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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 20 de febrero de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 37

Anticipando la Coronación

Acabada la conversación, mientras Daradoth se dirigía a dar un paseo con Ethëilë por lo que quedaba de los jardines antes de retirarse a descansar, Galad se interesaba por las fuerzas de seguridad que se encargarían de mantener el control durante la coronación.

—Quizá —sugirió a Ginathân— seria bueno que Yuria y yo inspeccionáramos el lugar y las condiciones antes del evento.

—Sí, buena idea —coincidió el futuro rey—. Mañana mismo os buscaré para hacerlo.

Ya en sus aposentos, Symeon anunció a sus compañeros su intención de inspeccionar el mundo onírico de Dársuma. Galad lanzó sus habituales protecciones sobre el errante, y Daradoth permaneció alerta ante cualquier imprevisto.

Symeon entró en la dimensión anexa sin problemas. La reciente situación en el mundo de vigilia, con violencia, muertos y destrucción se plasmaba también en aquella realidad. A través de las ventanas de sus habitaciones oníricas podía ver cómo humaredas etéreas se alzaban aquí y allá, y zonas donde la luminosidad era menos clara. Sigilosamente, salió al patio de armas, donde la representación ilusoria del Empíreo se veía claramente: un radiante barco acorazado y volador, de luz suave y dorada. Y bajo el dirigible, una figura observándolo. Una presencia que controlaba fácilmente su apariencia en el mundo onírico y que se ocultaba bajo unas extrañas capa y capucha se giró de repente hacia él, percibiéndolo. Y en un abrir y cerrar de ojos, la figura desapareció. El errante salió al exterior y se acercó más hacia el lugar, observando atentamente ante posibles trampas o alarmas dejadas por el extraño.

De repente, sintió algo a su espalda, que le rozó y pasó de largo. La familiar sensación de un ataque onírico. Como el relámpago, se giró. Una figura, quizá la misma de antes, se encontraba en lo alto de la muralla, y al instante desapareció. Symeon saltó a lo alto. A lo lejos, ya en el límite de la ciudadela, pudo ver la figura, que no parecía controlar su apariencia tan perfectamente como la que había visto antes. De forma increíblemente fugaz, la figura dejó ver características de centauro en su silueta. Symeon saltó de nuevo, pero no consiguió seguir su estela, y retrocedió al punto, temiendo la aparición de más extraños. Situó un par de alarmas en el Empíreo y en las habitaciones de Ginathân y Somara antes de retornar a un sueño normal.

Cuando Symeon compartió su experiencia con el resto del grupo, hubo rostros de preocupación.

—Noté dos presencias, y una de ellas dejó entrever facciones de centauro —dijo, resumiendo—. Es posible que trataran de engañarnos sobre su raza, pero por las circunstancias, creo que realmente perdió el control de su aspecto y se trataba efectivamente de un centauro.

—¿Te atacaron? —inquirió Galad.

—Uno lo intentó, pero falló al hacerlo por sorpresa, y sin intentarlo más, huyó. Me extrañó.

—Quizá no querían ser descubiertos, o que no descubriéramos su verdadera naturaleza.

—Es posible —coincidió Symeon—. Pero si realmente son centauros, creo que las únicas posibilidades son o que hayan venido de Doranna o del Vigía. Y si fueran del Vigía, nos habrían avisado, ¿no?

—Supongo que sí —terció Daradoth.

—Por otro lado, el Empíreo es un reclamo muy fuerte en el mundo onírico, su manifestación llama la atención, y el primer extraño que vi lo estaba rondando. Por si acaso, he dispuesto alarmas.

Daradoth no perdió más tiempo y contactó a través del Ebirïth (el búho de ébano que les servía como comunicador) con Irainos. Al preguntarle sobre la presencia de centauros en el mundo onírico de Dársuma, el anciano elfo expresó su extrañeza:

—No me consta que ningún centauro se haya desplazado fuera del Valle del Exilio. Realmente los necesitamos a todos defendiéndonos de las continuas incursiones a través del mundo onírico. No obstante, lo consultaré con el resto de miembros del Consejo.

—Y si no pertenecieran a las fuerzas del Vigía, ¿sabéis de donde pueden proceder?

—Hasta donde alcanza mi conocimiento, los centauros solo pueden proceder del Vigía o de Doranna.

Daradoth también informó acerca de sus planes allí y de llevarse a Somara en su viaje a la Gran Biblioteca. Refirió la nueva situación del alma de Ecthërienn, más soportable:

—Somara lo reconfortó, y ha accedido a esperar un tiempo más; ya recuerda quién es.

—Extraordinario —contestó Irainos—. Quizá no concedimos a esa mujer la importancia que merecía, pero nuestra percepción en esos casos creo que es bastante limitada.

—Es una criatura extraordinaria —se limitó a recalcar Daradoth—. En todos los sentidos.

Por la mañana, Ginathân apareció con Genhard y los dos maestros de esgrima

—Tal y como ayer sugirió Galad —dijo, mientras el paladín afirmaba con la cabeza—, vengo a pediros que me acompañéis en la inspección del lugar de la ceremonia, agradeceré sobremanera vuestros consejos.

—Por descontado, mi señor —concordó Yuria.

