Yuria y Taheem se mostraron vehementes respecto a que no deberían marcharse de allí sin más. Si, como alguien había expresado en voz alta, Somara estaba poseída por un kalorion o un apóstol como lo había sido lady Sarahid en el Imperio Vestalense, deberían hacer todo lo posible por averiguarlo; además, era posible que en tal caso lord Ginathân estuviera bajo su influjo y seguramente ellos podrían ayudarlo. Y por otra parte, ¿qué apoyos tenía? ¿Iban a dejar que miles de inocentes fueran a la guerra engañados por la Sombra? ¿Incluyendo una nutrida caravana de los errantes?
Lord Ginathân Elyoras |
El resto del grupo no pudo sino ceder a los argumentos de la ercestre y el vestalense. Así, un par de horas después, Symeon, Daradoth, Galad y Yuria se dirigían hacia la puerta sur de la hacienda de Ginathân rodeando la caravana de errantes y atravesando uno de los puentes que cruzaba el río.
Los gritos se oían por doquier al norte del río, donde en los llanos entre la casa solariega y el río, varios grupos de soldados adiestraban a sendos contingentes de nuevos reclutas. Delante del muro de la propiedad del lord se habían levantado dos líneas de fortificaciones de madera; en el acceso de la primera de ellas, cuatro guardias —dos ástaros y dos comunes— salieron al encuentro del grupo. En ese momento, Daradoth decidió dejarse ver como lo que era, un elfo de Doranna. Con Galad presentándolo y haciendo las veces de traductor (pues Daradoth desconocía el idioma Lândalo), los rostros de los guardias mostraron en breves momentos signos de reconocimiento, y tres de ellos hincaron al punto una rodilla en tierra, presentando sus respetos a tan inesperado visitante. Por supuesto, los dejaron pasar sin más problemas.
Unos cincuenta metros más adelante llegaron a la puerta sur del muro que delimitaba la propiedad de Ginathân. De nuevo cuatro guardias les dieron el alto. Y se miraron cuando reconocieron la naturaleza de Daradoth. Esta vez solo uno de ellos realizó una genuflexión, pero fue suficiente. Él y otro de sus compañeros acompañaron al grupo al interior de la finca y los condujeron hacia la casa solariega, varios centenares de metros más allá. Dentro de la propiedad, que se extendía sobre varias hectáreas de terreno, pudieron ver campos de cultivo y diferentes animales pastando. Casas del servicio, barracones y almacenes se alzaban a lo lejos.
No obstante, lo que más les llamó la atención fue la presencia de dos templos, uno a cada lado de la casa principal. La imaginería y la simbología presente en ellos dejaban pocas dudas sobre a quién estaban dedicados ante los conocimientos religiosos de Galad y Symeon. El templo de la derecha, situado al sur de la casa, estaba dedicado a Valdene —en el Pacto llamada Cimandur—, la avatar de la fertilidad y el renacimiento. Y el templo de la izquierda, más al norte, se dedicaba sin ningún género de dudas al culto a Emmán —Viressar para los Páctiros—. De hecho, mientras se acercaban al edificio principal, Galad pudo oir cánticos procedentes de allí, declamados en Alto Lândalo, que apenas podía entender. Pero la sensación del paladín era clara: Emmán escuchaba a los allí congregados, y si era así, estos eran servidores de la Luz. Galad compartió esta información con sus compañeros, que no supieron si aquello debía aliviarles o inquietarles un poco más.
Llegaron por fin a la gran mansión de Ginathân, cuya puerta estaba custodiada por dos guardias. Daradoth rebulló inquieto cuando reconoció en la empuñadura de sus espadas sendas runas falmor engarzadas en bronce. Nada menos que dos ástaros maestros de la esgrima guardando la casa del lord... aquello era remarcable, y haría que cualquiera se planteara dos veces entrar allí por la fuerza. Excepto Daradoth, el resto del grupo fue obligado a dejar sus armas y así pudieron acceder al interior.
