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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 20 de abril de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 1

Tras la Coronación. Un Secreto se desvela.

El Grupo de Personajes Jugadores
No tardaron en enviar un par de guardias a buscar a la familia de Kadion y Adarâth, los carpinteros cuyos hijos estaban afectados por la tos negra. Al poco tiempo, volvían con el rostro desencajado y una terrible noticia. La familia había sido asesinada en su casa, y por el aspecto de los cadáveres, hacía muy poco tiempo. Solo uno de los niños, el más pequeño, había conseguido esconderse y sobrevivir. Lo habían traído con ellos.

El niño estaba profundamente traumatizado. Yuria intentó tranquilizarlo, con cierto éxito, pero el tiempo apremiaba y no tuvieron más remedio que sedarlo y extraer la sangre que necesitaban. Symeon tardó varias horas en fabricar el remedio que necesitaban, y finalmente consiguieron inyectarle una dosis que lo estabilizó definitivamente.

Mientras tanto, Yuria hizo compañía al chiquillo. El nombre del pequeño de cinco años de edad era Thomarian, y solo pudo decir que lo habían hecho correr a esconderse mientras un par de encapuchados mataban a sus padres, tíos y primos. Lloraba desconsolado. El corazón de Yuria casi se rompió de dolor, y durante esa jornada se dedicó a cuidarlo y consolarlo.

Por otro lado, Genhard se encargó de encerrar en los calabozos a todos los que eran sospechosos de haber intentado el golpe de estado. Ginalôr, Arinêth, varios líderes del Vigía y parte de las delegaciones de Hêtera, Arlaria y Galmia, entre ellos Dûnethar y Cirantor.

Galad se desplazó con un grupo de guardias hasta la casa de la familia, acompañado de Avriênne, la ástara del Vigía que los acompañaba. Sintió un escalofrío al ver los cadáveres de adultos y niñas. Fue precisamente Avriênne la que, observando minuciosamente la casa familiar, indicó a Galad en un rincón unos pequeños hilos plateados, que alguna vez habían formado parte de un bordado. Parecían fuera de lugar en una casa tan pobre.

—Buen trabajo, Avriênne —dijo el paladín—. Esto sin duda era parte de un bordado de las capas del Vigía.

—Sí que lo parece. Pero, entonces... ¿quieres decir que hermanos del Vigía han asesinado niños? No puede ser, deben de haberlos suplantado.

—Es posible. Tendremos que ser extremadamente cautos. Porque el trabajo que hicieron fue muy efectivo; sin duda eran asesinos con experiencia.

Galad dio órdenes para que los cuerpos fueran enterrados dignamente, y para que la casa fuera quemada en previsión de enfermedades. Acto seguido, volvieron a la ciudadela y Galad compartió la información con el resto, exponiendo sus temores sobre miembros del Vigía infectados por la Sombra. No tuvieron tiempo de discutirlo demasiado, porque alguien llamó a la puerta. Era Genhard. Y venía acompañado de Somara y Svarald, uno de sus lugartenientes.

—Disculpad la interrupción —dijo el general—. Solo quería deciros que Ginathân se encuentra estable y parece que sanará sin problemas, aunque, como dijo Symeon, la recuperación se prolongará varios días. Mientras tanto, tenemos varios problemas. Uno, tenemos que decidir qué hacer con los prisioneros. Dos, alguien tiene que hacerse cargo de la ciudad.

—Yo no quiero hacerlo, no me veo capaz —interrumpió Somara.

—Ahora mismo, en la sala de cónclaves —continuó Genhard— se encuentran discutiendo acaloradamente lord Aelar, lady Eyruvëthil y los demás nobles para decidir quién se hace cargo de la regencia. Ya os adelanto que mi apoyo no va a ser para ninguno de ellos; así que creo que deberíais acompañarnos a la reunión, urgentemente.

No pusieron ninguna objeción. Al llegar a la sala de cónclaves, se sorprendieron al ver presentes en la reunión a Galan Mastaros y los nobles ercestres Yoredas Vaseros y Saena Orgas. El archiduque esbozó una levísima sonrisa al verlos aparecer. «¿Es una sonria de alivio o de socarronería?», pensó Yuria. La discusión era acalorada, y no cesó mientras se sentaban.

Genhard golpeó la mesa, instando a los presentes a callarse:

—Mis disculpas por las formas, mis señores. Solo quiero dejar bien claro que, por mi parte, no voy a apoyar a ninguno de los presentes, excepto a lady Yuria, y puede que a lord Daradoth. Son los únicos que pueden regir este país con buen tino en ausencia de Ginathân. Nadie más es digno aquí de mi confianza.

Todos se miraron. Algunos sorprendidos, otros atemorizados, otros indignados. El grupo consiguió a duras penas guardar la compostura, asombrados como estaban por las palabras de Genhard. Daradoth rechazó educadamente tal responsabilidad, lanzando un alegato a favor de Yuria. El general kairk sonreía cuando el elfo acabó de hablar. Todos miraban a Yuria.

—Está bien —dijo ella—. Por el bien de la ciudad, acepto la responsabilidad si nadie se muestra en contra.

Nadie alegó nada.

—Lo primero es garantizar la seguridad de la población y la distribución de alimentos.

Acto seguido, se llamó a los oficiales y cargos civiles, para darles las órdenes pertinentes. «Esto ha sido más fácil de lo que pensaba», pensó Daradoth, que de repente se fijó en que todos los presentes abrían mucho los ojos  y centraban su mirada a la pared que había detrás de Yuria y él. A la vez, sintió un escalofrío en la nuca, y vio un gesto de náusea en el rostro de sus compañeros. «¿Qué pasa ahora?». Se giró a la vez que los demás, que también habían advertido la situación.

Se estremecieron al ver que, ante la pared, cinco figuras muy altas, de ojos grises y balanzas colgando de sus muñecas, contemplaban la escena con los brazos cruzados sobre el pecho. Se pusieron todos en pie, perturbados por aquellas miradas severas e impersonales. Reconociendo a uno de los cinco, Daradoth habló con tono levemente tembloroso:

—Bienvenido, Eyr'Riazann. ¿Qué se os ofrece?

El mediador observó a Daradoth con aquellos funestos ojos, y luego se dirigió a sus compañeros en su idioma, el ancestral.

—Les ha dicho "este es parte de la anomalía" —susurró Symeon rápidamente.

El que parecía el líder tomó la palabra, y dijo amenazante en lândalo:

—¿Qué estáis haciendo?

—Organizar la ciudad para...

—No. ¿¿Qué estáis haciendo con la Vicisitud?? —su tono se hizo mucho más agresivo.

—Podemos hablar en otro lugar..

 —¡No! Esto se dirimirá aquí y ahora. ¡No podéis seguir derribando los Velos!

Daradoth intentó explicar lo que les había sucedido en Essel, pero antes de que acabara la primera frase, los mediadores extendieron sus manos al unísono. Sus espadas desaparecieron de sus vainas para ser instantáneamente empuñadas. Algunos en la sala empezaron a gritar.

—¡Esperad, por favor, calmaos! —intentó seguir Daradoth.

—¡¡NO!! ¡Tiene que acabar! ¡Acabar! —gritó el mediador.

