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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 30 de septiembre de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 37

Huida in extremis. La Alianza con Paolo.

Jonathan empezó a disparar como un loco, hiriendo al conductor del coche más cercano. Se desencadenó un tiroteo desde ambos extremos de la calle.

—¡Rápido, subamos al coche! —gritó Derek a Patrick, con la esperanza de que Sigrid y Tomaso, al otro lado, también lo oyeran.

La calle de Milán

Tomaso ya había arrancado a correr para ponerse a cubierto al menos de una parte de los enemigos tras el vehículo, pero Sigrid permaneció en el suelo, aturdida. Patrick, que se encontraba prácticamente al lado de Derek, abrió la puerta trasera.

Sintió un pinchazo entre los ojos y su estómago se revolvió, sintiendo el vértigo existencial que ya había experimentado otras veces.

—¡No, Derek! —rugió—. ¡Hay que alejarse del coche! ¡Confía en mí!

Derek, que ya sabía de las corazonadas de Patrick y confiaba en ellas, se detuvo. "Pero... mierda", pensó, "el manuscrito de tapas negras está en el maletero". Se revolvió para pasar a la parte trasera sin salir del coche, mientras Patrick retrocedía, agachado.

Mientras Sally desenganchaba su coche y derrapaba para acercarse a sus amigos rápidamente y Theo Moss disparaba a discreción por la ventanilla, Sigrid se vio rodeada por una lluvia de disparos, que rompieron un hueso en su brazo derecho. La anticuaria soltó un aullido de dolor, pero consiguió revolverse, y rodando por el suelo, se acercó hacia la acera.

Con un movimiento de agilidad inusitada, Derek consiguió abrir uno de los asientos traseros y agarró una de las correas de la mochila que contenía el libro. Azuzado por los gritos de Patrick, que no dejaba de insistir en que debían alejarse del coche, salió desesperadamente por la puerta trasera que el profesor había dejado abierta, tan solo uno o dos segundos antes de que una fuerte explosión en el suelo lanzara el coche por los aires. La explosión fue extraña, no se pareció en nada a una bomba. "Es como si el suelo hubiera saltado hacia arriba", pensó Patrick; "incluso lo ha atravesado. Menos mal que tengo estas corazonadas". Derek dio un par de volteretas y llegó a la altura del profesor.

Tras la explosión, Tomaso se fijó mejor en los enemigos. "Unos esgrimen armas y otros hacen gestos, está claro quién es quién. Hechiceros". Una de ellos se tambaleó, claramente afectada por lo que acababa de hacer. El coche aterrizó tras uno segundos en un tejado cercano, mientras un relámpago caía del cielo dirigiéndose hacia Tomaso. Afortunadamente, consiguió moverse a tiempo para que el rayo lo dejara solamente un poco sordo y desconcertado, más aún por la nube de polvo y pequeños guijarros que caían del cielo.. Un chirrido fuerte y cercano lo devolvió a la realidad.

—¡¡Vamos, subid ya!! —bramó Sally. Con un trompo se había situado muy cerca del grupo, dándoles algo de cobertura—.  ¡¡Vámonos!!

—Pero... —empezó a decir Derek, que no podía levantarse debido al fuego cruzado de todos los enemigos con subfusiles. Theo disparaba sin cesar; fue alcanzado en un hombro, pero no pareció enterarse. El coche estaba bajo una lluvia de fuego.

De repente, sonó un fuerte impacto. La camioneta que unos segundos antes había visto Derek a lo lejos había llegado por fin y, sin frenar, se había estrellado contra los vehículos de los enemigos de la parte este de la calle. Varios de ellos saltaron por los aires.

Rápidamente, el grupo se metió en el vehículo, con Sigrid aullando de dolor por su brazo inerte y Theo ejerciendo de muro de protección contra los disparos, mientras de la camioneta recién estrellada bajaban Camil y otros tres poseídos, que la emprendían a golpes (por lo poco que pudieron adivinar entre el polvo) con los matones y los hechiceros.

—¡Cuidado! —gritó Sigrid.

Entre el polvo, habían aparecido dos figuras enormes, de unos dos metros y medio de altura, que se movieron rápidamente hacia ellos.

—¡Son esos malditos Golems, o lo que coj...!

