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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 24 de junio de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 8

Visita nocturna a una Librería. El Diario secreto de Napoleón.

Shannon Miller, jefa de
Gabinete de Philip Ackerman
La adquisición del libro no tardó en ejercer ciertos... efectos en Sigrid. El acto simbólico que había supuesto adquirir un incunable de tal rareza la hinchió de una extraña sensación, algo que no sabía explicar, pero que bien canalizado, la podría llevar a realizar cosas extraordinarias; cualquier Bibliomante se habría sorprendido al notar que la anticuaria poseía ahora una "carga mayor".

Patrick notaba a Sigrid diferente. Más resplandeciente, más activa, y podría decir que incluso ebria. El profesor sabía lo suficiente de las capacidades de los adeptos bibliotecarios para poder imaginarse lo que había ocurrido. De repente, Sigrid se volvió hacia él, recordando viejas enseñanzas de Emil Jacobsen y Paul Van Dorn:

 —Tenemos que comprar un montón de libros rápidamente, Patrick —dijo con premura—. Siento titilar mi nuevo poder, y eso, según lo que decían mis maestros, es porque mi Biblioteca no posee los suficientes libros como para albergar lo que acabo de conseguir.

 —¿Pero habrá alguna librería abierta a estas horas? —contestó el profesor, mirando su reloj—. Es la una de la madrugada.

 —Pues esperemos que sí, porque necesito un par de miles de libros...

Patrick abrió mucho los ojos cuando su amiga dijo esta última frase; entonces, tendrían que encontrar una librería bastante grande y prácticamente llevarse uno de cada ejemplar. No tardaron mucho tiempo en dar con una librería abierta (al parecer, la única cadena de Manhattan que siempre lo estaba), llamada Spine & Cover que serviría para el propósito de Sigrid. Se dirigieron hacia allí acompañados por Jonathan y otros agente de las CCSA que tendrían que ayudarles si querían acabar con aquello antes del amanecer.

En la librería los recibió un frágil anciano, con perilla y pinta de comadreja, que los miró con ojos tristones sobre unas gafas estrechas, dándoles la bienvenida. La librería era un local de tres plantas con un empleado de guardia por cada planta. No parecieron sorprenderse mucho cuando los cinco clientes pidieron cada uno un carrito de compra y se lanzaron en las diferentes plantas a adquirir un ejemplar de cada libro en las estanterías.

Tras un par de horas recogiendo libros, Sigrid se fijó en que los dependientes, lejos de facilitar su labor, lo que hacían era entorpecerla; llamaban su atención sobre libros sin importancia, desplazaban los ejemplares de un sitio a otro, parecían vaciar los carritos por accidente... con la paciencia agotada, Sigrid encargó a Jonathan que mantuviera a los empleados a distancia de su "cargamento". Además, poco antes, Patrick se había acercado a ella discretamente y había hablado en voz baja:

 —Acabo de oir al viejo del mostrador de la entrada hablando por teléfono —la informó—. Parecía hablar en hebreo con alguien, y con tono de urgencia. Igual estoy paranoico, pero claro, para cualquiera que esté un poco enterado de los asuntos del submundo ocultista, comprar tal cantidad de libros debe de ser un hecho evidente de bibliomancia...

Intentando tener bien vigilado al viejo a partir de entonces, continuaron acaparando ejemplares. Durante la noche, en la librería entraron varias personas: una joven estudiante, dos mujeres entradas en años, un par de chicos que parecían turistas, y una pareja que estuvo más rato del que parecía necesario.

Sobre las cinco y media de la mañana el anciano finalizó por fin un proceso exasperantemente lento de escaneo de códigos de barras, y anunció el total a Sigrid, que extendió un cheque por la cantidad.

 —Lo siento, señora —dijo, parpadeando mientras miraba la firma de Sigrid—... pero me temo que no podemos aceptar cheques por la noche.

 —Pero en ese cartel —respondió Sigrid, señalando la pared detrás del dependiente— pone que se admiten tarjetas y cheques, señor.

 —Ya, pero por la noche... comprenda usted... no es que dude de usted señora Olafson, es usted una coleccionista famosa, pero...

Pasaron unos minutos eternos y exasperantes mientras el anciano ponía toda clase de problemas para efectuar el cobro de los libros. Casi en el mismo momento en el que se habían acercado al mostrador para pagar, Patrick había llamado a la CCSA para requerir la presencia de otros cuatro agentes, en previsión de lo que pudiera pasar; miraba suspicazmente a la pareja joven, los únicos clientes que quedaban en la tienda a esas horas, mientras al otro lado de la línea, Margaret le confirmaba que los cuatro agentes ya estaban en camino.

Finalmente, Jonathan, cansado de tanta cháchara sin sentido, enseñó su pistola al dependiente. Una pequeña amenaza bastó para que este callara y decidiera que no valía la pena seguir entorpeciendo la salida del grupo.

 —Muy bien —dijo—, haré una excepción con usted por esta vez, señora Olafson, parece usted una persona de fiar.

Así que arrastraron los carros hasta la calle, donde en ese mismo momento hacía acto de aparición un todoterreno. Se relajaron cuando vieron que eran los cuatro agentes que Patrick había reclamado por teléfono. Metieron rápidamente el cargamento en el furgón con el que se habían desplazado hasta la librería y arrancaron en dirección al apartamento de Sigrid. Justo en ese momento, Patrick veía por el retrovisor cómo un par de vehículos negros frenaban estrepitosamente en la puerta de la librería y varios tipos a todas luces armados entraban en el comercio. Acelerando, llevó el furgón a través de varias calles secundarias y los agentes le siguieron en el todoterreno; a los pocos minutos, sin señales de helicópteros en el cielo ni de perseguidores, se relajaron por fin. En poco más de una hora, subían los libros al apartamento junto a Central Park, Sigrid los amontonaba como podía en su biblioteca realizando el acto simbólico de su adición, y por fin se echaban a dormir. Con varios agentes vigilando, por supuesto, porque en esos momentos, quien quiera que fuera el jefe del librero no tendría que investigar mucho para dar con la situación de la vivienda de la titular del cheque.