Tuvieron que esperar cerca de media hora en una sala habilitada a tal efecto mientras alguien avisaba a lord Ginathân de la presencia del grupo allí y se realizaban los arreglos para su recepción. En ese tiempo, no menos de siete ástaros aparecieron para saludar educadamente a Daradoth e interesarse brevemente por la situación en Doranna y su presencia allí. Este intentó a duras penas ser amable con todos y procurar hacerse querer. Hasta que un sirviente los condujo a presencia de lord Ginathân. Atravesaron un amplio corredor con tapices que representaban la historia de la antigua Lândalor, y subieron las monumentales escaleras que conducían al piso superior. Cuando llegaron arriba, dos excelsos tapices les llamaron la atención, uno a cada lado del vestíbulo al que llegaban las escaleras. A la derecha, una figura humanoide, pero no reconocible como humana ni como elfa, que brillaba con luz dorada y daba su bendición a varios adoradores sobre un fondo de árboles frutales; se trataba, sin lugar a dudas, de una representación de Valdene. Y a la izquierda, una figura masculina, con los mismos rasgos enigmáticos que la mujer, tocada con una corona plateada, la mirada elevada a los cielos y empuñando una espada, que Galad reconoció como aquella que había empuñado en Tarkal y que le había hecho sentir tan cerca de su dios. Sin duda, aquel tapiz representaba a Emmán, y la espada era la llamada Églaras; el corazón del paladín se hinchió de gozo y esperanza.
La mansión no contaba con nada parecido a una sala del trono, así que fueron conducidos a una especie de sala de reuniones más o menos grande, que se había habilitado como sala de guerra. Allí les recibieron media docena de personas además de lord Ginathân, un maduro y carismático ástaro de alta cuna, cabello salpicado de gris y elegantes ropajes, y Somara, su esposa errante. Ginathân saludó a los llegados afablemente y se mostró extremadamente educado en todo momento. Sobre todo con Daradoth, evidentemente. Galad no resultaba menos impresionante con su físico poderoso y el brillo de sus ojos, y su traducción era la única vía de comunicación; Ginathân poseía unos conocimientos básicos de Anridan, pero no los suficientes para mantener una conversación fluida. Pocos instantes más tarde les presentaba con brillo en los ojos a su reciente esposa, Somara del pueblo errante. "En verdad entiendo que el corazón de este hombre haya sido raptado por esta muchacha" pensó Daradoth. Tal era la gracia que destilaban los movimientos de Somara, la vaporosidad de su cabello, el brillo de sus ojos y el candor de su rostro, que a nadie le habría extrañado que sangre élfica corriera por sus venas. Saludó con una sonrisa a cada uno de los cuatro visitantes, que se descubrieron pocos segundos más tarde con la mente ausente, fija solo en la muchacha. Fue cuestión de solo unos momentos que se apercibieran del incipiente embarazo que lucía Somara, hecho que fue confirmado por Ginathân unos minutos después.
Una vez que todos hubieron tomado asiento y Daradoth hubo esquivado las pertinentes preguntas respecto a Doranna y su presencia allí, pasó a relatar la historia que el grupo había acordado previamente: el elfo era un agente enviado por los reyes dorannios para investigar la situación en el Pacto de los Seis y recabar información para una posible vuelta continental de los elfos. Ginathân se mostró interesado, pero a la vez consternado, y le habló de la historia que ya conocían: su compromiso con Somara, su enfrentamiento con el Consejo de Pureza y, finalmente, el alzamiento que había provocado aprovechando la amenaza en el norte. En todo momento, el noble se mostró compungido y preocupado por lo que había hecho; les aseguró que había intentado llegar a un acuerdo negociado, pero el rey Anerâk era una persona inflexible, y mucho más el resto de miembros del Consejo de Pureza. Así que no había tenido más remedio que hacer uso de sus influencias y el descontento general para hacer estallar el conflicto. No pretendía más que forzar al rey a aceptar sus términos, pero, según les dijo contestando a una larga serie de preguntas, la revolución había prendido su mecha tambíen en al menos dos Distritos más (Hétera y Arlaria) y temía que era demasiado tarde para detenerla sin que, o bien fuera aplastada con puño de hierro, o bien consiguieran grandes cambios en la política y la sociedad del Pacto.