Tomaso no pudo acabar la frase. Sally había arrancado en cuanto pudo, pero una de las dos figuras había llegado a su altura y propinó una embestida al vehículo. Aquellos que la vieron no pudieron evitar un escalofrío cuando vieron que el engendro estaba hecho de una especie de alquitrán cambiante e iridiscente. La superficie parecía descortezarse y regenerarse continuamente. El golpe fue tremendo, y el vehículo salió despedido, girando lateralmente. Afortunadamente, la pericia al volante de Sally y la sobrenatural suerte de Derek entraron en juego: consiguieron que el coche no volcara, y que, tras impactar con uno de los vehículos que había embestido la camioneta de los poseídos, se quedaran en una posición óptima para salir por el callejón perpendicular. La periodista pisó a fondo el acelerador, y se giró:

—¡No responde! —gritó—. ¡El coche no responde! ¡¿Qué hacemos?!

—Tranquila, dame un segundo —respondió Patrick, cansado y concentrándose con la mirada perdida un par de segundos.

El profesor consiguió, con sus capacidades de alteración, hacer que el coche revirtiera al estado que había tenido unos momentos antes. Las abolladuras desaparecieron, las grietas de los cristales desaparecieron. Al gastar sus útimas energías, sintió cómo la cabeza le daba vueltas.

—¡Prueba ahora! —dijo, con una incipiente migraña.

Sally apretó a fondo, y, quemando algo de goma, el coche arrancó bruscamente. Se dirigieron hacia el callejón, mientras Derek y Tomaso veían a través de la luna trasera cómo una de las difusas figuras de los engendros de alquitrán corría tras ellos, y el otro se dirigía hacia el combate con los poseídos. La camioneta de estos últimos empezó a moverse también. Al llegar a la esquina, Jonathan saltó sobre el coche y consiguió unirse al grupo, solo con alguna herida menor.

A unos cincuenta metros de distancia de la escena, ya con el engendro desistiendo de la persecución, vieron una enorme explosión que se producía más o menos donde se había encontrado el grupo de coches arramblado por la camioneta.

—Menos mal que Paolo ha enviado a Camil y los demás, si no no lo contamos —dijo Tomaso, que se volvió para mirar a los demás. El aspecto del grupo era lamentable: todos llenos de polvo, rasguñados, Sigrid llorando por el dolor en el brazo y la posible pérdida definitiva de Ramiro, Patrick encogido por las costillas rotas y la migraña que le había provocado el uso de su habilidad, Theo sangrando por varias heridas y todos ellos agotados. Tomaso puso una mano en el hombro de la anticuaria, intentando reconfortarla. 

Acto seguido, silenciando por pura fuerza de voluntad el amargo ardor de su pecho, cogió su teléfono; llamó a uno de sus contactos, que les proporcionó un apartamento seguro donde recuperarse y pasar la noche. Además, consiguió los servicios de un médico de confianza al margen del sistema sanitario oficial, que más tarde trataría las heridas del grupo y el brazo de Sigrid.

En el asiento de atrás, Derek y Patrick repararon en un pequeño objeto que había a sus pies: un cubo negro, liso, de unos diez centímetros de lado. Lo apartaron con cuidado con un pie, y a continuación decidieron guardarlo en una mochila.

Ya a salvo en el piso franco, Patrick hizo lo que pudo para consolar a Sigrid por la (presunta) pérdida de Ramiro y aliviar su desesperación. Tomaso telefoneó a Paolo con el manos libres:

—Hola, Paolo —dijo—. No sé si lo sabrás, pero finalmente hemos podido salir de la trampa que nos habían tendido gracias en parte a vuestra ayuda.

—Sí —contestó el que alguna vez había sido su hermano—, me ha llamado Camil hace unos minutos, bastante cabreado y mencionando una especie de Golems. Hemos sufrido dos bajas. Los dejasteis tirados.

—Siento oír eso —aseguró Tomaso.

—Lo sientes, pero no me parece bien que los dejarais allí a su suerte con más de una docena de enemigos y dos monstruos casi imparables.

—No estábamos en condiciones de luchar en ese momento —intervino Derek—. Patrick estaba inconsciente y Sigrid malherida. Si nos hubiéramos quedado, no sé si habríamos sobrevidido.

—No digo que lucharais, pero al menos —insistió Paolo— podríais haberles ayudado a escapar.

—Tienes razón —retomó la conversación Tomaso—, pero en ese momento no pudimos pensar más que en sobrevivir, egoístamente. Te pedimos perdón por eso.

