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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 21 de marzo de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 21

El Edificio octogonal (II). Hacia el Foso.

Antes de ponerse a recorrer de nuevo el enorme edificio, el grupo discutió acerca de otros modos de localizar el orbe de Oltar. Daradoth puso en palabras sus pensamientos:

—¿No creéis posible que sea el propio orbe quien me está hablando en sueños? —preguntó, rascándose distraídamente la nuca; ahora que se fijaba, esa especie de picazón que había empezado a sentir al aproximarse al Aglannävyr y que era prácticamente igual que la que había sentido en Rheynald, había ido en aumento conforme se habían ido acercando al complejo central.

—Podría ser —contestó Symeon—, aunque no lo veo probable. Si el orbe es realmente un Arcángel, su manifestación debería ser más poderosa; aunque es posible que lo hayan sellado, o debilitado, o vete a saber qué.

—¿Y si —planteó Galad— hubieran ocultado el orbe en el cristal de ahí arriba y lo hubieran opacado para esconderlo? 

—¿Tú crees? —dijo Yuria, escéptica—. No sé, por lo que habéis descrito y por lo que parece, la opacidad del cristal es provocada por la sombra...

—Pero quizás, solo quizás —insistió Galad—, el cristal responda a las órdenes de los elfos igual que lo hacen las estatuas del exterior. 

—No perdemos nada con probar —se mostró de acuerdo Yuria.

Daradoth asintió con la cabeza, se acercó al enorme diamante y alzó sus brazos.

—Enciéndete —susurró en cántico, pero nada ocurrió. Lo probó de varias otras formas, pero ninguna tuvo efecto. Finalmente desistió, volviéndose hacia los demás—: Nada, no reacciona.

Yuria se había quedado callada durante todo ese rato, recorriendo la sala con la ayuda de la luz de Galad. Tras meditar unos segundos, dijo:

—¿Os habéis fijado? Hay exactamente ciento veintiún asientos en la sala.

—¿Y? —la invitó a seguir Galad.

—Ciento veintiunon son once veces once... once... otra vez ese número. Parece que la Sombra siempre manifiesta esas facetas... los once rostros de Korvegâr, las once vías de la Sombra, los once kaloriones con once apóstoles cada uno... ¿no os parece mucha casualidad?

—Desde luego —acordó Symeon, que se había acercado para oírla mejor—. Pero no creo que esta sala tuviera mucho que ver con la Sombra, por todo lo que hemos visto o soñado, más bien me inclino a creer que ese número debía de ser simbólico, representando la superioridad de la Luz.

Galad asintió vehementemente, Yuria también, pero no parecía tan convencida.

Tras unos segundos de reflexión, Daradoth cambió de tema:

—Creo que con las habilidades que me concedió Nassaröth podría localizar dónde se encuentra el poseedor de la voz que viene a mí en sueños, ¿creéis que debería intentarlo?

Todos se mostraron de acuerdo en que sí, que sería bueno que averiguaran de qué o de quién se trataba. Así que Daradoth se concentró mientras los demás hacían guardia, y la inspiración de Nassaröth le indicó una direcció y una distancia.

—Se encuentra a poco menos de trescientos metros hacia allá —anunció, señalando.

Galad, que tenía muy presente en la cabeza la distribución del complejo y las direcciones que habían tomado, calculó que Daradoth señalaba casi perfectamente hacia el norte.

—Señalas hacia el norte, Daradoth, hacia donde se encuentra la oscuridad impenetrable. Pero si la distancia es correcta, es la que más o menos nos separaría del foso. 

Cogieron la impedimenta y se dirigieron hacia allá, aprovechando para registrar bien el lugar en busca de pasadizos o puertas que pasaran inadvertidas. Tras atravesar varias salas y pasillos, llegaron a la vista (la vista de Daradoth, el resto seguía sin ver nada más allá de los cinco metros que alumbraba la tiara de Symeon) de una de las entradas, efectivamente la del lado norte, protegida por uno de los rastrillos de fulgor plateado. Cuando accedieron al zaguán, Daradoth y Galad volvieron a sentir el profundo latido que procedía de la zona de oscuridad, aunque amortiguado, suponían que debido a encontrarse en el interior del edificio. Los susurros seguían sin escucharse.

