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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

domingo, 22 de marzo de 2020

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 17

Hacia el Bastión Interior. En el Aglannävyr.
Galad no tardó en sostener la cabeza de Arakariann entre sus manos mientras elevaba quedamente sus súplicas a Emmán. Su dios no tardó en responderle, y un fulgor dorado calmó al elfo casi al instante, haciéndolo dormir plácidamente. El paladín informó a sus compañeros que Arakariann solo necesitaría unas horas de sueño para sanar del todo.

Superado un problema, tuvieron que afrontar el siguiente: los susurros eran allí mucho más intensos que antes de atravesar el muro al pie de la colina, y los nuevos prodigios que la gracia de Emmán había concedido a Galad, aunque suficientes para poder conciliar el sueño confortablemente,  no bastaban para que sus compañeros pudieran resistir con garantías la influencia de las voces durante un turno entero de guardia. Largo rato discutieron, acosados por los continuos bisbiseos, y finalmente decidieron que esa noche no harían guardias. Confiarían en las habilidades de Yuria para rodear el perímetro del lugar donde se encontraban (una posición ventajosa, en un antiguo descansillo intermedio de unas escaleras de mármol) de trampas de alarma, a lo que la ercestre se aprestó afanosamente durante una media hora. Después, con los susurros atenuados gracias a los hechizos del paladín y con la ayuda de una tisana tranquilizante, todos se echaron a descansar.

Galad y Symeon se despertaron al sentir una ligera, pero evidente, ola de frío de la que las mantas no les protegieron. Al despertar, los susurros acudieron de nuevo con fuerza, con lo que el paladín tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para invocar a Emmán y acallarlos de nuevo en el área. Optaron por despertar a todo el mundo, pues sin duda reconocían aquel frío, provocado por los engendros no muertos que una vez habían sido elfos. Otra breve oración permitió a Galad abrir su percepción a los posibles muertos vivientes que hubiera en los alrededores y, efectivamente, percibió a algunos cerca. No obstante, tranquilizó al grupo (que ya sentía el frío sobrenatural) cuando sintió que ninguno de ellos se acercaba peligrosamente al lugar donde se encontraban. "De algún modo les pasamos desapercibidos", pensó con alivio el paladín.

Una vez dieron por finalizado el descanso, sin más sobresaltos, se aprestaron en la oscuridad iluminada por las joyas a continuar su camino. Daradoth se encaramó hasta la parte alta del edificio haciendo uso de su Visión en la Oscuridad. Aparte de la mole del bastión central, en cuya muralla se alzaban varios campanarios, le llamaron la atención cuatro de los Aglannävryl, los enormes árboles monumentales oriundos de la zona. Los dos más cercanos y el que se alzaba al noreste un poco más allá del bastión central lucían las deformaciones causadas por la Sombra que ya habían visto en su camino hacia allí: las ramas estaban grotescamente retorcidas y las hojas se habían convertido en espinas, quizá incluso venenosas. Pero para sorpresa del elfo, el cuarto árbol, el que se alzaba más al noroeste, un poco más acá del horizonte de la colina, lucía un aspecto extrañamente saludable, como si la Sombra no hubiera sido capaz de tocarlo durante todos aquellos siglos. Volvió su mirada hacia el bastión central, y negó para sí mismo cuando vio dos figuras entre sus murallas que refulgían con un brillo azulado y blanquecino; no estaba seguro de si se trataba de no muertos o de demonios, pero el vello de su nuca se erizió, incluso a aquella distancia. Descendió y explicó lo que había visto a sus compañeros, que decidieron seguir la única vía que vieron posible: acercarse al Aglannävyr que lucía el aspecto normal e intentar refrescarse un poco allí, más cerca del bastión central. 

 —Con suerte podremos hallar algún templo o santuario que todavía no haya caído totalmente en manos de la Sombra —anunció Daradoth.

El camino fue trabajoso, como siempre a la mortecina luz de la Joya y el talismán de Galad y confiando en la visión de largo alcance de Daradoth. Se mantuvieron a una distancia prudencial del bastión interior, y finalmente llegaron a la salida a una gran explanada, cuyo propósito se había perdido en las brumas de tiempos pasados. Galad invocó a Emmán para que le revelara la presencia de posibles enemigos, y pudo notar que los alrededores del solar hervían de ellos. Así que decidieron dar un rodeo aún más largo al amparo de los edificios hacia el oeste.