Tras unos segundos de silencio sin obtener respuesta de Paolo, continuó:

—¿Os habéis ido ya de la villa?

—No, todavía no, pero lo haremos en breve, nuestras filas están reducidas y no quiero arriesgarme a que nos atrapen aquí. Aunque parece que tienen que "recargarse" de alguna forma y nos acabamos de enfrentar en Milán, mejor no arriesgarse.

—Nosotros nos deberíamos ir de Italia cuanto antes —propuso Patrick, con una voz apagada por la migraña.

—Ese no era el acuerdo —interrumpió Paolo—... ya os dije que dos de vosotros tienen que pasar a formar parte de nuestra... hermandad.

—Mañana volveremos a hablar, Paolo, ahora estamos agotados —y Tomaso colgó. 

Acto seguido, pasaron a discutir la conveniencia de volver a la mansión Jacobsen, con reservas, pues aquello también implicaba peligros en forma de Illuminati. Aprovecharon para cumplir el protocolo de mensajes con Paula. Y Patrick, se opuso firmemente (todo lo firmemente que pudo, dadas las circunstancias) al retorno a la mansión, aunque también planteó dudas, porque era urgente que Jodorowski tratara su estado mental (si es que tenía las mismas habilidades que en la realidad anterior).

—Y no olvidemos nuestra cita pendiente con Taipán —dijo Tomaso, mirando de reojo a una ausente Sigrid.

—Uf, ahora Taipán es la menor de nuestras preocupaciones —zanjó el tema Derek.

—Estoy de acuerdo —Tomaso afirmó vehementemente con la cabeza—. Pasemos a cosas más importantes... tenemos que encontrar al Conde Saint Germain y hacerle recordar de alguna manera. Os recuerdo que vimos que la Orden de Hermes parecía operar con un epicentro situado en Suiza.

Ante la mención de Saint Germain, Sigrid pareció reaccionar levemente.

—Quizá —dijo en voz baja y temblorosa— si encontramos un mapa lo suficientemente antiguo en algún museo, pueda hacer algo al respecto —Patrick le puso la mano cariñosamente en la espalda, satisfecho al verla salir de la oscuridad—.

—Sí —acordó Derek—, podemos buscar uno, seguramente...

—¡Mirad esto! ¡Mirad! —les urgió Sally de repente, llamando su atención sobre el televisor.

Las noticias abrían con una espectacular imagen de un barrio arrasado. Los titulares y los locutores hablaban de que al menos una decena de manzanas habían sido arrasadas en un barrio periférico de Milán. Tomaso se quedó en shock cuando mencionaron el barrio donde habían estado pocas horas antes, y la cantidad de muertos y desaparecidos que había. Los enemigos se habían asegurado de que no quedaran testigos.

—Dios mío... —susurró el italiano—.

—Uffff, madre mía —Derek apretó fuerte los dientes—.

Tomaso se vio impelido por la rabia, y se metió al baño, donde se desfogó dando golpes en la pared.

Pasada la impresión por la hecatombe de Milán, procedieron a buscar un museo que se adaptara a las necesidades de Sigrid para localizar al Conde St. Germain. Finalmente, creyeron que el mejor lugar donde podrían encontrar un mapa lo suficientemente relevante, sería el museo de Marco Polo en Venecia. En el catálogo, Sigrid pudo ver que tenían un mapa dibujado de puño y letra por el famoso viajero. 

El día siguiente, tras descansar todo lo que pudieron, salieron hacia Venecia en dos coches de alquiler. Tomaso recibió una llamada de Paolo.

—Tomaso, ¿vais a volver? —preguntó.

—No, no volveremos, necesitamos salir de aquí.

—Creía que teníamos un trato.

—Yo nunca aceptaría ese trato. Hablaré con los otros y en un rato te llamo —colgó.

Tomaso planteó el dilema al grupo, afirmando que, aunque Paolo tuviera a su hermana y sus sobrinos, nunca cambiaría sus vidas por las de otras dos personas aceptando el trato de su hermano.

—Yo estoy dispuesto a aceptar —dijo Jonathan de repente, sorprendiendo a todos.

—¿Cómo? —espetó Patrick.

—No me parece mala idea, seguro que puedo controlar al demonio que me intente poseer.

—No puedes estar seguro de eso, Jonathan...

