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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 25 de octubre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 7

Los Cuervos de Genhard. Un lobo en la noche.
Esa noche Symeon protegió de la mejor manera que pudo el Mundo Onírico alrededor de la casa de Ginathân, la cual, como ya era habitual, aparecía representada en el entorno grisáceo como un castillo dorado que se alzaba hasta donde la vista no alcanzaba a vislumbrar. Alzó varias salvaguardas y alarmas para estar prevenidos en caso de presencias no deseadas en la realidad paralela.

Previamente esa misma tarde, el errante había tenido sendos encuentros con lord Ginathân, con su senescal y con Somara para que esta tomara a su servicio a su hermana Violetha. La señora de la casa se había mostrado entusiasmada con la idea, y le prometió que con ella su hermana estaría a salvo y bien. Así que en cuestión de pocas horas, Violetha se trasladaba al ala norte de la casa, donde le proporcionaron una habitación.

Genhard, comandante de
Los Cuervos de Genhard
No había despuntado todavía el sol cuando Ginathân convocó al grupo a su presencia con carácter de urgencia. Según les explicó, había dos legiones de mercenarios esperando sus órdenes en la frontera con la región libre de Melzâr. El cuerpo de guerreros a sueldo era de origen kairk y se hacía llamar Los Cuervos de Genhard, por el nombre de su comandante. En un alarde de sinceridad, el noble ástaro reconoció que los mercenarios habían sido conseguidos gracias a un acuerdo al que había llegado con un grupo de nobles del Imperio del Káikar a cambio de la devolución de las Tierras Libres, que el Pacto de los Seis les hizo desalojar en su momento. Daradoth torció el gesto, incrédulo ante el hecho de que una simple concesión territorial de tierras prácticamente deshabitadas bastara para que los nobles kairks acudieran en ayuda de Ginathân. Cuando expresó sus sospechas, el ástaro le explicó que el Káikar era un territorio muy extenso, muy heterogéneo, compuesto por cerca de una quincena de "reinos" (de ahí su nombre de Imperio) muy distintos unos de otros, y que no todos estaban de acuerdo con la política de la emperatriz Markadia. Los acontecimientos no permitían que fueran selectivos con toda la ayuda que pudieran conseguir, y aquello era lo mejor y lo más inmediato de lo que disponían. 

El caso es que Ginathân los necesitaba debido a su capacidad de desplazarse rápidamente gracias al dirigible. Necesitaba que se desplazaran hasta la frontera sureste (cosa que, a bordo del ingenio, no les llevaría más que unas pocas horas) y transmitieran una frase en clave para que las tropas se pusieran en marcha rápidamente. Sus jinetes tardarían un par de días, y no podía permitirse tal retraso; no cuando la legión del rey estaba a punto de llegar a la capital y posiblemente desencadenar una masacre que haría que todo se fuera aún más de las manos; quizá ya era demasiado tarde incluso para eso, pero debían intentarlo. En todo caso, necesitaban las tropas si querían resistir (o vencer) al ejército real.

Yuria, con la insistencia de Galad, aceptó llevar el mensaje de Ginathân a bordo del Empíreo; no obstante, aquella petición planteaba un nuevo problema. A bordo del dirigible viajaban también dos ástaros del distrito de Galmia: los capitanes Dûnethar y Cirantor. Altos oficiales del ejército del Pacto, era más que probable que se negaran a colaborar con el grupo en su apoyo a los rebeldes. Ellos mismos habían demostrado en los días anteriores su rechazo a la revolución de "los mestizos" y la traición de "los renegados". Tendrían que hablar con ellos, y si no quedaba más remedio, deberían separar sus caminos allí. Al llegar al campamento oculto al pie del dirigible, Daradoth pidió a sus compañeros que lo dejaran un momento a solas con los ástaros, y así lo hicieron. Dûnethar y Cirantor se fueron mostrando cada vez más consternados a medida que el elfo les explicaba la situación, y la decisión que habían tomado de colaborar con la facción levantisca. Les propuso un encuentro con Ginathân para intentar acercar posturas; Dûnethar, aunque con muchas reticencias, aceptó hacerle una visita, pero Cirantor se mostró frontalmente en contra y apenado por el giro que habían tomado los acontecimientos. Expresó su deseo de marcharse cuanto antes, aunque esperaría el retorno de su compañero para partir juntos (si es que deseaba marcharse tras la visita). Daradoth no pudo discutir su decisión, así que pocos minutos después se dirigía con Dûnethar hacia la casa solariega mientras el resto del grupo partía a bordo del Empíreo a llevar el mensaje al ejército mercenario. Antes de la partida, Galad y Symeon relataron las visiones que Emmán había inspirado al paladín y lo que había visto el errante en el Mundo Onírico, intentando convencer al ástaro de que permaneciera con ellos, pero este no dio su brazo a torcer, esgrimiendo unos argumentos que por otra parte eran bastante sólidos:

 —La ley es la ley, y nadie es quién para ignorarla y provocar una revolución; los cambios se deben discutir ante el Alto Consejo del Pacto o ante el Consejo Militar, y no provocando un estallido de violencia. Además, por muchas visiones reveladoras que hayáis tenido, el rey Anerâk ha enviado más de media docena de legiones para enfrentarse al Enemigo en el Norte, ¿qué ha hecho Ginathân sino clavarle un puñal por la espalda aprovechando su compromiso? Con el debido respeto, he de decir que me habéis decepcionado, me habéis decepcionado profundamente —ante esto, el grupo poco pudo discutir, y con las miradas bajas embarcaron en el dirigible.

De vuelta en la mansión, Daradoth y Dûnethar fueron recibidos sin tardanza por lord Ginathân. Pero ni el elfo ni el noble pudieron convencer al capitán de reconsiderar su posición. Este habló de los rumores de apertura de un portal, de la vuelta de ogros y trolls, y de las escaramuzas en las tierras anexionadas del norte del río Meltuan.

 —Parece que aquello quede muy lejos de aquí, mi señor —dijo con énfasis el capitán—, pero si continuáis con este cisma, muy pronto el Enemigo estará derribando vuestras puertas y Aredia perderá su mejor barrera contra la Sombra. Y todo por vuestro capricho de matrimonio, cuando no habría sucedido nada si hubierais sido discreto en vuestro romance —Daradoth suspiró y miró al suelo, incapaz de ignorar la verdad en las palabras de Dûnethar.

Estas últimas palabras provocaron que Ginathân tornara su gesto amable en un rictus de seriedad, e hicieron que la conversación llegara a su fin poco después. Somara intentó mediar en la discusión con palabras amables, y en un momento dado intentó tocar el hombro del capitán, ante lo cual Dûnethar se apartó bruscamente, pidiendo por favor que no le tocara.

Así, poco después y con gran tristeza, Dûnethar y Cirantor se despedían de Daradoth y marchaban hacia el norte con una mochila de provisiones y el equipo necesario para sobrevivir en el viaje.

Unas tres horas más tarde el Empíreo llegaba a la vista del ejército acampado en la frontera. "Una visión magnífica" —pensó Yuria, al ver a los mercenarios vestidos completamente de negro a la manera kairk, con el cuervo coronado bordado en hilo dorado sobre el pecho. Los astiles de las picas eran también negros con volutas doradas, e incluso las gualdrapas del regimiento de caballería lucían esos mismos colores y el escudo. El grupo no tuvo mayores dificultades para reunirse con el comandante Genhard cuando enseñaron el sello de Ginathân y dijeron las palabras clave. El comandante era un kairk duro, curtido en mil batallas, que en cuanto recibió el mensaje comenzó a rugir órdenes a sus edecanes. Prometió que pondría en cuestión de unas horas a sus legiones en movimiento a marchas forzadas hacia Dársuma, y calculaba que llegarían allí en un plazo de entre tres y cuatro días. Dándose por satisfechos, Yuria y los demás volvieron a Arbanôr, donde poco después Daradoth les informaba de la partida de sus compañeros ástaros con el consiguiente sentimiento de duda y aflicción.

Reunidos de nuevo, discutieron sobre el sueño sobrenatural que Galad había tenido hacía un par de noches y la representación de la casa de Ginathân en el Mundo Onírico referida por Symeon. Daradoth y el errante manifestaron sus sospechas de que aquel lugar pudiera ocultar algo parecido a lo que habían encontrado bajo la iglesia de Rheynald. Así que los siguientes días y noches el grupo pasaría buscando señales de aquello por toda la mansión, los calabozos y los alrededores. Y también en el Mundo Onírico. Sin embargo, a pesar del convencimiento de Galad de que en los tapices había alguna pista oculta, no tuvieron ningún éxito en su búsqueda.