De repente, uno de los cinco miró hacia un lado. Preguntó algo, y al instante dejó caer su arma y se llevó las manos a la cabeza, mientras aullaba con un grito de agonía y caía de rodillas. Una fuerza física impactó contra los presentes, afectando sobre todo a Daradoth y Galad, que notaron cómo sus órganos internos se revelaban. Muchos de los nobles reunidos sintieron algo parecido, solo que con un efecto aún mayor.

Reprimiendo las náuseas, pudieron ver cómo un segundo mediador, sin ninguna causa aparente, salía despedido contra el muro que tenía detrás con tal ímpetu que, con un crujido estruendoso, incluso abrió grietas en él a lo largo de todo el perfil de su cuerpo.

Los otros tres mediadores miraban a su alrededor, aturdidos por la sorpresa. De repente uno de ellos se abalanzó sobre el grupo:

—¡Parad esto ya! —bramó.

Galad sacó su espadón lo más rápido que pudo, dispuesto a soportar el embate, mientras Daradoth lanzaba uno de sus hechizos, Yuria se disponía a empuñar su talismán y Symeon aprestaba su cayado de aglannävyr.

De repente, la luz desapareció, y todo se hizo oscuro. Un segundo de silencio, y aún más estruendo de gritos y caos en la sala. Galad notó cómo un potente cuerpo pasaba junto a él, desequilibrándole y chocando brutalmente contra la enorme mesa de reuniones.

Symeon utilizó el poder de su diadema élfica y consiguió, no sin gran esfuerzo, alumbrar lo suficiente como para que la oscuridad se convirtiera en una penumbra cerrada. «El poder desatado aquí debe de ser ingente si esto es todo lo que mi diadema es capaz de alumbrar», pensó. Rechinó los dientes, y la tensión pudo notarse en su rostro cuando intentó mantener la tenue iluminación, pero finalmente no lo consiguió: cuando sintió un latigazo de dolor en la cabeza, dejó ir el poder y la oscuridad volvió a adueñarse de la sala. No obstante, en los breves segundos que Symeon había podido mantener la penumbra, Galad vio cómo el líder de los mediadores miraba fijamente al errante, y con un gesto de rabia se abalanzaba sobre él. Saltó para interponerse en su trayectoria, en plena oscuridad. Daradoth hizo lo mismo, viendo peligrar la vida de su amigo. 

Pero ninguno llegó a tiempo. Los gritos se multiplicaron, y el suelo se hundió a sus pies. Con una sensación repugnante en sus estómagos, cayeron al vacío de oscuridad moviéndose en espirales descendentes. «Santo Señor, ¿qué está sucediendo?», la mente de Galad apenas podía procesar tal sucesión de eventos exóticos y buscó a Emmán, desesperado. Algo explotó allá abajo, y sintieron la onda expansiva alcanzándoles. La onda expansiva se convirtió en suelo sólido, y con un vértigo brutal rebotaron contra él, destrozando sus cuerpos.

Galad levantó la vista del suelo, irguiéndose. Todos a su alrededor en la sala de reuniones se encontraban tumbados en el suelo, muchos de ellos inconscientes. Somara lloraba desconsolada. Yuria, acostumbrada ya a no sentir los efectos sobrenaturales, y que apenas había notado el efecto de los gritos de los mediadores, estaba conmocionada pues sí que había sido afectada por la oscuridad y la caída. El paladín recordó la situación en la que se habían encontrado, y se enderezó rápidamente, mirando a su alrededor, alerta. Ni rastro de los mediadores. ¿Había sido todo aquello una simple ilusión? El pitido en sus oídos debido al estruendo de la última explosión lo desmentía.

—¡Lord Aelar no se mueve, no se mueve! ¡Ayuda! —gritó alguien.

Tras atender a los más afectados y superar el estado de nerviosismo en el que se habían visto inmersos, sacaron a toda la gente de allí. A pesar de todos los cuidados y tratamientos, lord Aelar permaneció en coma, no fueron capaces de reanimarlo.

—No sabemos lo que ha ocurrido —se dirigió Daradoth a todos ellos, con una vehemencia fuera de toda medida—, pero las cosas no han cambiado. Yuria regirá la ciudad hasta que Ginathân se recupere lo suficiente, y nos encargaremos de preservar el orden y la estabilidad. Tenemos que intentar transmitir tranquilidad a la plebe.

Todos los presentes asintieron levemente, mirando fijamente al elfo, con solemnidad, con el mayor de los respetos. «Por fin me reconocen como el gran líder que soy», pensó Daradoth, convencido de que cada vez se acercaba más a su objetivo final de destronar a Natarin. Ninguno puso objeciones por el hecho de que Yuria no tenía ni rastro de sangre ástara. Genhard, con el corazón henchido por las palabras de Daradoth, rugió:

—¡Enviad heraldos con las nuevas! ¡Lady Yuria es la nueva regente de la ciudad, con el apoyo unánime del consejo! ¡Lord Daradoth lo ordena!

Poco después llegaron el resto de los ercestres, interesándose por lo que había pasado. El grupo les dio una versión resumida de los hechos, y Eleria ("Selaria") quedó impresionada por la narración. Miró valorativamente a Daradoth, sopesando pensamientos que solo ella conocía.

Algunas horas después, ya más tranquilos, Genhard planteó la urgencia de encargarse de unos prisioneros que proclamaban ser fieles a Ginathân, y que los habían encarcelado por error. Entre los prisioneros también estaban todos los miembros del Vigía que habían podido capturar. Esto hizo que Daradoth mantuviera una conversación con Eyruvëthil:

—¿Qué ha sucedido con el Vigía, mi señora? —le preguntó.

—Bueno, supongo que vos nos abristeis los ojos a varios de nosotros, Daradoth. Existía un plan para sabotear la ceremonia, en el que se provocaría un accidente no mortal, pero al renegar algunos de nosotros de él, el resto debió de continuar con él, aunque con un enfoque más radical, como ya habéis visto.

—¿Os encargasteis vos de contactar con los carpinteros?

—No, no sabría deciros quién fue, quizá lord Anâthur se encargó. No estoy segura.

Acto seguido, armados y preparados, se dirigieron a los calabozos a interrogar a los prisioneros. Lo primero que oyeron al acceder, fue la voz de Dûnethar, increpándolos. Él y Cirantor habían sido detenidos por Genhard, al implicarlos lord Cirenâth en la trama, como coordinadores de las delegaciones reunidas allí. Pero el malentendido se solucionó rápidamente; los dos ástaros habían cambiado su  opinión tras la famosa reunión con Daradoth en la sala de cónclaves, y fueron inmediatamente liberados, con las disculpas pertinentes. Al requerirles que les dieran todos los detalles de los planes que habían urdido en el pasado, Dûnethar se los dio:

—El plan de sabotear la ceremonia fue de lord Kânar, de Hêtera. El estrado debía derrumbarse provocando heridas en Ginathân, pero sin matarlo. Eso permitiría ganar tiempo. Pero esos planes, que nosotros sepamos, se cancelaron. 