Mientras tanto, en Washington, Derek había llamado de madrugada a la CCSA para que Margaret y Stuart viajaran con un furgón a Washington y así llegaran a primera hora de la mañana. Si había que trasladar al congresista Ackerman, necesitarían un vehículo adecuado y discreto. Fruto de sus contactos, Tomaso había conseguido una ambulancia que les esperaría también en el parking del hospital, pero Derek prefería un vehículo que llamara menos la atención; la dejarían en la recámara, por si acaso. Además, en previsión de una posible huida con el político, Sally contactó con Omega Prime para indicarles que tendrían que borrar el expediente del congresista del sistema del hospital en cuanto recibieran el mensaje de que había que hacerlo.

Por la mañana, mientras desayunaban, la periodista recibió un mensaje al móvil que hizo que llamara la atención de Tomaso y Derek. Le pasó el móvil al primero. Explicó que era un mensaje de uno de sus colegas en el Washington Post, con quien compartía todo tipo de información. En él, la informaba de que había habido una filtración importante sobre un posible ingreso de Philip Ackerman en el hospital, aquejado de síntomas de posesión. Y según aseguraba, la filtración procedía de un miembro muy cercano del gabinete de Ackerman; no pudieron evitar pensar en Shannon Miller. "Esa mujer estaba deseando ocupar el puesto de Philip", pensó Derek. Si aquella filtración era confirmada en las próximas horas, podría significar el fin de la carrera política de Ackerman, y quizá también el fin de la CCSA, así que Derek instó a todos los demás a ponerse en marcha cuanto antes; se reunieron con las monjas y se trasladaron ipso facto al hospital.

Allí no tardaron en reunirse con Shannon Miller y varios miembros del gabinete, que se encontraban en la sala de espera ante la habitación privada de Ackerman. Estrecharon las manos de la propia Miller, del jefe de prensa, el jefe de imagen. y la secretaria del congresista, Amy Bowen. Preguntados acerca de la presencia de las monjas, Derek anunció que iban a pedir permiso al doctor encargado para realizar un exorcismo sin sacerdote.

Poco después llegaba el doctor Steiner. Shannon Miller pareció sorprendida al ver aparecer al joven y atractivo médico, que según dijo no era el doctor habitual encargado del congresista.

 —Evidentemente no soy el doctor Johnson —dijo el facultativo—, pero es que él libra hoy; soy su sustituto.

Por suerte, el doctor no puso problemas a la celebración del exorcismo; eso sí, como hospital religioso  que era aquel, la ceremonia debería realizarse en la capilla sita en la planta baja. Dicho y hecho, trasladaron discretamente al congresista hasta la capilla después de sedarlo adecuadamente, y en poco más de media hora, las hermanas habían preparado todo para la ceremonia; aproximadamente un centenar de velas consagradas rodeaban el lugar, y el congresista comenzó a gemir, incómodo. Tal y como había pasado en la ceremonia de la esposa de Patrick, se requirió la sola presencia de íntimos y de religiosos, así que en el interior de la capilla quedaron, además de las monjas, solamente Derek y Tomaso más un par de celadores por seguridad. Margaret y Stuart se quedarían haciendo guardia fuera, así como el resto de miembros del gabinete. Entre tanto, en las puertas del hospital se reunía ya una pequeña multitud de periodistas, siguiendo el chivatazo del ingreso del congresista; los guardias de seguridad los mantenían a una distancia prudencial por el momento.

Y el exorcismo dio comienzo. La hermana Mary y sus compañeras procedieron de forma muy parecida a lo que habían hecho con Helen, la esposa de Patrick. Pero al contrario de lo que sucedió con ella, pasados unos treinta minutos de rezos y exhortaciones en los que la luz del centenar de velas titiló varias veces, al salpicarlo con agua bendita, el conrgresista sí que reaccionó, gritando y forcejeando para librarse de sus ataduras con una voz de ultratumba que les puso a todos los pelos de punta. Las hermanas siguieron impasibles con el ritual, y tras otra media hora el demonio pareció comenzar a agotarse, pues aunque reaccionó a la segunda rociada de agua bendita, entró en una especie de letargo. La hermana Teresa se giró hacia Derek, asintiendo y esbozando una leve sonrisa; "lo van a conseguir", pensó Derek, esperanzado.

De repente, una fuerte detonación lo sacó de sus pensamientos. La hermana Mary tenía un gesto de asombro en su rostro, y no tardó en derrumbarse cuando un hilillo de sangre comenzó a asomar en algún punto de su torso. Derek se giró y vio a uno de los celadores empuñando un arma, apuntando hacia las hermanas, mientras el otro comenzaba el gesto de sacar su arma. Por suerte, Tomaso reaccionó como un rayo, con un fuerte golpe acorraló al segundo celador contra la pared y en pocos segundos lo dejaba inconsciente (o quizá algo peor) con un fuerte golpe en el cráneo. Derek se lanzó contra el que había disparado, y consiguió retenerlo hasta que Tomaso acudió en su ayuda y pudieron reducirlo. Durante el forcejeo, se habían comenzado a escuchar disparos fuera. Tras ver que la herida de Mary no suponía una gravedad inmediata, dieron instrucciones a las monjas para que la ayudaran y se aprestaron a salir. Por desgracia, la puerta estaba cerrada y no tenían tiempo de ponerse a buscar la llave, así que la echaron abajo con un par de potentes empellones. Una bala silbó cerca de Tomaso, y se apresuraron a ponerse a cubierto cuando vieron que Margaret había sido herida y Stuart mantenía un tiroteo con un par de celadores al otro lado del vestíbulo. Los miembros del gabinete habían huido.

Con el fuego de cobertura de Stuart, Tomaso y Derek pudieron abalanzarse sobre los celadores y dejarlos fuera de combate. El italiano ayudó a Margaret a moverse mientras esta presionaba la herida de su hombro, Stuart ayudó a las monjas con la hermana Mary y Derek sacó a toda prisa de la capilla al congresista sobre su camilla. Mientras cruzaban el vestíbulo hacia los ascensores, los periodistas, atraídos por los disparos, se agolpaban en las puertas, a punto de rebasar el cordón de los guardias de seguridad.  Por suerte, uno de los ascensores se encontraba ya en la planta baja, porque por el rabillo del ojo Derek vio que por dos de los corredores que daban al vestíbulo aparecía más gente a todo correr, unos con batas blancas y otros sin ellas. Con varios disparos los consiguieron mantener a raya mientras las puertas del ascensor se cerraban y descendían al parking.

