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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 9 de febrero de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 36

Retorno a Dársuma. Hacia la Coronación de Ginathân.

El grupo discutió acerca de la conveniencia de viajar a Dársuma para investigar más sobre la posible capacidad de Somara de acceder (o despertar) el poder del Orbe. Daradoth se mostró firmemente en contra de perder más tiempo (al menos cuatro jornadas) y proseguir su camino hacia la Gran Biblioteca. Pero Galad y Symeon no se mostraron tan convencidos.

—De todas formas, la opción de la Gran Biblioteca es una apuesta en sí misma —dijo Symeon—. Es posible que allí no encontremos nada, y el tiempo sea perdido de todos modos.

—Tengamos en cuenta también —añadió Galad— que viajar a Dársuma no va a ser solo presenciar la coronación de Ginathân. Allí va a haber muchos problemas; ha habido una muerte violenta del antiguo monarca, ha recibido ayuda del Káikar, está en contra de las antiguas costumbres del Pacto... ¿creéis que esto no va a desembocar en una guerra civil entre los distritos del Pacto? Realmente, no sé si es buena idea acudir allí, pero no sé si es peor idea no acudir.

Tras unos segundos de silencio, Symeon continuó:

—Egoístamente, mi hermana Violetha está allí, y si prevés algo tan grave, me gustaría llevármela. Y si de paso podemos sacar a Somara de allí, mejor que mejor.

Después de discutir todos los argumentos, decidieron por fin dirigir el Empíreo hacia Dársuma, al encuentro de Ginathân, Somara y Violetha.

Lo primero que vieron al acercarse a la ciudad fueron tres grandes campamentos de tiendas de campaña negras con estandartes negros y plateados, que reconocieron como pertenecientes a los Cuervos de Genhard. Yuria los inspeccionó brevemente:

—¿Veis la disposición de los campamentos? —señaló—. Allí... y allí... Salta a la vista que son soldados muy competentes. Y son bastantes más que las dos legiones que vimos hace meses, cuando nos reunimos con el general Genhard.

 En la ciudad, extensas humaredas se elevaban hacia lo alto, restos de las violentas luchas que se habían producido en sus calles. Muchos edificios se podían ver degradados o en ruinas, pasto de las llamas y del expolio. En el puerto, varios galeones se encontraban anclados tanto en los malecones como a una distancia prudencial de tierra.

Dársuma, capital del Distrito de Darsia

Dirigieron el Empíreo hacia la ciudadela, donde el estandarte de Ginathân ondeaba en las torres, levantando gritos de expectación en las multitudes que atestaban la capital. Una gran cantidad de personas había levantado campamentos en los barrios más amplios, estructurándose en una especie de milicia con mucha menos organización que los mercenarios del exterior. Los soldados de lord Ginathân ocupaban una posición preferente en la parte alta.

Descendieron en el patio de armas, y al instante, Ginathân, Somara y Violetha, junto con algunos soldados, los dos maestros de esgrima Astholân y Nirûnath y otros nobles desconocidos, acudían a recibirlos. Además, junto a Ginathân caminaba, adusto y observador, el general Genhard. El noble darsio los saludó efusivamente, aunque todos notaron la tensión de la situación en su rostro. Los abrazó uno a uno, al parecer alegrándose sinceramente de volver a verlos. Symeon abrazó a su hermana, casi con lágrimas en los ojos; Violetha, viendo la diadema que su hermano portaba en la frente y el bastón que empuñaba, susurró:

—Han pasado muchas cosas, por lo que veo.

—Demasiadas, sí —contestó Symeon.

Somara seguía tan resplandeciente como siempre. Con un embarazo ya evidente y avanzado, su sonrisa les transmitió la calidez divina que los reconfortó en lo más íntimo, y su saludo les transmitió una ansiada paz de espíritu. "Luz, qué hermosa es", pensó Daradoth, cogiendo la mano de Ethëilë; sus sentimientos por Somara habían cambiado con su antigua amada a su lado, ya no estaba bajo el influjo embriagador del amor desesperado, sino que sentía un profundo respeto por la errante.

—Bienvenidos —dijo al fin—; tenemos mucho que agradeceros, así que pasad, pasad a contarnos y a comer algo.

Mientras pasaban, uno y otro grupo hicieron las presentaciones pertinentes.