 »El mayor problema que tenéis ahora es que Ginalôr, el hijo de Ginathân, tiene el apoyo incondicional del gobernador Hiesher de Galmia, y sospechamos que también el de Girandanâth de Arlaria. No obstante, hemos acudido aquí como diplomáticos y hemos firmado un acuerdo vinculante, con lo que sus puntos deberían ser respetados por los gobernadores, pero realmente no somos validos, tampoco os podemos asegurar que se respeten.

—¿Tenéis idea de quién pudo coordinar todo con el Vigía y los nobles para continuar con el plan?

—Si tuviera que apostar, diría que lady Yorîth.

Poco después, liberaban también a lord Anâthur, lord Cirenâth, y a todos los que estuvieron en la reunión y fueron convencidos para la causa de Ginathân. 

Anâthur les habló de los contactos con los carpinteros, y cómo lady Yorîth se había encargado de tratar con ellos, así que se dirigieron al punto a interrogar a la noble de Hêtera.

—Imagino que sabéis por qué estáis aquí —empezó Daradoth.

—Eso creo. Pero si pretendéis que os dé información, no lo voy hacer. Su majestad Hiesher jamás aceptará el acuerdo firmado, esto es aberrante. Y muy extraño todo.

—Pero vuestros compañeros... no, vuestros superiores lo aceptaron.

—No sé qué brujerías utilizaríais para convencerlos, pero fue extremadamente raro. Qué casualidad que allá donde está vuestro grupo suceden cosas fuera de lo común.

—Esto nos está haciendo perder mucho tiempo, para nosotros lo importante es centrarse en la lucha del norte...

—Efectivamente —interrumpió Yorîth, resoplando burlona—, eso os digo yo. Estáis dificultando la lucha en el norte.

—Sois vos y vuestros aliados quienes la están dificultando.

—Sois más ciego de lo que pensaba. Y lanzáis un distrito entero en brazos del Káikar.

Daradoth calló durante unos segundos.

—No llegaremos a nada así —continuó—. ¿Quién maquinó para acabar con la vida de lord Ginathân?

—Todos. ¿Queréis el nombre de un líder?

—Sí.

—Fui yo —reconoció Yorîth sin atisbo de temor o arrepentimiento.

—¿Y cómo conseguisteis el veneno?

—No os diré eso.

—¿Pero fue cosa vuestra?

—Por supuesto.

«Está mintiendo descaradamente», juzgó Galad, que no pudo evitar espetar:

—Dejad de mentirnos. No os va a ayudar.

—Ni lo pretendo —contestó ella con una sonrisa torcida—. Espero que muráis todos muy pronto. Por traidores y apóstatas a todo lo que representa el Pacto. Estáis acabando con nosotros, recordad mis palabras.

—Asesinar a una familia de carpinteros inocentes merece el mayor de los castigos, es un acto de la Sombra; y no arrepentirse, aún más. Sois viles y crueles.

«La luz también es capaz de actos execrables, sin embargo», pensó Daradoth, que observó fijamente a la noble.

—Si finalmente, como decís, murieron, desapruebo esa acción —contestó ella, sincera—. Sin embargo,  en ocasiones las cosas escapan a nuestro control.

—¿Y qué va a ocurrir a partir de ahora? —preguntó Daradoth—. ¿Había algún otro plan?

—Ninguno. Supongo que ahora los demás distritos enviarán sus legiones y os aplastarán. Al menos lo deseo con todas mis fuerzas, por el bien de nuestra nación. Olara lo quiera así, aunque en el ínterin perdamos territorio en el norte.

—Ginathân cuenta con las legiones de los Cuervos.

—Mercenarios kairks —escupió—. Enviados por un país aliado de la Sombra. Tenemos informaciones que lo confirman.

—¿Tenéis pruebas? Nos vendrían muy bien.

—Ninguna, pero hay información fiable. Preguntad a vuestros amigos ercestres.

Ante la imposibilidad de llegar a nada más, se marcharon.

—Nos va a costar encontrar al responsable del intento de magnicidio —comentó Daradoth con los demás.

—Quizá ni siquiera esté en Dársuma y haya huido —sugirió Yuria.

—Me sigue rechinando todo lo relacionado con la tos negra, pero supongo que no averiguaremos más.

—Lo que deberíamos hacer —añadió Galad— es enviar a lady Eyruvëthil con Dûnethar, Cirantor y los diplomáticos de vuelta a los distritos fronterizos para intentar convencerlos de que respeten el pacto alcanzado. 

—Sí —concordó Yuria—. Con que convencieran a uno de ellos la situación se estabilizaría.

Poco después, organizaban todo para enviar la delegación conjunta hacia el norte e intentar mediar con los gobernadores norteños y con los disidentes del Vigía. Siempre por el tiempo durante el que se prolongara la lucha contra la Sombra en el norte. Cuando lo comentaron con Eyruvëthil, la elfa decidió que primero se dirigirían hacia Arlaria, pues el gobernador Hiesher de Galmia, a su juicio, quedaba fuera del alcance; tenía una implicación demasiado personal con Ginalôr. Saldrían la jornada siguiente a caballo.

Al anochecer volvieron a los calabozos para hablar con Ginalôr, el hijo de Ginathân. El ástaro, cargado de cadenas, tenía una actitud excesivamente orgullosa que parecía algo fuera de lugar.

—¿Os parece bien haber intentado matar a vuestro propio padre? —inquirió Daradoth, sin preámbulos.

—Mi padre es un traidor y un mezquino. Tuvo en los calabozos a su propio hijo durante semanas, solo por mostrar mi desacuerdo con él. No es mi padre. Pero yo no sabía nada de ese plan para asesinarlo.

—¿No sabíais nada, entonces?

—En absoluto.

—Entonces, no sois tan importante como para liderar esta rebelión.

—Seguramente. Solo deseo evitar el hundimiento de Darsia.

—Pero entonces... ¿solo sois otro peón de los rebeldes?

—Ya os lo he dicho. Sí. Mi padre lo ha echado todo a perder por esa... furcia —Daradoth apretó los dientes al oír esto—, y mi única pretensión es hacerle pagar y reparar el distrito.

—Queremos saber quién es el responsable del intento de asesinato.

—Yo lo conocía, pero no soy el responsable. No os puedo ayudar.

Daradoth se apretó los ojos, cansado. Galad continuó:

—Al final, ¿todo se resume a una historia de venganza entonces? Por estar enamorado de una mujer, ¿decidís que vuestro padre debe morir?

—No solo por eso, pero sí.

—¿No sabéis nada de su ascendencia ni de su pasado?

—Basta con saber que es una errante.

En ese momento, Galad tomó una importante decisión. «No podemos retener esto mucho más», pensó.

—¿Y si os dijera que Somara tiene sangre élfica? —Daradoth, Symeon y Yuria intentaron reprimir su conmoción al escuchar estas palabras.

—Me reiría.

—¿Por qué?

—Porque claramente sería la afirmación de un loco.

Galad sonrió.

—¿Os dais cuenta de con quién habláis? Un paladín de Emmán. ¿Dudáis?

Ginalôr se quedó sin palabras por primera vez. Al cabo de unos largos momentos, continuó:

—Sangre... sangre élfica. ¿Qué queréis decir? Acaso...