En el nivel inferior se precipitaron fuera del ascensor, y corrieron hacia el furgón que Margaret y Stuart habían traído desde Washington. Más allá estaba la ambulancia que esperaba a Tomaso, y este les hizo un gesto para que salieran antes que ellos e intentaran despistar así a sus posibles perseguidores. Mientras metían al congresista en el furgón, varios disparos silbaron a su alrededor; sus perseguidores habían conseguido bajar por el otro ascensor al parking y corrían hacia allí. Por suerte, la ambulancia se interpuso lo suficiente en su camino como para que pudieran entrar al vehículo y salir de allí chirriando ruedas. Más tarde, Sally acudiría al hospital para recoger el coche de Derek, pero antes dio la orden a Omega Prime de borrar el expediente de Ackerman.

Stuart trató lo mejor que pudo las heridas de Margaret y Mary, y aunque deberían acudir a un hospital al llegar a Nueva York, por suerte ninguna sería mortal. En la carretera interestatal, por fin pudieron relajarse un poco.

No habían llegado muy lejos cuando Derek recibió la llamada de Shannon Miller.

 —¿Derek? —preguntó, azorada—. ¿Dónde estás? ¿Dónde está Philip? ¿Está bien? ¡Hemos huido cuando ha empezado a haber disparos alrededor! ¿Qué ha pasado?

 —El congresista está bien, señora Miller —contestó Derek—. No se preocupe, me encargaré de que no le suceda nada.

 —¿Pero dónde estáis? ¿Vais a Nueva York? ¿Cómo...? —Derek colgó.

Poco rato después, Derek recibía otra llamada, de un número desconocido. Lo ignoró las dos primeras veces, pero a la tercera descolgó. Resultó ser Amy Bowen, la secretaria personal de Ackerman.

 —¿Señor Hansen? —empezó, preocupada—. Gracias a Dios que estaba usted aquí para proteger al señor Ackerman, en los últimos días nunca ha dejado de solicitar que lo llamaran a su presencia. —Tras una pausa, añadió con tono más grave—: Lo que la señora Miller le ha dicho no es cierto, señor Hansen. No es cierto que huyéramos cuando comenzaron los disparos; Miller nos avisó unos segundos antes de que empezara el tiroteo, estoy segura, aunque nadie parece acordarse.

 —Si es así —respondió Derek—, desde luego que he hecho bien en sacarlo de allí. Muchas gracias por la información, señora Bowen. —A instancias de Tomaso, que le habló en un susurro, continuó—: Una pregunta, señora Bowen; ¿sabría decirme si el congresista se ha reunido en los últimos días con alguien... sospechoso? ¿Alguien... no sé... fuera de lugar?

 —Pues tendrá que disculparme, pero con todo lo que ha pasado no sabría decirle, estoy muy nerviosa... de todas maneras, quiero que sepa, señor Hansen, que en cuanto pueda saldré del nido de víboras que es esta ciudad, y si le parece bien, iré a Nueva York para reunirme con usted y velar por Philip. Llevaré su agenda conmigo, así podrá usted inspeccionarla en detalle.

 —Por supuesto, eso sería de gran ayuda; contacte conmigo en cuanto llegue. Y gracias otra vez.


Tras estas conversaciones, Derek llamó a la esposa de Ackerman, Mary Ann, para tranquilizarla. La mujer estaba muy nerviosa, enterada ya de los rumores que circulaban en torno a su marido. Pero el director de la CCSA la calmó, explicándole que Philip estaba bien y con él, que debía alejarse de lo focos unos días, y que no era seguro que hablara con ella por el momento. "Habrá que encargarse de sacar a Mary Ann y a su hermana de Washington", pensó Derek, que enseguida aprestó un par de agentes a la tarea.

A media tarde, con Ackerman aparentemente tranquilo e instalado en un sitio seguro, con Sally ya de vuelta y confirmando que Omega Prime había borrado expedientes y grabaciones de cámaras de seguridad, y con Patrick y Sigrid ya descansados, se reunieron todos de nuevo en la sede de la CCSA, protegidos por varios agentes. Jonathan aprovechó para hacer un aparte con Derek.

 —Director —empezó, muy serio como era habitual en él—, quiero informarle del malestar que se está extendiendo entre los agentes.

 —¿Cómo? ¿Qué quieres decir, Jonathan? —inquirió Derek, sorprendido.

 —Bueno... —Jonathan parecía estar buscando las palabras adecuadas— según se dice, algunos se quejan de que hemos pasado de ser una agencia de salud pública a ser los guardaespaldas de ese nuevo grupo que usted ha creado, señor. Yo no me quejo, porque sé que usted sabe lo que se hace, pero no es el caso de una parte de los agentes, que están aquí más que nada para tener un destino tranquilo.

 "Vaya, tendré que encargarme de esto lo antes posible", pensó Derek.

 —Supongo que no me darás algún nombre, ¿verdad, Jonathan?

 —Por supuesto que no señor, disculpe, pero...

 —Está bien, está bien, te entiendo —Derek esbozó una tenue sonrisa—. En fin, si tienes la oportunidad, difunde el rumor de que pronto convocaré una reunión para explicar nuestra nueva situación.

Poco después, ya en la sala de reuniones, pusieron toda la información en común. Derek y Tomaso informaron de que el congresista estaba en la sala contigua custodiado por dos agentes, y Patrick y Sigrid mostraron el libro escrito por Napoleón y expusieron su temor por la identificación de ambos, que a esas horas debía de correr ya como la pólvora por el Submundo ocultista. Sigrid, que no tenía los conocimientos de francés necesarios para leer el libro en tiempo real, anunció que se quedaría despierta toda la noche para intentar entender su significado. Así que el resto se retiró, y volvieron a reunirse por la mañana en la misma sala, donde Sigrid, cansada, había traducido casi la totalidad del manuscrito. Se sentaron, muy pendientes del contenido de aquel libro tan importante, por el que Patrick había sentido aquella angustia existencial cuando Novikov había estado a punto de hacerse con él.