—Ya veo el rastrillo —anunció Daradoth—. Hay movimiento en el exterior. No lo distingo bien, pero hay gente. Quedémonos a cubierto.

—Lo que parece claro —dijo Yuria— es que, por lo que hemos recorrido, el origen de la voz debe estar más o menos en el foso.

—¿Y cómo accedemos a él? Hay que salir —planteó Symeon.

—Pues tendremos que planear algo —dijo Galad.

Y así lo hicieron. Pasaron un largo rato discutiendo cómo hacer que Daradoth pudiera salir usando sus poderes para pasar inadvertido sin exponerse a los ataques de los muertos vivientes, los elfos dementes y los demonios. La conversación se vio interrumpida un par de veces por sendas campanadas de Sombra, mucho más amortiguadas de lo que se sentían en el exterior. 

No obstante, decidieron que la salida al exterior la realizarían después del siguiente período de descanso. Así que dedicarían unas horas más a buscar en el edificio accesos a algún nivel subterráneo. Ya lo habían intentado antes sin éxito, pero vieron necesario insistir, porque les parecía raro que el edificio no tuviera cámaras o salas bajo el suelo. 

De nuevo, tras varias horas, su búsqueda fue infructuosa; así que, agotados, se retiraron a descansar en una sala cercana a la salida norte. Cuando fue el turno de dormir de Daradoth, la voz no tardó en volver. 

"Estáis tan cerca... tan cerca... hace tanto frío... necesito la Luz. Traedme la Luz, por favor, no la perdáis... no la perdáis...". 

"Tengo que pedirte un favor", pensó Daradoth, "cuando te encuentre, no puedes quedarte con toda mi Luz, no puedes".

"Pero... pero... es que, hace tanto frío... yo... si tú me dejas... si me dejaras...".

Daradoth, aterrado, notó como la presencia intentaba tomar el control de su mente, desplazándolo a él, algo muy parecido a lo que había sentido en Tarkal cuando el presunto kalorion lo había poseído. "No... ¡no, no!". El cuerpo dormido de Daradoth empezó a agitarse levemente, alertando a Taheem y a Yuria, de momento no le dieron importancia. Pero pronto, a medida que iba viéndose desplazado, el terror de Daradoth iba yendo en aumento y su cuerpo moviéndose más claramente.

"Tranquilo... no... tranquilo", dijo la voz. "Solamente necesito... necesito... esto...".

Daradoth empezó a agitarse violentamente, como si estuviera viviendo una pesadilla vívida. Yuria y Taheem corrieron a intentar despertarlo, despertando a varios más con el escándalo.

Mientras tanto, Daradoth empezó a recordar.

Estaba en la sala de guerra del Templo de la Luz, con seis de los mejores generales elfos. La guerra no iba bien. Impartió las órdenes necesarias para las siguientes jornadas de combate. Corte. La espada casi resbalaba de su mano por la cantidad de sangre de engendros de la sombra que chorreaba de ella. Un enano de ojos rojizos, mucho más grande de lo normal y con una Daga Negra se abalanzó sobre él. Corte. Todo estaba perdido. La oleada de Sombra era imparable. Y esa herida en su costado... esa herida...¿humeaba?

Yuria le asestó una patada en las costillas, desesperada por los estertores de su amigo. Pero ni aun así despertó. En ese momento sonó una nueva campanada. "¡Noooooooo!...", dijo la voz, que pareció alejarse instantáneamente. Daradoth despertó, con un fuerte dolor en el costado, sin aliento y extremadamente agitado.

Cuando pudieron calmarlo, les contó lo que había pasado.

—He vuelto a hablar con ese ser que contacta conmigo. Me ha enseñado cosas, o no sé si me las ha enseñado, pero las he visto. Creo que no es el orbe, sino el que fuera en tiempos su portador. Cómo era el nombre que nos dijo Eraitan...

—Ecthërienn —dijo Yuria—. Según nos dijo, se suponía que él era el portador del Obre de Curassil.