—Creo que ya conocéis al general Genhard —dijo Ginathän—. Permitidme presentaros también a lord Aelar y lady Arinêth, dos valiosos aliados. Mis señores, este es el grupo de emisarios de Tarkal del que ya os he hablado. Y aquí están Arkâros y Denârin, dos de mis primeros apoyos —el grupo reconoció al primero como el líder radical que había arrastrado a las masas hasta Dársuma, así que la mujer debía de ser también otra lideresa de la plebe.

Los nobles se interesaron cortésmente (y al parecer, también genuinamente) por saber más sobre la vida en Tarkal y las funciones del grupo como "emisarios". Las preguntas fueron respondidas de forma amable pero también rápida y tajante. 

Ya sentados a la mesa, el grupo fue informado sobre la situación por el propio Ginathân. Les habló de las fuertes luchas, del desgraciado linchamiento del rey Anerâk, del triunfo de la "revolución" y de los problemas logísticos que estaban teniendo debido a la gran cantidad de gente que había acudido a la capital, sobre todo con la adquisición y distribución de comida. Somara no se sentó con ellos; se dedicó a organizar la comida y el servicio.

—Habría preferido que las cosas se hubieran desarrollado de otra manera, la verdad —Ginathân parecía sinceramente apesadumbrado por la muerte del antiguo rey y la destrucción de la ciudad. Suspiró:— Supongo que era imposible. Pero, contadnos vosotros... ¿Qué os ha traído por aquí?

—Vuestra coronación, ¿qué si no? —respondió Symeon—. Estamos preocupados por vuestro bienestar y el de mi hermana y vuestra esposa. ¿Cuáles son vuestros planes?

—En principio, llevar a cabo la ceremonia dentro de tres jornadas. A continuación, dar mi primera orden: la abolición del Consejo de Pureza, del que lord Aelar y lady Arinêth, aquí presentes, formaron parte en el pasado —todos miraron fijamente a los nobles, sorprendidos ante esta revelación—. Como veis, ambos han entrado en razón y renunciaron a su puesto para apoyarme.

«Sí, pero... ¿son sinceros u os traicionarán ante la primera dificultad?», pensó Galad, al igual que todos sus compañeros.

—Por supuesto, queda mucho por hacer —prosiguió Ginathân—; controlamos la capital y una franja del sur, pero tenemos que afianzar el dominio sobre el resto del distrito.

—¿Y qué reacción esperáis del resto del Pacto? —planteó Daradoth.

—Desde luego, una no demasiado amigable —miró a Genhard y los demás—. Por eso debemos darnos prisa y preparar las defensas. Y tendríamos que enviar emisarios lo más rápido posible; quizá vuestro grupo pudiera ayudarme en eso.

Symeon y Galad se apresuraron a rechazar tal proposición, pues asuntos mucho más urgentes reclamaban su atención, y en eso no podrían ayudar esta vez.

—Otro hecho a lamentar —añadió Daradoth— es que la Sombra ataca en el norte, y hacen falta allí todas las tropas posibles. Este conflicto está reteniendo ejércitos que serían necesarios para evitar la caída del Pacto, y quizá de todos los reinos de Aredia. ¿Lo habéis pensado? —lanzó una mirada desafiante a todos los reunidos en la mesa.

—Sí, claro, maese Daradoth. Claro que lo he pensado —bajó la vista, compungido—. Pero los acontecimientos se han precipitado y no es nuestra culpa que hayan coincidido en el tiempo. Por eso es preferente que pongamos todo bajo control cuanto antes y podamos encargarnos de asuntos más graves.

Tras unos minutos de discusión sobre el mejor modo de proceder, Daradoth terció en la conversación:

—Disculpadme si me equivoco, Ginathân —omitió intencionadamente cualquier título—, pero si no recuerdo mal, vos no queríais ningún título ni posición de poder; solamente queríais que os dejaran vivir en paz con vuestra esposa. ¿Creéis que es necesario convertiros en rey? Quizá otra persona... no digo que no seáis adecuado, pero por el  bien de vuestra familia, que consideramos casi nuestra, podríais permanecer en un segundo plano.

—Decís bien, Daradoth —dijo tras pensarlo muy brevemente—. Sin embargo, mi confianza para estos menesteres en una tercera persona no es la suficiente en ningún caso, y tampoco estoy seguro de que hubiera alguien que fuera capaz de controlar la situación con todas las presiones que van a venir en el futuro —los nobles ástaros y los líderes de la plebe rebulleron inquietos durante toda esta diatriba—. Mis intenciones son puras, y no creo que otro las tuviera.