Después de la infructuosa búsqueda, Daradoth se desplazó hasta la caravana de los Volodhri (los errantes, "buscadores" en élfico) para investigar sobre el pasado de Somara, todavía con la mosca detrás de la oreja sobre sus gestos, maneras y capacidades. No tardó en encontrarse con el pastor Zavran. Tras beber un par de tés y comer un par de pasteles (que a Daradoth afectaban poco dada su natural resistencia), Zavran le contó que la madre de Somara había muerto durante el parto, y que —ante los ojos abiertos como platos del elfo— había nacido en los tiempos en los que la caravana ¡se encontraba de viaje por Doranna! Zavran no supo decirle quién era el padre, pues la madre de ella nunca quiso decirlo, pero el dato revelado abría las posibilidades a que Somara tuviera efectivamente ascendencia élfica. "Esto quizá cambiaría la situación si pudiera ser demostrado" —pensó Daradoth.

Tras revelarle todo esto, en el rostro de Zavran se vislumbró el arrepentimiento. Rogó a Daradoth que no le dijera nada a Somara, pues ella no sabía nada, y efectivamente creía que Laugos, el miembro de la caravana que la había criado, era realmente su padre. Daradoth le prometió no revelar nada de lo dicho; "al menos de momento" —pensó para sí.

Symeon aún averiguó más detalles en una conversación posterior con Zavran: el anciano había recordado que Somara había nacido en la península norte de Tramartos después de una estancia más o menos larga de la caravana en Doranna. Las fechas coincidían, y sí que era posible que la muchacha tuviera sangre élfica. No obstante, también era posible que algo raro hubiera sucedido durante la estancia en la pobre tierra de Tramartos, pues circulaban multitud de rumores y habladurías sobre las capacidades de sus habitantes en lo referente a brujerías y rituales sirviendo a oscuros dioses del mar...

Los siguientes dos o tres días, mientras Symeon y Galad (cuando tenía algún rato libre) buscaban signos que revelaran la presencia de algo arcano o extremadamente antiguo en la casa, Yuria y el propio paladín acudían a las reuniones del consejo de Ginathân. Durante una de las reuniones, un sirviente dio paso a un mensajero procedente de la capital. Según contó el hombre, uno de los líderes del pueblo (al que parecían conocer bien), un tal Arkâros, estaba haciendo uso de su excelente oratoria para enardecer a la multitud y ya se habían producido las primeras matanzas y ensañamientos. Hacía tres días que el mensajero había partido de Dársuma, así que no sabía si las legiones de los Cuervos ni las de Anerâk habían llegado, pero transmitió una extrema preocupación por lo que estaba sucediendo en la capital a raíz de los tremendamente persuasivos discursos de Arkâros a la plebe.

Por su parte, Daradoth, que se había convencido de la inutilidad de la búsqueda que seguían llevando a cabo sus compañeros, pasó gran parte del tiempo de esas jornadas con Somara.

Y algo empezó a crecer dentro de él. Un sentimiento que solo había experimentado en el pasado por una persona. Un sentimiento reconfortante, que incluso reprimió la angustia que había sentido desde que había sido poseído por el desconocido servidor de la Sombra en Eskatha. Cuando se dio cuenta de lo que sentía, trató de alejarse de la errante, pero ya le fue imposible; era más fuerte que él, y la compañía de Somara se le hacía cada vez más necesaria; ¿acaso era aquello una traición a Ethëilë? Si lo era, encontraría la manera de hacer acto de contrición, pero la dulzura de Somara, su tacto, su olor, era algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar fácilmente...pero en el fondo de su corazón, sabía que tarde o temprano debería alejarse de ella, y eso lo entristeció.

Nuevos mensajeros llegaron informando de la llegada de la legión de Ginathân a Dársuma y varias masacres llevadas a cabo por ambos bandos. La situación en la capital se estaba haciendo insostenible, y no sabían si los Cuervos iban a mejorarla o todo lo contrario. Informaron también que seis busques de guerra habían bloqueado el puerto y se encontraban bombardeando la ciudadela con sus catapultas.

En el Mundo Onírico, Symeon siguió sin detectar ningún intruso ni nada extraño, y las visitas a Nirintalath cada vez eran más breves, pues el espíritu ni se dignaba a dirigirle palabra, y cuando levantaba la mirada hacia él era solo para causarle un dolor insoportable.

