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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 6 de mayo de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 18

Negociaciones. Visita a las Legiones.

En voz baja, Daradoth compartió todo lo que había visto con sus compañeros. Una vez terminó de contar cómo los seres encapuchados habían parecido turnarse en el interior de la Biblioteca, todos sintieron que sus pensamientos cambiaban y por fin sentían la inquietud por subir más allá de la barrera que les impedía el paso a la parte alta de la colina.

—¿Lo notáis? —preguntó Symeon.

—Si te refieres a la voluntad de subir la escalera, pero que algo nos lo impide, sí, lo noto —contestó Yuria.

—Yo también lo noto —terció Galad—. Y sé que tendríamos que subir, pero sabiendo lo que hay ahí arriba, dudo de que sea una buena idea.

—Sí, es verdad. Parece que esos seres encapuchados sean una especie de líderes, o maestros, de los mediadores. Y no olvidéis que los vimos en la visión que compartimos con Ashira, mucho más claramente. Son poderosos. Mucho. Y Ashira, ahí dentro...

—No sabemos si sigue ahí, o si sigue... —Galad se interrumpió antes de pronuciar las palabras "con vida".

—Yo pienso —interrumpió Yuria que al menos deberíamos explorar un poco más allá de esta barrera. Un poco más.

—Sí, tenemos que averiguar qué pasa —la secundó Daradoth.

Discutieron en voz baja durante unos minutos acerca de la conveniencia de subir y el riesgo que conllevaba. Finalmente descartaron la idea. Además, suponían que esos seres se encargarían de mantener la Biblioteca a salvo de Ashira y la Sombra. Volvieron a palacio ya entrada la madrugada.

Por la mañana, Galad solicitó información sobre la situación de Datarian y de su mansión. Según les informó el consejo, en la mansión los guardias reales habían hecho el registro pertinente y al parecer no había nadie más que el servicio de la casa. Por otro lado, de las tres legiones acampadas al este de la capital no habían tenido noticias desde hacía días, así que una de las posibilidades era que Datarian hubiera huido a uno de sus campamentos y estuviera allí refugiado y preparando sus planes.

Tras proporcionar esta información, dos de los guardias extendieron un mapa sobre la gran mesa del consejo. La duquesa Sirelen dijo:

—Siguiendo vuestros consejos, según las indicaciones de los vestalenses, hemos podido detallar en un mapa (simplificado, por supuesto) los dominios de las facciones que luchan en este momento por el poder en el imperio vestalense. Aquí las tenéis.

 » Los llamados "leales", cuya delegación hospedamos, ocupan el centro-sur, incluyendo la capital, Denarea, y Creä, aunque no tienen muchas esperanzas de mantener esta última; quizá incluso ya haya caído a estas alturas. Hay varios movimientos separatistas en el norte y el oeste. Con estos últimos ya estamos manteniendo contacto y seguramente se incorporarían a Sermia en un plazo breve, ya que es la zona donde tenemos más fieles. Los llamados "puristas" ocupan el centro y son los más fanáticos, religiosos y aislacionistas. Y, por fin, los "arribistas", los invasores aliados de la Sombra que cuentan en sus filas con los hombres pálidos, los grandes cuervos y los extraños hechiceros. Desde luego, la situación es óptima para una intervención armada. 

Facciones en el Imperio Vestalense

 —Si no fuera por la situación de la propia Sermia ahora mismo —sentenció Yuria—. Desde luego, es una fruta madura dispuesta a ser recolectada, pero antes tenemos que poner orden en nuestras filas.

—Y esperar a que los reyes despierten, no pueden tardar mucho —intervino Galad.

Symeon aprovechó lo que veía en el mapa para hacer un comentario en voz baja a Yuria:

—Los Leales quizá podrían permitirnos el acceso y la extracción de la caravana de errantes donde dejamos a Valeryan, a Sharëd, el hermano de Taheem, y a los demás, ¿no crees?