Ginathân parecía sincero en su pesar, y también parecía sinceramente enamorado de Somara. Era posible que estuviera bajo la influencia de algún agente de la Sombra, pero la mayoría del grupo ya no lo creía. Galad, que en campo abierto sí que había descubierto con la ayuda de la inspiración de Emmán algunos enemigos de su fe (algo que no se salía de lo normal), ahora no era capaz de detectar ninguno en la sala, lo que le tranquilizó aún más.
La cena fue bastante frugal, como correspondía a una cocina de tiempos de guerra, y por la que Ginathân pidió disculpas. Tras la cena, Symeon se las arregló para hacer un aparte con Somara; lejos de conseguir lo que quería, cuando ella le reveló que procedía de una de las caravanas de errantes que habían sido arrasadas en el imperio vestalense, él no tuvo más remedio que sincerarse y sacar entre lágrimas la culpa que le carcomía desde aquellos tiempos. Ella tornó su gesto en comprensión, y mirándolo con aquellos grandes y bellísimos ojos, lo tocó en el hombro, intentando darle consuelo. Symeon sintió como un calor crecía en su interior, desde su hombro a todo su ser, expulsando los malos pensamientos al calor de una luz sobrenatural. Sus lágrimas cesaron y su culpa cedió paso a la aceptación. Tras unos momentos de llanto silencioso, miró a Somara, que le sonreía, y le dio las gracias. El resto del grupo se dio cuenta de lo que sucedía, pero respetó la privacidad de Symeon (y aprovechó para distraer la atención del resto de reunidos).
Tras retirarse a los aposentos que les habían sido habilitados, el grupo se entregó a una larga discusión, pues lord Ginathân no era ni de lejos tal y como habían pensado antes de conocerlo. Ni tampoco Somara. Y los cultos a Emmán y Valdene sumaban puntos a favor.
Galad decidió acercarse al templo de Emmán. Este era de un estilo muy diferente al que estaba acostumbrado, lucía una imaginería más antigua, más... arcaica. No se le ocurría otra palabra. Desde luego, dudaba mucho que aquel templo tuviera menos de 412 años, que era el tiempo transcurrido desde el nacimiento de Emmán. Si era así, quería decir que su dios había tenido una encarnación anterior; lo que confirmaba todo lo que Daradoth les había explicado sobre los avatares. Galad se encogió de hombros y entró en el templo, donde se estaban celebrando las oraciones vespertinas; asistió a su conclusión con un silencio respetuoso. Después, se encontró con el clérigo que había oficiado la ceremonia, el padre Ayrar. Le preguntó acerca del tapiz de Viressar que colgaba en la mansión del duque. El clérigo, que se alegró de encontrarse con un ástaro extranjero que ostentaba el cargo de paladín de su dios, le confirmó que el tapiz procedía "del tiempo anterior a la caída". Debía de referirse a la caída de Lândalor, la tierra que los ástaros habían colonizado en otros tiempos más allá del océano. También le reveló que la espada que empuñaba Emmán en aquella representación era la llamada Églaras, la representación del Arcángel Primero de Emmán, que se decía que aparecía siempre en tiempos de necesidad para el avatar del Honor y los Altos Valores. Galad se sobrecogió ante la revelación: ¿Églaras era la representación física de un Arcángel? Y había hablado en su mente, diciéndole que era él el elegido; apenas pudo contener las lágrimas en sus ojos.
Galad también preguntó a Ayrar sobre posibles textos antiguos donde pudiera consultar información, y el clérigo le habló del Gran Templo de Narbaronn, en el centro del Pacto de los Seis, donde los cultos de todos los avatares tenían su templo principal y existía una biblioteca que quizá albergara lo que buscaba.