Calculaban que se encontraban ya a medio camino de superar la explanada, cuando una onda de choque golpeó sus pechos, dejándolos casi sin aliento. Y unos segundos despues, otra. Y otra. Las acompañaba un sonido ominoso y potente que procedía del bastión interior. Cuando Daradoth tuvo la oportunidad de asomarse, pudo ver cómo las campanas de la muralla interior, otrora de vidrio transparente y de las que se decía que en la antigüedad sonaban límpidas como el rocío de la mañana, lucían ahora un profundo gris oscuro mientras eran tañidas y provocaban aquel estruendo tan desagradable. Algo se removía en el interior de todos ellos con cada badajazo; eso, unido a los susurros que acudían en los breves intervalos de silencio, empezó a crispar sus nervios. Los rostros de Faewald y Arakariann empezaron a mostrar muecas de tensión. "Debemos llegar al Aglannävyr cuanto antes", pensó Symeon, "no resistiremos mucho más".

Llegaron a las primeras raíces del enorme árbol con el sonido incesante. Las raíces pronto se hicieron tan altas como una persona, y después como dos, pero había senderos entre ellas. De repente, un graznido surgió desde lo alto. Daradoth alzó la vista. Un horrible pájaro parecido a un cuervo pero más grande y con los ojos rojos como ascuas les miraba, y a los pocos segundos comenzó a graznar como un poseso, remontando el vuelo. El vello de la nuca de Daradoth se erizó.

 —¡¡Corred!! —gritó el elfo—. ¡Hemos sido descubiertos! ¡¡¡Vamos, seguidme!!!

Celebdel,
demonio élfico de tiempos antiguos
Apenas llevaban unos metros de carrera cuando un ligero zumbido indicó que algo se había materializado tras ellos. Symeon, que había tenido cuidado de iluminar el camino a los más rezagados, no pudo evitar ver a los recién llegados. Dos Celebdel, demonios élficos ancestrales. Sus rostros horribles y lívidos y su aura de terror afectaron profundamente al errante que, presa del pánico, huyó corriendo a una velocidad endiablada.

 —¡Symeon! —gritó Yuria—. ¡¿Qué sucede?! ¡Daradoth, necesitamos guía!

Daradoth volvió hacia ellos, y entonces vio en la oscuridad las mismas figuras horribles que había visto Symeon. Solo que a él le habían atormentado en su infancia, como a otros muchos niños elfos, así que su espíritu se encogió de terror. Rompió a correr igual que había hecho Symeon, y ambos se perdieron en las tinieblas.

El aura de muerte que precedía a los demonios pronto afectó al resto del grupo, en especial a Galad y a Faewald, los más lentos de la compañía. Faewald quedó inconsciente por el efecto, y lo arrastraron entre los demás a duras penas. Mientras tanto, por delante, Symeon y Daradoth sufrían sendas caídas; el errante fue más afectado, y sufrió un duro golpe en la espalda que lo dejó inmóvil durante unos segundos. Daradoth, por su parte, se levantó con un fluido movimiento y continuó su carrera.

Con la tenue luz de su talismán alumbrando el camino mientras Yuria y él mismo acarreaban a Faewald, Galad notó cómo una mano etérea tocaba su nuca e intentaba hurgar en ella; los Celebdel debían de estar lanzando sus hechizos de destrucción  de la mente que había mencionado Symeon unos días atrás. Pero el paladín rechazó el toque inconscientemente, y la mano no logró su objetivo. Cuando llegaron a la altura de Symeon, uniendo las dos luces y tomando unos segundos de pausa, se dieron cuenta de que Ginnerionn ya no se encontraba con el grupo. Galad hizo amago de volver a por él, pero Yuria le convenció de que no lo hiciera cuando sintió una descarga considerable en el talismán de su cuello y a su vez el paladín sintió de nuevo que algo intentaba llegar hasta su mente. Así que continuaron con su carrera entre las raíces, con Symeon gimiendo de dolor.

