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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 5

La Revolución de Dársuma
A bordo del Empíreo, el capitán Suras, la navegante Egrenia y la propia Yuria condujeron con seguridad al grupo compuesto por una veintena de personas a través de la frontera con el Imperio Vestalense, la marca de Arnualles, el Gran Estuario del Káikar, el propio Imperio del Káikar y las extensas praderas de las Tierras Libres hasta llegar a la vista de Dársuma, la capital del distrito de Darsia, uno de los seis "países" del homónimamente llamado Pacto de los Seis.

A instancias de Symeon buscaron un lugar seguro donde descender, a unos treinta kilómetros al este de la ciudad, dirección desde la que ellos llegaban. El errante localizó una especie de corona de colinas entre las que se encontrarían a buen resguardo. Daradoth confió a continuación el búho de ónice a Suras, con instrucciones de alejarse hasta la estribación más septentrional del los montes Dratios, que se encontraban a unos cien kilómetros más al este. Debería estar alerta para acudir urgentemente al punto que le indicaran en cuanto recibiera la orden de recogerlos.

Así, a resguardo y arrullados por una fina lluvia pasaron la noche Galad, Symeon, Daradoth, Yuria, Taheem, Faewald, y los ástaros Dûnethar y Cirantor. Por la mañana emprendieron el camino a pie hacia Dársuma, la populosa ciudad que por lo que habían visto la noche anterior, se extendía a lo largo de muchos kilómetros sobre el delta del caudaloso río Essel.

El Pacto de los Seis
Kilómetros y kilómetros de granjas y tierras de cultivo se extendían ante los ojos de los compañeros, a los que pronto llamó la atención la evidente ausencia de trabajadores en la cosecha otoñal. Aquí y acullá podían ver figuras aisladas, casi todas ellas mujeres o ancianos.

Pasado el ecuador del camino remontaron una loma y no tuvieron más remedio que detenerse. Allá a lo lejos, en un nivel más bajo, se podía divisar ya el mar, el enorme delta y la ciudad, y desde esta se alzaban al cielo una multitud de columnas de humo. Se miraron, preocupados. Aquel humo no había estado allí cuando habían sobrevolado la zona el anochecer del día anterior. Se habían mantenido a una altura segura, como siempre, pero algo así no les habría pasado desapercibido. Decidieron acercarse a preguntar a la primera mujer que vieron cercana realizando sus tareas en un maizal. Dûnethar, Galad y Symeon se acercaron a ella, y el ástaro llevó el peso de la conversación, dado su mayor dominio del idioma lândalo. Symeon y Galad pronto notaron que la mujer se mostraba hostil ante el recio oficial del pacto, y el paladín poseía los suficientes conocimientos del idioma para notar que Dûnethar dejaba translucir un deje despectivo hacia ella. A los pocos instantes de conversación, la mujer espetó algo y se alejó, dejando al ástaro con la palabra en la boca.

Consternado, Dûnethar les comentó que al parecer, había estallado una revolución en la ciudad, y posiblemente en otros puntos del Pacto. La mujer había dicho que "pasó lo que tenía que pasar, mi señor, el pueblo por fin se ha levantado contra vuestra estirpe". Acto seguido, tuvo una breve conversación en la que al grupo le quedó bastante claro que en el Pacto, la raza de los ástaros ocupaba una posición más alta que aquellos que ellos llamaban los "mestizos" o los "comunes". Las palabras de Dûnethar o de Cirantor no dejaban traslucir exactamente rencor o desprecio al describir aquella situación; simplemente, así era como debían ser las cosas según ellos, al menos dentro de las fronteras del Pacto. El caso es que todos los hombres capaces de empuñar un arma habían dejado sus herramientas y oficios y habían acudido a Dársuma a participar en la revolución. Aquello era sin duda un imprevisto sumamente peligroso para el futuro de Aredia. Decidieron continuar camino.