Ella y Galad pasaron la mañana recorriendo la entrada principal de la ciudadela, donde los carpinteros ya habían empezado a trabajar para construir una plataforma para la ceremonia de coronación. 

—La parte religiosa de la celebración —explicó Ginathân—, la bendición, será llevada a cabo por el clérigo de Emmán, el padre Earnôr, y la sacerdotisa de Valdene, mater Nirabeth. 

—Podéis contar conmigo si lo deseáis —se ofreció Galad, provocando una sincera sonrisa en su interlocutor.

—Por supuesto, por supuesto, será un honor contar con un verdadero paladín de Emmolnir. Os lo agradezco de corazón.

» Por otro lado, la ceremonia civil será oficiada por lord Aelar, como noble de más alto rango de todos los aquí reunidos.

La intención de Ginathân era que el momento fuera contemplado por el mayor número de personas posible, una pesadilla para la seguridad del futuro rey. Fue Galad quien demostró tener un talento fuera de lo común para detectar puntos débiles y establecer las medidas de seguridad adecuadas. Los encargados de la seguridad, los maestros de esgrima Astholân y Nirûnath le mostraron su agradecimiento.

Mientras tanto, esa misma mañana, Daradoth, que se encontraba leyendo el libro De las Vías de la Luz, recibió comunicación de Irainos a través del Ebirïth. El líder del Vigía le comunicó que había consultado con el resto del Consejo, y nadie tenía noticia de que ningún centauro se hubiera trasladado fuera del Valle del Exilio. Daradoth le agradeció la información. Por otra parte, a mediodía, el joven elfo aprovechó para congraciarse con lord Ginathân, pidiéndole disculpas por su brusquedad el día anterior.

—Perded todo cuidado, Daradoth —respondió el noble—. No me sentí ofendido, ni mucho menos. Como ya sabéis, os considero más que aliados; os debo mi vida, la de mi mujer y la de mi hijo no nato, y no puedo sino estaros agradecido por ello. Compartid una botella de vino conmigo.

En la conversación que siguió, Ginathân expresó su preocupación, pues había tenido que recurrir a "aliados de emergencia", y las promesas de ayuda a cambio de una franja de tierras en el sur para las casas Nastren y Vynkavos del Káikar iban a traer muchos problemas.

Al final del día, más o menos la mitad de tropas que se habían encontrado acampadas en el exterior de Dársuma, tanto de los Cuervos de Genhard como de las leales a Ginathân se pusieron en marcha hacia el norte. Había que asegurar el control del distrito cuanto antes, y no podían esperar más. Los exploradores ya habían partido de madrugada, con la misión de alertar ante cualquier posible incursión del resto de los distritos del Pacto. En la ciudad, masones, herreros y carpinteros trabajaban sin cesar. El general Genhard tuvo una breve conversación con Galad, en la que se interesó por la presencia de un paladín allí, y cómo se había reunido con el grupo. El paladín le respondió con evasivas, como ya era su costumbre.

Poco después, Genhard se acercó a Yuria. 

—¿Podríamos tener unas palabras, mi señora?

—Por supuesto.

 Genhard despidió al noble que lo acompañaba, lord Ardamâth, uno de los fieles a Ginathân, con un gesto. «Qué gran ascendiente tiene si puede despedir tan displicente a uno de los nobles de confianza de Ginathân», pensó Yuria.

—Ha llegado a mis oídos —continuó el general— vuestra gran capacidad en el campo de batalla, y que sois una gran experta en el campo de la artillería y la maniobra. —Yuria se sintió halagada, su ego necesitaba algo así—. Me gustaría saber qué hace una comandante tan capaz como vos fuera de Ercestria, que atesora a los oficiales como si fueran diamantes.

—Digamos que elegí mi propio camino.

—Eso es lo que me interesa, y más sabiendo que fuisteis capaz de diseñar este ingenio volador —señaló al Empíreo, anclado sobre el patio de armas—.

—¿Os agrada?

—Diría más que eso. Esto abre las posibilidades de la guerra a campos hasta ahora inexplorados. ¿Habéis pensado en crear otros modelos más...recios?

—Por supuesto, pero todavía no he encontrado la solución —mintió ella.

—En fin, sé que de primeras me vais a decir que no, pero si os interesa un puesto de responsabilidad, extremadamente bien remunerado y con el adecuado reconocimiento, el Káikar estaría muy interesado en vuestros servicios.

Yuria rechazó la oferta, alegando que ya tenía un puesto de tales características, y Genhard se interesó por Tarkal y lady Ilaith. Lo que Yuria le dijo contradecía sus ideas sobre los Príncipes Comerciantes, a los que el general kairk consideraba simples contrabandistas adinerados con mercenarios a sueldo.

—Y sin embargo, estáis aquí —los ojos de Genhard brillaron con un destello de suspicacia—. Y no alcanzo a comprender el motivo, teniendo ejércitos que comandar.

—Estoy en un viaje de exploración y diplomacia.

—Claro, por supuesto, por supuesto... —su sonrisa no dejaba lugar a dudas de que no creía ni una palabra—. Bueno, la oferta seguirá en pie siempre que lo deseéis. Ahora, permitidme invitaros a una copa.

