciudadela vieron un grupo de corceles claramente de raza vestalense para el ojo experto de Galad. Algunos soldados extranjeros se encargaban de ellos, vigilados por un grupo de guardias. Yuria se dirigió rápidamente hacia la sala del trono, ahora llamada "sala de regencia". Allí se encontró con la duquesa Sirelen y los demás, y acordaron celebrar la reunión con los vestalenses el día siguiente. Los reyes mejoraban con cada hora que pasaba, pero todavía no habían despertado.

—La delegación de vestalenses —le informó la duquesa— llegó con el estandarte de Harejet1 acompañado de una bandera blanca, y al parecer tuvieron un encontronazo con los hombres de Datarian, pues varios de ellos resultaron heridos. Según nos contaron, pudieron finalmente esquivarlos y llegar hasta Doedia.

—Intersante —Yuria se mesaba un rizo, pensativa—. Supongo que deben de pertenecer al movimiento rebelde, o eso nos quieren hacer creer. En fin, mañana intentaremos dilucidar algo más abiertamente.

Ya en sus aposentos, el resto del grupo se preparó para vigilar el sueño de Symeon, que no tuvo problemas en acceder al mundo onírico y camuflar su presencia. Salió de palacio con un pensamiento, y miró hacia la colina de la Biblioteca. La nieve había desaparecido, y de las criaturas oníricas que parecían haber llegado con Norren ya no había rastro. Se acercó hacia la colina, y se detuvo extrañado. La colina donde se erguía antes una fortaleza resplandeciente de conocimiento presentaba ahora un aspecto muy diferente: no había ni rastro de tal fortaleza, y la colina ahora era más baja que la que había podido ver las noches anteriores. Era como si algún ser gigantesco se hubiera llevado buena parte de la cima consigo. Siguió aproximándose.

Cuando se encontraba todavía a una distancia considerable, el errante percibió un grupo de presencias, calculó que más o menos en el lugar donde había visto el grupo de nuncios la noche anterior. Al acercarse un poco más, vio una media docena de siluetas evanescentes que, aunque eran casi transparentes, no variaban su aspecto en ningún momento. Su aspecto era una especie de mezcla extraña entre caballo y humanoide, con un leve resplandor blanco. «Estos deben de ser  los nuncios de nuevo», supuso. «Y tienen representación onírica continua, como nosotros».

Symeon permaneció a la espera, tranquilo pues los nuncios no podrían detectarlo con aquella representación. «O eso espero». Pasadas dos o tres horas, varias siluetas más se reunieron con las anteriores. Todas ellas se movieron hacia la colina, y Symeon las siguió de cerca. Al pie de la colina, algunas figuras se detuvieron y otras emprendieron la ascensión. Las siguió, hasta que se detuvieron.  

Unos segundos después, Symeon notó la aparición de una presencia muy fuerte en algún punto de la ciudad. No creía que tuviera nada que ver con los nuncios o los mediadores. «Esa... esa vibración... me recuerda a cuando aparecieron Trelteran y Selene en el Imperio Vestalense. Maldición». Aun así, aguardó hasta que finalmente las siluetas continuaron la subida. Subieron unas docenas de escalones más, hasta que al llegar cerca de la nueva cima de la colina, las siluetas desaparecieron de repente. Ni rastro de ellas.

Symeon se detuvo, confundido. «Lo mejor será que vuelva con los demás, aquí poco podré averiguar ya». Pero todavía podía sentir la poderosa presencia que había aparecido de repente en la ciudad. Se aproximó con mucho cuidado. A varios cientos de metros de distancia ya pudo percibirla con claridad. «Apostaría todo mi dinero a que es un kalorion, o algo parecido», pensó. Para su sorpresa, al visualizar un poco más allá desde una altura a la que se transportó, identificó que la presencia debía de encontrarse en la mansión de Datarian. En ese instante, la vibración que percibía desapareció, y Symeon decidió despertar rápidamente, por si acaso. 

Era pasada la una de la mañana cuando Daradoth se sobresaltó al despertar el errante e incorporarse de repente.

—He visto bastantes cosas, Daradoth —dijo, despertando a Galad y a Yuria—. Falta la parte alta de la colina de la Biblioteca, y he seguido a unos nuncios (posiblemente acompañados de mediadores) que han desaparecido, y además he percibido una presencia fortísima en la mansión de Datarian, seguramente un kalorion, o algo parecido en poder.