—Yo también estoy dispuesta —interrumpió Sally. Tomaso la miró entre sorprendido e iracundo—. Creo que también podría mantener el control, y eso nos convertiría en activos mucho más valiosos para...

—No sigas, Sally —dijo Tomaso, horrorizado. Theo miraba a los otros dos, escandalizado—. Todo lo que ha dicho Paolo son palabras adornadas, y lo que quiere es controlaros.

—Claro que sí —ratificó Patrick.

Los siguientes minutos estalló una discusión entre el grupo; Sigrid apoyó la posición de Sally y Jonathan (y ella misma se planteaba prestarse a la posesión, buscando venganza de los asesinos de Ramiro), mientras Derek y Tomaso se oponían radicalmente, y Patrick trataba de mediar. Finalmente, dada la reacción radical de Tomaso y la oposición de la mayoría de los reunidos la cordura se impuso y decidieron no aceptar la oferta de posesión de Paolo y partir sin más hacia Venecia. 

Cuando el Príncipe poseído llamó de nuevo, Tomaso decidió no contestar y dejar el teléfono en la mesa; fue Patrick quien descolgó y puso el manos libres. Al principio, Paolo se mostró hostil, pero el profesor consiguió reconducir la negociación hacia otros términos y, finalmente, establecer un acuerdo de colaboración con el fin de poder resistirse a los hechiceros de Hermes. Paolo exigió un "flujo de información total", ante lo que Patrick y el resto del grupo accedieron.

—Además —añadió el poseído—, en breve plazo tenemos que hablar de la posible "recreación". Tengo unos términos que establecer en ella.

—Está bien —contestó el profesor—, pero no tengo ni idea de cómo o cuándo se producirá eso.

—Bueno, el caso es que tenemos que hablar de ello... ¿qué vais a hacer ahora?

—Nos vamos de Italia.

—De acuerdo. No importa, mientras nos reunamos en algún punto en los próximos días.

—En principio, vamos a ir en dirección a Croacia —el profesor no quiso darle la información exacta sobre Venecia.

—¿Vais a ir en busca de Saint Germain? 

—Vamos a intentar buscar más información, sí —confirmó Derek.

—¿Dónde? 

—No dónde —intervino Sigrid—, sino cómo. Yo lo voy a intentar con mis capacidades. Hay un objeto en un museo de Venecia que seguramente nos dará alguna pista.

—Muy bien —Paolo pareció satisfecho con la información—. Si me decís dónde estáis, os proporcionaré una escolta.

Theo se opuso con vehementes gestos a revelar su localización, pero Derek susurró: "Theo, nos han salvado el culo ya dos veces, tenemos que empezar a colaborar con ellos". Así que aceptaron revelar su localización y empezar una colaboración sincera.

Media hora más tarde, mientras esperaban en sus vehículos, llegaba un SUV negro del que salieron dos tipos con gafas de sol. La habilidad de ver las auras de Patrick confirmó que estaban poseídos, cosa que se confirmó cuando vieron las deformaciones (dientes puntiagudos, lengua bífida) que lucía uno de ellos, al que Tomaso reconoció como miembro de la familia Cataldo. Tras unas breves palabras de presentación (los poseídos se presentaron como Lorenzo y Fiódor) partieron por fin hacia Venecia.

Ya en el museo, Sigrid identificó dos objetos que juzgó adecuados para la localización de St. Germain: un sextante que perteneció a Marco Polo, y un mapa dibujado por él mimo, como ya había visto en el catálogo. Por supuesto, ambos objetos estaban protegidos por vitrinas. Pero eso no fue obstáculo para Sigrid, que haciendo uso de la antiquimancia hizo que el director de los conservadores creyera firmemente que se encontraba escribiendo una tesis sobre Marco Polo, y necesitaba inspeccionar personalmente los dos objetos en cuestión.

Pocos minutos después, la anticuaria tenía el espectacular sextante en sus manos. Sintió el poder contenido en el objeto, y se concentró en Saint Germain. Acudió a ella claramente una sensación de dirección y de distancia. Triangulándolo todo con calma con ayuda de una brújula y una regla en otro momento del día, averiguaron que el vector atravesaba Italia hacia el noroeste, pasando por Suiza, Francia (cerca de París), Inglaterra, Gales... Pero por lo que había sentido, Sigrid dijo:

—Estoy segura de que no está más allá de París.