«Pobre Ginathân», pensó Galad. «Se nota que esta carga le pesa, está envejecido».

Antes de dar por terminado el encuentro de bienvenida, Galad tomó la palabra, dirigiéndose a Aelar y Arinêth:

—Permitidme una última pregunta incómoda, mi señor, mi señora. Habiendo pertenecido a las filas del Consejo de Pureza de Darsia, ¿qué pensáis de la unión de lord Ginathân con lady Somara? —el silencio se hizo de repente en la sala, frío como el hielo.

—Pues pensamos que ya es hora de que las cosas cambien —contestó Arinêth al cabo de unos segundos—. Yo tenía la teoría de que una revolución como esta iba a ocurrir tarde o temprano, y por fin ha llegado. En el pasado había habido ya conatos de levantamientos parecidos.

—Los levantamientos podrían haber arrastrado incluso otros dos distritos —intervino Arkâros—, pero por desgracia, la intervención de "un grupo de héroes" reclamando la atención para los invasores del norte, colaboró en su extinción. Los hermanos de Dahl y Katân nos habrían seguido hasta el final sin vuestra intervención.

—Pero no os podemos culpar por ello —medió Ginathân, con una voz mucho más severa, acallando a su demagogo aliado—. Hicisteis lo que juzgasteis mejor por el  bien de Aredia, y personalmente os respeto por ello, como deberíamos hacer todos los presentes —miró a su alrededor sin encontrar desafío a sus palabras.

Se dio por finalizada la reunión, emplazando de nuevo al grupo para la cena.

Por la tarde, desde sus aposentos, podían escuchar los sonidos de la ciudad, que la llenaban por doquier. Soldados entrenando, líderes de la plebe dando discursos y siendo jaleados, gritos espontáneos de júbilo por la esperanza de un nuevo régimen, y gritos de rabia por no conseguir comida... Dársuma bullía literalmente de actividad, a pesar del alto grado de destrucción que mostraba.

Antes de la cena, Symeon y Daradoth se dirigieron a hablar con Somara (y con Violetha, por tanto). La nueva señora se encontraba organizando todo para la distribución de comida y preparación de los platos. Hicieron un aparte con ellas dos. Daradoth cogió las manos de la errante, sintiendo el calor y el confort que realmente podían hacerse adictivos para cualquiera.

—Somara, quiero seros totalmente sincero —comenzó—. Si hemos viajado aquí es realmente por vos. Como es evidente, tenéis algo especial que puede ayudarnos a combatir a la Sombra que amenaza con engullir Aredia. No sabemos cómo, ni tan siquiera si es posible, pero necesitamos vuestra ayuda. Si estáis dispuesta, por supuesto.

—Claro que estoy dispuesta, Daradoth —sus ojos verdosos y brillantes eran lagos en cuyas profundidades a Daradoth no le habría importado ahogarse—. Si me decís de que se trata, claro.

Le mostraron el Orbe de Curassil, explicándole sus propiedades y su verdadera naturaleza. También cómo lo habían conseguido y por lo que habían pasado hasta entonces.

—Necesitamos que intentéis llegar hasta Athanariel y probéis a esgrimir su poder.

Somara sostuvo el orbe un par de minutos, concentrándose en él. Finalmente alzó la vista:

—Me temo que no puedo ayudaros. No siento nada.

—Está bien —dijo Daradoth, sacando la redoma donde se encontraba el alma de Ecthërienn—; quizá con esto sí podáis prestarnos ayuda. En esta redoma está encerrada la esencia vital de Ecthërienn, un antiguo general élfico, y parece ser que solo se comunica con unas pocas personas especiales. 

—Puede que vos podáis conseguir algo más de él —terció Symeon—, o incluso sanar su mente, que ha sufrido mucho a lo largo de los siglos. Si notáis algo raro, avisadnos y os separaremos de él.

Se dirigieron hacia la bodega, un sitio más discreto y seguro, por si surgía algún imprevisto. Somara cogió la redoma, mientras Symeon y Galad dirigían hacia ella hechizos de protección. La errante pareció entrar en una especie de trance, aunque sin ningún gesto que denotara tensión o preocupación. Unos momentos después, la expresión de su rostro se trocó en una mueca de tristeza, y una lágrima resbaló por su mejilla.