Daradoth y Symeon miraron por la ventana, instintivamente. Una espesa niebla impedía la visión más allá de unos metros.

—Esperemos que el kalorion, o lo que sea, tenga su propia agenda y no le llamemos la atención —deseó Yuria, que en realidad comenzaba a sentir deseos de enfrentarse cara a cara con uno de los generales de la Sombra equipada con su talismán. «Estoy harta de esconderme como un ratón cada vez que aparece uno de ellos».

Despertaron ya entrada la mañana siguiente, relativamente descansados. Una breve mirada al exterior bastó para que se dieran cuenta de que la niebla que ya habían visto de madrugada, seguía allí. Espesa, apenas dejaba ver nada más allá de una veintena de metros.Y no era natural. El sol estaba alto y ya debería haber levantado cualquier nube a ras de tierra. Se miraron, con gesto serio. Se vistieron y se aprestaron a seguir a Yuria para el encuentro con la delegación vestalense.

Con la parafernalia pertinente, los vestalenses se presentaron como un grupo de "fieles al imperio", que buscaban salvar su tierra de los invasores desconocidos y del falso Ra'Akarah. El líder se presentó como Bidhëd ra’Ishfah, y presentó al resto de sus acompañantes, los nobles Erahl ra’Ibrahan y Khedeema ri’Yuram, y el clérigo Ahmafar ri’Wareer.

—Perdonad nuestra intromisión en los asuntos del reino de Sermia —dijo en un momento dado ra'Ishfah, pero vengo a hablar en nombre de su magnificencia el excelso Wadeem ra'Alfadah, Badir de Harejet y señor de Denarea. Suponemos que sus excelencias ya están en conocimiento de lo ocurrido en el Imperio en los últimos meses, con el asesinato del presunto Ra'Akarah y el cisma que se ha producido en nuestras tierras desde entonces.

El vestalense guardó silencio, y varios de los presentes contestaron con señas afirmativas.

» Pues bien, el motivo de que acudamos a Doedia en esta hora complicada es que necesitamos el auxilio de los señores del Reino de Sermia. Los Fieles somos valientes, pero no tenemos los medios para enfrentarnos a todos nuestros enemigos juntos, con sus salvajes criaturas voladoras y sus hechiceros malignos.

—¿Salvajes criaturas voladoras? —inquirió la duquesa Sirelen, que no creía haber entendido bien el fuerte acento de Bidhëd.

—Sí, lady Sirelen —Yuria se adelantó al vestalense en la respuesta, recordando demsiado tarde el tratamiento de "mi señora"; la duquesa no pareció darle importancia—. Se refiere a lo que los extranjeros llaman corvax, una especie de cuervos negros enormes que montan unos jinetes capaces de manipular el poder. Los vimos con nuestros propios ojos en nuestro periplo por tierras del imperio.

—Así es, mi señora —confirmó el vestalense—. Aparte de los extraños y brutales animales de las selvas del sur, los hombres pálidos, los varlagh de más allá de los desiertos... multitud de enemigos intentan hacerse con nuestro imperio. Los nobles que nunca vimos al falso Ra'Akarah como enviado del Creador atravesamos por serias dificultades, y aunque el orgullo nos hace tragar amarga hiel, reconocemos que necesitamos ayuda. Más ahora, que las fuerzas expedicionarias han vuelto para reforzar las filas de los traidores.

La mente de Yuria iba a toda velocidad, evaluando alternativas y posibles pactos. «Al menos, Rheynald y la Región del Pacto estarán ahora a salvo», pensó. «Eso si es que Gerias y los paladines consiguieron mantener la defensa de Svelên hasta que los invasores volvieran grupas».

» De momento —continuó ra'Ishfah—, nos hemos hecho fuertes en la propia Creä y en el sur, en Harejet, pero no podremos mantener nuestra causa durante mucho tiempo ante enemigos tan viles.

La duquesa esperó a que fuera Yuria quien hablara. La ercestre no dejaba de sorprenderse por el ascendiente que había logrado prácticamente sin buscarlo. Decidió enseguida su contestación:

—Muy bien, gracias por la información que nos habéis proporcionado, nobles señores. Nos habéis dado mucho en lo que pensar, y como tal, organizaremos otra reunión la jornada de mañana. De esa manera, el consejo tendrá tiempo para evaluar adecuadamente la situación y os podremos dar una contestación adecuada.