—Pues la línea pasa muy cerca de Zurich —dijo Derek—. Qué casualidad que atraviese Suiza...

—Sí —dijo Sigrid—. ¿Estará en la guarida de la Orden de Hermes?


miércoles, 8 de septiembre de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 36

Salvando a Ramiro

La cara de Sigrid demostraba a todas luces su preocupación. El resto del grupo la miró, esperando ansiosos. La anticuaria suspiró y les contó:

—Ramiro ha hablado primero, y después lo ha interrumpido otro hombre. Ha dicho que salgamos de la mansión y esperemos su llamada.

—¿Pero estás segura de que era Ramiro? —preguntó Tomaso, tras unos segundos de silencio.

—Sí, seguro que era él, absolutamente.

—Entonces, ¿qué? ¿Quieren que salgamos ya? ¿En secreto? —inquirió Patrick.

—No lo ha especificado, pero por la manera en que lo ha dicho, supongo que será así.

Después de que Sigrid les diera más detalles e impresiones sobre la breve conversación que había tenido, Derek sentenció:

—Yo creo que deberíamos decírselo a Paolo, no quiero ocultarle cosas para meternos en otra trampa.

—Yo pienso que el del teléfono no era Ramiro —dijo Patrick—, pero evidentemente para mí es muy fácil decirlo... ante la duda debemos suponer que sí.

—Y si nos vamos de improviso —añadió Jonathan—, Paolo seguramente se llevará a la familia de Tomaso.

—Sí —acordó Sigrid, presionando sus lagrimales, como si le doliera la cabeza insoportablemente—. Supongo que lo mejor es decírselo, y aliarnos de alguna manera.

Theo Moss expresó en este punto sus reservas acerca de una alianza con Paolo, y cuáles serían las condiciones, pero no podían arriesgarse a que el marido de Sigrid sufriera algún daño pudiendo ayudarlo, así que finalmente, el grupo decidió por amplia mayoría llegar al acuerdo con los poseídos.

Media hora más tarde se reunían con Paolo, Camil y una decena de sus secuaces en la enorme cocina de la villa. Sigrid les explicó con todo lujo de detalles la llamada que había recibido.

Camil Rangelov

—¿No podrías pedirles una prueba en vídeo de que se trata de tu esposo? —preguntó Camil, con su fuerte acento de Europa oriental.

—Supongo que podré hacerlo una vez que hayamos salido —contestó Sigrid—. No puedo llamarles yo, tengo que esperar su llamada.

Paolo miró fijamente a Tomaso durante unos segundos, y con una ligera sonrisa, murmuró: "un gran revuelo, desde luego". A continuación, añadió:

—Entonces, ¿cuál es vuestro plan?

—Salir de la propiedad, esperar la llamada, pedir la prueba de vida, y negociar. Y si hay que luchar, luchar —dijo Sigrid.

—Lo malo —interrumpió Sally—, es que, por lo que yo entiendo, es que nos pidieron que saliéramos sin decírselo a nadie.

—Pero no lo especificaron —aclaró Patrick.

—Bueno, sí —siguió ella—, pero en mi opinión se sobreentendía. El caso es que, si es verdad que nos están vigilando, sabrán que se lo hemos contado a Paolo, y es posible que no nos llamen.

—Puede que sea así, pero lo hecho, hecho está —atajó Derek—. Preocupémonos de lo que podemos controlar.

Todos callaron cuando se dieron cuenta de que Paolo estaba en silencio, concentrado, introspectivo. Sus ojos cambiaban ligeramente de color cada pocos segundos. Sigrid, Derek, Patrick y Tomaso se miraron, mientras, por turno,  Paolo les sostenía la mirada fijamente durante unos segundos. Rebulleron en sus asientos. Al cabo de tres o cuatro minutos, habló:

—Vamos a ver... como ya le comenté a mi hermano, esto es demasiado revuelo, y el primer paso para nuestra alianza es la sinceridad... Necesito saber qué puede inducir a un grupo tan poderoso y con unos poderes tan fuera de lo común a seguiros de una manera tan insistente y tan implacable. Necesito saberlo. —Dudó durante unos instantes, y añadió—: En realidad no necesito saberlo, sois libres de marcharos cuando queráis, pero si queréis nuestra ayuda, ese es el primer paso en la negociación. Ya sé que tú —señaló a Derek—, tú —señaló a Tomaso— y tú —señaló a Patrick— sois poseedores de unas capacidades infrecuentes, es tontería que lo ocultéis.