—Pues creo que es él, por las cosas que he visto cuando me ha desplazado de mi propia mente —describió las visiones, o los recuerdos, que había tenido; no estaba seguro si eran una cosa o la otra.

—Quizá has podido acceder a su mente, y él a la tuya —sugirió Symeon.

—Puede ser... en cualquier caso, creo que es él.

—¿Y si de alguna manera su esencia, o su alma, permaneció de alguna manera en el orbe? —sugirió Galad.

—Pues... con suerte, lo averiguaremos pronto —zanjó Symeon—. Ahora, deberíamos dormir de nuevo, es demasiado pronto.

Y así lo hicieron, pues la mayoría de ellos no había dormido más que un par de horas.

Un calor agradable se abrió paso a través del frío reinante para conforta a Symeon en su sueño. Poco después, un toque en la frente, que le recordó al contacto de su madre cuando se encontraba en la cuna, conmovió todo su ser e hizo acudir lágrimas a sus ojos. "Despierta, hijo mío", escuchó. Abrió los ojos, para tras unos momentos de emoción, encontrarse en el Mundo Onírico. Alrededor, la Sombra y la Luz bailaban un baile interminable, con los jirones de una y de otra apreciendo y desapareciendo sin cesar sucesivamente. Delante de él, una anciana de rostro angelical y ojos muy claros, con un libro en las manos, lo miraba. "Ninaith".

—Mi señora, es un...

—No tengo mucho tiempo, hijo —dijo la anciana, con una voz que conmovió hasta la última brizna del ser de Symeon—. Solo quiero deciros que no debéis desfallecer, que estamos con vosotros. Vuestro destino es muy alto, la Luz está en vuestras manos, y no debéis abandonar a aquel que habéis perdido... —su voz se fue haciendo más débil... —. Es muy importante, y confío en ti más que en ningún otro... no me decepcionéis... la Luz... el mundo, está en vuestras manos... no lo abandonéis, no... —fue haciéndose más indefinida—... el cristal... ¡el cristal! ¡La Joya!, es la clave.... es la.... —desapareció.

Symeon despertó rápidamente, no quería estar ni un segundo más de lo necesario en el Mundo Onírico sin la protección de la diosa. Despertó a todos de nuevo, relatándoles el contacto con Ninaith. 

—Me ha dicho que estamos destinados a lo más alto, y que la Luz está en nuestras manos. Y que no podemos abandonar a "aquel que hemos perdido" —informó—. Supongo que se refería a Eraitan. E insistió en que "el cristal", "la joya", era la clave. Eso no sé cómo interpretarlo.

Tras discutir durante unos minutos, completaron su descanso y despertaron a las pocas horas. Fue entonces cuando intentaron, haciendo uso de la Joya de Luz y de la tiara que llevaba Symeon, activar el gran cristal que flotaba a cinco metros sobre ellos. Pero no tuvieron éxito. "Si hubiérais podido decirme algo más, mi señora Ninaith...", se lamentó Symeon.

A continuación lo intentó Daradoth, también sin éxito. Aunque se fijaron en que, cuando la luz iluminaba algunos de los espejos que forraban la parte interior de la torre superior, estos se convertían en reflectantes durante unos minutos antes de volver a su estado opaco.

Tras muchos intentos y un rato de discusión, finalmente Galad decidió intentar canalizar algo de su poder ("del poder que Emmán me concede") hacia el enorme cristal. Así lo hizo; sin embargo, enseguida que trabó contacto con el objeto, notó un extraño frío a través del vínculo: sin lugar a dudas, un frío transmitido por la Sombra. Cortó la canalización al instante, sorprendido.

—Parece que, efectivamente, el cristal ha sido invadido por la Sombra —anunció—. Pero... no sé... tengo la sensación de que puedo hacerla retroceder de alguna manera...

—¿Crees que es seguro? —preguntó Symeon.

—Sí, creo que sí, siempre puedo romper el canal a tiempo, por lo que he visto.

—Entonces, deberías intentarlo.