Tras unos tragos, Genhard pareció relajarse y sincerarse:

—La verdad es que os envidio. Estoy algo cansado de la vida de mercenario, y me gustaría encontrar a un señor (o señora) que mereciera mi lealtad inquebrantable. Aún no lo he encontrado.

—Lady Ilaith...

—No dudo que consideréis a vuestra señora de fiar, pero mi experiencia me dice lo contrario, y los nobles son movidos por ambiciones que van más allá de cualquier relación personal o de moralidad. No creo que vuestra señora sea diferente, aunque os concedo el beneficio de la duda. De momento, estoy atado por varios contratos activos; veremos cuando se ejecuten o se rescindan; es posible que nos encontremos de nuevo —quedó pensativo.

En ese momento, sonó un cuerno procedente de la muralla exterior. Una visita importante llegaba a la ciudadela. En pocos segundos, atravesaron la puerta principal varios jinetes. La comitiva no llevaba estandartes, pero los pertrechos y la calidad de los caballos daban a entender que eran gente importante. Yuria abrió mucho los ojos cuando, entre los jinetes, reconoció a la duquesa lady Eleria Amernos, la jefa del cuerpo de informadores ercestre. Y pocos segundos después, reconoció también a lord Galan Mastaros, archiduque de Ercestria y valido del rey Nyatar, y a Rania Talos, la madre adoptiva de Galad. El grupo ya se había encontrado con ambos unos meses atrás en Creä, poco antes del evento del Ra'Akarah.

La comitiva ercestre, que desviaba su mirada sorprendida una y otra vez hacia el Empíreo,  fue recibida enseguida por el castellano y varios nobles, y no reparó en Yuria y su acompañante. Genhard se despidió rápida y educadamente. Yuria lo contempló mientras se alejaba, pensativa. «Parecía tan sincero y... honorable; nunca lo habría dicho. Esas cicatrices...». Desechó el pensamiento; no quería reconocer que quizá el general había dejado demasiada huella en ella, y reprimió los incipientes sentimientos. Sacudió la cabeza; «no hay tiempo para distracciones». Se precipitó a buscar a sus amigos, para informarles de los recién llegados.

Poco después, el grupo era convocado para cenar esa noche en compañía del futuro rey. Pero decidieron no esperar hasta la noche, y, dado que su relación en Creä había sido tan buena, se desplazaron directamente hasta los aposentos de los ercestres. Un guardia les dio el alto en la entrada, pero cuando transmitió sus nombres a sus superiores les granjearon el paso en el acto.

—Por todos los sables de Ercestria —saludó Galan Mastaros, afable—, las últimas personas que esperaba encontrarme aquí. Pasad, pasad, hay muchas cosas que tenéis que contarme.

Tanto el archiduque como Rania se acercaron a ellos, siempre flanqueados por un par de guardias. Lady Eleria, cuya descripción había proporcionado Yuria al resto, permaneció siempre en un segundo y discreto plano, y no abrió la boca ni siquiera para saludar a Yuria. Esta comprendió enseguida, y no hizo ningún gesto de reconocimiento. Pero sintió un escalofrío cuando, entre las personas que rodeaban a Galan, reconoció Elitena, su medio hermana. «No puede ser, maldición», pensó, con el rencor agitándose en lo más profundo de su ser.

—No esperaba encontraros de nuevo tras lo de Creä —continuó Galan, que a continuación presentó a sus compañeros:— Ya conocéis a Rania Talos, y estos son Elitena Spara, Yoredas Gaeros, Saena Orgas y —señaló a Eleria— Selaria Raethos. 

Elitena no hizo ningún gesto de reconocimiento hacia su hermana, y Yuria prefirió no hacerlo tampoco. El grupo pidió a Galan una conversación más privada, y el noble accedió a ello. Quedaron solo él y Rania. Les informó que los vestalenses habían hecho trascender el rumor de que el Ra'Akarah había ascendido.

—El Ra'Akarah murió, no tengáis ninguna duda —aseguró Symeon.

—Y entiendo que vosotros...

—Sí —interrumpió Daradoth—, entendéis perfectamente.

—Entonces, no puedo más que felicitaros, y ofreceros mis respetos.

—Os lo agradecemos, mi señor —contestó Galad, siempre cortés. 

Tras unos minutos de conversación más o menos intrascendente, Daradoth intervino con su brusquedad habitual:

—Ya sabéis que no me gusta andarme con rodeos, lord Mastaros —dijo—. ¿Debemos entender que vuestra presencia aquí implica que su majestad el rey Nyatar apoya la rebelión de Ginathân?

Galan lo miró, valorativamente. No estaba acostumbrado a unas preguntas tan directas. Lo habitual en su mundo era la sutilidad y la precaución, todo lo contrario que sucedía cada vez que se encontraba con aquel elfo impetuoso.

—Su majestad solo quiere... saber qué sucede. Y ofrecer una vía de mediación para la paz, si es posible.

Hablaron también de los invasores en el norte y en el este; los ercestres estaban enterados de todos los rumores, pero aquellas zonas se encontraban lejos y poco pudieron decirles acerca de aquello.