—Os lo agradezco mucho, mi señora —ra'Ishfah se despidió con una sonrisa y una reverencia.

El consejo y el grupo mantuvieron entonces una larga discusión para estudiar el curso de acción a tomar. La duquesa y el resto de nobles confirmaron que sus agentes les habían informado sobre el enfrentamiento de las distintas facciones, así que por aquella parte, el discurso de los vestalenses había sido veraz. Daradoth fue el más reticente a ayudarlos, primero por la posibilidad de que fuera una trampa y segundo por el estado del reino y de los propios reyes. Sin olvidar que gran parte del ejército debía de seguir siendo fiel a Datarian, para quien ya se había emitido una orden de arresto.

—Desplegad en la sala mapas detallados del Imperio Vestalense —ordenó Yuria—, y mañana discutiremos largo y tendido la situación. De momento, tenemos que ver qué sucede en la colina de la Gran Biblioteca.

Partieron de nuevo hacia la colina, envueltos por la niebla en todo momento. El volumen de gente era menor debido a la niebla, que dificultaba los quehaceres diarios. Subieron por la escalinata secundaria hasta el punto donde Symeon había perdido el rastro de los nuncios en el mundo onírico, que precisamente coincidía con el punto donde sus mentes olvidaban la necesidad de seguir subiendo. Allí, todos se concentraron para poder sentir los hilos de la Vicisitud. Fue Yuria quien esta vez consiguió trascender sus sentidos terrenales, con un notable éxito.

Sintió los millones y millones de hebras que formaban cada piedra, cada brizna de hierba, cada soplo de aire, cada gota de sudor, cada objeto, cada persona. Le llamó la atención un grupo —millares— de hilos que vibraba de forma... distinta, extraña. «Estos son los que forman la niebla», pensó convencida. Todos esos hilos procedían de lo alto de la colina, donde una maraña de hebras titilantes abrumaba su percepción. «Estos deben de ser los que forman la barrera que no podemos cruzar».

—Veo miles de hilos que forman la bruma que nos rodea —dijo en voz alta, concentrada, a sus amigos—, y muchos millones de aspecto totalmente distinto que forman una especie de barrera. ¿Queréis que intente cortarlos?

—Por supuesto —contestó Daradoth sin dudar.

Pero Yuria sí que dudó:

—¿No os parece un poco locura? Los hilos están imbricados con la realidad, y no sé si voy a ser capaz de controlar el corte.

—Entonces no lo hagas —instó Galad.

—Si no lo tienes claro, mejor no hagamos locuras —secundó Symeon.

Yuria abandonó la concentración y dejó de percibir el tapiz.

—Es demasiado arriesgado, no puedo hacerlo.

Daradoth resopló, frustrado.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora?

—Yo buscaría a los nuncios y hablaría con ellos, no se me ocurre nada más —dijo Symeon.

Decidieron por tanto esperar a la noche escondidos entre las ruinas cercanas al punto donde se encontraban. Descansaron el resto de la tarde y cuando se puso el sol se aprestaron en posiciones discretas, pero lo suficientemente cerca para que la niebla les dejara ver hasta la escalinata. Si es que podían ver algo en la oscuridad de la noche. Al menos Daradoth podría describirles lo que viera.

Varias horas después del atardecer, Daradoth llamó la atención de los demás. 

—Alguien se acerca, veo luces entre la niebla. Son tres, muy débiles. Suben por la escalinata.

—Veremos lo que podamos —dijo Symeon—. Luego nos describes lo que veas, de momento, mejor silencio.

Tres luces titilantes subían a buen paso por la escalinata. Eran claramente sobrenaturales, y flotaban entre el grupo que se acercaba. Lo primero que vieron aparecer fue uno de los puntos de luz y, tras él, dos nuncios completamente pertrechados. A continuación, otro punto de luz y dos figuras más, un hombre y una mujer más altos y grandes de lo normal para estándares humanos, ambos con una balanza en su muñeca y mirando atentos a su alrededor.

Tras los dos mediadores venía otra figura aún más enorme. Su rostro y su cuerpo se ocultaban bajo una túnica con capucha negras como la noche más cerrada. Su presencia era como un empujón que se podía sentir físicamente. «Debe de medir no menos de dos metros y medio», pensó Daradoth, que en ese instante, recordó las figuras con rasgos reptilianos que había visto en la visión que habían compartido con Ashira y sintió un escalofrío a lo largo de su espina dorsal. Detrás de él iban otros dos nuncios.