El diario no era demasiado constante. En ciertos intervalos de fechas, Bonaparte había escrito en él a diario, pero también existían largos períodos de tiempo sin ninguna anotación. El manuscrito comenzaba con las primeras campañas de Napoleón como general en Italia, y mencionaba a sus buenos amigos y ayudantes Junot y Berthier, apreciando su "inestimable ayuda" en las victorias conseguidas. Más tarde, destacaba cómo había conocido durante la campaña italiana a un joven polaco llamado Joseph Sulkowski, que mostraba un talento sin igual para la estrategia y el trato con las tropas. Sulkowski presentó a Napoleon a un círculo de amigos (Muiron, Augereau, Serian, Legrand) que pronto devino en una especie de "hermandad esotérica" en la que el Gran General se metió de lleno.

Sulkowski y sus compañeros le hablaron de una lucha ancestral entre dos bandos enfrentados que controlaban el mundo, y sus sospechas de que Napoleón podría acabar con ese maniqueísmo oculto que regía los destinos de las naciones. Según ellos, uno de esos bandos estaba relacionado de alguna manera con el antiguo Imperio de Bizancio, y Sulkowski y Serian se mostraban convencidos de que aliarse con el bando contrario era la mejor de las opciones. Por algún motivo, la influencia de Sulkowski sobre el general pronto enemistó profundamente al polaco con los amigos del segundo, Junot y Berthier.

De esta manera, se iniciaba un fragmento del diario muy oscuro, donde Napoléon hablaba casi en acertijos, relatando lugares que habían visitado, gente que habían conocido y ceremonias que había realizado de una forma casi ininteligible, como si se encontrara bajo los efectos de alguna droga. Lo que sí parecía evidente para Sigrid por las descripciones era que tanto Napoleón como su nuevo círculo habían trabado estrechos contactos con demonios, o al menos algo muy parecido. Pero por otro lado, en estos fragmentos, el general mencionaba a un extraño hombre que habían conocido en la frontera con Italia, un hombre que parecía estar totalmente enajenado, pero que destilaba conocimiento por todos sus poros, y sobre todo por sus ojos, que eran capaces de dejarle a uno helado. Su descripción recordó vívidamente a Sigrid al Conde St. Germain que había conocido en otra realidad.

Tras este ínterin y el ascenso imparable de Bonaparte hacia el poder absoluto, se retomaba la narración con el inicio de la campaña en Egipto. Allí, el ejército francés se había enfrentado cruentamente con los ingleses, y curiosamente Napoleón mencionaba otro bando en discordia del que no se hacía referencia en las crónicas: los coptos, que parecían poseer "habilidades fuera de lo normal", y a los que Sulkowski intentó en todo momento ganar para su causa.

Un texto en concreto había llamado la atención de Sigrid, y lo leyó textualmente:

El ritual en la Gran Pirámide no salió bien. La enorme columna de sombras que se alzó hacia el cielo acabó con la vida de Legrand y casi con la de todos nosotros; Sulkowski y Serian tuvieron que guardar cama durante una semana, y las cicatrices de sus cuerpos tienen un aspecto horrible. Desde que han despertado se han mostrado muy extraños. 
Por si acaso, he anotado con detalle todos los rituales que me han enseñado en el segundo manuscrito de tapas negras, y lo he dejado a buen recaudo en El Cairo. Espero que Gamal cuide bien de él hasta que pueda recuperarlo.
Unas semanas más tarde:
Sabía que algo pasaba. Joseph me había traicionado, y doy gracias de que Berthier y Junot me hayan hecho ver la verdad. No sé qué le habrían prometido los ingleses, pero no era más que un demonio ambicioso, y aunque me siento culpable, me alegro de haberme liberado de su influjo. Sin embargo, no estoy del todo convencido de que ese cadáver que se arrojó a los perros fuera el suyo; temo que pueda volver y condenar mi espíritu con sus malas artes.
Después, el manuscrito saltaba al momento en que era coronado emperador, y en él confesaba que temía que él mismo no fuera más que un títere que servía a intereses mayores que los de Francia, en una guerra oculta de la que había sido testigo brevemente en Egipto. ¿Debería volver, recuperar el manuscrito de tapas negras e intentar llevar a cabo de nuevo el ritual en Guiza?

Más tarde pasaba a detallar la anexión de Portugal, y el comienzo de terribles pesadillas en las que parecía vivir vidas paralelas a la suya. Otra anotación un tiempo después:

Con la conquista de Portugal e Italia completo mi Sistema Continental. Su función pública es acabar con el comercio de los ingleses, pero la realidad es mucho más ominosa: sin duda el rey Jorge III pertenece a uno de esos bandos enfrentados que luchan por la dominación, y sé que sus barcos son importantes de algún modo para su poder; espero que con el bloqueo pueda hacerme con aquello que transportan, si es que eso es la clave.


Tras este texto solo había una entrada más, en la que Napoleón decía arrepentirse de no haber intentado aprovechar más la sabiduría de aquel hombre enajenado que había conocido junto a Sulkowski hacía unos años. Tras mucho investigar, el emperador sospechaba que el anciano había sido capturado por los ingleses y encerrado en Marshalsea, y era muy posible que estos se estuvieran aprovechando de sus conocimientos; así que a partir de entonces juraba poner todo su empeño en acabar con la ambiciones de aquellos bastardos en el continente.

Así, abruptamente, acababa el diario. Sin duda, el dato del "manuscrito de tapas negras" dejado en El Cairo era una pista a seguir, y la mención de la columna de sombras en las pirámides era otra referencia que no podían ignorar, además de los comentarios sobre el posible Conde de St. Germain.

 —Uno de esos datos —dijo Patrick—, debe de ser el origen del desastre existencial que se desencadenará si Novikov se hace con el manuscrito. Debemos evitarlo a toda costa, y deberíamos...