Rania y Galad intercambiaron palabras educadas y correctas, ni mucho menos lo que se esperaría de una madre y un hijo, aunque con tono afable, después de la importante ayuda que les había prestado en Creä. Daradoth, por su parte, mencionó la ayuda urgente que necesitaba Phâlzigar en la Región del Pacto, y a sugerencia de Mastaros escribió una carta dirigida al rey Nyatar de Ercestria con una petición de ayuda o, al menos, de reclamo de su interés.

Cuando abandonaron los aposentos esrcestres, en el breve tiempo que quedaba hasta la cena, Yuria aprovechó para revelar al resto la presencia de su medio hermana en la delegación. El odio y el desprecio eran palpables en sus palabras, así que nadie quiso ahondar mucho en aquella historial.

La cena empezó con un ambiente tenso, dada la presencia de gentes del Imperio del Káikar y de Ercestria, enemigos irreconciliables. No obstante, los caracteres relajados de Genhard y de Galan contribuyeron a distender el encuentro.

Galad aprovechó para intercambiar unas palabras con Arkâros, el demagogo líder de la plebe. Este no tuvo ningún cuidado con sus palabras ni su tono:

—El pueblo está entusiasmado, ¡entusiasmado, os digo! Llevábamos esperando esto desde hace siglos, ser libres y poder casarnos con quien nos plazca. Esto es solo el principio de una revolución mucho más profunda, ¡recordad mis palabras! —Algunos de los nobles presentes se volvieron a mirarle con cierto disgusto, pero la mayoría prefirió ignorarlo, por el bien de la velada. Lady Arinêth, la antigua miembro del Consejo de Pureza, le recriminó tal vía de pensamiento, y ambos se enzarzaron en una discusión estéril de la que el resto se desentendió.

Tras la cena, Somara se encontró con ellos, y les informó de que aquella misma tarde había tenido que aliviar a Ecthërienn de un nuevo episodio de desesperación.

—¿Creéis que estamos obrando bien, Somara? —preguntó Galad, atormentado por la situación y la responsabilidad sobre una vida de sufrimiento.

—Si queréis mi opinión, creo que yo lo habría... liberado... la primera vez que hablé con él. Ahora parece estar más aliviado y sobrellevar mejor su situación, aunque sea con una sensación de ebriedad. Es posible que, si encontráis la forma de devolverlo a la vida, cambie su actitud y se dé cuenta de que era lo mejor que podíais hacer. No os atormentéis más, Galad, solo sois un hombre —Somara cogió la mano del paladín, que al instante sintió esa calidez, ese candor que hacía asomar lágrimas a sus ojos.

—Gracias, mi señora, bendita seáis —fue lo único que alcanzó a decir.

Ya tranquilos en sus aposentos, Symeon entró en el mundo onírico. Realizó una breve visita a las habitaciones ercestres, donde no vio nada extraño. Acto seguido salió al patio de armas, y lo primero que vio fue una presencia, claramente un centauro, levitando hacia el Empíreo. El errante utilizó su habilidad de Viajar para situarse instantáneamente ante el dirigible:

—¿Qué hacéis aquí?—inquirió. El centauro se sorprendió y perdió el control de su forma. Durante un instante, Symeon pudo ver la representación de un Ojo del Vigía sobre el pecho de su interlocutor.

Al instante, algo le impactó en la espalda. Le atacaban. «Maldita sea», pensó, perdiendo el aliento durante unos segundos por el dolor. Afortunadamente, esta vez estaba prevenido. Mientras se situaba en una posición más ventajosa, intentó contemporizar. Pero sus oponentes lanzaron un nuevo ataque sobre él, que lo impulsó sobre la borda del Empíreo

En el mundo de vigilia, Symeon empezó a sangrar por la comisura de los labios mientras se agitaba en el sueño. Galad lo zarandeó y le golpeó levemente un par de veces, permitiéndole despejarse un poco y despertar. El paladín se apresuró a sanar las heridas de su compañero.

—Me atacaron como la vez anterior —contó Symeon—. Y esta vez he visto un centauro con el Ojo del Vigía. No creo haber sido engañado, perdió el control de su forma y lo vi fugazmente.

Al punto, Daradoth contactó con Irainos, al que refirió lo ocurrido. 

—Creo que deberíais investigarlo, Irainos, y si pudiérais enviarnos a alguien para ayudarnos con el mundo onírico, os lo agradeceríamos.

—Está bien, veremos de qué recursos podemos prescindir.

—Y tened cuidado, Irainos, pues si realmente son centauros del Vigía, alguien está actuando por su cuenta.


jueves, 9 de febrero de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 36

Retorno a Dársuma. Hacia la Coronación de Ginathân.

El grupo discutió acerca de la conveniencia de viajar a Dársuma para investigar más sobre la posible capacidad de Somara de acceder (o despertar) el poder del Orbe. Daradoth se mostró firmemente en contra de perder más tiempo (al menos cuatro jornadas) y proseguir su camino hacia la Gran Biblioteca. Pero Galad y Symeon no se mostraron tan convencidos.

—De todas formas, la opción de la Gran Biblioteca es una apuesta en sí misma —dijo Symeon—. Es posible que allí no encontremos nada, y el tiempo sea perdido de todos modos.