—Como sabéis —le interrumpió Galad—, o deberíais saber, los paladines puros y leales tenemos ciertas capacidades que nos concede nuestro señor. Emmán me concedió una visión sobre el padre de Somara. Y os aseguro por mi  honor y la gloria de mi señor que su padre es un elfo.

—Realmente... ¿realmente gozáis del favor de Emmán? —Ginalôr, con la voz ronca por la impresión, tragó saliva.

Galad lo miró muy serio. Recitó una pequeña oración en voz baja, y un aura plateada envolvió todo su ser, iluminando la celda durante unos segundos.

Una lágrima asomó a una de las mejillas del ástaro. Apretaba mucho los dientes, posando su mirada en  Yuria, Symeon y Daradoth.

—Si os fijáis en sus ojos —intervino Symeon—, si os fijáis bien, se nota el brillo especial en el iris, y sus manos... son evidentemente élficas.

—Pero... pero... eso lo cambia... ¡lo cambia todo! —La emoción poseía ya claramente las palabras de Ginalôr—. ¿Por qué... por qué no lo habéis dicho antes?  ¡Podíais haber acabado con todo esto sin conflicto alguno!

—No queríamos hacerlo más que como último recurso, porque no creemos que ni siquiera Somara lo sepa, mucho menos vuestro padre.

—Así es —rubricó Galad.

—Aparte de que con esta revelacióin, perpetuaremos lo que vuestro padre quería cambiar —añadió Daradoth.

—No os equivoquéis. Los motivos de mi padre eran totalmente egoístas, pues la revolución era motivada por su amor. Nunca fue un revolucionario convencido, os lo aseguro.

—Sí, pero ahora que está en marcha, esta revelación puede provocar un gran desastre.

—El caso es que vuestro padre sigue vivo, y se va a recuperar —dijo Galad—. Y tenemos que meditar cómo tratar esta información. Os ruego que no la reveléis a nadie mientras lo hacemos en los próximos días. Os lo pido por el bien de todos.

—Está bien. No sé de qué forma podría revelárselo a nadie desde aquí y cargado de cadenas, pero os lo juro por mi honor.

Después de dar órdenes para que descargaran a Ginalôr del suplicio de las cadenas y dejarlo con las justas y necesarias, se marcharon. Y poco después se reunían con Somara y Violetha.

Daradoth se acercó a la errante y la tomó de la mano. «Ah, qué sensación», pensó.

—Mi señora. La información que os vamos a revelar a continuación es muy importante. Muy sensible. Os pido que confiéis en nosotros, porque todo lo que os vamos a decir es cierto, por nuestro honor y nuestra esperanza de renacimiento.

 »La situación actual va a cambiar, todo va a cambiar cuando os diga lo que tengo que deciros. —Percibiendo la agitación de Somara, Daradoth decidió continuar sin pausa alguna—. Nuestro señor Emmán, a través del hermano Galad, que goza de su favor, nos confió una visión en la que descubrimos que vuestro padre no era un buscador, sino un elfo. Un noble elfo, aunque no sabemos exactamente quién.

Somara miró a todos, y a punto estuvo de derrumbarse.

—Sangre élfica corre por vuestras venas. No es una suposición, ni una invención. Es la realidad.

—¿Estáis... estáis seguros de esto? —se sentó, con las piernas temblorosas.

—Absolutamente —corroboró Galad.

—Entonces... ¿no hay posibilidad de que esa visión fuera interpretable? ¿No hay posibilidad de error?

—Ninguna, mi señora —volvió a confirmar.

—Entonces, esto... esto lo cambia todo. Claro...  —pensó en voz baja—, por eso de pequeña siempre dejaba a todos atrás, y saltaba más que nadie... ¿Desde cuándo lo sabéis?

—Hace un tiempo.

—¿¿Pero por qué no lo dijisteis?? ¿Sabéis lo que significa esto? ¡Mi esposo está luchando por una causa falsa!

—No es una causa falsa —rebatió Yuria—. Quizá sí para vuestro caso personal, pero no en general.

—¿Y por qué me lo decís ahora?

—Se lo hemos confiado hace unos minutos al hijo de Ginathân...

—¿¿Cómo??

—... y queremos acabar con las rencillas y el conflicto. Queremos controlar la información para decidir la mejor forma de utilizarla y enderezar la situación.

—Esperaremos que Ginathân despierte —dijo Galad.

—No creo que sea buena idea esa, Galad —rebatió Daradoth—. Sería mejor hacerlo antes, para evitar rumores y demostrar que Ginathân no tiene nada que ver con esto. Eso jugará a nuestro favor.

—Yo estoy con Galad —dijo Symeon—. Es mejor que Ginathân despierte.

—Si me permitís una sugerencia —intervino Violetha, para sorpresa de todos—, puedo ayudaros. Las doncellas tenemos oídos en todas partes; si os preocupa que la información se descontrole y dé lugar a rumores, podemos estar ojo avizor y avisaros si algo raro pasa. Así podréis esperar a que Ginathân despierte y decidir. Nadie se enterará de ningún rumor antes que yo, os lo aseguro.

—Está bien, así lo haremos si pensáis que es lo mejor —aceptó un sorprendido Daradoth.

En ese momento, Genhard reclamó a Yuria para revisar unos asuntos de organización de la ciudad, y la ercestre tuvo que marcharse. Abrazó y besó a Somara, como buenas amigas que eran, y se despidió.

—Por favor, Yuria —dijo la errante a su oído—, cuidad de la ciudad, y de todos nosotros. Y suerte con él —se refería a Genhard.

—Claro que sí, tranquila —sonrió.

Ya con Yuria y Genhard ausentes, Somara susurró:

—Veremos qué sucede cuando Genhard se entere de todo esto.

Poco después, Daradoth conversaba a través del búho de ébano con Irainos, para informarle de todo, incluyendo la misión de Eyruvëthil hacia el norte. Omitió la información sobre Somara. Irainos anunció que intentaría enviar a Eraitan para ayudar a la antigua princesa élfica.

Ya disponiéndose para irse a descansar, Symeon comentó a sus compañeros:

—Solo hay una cosa que me no me cuadra en todo esto. Y es que, aquellos centauros a los que me enfrenté en el mundo onírico me parecieron demasiado poderosos para ser enviados del Vigía.


lunes, 3 de abril de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 40

La Coronación de Ginathân Elyoras

Poco después, eran convocados urgentemente por Ginathân para tratar el tema de la presencia del Mediador allí. Sacudiéndose el sueño, se encontraron en pocos minutos con Ginathân y algunos más en la sala de cónclaves. El rostro del noble ástaro seguía mostrando señales de agotamiento.

—Supongo que ya lo habéis visto, ¿no es así? —preguntó directamente.

—Sí, por supuesto —ratificó Symeon.

—Sinceramente, pensaba que iba a ser una visión más impresionante.

—No necesitan impresionar, creedme —respondió el errante—. La cuestión es si ha venido solo, pues ya encontramos mediadores una vez, y aparecieron tres de ellos.

—Y también por qué motivo puede estar aquí —añadió Galad.

—Eso precisamente quería preguntaros a vosotros, mis señores —Ginathân extendió las manos—. ¿Creéis que alguien lo ha convocado?