Galad pidió de nuevo a Emmán su inspiración divina para soñar con los padres de Somara.

Vio a dos errantes cogidos de la mano, cada vez más distantes uno de otro, cada vez sus brazos más extendidos y sus cuerpos más alejados, cada vez más tristes hasta derramar lágrimas. Finalmente, aunque se resistieron, no tuvieron más remedio que soltar sus manos; en ese momento, ella miró hacia arriba, donde podía ver una luz dorada, una luz dorada que la envolvió por completo, mientras ella se protegía los ojos del fulgor. Unos cortes como cuchilladas rasgaron la propia escena, unos cortes que desparramaron oscuridad por doquier y, como una bruma, borraron cualquier rastro de visibilidad. De la bruma oscura apareció una figura: sin duda el padre adoptivo de Somara, que llevaba un bebé lloroso en brazos.

Mientras Galad soñaba, Daradoth, que se encontraba leyendo el volumen De los Caminos del Cuerpo que había tomado prestado de la Gran Biblioteca, sintió cómo se le erizaba el vello de la nuca. Poder. Alguien estaba usando el poder muy cerca de donde él se encontraba. Se levantó al punto, sacando la espada de su vaina con un grácil movimiento y dirigiéndose con apenas un par de silenciosas zancadas a la puerta de su habitación. La abrió despacio, y salió al pasillo tenuemente iluminado por unos candelabros. La sensación se hizo más intensa, mucho más. "Está aquí, está aquí —pensó—; si no los veo ahora mismo es porque están ocultos en las sombras". En ese momento escuchó un susurro, una palabra, que reconoció.

 —Sarilkän —el acento era extraño, pero pudo reconocer la palabra "ataca" en idioma Anridan, ¡el idioma común de los elfos!

Justo cuando iba a dar un grito de alarma para alertar a sus amigos, el rostro de un lobo se materializaba en el aire a pocos centímetros de él, en pleno salto para alcanzar su yugular, y mientras se echaba instintivamente hacia atras, veía el fulgor de una hoja de espada saliendo de la nada en un arco directo a su cabeza...


viernes, 11 de octubre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 6

Lord Ginathân y Somara
Yuria y Taheem se mostraron vehementes respecto a que no deberían marcharse de allí sin más. Si, como alguien había expresado en voz alta, Somara estaba poseída por un kalorion o un apóstol como lo había sido lady Sarahid en el Imperio Vestalense, deberían hacer todo lo posible por averiguarlo; además, era posible que en tal caso lord Ginathân estuviera bajo su influjo y seguramente ellos podrían ayudarlo. Y por otra parte, ¿qué apoyos tenía? ¿Iban a dejar que miles de inocentes fueran a la guerra engañados por la Sombra? ¿Incluyendo una nutrida caravana de los errantes?

Lord Ginathân Elyoras
El resto del grupo no pudo sino ceder a los argumentos de la ercestre y el vestalense. Así, un par de horas después, Symeon, Daradoth, Galad y Yuria se dirigían hacia la puerta sur de la hacienda de Ginathân rodeando la caravana de errantes y atravesando uno de los puentes que cruzaba el río.

Los gritos se oían por doquier al norte del río, donde en los llanos entre la casa solariega y el río, varios grupos de soldados adiestraban a sendos contingentes de nuevos reclutas. Delante del muro de la propiedad del lord se habían levantado dos líneas de fortificaciones de madera; en el acceso de la primera de ellas, cuatro guardias —dos ástaros y dos comunes— salieron al encuentro del grupo. En ese momento, Daradoth decidió dejarse ver como lo que era, un elfo de Doranna. Con Galad presentándolo y haciendo las veces de traductor (pues Daradoth desconocía el idioma Lândalo), los rostros de los guardias mostraron en breves momentos signos de reconocimiento, y tres de ellos hincaron al punto una rodilla en tierra, presentando sus respetos a tan inesperado visitante. Por supuesto, los dejaron pasar sin más problemas.

Unos cincuenta metros más adelante llegaron a la puerta sur del muro que delimitaba la propiedad de Ginathân. De nuevo cuatro guardias les dieron el alto. Y se miraron cuando reconocieron la naturaleza de Daradoth. Esta vez solo uno de ellos realizó una genuflexión, pero fue suficiente. Él y otro de sus compañeros acompañaron al grupo al interior de la finca y los condujeron hacia la casa solariega, varios centenares de metros más allá. Dentro de la propiedad, que se extendía sobre varias hectáreas de terreno, pudieron ver campos de cultivo y diferentes animales pastando. Casas del servicio, barracones y almacenes se alzaban a lo lejos.