—Tengamos en cuenta también —añadió Galad— que viajar a Dársuma no va a ser solo presenciar la coronación de Ginathân. Allí va a haber muchos problemas; ha habido una muerte violenta del antiguo monarca, ha recibido ayuda del Káikar, está en contra de las antiguas costumbres del Pacto... ¿creéis que esto no va a desembocar en una guerra civil entre los distritos del Pacto? Realmente, no sé si es buena idea acudir allí, pero no sé si es peor idea no acudir.

Tras unos segundos de silencio, Symeon continuó:

—Egoístamente, mi hermana Violetha está allí, y si prevés algo tan grave, me gustaría llevármela. Y si de paso podemos sacar a Somara de allí, mejor que mejor.

Después de discutir todos los argumentos, decidieron por fin dirigir el Empíreo hacia Dársuma, al encuentro de Ginathân, Somara y Violetha.

Lo primero que vieron al acercarse a la ciudad fueron tres grandes campamentos de tiendas de campaña negras con estandartes negros y plateados, que reconocieron como pertenecientes a los Cuervos de Genhard. Yuria los inspeccionó brevemente:

—¿Veis la disposición de los campamentos? —señaló—. Allí... y allí... Salta a la vista que son soldados muy competentes. Y son bastantes más que las dos legiones que vimos hace meses, cuando nos reunimos con el general Genhard.

 En la ciudad, extensas humaredas se elevaban hacia lo alto, restos de las violentas luchas que se habían producido en sus calles. Muchos edificios se podían ver degradados o en ruinas, pasto de las llamas y del expolio. En el puerto, varios galeones se encontraban anclados tanto en los malecones como a una distancia prudencial de tierra.

Dársuma, capital del Distrito de Darsia

Dirigieron el Empíreo hacia la ciudadela, donde el estandarte de Ginathân ondeaba en las torres, levantando gritos de expectación en las multitudes que atestaban la capital. Una gran cantidad de personas había levantado campamentos en los barrios más amplios, estructurándose en una especie de milicia con mucha menos organización que los mercenarios del exterior. Los soldados de lord Ginathân ocupaban una posición preferente en la parte alta.

Descendieron en el patio de armas, y al instante, Ginathân, Somara y Violetha, junto con algunos soldados, los dos maestros de esgrima Astholân y Nirûnath y otros nobles desconocidos, acudían a recibirlos. Además, junto a Ginathân caminaba, adusto y observador, el general Genhard. El noble darsio los saludó efusivamente, aunque todos notaron la tensión de la situación en su rostro. Los abrazó uno a uno, al parecer alegrándose sinceramente de volver a verlos. Symeon abrazó a su hermana, casi con lágrimas en los ojos; Violetha, viendo la diadema que su hermano portaba en la frente y el bastón que empuñaba, susurró:

—Han pasado muchas cosas, por lo que veo.

—Demasiadas, sí —contestó Symeon.

Somara seguía tan resplandeciente como siempre. Con un embarazo ya evidente y avanzado, su sonrisa les transmitió la calidez divina que los reconfortó en lo más íntimo, y su saludo les transmitió una ansiada paz de espíritu. "Luz, qué hermosa es", pensó Daradoth, cogiendo la mano de Ethëilë; sus sentimientos por Somara habían cambiado con su antigua amada a su lado, ya no estaba bajo el influjo embriagador del amor desesperado, sino que sentía un profundo respeto por la errante.

—Bienvenidos —dijo al fin—; tenemos mucho que agradeceros, así que pasad, pasad a contarnos y a comer algo.

Mientras pasaban, uno y otro grupo hicieron las presentaciones pertinentes.

—Creo que ya conocéis al general Genhard —dijo Ginathän—. Permitidme presentaros también a lord Aelar y lady Arinêth, dos valiosos aliados. Mis señores, este es el grupo de emisarios de Tarkal del que ya os he hablado. Y aquí están Arkâros y Denârin, dos de mis primeros apoyos —el grupo reconoció al primero como el líder radical que había arrastrado a las masas hasta Dársuma, así que la mujer debía de ser también otra lideresa de la plebe.

Los nobles se interesaron cortésmente (y al parecer, también genuinamente) por saber más sobre la vida en Tarkal y las funciones del grupo como "emisarios". Las preguntas fueron respondidas de forma amable pero también rápida y tajante. 

Ya sentados a la mesa, el grupo fue informado sobre la situación por el propio Ginathân. Les habló de las fuertes luchas, del desgraciado linchamiento del rey Anerâk, del triunfo de la "revolución" y de los problemas logísticos que estaban teniendo debido a la gran cantidad de gente que había acudido a la capital, sobre todo con la adquisición y distribución de comida. Somara no se sentó con ellos; se dedicó a organizar la comida y el servicio.

—Habría preferido que las cosas se hubieran desarrollado de otra manera, la verdad —Ginathân parecía sinceramente apesadumbrado por la muerte del antiguo rey y la destrucción de la ciudad. Suspiró:— Supongo que era imposible. Pero, contadnos vosotros... ¿Qué os ha traído por aquí?

—Vuestra coronación, ¿qué si no? —respondió Symeon—. Estamos preocupados por vuestro bienestar y el de mi hermana y vuestra esposa. ¿Cuáles son vuestros planes?