—No necesariamente —contestó Symeon—. Es posible para los mediadores aparecer por iniciativa propia si los acontecimientos que van a suceder tienen una importancia fundamental para... para la existencia, o para el equilibrio del mundo... no sé explicarlo mejor.

—El problema es que no podemos detenerlo todo, y el mediador tampoco interactúa, solo observa fijamente...

—No, no, no interrumpáis nada. Si el mediador va a hacer algo, nada se lo podrá impedir, y algo dirá. —Symeon intentaba tranquilizar a toda costa al noble; «si supiera lo que nos pasó en Eskatha1,  no sé cómo reaccionaría», pensó, mientras dirigía una mirada cómplice a sus compañeros—. Nosotros intentaremos averiguar algo.

—Muchas gracias, me tranquiliza mucho contar con vuestra ayuda. 

En la conversación cruzada que siguió con los nobles reunidos allí, Genhard consiguió susurrar unas palabras cerca de Yuria: «en dos horas en la antesala de las cocinas». Cruzaron una intensa mirada que aceleró el corazón de la ercestre; afirmó discretamente con la cabeza.

Tras despedirse, Symeon compartió con sus compañeros su intención de acercarse inmediatamente al mediador e intentar averiguar algo sobre su presencia allí. El resto expuso sus reservas, pero finalmente, Galad decidió acompañarlo, y Yuria observaría la interacción desde la distancia.

Cuando el errante y el paladín llegaron a la altura del mediador, este se encontraba mirando atentamente el enorme estrado que se había erigido ante la entrada principal de la ciudadela. Aparentemente, no se apercibió de su aproximación.

—Disculpadnos, mi señor mediador —comenzó Symeon, con toda la presencia de ánimo que pudo reunir. 

El hombre, de alta talla «ahora que lo pienso, todos los mediadores parecen anormalmente altos», y encapuchado, se giró hacia ellos, mirándolos con aquellos sobrenaturales y extremadamente inquietantes ojos grises. Al verlos, para sorpresa de Galad y Symeon, frunció el ceño con estupor y dio un paso atrás. «De alguna manera debe de haber visto lo que somos ahora», pensó el paladín, que instintivamente levantó una mano hacia su espada; inútilmente, pues no llevaban armas.

—Mi nombre es Symeon, y mi acompañante es el hermano Galad —continuó precipitadamente Symeon, hablando en estigio e intentando así rebajar la tensión—. Os hemos visto hace un rato mirando el Empíreo —levantó la vista hacia el dirigible—, y queríamos presentarnos e interesarnos por vuestra misión aquí.

Tras unos segundos de intenso escrutinio con aquellos insoportables ojos grisáceos, el mediador solo dijo:

—Mi nombre es Eyr'Riazânn.

Acto seguido, dejando a Galad y Symeon con la palabra en la boca, se dio la vuelta y se alejó.

—¿Satisfecha tu curiosidad? —preguntó jocoso Galad a Symeon.

—Bueno, por lo menos sabemos que no viene por nosotros. Y no ha sido tan arrogante como los mediadores de Eskatha.

—Si ha venido por alguna percepción importante para la Vicisitud, supongo que no sabría muy bien lo que se iba a encontrar. Se ha sorprendido mucho al vernos.

Se reunieron con Daradoth y Yuria unos metros más allá, y apenas les dio tiempo a contarles lo que habían sacado en claro cuando vieron que se acercaba hacia ellos Rania Talos, la agente ercestre y madre putativa de Galad. Junto a ella venía la medio hermana de Yuria, Elitena Spara, y la noble llamada Saena Orgas.

—Bienhallados, amigos míos —empezó la ercestre—. He oído que la reunión de ayer fue especialmente remarcable. No sé exactamente qué sucedió ni cómo lo hicisteis, pero los cambios de opinión que se han producido son... extraordinarios, cuanto menos.

—Fue un acto de reconciliación entre las partes, nada del otro mundo —contestó Galad, quitándole importancia.

—El sentido común hizo acto de presencia —añadió Symeon.

—No lo dudo, no lo dudo, pero tan de repente... después de tantos intentos y rechazos. es...

—Si hubierais estado presente, habríais comprendido toda la verdad con las palabras de Daradoth.

—No lo niego, y por supuesto que desearía haber asistido. Pero no fuimos convocados.

—Seguramente porque fue una negociación entre las partes, y bastante precipitada —disculpó Galad a Ginathân.

—Sí, no era eso a lo que me refería...

—No os andéis con más rodeos, Rania —la interrumpió Elitena, provocando una mueca de desaprobación en sus compañeras. «Vaya, la gatita saca las garras», pensó Yuria, seducida por la idea de asestar una buena bofetada en aquella cara de labios regordetes—. Lord Galan está muy descontento con la situación; no le gusta la idea de que el Káikar vaya a tener como rehén a un distrito del Pacto. Y, si me permitís añadirlo, me parece harto extraño que vuestra mediación haya conseguido un acuerdo de tales dimensiones cuando hacía meses que estaban siendo rechazados, con nada menos que un rey muerto y una guerra civil entablada. Lo más increíble que he visto en mi vida.

—Porque has vivido muy poco —contestó Yuria sin ocultar el desprecio en su voz. Los ojos de Elitena temblaron levemente.

—La lucha contra la Sombra bien merece que todos estemos unidos —medió Galad—. Me da la impresión por vuestras palabras que esperabais otro resultado de la reunión de ayer. Ahora mismo hay una guerra en el norte que requiere toda nuestra atención; una guerra civil sería un desastre, porque, si cae el Pacto, ¿quién podrá detener al enemigo después?

—No os lo voy a negar —continuó Rania—, nosotros teníamos la esperanza de que Ginathân renunciara a sus aspiraciones. Pensamos que sería la solución menos mala. Pero, en fin, dejadme daros la enhorabuena por el acuerdo y haber podido sofocar la guerra civil en el Pacto, aunque lord Galan y lady Selaria —miró a Yuria— estén indignados por ello.

Rania, Elitena y Saena dieron algo más de conversación, esperando claramente que el grupo les dijera algo que le permitiera deducir cómo habían conseguido el acuerdo, pero consiguieron no da ninguna pista al respecto. Así que se despidieron educadamente.


Yuria acudió al encuentro que Genhard le había susurrado por la mañana. A solas, pues sabía que el kairk se sinceraría mucho más con ella si no llevaba a nadie más; no obstante, a sugerencia de Daradoth, llevó  consigo el Ebyrïth, para que al menos el elfo pudiera escuchar la conversación y que así pudieran acudir en su ayuda si era necesario.En su camino al lugar de reunión pudo escuchar aquí y allá varias conversaciones, que mencionaban la presencia del mediador en voz baja, y también que al parecer, los nobles habían llegado a un acuerdo y la guerra civil no se iba a producir. «Las noticias viajan rápido», pensó.

En la antesala de las cocinas estaba todo muy tranquilo a aquella hora, en contraste con el resto de la ciudadela, que hervía de gente. El general de elegante uniforme, aspecto recio y sobrado carisma no tardó en aparecer. Pareció alegrarse sinceramente de ver a Yuria. «Por todos los sables de Ercestria, ese hombre sabe caminar», pensó. «Debo tener cuidado con estos pensamientos, no quiero distracciones innecesarias a estas alturas». Pero no pudo evitar que su corazón se acelerara y la sangre le palpitara en las sienes.