—Pobre... pobre... —susurró. Daradoth le arrebató la redoma.

—No... no, dejadme que le ayude, Daradoth —pidió ella.

Volvió a sostener el pequeño recipiente en sus manos. Al poco rato, un calor y una corriente eléctrica muy suave recorrió los cuerpos de los presentes. Somara rompió a llorar, pero con el rostro sereno. Al poco, sonrió. Pero enseguida torció de nuevo el gesto.

—Está sufriendo, Daradoth, está sufriendo mucho —dijo la errante.

—Dejádmelo —pidió Daradoth, y ella le alargó el objeto.

«¿Ecthërienn?», llamó mentalmente Daradoth.

«Estoy aquí», respondió la voz, que por primera vez reconocía el nombre. «Liberadme, por favor. Dejadme marchar con el Creador».

«¿Y el orbe?».

«Ya no puedo ayudaros con eso. Quiero marchar a un sitio mejor, lejos del dolor y la oscuridad».

Daradoth intentó levantar el ánimo de la presencia, pero esta se mostraba muy pesimista, hastiada de la "vida". Finalmente, le transmitió:

«Accederemos a vuestros deseos, Ecthërienn, pero necesito que esperéis un poco más para intentar encontrar una solución».

«Solo podría esperar si pudiera sentir de nuevo lo que he sentido hace unos minutos. Esa Luz... esa calidez que me ha dado ese ángel celestial, el único que me ha dado paz».

«Se llama Somara, e intentaremos que os reconforte tan a menudo como sea posible. Por favor, tened paciencia».

Cortando la comunicación, Daradoth explicó a los presentes los detalles de la conversación (que había durado poco más de un minuto).

—Me ha rogado estar más tiempo junto a vos, Somara. Dice que sois la única que ha podido darle paz. Os ruego que os hagáis cargo de la redoma mientras buscamos la forma de hacer que vuelva.

—Lo haré Daradoth, perded cuidado.

Symeon intervino en la conversación.

—Eso me hace pensar... Somara, ¿cómo veis la situación con la coronación? Creo que es muy peligroso que permanezcáis aquí. Podríais venir con nosotros de nuevo.

—En ningún caso antes de la coronación —contestó ella—. Y tendríamos que hablarlo con mi esposo. Si él juzga que mi seguridad o la de nuestro bebé es lo más importante, partiríamos, por supuesto. Pero no antes de la coronación; debo permanecer a su lado.

A la espera de la cena, Symeon partió para hablar en privado con su hermana. Violetha estaba contentísima de su estancia con Somara, y su hermano le planteó la posibilidad de que partiera con ellos, debido a los peligros para su seguridad.

—Respetaré tu voluntad, pero no podría soportar perderte otra vez —dijo Symeon.

—Desde luego, por mucho que quiera a lady Somara, tú eres mi hermano. Y si juzgas que debo acompañaros, así lo haré —el corazón de Symeon se relajó, y abrazó a Violetha estrechamente.

Cuando volvía a reunirse con el resto del grupo, una voz sonó tras él:

—Buenas noches tengáis, maese errante —hablaba en un perfecto estigio.

Era el general Genhard.

—Buenas noches, mi general.

—Quería tener unas palabras con vos, si sois tan amable —comenzó a caminar al lado de Symeon—. Una simple pregunta que me ronda la cabeza... —se detuvo de repente—. ¿Qué sois?

—No comprendo...

—Me refiero a vuestro grupo. ¿Qué sois en realidad? ¿Mercenarios? ¿Encarnaciones de los dioses? ¿Por qué allá donde vais ejercéis tanta influencia? Habéis desatado muchos rumores en el Pacto, y un grupo tan extraordinario... sed sincero conmigo, no me consideréis un enemigo.

—Por supuesto que no os considero tal —respondió Symeon—. Somos simples emisarios de Tarkal que traemos vientos nuevos. Tal vez los dioses hayan posado la mirada sobre nosotros y por eso haya cambios donde vamos... pero están siendo...

—Entonces es así, ¿sois elegidos de los dioses?

—No he dicho eso, no.

—Y sin embargo, vuestro viaje apaciguando la rebelión... el respeto de lord Ginathân... esa diadema...—señaló a la frente de Symeon— ese cayado... la espada de Daradoth... demasiadas cosas juntas, espero que coincidiréis en esta observación.