Algo llamó la atención en el límite opuesto de la visión de Daradoth. Por la escalinata, desde arriba, bajaban  dos mediadores y otra figura encapuchada con exactamente el mismo tipo de túnica e igual de enorme que la que ascendía. Ambas comitivas se saludaron brevemente, hablando quedamente en una lengua desconocida, y se cruzaron, los que venían de abajo siguieron ascendiendo, y los que bajaban continuaron su descenso con los nuncios que hasta ahora habían acompañado a los que ascendían. En breves segundos, todos se perdieron de vista. Daradoth se dio cuenta de que había dejado de respirar hacía ya un rato, y se obligó a calmarse y a inspirar profundamente.

 

1: Harejet. La región del Imperio Vestalense donde se adscribe la capital, Denarea.

 

miércoles, 3 de abril de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 16

Asegurando Doedia

El temblor fue peor que cualquiera que hubieran sentido anteriormente. La sacudida inicial fue tan violenta que incluso los muebles y los carromatos se separaron varios centímetros del suelo. Se abrieron grietas en el suelo, algunas secciones de muro, un par de torres y multitud de edificios se vinieron abajo. Cascotes cayeron por doquier, y Yuria gritó de dolor debido a la herida de su pierna, que todavía no había sanado del todo.

—¡Desalojad el castillo! —gritó Symeon hacia los bardos y la guardia, que se apresuraron a salir de la estancia, como pudieron debido al tambaleo.

Por suerte, pocos minutos más tarde el seísmo cesó por fin, y entonces aprovecharon para tomar medidas para desalojar a la gente y rescatar a los heridos.

Daradoth se asomó a una de las ventanas, intentando divisar la Gran Biblioteca a lo lejos. Pero no pudo alcanzar a ver más allá de unos pocos metros. «Maldición», pensó. Se giró hacia los demás, y anunció:

—Está nevando, aunque no hace frío.

—Maldita sea, lo ha hecho —dijo Symeon.

—O lo ha intentado —matizó Yuria, ayudada por Galad—. No parece haber tenido mucho éxito.

Daradoth se dirigió a la duquesa y a los demás reunidos.

—Debemos marcharnos rápidamente. Ashira ha alterado la realidad, como ya nos habíamos temido, y tenemos que averiguar qué ha pasado, si ha tenido éxito o no.

—Yo me quedaré aquí, lady Sirelen —dijo Yuria, mientras Galad la ayudaba a sentarse en una silla que habían recogido—. Mi pierna todavía no puede llevarme a ningún sitio. Debemos encargarnos de reparar los daños.

Galad, Symeon y Daradoth se despidieron tras asegurarse de que todo estaba bien y poner a salvo a los reyes. Anak Résmere se ofreció a acompañarlos, y aceptaron de buen grado. Además, Galad incorporó a los tres caballeros esthalios a la comitiva.

En el exterior, todos sintieron gran confusión. Nevaba, pero el ambiente era primaveral y luminoso, como correspondía a un cielo despejado. La nieve, que no dejaba ver más allá de unos cuantos metros, se acumulaba en el suelo, fría y húmeda, pero no parecía aumentar su volumen más allá de un límite determinado. Por doquier se escuchaban los lamentos de los habitantes de Doedia, pues la situación era dantesca.

—Parece que tu esposa por fin ha decidido jugar fuerte con la Vicisitud —susurró Daradoth a Symeon.

—Sí, esperemos que haya perdido la apuesta.

—Y que la guardia real y los fieles a la duquesa puedan poner orden y paz cuanto antes —Galad se santiguó, mirando al cielo.

Mientras tanto, en la ciudadela, Yuria inspeccionaba con la ayuda de unos cuantos guardias los destrozos del complejo. No salía de su asombro. Los derrumbes no parecían tener sentido, con secciones derruidas que, evidentemente tenían que haber aguantado y secciones que parecía imposible que se mantuvieran en pie. «¿Cuántos hilos habrá tocado esa maldita?», pensó mientras escuchaba los lamentos de la gente. Dio las instrucciones pertinentes para que los masones y peones estuvieran prevenidos cuando trabajaran en la reconstrucción, y repartió órdenes a diestro y siniestro para organizar el trabajo y hacerlo lo más eficiente posible.