—Sí, claro —contestó la ercestre en voz igualmente queda, lo podríamos incluir en los términos de la negociación. Pero primero tenemos que ver si somos capaces de ayudarlos. —Yuria se separó unos pasos de Symeon y se dirigió al consejo—: Deberíamos averiguar con cuántas tropas cuentan y cuál es la situación real, así que, si no os importa, los convocaré ahora mismo.

No hubo objeciones al respecto, y la delegación vestalense llegó a la sala de gobierno en poco más de media hora.

Bidhëd ra’Ishfah dio todos los detalles que pudo sobre el número de tropas estimado de cada facción, y también dejó claro que el mapa no era sino una simplificación, pues, por ejemplo, había fieles de los puristas por todo el imperio que estaban llevando a cabo actos de desestabilización e insurgencia. Según Ahmafar ri’Wareer, el clérigo de la delegación, los puristas veían la muerte del Ra'Akarah (o la "supuesta muerte", según los arribistas) como un castigo divino, y querían acabar con el orden imperante y las "herejías existentes" para establecer uno nuevo con un imperio autosuficiente y cerrado.

Una vez satisfecha con la información recibida, Yuria tomó la palabra:

—Supongo que tenéis claro que tendréis que hacer algunas concesiones a cambio de nuestra ayuda, ¿verdad, lord Bidhëd?

—Por supuesto, por supuesto. Por ello estoy aquí como enviado plenipotenciario —miró al resto de su delegación— de mi señor Wadeem ra'Alfadah, badir de Harejet y señor de Denarea, como ya os dije ayer. Lo que necesitamos urgentemente son suministros, comida y armas. Tropas también, y algún medio para enfrentarnos a esos demonios de los arribistas.

—Ya sabéis que sus majestades exigirán concesiones territoriales a cambio de su ayuda, además de acuerdos comerciales ventajosos por las mercancías más valiosas. Además, quizá podamos encontrar una manera de incluir en los tratados a la Federación de Principes Comerciantes, al mando de mi señora, lady Ilaith Meral.

Esta última frase hizo arquear cejas entre todos los reunidos, incluida la duquesa Sirelen.

—Disculpad —contestó ra'Ishfah—, pero no veo de qué manera los Príncipes Comerciantes, tan lejanos, podrían ayudarnos.

—De multitud de formas —se apresuró a contestar Yuria, ciega a los resquemores que se estaban levantando en el resto del consejo—; lady Ilaith posee recursos que no podéis llegar a imaginar. Y la capacidad de trasladarlos rápidamente.

La duquesa Sirelen, visiblemente molesta, interrumpió la conversación.

—Creo sinceramente que lo más adecuado sería esperar a que sus majestades despertaran del sueño febril. No puede prolongarse demasiado ya. Cada vez están mejor.

—Yo también creo que sería lo mejor —intervino Galad, intentando rebajar la tensión—. Sin duda se mostrarán de acuerdo en aceptar la colaboración de lady Ilaith, que, como dice lady Yuria y puedo corroborar, dispone de recursos muy valiosos.

—El problema que tenemos es que cada minuto que pasa cuenta —contestó ra'Ishfah—. Creä no aguantará mucho, si es que todavía lo hace, y nuestra gente caerá a miles ante esos seres aberrantes. 

—Sí, no creo que se alargue más de un par de días el despertar de sus majestades Menarvil e Irmorë.

—Supongo que, siendo así, podemos esperar un poco más.

«Tampoco es que tengáis otra opción», pensó Daradoth.

Una vez los vestalenses se hubieron retirado, el grupo celebró una pequeña reunión con la duquesa y los bardos. Galad planteó la posibilidad de que el imperio vestalense se disgregara en pequeños reinos, mientras que Daradoth insistió en la necesidad de exterminar a todos los fieles de la Sombra.

—Las concesiones territoriales deben quedar en un segundo plano —dijo vehementemente el elfo—. Lo que tenemos que lograr es que esos "leales" sean realmente fieles a la Luz y cuando corresponda acudan en nuestra ayuda cuando se produzca la verdadera guerra, aquella en la que se enfrenten Luz y Sombra.

—Completamente de acuerdo —dijo Galad—. Pero primero debemos llegar a un acuerdo terrenal para convencerlos de algo más elevado.