Pasados un par de kilómetros divisaron por primera vez un grupo de gente, reunida en la puerta principal de una casa cercana al camino. Daradoth se acercó con precaución, ocultándose entre el maíz y permaneciendo a una distancia considerable. El grupo estaba formado por una mujer, un niño, una pareja de ancianos, y cuatro hombres armados con tres hachas y una espada; todos se encontraban cariacontecidos alrededor del cuerpo sin vida de otro hombre, al que la mujer y el niño lloraban desconsolados. Los hombres armados intentaban reconfortarlos, sin éxito. A todas luces, una víctima del conflicto que debía de haber asolado la ciudad la noche anterior.

Cuando Daradoth vio cómo un grupo numeroso de hombres se acercaba por el camino desde la ciudad, decidió volver con sus compañeros, y todos ellos se mostraron de acuerdo en volver a la corona de colinas. Convocaron allí al Empíreo y tras descansar de la caminata por la noche, sobrevolarían al amanecer la ciudad para poder reconocer el terreno con seguridad. Y así lo hicieron; con el despuntar del alba remontaron el vuelo y en poco más de media hora ya sobrevolaban la ciudad.

Lo primero que pudieron ver (desde una altura tremenda, como siempre con Daradoth mirando a través del catalejo ercestre) fue una agrupación enorme de gente acampada alrededor de la posada que presidía la entrada a la ciudad desde el camino que habían recorrido el día anterior. Otra multitud se congregaba en la que parecía la plaza central, y grupos parecidos se apostaban en las entradas del norte y el noroeste. La lluvia que había caído toda la noche y que continuaba a aquella hora había apagado los fuegos y había disipado el humo, pero Daradoth pudo ver los restos de los destrozos que en varios barrios habían dejado los enfrentamientos.

En el puerto había dos barcos de guerra: uno de ellos estaba humeando y el otro se encontraba inmóvil. Dentro de la ciudadela en la parte alta de la ciudad había un pequeño contingente, que parecía haberse encerrado, pero que a ojos de Yuria era a todas luces exiguo para defender aquella fortificación. Decidieron descender sin perder más tiempo, ya sin importarles las miradas indiscretas. Pocos segundos más tarde la figura del dirigible bajaba sobre el patio de armas, donde varios ballesteros habían tomado posiciones, prevenidos contra posibles enemigos. Con una sábana haciendo las veces de bandera blanca y con Dûnethar presentando al grupo como aliado, pocos minutos más tarde eran recibidos por un militar que se presentó como el general Ardamâth. Dûnethar y Cirantor se cuadraron ante él, presentándose como capitanes del distrito de Galmia. A continuación presentaron al resto del grupo como valiosos aliados, y mencionaron la carta que traían desde Svelên destinada al rey Anerâk. Tras una mirada apreciativa del general, este les invitó a acompañarle al interior del palacio.

Media hora después eran recibidos por su majestad en la austera Sala del Trono. Después de la pompa y el boato de la corte Sermia, aquello a duras penas parecía una sede real, pero pronto dejaron atrás estos pensamientos para centrarse en los asuntos importantes. Tras las habituales expresiones de sorpresa y halago por la honra que suponía la presencia de un elfo de Doranna, lo primero que hicieron fue entregar la carta de Phâlzigar al rey Anerâk. A medida que la fue leyendo, este se mostró más y más consternado, pues como les explicó después, prácticamente todo el ejército había tenido que partir hacia el norte para participar en la inminente guerra contra el Cónclave, y como habían podido apreciar los pocos que quedaban apenas bastaban para contener a la turba levantisca.