Galad se aprestó a la segunda tentativa. Esta vez, se preparó para una transferencia mayor de su poder. Se concentró todo lo posible, y abrió un canal mucho más grande que el anterior. Pro supuesto, recibió un retroceso proporcional de Sombra. Pero el poder del paladín era mucho y su fe en Emmán inquebrantable, así que luchó con todas sus fuerzas. Perlas de sudor aparecieron en su frente, y su mandíbula se tensó cuando apretó los dientes. Pero la Sombra cedió, y finalmente alcanzó el objeto, continuando con su empuje.

—Mirad —susurró Symeon a los demás, que podían ver el diamante gracias a la luz que emitía su diadema—. 

—Sí —dijo Daradoth—, una de las facetas está reflejando la luz.

—Sigue, Galad —animó Yuria al paladín.

Pero Galad no podía más. Guardando una brizna de su poder para no caer inconsciente por el agotamiento (o algo peor si la Sombra conseguía alcanzarlo a través del vínculo), cortó el canal, jadeando y casi hincando una rodilla en tierra.

La faceta que había señalado Symeon siguió reflejando la luz durante unos minutos, y todos se quedaron mirándola hasta que volvió a opacarse poco a poco. No obstante, ahora tenían la esperanza de poder recuperar el cristal de alguna manera.

—Sin embargo —dijo Galad, agotado—, hace falta una cantidad de poder inmenso, que no sé cómo vamos a poder obtener.

—Lo único que se me ocurre es conseguir el orbe, y que pueda ayudarnos de alguna manera —sugirió Symeon.

—De acuerdo, pero yo ahora... necesito descansar... —Galad estaba agotado, así que se tendió para descansar.

Una vez descansados, procedieron a ejecutar su plan para que Daradoth pudiera salir del edificio y llegar hasta el foso, donde se suponía que estaba la presencia que le hablaba durante sus sueños. Necesitaría toda la ayuda posible, así que Symeon le tendió la tiara que habían conseguido en el Aglannävyr, pero a Daradoth le fue imposible acceder a sus poderes. No obstante, cuando Galad le tendió la Joya de Luz de Eraitan, el elfo sí pudo ahondar en sus secretos, y descubrió una capacidad que hasta ahora les había pasado inadvertida; la Joya le permitiría crear una esfera de Luz pura que podría ayudarle a acabar con los engendros de la Sombra. La ciñó a su frente, ceremonioso.

Galad y Symeon utilizaron sus habilidades para despejar la salida, y Daradoth, tras desnudarse y quedarse vestido con lo imprescindible, invocó sus poderes para ocultarse a la vista. 

—Cuidado, Daradoth —advirtió Galad—. Ahí fuera hay bastantes muertos vivientes. Por suerte, no parece haber demonios más acá del foso. Espera un momento.

Mientras Symeon invocaba los poderes de la tiara para distraer a los enemigos, Galad elevó una súplica a Emmán, en voz queda. Y su dios respondió. Un aura de vida pura emanó del paladín, que también ahuyentó a los muertos más cercanos. Daradoth aprovechó para abrir rápidamente el rastrillo, escabullirse al exterior, cerrar de nuevo, y desplazarse rápidamente hacia el foso. En línea recta, al final del camino de baldosas que llevaba a la puerta por la que acababa de salir, podía ver los restos de uno de los puentes que en otros tiempos habían dado acceso al edificio, con su correspondiente bastión interior y los restos calcinados del bastión exterior. Se estremeció cuando, al otro lado del foso, vio cómo miraban hacia él (pero, evidentemente, sin verlo) al menos dos docenas de demonios, entre ellos los dos que habían dirigido la marcha hacia el interior complejo y que, presumiblemente, se habían llevado a Eraitan hacia la oscuridad. Algunos de ellos empezaron a lanzar rayos de un fuego oscuro hacia el rastrillo que había dejado atrás. Pero lo que le inquietó más fue que, ya en el exterior del edificio, pudo sentir más claramente esa especie de latido que emitía el área de oscuridad, y que parecía haber acelerado su ritmo...