Symeon y los demás llegaron al complejo de la biblioteca, y comenzaron la ascensión por la escalinata principal. No pudieron evitar sentir que la sensación de comezón en la nuca que tenían cada vez que entraban en el complejo era ahora mucho más clara. De vez en cuando la nieve les permitía ver derrumbes y restos de incendios (la nieve parecía haber colaborado en apagarlos rápidamente). La propia escalinata, una maravilla arquitectónica, había sufrido bastantes desperfectos. Esta vez, el terremoto no había respetado la colina de la biblioteca.

Gente corría y se quejaba por todas partes, pero el grupo se centró en su cometido. Sobre todo Galad se sentía compelido a ayudar, pero se esforzó por enfocarse en su objetivo y continuar ascendiendo. 

De repente, Symeon, que encabezaba la marca, se detuvo y miró a su alrededor. Los demás lo imitaron. 

—¿Veis lo mismo que yo?  —preguntó.

—Sí —contestó Galad—, hemos pasado por aquí hace pocos minutos.

—Hemos vuelto al principio de la ascensión —corroboró Daradoth.

—Tiene que ser una broma —Anak tenía los ojos muy abiertos, y miraba asombrado a su alrededor.

—Me temo que no lo es —Symeon miraba hacia arriba—. Cuando se juega con la Vicisitud, y sabemos lo que ocurre. 

—Intentémoslo otra vez —dijo Daradoth, continuando la ascensión con sus gráciles zancadas.

Continuaron la ascensión, y pasaron el descansillo principal, como la primera vez. La nieve seguía impidiendo una visión clara, y divisaron a duras penas la silueta del edificio central. 

—Maldición —renegó Daradoth, deteniéndose de nuevo. 

Otra vez se encontraban en los escalones iniciales.

—De una cosa estoy seguro —dijo Galad—. No estamos en un bucle temporal. Antes he visto un par de perros corriendo por aquel camino, y ahora no están.

Realizaron un tercer intento, más atentos a su entorno y la circunstancia. Y de nuevo se encontraron ascendiendo desde el principio de la escalinata.

Esta vez, Symeon se dio cuenta por la luz reinante que habían tardado más del tiempo que recordaban, y Daradoth también se apercibió de que la suciedad en sus botas y en sus ropas daban a entender que habían caminado más que una simple ascensión por las escaleras de piedra.

—¿Veis el barro en nuestras botas? —inquirió el elfo—. No nos hemos transportado simplemente al pie de la escalinata, creo que hemos caminado fuera de ella de alguna manera y quizá lo hayamos olvidado.

—Sí —coincidió Symeon—. Yo también he notado que ha pasado más tiempo del que nos ha llevado ascender y volver a aparecer aquí. Creo que estamos perdiendo un intervalo en la memoria.

—Y además —añadió Galad—, yo me noto bastante más cansado de lo que estaba hace un momento ahí arriba. —Todos confirmaron esa sensación.

Hicieron una nueva intentona. Esta vez subieron por la rampa para monturas, por donde la ascensión era mucho más larga. Y de nuevo aparecieron al pie de la escalinata principal, con una sensación de cansancio bastante acusada. Empezaba a oscurecer.

—Voy a intentar percibir el Mundo Onírico  para ver si saco algo en claro —anunció Symeon.

—De acuerdo, mientras tanto nosotros intentaremos ascender desde otra escalinata —dijo Galad—. Candann, proteged a Symeon, por favor.

Así lo hicieron.

Symeon intentó con todas sus fuerzas percibir el Mundo Onírico sin entrar en él, cosa harto complicada. Tras varios minutos concentrándose, consiguió percibirlo durante un instante. Una especie de grito o quejido abrumó sus sentidos, aturdiéndolo, pero por suerte duró poco más que un parpadeo. Se sentó a descansar.

Entre tanto, Galad, Daradoth y Anak llegaban al pie de una de las escalinatas secundarias. Igual que en la principal, en esta también había un flujo continuo de gente trasladando heridos y enseres de un sitio a otro. El terremoto había sido terrible, y en ocasiones los transeúntes solicitaban la ayuda de Galad, o preguntaban a Daradoth por qué había sucedido aquello si habían permanecido fieles a la Luz. No podían responder más que con breves palabras de ánimo. Volvieron a intentar la ascensión, deteniéndose en uno de los descansillos y esperando a ver si alguien bajaba desde el edificio principal. Pero no parecía que nadie bajara ni subiera hacia él.

—Galad, espera aquí mientras yo subo —dijo Daradoth—; gritaré para que me oigas y así saber qué demonios nos sucede al ascender.