—Por lo poco que sé yo de estos temas —intervino Anak Résmere—, creo que lo ideal para nosotros sería estancar el conflicto. Darles los medios para estancarlo a cambio de un pacto de amistad y acuerdos comerciales o cartas de préstamo. Sería lo más... económico para Sermia, y nos aseguraríamos de tener un primer escalón para la lucha "real".

—Tendremos que resolver el asunto Datarian para poder negociar, en cualquier caso —contestó Daradoth.

—Por supuesto.

El grupo se retiró de la sala con la excusa de comer algo, y Galad y Yuria aprovecharon para comentar con el grupo:

—Es verdad que tenemos todavía el problema de Datarian —dijo Yuria—. Pero ahora disponemos de recursos que en teoría se han liberado.

—La Región del Pacto —Galad siguió el hilo de sus pensamientos—. Allí tenemos cincuenta paladines, cuarenta iniciados, trescientos hijos de Emmán, los Alas Grises de lady Ilaith, un general famoso y toda una nación agradecida por la ayuda. Tendremos que actuar rápido.

—Y quizá establecer una segunda vía de negociación —sugirió Yuria—. No creo que lady Ilaith nos pusiera problemas para disponer de uno de los dirigibles grandes, por ejemplo, el Nocturno, para transportar a los paladines.

Poco después Anak Résmere se reunía con Galad.

—Espero que todos estos avatares e imprevistos —dijo el bardo solemnemente— no aparten vuestra atención del que, para mí es el asunto fundamental y que requiere toda nuestra atención.

«Por Emmán», pensó Galad, «demasiadas cosas a tener en cuenta, y no sé qué podemos hacer con esos gemelos».

—Por supuesto —respondió—. Perded todo cuidado, los tengo muy presentes.

Satisfecho con las palabras del paladín, Anak hizo un gesto de reconocimiento. Ambos se reunieron con el resto del grupo.

—Creo que deberíamos reconocer los campamentos del ejército con el Empíreo y averiguar lo que podamos, ¿no os parece?

Todos se mostraron de acuerdo, y al poco rato, con el sol ya descendiendo, sobrevolaban las inmediaciones de la ciudad. Por desgracia, la niebla apenas les dejaba ver. 

—Así no podremos sobrevolar los campamentos, tendremos que descender cerca de ellos y acercarnos por el suelo. 

—Lo haremos, a ver si podemos averiguar algo. La inacción me mata. Pero, ¿qué os parece si intentamos sobrevolar antes la Biblioteca? —sugirió Daradoth.

—Sí, hagámoslo —coincidieron todos.

Yuria se puso a los mandos del Empíreo, y se dirigió hacia la colina de la Biblioteca. Cuando calculaba que faltaba poco para llegar, tuvo una sensación extraña. Dio un golpe de timón y viró el dirigible hacia el norte, mientras luchaba por no hacerlo. Todos se sorprendieron al perder el equilibrio.

Hicieron un intento más con el capitán Suras al timón, pero el resultado fue el mismo.

—¿Podemos fijar el timón y el rumbo para que el dirigible vaya solo hacia allá? —sugirió Daradoth.

—Creo que sí, lo podemos intentar —aceptó Yuria.

Y así lo hicieron. Yuria y Suras fijaron el timón y la altitud para que el Empíreo se dirigiera sin su intervención hacia la Biblioteca. Se acercaban cada vez más, y la idea parecía funcionar. Pero de repente, tanto Yuria como Suras corrieron como una centella hacia el puente de mando y desatrancaron el timón sin que el grupo pudiera reaccionar. Volvieron a virar hacia el norte.

—Lo siento —se disculpó Yuria, y también Suras—. No he podido evitarlo, ha sido más fuerte que yo.

—Parece que esa barrera en la Vicisitud hace que aquel de nosotros que tiene la capacidad, impida que nos aproximemos al complejo —dijo Symeon, pensando en voz alta mientras se rascaba la barbilla.

—Si es así —intervino Daradoth, girándose hacia los pilotos— tendremos que inmovilizaros, Yuria.