 —Mirad esto un momento —le interrumpió Tomaso, poniendo su móvil en el centro de la mesa. En él se mostraban varias pinturas y grabados de la época de Napoleón, en los que se representaba al tal Joseph Sulkowski—. ¿No os es familiar el tal Sulkowski?

Todos estuvieron de acuerdo en que el polaco guardaba un gran parecido con el hombre que conocían como Timofei Novikov. No podían asegurarlo al cien por cien, porque Novikov era mayor y lucía el peso de los años (además de varias cicatrices que quizá fueran las mismas que había mencionado Napoleón), pero si tuvieran que apostar a que eran la misma persona, sin duda lo harían.

 —Como iba diciendo —continuó Patrick una vez que se sobrepusieron al hecho de que Sulkowski y Novikov podían ser la misma persona—, creo que deberíamos intentar encontrar ese "manuscrito de tapas negras" del que se habla en el diario.


miércoles, 10 de junio de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 7

Las Hermanas exorcistas. Taipán inesperada.

Taipán, marchante vietnamita
Los deseos de Patrick tardaron muy poco en torcerse. Apenas había cruzado la avenida y se encontraba buscando un taxi para volver a la CCSA, cuando alguien lo amenazó por detrás encañonándolo con un arma. Otros dos hombres esperaban a las puertas de un vehículo de lujo, donde uno de ellos le cubrió la cabeza con una tela y a continuación fue introducido bruscamente en la parte de atrás.

 —Bienvenido, señor Sullivan, mi nombre es Sergei Ivanov —Patrick reconoció claramente la voz de Timofei Novikov, gracias a sus recuerdos de la anterior existencia—. Espero que mis compañeros no hayan sido demasiado bruscos.

Patrick contestó con su habitual sorna, aunque Novikov apenas le dejo completar su frase:

 —Dígame, señor Sullivan... ¿quién es usted?

Patrick le intentó dar una errática explicación, alegando que aunque no era un marchante de libros profesional, estaba allí siguiendo las órdenes de Emil Jacobsen, el famoso coleccionista británico. Novikov soltó una leve risita que denotaba su incredulidad.

 —Entonces, me quiere decir usted que ha venido al Albergue en sustitución de Sigrid Olafson, ¿no es así? —Patrick optó por no decir nada—.

Novikov llamó entonces por teléfono a Sigrid, que se encontraba ya en compañía de Derek y Tomaso, de vuelta de su expedición a las alcantarillas, donde habían conseguido traspasar el muro de acceso a los túneles bajo el Albergue Orfeo. El ruso informó a la anticuaria de que su amigo el profesor estaba "disfrutando de su compañía", y la instó a reunirse con ellos en un parque del sur en el plazo de una hora.

Derek aprestó a media docena de agentes para controlar el entorno del parque, y pronto tenían varios coches alrededor de la escena, mientras Sigrid esperaba en la esquina indicada. Allí la recogió pronto un todoterreno que tras trazar un breve recorrido, se metió en un aparcamiento público. La anticuaria fue desplazada rápidamente a otro vehículo, una especie de Hummer, donde Novikov le dio la bienvenida; se sentó junto a Patrick. Este ya no tenía la bolsa sobre la cabeza; en la hora que había transcurrido hasta la recogida de Sigrid, él e "Ivanov" habían mantenido una larga conversación e incluso habían llegado a caerse bien el uno al otro. En un momento dado, Patrick había podido incluso percibir el aura del ruso, y esta lo había dejado algo perplejo, pues constaba de multitud de colores y de halos oscuros que denotaban la posesión por varias entidades; sin embargo, su aspecto externo desmentía cualquier tipo de control demoníaco... un tipo interesante, sin duda.

Desde fuera, Tomaso y Derek vieron aparecer desde el interior del aparcamiento tres vehículos iguales. Sin duda querían despistar a sus perseguidores, pero no contaban con el vínculo kármico que unía al grupo y que hacía unos días había permitido a Patrick reunirlo de nuevo. Derek se concentró, y algo le indicó a cuál de ellos tenía que seguir, así que enviando a los demás agentes a perseguir a los otros dos por si acaso se equivocaba, Tomaso y él condujeron detrás del que parecía transportar a Sigrid. Una fugaz sombra llamó la atención del italiano; le costó un rato otearlo, pero al cabo de unos minutos señaló hacia arriba.

 —Mira allí, Derek; no estamos solos.

Cuando el director de la CCSA dirigió la vista hacia donde le indicaba Tomaso, vio claramente la silueta de un helicóptero de color negro siguiendo su misma ruta.

Mientras tanto, en el vehículo de delante tenía lugar una tensa conversación entre Novikov/Ivanov y Sigrid. El ruso la acusó de haberlo traicionado, a lo que la anticuaria contestó que no era cierto, pues ella se había comprometido a que Van Dorn no consiguiera el libro, sin mencionar en el trato a Jacobsen. Así pasaron un buen rato, y cuando la conversación llegó a un punto muerto, Novikov miró en silencio, pensativo, por la ventanilla unos momentos, y rió quedamente.

 —Está bien, señora Olafson, señor Sullivan —continuó—. Como verán, soy un hombre pacífico, a quien no le gusta arrebatar vidas, contra todo lo que puda decirse... y por otro lado, tengo dinero de sobra, así que estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo —mientras hablaba, Novikov sacó su chequera del bolsillo interior de su elegante chaqueta—. ¿Qué les parece esto?: dos millones para usted, señor Sullivan, y otro millón doscientos mil para usted, Sigrid, para un total de cuatro. Y se olvidan del libro, y hacen que van Dorn y Jacobsen se olviden de él también.