—Hola, Yuria, me alegro de verte —sonrió.

Cruzaron sus miradas durante unos intensos segundos, ausentes. Hasta que parecieron darse cuenta de la situación, y sacudieron la cabeza, incómodos.

—Tengo muy poco tiempo. Solo quería decirte que fue extraordinariamente sorprendente la reunión de ayer. El discurso de lord Daradoth fue... como... como si nos hubiera abierto los ojos. Quiero saber si tú sentiste algo parecido a lo que sentí yo, porque realmente ahora pienso que estas luchas intestinas son estériles, y realmente si es tan abrumador el enemigo que llega por el norte y puede hacer peligrar nuestro modo de vida, debo compartir ciertas cosas contigo que me parecen muy urgentes.

—Sí, claro que sentí lo mismo. Lo peor es que hay un conflicto que trasciende a los invasores del norte, un conflicto que implica a la Luz y la Sombra, y esta última quiere prevalecer en la guerra. Usando a los invasores como uno de muchos medios. Destrozará toda Aredia.  Debemos prevalecer ante ella.

—Ya veo... pero, ¿estás segura de que lo que quiere es destrozarnos? ¿No simplemente regirnos?

—No. Acabará con todos nosotros, para evitar nuestra oposición.

—Pero no...

—Quizá más adelante te cuente todas las vivencias que hemos atravesado, y nuestra experiencia con la Sombra. De momento, créeme, no te engaño. Su hechicería es extremadamente poderosa, capaz de arrasar nuestro continente.

—Ahora que lo mencionas, si me preguntas, ¿lo de ayer no sería fruto de la magia?

—No, no lo fue en realidad. A causa de nuestras experiencias, precisamente en nuestra lucha contra la Sombra, parece ser que hemos sido tocados por la Luz de tal forma que podemos influir en el destino de la gente.

—¿¿Cómo?? 

—Lo intento explicar lo mejor posible, pero no es algo mágico. Estoy siendo totalmente sincera contigo, Genhard. 

—Pero... eso es... extraordinario.

—Espero que comprendas la magnitud de la confianza que estoy depositando en ti.

Al otro lado de la línea de comunicación que era el búho de ébano, Daradoth intercambió miradas de preocupación con Symeon y Galad mientras les transmitía de la mejor forma posible la conversación de Yuria. «Esperemos no arrepentirnos de tanta confianza», pensó.

—Por supuesto que la comprendo —contestó Genhard—, y te aseguro que va a ser mutua.

—Gracias —sonrió Yuria.

—Quiero explicarte abiertamente mi situación. Mis ayudas de campo empiezan a sospechar. Evidentemente, tenemos firmados varios contratos y aunque lo intente, no puedo desviar mis recursos a la lucha contra la... Sombra. Al sugerir algo al respecto, mis lugartenientes, Svarald, Svaston y Vythen empiezan a sospechar de mi cambio de actitud. Y, aún para ahondar más en mi conflicto interno, sé que mis... empleadores... están colaborando directamente con el enemigo del norte.

—¿Lo sabes seguro? ¿De qué forma?

—Sin duda. Les están dando acceso a sus tierras, y seguramente a los túneles del kaikarésta. No sé mucho más, pero esta rebelión de Ginathân les ha venido de perlas para distraer al Pacto.

—Te agradezco la información. Supongo que te refieres a las casas Nastren y Vynkavos.

—Veo que Ginathàn ya os ha informado. Lo suponía. Sí, me refiero a ellos.

Yuria asintió con la cabeza, ausente, mientras meditaba en todo lo que le había dicho Genhard.

—Realmente lo de tus ayudas de campo es un problema. Necesitaríamos que vieran lo que puede causar el enemigo, y que te apoyaran para uniros a nuestra lucha.

—No sé si eso será posible, sin una intervención tan extraordinaria como la de ayer. Solo quería que supierais que estoy con vosotros, pero que tengo ciertos problemas pendientes de resolver. Ahora, me tengo que ir, no puedo estar más tiempo ausente. Espero que nos veamos pronto.

—Por supuesto que sí.

—Es lo que más deseo.

Yuria volvió con el resto del grupo, con los que intercambió palabras de preocupación. Tendrían que intentar solucionar aquello de alguna forma.

—Quizá todo esto no sea tan negativo —sugirió Galad—. Es posible que Genhard pueda proporcionarnos las pruebas que necesitamos para que Ginathân rompa sus lazos con los nobles del Káikar.

—Es posible, tendremos que hablar con él. Pero se arriesgará mucho si alguno de sus subordinados es fiel a la Sombra o es un agente de los kairks.

Ya era casi mediodía. Urgidos por el tiempo, se dirigieron a sus habitaciones para ponerse sus mejores galas y acudir, por fin, a la ceremonia de coronación. Poco después, las campanas de todos los campanarios de la ciudad que todavía permanecían operativas, comenzaron a tañer. Salieron al patio de armas, donde los senescales y sirvientes ya estaban organizando a todo el mundo. Un senescal condujo a Daradoth y a Galad hacia una de las torres, pues ellos participarían activamente en la ceremonia, mientras otro condujo a Symeon, Yuria, Taheem y Faewald a través de la puerta principal, desde donde accedieron a la enorme plataforma sobre la que se habían erigido dos altas gradas para los nobles y personas de importancia. Mientras se dirigían a sus sitios, les sobrecogió la visión de la multitud; la ciudad hervía: miles y miles de personas, niños y animales se podían ver hasta los primeros edificios de la parte baja,y más allá. La algarabía era casi ensordecedora, intentando alzarse sobre el sonido de las campanas. Yuria dio un leve codazo a Symeon, indicándole un punto en el centro de la muralla, sobre la puerta principal: el mediador Eyr'Riazânn se encontraba allí, con los brazos cruzados y la capucha echada, observándolo todo desde una posición de privilegio. Las diferentes delegaciones y nobles fueron tomando asiento. Symeon, ataviado con su diadema élfica y portando el  bastón, y Yuria con la sobresaliente ropa ercestre, no tuvieron problemas para elegir un sitio más o menos en el centro de la grada, respetados por todos los presentes. De la delegación de Ercestria, Yuria solo pudo ver presentes a Elitena, Saena, y Yoredas; Galan, Eleria y Rania no asistieron.

Entre bastidores, Galad y Daradoth se reunieron con el resto de oficiantes de la ceremonia, los llamados "oferentes del Cetro". Como ya les habían explicado, los líderes de los seis distritos del Pacto no recibían la denominación de "reyes", pues constituiría una falta de respeto hacia la estirpe desaparecida de los antiguos monarcas de Lândalor; en su lugar, recibían el título de "gobernador". Como tales, la "coronación" no consistía en la recepción de una corona, sino en la entrega del cetro que les permitía "guiar al rebaño" de su nación. Intercambiaron unas palabras protocolarias con el resto de oficiantes: lord Aelar, que había pertenecido al antiguo Consejo de Pureza y que sería quien entregara el cetro a Ginathân, como noble de más alto rango; el padre Earnôr, la mater Nirabêth, clériga de Valdene, lord Anâthur de Arlaria, y Eyruvëthil del Vigía. Siete en total.