El paladín escuchó los gritos de Daradoth, cada vez más débiles, y cuando estuvo a punto de no escucharlos, empezó la ascensión a su vez. 

Aparecieron de nuevo, agotados, al pie de la escalinata principal. Se miraron, presas de una frustración máxima. Se encontraron un poco más arriba con Symeon y los demás.

—¡Ya era hora! —los saludó el errante—. Según mis cálculos, habéis estado más de una hora fuera.

—Increíble. No hay manera de completar la ascensión.

De repente, Symeon pidió silencio:

—Escuchad, ¿no oís eso? —dijo.

Efectivamente, cascos de caballos retumbaban a lo lejos, acercándose desde el sur y desplazándose hacia el este.

—Esperad aquí, iré a ver qué puedo averiguar —instó Symeon a los demás.

Aprovechando la nieve y la oscuridad de la noche, se movió con su rapidez innata para acercarse hacia el sonido. Aprovechó la cobertura de unos árboles y asomándose discretamente, pudo ver a los jinetes que habían llegado a galope. Media docena de jinetes vestidos totalmente de blanco montaban sendos corceles ya refrenados que, o bien eran completamente blancos o completamente negros. Miraban fijamente hacia arriba, donde debía de encontrarse el edificio principal de la Biblioteca, aunque era imposible que lo vieran entre la nieve (¿o quizá no?). Se protegían de la nieve con gruesas capuchas blancas, y en su pecho, Symeon pudo ver claramente que lucían el emblema de la balanza dorada. 

«Los enviados de los Mediadores», pensó el errante. «¿Cómo los llamaban? Nuncios, creo. Tenemos que salir de aquí». Mientras se daba la vuelta para volver con el resto del grupo, dos de los nuncios volvieron grupa y se alejaron de allí. Los otros cuatro siguieron observando fijamente hacia la colina.

Symeon volvió con el grupo y les explicó todo; además les habló del extraño gemido, o grito, que había percibido en el Mundo Onírico.

—¿Crees que podría ser Ashira? —preguntó Galad.

—Es posible —contestó Symeon—; la sensación que he tenido ha sido muy parecida a la que sentí cuando percibí el grito de la señora de los centauros mientras escapábamos de Vestalia.

Presas del agotamiento, decidieron regresar a palacio a descansar. Afortunadamente, no se habían producido más temblores de tierra y Yuria había puesto la situación bajo control. La ercestre había ido ganando poco a poco un lugar de liderazgo en el consejo de crisis, compuesto por Sirelen, los dos bardos reales que habían quedado en el palacio, el capitán de la guardia sir Garlon, y algunos nobles más. Todo el mundo había ido asumiendo la dirección de Yuria poco a poco, al ver su presencia de ánimo y lo acertado de sus órdenes. Sin darse cuenta, llegado el atardecer, se había convertido de facto en la gobernante de Doedia, ante la tácita aprobación de la duquesa. Galad y los demás se sorprendieron al entrar ya con la noche cerrada en una ciudadela perfectamente custodiada y organizada, sin rastro de heridos o caos. 

El grupo se reunió por fin, y antes de descansar, completamente agotados, intercambiaron sus experiencias. Yuria enarcó una ceja ante la mención de los nuncios y el quejido onírico, pero era demasiado tarde para pensar en esas cosas. Tras comprobar que los reyes se encontraban en perfecto estado bajo la vigilancia de Taheem y Faewald, se retiraron a dormir. 

Symeon aprovechó para entrar al Mundo Onírico. Al entrar, pudo ver las representaciones oníricas continuas de sus compañeros, como ya era habitual. No percibía el "grito" que le había conmovido en la escalinata de la biblioteca. Por fortuna, el sombrío ya no se encontraba allí, ni al parecer el resto de seres oníricos que se habían encontrado acechando la ciudadela los días anteriores. Con un pensamiento, salió al exterior. Se sorprendió al ver que la misma nieve que caía en el mundo real también caía allí, obstaculizando su visión. Se acercó hacia la Biblioteca caminando, hasta que detectó una presencia poderosa a lo lejos. La detectó como una ligera vibración, pero eso la delataba como una presencia muy poderosa. Ante la dificultad de ver algo más debido a la cortina de nieve, decidió acabar su sueño, y por fin descansó.

Galad, por su parte, aprovechó para elevar una plegaria y pedir la inspiración de Emmán durante su sueño. «Mi santísimo señor, permíteme saber cómo podemos llegar a la cima de esa colina».