jueves, 10 de marzo de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 20

El Edificio octogonal

Symeon intentó detener a Daradoth, pero el elfo probó ser demasiado rápido y ágil aun a pesar de la carga que llevaba a su espalda, con la mochila y el enorme libro ("Las Vías de la Luz") que había atado a ella en el Santuario de Oltar. El errante apretó los dientes cuando falló un intento de agarrarlo y cayó al suelo aparatosamente; dio unas volteretas y volvió a levantarse, ignorando el dolor provocado por los golpes contra los escombros. "Maldición", pensó desesperado, "no voy a alcanzarlo, y ya tenemos que estar muy cerca de esos elfos muertos, ya noto el frío". Y así era, un frío entumecedor se empezaba a adueñar de sus articulaciones, y la Joya de Luz no revelaba dónde estaba su amigo. De repente, el frío desapareció. "¿Qué... cómo puede ser?", pensó.

La respuesta, como Symeon ya sospechaba, estaba más atrás. Galad había invocado los poderes concedidos por Emmán, y entonando sus plegarias —y no sin esfuerzo—, había conseguido rechazar a los dos engendros no-muertos.

"¿Pero qué dem...?", pensó Daradoth, al verse libre de la influencia de los horribles elfos. En ese momento, Symeon llegaba trastabillando a su altura, y comprendió. Sintió un escalofrío, recordando el momento en el que algún kalorion lo había poseído allá en Tarkal, pero el agotamiento y el errante no le dejaron caer en las tinieblas de la locura.

—Daradoth... ¡menos mal! —susurró Symeon a la mortecina luz de la joya—. Creo que Galad nos ha ayudado justo a tiempo. ¡Vamos! ¡No podemos parar aquí! ¡Vamos! —Se giraron para volver con sus compañeros, y en ese momento se oyó un gran estruendo  a su espalda, como un derrumbe de edificio, acompañado de gritos y rugidos.

Corrieron a reunirse con el resto, trastabillando varias veces debido al  puro agotamiento. Un rayo de fuego pasó a pocos centímetros de la cabeza de Daradoth, perdiéndose en la oscuridad. A ese rayo le siguieron varios otros, que por suerte no impactaron en su objetivo.

Más allá, Yuria gritó:

—¡Vamos, Galad! ¡Vamos a por Daradoth y Symeon! —instó con gestos a avanzar al paladín y a los demás.

—¡Vamos para allá, Yuria! —exclamó Daradoth, que había oído la voz de su amiga. 

El grupo se reunió por fin, y Daradoth aprovechó para, recuperando un poco el aliento, girarse. Se encogió cuando vio que una pequeña multitud había accedido a la plaza, compuesta por elfos deformes, algunos no-muertos, y un par de demonios que lanzaban los rayos de fuego impío. El elfo dirigió al grupo a una bocacalle hacia la izquierda, y se internaron por una estrecha callejuela, donde unas decenas de metros más allá aparecieron dos elfos sombríos, con su espeluznante risa demente. Tras un breve enfrentamiento, consiguieron ponerlos fuera de combate y, Galad, con su habilidad para detectar enemigos en el entorno, los guió hacia el edificio central. Daradoth invocó a su vez el poder de Nassaröth para crear una serie de barreras que les permitieron distanciarse de sus perseguidores.

Doblaron un par de esquinas y, en relativa tranquilidad, llegaron a lo que parecía una antigua plaza. En ese momento, Arakariann gritó algo en cántico, que Daradoth se apresuró a traducir:

—Dice que escucha un aleteo... ¡cuidado! —exclamó el elfo.

Una nube de criaturas voladoras los envolvió de repente, mordiéndolos por doquier, y fue Faewald el que quedó peor parado. El esthalio cayó inconsciente tras proferir un grito de sorpresa. Afortunadamente, las criaturas que penetraban en la esfera de luz de Symeon caían desplomadas a los pocos segundos, y eso les permitió seguir su avance sin lamentar más bajas. El errante intentó levantar a Faewald, pero las piernas le fallaron por el agotamiento y cayó de rodillas. El rostro de Galad transmitía toda la fatiga a la que estaba sometido debido a la extrema concentración que requería. Viendo el panorama, fue Yuria la que, sacando fuerzas de donde no sabía que tenía, levantó al ercestre y lo apoyó sobre su hombro.