Eso les llevó al asunto de la rebelión. Por lo que les explicó Ardamâth, los "comunes" y los "mestizos" reclamaban derechos que era imposible concederles, como la plena ciudadanía y la equiparación de impuestos con los ástaros; ello había llevado a aquella "chusma" ingrata a intentar conseguir los derechos por la fuerza. Pero lo que habían hecho la noche anterior no era algo que se pudiera conseguir sin un mínimo de organización y conocimientos de logística; y quizá también algo de dinero. Por eso, les transmitió sus sospechas de que la plebe no se encontraba sola en aquel asunto, tenían el convencimiento de que había gente del káikar infiltrada coordinándolos, y además debían de tener apoyos de algunos nobles y terratenientes. Y el más sospechoso de todos ellos era sin duda un tal lord Ginathân. Este era un duque acaudalado de alto rango que algunos meses antes había mostrado su intención de casarse con ¡una errante! Symeon rebulló, algo incómodo, pues había ocultado su verdadera condición para evitar problemas. El caso es que el Consejo de Pureza de Darsia había prohibido expresamente aquel matrimonio (más tarde les explicarían que el Consejo de Pureza velaba por la preservación de la pureza de la sangre ástara, y que los matrimonios con "comunes" estaban prohibidos, mucho más con aquellos llamados errantes), y el loco de Ginathân había hecho caso omiso de la prohibición. Al parecer, había perdido la cabeza por aquella mujer y había llevado a cabo el matrimonio asumiendo las consecuencias: su destitución, despojo de bienes y exilio. Pero muy oportunamente antes de que se hubiera dictado la sentencia había estallado aquella revolución... tenían serias sospechas de que había colaborado en su consecución.

La situación era desesperada, y el rey pidió a Daradoth (asumiendo que era el líder del grupo dada su raza) que utilizaran aquel maravilloso ingenio volador que habían traído para alertar a la última columna del ejército que había partido hacía una semana escasa de que volvieran a Dársuma para poder controlar la situación. El grupo aceptó ayudar al monarca del Pacto, pues aunque algunos de ellos no comulgaban con las ideas de aquella sociedad, era la única forma que veían de que el Cónclave y la Sombra no tomaran ventaja en el norte. Así que esa misma noche partieron bajo una fina lluvia en busca del ejército más rezagado. En media jornada llegaban a la vista de la columna que avanzaba por la calzada hacia el norte. Tras entregar la carta que les había dado el rey, el comandante se puso al frente de la mitad de su contingente y emprendió el camino hacia el sur, a marcha forzada.

Una vez conseguido aquel objetivo, el grupo decidió dirigirse hacia la casa solariega del tal lord Ginathân e investigar un poco los alrededores para ver si podían confirmar las sospechas de los páctiros. Lo primero que les llamó la atención y puso los ojos de Symeon como platos fue ver que una caravana de errantes acampaba en los aledaños de la casa fortificada. Al este de la casa se alzaba una población de tamaño considerable, y una pequeña multitud se concentraba en los alrededores. Por otro lado, había un tráfico continuado de jinetes que iban y venían desde el complejo en diferentes direcciones.

Descendieron a una distancia prudencial, y Symeon y Galad se acercaron por la parte de la caravana de errantes. En el camino vieron cómo grupos de guardias y de soldados (varios de ellos de raza ástara) se encontraban adiestrando a civiles en combate y tiro con ballesta; aquel hecho, unido al continuo trasiego de jinetes, dejaba pocas dudas de la implicación de Ginathân en los hechos violentos de la capital.

La caravana era bastante numerosa: la componían más de una cincuentena de carromatos pintados con los vivos colores habituales de los Buscadores, y Symeon, reconfortado por la presencia de sus congéneres, no tardó en presentarse a varios de ellos. Las mujeres les sonrieron cálidamente y no tardaron en ofrecerles pasteles y bollos calientes, que Galad intentó aceptar más de una vez, pero tuvo que rechazar a instancias de Symeon, que murmuró que "debían mantenerse alertas"; ahora que lo mencionaba, Galad notó que se encontraba un poco distinto, algo mareado y eufórico. Continuó rechazando pasteles, a su pesar.

Pocos minutos después, Symeon y Galad eran presentados al afable anciano pastor de la caravana, que se presentó como Zavran. Este, junto con otros cuantos ancianos, les invitó a un riquísimo tabaco fumado en pipa (que mareó un poco al paladín) y no tardó en confirmarles que efectivamente, lord Ginathân se había casado con una mujer de su caravana, bella y candorosa, llamada Somara.