Mientras tanto, Daradoth llegó a la entrada lateral de un santuario integrado en la parte oriental del Aglannävyr, que no habían visto antes. Subió precipitadamente las escaleras de mármol de profundos escalones, y atravesó el pórtico, huyendo desesperadamente de aquellos... se detuvo, calmado de repente. Además, el frío continuo y el estruendoso campaneo se habían visto atenuados sobremanera. En aquel lugar, la Sombra no había podido expulsar a la Luz todavía; en el interior de aquel templo la oscuridad ya no era tan acusada y, aunque la penumbra lo dominaba todo, ya era posible ver (a duras penas, pero ver al fin y al cabo) sin necesidad de un hechizo o una fuente de luz. Se regocijó en la sensación, pero entonces se acordó de sus compañeros y de los horribles engendros que había dejado atrás. Volvió al arco de acceso, deteniéndose en el escalón superior cuando vio aparecer enter las enormes raíces a sus amigos, mientras uno de los demonios se materializaba muy cerca de ellos y alargaba su mano hacia el grupo. Sintió un vuelco en el estómago cuando las horribles historias en las que sus tutores mencionaban a los Celebdel tomaron forma de nuevo en su mente; sin embargo, ver a sus amigos en peligro le hizo sobreponerse. Alzando su espada, invocó a voz en grito la ayuda de Nassaröth, mientras Yuria sentía de nuevo un calambre en el cuello, Arakariann sufría el ataque de un par de los enormes cuervos,  y Symeon caía inconsciente debido al aura de muerte de los demonios. Sendos rayos plateados cayeron del cielo directos a los engendros del Palio, causándoles el suficiente efecto como para permitir que el grupo subiera la escalinata y pudiera atravesar el pórtico de acceso al santuario, donde cayeron derrumbados de cansancio y estrés, pero reconfortados por la atmósfera más cálida del interior y por el alivio de no sentir los impactos de las campanadas. Daradoth entró tras ellos, mientras los demonios retrocedían a la oscuridad.

Tuvieron que apagar la luz de la Joya y dejar encendida solamente la de Galad, pues pronto se dieron cuenta de que aquel santuario estaba repleto de espejos que hacían rebotar los haces de luz y la potenciaban a extremos inimaginables. La tímida luz del amuleto del paladín se amplificaba tanto que bastaba para iluminar perfectamente todo el interior del enorme edificio. La disposición de los espejos era parecida a la que ya habían visto en el templo de Oltar, poco después de entrar en el complejo.

 —¿Lo notáis? —preguntó Taheem—. ¡No hay susurros!

 —Es cierto —contestó Yuria, con alivio; todos sonrieron cuando se dieron cuenta del silencio, roto solo por los ahogados impactos de las campanas del exterior.

Tras recuperar el aliento, devolver a Symeon a la consciencia y lamentar la pérdida de Ginnerionn, se aprestaron a explorar el lugar. En el centro del ala principal se alzaba un altar con una estatua dorada en el centro; tenía forma de mujer semidesnuda y sostenía sobre la palma de su mano un pequeño sol, así que al instante la reconocieron como Oltar. Alrededor del altar, donde se cruzaban cuatro pasillos entre columnas, había cuatro atriles. Tres de ellos estaban vacíos, pero sobre el cuarto resposaba un libro de gran tamaño. Daradoth leyó su título: "Las Vías de la Luz". Una escritura extremadamente pequeña y apretada sobre páginas enormes reveló la dificultad que tendrían para leerlo. Les pareció que no podían dejar pasar aquella oportunidad, así que un poco más tarde, cuando reanudaran el camino, Daradoth ataría el libro a su mochila y se lo llevaría.

Cerca del atril que quedaba por detrás de la estatua de Oltar pudieron ver también varios pedestales, y se les heló la sangre cuando sobre ellos reconocieron sendos cuerpos inertes e incorruptos de antiguos elfos. Los elfos tenían aspecto de nobles, y se encontraban totalmente equipados para el combate, pero a todas luces muertos; y de alguna manera se habían conservado perfectamente hasta ese día. Prefirieron no tocar ninguno de los cadáveres.