—Está bien.

Fijaron el rumbo del dirigible  y a continuación ataron a Yuria y a Suras al soportal mayor de la nave. Aunque los dos sintieron la necesidad imperiosa de correr hacia el timón, fue en vano.

Y el Empíreo por fin superó la barrera invisible. La niebla desapareció al instante, y Yuria, tras ser liberada, se apresuró a poner el dirigible en ruta estacionaria. Daradoth se asomó inmediatamente, ayudándose del catalejo, pues estaban a una altura considerable. Los edificios de la biblioteca seguían mostrando las volutas que parecían deshacer sus contornos en una acuarela gaseosa, y abajo, en tierra, vio personas. Personas que se encontraban completamente inmóviles.

—Veo bibliotecarios, maestros del saber y lo que parecen visitantes o personal ayudante. Y algunos guardias reales. Y todos parecen estar en alguna especie de éxtasis, paralizados; están bien. Ni rastro de los mediadores ni seres anormales.

—¿Deberíamos descender y ayudarlos a salir? —sugirió Galad.

—No me parece muy buena idea —contestó Daradoth—. Si los sacamos, igual empieza a afectarles el paso del tiempo, que ahora parece respetarlos.

—No me gustaría irme sin averiguar algo más —intervino Yuria, dejando el timón a Suras—. ¿Creéis que podríamos percibir la Vicisitud aquí dentro?

Todos se concentraron, y en esta ocasión fueron Galad y Yuria quienes pudieron expandir su consciencia para sentir los hilos del tapiz. Todo vibraba desmesuradamente. Yuria se mareó mientras acertaba a decir:

—Allí abajo pasa algo, algo importante. Muy abajo. Los hilos están... retorcidos, arrastran otros... me arrastran... nos arrastran... —Suras la cogió del brazo cuando pareció desfallecer. Las hebras de la Vicisitud vibraban y se retorcían de manera desmedida, provocando la formación de nubes repentinas y rachas de viento aleatorias—. No me atrevo a bajar más.

—¿Qué has querido decir con "muy abajo" Yuria? —inquirió Symeon.

—Abajo. Profundo en la tierra. Muy profundo.

Yuria anuló su percepción, aliviada, y se marcharon de allí. No tuvieron problemas en salir, internándose en la niebla.

De vuelta a palacio, varios sirvientes salieron al encuentro de Yuria para informarla de que la duquesa la reclamaba urgentemente. Acudieron rápidamente a la sala de gobierno, donde lady Sirelen les informó:

—Varios informadores han llegado a lo largo del día a la ciudadela, y todos informan de varios ejércitos aproximándose hacia la capital. Creo que lord Valemar está haciendo por fin su movimiento.

—¿Varios? ¿Desde dónde?

—Al parecer, un contingente viene desde uno de los feudos del duque. Otro desde el condado de Serhome, uno de sus vasallos, y al menos dos más acuden desde el suroeste. Creemos que tratarán de unirse a las dos legiones que quedan en el campamento oriental.

—No sería mala idea hacerles una visita, por cierto —dijo Yuria.

—¿Sabemos a cuánta distancia están? —preguntó Galad.

—A un par de días de camino —respondió la duquesa. Quizá un poco más.

—Entonces, es urgente hablar con las dos legiones acampadas en las afueras, sí.

Con el crepúsculo ya cayendo, el grupo partió a caballo y con una escolta hacia el campamento oriental. La comitiva iba encabezada por sir Garlon, el capitán de la guardia real, un héroe respetado en Sermia, y bajo los colores del estandarte real. Otro miembro del consejo, el conde Hannar, se sumó al grupo en el último momento.

Conforme se acercaban a la localización del campamento, varios kilómetros hacia el este, fueron viendo cómo los pueblos que atravesaban se encontraban más y más esquilmados.

—Debe de hacer varios días que nadie trae suministros a los soldados —dijo Yuria, estarán consiguiéndolos por sí mismos. Veremos si eso es bueno o malo.