No obstante, lo que más les llamó la atención fue la presencia de dos templos, uno a cada lado de la casa principal. La imaginería y la simbología presente en ellos dejaban pocas dudas sobre a quién estaban dedicados ante los conocimientos religiosos de Galad y Symeon. El templo de la derecha, situado al sur de la casa, estaba dedicado a Valdene —en el Pacto llamada Cimandur—, la avatar de la fertilidad y el renacimiento. Y el templo de la izquierda, más al norte, se dedicaba sin ningún género de dudas al culto a Emmán —Viressar para los Páctiros—. De hecho, mientras se acercaban al edificio principal, Galad pudo oir cánticos procedentes de allí, declamados en Alto Lândalo, que apenas podía entender. Pero la sensación del paladín era clara: Emmán escuchaba a los allí congregados, y si era así, estos eran servidores de la Luz. Galad compartió esta información con sus compañeros, que no supieron si aquello debía aliviarles o inquietarles un poco más.

El pueblo de Arbanôr y la hacienda de lord Ginathân


Llegaron por fin a la gran mansión de Ginathân, cuya puerta estaba custodiada por dos guardias. Daradoth rebulló inquieto cuando reconoció en la empuñadura de sus espadas sendas runas falmor engarzadas en bronce. Nada menos que dos ástaros maestros de la esgrima guardando la casa del lord... aquello era remarcable, y haría que cualquiera se planteara dos veces entrar allí por la fuerza. Excepto Daradoth, el resto del grupo fue obligado a dejar sus armas y así pudieron acceder al interior.

Tuvieron que esperar cerca de media hora en una sala habilitada a tal efecto mientras alguien avisaba a lord Ginathân de la presencia del grupo allí y se realizaban los arreglos para su recepción. En ese tiempo, no menos de siete ástaros aparecieron para saludar educadamente a Daradoth e interesarse brevemente por la situación en Doranna y su presencia allí. Este intentó a duras penas ser amable con todos y procurar hacerse querer. Hasta que un sirviente los condujo a presencia de lord Ginathân. Atravesaron un amplio corredor con tapices que representaban la historia de la antigua Lândalor, y subieron las monumentales escaleras que conducían al piso superior. Cuando llegaron arriba, dos excelsos tapices les llamaron la atención, uno a cada lado del vestíbulo al que llegaban las escaleras. A la derecha, una figura humanoide, pero no reconocible como humana ni como elfa, que brillaba con luz dorada y daba su bendición a varios adoradores sobre un fondo de árboles frutales; se trataba, sin lugar a dudas, de una representación de Valdene. Y a la izquierda, una figura masculina, con los mismos rasgos enigmáticos que la mujer, tocada con una corona plateada, la mirada elevada a los cielos y empuñando una espada, que Galad reconoció como aquella que había empuñado en Tarkal y que le había hecho sentir tan cerca de su dios. Sin duda, aquel tapiz representaba a Emmán, y la espada era la llamada Églaras; el corazón del paladín se hinchió de gozo y esperanza.

Somara la errante
La mansión no contaba con nada parecido a una sala del trono, así que fueron conducidos a una especie de sala de reuniones más o menos grande, que se había habilitado como sala de guerra. Allí les recibieron media docena de personas además de lord Ginathân, un maduro y carismático ástaro de alta cuna, cabello salpicado de gris y elegantes ropajes, y Somara, su esposa errante. Ginathân saludó a los llegados afablemente y se mostró extremadamente educado en todo momento. Sobre todo con Daradoth, evidentemente. Galad no resultaba menos impresionante con su físico poderoso y el brillo de sus ojos, y su traducción era la única vía  de comunicación; Ginathân poseía unos conocimientos básicos de Anridan, pero no los suficientes para mantener una conversación fluida. Pocos instantes más tarde les presentaba con brillo en los ojos a su reciente esposa, Somara del pueblo errante. "En verdad entiendo que el corazón de este hombre haya sido raptado por esta muchacha" pensó Daradoth. Tal era la gracia que destilaban los movimientos de Somara, la vaporosidad de su cabello, el brillo de sus ojos y el candor de su rostro, que a nadie le habría extrañado que sangre élfica corriera por sus venas. Saludó con una sonrisa a cada uno de los cuatro visitantes, que se descubrieron pocos segundos más tarde con la mente ausente, fija solo en la muchacha. Fue cuestión de solo unos momentos que se apercibieran del incipiente embarazo que lucía Somara, hecho que fue confirmado por Ginathân unos minutos después.