 —De lo único que me arrepiento de todo esto —dijo el anciano, mirando al cielo—, es de esos diez muchachos que han dejado la caravana para servir en las filas de la guardia de Ginathân.

Symeon se atragantó con el  humo del tabaco y tosió profusamente. Expresó su sorpresa por la noticia, pero no pudo sino empatizar con aquellos diez chicos; tiempos difíciles se acercaban, y el pacifismo extremo de los errantes no parecía ser la mejor opción para afrontarlos. Prefirió cambiar de tema, y preguntó a Zavran si se habían incorporado a su caravana errantes procedentes del Imperio Vestalense; para su sorpresa, el anciano contestó afirmativamente. 

Inquieto por visitar a los errantes procedentes de vestalia, Symeon recomendó a los ancianos que se plantearan seriamente alejarse de allí para evitar el derramamiento de su sangre y acabó la conversación un poco precipitadamente. Tras preguntar a Zavran dónde podía encontrar a los errantes recientemente incorporados, se dirigió hacia los carromatos que este le indicó, seguido por Galad.

El corazón de Symeon dio un vuelco cuando entre un grupo de muchachos, reconoció un rostro familiar. Aquella que se encontraba organizando a los críos era ¡su hermana pequeña, Violetha! Corrió hacia ella, con lágrimas en los ojos. Violetha se giró, mirando a aquel extraño bronceado y con elegantes ropajes, y su boca rió y sus ojos se desbordaron cuando reconoció a su hermano y lo abrazó. Largo tiempo volteó Symeon a su hermana, levantándola con un fuerte abrazo, mientras ella hacía llover besos en su rostro. Galad miraba alrededor con media sonrisa, pues un grupo de gente contemplaba la escena, curiosa y alegre a su vez.

Una vez calmados, Symeon se preocupó por la cicatriz que su hermana lucía en el rostro, y ella le explicó que la había sufrido mientras huía de la masacre. Galad les dio espacio, y más tarde Symeon le transmitió su deseo de quedarse allí aquella noche; debía llevarse a su hermana de allí, y lo intentaría mientras ponían en común sus historias. El paladín volvió al campamento para no preocupar a sus compañeros, y la mañana siguiente bajo una fuerte lluvia, Symeon aparecía también allí, acompañado de Violetha, a la que presentó sin tardanza, y que cautivó a todos con su sonrisa y su dulzura.

Se refugiaron de la lluvia en la cabina del dirigible, donde deberían decidir qué hacer a continuación...

martes, 17 de septiembre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 4

En Doedia. La Disyuntiva de Nirintalath
Largo rato discutieron acerca de la solución al problema de Nirintalath, la peligrosa espada verdemar guardada en Tarkal cuyo espíritu imbuido había dado un ultimátum en el  mundo onírico a Symeon. Finalmente se retiraron a descansar sin encontrar un curso de acción claro, tras declarar el errante que el uso de la kregora sobre el arma podría alterar en demasía al espíritu en la realidad paralela. Por otra parte, él se mostraba convencido de que era capaz de apaciguarla lo suficiente para evitar sus efectos perniciosos; el resto del grupo se miró, preocupados por si aquello era una creencia genuina o que quizá el espíritu de dolor se había infiltrado en los pensamientos de Symeon.

Menarvil I, rey de Sermia
El día siguiente decidieron visitar la Gran Biblioteca de Doedia, el centro de pensamiento más importante en todo el continente, con la intención de pasar allí el máximo número de horas posible y averiguar más sobre los asuntos que se traían entre manos.

Allí los recibieron los Bibliotecarios en la entrada, solicitándoles una identificación. No obstante, el que un elfo y dos Leyendas Vivientes fueran parte integrante de la comitiva, facilitó mucho las cosas en la Antesala. Sendos anillos fueron puestos en las manos de Yuria, Daradoth, Galad, Symeon y sus acompañantes. No hizo falta ser muy avispado para detectar una leve cantidad de poder en los objetos.