—Vamos —instó a los demás, con la voz casi fallándole por el cansancio y la tensión—, no paréis. Vamos, Symeon —animó a su amigo, que se estaba levantando penosamente del suelo.

La gran plaza a la que habían llegado albergaba un gran anfiteatro que en el pasado debía de haber estado destinado a reuniones o ceremonias masivas. Lo rodearon por la derecha, siguiendo las instrucciones de Symeon, el que mejor se orientaba de ellos. El aleteo los seguía acompañando a lo lejos, y por el rabillo del ojo, Daradoth pudo ver que desde casi todas las bocacalles, sus perseguidores accedían por fin a la plaza.

—Vienen detrás —advirtió jadeando—. No sé si lo conseguiremos...

Por fin, rodearon el anfiteatro y llegaron a un antiguo templo que se conservaba mucho mejor que el resto de edificios que habían visto.  Atravesaron por un viejo jardín, arruinado en la actualidad, y llegaron a la otra parte. Y por fin, Daradoth vio muy cerca el edificio central, el de la forma octogonal con la torre en el centro que había visto Galad en su sueño. Detrás del edificio, más para allá, se encontraba la oscuridad impenetrable a donde habían llevado a Eraitan; y de ella parecía emanar una especie de latido que el elfo notaba ahora que se había detenido y recuperado el aliento. Symeon también lo percibía:

—¿Qué es ese latido, Daradoth? ¿Tienes idea?

—No —contestó el elfo—, pero parece proceder de la oscuridad impenetrable que vi desde el Aglannävyr. De todas maneras, tenemos problemas más inmediatos. El edificio parece estar protegido por un foso, y lo que hay dentro dejó de ser agua hace ya tiempo.

—¿No hay puente para cruzar? —preguntó Yuria.

—Parece que en tiempos hubo ocho, uno por fachada, pero no hay ninguno en pie. Solo hay unos bastiones que darían acceso en su momento. Lo que veo es que en cada  bastión hay una pareja de estatuas como las que vimos al entrar a los Santuarios y que obedecían mis órdenes.

—Pues intentemos pasar como podamos —dijo Yuria, desatando la cuerda de su mochila.

Después de ordenar en cántico a las estatuas que dejaran pasar a sus amigos e impidieran el paso a sus enemigos, atravesaron el bastión más cercano (donde se podían observar signos de lucha acontecida hacía muchos siglos) y se aprestaron para atravesar el foso con ayuda de las cuerdas y las habilidades especiales de Daradoth y Arakariann. Mientras tanto, detrás de ellos ya aparecían los enemigos rodeando el anfiteatro, y por los laterales de la explanada. Por suerte, las estatuas respondieron a las órdenes del elfo, y mantuvieron a raya a los engendros, al menos hasta que apareció media docena de demonios y un nutrido grupo de muertos vivientes, que las superaron.

Daradoth decidió invocar el poder de Nassaröth de la forma más destructiva posible. Se concentró, y mientras el resto de sus compañeros acababa de atravesar el foso, alzó sus brazos y gritó invocando a su avatar benefactor. Acto seguido, con un estruendo celestial, todos los engendros a la vista fueron alcanzados por sendos rayos de luz divina, provocando el caos en sus filas. El elfo sintió un repentino y extremo cansancio, lo que frustró sus ganas de sonreír al ver lo que acababa de ocurrir. Tuvo que ser ayudado por el resto para atravesar el foso, y por fin se tiraron todos sobre sus espaldas a recuperar el aliento. Por suerte, parecía que a esa parte del foso, los constantes susurros de la Sombra que les habían atormentado durante días, durante semanas, se habían acallado.

Sin embargo, no pudieron detenerse más que unos pocos segundos, porque volvieron a oír el aleteo quitinoso sobre ellos. Así que se levantaron penosamente una vez más y se dirigieron hacia el portalón del edificio. 

—El acceso está bloqueado por un rastrillo —dijo Daradoth mientras se acercaban—. Creo que... —se interrumpió, de repente, mirando hacia la izquierda. De detrás de la esquina habían  aparecido varias figuras humanoides y pequeñas, con los ojos rojos. Enanos. 