Galad se vio con el resto de sus amigos en la escalinata de subida a la Biblioteca. Todos miraban fijamente hacia arriba. Señalaron algo, y Galad se giró también hacia arriba. De repente, toda la colina en su rango de visión, comenzó a derrumbarse de una forma extraña en fragmentos con forma de prismas hexagonales que se hundían verticalmente, como si algo hubiera vaciado la base del promontorio. El hundimiento de la colina fue acercándose a una velocidad de vértigo, hasta que ellos mismos cayeron en un hueco hexagonal, junto el suelo donde pisaban.

Por la mañana, famélicos, devoraron un buen desayuno mientras intercambiaban toda la información. A través del búho de ónice, Daradoth se aseguró de que todo estaba bien en el monasterio para el resto de su compañía. No había señales de vida de Datarian, y Yuria, prácticamente recuperada de sus heridas, se encaminó a sus labores organizativas, mientras el resto se encargaba de preparar y oficiar el entierro de Darion. La ceremonia fue sumamente emotiva, y dieron gracias por el servicio del elfo del Vigía, que había permitido que Yuria sobreviviera. El propio Daradoth encendió la pira, y todos esperaron solemnemente a que el cuerpo del joven elfo se consumiera. Garâkh y Avriênne lloraron desconsolados.

A mediodía, con Yuria totalmente restablecida, el grupo al completo, junto con el bardo Anak, partió hacia la Biblioteca. La nieve había desaparecido por fin, tanto la que caía como la acumulada.

Subieron de nuevo la escalinata hasta el nivel principal, desde donde se podía divisar ya el complejo central de la Biblioteca.

—¿Veis lo mismo que yo? —preguntó Daradoth, mirando hacia allí.

—Creo que sí —confirmó Galad—. Se ve... borroso.

—Esa palabra se queda corta —continuó Symeon—. Sí que está difuminado, pero, ¿esas volutas? ¿como si los bordes del edificio se convirtieran en niebla de color? ¿No os parece sumamente inquietante?

—Sí, es... antinatural.

—Siniestro incluso —Galad rebulló inquieto.

Siguieron subiendo, hasta que llegó un momento en que sus mentes directamente renunciaron a continuar. Nadie bajaba ni subía una vez superado cierto nivel de la escalinata. Dados los conocimientos y la situación del grupo, se pudieron apercibir de que algo iba mal.

—Ni me planteo subir —dijo Symeon—. Extraño

—Evidentemente, algo les pasa a nuestras mentes —contestó Yuria—. Y no sé cómo combatirlo.

—Deberíamos intentar ver si hay algo raro en nuestras hebras de Vicisitud —propuso Daradoth.

Esta vez fue Galad el que consiguió la concentración necesaria para percibir el tejido de la realidad. Pero no percibió nada fuera de lugar en sus seres. Enfocándose en el complejo central, sus sentidos se vieron abrumados por la cantidad ingente de hilos que podía sentir, pero sí detectó millones y millones de hebras en un estado extraño. Con voz dubitativa, intentó describir lo que sentía lo mejor que pudo:

—Percibo miles... no, quizá millones... de hebras en el tejido, que vibran, no sé... de forma extraña. La frecuencia es... no sé cómo decirlo, arbitraria. Me parecen... amenazadoras. No sé describirlo mejor.

—Esto es frustrante, maldita sea —espetó Daradoth—. Supongo que no sientes que algún hilo haya sido cortado, verdad?

—No... no, ninguno cortado.

—Quizá los Mediadores hayan hecho algo para alterar el complejo. Parece claro que esto se ha producido esta noche.

—Yo no lo tengo tan claro, pero es posible —dijo Yuria.

—Voy a... intentar... si puedo... —Galad hizo una mueca de esfuerzo, intentando manipular algunos de los hilos vibrantes con su pura voluntad, pero al "tocarlos", sintió un fuerte calambre, como si le golpeara un rayo—. ¡Ufff! —espetó, soltando las hebras, perdiendo la concentración, e hincando una rodilla en tierra. Había perdido el aliento.

Daradoth y los demás se precipitaron hacia él.

—¿Estás bien, Galad?

—Sí.. sí. Solo un poco aturdido —respiraba pesadamente—. Intenté enderezar algunos de los tejidos, pero algo me ha causado una fuerte descarga, como un rayo.