Al acercarse a las distintas puertas del enorme santuario (pues suponían que aquel era uno de los edificios que daban nombre al complejo) lo que vieron era muy diferente: una pequeña multitud de esqueletos todavía equipados con armaduras era todo lo que quedaba de una compañía de soldados elfos que habían luchado hacía muchos siglos defendiéndose de los invasores. Daradoth entonó una oración silenciosa por sus almas y tocó su frente con sus dedos índice y corazón, en el típico gesto élfico de respeto. Symeon escogió —con la aprobación de los demás— una espada y una diadema que parecían tener alguna capacidad especial y se dirigieron de nuevo hacia la parte interior, donde descansarían un buen rato.

Pero no pudieron reposar durante mucho tiempo, pues transcurridas apenas un par de horas comenzaron a oir (y sentir) unos fortísimos golpes que parecían impactar sobre la fachada delantera del templo. Un rápido y discreto vistazo bastó para que identificaran a tres de los grandes colosos utilizando algún tipo de artilugio para intentar destrozar las paredes del santuario. No parecían tener demasiado éxito, pero los pavorosos retumbos decidieron al grupo a poner tierra de por medio; así que se dirigieron hacia la parte trasera, donde Daradoth había visto desde el exterior que la construcción se unía al enorme Aglannävyr.

No tardaron en llegar a unas enormes escaleras que trazaban una prolongada curva hacia la izquierda. Los primeros escalones de mármol pronto dieron paso a otros construidos en una madera nívea y desconocida para todos ellos, cada vez con una forma menos geométrica y más orgánica. El entorno arquitectónico dio paso a un entorno más natural, donde pronto empezaron a ver los primeros signos de las raíces del enorme árbol. Poco a poco la escalera se iba integrando en el entorno, como si creciera desde el propio árbol en lugar de estar tallada o construida. No obstante, la sensación de mayor calidez que habían sentido desde que habían entrado al santuario no desapareció. La ausencia de los espejos se hizo manifiesta, y Symeon tuvo que encender de nuevo la Joya de Luz y Daradoth recurrir a su visión en la oscuridad para seguir avanzando. Las escaleras dieron paso a un corto corredor que llegaba a un arco orgánico; este estaba custodiado por dos estatuas muy similares a aquellas que se habían encontrado al acceder al complejo de los Santuarios. Tras ordenarles Daradoth que permitieran el paso a sus acompañantes, pasaron sin problemas a través de la pequeña bóveda  y accedieron ya de lleno al interior del Aglannävyr, donde nada parecía artificial, ni tallado, ni excavado, ni montado: todo lo que les rodeaba parecía haber sido hecho crecer (o encoger) en colaboración con el gigantesco vegetal. Unas preciosas escaleras de caracol subían hacia arriba, y varios pasillos partían en distintas direcciones; optaron por subir las escaleras.

Poco tiempo después llegaban a una especie de coliseo repleto de plantas que parecían crecer de la propia fibra vegetal del Aglannävyr. La imaginería del lugar les hizo suponer que aquello no era sino un santuario dedicado a Valdene. De varias fuentes manaba un agua cristalina que, para enorme regocijo del grupo, resultó ser pura y fresca. Yuria suspiró, aliviada, pues su preocupación por las reservas de agua era ya mayúscula. Rellenaron sus cantimploras y pellejos (sin las mulas para acarrearlas y con el cansancio acumulado, iban a notar el peso sin duda) y aprovecharon para refrescarse y reponer fuerzas con la carne seca y el pan de los elfos. Por fin pudieron dormir sin la amenaza de los susurros y con los sonidos del exterior totalmente amortiguados, y eso les hizo mucho bien, más del que podían imaginar.

El "día siguiente" exploraron el entorno.  El coliseo tenía doce salidas equiespaciadas, que se alejaban hacia el perímetro del árbol; pero optaron por seguir una escalera de caracol que ascendía ininterrumpidamente, perdiéndose en lo alto entre ramificaciones, nudos y columnas de albura.