Aquí y acullá vieron varios soldados, un número muy reducido, ebrios e inconscientes. Poco tiempo después, cuando ya había oscurecido, llegaron al campamento, a la vez que varios soldados que arrastraban animales y acarreaban sacos de harina. Contra todo pronóstico, el campamento estaba bien organizado, lo cual daba cuenta de unos generales bastante competentes al mando de las dos legiones.

Sir Garlon habló con el oficial al mando de los guardias en su idioma, el sermio, que solo Daradoth entendió a duras penas. Hannar trató de traducir lo mejor que pudo. En los alrededores, Daradoth podía ver que algunos de los soldados lo miraban con suspicacia, mientras que otros lo hacían con devoción. Pocos de aquellos soldados habían estado en las conferencias, si es que alguno lo había hecho, pero los rumores debían de haber llegado hasta allí, además de la inclinación natural de los sermios a venerar a su raza.

El ojo experto de Yuria pudo ver cómo una parte del campamento había sido desmantelada muy recientemente, indicador de que una de las tres legiones que habían visto al llegar a Doedia se había retirado hacía muy poco. «La que acudió a la llamada del consejo», pensó.

Por suerte, parece que han accedido a dejarnos parlamentar con sus generales —las palabras de Hannar sacaron a la ercestre de sus pensamientos.

Una gran tienda de campaña se levantaba en el centro del campamento, organizado según los estándares esthalios, como pudieron reconocer rápidamente Yuria, Galad y Symeon.

Allí les recibieron dos hombres cargados de galones, curtidos y con cara de pocos amigos. Iban acompañados de un pequeño grupo de los que debían de ser sus ayudas de campo. Los generales se presentaron. El primero de ellos habló en un perfecto Sermio, y sus palabras fueron traducidas por Hannar:

—Soy el general Tybasten Anderr, comandante de la legión Voluthar —Symeon reconoció al instante el nombre de uno de los grandes héroes de la mitología Sermia.

El otro general habló también en Sermio, pero su acento lo delataba como extranjero:

—Mi nombre es Wolann de Eghenn —un nombre claramente esthalio; de hecho, Eghenn era un pequeño pueblo de la marca de Gweden. Y continuó en estigio, volviéndose hacia Tybasten—: en deferencia a nuestros invitados, será mejor que hablemos en mi idioma natal, creo que nos entenderemos mejor.

—Está bien —dijo el interpelado, con algo de acento. ¿Qué os trae a nuestro campamento, mis señores?

Wolann de Eghenn

Yuria tomó la palabra:

—Queremos saber en qué situación os encontráis, si necesitáis algo de ayuda y si por ventura estáis enterados de todo lo que ha pasado en Doedia últimamente.

Fue el general Wolann quien contestó, algo socarrón:

—Pues ya veis nuestra situación, teniendo que robar comida porque hace casi una semana que no recibimos suministros. Se nos convocó aquí hace meses para lanzar un ataque a los vestalenses, pero las órdenes nunca llegaron. El terremoto, la extraña nieve que no se derretía y esta maldita niebla lo han complicado todo en extremo, supongo. 

Y según nuestros informes —continuó Tybasten mirando suspicazmente a Garlon y a Yuria— ha habido una traición en la capital, así que estamos a la espera, sobreviviendo lo mejor que podemos.

—¿Traición? ¿Por parte de quién?

—De la guardia real y del consejo real, con la duquesa Sirelen a la cabeza. Y —volvió a mirar a Garlo y a Yuria con una mirada cargada de acusaciones— de un grupo de extranjeros.

—¿Traidores a los reyes?

—Al custodio del reino durante su enfermedad, el duque Datarian. Nuestro señor.

—Creo que vuestra información no es todo lo veraz que creéis —intervino Symeon—. Si nos dejáis explicaros la situación, quizá cambiéis de actitud. Y lo escucharéis de primera mano.

Wolann se adelantó a Tybasten en la respuesta:

—Por supuesto, en deferencia a un hermano paladín de Emmán, legendarios por su sinceridad, y a un lord elfo. Adelante.