Esto último era sin duda la razón por la que Novikov no los había quitado de en medio todavía; Sigrid era la única que podía hacer que los dos bibliomantes dejaran de interesarse por el ejemplar de Taipán. Ella y Patrick se miraron, y enseguida supieron qué hacer. Si querían salir vivos de allí, no les quedaba más remedio que aceptar la oferta y fingir todo lo bien que pudieran que era de buen grado. Por otro lado, se veían extrañamente compelidos a aceptarla; "Sigrid (o cualquier otra persona) sin duda la aceptaría con sinceridad si no fuera por mí y mis intuiciones", pensó Patrick, bastante ebrio por el excelente whisky que le habían servido durante el trayecto; "pero Novikov no cuenta conmigo, ni con mis corazonadas ni con nuestros recuerdos de otra realidad, así que debo fingir y arreglar esto más tarde".

Cuando aceptaron el trato, Patrick volvió a sentir la crisis existencial que había sufrido por la mañana. Afortunadamente, pudo hacerlo pasar por los efectos del exceso de bebida, y Novikov no pareció sospechar nada. De lo que sí se dio cuenta Sigrid fue de que, cuando el ruso les entregó los cheques, mantuvo sus miradas y agarró el papel un par de segundos más de la cuenta, como si estuviera midiendo su poder, o quizá evaluando su sinceridad, o puede que realizando un ritual. La anticuaria se encogió de hombros y sonrió a su interlocutor, contenta con el trato e intentando no pensar que en realidad no pensaban mantenerlo por mucho tiempo. Finalmente, Novikov los dejó en el mismo lugar donde había recogido a Sigrid, hacía aproximadamente una hora.

El grupo no tardó en reunirse de nuevo al completo, y todos fueron puestos al corriente de la conversación con Novikov. Evidentemente, ese "diario secreto" no debía caer en las manos del ruso; todos se fiaban de la intuición de Patrick en este sentido. En ese momento, Tomaso recibió una llamada en el móvil: era su primo Dominic. Miró el reloj sobresaltado: ya eran las seis y cinco.

 —Dominic, ¿estás en el convento ya? —preguntó—. Sí, perdona, perdona, hemos tenido un imprevisto y se nos ha hecho tarde, ya vamos para allá, en veinte minutos llegamos.

Escasamente veinte minutos después, se reunían con Dominic. Allí, el sacerdote les reunió en un refrectorio con tres monjas: la hermana Mary, una muchacha joven y bastante bonita, la hermana Teresa, a quien Sigrid y Patrick ya conocían de sus visitas a sus respectivos hijos, y la hermana Rose, quien al contrario que Mary lucía en su rostro las arrugas de muchos años vividos.

 —Señor Sullivan, tengo buenas noticias —empezó Dominic, con su ligero acento italiano—. La hermana Rose —señaló a la anciana— me ha hecho el gran favor personal de aceptar que la hermana Mary asista a su esposa en un ritual de exorcismo. Huelga decir que esto no puede trascender, y que deben ser ustedes lo más discretos posible en este aspecto. Por supuesto —continuó—, esta aceptación pone en riesgo a todo el convento, que por otra parte pasa por momentos de apuro, así que cualquier ayuda sería bienvenida.

Patrick tocó el cheque de dos millones de dólares que Novikov le había firmado hacía un rato, así que acordó una generosa donación al convento, lo que suavizó el rostro de las hermanas. Estas sonrieron todavía más cuando Derek, como director estatal de una agencia gubernamental, se comprometió a hacer todo lo posible para conseguir que el gobierno aprobara alguna partida extra para los conventos como aquel.

Acordaron verse el día siguiente a eso de las diez de la mañana en el hospital, pues el exorcismo se relizaría alrededor del mediodía, cuando el poder de los demonios se debilitaba. Cuando ya se marchaban, Dominic hizo un aparte con Tomaso.

 —Primo, siento no poder estar mañana en la ceremonia —dijo con voz queda—. Pero me han encomendado una misión, y debo irme lejos. No sé la razón exacta de mi viaje, pero me han convocado con carácter de urgencia.

Dominic se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio a Tomaso, y miró furtivamente alrededor para comprobar que no los observaba nadie. Cogió un lápiz y un papel, dibujó un garabato y marcó un punto en él, entregándoselo apresuradamente cuando unas monjas aparecieron por el pasillo.

De nuevo en la CCSA, Tomaso enseñó el dibujo de Dominic al resto. Sigrid no tardó en reconocer la esquemática silueta de Rusia. Y el punto que había dibujado el sacerdote estaba más o menos en la parte central...

 —Esta península de aquí es claramente Kamchatka —dijo la anticuaria, con su habitual aire de sabelotodo—. Y el punto... ¿creéis que está marcando la localización de Tunguska?

Un escalofrío sacudió a todo el grupo al recordar Tunguska, pero lo cierto es que el dibujo había sido hecho tan deprisa y tan esquemáticamente, que el punto podría no corresponder al punto del misterioso impacto, sino quizá incluso a Khazan o Moscú. No obstante, sospechaban que era demasiada casualidad.

Mientras estaban sumidos en estas reflexiones, Derek recibió una llamada. Era Shannon Miller, la mano derecha del congresista Ackerman.

 —Señor Hansen —dijo Shannon con su grave voz de fumadora al otro lado de la línea—, tengo malas noticias. El congresista Ackerman cayó enfermo hace un par de días, y ayer fue diagnosticado con síntomas de posesión—Derek torció el gesto—. El caso... —hizo una pausa, incómoda—, el caso es que en uno de sus momentos de claridad, me dio la orden de contactar con usted sin tardanza.

 —Ha hecho bien en llamarme, Miller. Estaré ahí en cuanto pueda.

 —Muy bien, señor Hansen, muchas gracias. Estamos haciendo todo lo posible por ayudar a Philip, pero no hay forma de encontrar un exorcista estos días.

¿Eran imaginaciones suyas, o Derek percibía un leve atisbo de rabia y de celos en las palabras de Shannon? No le extrañaba, esa mujer era un tiburón político que aplastaría a cualquiera por quien Ackerman mostrara su preferencia... afortunadamente, Derek no era un rival para sus aspiraciones; "al menos eso espero", pensó.

Tras despedirse de Shannon, compartió el nuevo problema con el resto del grupo. Decidieron que el día siguiente, tras la ceremonia de exorcismo, al menos Derek y Tomaso saldrían hacia Washington para ver al congresista. Esperaban que pudieran ir todos juntos.