—Cuidado, vienen hacia nosotros unos enanos con los ojos rojos. Nunca había visto algo así. Tienen la barba oscura, como envuelta en sombras, y sus ojos dejan una estela de humo amarillento...  y sus hachas brillan con un fulgor ambarino.

—Enanos Ojos Ígneos —dijo Symeon—. Corrompidos por Sombra.

Por suerte, los enanos se aproximaban confiadamente, sin apresurarse. Tras ellos aparecieron un par más, y uno de ellos mostraba una forma física muy alterada, hinchado, con deformaciones horribles en el rostro, la barba convertida en púas y...

—Bendita Ammarië... —no pudo evitar musitar Daradoth—.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —inquirió Yuria, haciendo reaccionar a su amigo.

—¡Uno de ellos lleva una Kothmorui, una Daga Negra de Trelteran! ¡Vamos, entremos!

Se precipitaron a la puerta, donde el rastrillo brillaba con un levísimo fulgor plateado. El grupo ya empezaba a notar el frío que emanaba el impío objeto de los kaloriones. Tras varios intentos infructuosos de abrir la barrera por la fuerza, Yuria y Symeon urgieron a Daradoth a que intentara hacerlo de viva voz de forma semejante a lo que había hecho con las estatuas. Su orden no tuvo ningún efecto, pero cuando el elfo hizo intención de levantarlo, el rastrillo se alzó con gran velocidad.

Los enanos susurraron algo a sus espaldas, en su horripilante idioma. Daradoth cerró el rastrillo apresuradamente, y una de las hachas de los primeros impactó contra él con un sonido sobrenaturalmente fuerte. Los cuatro primeros enanos se asomaron a la otra parte de la reja, rugiendo improperios en su lengua. El grupo se alejó de la puerta prácticamente a rastras, y tras salir de la antesala, se derrumbaron por fin, completamente agotados. Tras comprobar que ningún enemigo entraba al edificio, buscaron un lugar adecuado y durmieron unas cuantas horas, cosa que necesitaban con extrema urgencia.

Durante el descanso, la voz volvió para hablar a Daradoth. "Estás cerca... ¡muy cerca! Date prisa, tienes que venir a sacarme de aquí, necesito Luz, la necesito...". El elfo intentó hablar con su desconocido interlocutor, pero no obtuvo respuestas aclaratorias a sus preguntas, ni le supo decir dónde ni a qué distancia se encontraba.

Al despertar, comieron algo de carne seca y té, lo que les hizo sentirse muchísimo mejor. Los constantes susurros habían cesado y al parecer, los enemigos no habían podido penetran en el complejo. Así que Symeon se levantó, desató su impedimenta y sacó la espada y la diadema que se había llevado del santuario al pie del Aglannävyr.

—Daradoth, deberíamos intentar utilizarlos, quizá nos puedan ayudar a salir de aquí.

—Sí, tienes razón.

Así que, apartados en un sitio tranquilo, se concentraron. Efectivamente, tanto la diadema como la espada resultaron ser objetos de gran poder, que sin duda les ayudarían en su búsqueda. Symeon conservó la diadema, mientras que Daradoth enfundó la espada, cuyas runas revelaban su nombre: Sannarialáth ("portadora de Luz").

A continuación, tras recuperar a Faewald (el descanso le había hecho mucho bien, pero Symeon lo notaba diferente, como si la Sombra fuera más fuerte en él; desde luego, su habitual alegría se había trocado en taciturnidad), se aprestaron a recorrer el edificio. Mientras se movían, Daradoth les informó de la nueva conversación que había mantenido mientras dormía con la voz desconocida.

—Según dice, estamos muy cerca, y es posible que se trate del orbe. No podemos descartarlo.

—Aun así, tenemos que tener cuidado. Por lo que cuentas, no sé si podemos fiarnos del todo.

El edificio era más grande de lo que parecía, así que recorrieron muchísimas salas, despachos, escribanías y bibliotecas, todas vacías o arruinadas por los años. 