Los Bibliotecarios guiaron a Yuria a través de un laberinto de enormes estanterías móviles, mesas, escaleras y montones de pergaminos hasta la sección de Botánica/Exótica/Mítica/Flores, donde pasaría varias horas buscando toda la información que pudiera sobre la flor que habían conseguido hacía ya meses en el Imperio Vestalense y que se conservaba de forma milagrosa (excepto cuando Yuria acercaba su mano a ella, en esos momentos parecía marchitarse rápidamente). No tardaría mucho en encontrar un grabado de la flor en cuestión encabezando unas cuantas páginas escritas en cántico, el idioma de los elfos. Cuando más tarde lo consultó con Daradoth, resultó que el primer párrafo era el que describía su efecto y el resto relataba leyendas relacionadas con la flor. Esta recibía el nombre en cántico de Tannagaeth, y según el texto, se le atribuían propiedades milagrosas capaces de restaurar el alma a los cuerpos recién fallecidos. Tendrían que guardar aquella flor aún con más estima de lo que habían hecho ya.

Galad y Symeon fueron conducidos hasta la remota sección donde el último había estado hacía varias semanas, para seguir buscando información sobre Nirintalath y Églaras, la otra espada que tenían en la cámara de Tarkal y que según algunos autores había empuñado el profeta Ra'Khameer. Galad no podía dejar de pensar en la sensación que había tenido al empuñarla, como si el propio Emmán lo recibiera en su regazo y fuera capaz de hacer estallar el mundo con su Gracia. Dudaba firmemente que aquella espada hubiera sido la herramienta de un infiel. Transcurridas varias horas, el paladín se hizo por fin con un libro que contenía varias menciones a la espada, y comenzó a leerlo hasta que tuvieron que marcharse al anochecer. Lo retomaría el día siguiente.

Irmorë, reina de Sermia
Daradoth, por su parte, consiguió encontrar un libro llamado "Sobre los Caminos del Cuerpo", que le permitiría ahondar más profundamente en su conocimiento de las artes sobrenaturales de la Esencia. No sería fácil, y menos dada las dificultades para el estudio que había tenido siempre, pero si aquello contribuía a que aprendiera cómo evitar otro horrible episodio de posesión como el que había sufrido en Eskatha, valdría la pena el esfuerzo.


Ya bien entrada la tarde, se hizo evidente para los ojos de Symeon que no había ningún libro donde se mencionara a Nirintalath en las estanterías que había visitado previamente. Así que por la tarde se dirigió a los Bibliotecarios de la entrada comentándoles aquel hecho relativamente sorprendente. Los funcionarios le dijeron que necesitarían unas horas para consultar los registros, así que tendrían que volver el día siguiente.

Por la noche, los monarcas sermios organizaron una cena para agasajar a Ilaith y su consejo. La presencia de un elfo de Doranna fue la atracción de la primera parte de la noche. Aparte de eso y las molestias que supuso para Daradoth, el grupo agradeció la experiencia, pues era la primera vez en mucho tiempo que podían disfrutar del solaz de una fiesta. Y vaya fiesta. Los anfitriones y su corte resultaron ser muy agradables. La comida y el vino fueron excelentes; desde luego, los caldos sermios tenían una fama bien merecida. Pudieron disfrutar de unos más que graciosos bufones, de virtuosos bailarines y rapsodas y, por supuesto, de la actuación de los tres bardos de la corte, miembros de las afamadas Leyendas Vivientes; en un momento dado de la noche, Aythera y Harethann se unieron a ellos y los cinco interpretaron a coro la primera parte de la obra épica El Ciclo de las Eras; a pesar de que fue interpretada en sermio y el grupo no entendió prácticamente nada de lo que se decía, las lágrimas asomaron a sus ojos y se hinchieron sus corazones, pues tal era el sentimiento y la emoción transmitida por los bardos. Cuando pusieron punto y final a su actuación, la sensación de vacío se extendió por todos los presentes, que sintieron un nudo en el estómago; la ovación fue unánime. Finalmente la velada tocó a su fin y todos se retiraron a sus habitaciones, unos más serenos que otros.