Ya entrada la noche, Symeon entró al mundo onírico. Allí pudo ver que la casa de Ginathân se representaba como un enorme castillo dorado que se alzaba hacia los cielos. Y aparte de las ocasionales visitas de los dormidos a aquella realidad, poco más.
Por su parte, Galad oró antes de dormir, pidiendo la inspiración de Emmán para su sueño. Manifestó su deseo de soñar con Somara y su futuro. Y Emmán le escuchó, y le envió sus visiones.
Somara, la grácil Somara, estaba envuelta en una luz dorada y rodeada de niños que la seguían y que reían con unas risas límpidas, cristalinas, reconfortantes. Ginathân apareció y abrazó a su esposa, que lucía ya un embarazo abultado y avanzado. A continuación, Galad se vio a sí mismo alejándose de la casa, volviendo a no sabía muy bien dónde, y acompañado de Yuria, Symeon y Daradoth (o eso supuso, porque sólo sentía sus presencias); de repente, el cielo se tiñó de un rojo sangre intenso, y un grito desgarrador que provenía de la casa conmovió su alma. Corrió de nuevo hacia la mansión durante lo que le pareció una eternidad; agotado, traspasó las puertas sin oposición y entró. Ante la mirada del tapiz de Emmán se erizó el vello de Galad, horrorizado ante lo que veía: la corte de Ginathân al completo había sido asesinada, y la cabeza del propio lord había sido cercenada; Somara estaba abrazada a su cadáver, desangrada ya sin vida, y con una herida que sin duda debía de haber acabado con la vida de su hijo no nato.
Galad despertó con ganas de vomitar, y no tardó en compartir sus visiones con el resto del grupo. Expresó su temor a marcharse de la casa; si lo hacían, no estaba seguro de que se cumpliera su sueño a rajatabla, pero algo malo sucedería con seguridad. No podrían marcharse a mediodía como habían previsto la jornada anterior.
Decidieron que deberían desandar los pasos dados en Dársuma y ayudar al duque. Después del desayuno, se dirigieron a hablar con él. Lo encontraron en la sala de guerra, dictando cartas y leyendo despachos, y se sinceraron. Le contaron que habían estado antes en la capital, habían hablado con el rey y habían ayudado a avisar a su ejército para que volviera lo antes posible a la ciudad. Le explicaron la situación en la Región del Pacto y el verdadero motivo por el que se encontraban allí, que no era sino entregar la carta del capitán Phâlzigar. El rostro de Ginathân mostró el atisbo de una sonrisa, y se recostó contra el respaldo.
—No sabéis la alegría que me dais, pues ya iba a ordenar vuestra detención —alargó el brazo y entregó a Galad el papel que estaba leyendo. Era una nota procedente de Darsuma donde le informaban de la reunión que había mantenido un elfo, un ástaro ercestre, un errante y otros acompañantes con el rey Anerâk.
Ginathân cogió la carta, la arrugó y la desechó, y acto seguido estrechó las manos del grupo, agradeciéndoles su sinceridad. Cuando estos le informaron de que el ejército de Darsia debía de estar a punto de llegar a la ciudad, dio las órdenes pertinentes para informar a sus hombres allí. Además, el grupo expresó su deseo de concertar una reunión entre el duque y el rey, con la presencia de Somara. Ginathân no se mostró nada convencido con la idea, pues el rey era intransigente al extremo, pero aquel era un punto que "no deberían descartar".
Unos cincuenta metros más adelante llegaron a la puerta sur del muro que delimitaba la propiedad de Ginathân. De nuevo cuatro guardias les dieron el alto. Y se miraron cuando reconocieron la naturaleza de Daradoth. Esta vez solo uno de ellos realizó una genuflexión, pero fue suficiente. Él y otro de sus compañeros acompañaron al grupo al interior de la finca y los condujeron hacia la casa solariega, varios centenares de metros más allá. Dentro de la propiedad, que se extendía sobre varias hectáreas de terreno, pudieron ver campos de cultivo y diferentes animales pastando. Casas del servicio, barracones y almacenes se alzaban a lo lejos.