Una vez que todos hubieron tomado asiento y Daradoth hubo esquivado las pertinentes preguntas respecto a Doranna y su presencia allí, pasó a relatar la historia que el grupo había acordado previamente: el elfo era un agente enviado por los reyes dorannios para investigar la situación en el Pacto de los Seis y recabar información para una posible vuelta continental de los elfos. Ginathân se mostró interesado, pero a la vez consternado, y le habló de la historia que ya conocían: su compromiso con Somara, su enfrentamiento con el Consejo de Pureza y, finalmente, el alzamiento que había provocado aprovechando la amenaza en el norte. En todo momento, el noble se mostró compungido y preocupado por lo que había hecho; les aseguró que había intentado llegar a un acuerdo negociado, pero el rey Anerâk era una persona inflexible, y mucho más el resto de miembros del Consejo de Pureza. Así que no había tenido más remedio que hacer uso de sus influencias y el descontento general para hacer estallar el conflicto. No pretendía más que forzar al rey a aceptar sus términos, pero, según les dijo contestando a una larga serie de preguntas, la revolución había prendido su mecha tambíen en al menos dos Distritos más (Hétera y Arlaria) y temía que era demasiado tarde para detenerla sin que, o bien fuera aplastada con puño de hierro, o bien consiguieran grandes cambios en la política y la sociedad del Pacto.

Ginathân parecía sincero en su pesar, y también parecía sinceramente enamorado de Somara. Era posible que estuviera bajo la influencia de algún agente de la Sombra, pero la mayoría del grupo ya no lo creía. Galad, que en campo abierto sí que había descubierto con la ayuda de la inspiración de Emmán algunos enemigos de su fe (algo que no se salía de lo normal), ahora no era capaz de detectar ninguno en la sala, lo que le tranquilizó aún más.

La cena fue bastante frugal, como correspondía a una cocina de tiempos de guerra, y por la que Ginathân pidió disculpas. Tras la cena, Symeon se las arregló para hacer un aparte con Somara; lejos de conseguir lo que quería, cuando ella le reveló que procedía de una de las caravanas de errantes que habían sido arrasadas en el imperio vestalense, él no tuvo más remedio que sincerarse y sacar entre lágrimas la culpa que le carcomía desde aquellos tiempos. Ella tornó su gesto en comprensión, y mirándolo con aquellos grandes y bellísimos ojos, lo tocó en el hombro, intentando darle consuelo. Symeon sintió como un calor crecía en su interior, desde su hombro a todo su ser, expulsando los malos pensamientos al calor de una luz sobrenatural. Sus lágrimas cesaron y su culpa cedió paso a la aceptación. Tras unos momentos de llanto silencioso, miró a Somara, que le sonreía, y le dio las gracias. El resto del grupo se dio cuenta de lo que sucedía, pero respetó la privacidad de Symeon (y aprovechó para distraer la atención del resto de reunidos).

Tras retirarse a los aposentos que les habían sido habilitados, el grupo se entregó a una larga discusión, pues lord Ginathân no era ni de lejos tal y como habían pensado antes de conocerlo. Ni tampoco Somara. Y los cultos a Emmán y Valdene sumaban puntos a favor.

Galad decidió acercarse al templo de Emmán. Este era de un estilo muy diferente al que estaba acostumbrado, lucía una imaginería más antigua, más... arcaica. No se le ocurría otra palabra. Desde luego, dudaba mucho que aquel templo tuviera menos de 412 años, que era el tiempo transcurrido desde el nacimiento de Emmán. Si era así, quería decir que su dios había tenido una encarnación anterior; lo que confirmaba todo lo que Daradoth les había explicado sobre los avatares. Galad se encogió de hombros y entró en el templo, donde se estaban celebrando las oraciones vespertinas; asistió a su conclusión con un silencio respetuoso. Después, se encontró con el clérigo que había oficiado la ceremonia, el padre Ayrar. Le preguntó acerca del tapiz de Viressar que colgaba en la mansión del duque. El clérigo, que se alegró de encontrarse con un ástaro extranjero que ostentaba el cargo de paladín de su dios, le confirmó que el tapiz procedía "del tiempo anterior a la caída". Debía de referirse a la caída de Lândalor, la tierra que los ástaros habían colonizado en otros tiempos más allá del océano. También le reveló que la espada que empuñaba Emmán en aquella representación era la llamada Églaras, la representación del Arcángel Primero de Emmán, que se decía que aparecía siempre en tiempos de necesidad para el avatar del Honor y los Altos Valores. Galad se sobrecogió ante la revelación: ¿Églaras era la representación física de un Arcángel? Y había hablado en su mente, diciéndole que era él el elegido; apenas pudo contener las lágrimas en sus ojos.