Arkâros, Denarim y el resto de líderes de la plebe se dirigieron a la multitud congregada fuera de las gradas, separada de estas por una nutrida línea de guardias de la ciudadela, para celebrar el hito histórico y la esperanza de futuro que suponía la coronación de Ginathân. Tras una breve arenga que arrebató rugidos de alegría a la masa, tomaron su asiento preferente en primera fila de la grada izquierda.

Poco después, comenzaron a sonar las trompetas y los cuernos. El murmullo ensordecedor de la multitud se fue acallando ante la inminencia del evento. Entre los sonidos de las fanfarrias, los oferentes hicieron acto de aparición, levantando vítores en la multitud.


Galad, resplandeciente y poderoso en su túnica de paladín, y uno de los pocos a los que se permitía llevar su espada, no pudo evitar encogerse por dentro cuando miles de ojos se clavaron en él y las correspondientes gargantas rugieron gritos exaltados. Daradoth provocó no menos bramidos de júbilo en la audiencia, pero lo sobrellevó mejor que su compañero, e incluso esbozó una leve sonrisa. Los siete oficiantes tomaron asiento en sus respectivos lugares, y pocos segundos después, cuando aparecieron Ginathân y Somara anunciados por los senescales, el estruendo aún fue mayor. «La plebe los adora», pensó Symeon, observando las reacciones de la multitud con cierta sorpresa; «no es para menos, Somara está espectacular, incluso mi respiración se acelera al contemplarla».

Poco a poco los instrumentos fueron acallándose, y los senescales situaron en el centro del estrado un atril donde depositaron una preciosa caja de madera y terciopelo abierta, dejando a la vista el Cetro de Darsia, un pequeño bastón ricamente tallado y delicadamente trabajado. Madre Nirabêth fue la primera en tomar la palabra. Con una potente voz, profirió un breve discurso a modo de sermón, y bendijo el bastón de mando con gestos de ambas manos. Tras ella tomó la palabra el padre Earnôr, que escenificó un discurso muy ensayado con consignas emmanitas acompañado de las trompetas situadas sobre las torres. «Un discurso más propio de un bardo sermio que de un clérigo», pensó Symeon, ligeramente divertido. Earnôr acabó también bendiciendo el cetro, con gran pompa e histrionismo. A continuación fue el turno de Galad que, como paladín de Emmán lanzó a su vez consignas a favor de la Luz y haciendo referencias a la lucha heroica del norte. Después de la preceptiva bendición del cetro, fue el turno de Anâthur, mucho más comedido; tras él, Eyruvëthil manifestó el apoyo del Vigía a la ascensión de Ginathân, y a continuación llegó el turno de Daradoth. A pesar del hándicap del idioma, pues su Lândalo era bastante limitado, también levantó vítores de la multitud cuando se presentó como "lord" Daradoth Ithaulgir, capitán de los ejércitos de Doranna. A continuación, cambió al cántico para expresar su apoyo a Ginathân y su esperanza de prevalecer en el conflicto contra la Sombra. Aunque la multitud no entendió prácticamente nada, la musicalidad y la potencia de su lengua era tal, que levantó los mismos, si no más, vítores de la masa reunida. La traducción rugida por los senescales aún contribuyó más a ello. Y por último, tomó la palabra lord Aelar, que dirigió a los reunidos un discurso correcto pero desapasionado en comparación con sus predecesores, lo que provocó un enfriamiento del ambiente durante unos minutos.

Volvieron a tañer las campanas, y las trompetas a alzar sus notas suavemente, mientras los clérigos elevaban sus oraciones cantadas a los respectivos avatares.

Acabadas las oraciones, uno de los senescales subió al atril y anunció con potente voz:

—Como símbolo de su toma de posesión como Gobernador de Darsia, se hará ahora entrega del Cetro a lord Ginathân.

Los siete oferentes se pusieron en pie mientras el senescal cogía con cuidado la caja y la ponía en manos de mater Nirabêth. Esta volvió a bendecirlo, y lo pasó al padre Earnôr, que lo bendijo a su vez y lo pasó a su derecha. Uno a uno, los oferentes declamaron las frases rituales que habían practicado durante breve tiempo el día anterior. Finalmente, llegó a manos de lord Aelar que, tras pronunciar la frase ritual, se dirigió hacia Ginathân. Él y Somara lo esperaban levantados.

Aprovechando que todo el mundo se encontraba centrado en lo que ocurría lejos de él y con el sonido de las trompetas, Galad invocó el poder de Emmán para detectar algún enemigo en la escena. Sintió que uno de los tres ercestres presentes era definitivamente un enemigo de su dios.

—Yo os ofrezco este Cetro como símbolo de la guía que Dársuma acepta en vuestra persona —declamó Aelar, alargando la caja hacia Ginathân.

El noble ástaro cogió el cetro con movimientos muy cuidadosos, y lo alzó sobre su cabeza.

—Este es el símbolo que me da el derecho a guiar a Darsia —exclamó—. Quien tenga algún reparo, que hable ahora o... 

Ginathán se derrumbó de repente, ante la sorpresa de su esposa, que fue incapaz de agarrarle. Galad y Daradoth se levantaron como un resorte, al igual que muchos de los presentes. Alguien en la grada de enfrente a la que se encontraban Yuria y Symeon bajó su capucha y gritó:

—¡Yo me opongo a esta coronación! —su voz estaba claramente potenciada de forma sobrenatural—. ¡Mi nombre es Ginalôr, hijo de Ginathân, prisionero en sus calabozos durante sesenta días, y reclamo el cetro de Darsia por la traición de mi padre!

Mientras Ginalôr hablaba, dos elfos dejaron caer también sus capuchas y saltaron hacia el estrado haciendo uso de sus poderes sobrehumanos. Desenvainaron espadas. Habían aprovechado las concesiones que Ginathân, en su buena voluntad, había concedido a los elfos para llevar capa y capucha. 

—¡Quietos! ¡Vigía, deponed vuestra actitud! —rugió Eyruvëthil.

—¡La paz en el Pacto debe ser restaurada, y el retorno a nuestras costumbres restablecido! —siguió Ginalôr, que con sus palabras empequeñecía el resto de sonidos, mientras desde el interior de la ciudadela y apareciendo de la nada, varias figuras hacían acto de presencia en la plataforma acompañadas de lobos, que también parecieron materializarse desde el propio aire.

El caos se desató por doquier. La mayoría de los presentes en el estrado y la ceremonia no tenían armas, con lo que se limitaron a retroceder o permanecer alerta. Galad sacó su espada, y Symeon empezó a avanzar hacia la tarima. Yuria empuñó disimuladamente una de sus pistolas.

—¡A mí la guardia! ¡Proteged a Ginathân! —rugió el paladín como un trueno, toda una visión de gloria y poder con su espada resplandeciente en la mano, que provocó por fin la reacción en los soldados presentes, que accedieron al estrado gritando. «Todos ellos», pensó Galad con satisfacción.