Tras varias docenas de metros de subida, la escalera daba acceso a una especie de enorme balconada en forma de anfiteatro en el exterior del árbol. Daradoth, Galad y Symeon salieron al exterior, aunque el errante pronto volvió adentro cuando se hizo evidente que las luces no servirían de mucho allí. Desde el borde del gran añadido circular el elfo vio a lo lejos, allá abajo, cómo cuatro de aquellos constructos enormes seguían impactando contra las paredes del santuario, haciendo mella ya. Y los constructos no estaban solos; dos enormes demonios del Palio observaban sus evoluciones, y alrededor de ellos, una pequeña multitud de no muertos y tres celebdel. Cuando uno de estos pareció volverse para mirar en su dirección, Daradoth retrocedió con un escalofrío. Y entonces notó otra cosa que le perturbó: desde donde se encontraban ya podían ver más allá de la línea de horizonte de la colina principal, y al norte de esta, hasta entonces oculta por la propia colina, el elfo vio una enorme mancha de sombra que ni siquiera podía penetrar con sus poderes sobrenaturales de visión. Y no solo eso; al quedarse helado por la impresión, pudo notar que entre los omóplatos y en su nuca sentía la misma picazón que había percibido hacía ya tanto tiempo, al acercarse a Rheynald...

De nuevo en el interior, compartió todas sus impresiones con el resto del grupo, muy menguado respecto al que había empezado aquel viaje. "Qué pocos somos", pensó, "¿bastaremos para superar a toda esta Sombra?". Después de discutir acerca de aquella área de sombra impenetrable y la conveniencia de acercarse o no a ella, volvieron a detenerse para descansar; debían aprovechar mientras los susurros les concedieran tregua. En el mundo onírico, Symeon pudo ver que el árbol era como una fortaleza recia y antigua, pero pudo sentir cómo la Sombra lo presionaba e impactaba; las campanadas eran tan claras allí como en el mundo de vigilia, lo cual le sorprendió, así que prefirió no salir al exterior del árbol. Por su parte, Galad, que había pedido la inspiración de Emmán de nuevo para soñar con el Orbe de Oltar, no sacó nada en claro pues lo único que obtuvo fueron visiones muy abstractas y mucha gente muriendo alrededor del objeto, cada vez más apagado.

Al despertar volverion a evaluar sus opciones y la conveniencia de dirigirse o bien a la fortaleza central o bien al área de Sombra.

—Entrar en esa zona de Sombra —dijo Symeon— será un suicidio a menos que no sea una zona, sino una especie de velo que impide que se vea dentro; pero considero esto harto improbable.

Cuando Galad anunció que no había podido sacar nada en claro del sueño de Emmán, Arakariann sugirió que quizá no deberían preocuparse tanto por la localización del orbe y confiar en la inspiración que Ninaith había concedido a Symeon para que este fuera quien los guiara hasta él. El errante tomó entonces la primera decisión: su corazón le decía que deberían evitar la zona de Sombra y dirigirse hacia la fortaleza central.

 —Si hemos de dirigirnos hacia allí —dijo Galad, con gesto grave—, salir por donde hemos entrado no es una opción, con todos esos engendros congregados a la entrada del santuario; debemos encontrar otra forma de llegar, y volando no creo que pueda ser.

Todos se miraron con gesto grave, de acuerdo con la afirmación del paladín. Entonces, algo se iluminó en la mente de Yuria.

 —Volando seguro que no —dijo, con media sonrisa—, pero por arriba quizá sí. Este... árbol... es ciclópeo. Debe de tener un ramaje acorde. Daradoth —continuó, girándose hacia el elfo— ¿crees que las ramas de este...Aglannävyr... podrían permitirnos llegar hasta la fortaleza? ¿O al menos lo suficientemente cerca?

Daradoth hizo un gesto, y sus ojos parecieron refulgir con un brillo extraño. Salió a la balconada y miró hacia arriba y hacia el este. Volvió a entrar.

 —Sin duda —afirmó con la cabeza—. Las ramas se extienden centenares de metros, y algunas parecen llegar prácticamente hasta el interior de la muralla.

Galad puso una mano sobre el hombro de Yuria, sonriéndole, y todos se aprestaron a continuar subiendo por la escalera de caracol.