Patrick y Sigrid intentaron dar largas y distraer la atención de esa sinceridad que requería Paolo, pero les fue imposible. Finalmente, Tomaso, que había estado callado durante toda la conversación, irrumpió:

—¿Quieres saber lo que soy capaz de hacer yo, Paolo? ¿En serio? —Paolo asintió con la cabeza, el rostro tenso ante las divagaciones de Sigrid y Patrick—. Te puedo mostrar de nuevo el camino hacia la Luz y limpiar tu alma. Soy un vehículo para el poder del Señor.

—Interesante, sí, tienes una conexión que no acabamos de entender... interesante... y el día de Tunguska... eso te convierte en nuestra némesis, por supuesto, y a su debido tiempo tendremos que tomar medidas... no ahora, por supuesto.

—Por mi parte —añadió Derek—, solo soy un atlante con suerte... diría que con mucha suerte.

—También me cuadra eso —dijo Paolo, y se volvió hacia Patrick.

El profesor se mostró reticente a revelar sus capacidades, lo que devino en una breve conversación acerca de la existencia, su probable próximo final, y la falta de un Conde St. Germain que pudiera salvarla. Finalmente, Paolo se hartó:

—Bueno, Patrick, tu resistencia a decirme cuál es tu don es muy significativa, y si no quieres hacerlo voluntariamente, voy a tener que averiguarlo yo mismo... —se puso de pie.

—Está bien, Paolo —contestó rápidamente Patrick, ante la amenaza—. Pero antes, solo quiero saber un par de cosas sobre las posesiones. Hasta donde yo sé, las posesiones son aleatorias, pero después de investigar un poco en esta realidad, me he dado cuenta de que eso no es así. Quiero saber si es posible dirigir una posesión hacia una persona voluntariamente. 

—Sí, es posible —Paolo sonrió.

—¿Y qué tiene que ocurrir para convertirse en alguien como tú?

—Tener una fuerza de voluntad casi sobrehumana, y ser poseído por entidades muy poderosas —siguió sonriendo Paolo.

—¿Y es una lucha constante?

—No tiene porqué.

—¿Y tú puedes hacer que otros demonios puedan poseer a determinadas personas a tu elección?

—Se puede decir así.

—¿Y por qué hay muchas más posesiones en esta existencia? ¿Qué ha ocurrido respecto a la anterior?

—Que el Velo es más fino, una de las cosas que conseguimos en Tunguska.

Patrick quedó pensativo unos segundos, al cabo de los cuales suspiró y espetó:

—Altero la realidad.

—Mmmmhhh... ¿en qué sentido? ¿Es algo que obtuviste en Tunguska?

—En la anterior realidad tenía algo parecido, pero ahora tengo una capacidad mucho mayor, y diría que mucho más peligrosa también.

—¿Podrías hacernos una demostración? —inquirió Paolo.

—No, no es demasiado seguro. Un ejemplo de lo que puedo hacer es —dijo recordando la demostración ante Jacobsen— marchitar una flor y luego devolverla a su estado original. O devolverla a su estado normal directamente cuando ya está marchita. O cualquier cosa que se te ocurra.

Uno de los pocos poseídos que controlaba el inglés lo suficiente como para entender a Patrick aparte de Paolo o Camil pareció reaccionar a las palabras del profesor:

—Entonces... —dijo, y Paolo y Camil se volvieron hacia él—, entonces... ¿¿es usted capaz de reducir la entropía??

—¿Cómo? —djo Patrick, sorprendido—. No sé lo que quiere decir.

—Santoro es nuestro aficionado a la ciencia —dijo Camil, irónico.

—Ya sabe... la entropía... segunda ley de la termodinámica... la entropía (el desorden para entendernos) en el Universo solo puede ir a más... y usted es capaz de reducirla... impresionante.

—¿Es lo suficientemente impresionante para que los persigan por toda Europa, Santoro? —preguntó Paolo.

—Si tenemos en cuenta... bueno... que es capaz de realizar algo imposible... pues diría que sí.

—Ufff... —continuó Paolo—. Esta revelación es tremenda... —De repente, pareció darse cuenta de algo, y añadió—: ¿Serías capaz de recrear la existencia, Patrick?