—Simple producto de nuestros viajes.

—Y vuestras acciones... primero, sois capaces de contener a los asesinos del Vigía, salváis la vida de lord Ginathân, para luego salvar la vida de un escuadrón de guardias del rey Anerâk, el enemigo de Ginathân, luego apaciguáis la rebelión en dos distritos, ahora volvéis... me cuesta entender vuestro juego.

—Os aseguro que no hay ningún juego, únicamente actuamos por el bien de Aredia y el triunfo de la...

—¡General Genhard, por favor! —uno de los nobles aliados de Ginathân reclamó la atención del kairk—. ¡Por favor, acompañadme!

Genhard dejó entrever su frustración por tener que abandonar la conversación.

—Disculpadme, Symeon, espero que podamos retomar esta conversación en el futuro en un ambiente más... propicio —Symeon asintió con la cabeza. «Creo que no es buena idea seguir llevando esta diadema», pensó, «y el bastón tampoco ayuda». El bastón, con fijarse un poco transmitía la idea de que estaba "vivo", y podía llamar la atención tanto como su adorno frontal.

Mientras tanto, Galad, Daradoth, Faewald y Taheem se habían encontrado discutiendo sobre la conveniencia de permanecer en Dársuma al menos otros tres días. Daradoth se mostraba firmemente en contra, pero finalmente tuvo que plegarse a las razones de los demás ante la imposibilidad de llevarse a Somara antes de la coronación.

Al reunirse con ellos Symeon, les refirió la conversación con Genhard.

—No sé si tiene mera curiosidad, o algo más.

—Tendremos que tener cuidado, e intentar no quedarnos solos, esto parece un avispero —dijo Daradoth—. Lo mejor sería hablar con lord Ginathân e intentar convencerlo de que Somara nos acompañe antes de la coronación.

—Después de la cena, así lo podremos hacer más tranquilamente.

Durante la cena, el general Genhard no les quitó ojo de encima. Los líderes de la plebe no asistieron, y en cambio acudieron tres nobles que no habían visto antes, que habían apoyado a Ginathân desde el principio. Como no podía ser de otra manera, se discutió sobre la situación, la seguridad de la ciudadela y los próximos movimientos.

—Las tropas ya están listas para viajar hacia el norte cuando deis la orden —aseveró Genhard—. Los capitanes de navío ya tienen órdenes para apoyar y suministrar lo necesario.

—¿La situación en la ciudad está bajo control ya? —interpeló Galad.

—Está bajo control —respondió Genhard, que en materia militar parecía llevar el mando allí—, pero los civiles no son soldados, y estamos tomando las medidas necesarias para convertir a un gran número de ellos en militares. O al menos, iniciados en ello. 

—Hoy por hoy —añadió Ginathân—, lo que más hacen es consumir comida en cantidades ingentes. Además, hay que reparar la ciudadela y el puerto, para empezar. Hay un montón de prisioneros, muchso fugitivos y cinco navíos en dique seco. Poco a poco vamos recomponiendo todo. Pero lo más urgente es asegurar las fronteras del distrito.

Siguieron con la conversación y la cena, y ya pasados los postres, con varias copas en el cuerpo, Genhard se levantó:

—¡Un brindis! ¡Un brindis! —esperó a que se hiciera el silencio, y levantó su copa, sonriendo—. ¡Por los grandes héroes, pues parece que hay algunos entre nosotros hoy! —miró al grupo.

Todos le siguieron la corriente, levantándose a su vez, y Daradoth desvió la atención:

—¡Por el futuro rey!

—¡¡Por el futuro rey!! —repitieron todos, vehementes.

Al finalizar la cena, el grupo hizo un aparte con lord Ginathân para tratar el tema de Somara. Le explicaron toda la situación con el Orbe de Curassil y el alma de Ecthërienn, pero, como ya esperaban, el futuro rey se mostró inflexible en el plazo: estaba de acuerdo en que Somara acompañara al grupo, pues con ellos su mujer y su hijo estarían más seguros, pero en ningún caso antes de la coronación. Tuvieron que aceptar permanecer en Dársuma al menos hasta entonces.

—¿Confiáis en los nobles que tenéis alrededor que cambiaron de bando? —preguntó Galad.

—En la mayoría, no en todos.

—¿Y creéis que podrían intentar algo en la coronación? 

—Durante la coronación no creo, pero estoy prevenido para cualquier otro momento.


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