—En principio, llevar a cabo la ceremonia dentro de tres jornadas. A continuación, dar mi primera orden: la abolición del Consejo de Pureza, del que lord Aelar y lady Arinêth, aquí presentes, formaron parte en el pasado —todos miraron fijamente a los nobles, sorprendidos ante esta revelación—. Como veis, ambos han entrado en razón y renunciaron a su puesto para apoyarme.

«Sí, pero... ¿son sinceros u os traicionarán ante la primera dificultad?», pensó Galad, al igual que todos sus compañeros.

—Por supuesto, queda mucho por hacer —prosiguió Ginathân—; controlamos la capital y una franja del sur, pero tenemos que afianzar el dominio sobre el resto del distrito.

—¿Y qué reacción esperáis del resto del Pacto? —planteó Daradoth.

—Desde luego, una no demasiado amigable —miró a Genhard y los demás—. Por eso debemos darnos prisa y preparar las defensas. Y tendríamos que enviar emisarios lo más rápido posible; quizá vuestro grupo pudiera ayudarme en eso.

Symeon y Galad se apresuraron a rechazar tal proposición, pues asuntos mucho más urgentes reclamaban su atención, y en eso no podrían ayudar esta vez.

—Otro hecho a lamentar —añadió Daradoth— es que la Sombra ataca en el norte, y hacen falta allí todas las tropas posibles. Este conflicto está reteniendo ejércitos que serían necesarios para evitar la caída del Pacto, y quizá de todos los reinos de Aredia. ¿Lo habéis pensado? —lanzó una mirada desafiante a todos los reunidos en la mesa.

—Sí, claro, maese Daradoth. Claro que lo he pensado —bajó la vista, compungido—. Pero los acontecimientos se han precipitado y no es nuestra culpa que hayan coincidido en el tiempo. Por eso es preferente que pongamos todo bajo control cuanto antes y podamos encargarnos de asuntos más graves.

Tras unos minutos de discusión sobre el mejor modo de proceder, Daradoth terció en la conversación:

—Disculpadme si me equivoco, Ginathân —omitió intencionadamente cualquier título—, pero si no recuerdo mal, vos no queríais ningún título ni posición de poder; solamente queríais que os dejaran vivir en paz con vuestra esposa. ¿Creéis que es necesario convertiros en rey? Quizá otra persona... no digo que no seáis adecuado, pero por el  bien de vuestra familia, que consideramos casi nuestra, podríais permanecer en un segundo plano.

—Decís bien, Daradoth —dijo tras pensarlo muy brevemente—. Sin embargo, mi confianza para estos menesteres en una tercera persona no es la suficiente en ningún caso, y tampoco estoy seguro de que hubiera alguien que fuera capaz de controlar la situación con todas las presiones que van a venir en el futuro —los nobles ástaros y los líderes de la plebe rebulleron inquietos durante toda esta diatriba—. Mis intenciones son puras, y no creo que otro las tuviera.

«Pobre Ginathân», pensó Galad. «Se nota que esta carga le pesa, está envejecido».

Antes de dar por terminado el encuentro de bienvenida, Galad tomó la palabra, dirigiéndose a Aelar y Arinêth:

—Permitidme una última pregunta incómoda, mi señor, mi señora. Habiendo pertenecido a las filas del Consejo de Pureza de Darsia, ¿qué pensáis de la unión de lord Ginathân con lady Somara? —el silencio se hizo de repente en la sala, frío como el hielo.

—Pues pensamos que ya es hora de que las cosas cambien —contestó Arinêth al cabo de unos segundos—. Yo tenía la teoría de que una revolución como esta iba a ocurrir tarde o temprano, y por fin ha llegado. En el pasado había habido ya conatos de levantamientos parecidos.

—Los levantamientos podrían haber arrastrado incluso otros dos distritos —intervino Arkâros—, pero por desgracia, la intervención de "un grupo de héroes" reclamando la atención para los invasores del norte, colaboró en su extinción. Los hermanos de Dahl y Katân nos habrían seguido hasta el final sin vuestra intervención.

—Pero no os podemos culpar por ello —medió Ginathân, con una voz mucho más severa, acallando a su demagogo aliado—. Hicisteis lo que juzgasteis mejor por el  bien de Aredia, y personalmente os respeto por ello, como deberíamos hacer todos los presentes —miró a su alrededor sin encontrar desafío a sus palabras.

Se dio por finalizada la reunión, emplazando de nuevo al grupo para la cena.

Por la tarde, desde sus aposentos, podían escuchar los sonidos de la ciudad, que la llenaban por doquier. Soldados entrenando, líderes de la plebe dando discursos y siendo jaleados, gritos espontáneos de júbilo por la esperanza de un nuevo régimen, y gritos de rabia por no conseguir comida... Dársuma bullía literalmente de actividad, a pesar del alto grado de destrucción que mostraba.

Antes de la cena, Symeon y Daradoth se dirigieron a hablar con Somara (y con Violetha, por tanto). La nueva señora se encontraba organizando todo para la distribución de comida y preparación de los platos. Hicieron un aparte con ellas dos. Daradoth cogió las manos de la errante, sintiendo el calor y el confort que realmente podían hacerse adictivos para cualquiera.