Los miembros del Vigía recién llegados se encararon con ellos, deteniéndose expectantes, y observando a Galad con cautela. La situación se quedó en suspenso, con una tensión palpable en el ambiente, los lobos gruñendo, pero sin nadie que se atreviera a dar el primer golpe, a pesar de las imprecaciones de Ginalôr. Galad dominaba la situación ahora, lo notaba.

—¡Deponed las armas y seréis perdonados! ¡Ahora mismo! 

Su grito fue tan atronador, tan brutalmente intimidatorio, que muchos de los enemigos incluso dieron un paso atrás. La multitud calló e incluso Ginalôr detuvo sus imprecaciones. Todo el mundo se miraba, inseguros, sin saber muy bien qué hacer, mientras Symeon y Yuria continuaban acercándose. 

—¡Haced lo que dice! —atronó Eyruvëthil, apoyando las palabras de Galad.

Por un segundo, parecía que todo iba a acabar allí. Pero una nueva voz se alzó en el estrado:

—¡Adelante guardia! —clamó lady Arinêth, otra antigua miembro del Consejo de Pureza.

—¡Quietos! —gritó alguien desde lo alto de la muralla, cerca de donde se encontraba el mediador.

Las cerca de dos docenas de guardias en lo alto de la muralla apuntaron con sus ballestas hacia el estrado. Y de las puertas de la ciudadela salió una compañía de soldados que tomó también posiciones desde la otra parte. «Maldición», pensó Galad, «con lo bien que iba todo». Realmente, el paladín había conseguido hacer dudar a los enemigos y haber conjuntado así sus líneas, aunque ahora se encontraban rodeados por todas partes. Genhard se decidió por fin a gritar (en idioma kairk, que casi nadie entendió):

—¡Cuervos! ¡Cuervos a mí! —cerca de una veintena de sus hombres apareció en pocos momentos, y enviaron mensajeros a movilizar a todos los posibles. Arinêth y Ginalôr gritaron algo en kairk hacia el general. Yuria sintió un leve regocijo: «seguro que no esperaban que estuviera de nuestro lado en esto», pensó.

Somara sollozaba, tratando de reanimar a Ginathân e intentando llamar la atención de Galad. El recién nombrado gobernador era presa de espasmos continuos cuando Symeon llegó por fin a donde se encontraban. El errante no tardó en detectar un pequeño pinchazo en la mano de Ginathân, donde brillaba una pequeña gota de sangre. Una aguja había penetrado y seguramente había inyectado veneno en su cuerpo. Por los síntomas, era demasiado tarde para aplicar sus conocimientos.

—¡Galad! —espetó—. ¡Le han inyectado veneno! ¿Puedes hacer algo?

El paladín se arrodillo rápidamente, puso una mano sobre la cabeza del ástaro e invocó el poder de su dios. Al cabo de unos segundos, el noble dejó de temblar y pareció estabilizarse. Yuria llegó también al lugar.

Tras el silencio provocado por las imprecaciones de Galad, la plebe reaccionó. Los gritos de indignación de Arkâros hicieron salir a la multitud de su estupor,  y provocaron que la masa comenzara a rugir indignada. Yuria comenzó a temer lo peor, igual que Ginalôr, que no había previsto aquello y por fin tuvo que callar.

—Tenemos que sacar a Ginathân de aquí —dijo la ercestre.

—Sí —acordó Daradoth—. ¿Y los guardias de arriba? No han disparado aún.

Dirigieron su vista hacia la muralla. Eyr'Riazânn estaba subido a una almena, había sacado su espada y se había deshecho de su capa, mientras seguía observando todo. Los ballesteros se habían hecho atrás, mirando fijamente al mediador.

—Parece que esta vez nos está siendo de ayuda —dijo Symeon—. Aprovechémoslo.

Comenzaron a desplazar a Ginathân, cuando oyeron la voz de Ginalôr:

—¡Genhard! ¡Ordenad a vuestros cuervos que arresten a esta gente! ¡Poneos a mi servicio, yo soy el nuevo gobernador!

—¡Sí, mi señor! ¡Como ordenéis! —contestó Genhard.

El general kairk dirigió a sus hombres unas palabras en su idioma. Estos comenzaron a tomar posiciones en el acto, inquietantes con sus uniformes negros y plateados. Y muy eficientes. «No me falles ahora, Genhard», pensó Yuria, sin perder su fe en él.

Y efectivamente, para alivio de la ercestre, los cuervos desenvainaron sus espadas y en silencio comenzaron a abatir a los guardias de la ciudadela que amenazaban al grupo. Ginalôr y Arinêth gritaron hacia Genhard, incrédulos.

Junto a Galad, Symeon y Yuria cayeron desde lo alto dos elfos, que saltaron sobre los defensores. Sus armas apuntaban directamente al corazón de Ginathân mientras caían. Galad se interpuso en su trayectoria, haciendo caer a uno de ellos, y Yuria disparó su pistola contra el otro, sin éxito. Afortunadamente, Daradoth utilizó sus poderes y confundió al elfo, consiguiendo que renunciara a su ataque. Mientras Galad y Yuria se enfrentaban a los atacantes, Symeon y Daradoth sacaban de allí a Ginathân y Somara. El caos se desató por fin en toda la plataforma.

—¡Ginalôr! —se oyó gritar a Genhard—. ¡Rendíos y daos preso! —Yuria sintió un enorme alivio al oír esto. Todo lo contrario que los cabecillas de los enemigos, que no pudieron evitar que la frustración asomara a sus rostros.

Arinêth se volvió para increpar de nuevo a los ballesteros de la muralla, pero cuando levantó la vista vio al mediador en la almena, con su espada en la diestra y el brazo izquierdo extendido a un lado, mostrando claramente su balanza plateada. Enmudeció, mordiéndose el labio.

Mientras tanto, Galad y Yuria pudieron contener a duras penas a los elfos que querían asesinar a Ginathân, poniendo a uno fuera de combate y haciendo que el otro huyera. Poco después, los cuervos, los guardias fieles a Ginathân y los maestros de esgrima Astholân y Nirûnath ponían la situación bajo control. Nuevos efectivos de los cuervos y soldados darsios apaciguaron la situación, tomaron a los sublevados como prisioneros y dispersaron a la multitud. El mediador Eyr'Riazânn había desaparecido sin dejar rastro.


Ya más tranquilos, en el interior de la ciudadela, Symeon investigó más a fondo la ponzoña que había afectado a Ginathân. Una aguja bien disimulada en la caja había sido la causante. Tras algunas pruebas, obtuvo por fin sus conclusiones.

—Es un veneno que los buscadores llamamos Irtégámo —compartió con todos los presentes—. Se hace con la sangre de personas infectadas por la tos negra. —Todos intercambiaron miradas, recordando a la pobre familia con los niños enfermos—. Necesitamos la sangre de una persona infectada para crear un fármaco que deberemos inyectarle. Esperemos que no sea demasiado tarde...

 


1. Durante el proceso de nombramiento como canciller de lady Ilaith en Eskatha, la capital de la Confederación de Príncipes Comerciantes, el grupo ya se encontró con tres Mediadores que se enfrentaron entre sí: Eyr'Mattren, Nyr'Sontaras y Nyr'Vuredan. Temporada 3, capítulo 15.