Tristemente, el día siguiente tuvieron que volver a sus quehaceres. Mientras Ilaith y el resto quedaban en palacio para tratar asuntos políticos, el grupo volvió a la Gran Biblioteca, acompañado de nuevo por los dos Leyendas Vivientes. En el vestíbulo, los biblitecarios informaron a Symeon de que todos los libros por los que había preguntado el día anterior se los había llevado en préstamo un miembro de la Liga del Saber llamado Nuleinn. Hacía aproximadamente una semana desde que se los había llevado. Yuria, por su parte, intentó averiguar algo más sobre el talismán que llevaba al cuello o algún artefacto parecido, pero no tuvo éxito. Galad siguió con la lectura del libro que había dejado la noche anterior y se apercibió de que en uno de sus grabados (que representaba al profeta vestalense luchando contra sus enemigos) la espada que empuñaba Ra'Khameer era ligeramente diferente de aquella que él había empuñado en Tarkal; este hecho le reconfortó, pues se había negado a creer que aquel infiel hubiera podido tener el favor de su dios. El libro contaba cómo la espada había sido entregada al profeta por una manifestación de Vestán, y refería acontecimientos más o menos míticos, pero para  el paladín quedó convencido de que no se trataba de la misma espada.

La desaparición de los libros que mencionaban a Nirintalath y su posesión por parte de un miembro de la Liga del Saber convencieron a Symeon de que debía llevar más allá su investigación. Así que decidió hacer uso de la frase clave que le había confiado el erudito Faheem en el campamento errante del Imperio Vestalense. "Parece que hayan pasado siglos desde aquello" —pensó. Ni corto ni perezoso, insistió en que lo condujeran ante el Gran Bibliotecario Svadar. Y así lo hicieron.

Una vez ante el anciano de luenga perilla, Symeon pronunció, con vehemencia:

 —El pergamino es dorado y plateado para mí —Svadar se quedó inmóvil unos segundos, y su mirada pareció taladrar al errante, que mantuvo su gesto impasible.

 —¿Quién os encargó que me dijerais eso? —inquirió el bibliotecario.

 —Fue un hermano de la Liga del Saber llamado Faheem, ilustrísimo. Lo encontré durante nuestra epopeya a través del Imperio Vestalense —una vez pronunciadas estas palabras, Symeon aprovechó para entregar a su interlocutor el broche de la Liga que había encontrado años atrás.

Svadar, Gran Bibliotecario de Doedia
Svadar agradeció la devolución del broche, y pareció alegrarse de oir buenas nuevas sobre Faheem, que había desaparecido varios meses atrás. Acto seguido, se interesó por aquella "epopeya" que Symeon había mencionado a través de tierras vestalenses, y este le refirió todo su viaje con brevedad pero con la prosa más evocadora de la que fue capaz. Svadar se mostraba cada vez más sorprendido, y el episodio con el ra'Akarah acabó de colmar su asombro.

El bibliotecario tuvo ocasión de confirmar las palabras de Symeon con el resto de miembros de su grupo, y sentirse honrado a su vez por darle la oportunidad de conocer a uno de los míticos elfos de Doranna. Si le quedaba alguna duda sobre la veracidad de las palabras de Symeon, se despejó cuando Daradoth corroboró su versión de la historia. Así que reveló al errante que las palabras de Faheem no eran sino una clave para plantear la admisión a la Liga del Saber de aquel que transmitiera la frase. El corazón de Symeon dio un vuelco, emocionado ante la perspectiva de formar parte de los eruditos. Tal y como ya había hecho Faheem en vestalia, Svadar pidió té y un refrigerio para mantener una larga conversación con Symeon y comprobar su valía; más que para comprobar su valía, para tener claro cuáles eran las áreas de especialización de su contertulio. Así que pasaron varias horas conversando sobre metafísica y artefactos antiguos, y a medida que transcurría el tiempo, se iban incorporando a la tertulia más miembros de la Liga (de la que por cierto, Svadar formaba parte, claro). Una vez concluida la discusión, todos los Sapientes —pues así se hacían llamar— presentes dieron su aprobación a la inclusión de Symeon en la Liga. Normalmente, la ceremonia con todo el boato merecido tendría lugar en un plazo de quince días, pero Symeon no disponía de tanto tiempo, y cuando así lo hizo saber, se acordó celebrar una ceremonia más discreta y urgente que tendría lugar el día siguiente con al menos seis sapientes como testigos.