—Somara, quiero seros totalmente sincero —comenzó—. Si hemos viajado aquí es realmente por vos. Como es evidente, tenéis algo especial que puede ayudarnos a combatir a la Sombra que amenaza con engullir Aredia. No sabemos cómo, ni tan siquiera si es posible, pero necesitamos vuestra ayuda. Si estáis dispuesta, por supuesto.

—Claro que estoy dispuesta, Daradoth —sus ojos verdosos y brillantes eran lagos en cuyas profundidades a Daradoth no le habría importado ahogarse—. Si me decís de que se trata, claro.

Le mostraron el Orbe de Curassil, explicándole sus propiedades y su verdadera naturaleza. También cómo lo habían conseguido y por lo que habían pasado hasta entonces.

—Necesitamos que intentéis llegar hasta Athanariel y probéis a esgrimir su poder.

Somara sostuvo el orbe un par de minutos, concentrándose en él. Finalmente alzó la vista:

—Me temo que no puedo ayudaros. No siento nada.

—Está bien —dijo Daradoth, sacando la redoma donde se encontraba el alma de Ecthërienn—; quizá con esto sí podáis prestarnos ayuda. En esta redoma está encerrada la esencia vital de Ecthërienn, un antiguo general élfico, y parece ser que solo se comunica con unas pocas personas especiales. 

—Puede que vos podáis conseguir algo más de él —terció Symeon—, o incluso sanar su mente, que ha sufrido mucho a lo largo de los siglos. Si notáis algo raro, avisadnos y os separaremos de él.

Se dirigieron hacia la bodega, un sitio más discreto y seguro, por si surgía algún imprevisto. Somara cogió la redoma, mientras Symeon y Galad dirigían hacia ella hechizos de protección. La errante pareció entrar en una especie de trance, aunque sin ningún gesto que denotara tensión o preocupación. Unos momentos después, la expresión de su rostro se trocó en una mueca de tristeza, y una lágrima resbaló por su mejilla.

—Pobre... pobre... —susurró. Daradoth le arrebató la redoma.

—No... no, dejadme que le ayude, Daradoth —pidió ella.

Volvió a sostener el pequeño recipiente en sus manos. Al poco rato, un calor y una corriente eléctrica muy suave recorrió los cuerpos de los presentes. Somara rompió a llorar, pero con el rostro sereno. Al poco, sonrió. Pero enseguida torció de nuevo el gesto.

—Está sufriendo, Daradoth, está sufriendo mucho —dijo la errante.

—Dejádmelo —pidió Daradoth, y ella le alargó el objeto.

«¿Ecthërienn?», llamó mentalmente Daradoth.

«Estoy aquí», respondió la voz, que por primera vez reconocía el nombre. «Liberadme, por favor. Dejadme marchar con el Creador».

«¿Y el orbe?».

«Ya no puedo ayudaros con eso. Quiero marchar a un sitio mejor, lejos del dolor y la oscuridad».

Daradoth intentó levantar el ánimo de la presencia, pero esta se mostraba muy pesimista, hastiada de la "vida". Finalmente, le transmitió:

«Accederemos a vuestros deseos, Ecthërienn, pero necesito que esperéis un poco más para intentar encontrar una solución».

«Solo podría esperar si pudiera sentir de nuevo lo que he sentido hace unos minutos. Esa Luz... esa calidez que me ha dado ese ángel celestial, el único que me ha dado paz».

«Se llama Somara, e intentaremos que os reconforte tan a menudo como sea posible. Por favor, tened paciencia».

Cortando la comunicación, Daradoth explicó a los presentes los detalles de la conversación (que había durado poco más de un minuto).

—Me ha rogado estar más tiempo junto a vos, Somara. Dice que sois la única que ha podido darle paz. Os ruego que os hagáis cargo de la redoma mientras buscamos la forma de hacer que vuelva.

—Lo haré Daradoth, perded cuidado.

Symeon intervino en la conversación.

—Eso me hace pensar... Somara, ¿cómo veis la situación con la coronación? Creo que es muy peligroso que permanezcáis aquí. Podríais venir con nosotros de nuevo.

—En ningún caso antes de la coronación —contestó ella—. Y tendríamos que hablarlo con mi esposo. Si él juzga que mi seguridad o la de nuestro bebé es lo más importante, partiríamos, por supuesto. Pero no antes de la coronación; debo permanecer a su lado.

A la espera de la cena, Symeon partió para hablar en privado con su hermana. Violetha estaba contentísima de su estancia con Somara, y su hermano le planteó la posibilidad de que partiera con ellos, debido a los peligros para su seguridad.

—Respetaré tu voluntad, pero no podría soportar perderte otra vez —dijo Symeon.

—Desde luego, por mucho que quiera a lady Somara, tú eres mi hermano. Y si juzgas que debo acompañaros, así lo haré —el corazón de Symeon se relajó, y abrazó a Violetha estrechamente.

Cuando volvía a reunirse con el resto del grupo, una voz sonó tras él:

—Buenas noches tengáis, maese errante —hablaba en un perfecto estigio.

Era el general Genhard.

—Buenas noches, mi general.

—Quería tener unas palabras con vos, si sois tan amable —comenzó a caminar al lado de Symeon—. Una simple pregunta que me ronda la cabeza... —se detuvo de repente—. ¿Qué sois?

—No comprendo...