Y por fin, llegaron a la que parecía la sala central, de forma octogonal. La sala estaba presidida por un púlpito que podía dar cabida a varias personas, con sendos atriles. Alrededor del púlpito se encontraban unos doscientos asientos estructurados en diferentes filas a distintas alturas, asientos para una audiencia mirando hacia el centro. Y, lo más sorprendente era que, a unos cinco metros sobre el púlpito, sin ningún sistema de fijación, flotaba un enorme cristal parecido a un diamante, facetado en centenares de caras. El cristal era opaco, aunque el grupo estaba convencido de que en tiempos debía de haber sido transparente. Sobre el cristal, una cúpula que daba acceso a la torre central, donde se veía un gran número de espejos que habían caído en el olvido y la oscuridad mucho tiempo atrás.

 

El Cristal de Luz

—¿Qué clase de ceremonias habrá visto esta sala? —se preguntó en voz alta Symeon—. Quizá era para ampliar el poder de Santuarios, o para protegerlo... no sé.

Una vez que habían recorrido toda la sala, decidieron explorar el resto del edificio, cosa que les llevó casi un día de atravesar almacenes, salas de reuniones, estudio, cocinas y demás. Por lo que vieron, todos los portalones que daban al exterior tenían rastrillos que parecían tener éxito en impedir la entrada de las criaturas de Sombra. Sin descubrir nada más de interés, volvieron de nuevo a la sala central para descansar.

Antes de dormir, Galad pidió de nuevo la inspiración de Emmán para soñar con el enorme diamante que presidía la estancia. Y, como prácticamente siempre, Emmán respondió.

Todo era Sombra. Pero poco a poco, la Sombra se fue retirando, gracias a un enorme diamante que brillaba como el Sol en el más claro día. Poco podían hacer las tinieblas frente a él. Y alrededor, una congregación de elfos antiguos, poderosos, entonando cánticos que se podían sentir en la piel, en el alma. La luz del cristal se hizo mucho más intensa. Pero, de repente, los elfos se callaron; la Luz se apagó, y Sombra lo cubrió todo.

Mientras Galad soñaba y el resto descansaba o hacía guardias, la voz volvió a la mente de Daradoth. "¿Por qué no vienes? Estás tan cerca... ven a mí, ven a mí. Demasiada oscuridad, demasiado frío...". El elfo intentó de nuevo que le diera indicaciones para encontrarlo. "Estoy en una sala con un gran diamante, ¿sabes cómo puedo llegar a ti?". La voz respondió esta vez: "Esa sala... esa sala... detectábamos la Sombra... la combatíamos... sí... y entonces... entonces... Sombra apareció... bendito Oltar... nunca debimos construir esa aberración... tanto, tanto frío... ¡necesito salir de aquí!". En ese momento, Daradoth sintió cómo la voluntad de la voz intentaba anular la suya propia, un intento débil, pero que lo alteró sobremanera. Despertó, sobresaltando a los demás y acabando el período de descanso.

Ya más tranquilo, Daradoth  les relató lo que había pasado. 

—Lo que parece quedar claro es que es un ser de Luz —dijo el elfo—, pero... que haya intentado poseerme, o lo que sea... —sintió un escalofrío; ¿acaso todo el mundo quería anular su voluntad? El kalorion en Tarkal, los muertos vivientes aquí, la propia voz ahora... ¡maldita sea!

—No sabemos realmente lo que es —contestó Yuria—. Sigo pensando que no debemos fiarnos.

—Estoy de acuerdo con Yuria —aportó Symeon.

—Y yo —rubricó Galad.

Galad les contó a su vez el sueño que le había inspirado Emmán, lo que provocó unos minutos de reflexión y discusión. Daradoth permaneció callado durante todo ese rato, hasta que sugirió algo.

—¿Y si dejara que la voluntad de la voz entrara en mi mente? Quiero decir, intentando controlarla, igual podría darnos algún...

—Ni hablar —le cortó Yuria—. No sé cómo puedes siquiera sugerirlo, sigo diciendo que no es de fiar.

—Antes de hacer algo tan arriesgado, si es que lo hacemos —dijo Galad—, creo que deberíamos investigar más a fondo, buscando recovecos y, quizá, algún pasadizo secreto que pueda haber en el edificio.

Todos se mostraron de acuerdo en esto último.