Aprovechando las nuevas influencias de Symeon, Daradoth pudo pedir en préstamo indefinido el volumen de Sobre los Caminos del Cuerpo, y a partir de entonces dedicaría una parte de su tiempo a su comprensión.

Por la noche, de vuelta a palacio, Ilaith aprovechó para presentarles a la doncella Eferë Serastil, sobrina de sus majestades los reyes y prometida de Progerion, que había sido tantas veces mencionada durante las reuniones en Eskatha. En verdad quedaron fascinados por la personalidad de la joven, que, si bien no estaba dotada de una belleza canónica, poseía unos ojos que recordaban a los de los elfos y una personalidad sumamente arrebatadora. Por otro lado, Eferë (novena en la línea de sucesión de Sermia) parecía tener una complicidad especial con Ilaith, casi como si fueran parientes cercanas... pero no podía ser... ¿o sí? Probablemente nunca lo sabrían. Desde luego, por lo que habían podido ver, la corte Sermia prácticamente al completo tenía en alta estima a Ilaith.

El mediodía del día siguiente tuvo lugar la reunión de los sapientes en la sala de conferencias del edificio de la Liga del Saber. La Gran Biblioteca, como el grupo ya sabía, estaba compuesta por una multitud de edificios de diferentes alas conectados entre sí, y uno de ellos correspondía a las celdas destinadas al alojamiento de los miembros de la Liga. Una especie de monasterio donde las Leyendas podían alojarse cuando y cuanto desearan, dedicándose a la investigación, la lectura y la propagación del conocimiento. Contra todo pronóstico, al menos dos docenas de miembros se congregaron para ser testigos de la admisión de Symeon. Tras un correcto discurso de Svadar y la pronunciación de varios juramentos por los que el errante se comprometía a preservar y propagar cualquier tipo de conocimiento, se procedió formalmente a la entrega del broche con forma de pergamino donde se habían engarzado las letras "SY" en plata. Y también se le entregó la llave de su celda en el edificio, celda cuya localización le fue mostrada en pocos minutos. Una coordinada ovación saludó a Symeon como nuevo sapiente y uno a uno, todos los hermanos reunidos se presentaron y le felicitaron.

Después de que Symeon hubo tomado posesión de su celda, todavía emocionado por la experiencia, se reunió de nuevo con sus compañeros y amigos para volver a palacio. Allí, acordaron el plan que llevaron a cabo sin demora: Symeon entró al Mundo Onírico para intentar averiguar algo en la habitación del tal Nuleinn —de la que había averiguado la situación durante el día, y que estaba cerrada a cal y canto—, ausente sin noticias desde hacía una semana. Todo lo que pudo ver el errante en la realidad paralela fue la manifestación de un libro de alquimia que no supieron relacionar del todo con Nirintalath.

A los pocos minutos Symeon despertaba y se reunían con Ilaith para hacerle saber todos los detalles. La canciller les aseguró que intentaría averiguar hacia dónde se había dirigido el sapiente, y también si iba acompañado. Volvieron a discutir largo tiempo sobre las acciones a realizar con Nirintalath antes de su partida hacia Darsuma en el Pacto de los Seis, y acordaron que, si Ilaith no sabía de ellos en un plazo razonable, aplicaría la solución de la kregora.

Sin más, la mañana siguiente, el grupo junto con Faewald, Taheem, los ástaros Dûnethar y Cirantor y algunos más embarcaron en el Empíreo para dirigirse hacia la capital del Distrito de Darsia, un viaje que calculaban que les llevaría unos diez días si el clima no les dificultaba el vuelo.