Durante toda la tarde, Sigrid intentó contactar con Ramiro, su marido, sin éxito; empezaba a estar muy preocupada. Afortunadamente, Esther se encontraba ya a salvo en la casa de sus viejos amigos Martha e Irving. Poco después contactaba con Van Dorn y con Jacobsen en sendas llamadas para informarles de que el libro que vendía Taipán "no valía la pena para superar las pujas que se habían dado"; alegó que era una falsificacion o una copia, y que realmente no había sido escrito por Napoleón como afirmaba la vietnamita. Con eso cumplió una parte importante del trato con Novikov. Tanto Paul como Emil parecieron bastante convencidos con su explicación; en realidad, no tenían motivos para sospechar nada.

Patrick, por su parte, salió hacia el hospital para pasar allí la noche, pero se encontró con que no pudo velar a Helen; los protocolos impedían que, dado su estado de posesión y los síntomas que ya se habían manifestado, nadie la acompañara por la noche.

Bastante temprano por la mañana, Jacobsen llamó a Sigrid de nuevo para preguntarle si había podido contactar con Ramiro en las últimas horas. Ella le contestó que no, que la última vez que habían hablado había sido cuando Ramiro se disponía a salir hacia la biblioteca que mencionó; más o menos, Emil había hablado con él en el mismo momento. El bibliomante inglés se encontraba preocupado porque no había podido contactar con ninguno de los miembros del grupo que había partido hacia Viena con Ramiro, así que pidió a Sigrid que le avisara si se enteraba de alguna novedad. Esta, muy preocupada, le contestó que desde luego lo mantendría informado, y esperaba que fuera recíproco.

Poco después, mientras todavía se encontraba llamando repetidamente a Ramiro, Sigrid recibía la llamada de Taipán.

 —Buenos días, señora Olafson, espero no llamar demasiado pronto —dijo la mujer, despreocupada y con el pintoresco acento vietnamita—. Mire, le llamo porque creo que no vamos a poder llevar a buen término nuestro negocio, hay otra oferta por el libro de cinco millones de dólares.

La anticuaria no necesitó pensar mucho para deducir quién había ofrecido tanto dinero; sin duda había sido Novikov. Así que tuvo lugar una larga conversación en la que Sigrid intentó convencer a Taipán de la conveniencia de venderle a ella el libro; la vietnamita entró en el juego, divertida, y durante el intercambio una buena química surgió entre las dos. Se dieron cuenta de que eran muy parecidas, adictas al juego social, al toma y daca de la negociación y el subterfugio, y finalmente, Taipán, soltando una risita, dijo tuteándola:

 —Está bien, Sigrid, vamos a jugar a algo. Elige, ¿Jacobsen o Van Dorn?

 —No veo la razón... —comenzó la anticuaria.

 —No lo pienses o no hay juego. ¿Jacobsen o Van Dorn?

 —Vale, vale, de acuerdo... Jacobsen.

 —Muy bien —anunció Taipán, riendo otra vez, se notaba que disfrutaba—. Este es el trato, Sigrid: el libro es tuyo por tres millones de dólares, y una noche en la Biblioteca de Emil Jacobsen. Seguro que tú tienes los medios necesarios para que pueda pasar una noche allí sin que nadie se dé cuenta, ¿no?

Sigrid guardó un aturdido silencio unos momentos, pero el libro era lo más importante. Por supuesto, cerró el trato con Taipán, prometiéndole una noche en la Biblioteca del inglés en un plazo razonable, no superior a tres meses. Quedó con la vietnamieta en encontrarse esa noche en un lujoso restaurante para hacer el intercambio. También le dijo que podría acudir "acompañada por ese amigo suyo tan interesante", refiriéndose a Patrick, claro.

Acto seguido, el grupo, un par de agentes de la CCSA y las tres monjas se encontraron en el hospital y accedieron a la habitación de Helen para practicar el exorcismo. Las hermanas requirieron que en la habitación se quedaran solamente aquellos que tuvieran creencias religiosas o que fueran familiares de la enferma. Así que Sigrid, Derek, Sally y los dos agentes montaron guardia fuera mientras Patrick y Tomaso se quedaban en el interior.

La ceremonia se prolongó durante un par de horas muy intensas en la que hubo una decepcionante (o quizá reconfortante) ausencia de efectos sobrenaturales, y durante las que Helen no hizo más que sonreir a las hermanas que oraban, la increpaban y la rociaban con agua bendita. Su mirada pasaba fija, sin parpadear, de una monja a otra, extremadamente inquietante debido al halo oscuro alrededor de sus iris.

Finalmente, las monjas detuvieron la ceremonia.

 —Esto es muy extraño señor Sullivan —anunció la hermana Rose, la anciana—. La hermana Mary, aunque tiene una fuerza enorme, tiene poca experiencia en estas ceremonias, pero yo he asistido a varios sacerdotes en ellas, y le puedo decir que nunca había visto que el sujeto poseído ni siquiera se inmute con el agua bendita ni con los salmos 117 y 130, y por el contrario, todo lo que haga sea sonreir, como si el exorcismo no le afectara en absoluto. Lo siento —acabó, con un sincero pesar—, pero me temo que no podemos ser de ayuda aquí.

Patrick les dio las gracias, y se decidió que a continuación las hermanas acompañarían a Derek y a Tomaso  a Washington, por si hubiera que tratar al congresista (de quien por otra parte dependía la promesa de Derek de dotar fondos a los conventos). Tras dar ánimos a Patrick, el grupo se dividió.

Una vez salieron todos, Patrick permaneció en la habitación junto a su mujer hasta que llegara la hora del anochecer donde le pedirían que saliera. Habló con ella, intentando hacerla reaccionar, recordándole momentos felices e intentando traerla de vuelta. Al percibir su aura, detectó colores y formas parecidas a las que había visto sobre Novikov, pero más extrañas, no supo interpretar bien qué significaba (aparte de la obvia posesión). Finalmente, cerca del anochecer, Helen, que después del intento de exorcismo parecía haber caído dormida, volvió a abrir los ojos, mirando fijamente a su marido con aquella mirada espeluznante.