—No, eso lo veo imposible —respondió el profesor.

—El problema —intervino Sally— es que si Patrick cae en las manos de esa gente (o de cualquier otra), no sabemos lo que podrá pasar.

—Bien, bien, bien... entonces eso no podrá pasar. ¿Has pensado ya en mi oferta, Sigrid? —preguntó, refiriéndose a la propuesta que le había hecho de ser poseída unas horas antes.

Patrick y Derek intervinieron junto a Sigrid, alegando uno que debería asegurar el control de la anticuaria sobre cualquier entidad que albergara, y otro que no estaba de acuerdo en que fuera poseída.

—Ya os anticipo —cortó Paolo, algo enojado— que, si queréis que nuestra alianza continúe, al menos dos de vosotros deberán pasar a formar parte de... nuestro... club. Os voy a ayudar en esto, porque soy el primer interesado en que Patrick no caiga en malas manos, pero a continuación tendremos que plantearnos varias cosas. Volvamos al principio... ¿cuál es el plan?

Tras conversar un rato sobre las posibles contingencias, se acordó que un equipo de poseídos seguiría al grupo a buena distancia y tiempo para no levantar sospechas. Además estarían en contacto permanente e informarían a Paolo de todo lo que sucediera. Por otra parte, Patrick y Sigrid seguían informando a Jacobsen cada pocas horas según el protocolo acordado.

Después de pertrecharse con armas, aproximadamente a las tres de la madrugada, el grupo, Sally, Theo y Jonathan subieron a uno de los SUVs que había en la villa y se dirigieron hacia el exterior de la propiedad. A un par de kilómetros de la casa, Sigrid recibió una llamada. Puso el altavoz.

—Señora Olafson... ¿han salido discretamente? ¿Con las luces encendidas y en coche? Mmmmh...

—No tenemos problemas con Paolo y su gente, nos han dejado marchar libremente —mintió la anticuaria—. Antes de hacer nada más, necesito una prueba de vida de mi marido; no continuaré con esto si no me la envían.

—Está bien. En unos minutos se la enviamos. De momento, pónganse en marcha hacia Milán. Y solo ustedes cuatro.

Dejaron a Jonathan y los demás, que se marcharon hacia el pueblo en busca de un vehículo con el que dirigirse a Milán. El grupo salió hacia allí, después de que Patrick le pidiera a Sally que contactara con Omega Prime para intentar localizar el móvil de la llamada.

Al cabo de unos quince minutos, Sigrid recibió un enlace a un vídeo.

La cámara estaba en la oscuridad, en una habitacion en penumbra. A continuación, alguien encendió una linterna y enfocó el rostro de Ramiro, algo demacrado y descuidado. "Sigrid", dijo, "no les digas nada, no les digas nada, no trates con ellos". La linterna apuntó más abajo, igual que la cámara. Se vio la mano de Ramiro sobre una mesa; un cuchillo de carnicero bajó violentamente, cortándole el meñique. "¡Aaaaah! ¡Aaaah!", gritó. La cámara fue salpicada con gotas de sangre. Las lágrimas asomaron a los ojos de Sigrid.

Varios segundos más tarde, sonó de nuevo el móvil. Volvió a poner el altavoz.

—Esperamos que haya sido suficiente prueba. Conduzcan hasta Milán y salgan por la salida tangencial este.

Patrick intentó tranquilizar a Sigrid, alegando que igual al que habían visto no era Ramiro. La anticuaria estaba presa de un estado nervioso bastante acusado, pero el profesor consiguió controlarla. Tomaso condujo mientras tanto hacia el norte, tomando café para vencer el sueño e informando a Paolo del camino que les habían hecho tomar.

—No me parece demasiado buena idea, Tomaso —dijo Paolo.

—Ni a nosotros tampoco, pero la vida de Ramiro está en peligro... ya le han cortado un dedo de la mano. Son unos sádicos.

—Entonces, tengo que sacar de aquí a Andrea y a los niños.

—Prométeme que no los convertirás en poseídos.

—Te lo prometo, si eso sirve de algo —djo Paolo irónicamente—. Los pondré a salvo y dentro de unos minutos enviaré tras vosotros a Camil con algunos hombres.