No obstante, lo que más les llamó la atención fue la presencia de dos templos, uno a cada lado de la casa principal. La imaginería y la simbología presente en ellos dejaban pocas dudas sobre a quién estaban dedicados ante los conocimientos religiosos de Galad y Symeon. El templo de la derecha, situado al sur de la casa, estaba dedicado a Valdene —en el Pacto llamada Cimandur—, la avatar de la fertilidad y el renacimiento. Y el templo de la izquierda, más al norte, se dedicaba sin ningún género de dudas al culto a Emmán —Viressar para los Páctiros—. De hecho, mientras se acercaban al edificio principal, Galad pudo oir cánticos procedentes de allí, declamados en Alto Lândalo, que apenas podía entender. Pero la sensación del paladín era clara: Emmán escuchaba a los allí congregados, y si era así, estos eran servidores de la Luz. Galad compartió esta información con sus compañeros, que no supieron si aquello debía aliviarles o inquietarles un poco más.
El pueblo de Arbanôr y la hacienda de lord Ginathân |
Llegaron por fin a la gran mansión de Ginathân, cuya puerta estaba custodiada por dos guardias. Daradoth rebulló inquieto cuando reconoció en la empuñadura de sus espadas sendas runas falmor engarzadas en bronce. Nada menos que dos ástaros maestros de la esgrima guardando la casa del lord... aquello era remarcable, y haría que cualquiera se planteara dos veces entrar allí por la fuerza. Excepto Daradoth, el resto del grupo fue obligado a dejar sus armas y así pudieron acceder al interior.
Tuvieron que esperar cerca de media hora en una sala habilitada a tal efecto mientras alguien avisaba a lord Ginathân de la presencia del grupo allí y se realizaban los arreglos para su recepción. En ese tiempo, no menos de siete ástaros aparecieron para saludar educadamente a Daradoth e interesarse brevemente por la situación en Doranna y su presencia allí. Este intentó a duras penas ser amable con todos y procurar hacerse querer. Hasta que un sirviente los condujo a presencia de lord Ginathân. Atravesaron un amplio corredor con tapices que representaban la historia de la antigua Lândalor, y subieron las monumentales escaleras que conducían al piso superior. Cuando llegaron arriba, dos excelsos tapices les llamaron la atención, uno a cada lado del vestíbulo al que llegaban las escaleras. A la derecha, una figura humanoide, pero no reconocible como humana ni como elfa, que brillaba con luz dorada y daba su bendición a varios adoradores sobre un fondo de árboles frutales; se trataba, sin lugar a dudas, de una representación de Valdene. Y a la izquierda, una figura masculina, con los mismos rasgos enigmáticos que la mujer, tocada con una corona plateada, la mirada elevada a los cielos y empuñando una espada, que Galad reconoció como aquella que había empuñado en Tarkal y que le había hecho sentir tan cerca de su dios. Sin duda, aquel tapiz representaba a Emmán, y la espada era la llamada Églaras; el corazón del paladín se hinchió de gozo y esperanza.