Galad continuó, comprendiendo el mensaje en las palabras de Wolann:

—En primer lugar, quiero informaros de que los monarcas se encuentran bien y que en breve estarán recuperados de su enfermedad. Podéis visitar el palacio y verlos por vosotros mismos, no así como cuando Datarian ejercía la custodia, que los tenía encerrados bajo llave. Nosotros estamos aquí precisamente por la situación generada; desconocíamos vuestra situación, y el custodio no estaba cumpliendo con sus obligaciones. Ahora hay una orden de arresto sobre su persona.

 » Además, Datarian colaboraba con unos extranjeros de aspecto extraño que resultaron ser adoradores demonios, e incluso demonios en sí mismos. Nos enfrentamos a ellos y les derrotamos.

—¿Demonios? ¿Pero qué...? —empezó Tybasten.

—Sabéis que no puedo mentir, y os juro por Emmán que lo que os estoy diciendo es cierto.

—No nos malinterpretéis, mi señor —intervino Symeon—. No estamos acusando al duque de traición, es posible que estuviera bajo el influjo de esos demonios o de alguno de sus controladores.

Galad les describió a los demonios, y a los Hijos del Abismo que habían acudido a Doedia junto a Norren. Les habló también de Ashira y su séquito, sugiriendo que era posible que se hubieran aprovechado de la buena voluntad de Datarian.

—Pero... pero el duque... nunca habría...

—Ya os lo he dicho, y os lo repito. Lo juro por mi sagrado señor Emmán, que me retire su favor si lo que digo es cierto —Galad cerró los ojos, llevó el puño a su corazón y convocó su aura sagrada, impresionando a todos los allí reunidos percibir en el fondo de su audición trompetas y arpas sonando.

Symeon observaba la escena atentamente. Wolann parecía mirar a Galad con devoción. «Lo ha convencido totalmente», pensó. «Bien hecho, Galad». El otro general, Tybasten, era otro cantar. A pesar de mostrarse impresionado, e incluso convencido, no mostraba la misma reverencia en sus ojos. «Esperemos que baste con eso».

—Por supuesto, os invitamos a venir a la ciudad —dijo Daradoth.

—Yo iré —dijo Wolann, sin dudar—. Quiero ver todo eso por mí mismo. 

—Por supuesto, quizá podamos hacer algo por vosotros, si necesitáis suministros —sugirió Symeon.

—Daré las órdenes pertinentes, claro —aseguró el conde Hannar.   

Acto seguido, Tybasten y Wolann se enzarzaron en una discusión en sermio, de la que el agudo oído de Daradoth pudo entender escasas palabras. Al parecer discutieron sobre si Galad decía la verdad y de las intenciones del grupo.

Finalmente, la comitiva partió en plena noche de vuelta a Doedia acompañados de Wolann, sus ayudas de campo y su guardia personal. A mitad de camino, el general habló:

—En realidad, debo informaros de que ya tenemos órdenes de Datarian. Debemos marchar pasado mañana al amanecer hacia la ciudad, para reunirnos con sus tropas. Ahora mismo, la ciudad está en serios apuros, si me permitís la expresión.

—¿Vuestras tropas nos seguirían para defender la ciudad? —preguntó Daradoth.

—Me temo que Tybasten, aunque os crea, seguirá fiel al duque. Yo os creo, hermano Galad, y no quiero colaborar más en ninguna conspiración maligna, y menos una que implique tratos con demonios.

—¿Qué podríamos hacer entonces?

—Al menos parte de mis tropas me seguirían, pero levantaríamos muchas sospechas si las movilizo sin previo aviso. Una traición tan manifiesta no calaría bien entre los soldados.

—Pues tendremos que pensar alguna manera de hacerlo.

Tras meditarlo unos minutos, Wolann lanzó una sugerencia:

—¿Qué os parece si falsificamos órdenes nuevas de Datarian? ¿Requiriendo que una de las legiones parta hacia el oeste de la ciudad para rodearla? De ese modo, daría igual qué legión partiera y cuál se quedara, ya estarían separadas. Habría que enviar un mensajero con librea falsa y con el sello de Datarian en las órdenes.

—No parece mala idea —dijo Yuria.