 —Es demasiado tarde, Patrick —dijo con su voz de siempre—. Es demasiado tarde para mí. Ahora, solo deseo hacerte todo el daño posible.

A continuación, su voz cambió a otra mucho más grave, sobrenatural y siseante, que profirió varias amenazas. Luego volvió la voz de Helen, que pidió insistentemente a Patrick que la besara. Cuando este se negó, Helen se incorporó sin apoyo visible, como si fuera una palanca, y se acercó rápidamente a su marido. Este retrocedió hasta la puerta, asustado, y decidió utilizar su capacidad para alterar el continuo; provocó una explosión que, aunque podría haber matado a una persona normal, solamente alejó a Helen un par de metros hacia atrás; no obstante, fue suficiente para abrir la puerta y salir al exterior mientras un par de celadores acudían rápidamente hacia allí con el equipo necesario para sedar a la paciente.

Sin embargo, no tuvieron tiempo de sedarla. Mientras los celadores se encontraban preguntando a Patrick qué había pasado en presencia de Sigrid y Sally, se oyó un tremendo ruido procedente de la habitación. Jonathan y el otro agente de la CCSA sacaron sus armas.

Con cuidado, los celadores pasaron al interior de la habitación escoltados por los agentes. Patrick vio cómo relajaban su actitud pero torcían el gesto al ver algo en el interior: donde antes había habido una ventana con barrotes, ahora no había ventana, ni un trozo de pared. Patrick se asomó por el hueco rápidamente, y desde esa altura, un cuarto piso, vio pasar fugazmente ante la luz de una farola la silueta de su mujer, que escapaba velocísima. Dio un golpe en la pared, frustrado. Para acabar de estropear la situación, vio que por la esquina aparecían los padres de Helen, que debían de haber llegado hacía muy poco a Nueva York. "No tengo el ánimo suficiente para enfrentarme a ellos", pensó, así que instó a todo el mundo a marcharse rápidamente; Sigrid y él se dirigieron al apartamento de la primera para asearse y recuperarse.

Una vez refrescados, y con Patrick bebiendo un poco más de la cuenta, se dirigieron a la reunión-cena con Taipán después de pasar por el apartamento de la anticuaria para asearse un poco.


Mientras tanto, Tomaso y Derek llegaban a Washington y se encontraban con Shannon Miller en el  hospital. Allí, saltaron chispas en la primera conversación cuando Tomaso dejó caer que el congresista "elegía muy bien a sus colaboradores", refiriéndose a todas luces a Derek, y abundando en la inquina que Miller parecía tenerle.

Al cabo de un rato más o menos largo, y tras mucho insistir, Derek consiguió por fin que los médicos le dejaran visitar a solas durante cinco minutos al congresista Ackerman. En la habitación, haciendo uso de todo su poder de convicción, Derek hizo reaccionar a su amigo, lo suficiente para que este hablara sobreponiéndose a su estado:

 —Me alegro de verte, Derek —dijo—. Eres el único en quien confío. No te fíes de nadie, de nadie en absoluto. Y si no pueden librarme de esto, sácame tú de aquí —tosió—; sácame a toda costa y llévame a Nueva York.

No pudo mantener el control por más tiempo, y su voz comenzó a convertirse en un susurro sibilante, así que Derek optó por marcharse. El día siguiente intentarían exorcizar a Ackerman, y anunció:

 —Si no tenemos éxito, tendremos que llevárnoslo aunque sea a la fuerza, Tomaso.

 —Si lo juzgas necesario, lo haremos, no lo dudes, pero necesitaremos refuerzos.

Se marcharon al hotel.

En Nueva York, Patrick y Sigrid llevaban unos minutos esperando en el altillo donde se encontraba e reervado del restaurante donde se encontrarían con Taipán, cuando esta llamó al móvil de Sigrid.

 —Me temo que me voy a retrasar unos minutos —dijo—, porque hay alguien que nos está siguiendo. Pero no os preocupéis, los despistaremos pronto.

 —De acuerdo Taipán —respondió Sigrid—, no hay prisa, id con cuidado y aseguraos de que no os siguen.

Al cabo de unos veinte minutos, la vietnamita llegaba con dos acompañantes al restaurante, y tras saludar a Sigrid, sonrió coquetamente a Patrick. Se encontraban terminando el primer plato y hablando de cosas más bien intrascendentes antes de pasar a hacer negocios, cuando Sigrid vio aparecer por la puerta del restaurante la familiar silueta de Novikov; y no iba solo.

 —Me temo que no despistasteis a vuestros perseguidores, Taipán —dijo—. No os giréis. A ti te conocen en este sitio, ¿no? ¿nos dejarán salir por la cocina?

 —No creo que haya problema —respondió la vietnamita—.

Tras la rápida entrega de un pequeño fajo de billetes al maître, recogieron discretamente y se precipitaron por unas pequeñas escaleras en la trastienda, que les dio acceso a las cocinas y finalmente a la puerta que salía al callejón trasero. A su derecha, un coche apareció bruscamente, dando un frenazo. Corrieron en sentido contrario, atravesando varios pasajes y callejones mientras oían gritos a lo lejos. Sigrid cayó en la cuenta de que podía haber un helicóptero espiándolos, así que dirigió al grupo a través de callejones cubiertos. Finalmente, dando por despistados a sus perseguidores, se metieron en un garito donde un grupo improvisaba una sesion de jazz.

Derek, que detectó la angustia de sus compañeros a través del vínculo kármico del grupo, utilizó sus habilidades de ocultación para evitar que fueran detectados.

Así, Taipán y los demás pudieron trasladarse a un local más adecuado para cerrar su trato. Sigrid los condujo a un restaurante cercano que conocía, y allí hicieron el intercambio del dinero por el libro con un brindis. La anticuaria prometió contactar con ella para visitar la biblioteca de Jacobsen en el plazo acordado de tres meses. Por supuesto, Taipán no desaprovechó la oportunidad para insinuar lo que ocurriría si ella faltaba a su palabra, sin borrar la sonrisa de su cara.

 —Al fin y al cabo —dijo—, esto es sin duda el inicio de una gran (y productiva) amistad.