Somara la errante |
Una vez que todos hubieron tomado asiento y Daradoth hubo esquivado las pertinentes preguntas respecto a Doranna y su presencia allí, pasó a relatar la historia que el grupo había acordado previamente: el elfo era un agente enviado por los reyes dorannios para investigar la situación en el Pacto de los Seis y recabar información para una posible vuelta continental de los elfos. Ginathân se mostró interesado, pero a la vez consternado, y le habló de la historia que ya conocían: su compromiso con Somara, su enfrentamiento con el Consejo de Pureza y, finalmente, el alzamiento que había provocado aprovechando la amenaza en el norte. En todo momento, el noble se mostró compungido y preocupado por lo que había hecho; les aseguró que había intentado llegar a un acuerdo negociado, pero el rey Anerâk era una persona inflexible, y mucho más el resto de miembros del Consejo de Pureza. Así que no había tenido más remedio que hacer uso de sus influencias y el descontento general para hacer estallar el conflicto. No pretendía más que forzar al rey a aceptar sus términos, pero, según les dijo contestando a una larga serie de preguntas, la revolución había prendido su mecha tambíen en al menos dos Distritos más (Hétera y Arlaria) y temía que era demasiado tarde para detenerla sin que, o bien fuera aplastada con puño de hierro, o bien consiguieran grandes cambios en la política y la sociedad del Pacto.
Ginathân parecía sincero en su pesar, y también parecía sinceramente enamorado de Somara. Era posible que estuviera bajo la influencia de algún agente de la Sombra, pero la mayoría del grupo ya no lo creía. Galad, que en campo abierto sí que había descubierto con la ayuda de la inspiración de Emmán algunos enemigos de su fe (algo que no se salía de lo normal), ahora no era capaz de detectar ninguno en la sala, lo que le tranquilizó aún más.
La cena fue bastante frugal, como correspondía a una cocina de tiempos de guerra, y por la que Ginathân pidió disculpas. Tras la cena, Symeon se las arregló para hacer un aparte con Somara; lejos de conseguir lo que quería, cuando ella le reveló que procedía de una de las caravanas de errantes que habían sido arrasadas en el imperio vestalense, él no tuvo más remedio que sincerarse y sacar entre lágrimas la culpa que le carcomía desde aquellos tiempos. Ella tornó su gesto en comprensión, y mirándolo con aquellos grandes y bellísimos ojos, lo tocó en el hombro, intentando darle consuelo. Symeon sintió como un calor crecía en su interior, desde su hombro a todo su ser, expulsando los malos pensamientos al calor de una luz sobrenatural. Sus lágrimas cesaron y su culpa cedió paso a la aceptación. Tras unos momentos de llanto silencioso, miró a Somara, que le sonreía, y le dio las gracias. El resto del grupo se dio cuenta de lo que sucedía, pero respetó la privacidad de Symeon (y aprovechó para distraer la atención del resto de reunidos).
Tras retirarse a los aposentos que les habían sido habilitados, el grupo se entregó a una larga discusión, pues lord Ginathân no era ni de lejos tal y como habían pensado antes de conocerlo. Ni tampoco Somara. Y los cultos a Emmán y Valdene sumaban puntos a favor.
Galad decidió acercarse al templo de Emmán. Este era de un estilo muy diferente al que estaba acostumbrado, lucía una imaginería más antigua, más... arcaica. No se le ocurría otra palabra. Desde luego, dudaba mucho que aquel templo tuviera menos de 412 años, que era el tiempo transcurrido desde el nacimiento de Emmán. Si era así, quería decir que su dios había tenido una encarnación anterior; lo que confirmaba todo lo que Daradoth les había explicado sobre los avatares. Galad se encogió de hombros y entró en el templo, donde se estaban celebrando las oraciones vespertinas; asistió a su conclusión con un silencio respetuoso. Después, se encontró con el clérigo que había oficiado la ceremonia, el padre Ayrar. Le preguntó acerca del tapiz de Viressar que colgaba en la mansión del duque. El clérigo, que se alegró de encontrarse con un ástaro extranjero que ostentaba el cargo de paladín de su dios, le confirmó que el tapiz procedía "del tiempo anterior a la caída". Debía de referirse a la caída de Lândalor, la tierra que los ástaros habían colonizado en otros tiempos más allá del océano. También le reveló que la espada que empuñaba Emmán en aquella representación era la llamada Églaras, la representación del Arcángel Primero de Emmán, que se decía que aparecía siempre en tiempos de necesidad para el avatar del Honor y los Altos Valores. Galad se sobrecogió ante la revelación: ¿Églaras era la representación física de un Arcángel? Y había hablado en su mente, diciéndole que era él el elegido; apenas pudo contener las lágrimas en sus ojos.