A mitad de camino, el grupo decidió arriesgarse a provocar la ira de sus enemigos, y parar en un hotel de carretera a descansar al menos dos o tres horas. No sirvió de mucho, porque su sueño fue nervioso y superficial, pero psicológicamente fue un ligero alivio. No obstante, el descanso provocó que a las siete horas desde su partida, Sigrid recibiera una nueva llamada.

—Les dijimos que acudieran a Milán directamente, y no hay ni rastro de ustedes.

—Hemos tenido un problema que solucionar —contestó Sigrid—, pero llegamos en breve.

Al fondo de la conversación se oyó un aullido. Un escalofrío recorrió la columna de Sigrid al reconocer la voz de Ramiro.

—Me temo que su marido ha perdido otra parte, señora Olafson, no se detengan más, por favor —y colgó.

Con Patrick al volante, llegaron a Milán alrededor de mediodía y tomaron la salida que les habían indicado. Poco después, Sigrid recibía una nueva llamada. Lo único que dijo la voz al otro lado fue que se dirigieran a una determinada dirección. Por supuesto, la dirección fue enviada a Sally, Jonathan, Paolo y Camil.

Antes de acudir allí, lo primero que hicieron fue intentar esconder rápidamente el libro de tapas negras en una oficina postal. Cuando se detuvieron, Derek se dio cuenta de que un coche se detuvo cincuenta o sesenta metros para atrás.

—Nos siguen, no podemos entrar —dijo Derek, que disimuló inspeccionando los neumáticos y volvió a entrar en el vehículo. Decidieron esconder el libro en el coche.

La dirección les llevó a un barrio residencial con casas bajas adosadas. La dirección correspondía a una de ellas, bastante discreta y normal. En la puerta había una cámara. Derek, presa de una rabia prácticamente incontenible, la arrancó y sacó su pistola.

Tomaso llamó a la puerta, y esperó. No contestó nadie. Al cabo de unos segundos, empujó la puerta. Estaba abierta. Sigrid recibió una nueva llamada.

—Está abierto. Diríjanse a la cocina, y por favor no rompan más cámaras.

Se miraron. En voz baja, decidieron que entrarían Tomaso y Sigrid. Derek y Patrick esperaron en la acera; el barrio estaba tranquilo.

En el interior, Tomaso y Sigrid pudieron ver que las habitaciones estaban vacías, y lo único que había eran cámaras. Llegaron a la cocina. Se miraron cuando lo único que pudieron ver allí fue una pequeña mesa con cuatro vasos llenos de líquido. "Bastardos", pensó Sigrid, "¿beber sin negociación? No puedo entregar a mis amigos por mi marido".

—No, esto no... —empezó a decir.

En ese momento, mientras Tomaso cogía dos vasos en las manos y olía el contenido, Sigrid recibió una llamada. 

—Vámonos —dijo la anticuaria mientras contestaba al teléfono.

Comenzó a moverse hacia el exterior, seguida de cerca por Tomaso, mientras la voz les instaba a quedarse en la casa y beber el líquido. Sigrid no hizo caso.

Y la casa explotó.

—¡¡¡¡Patrick!!!! —le dio tiempo a gritar a Sigrid, pero el infierno se desató a su alrededor. Tomaso vio cómo todo acababa.

*****

En el exterior, Patrick, que esperaba cualquier cosa, reaccionó en una fracción de segundo al sentir la primera explosión y, sobre todo, la enorme angustia de sus amigos a través del vínculo kármico. "¡Mierda!", pensó, "¡Tomaso! ¡Sigrid! ¡¡No!!". Su mente reaccionó prácticamente por intuición, y, con un esfuerzo titánico de voluntad, consiguió detener el tiempo en el recinto de la casa. Comenzó a sangrar por la nariz, con las venas del cuello y la frente hinchadas por el esfuerzo. Derek apenas se dio cuenta de lo que pasaba hasta que Sigrid y Tomaso aparecieron en el umbral y Patrick ya no pudo resistir más. Dejando ir la burbuja temporal, la casa fue presa de cuatro explosiones prácticamente simultáneas que arrojaron a todos a varios metros de distancia.

Con los oídos pitando y la cabeza dándole vueltas, Derek pudo ver en una especie de niebla cómo varios coches llegaban por ambos lados de la calle. Otro coche se estrellaba contra uno de los primeros procedente de una calle perpendicular, y Jonathan salía por la ventanilla haciendo una acrobacia. Más allá, creyó ver una camioneta con Camil de copiloto...