—Me refiero a vuestro grupo. ¿Qué sois en realidad? ¿Mercenarios? ¿Encarnaciones de los dioses? ¿Por qué allá donde vais ejercéis tanta influencia? Habéis desatado muchos rumores en el Pacto, y un grupo tan extraordinario... sed sincero conmigo, no me consideréis un enemigo.

—Por supuesto que no os considero tal —respondió Symeon—. Somos simples emisarios de Tarkal que traemos vientos nuevos. Tal vez los dioses hayan posado la mirada sobre nosotros y por eso haya cambios donde vamos... pero están siendo...

—Entonces es así, ¿sois elegidos de los dioses?

—No he dicho eso, no.

—Y sin embargo, vuestro viaje apaciguando la rebelión... el respeto de lord Ginathân... esa diadema...—señaló a la frente de Symeon— ese cayado... la espada de Daradoth... demasiadas cosas juntas, espero que coincidiréis en esta observación.

—Simple producto de nuestros viajes.

—Y vuestras acciones... primero, sois capaces de contener a los asesinos del Vigía, salváis la vida de lord Ginathân, para luego salvar la vida de un escuadrón de guardias del rey Anerâk, el enemigo de Ginathân, luego apaciguáis la rebelión en dos distritos, ahora volvéis... me cuesta entender vuestro juego.

—Os aseguro que no hay ningún juego, únicamente actuamos por el bien de Aredia y el triunfo de la...

—¡General Genhard, por favor! —uno de los nobles aliados de Ginathân reclamó la atención del kairk—. ¡Por favor, acompañadme!

Genhard dejó entrever su frustración por tener que abandonar la conversación.

—Disculpadme, Symeon, espero que podamos retomar esta conversación en el futuro en un ambiente más... propicio —Symeon asintió con la cabeza. «Creo que no es buena idea seguir llevando esta diadema», pensó, «y el bastón tampoco ayuda». El bastón, con fijarse un poco transmitía la idea de que estaba "vivo", y podía llamar la atención tanto como su adorno frontal.

Mientras tanto, Galad, Daradoth, Faewald y Taheem se habían encontrado discutiendo sobre la conveniencia de permanecer en Dársuma al menos otros tres días. Daradoth se mostraba firmemente en contra, pero finalmente tuvo que plegarse a las razones de los demás ante la imposibilidad de llevarse a Somara antes de la coronación.

Al reunirse con ellos Symeon, les refirió la conversación con Genhard.

—No sé si tiene mera curiosidad, o algo más.

—Tendremos que tener cuidado, e intentar no quedarnos solos, esto parece un avispero —dijo Daradoth—. Lo mejor sería hablar con lord Ginathân e intentar convencerlo de que Somara nos acompañe antes de la coronación.

—Después de la cena, así lo podremos hacer más tranquilamente.

Durante la cena, el general Genhard no les quitó ojo de encima. Los líderes de la plebe no asistieron, y en cambio acudieron tres nobles que no habían visto antes, que habían apoyado a Ginathân desde el principio. Como no podía ser de otra manera, se discutió sobre la situación, la seguridad de la ciudadela y los próximos movimientos.

—Las tropas ya están listas para viajar hacia el norte cuando deis la orden —aseveró Genhard—. Los capitanes de navío ya tienen órdenes para apoyar y suministrar lo necesario.

—¿La situación en la ciudad está bajo control ya? —interpeló Galad.

—Está bajo control —respondió Genhard, que en materia militar parecía llevar el mando allí—, pero los civiles no son soldados, y estamos tomando las medidas necesarias para convertir a un gran número de ellos en militares. O al menos, iniciados en ello. 

—Hoy por hoy —añadió Ginathân—, lo que más hacen es consumir comida en cantidades ingentes. Además, hay que reparar la ciudadela y el puerto, para empezar. Hay un montón de prisioneros, muchso fugitivos y cinco navíos en dique seco. Poco a poco vamos recomponiendo todo. Pero lo más urgente es asegurar las fronteras del distrito.

Siguieron con la conversación y la cena, y ya pasados los postres, con varias copas en el cuerpo, Genhard se levantó:

—¡Un brindis! ¡Un brindis! —esperó a que se hiciera el silencio, y levantó su copa, sonriendo—. ¡Por los grandes héroes, pues parece que hay algunos entre nosotros hoy! —miró al grupo.

Todos le siguieron la corriente, levantándose a su vez, y Daradoth desvió la atención:

—¡Por el futuro rey!

—¡¡Por el futuro rey!! —repitieron todos, vehementes.

Al finalizar la cena, el grupo hizo un aparte con lord Ginathân para tratar el tema de Somara. Le explicaron toda la situación con el Orbe de Curassil y el alma de Ecthërienn, pero, como ya esperaban, el futuro rey se mostró inflexible en el plazo: estaba de acuerdo en que Somara acompañara al grupo, pues con ellos su mujer y su hijo estarían más seguros, pero en ningún caso antes de la coronación. Tuvieron que aceptar permanecer en Dársuma al menos hasta entonces.

—¿Confiáis en los nobles que tenéis alrededor que cambiaron de bando? —preguntó Galad.

—En la mayoría, no en todos.

—¿Y creéis que podrían intentar algo en la coronación? 

—Durante la coronación no creo, pero estoy prevenido para cualquier otro momento.