Galad también preguntó a Ayrar sobre posibles textos antiguos donde pudiera consultar información, y el clérigo le habló del Gran Templo de Narbaronn, en el centro del Pacto de los Seis, donde los cultos de todos los avatares tenían su templo principal y existía una biblioteca que quizá albergara lo que buscaba.

Ya entrada la noche, Symeon entró al mundo onírico. Allí pudo ver que la casa de Ginathân se representaba como un enorme castillo dorado que se alzaba hacia los cielos. Y aparte de las ocasionales visitas de los dormidos a aquella realidad, poco más.

Por su parte, Galad oró antes de dormir, pidiendo la inspiración de Emmán para su sueño. Manifestó su deseo de soñar con Somara y su futuro. Y Emmán le escuchó, y le envió sus visiones.

Somara, la grácil Somara, estaba envuelta en una luz dorada y rodeada de niños que la seguían y que reían con unas risas límpidas, cristalinas, reconfortantes. Ginathân apareció y abrazó a su esposa, que lucía ya un embarazo abultado y avanzado. A continuación, Galad se vio a sí mismo alejándose de la casa, volviendo a no sabía muy bien dónde, y acompañado de Yuria, Symeon y Daradoth (o eso supuso, porque sólo sentía sus presencias); de repente, el cielo se tiñó de un rojo sangre intenso, y un grito desgarrador que provenía de la casa conmovió su alma. Corrió de nuevo hacia la mansión durante lo que le pareció una eternidad; agotado, traspasó las puertas sin oposición y entró. Ante la mirada del tapiz de Emmán se erizó el vello de Galad, horrorizado ante lo que veía: la corte de Ginathân al completo había sido asesinada, y la cabeza del propio lord había sido cercenada; Somara estaba abrazada a su cadáver, desangrada ya sin vida, y con una herida que sin duda debía de haber acabado con la vida de su hijo no nato.

Galad despertó con ganas de vomitar, y no tardó en compartir sus visiones con el resto del grupo. Expresó su temor a marcharse de la casa; si lo hacían, no estaba seguro de que se cumpliera su sueño a rajatabla, pero algo malo sucedería con seguridad. No podrían marcharse a mediodía como habían previsto la jornada anterior.

Decidieron que deberían desandar los pasos dados en Dársuma y ayudar al duque. Después del desayuno, se dirigieron a hablar con él. Lo encontraron en la sala de guerra, dictando cartas y leyendo despachos, y se sinceraron. Le contaron que habían estado antes en la capital, habían hablado con el rey y habían ayudado a avisar a su ejército para que volviera lo antes posible a la ciudad. Le explicaron la situación en la Región del Pacto y el verdadero motivo por el que se encontraban allí, que no era sino entregar la carta del capitán Phâlzigar. El rostro de Ginathân mostró el atisbo de una sonrisa, y se recostó contra el respaldo.

 —No sabéis la alegría que me dais, pues ya iba a ordenar vuestra detención —alargó el brazo y entregó a Galad el papel que estaba leyendo. Era una nota procedente de Darsuma donde le informaban de la reunión que había mantenido un elfo, un ástaro ercestre, un errante y otros acompañantes con el rey Anerâk.

Ginathân cogió la carta, la arrugó y la desechó, y acto seguido estrechó las manos del grupo, agradeciéndoles su sinceridad. Cuando estos le informaron de que el ejército de Darsia debía de estar a punto de llegar a la ciudad, dio las órdenes pertinentes para informar a sus hombres allí. Además, el grupo expresó su deseo de concertar una reunión entre el duque y el rey, con la presencia de Somara. Ginathân no se mostró nada convencido con la idea, pues el rey era intransigente al extremo, pero aquel era un punto que "no deberían descartar".