Galad también preguntó a Ayrar sobre posibles textos antiguos donde pudiera consultar información, y el clérigo le habló del Gran Templo de Narbaronn, en el centro del Pacto de los Seis, donde los cultos de todos los avatares tenían su templo principal y existía una biblioteca que quizá albergara lo que buscaba.
Ya entrada la noche, Symeon entró al mundo onírico. Allí pudo ver que la casa de Ginathân se representaba como un enorme castillo dorado que se alzaba hacia los cielos. Y aparte de las ocasionales visitas de los dormidos a aquella realidad, poco más.
Por su parte, Galad oró antes de dormir, pidiendo la inspiración de Emmán para su sueño. Manifestó su deseo de soñar con Somara y su futuro. Y Emmán le escuchó, y le envió sus visiones.
Somara, la grácil Somara, estaba envuelta en una luz dorada y rodeada de niños que la seguían y que reían con unas risas límpidas, cristalinas, reconfortantes. Ginathân apareció y abrazó a su esposa, que lucía ya un embarazo abultado y avanzado. A continuación, Galad se vio a sí mismo alejándose de la casa, volviendo a no sabía muy bien dónde, y acompañado de Yuria, Symeon y Daradoth (o eso supuso, porque sólo sentía sus presencias); de repente, el cielo se tiñó de un rojo sangre intenso, y un grito desgarrador que provenía de la casa conmovió su alma. Corrió de nuevo hacia la mansión durante lo que le pareció una eternidad; agotado, traspasó las puertas sin oposición y entró. Ante la mirada del tapiz de Emmán se erizó el vello de Galad, horrorizado ante lo que veía: la corte de Ginathân al completo había sido asesinada, y la cabeza del propio lord había sido cercenada; Somara estaba abrazada a su cadáver, desangrada ya sin vida, y con una herida que sin duda debía de haber acabado con la vida de su hijo no nato.
Galad despertó con ganas de vomitar, y no tardó en compartir sus visiones con el resto del grupo. Expresó su temor a marcharse de la casa; si lo hacían, no estaba seguro de que se cumpliera su sueño a rajatabla, pero algo malo sucedería con seguridad. No podrían marcharse a mediodía como habían previsto la jornada anterior.
Decidieron que deberían desandar los pasos dados en Dársuma y ayudar al duque. Después del desayuno, se dirigieron a hablar con él. Lo encontraron en la sala de guerra, dictando cartas y leyendo despachos, y se sinceraron. Le contaron que habían estado antes en la capital, habían hablado con el rey y habían ayudado a avisar a su ejército para que volviera lo antes posible a la ciudad. Le explicaron la situación en la Región del Pacto y el verdadero motivo por el que se encontraban allí, que no era sino entregar la carta del capitán Phâlzigar. El rostro de Ginathân mostró el atisbo de una sonrisa, y se recostó contra el respaldo.
—No sabéis la alegría que me dais, pues ya iba a ordenar vuestra detención —alargó el brazo y entregó a Galad el papel que estaba leyendo. Era una nota procedente de Darsuma donde le informaban de la reunión que había mantenido un elfo, un ástaro ercestre, un errante y otros acompañantes con el rey Anerâk.
Ginathân cogió la carta, la arrugó y la desechó, y acto seguido estrechó las manos del grupo, agradeciéndoles su sinceridad. Cuando estos le informaron de que el ejército de Darsia debía de estar a punto de llegar a la ciudad, dio las órdenes pertinentes para informar a sus hombres allí. Además, el grupo expresó su deseo de concertar una reunión entre el duque y el rey, con la presencia de Somara. Ginathân no se mostró nada convencido con la idea, pues el rey era intransigente al extremo, pero aquel era un punto que "no deberían descartar".
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