Largo rato discutieron acerca de la solución al problema de Nirintalath, la peligrosa espada verdemar guardada en Tarkal cuyo espíritu imbuido había dado un ultimátum en el mundo onírico a Symeon. Finalmente se retiraron a descansar sin encontrar un curso de acción claro, tras declarar el errante que el uso de la kregora sobre el arma podría alterar en demasía al espíritu en la realidad paralela. Por otra parte, él se mostraba convencido de que era capaz de apaciguarla lo suficiente para evitar sus efectos perniciosos; el resto del grupo se miró, preocupados por si aquello era una creencia genuina o que quizá el espíritu de dolor se había infiltrado en los pensamientos de Symeon.
El día siguiente decidieron visitar la Gran Biblioteca de Doedia, el centro de pensamiento más importante en todo el continente, con la intención de pasar allí el máximo número de horas posible y averiguar más sobre los asuntos que se traían entre manos.
Allí los recibieron los Bibliotecarios en la entrada, solicitándoles una identificación. No obstante, el que un elfo y dos Leyendas Vivientes fueran parte integrante de la comitiva, facilitó mucho las cosas en la Antesala. Sendos anillos fueron puestos en las manos de Yuria, Daradoth, Galad, Symeon y sus acompañantes. No hizo falta ser muy avispado para detectar una leve cantidad de poder en los objetos.
Los Bibliotecarios guiaron a Yuria a través de un laberinto de enormes estanterías móviles, mesas, escaleras y montones de pergaminos hasta la sección de Botánica/Exótica/Mítica/Flores, donde pasaría varias horas buscando toda la información que pudiera sobre la flor que habían conseguido hacía ya meses en el Imperio Vestalense y que se conservaba de forma milagrosa (excepto cuando Yuria acercaba su mano a ella, en esos momentos parecía marchitarse rápidamente). No tardaría mucho en encontrar un grabado de la flor en cuestión encabezando unas cuantas páginas escritas en cántico, el idioma de los elfos. Cuando más tarde lo consultó con Daradoth, resultó que el primer párrafo era el que describía su efecto y el resto relataba leyendas relacionadas con la flor. Esta recibía el nombre en cántico de Tannagaeth, y según el texto, se le atribuían propiedades milagrosas capaces de restaurar el alma a los cuerpos recién fallecidos. Tendrían que guardar aquella flor aún con más estima de lo que habían hecho ya.
Galad y Symeon fueron conducidos hasta la remota sección donde el último había estado hacía varias semanas, para seguir buscando información sobre Nirintalath y Églaras, la otra espada que tenían en la cámara de Tarkal y que según algunos autores había empuñado el profeta Ra'Khameer. Galad no podía dejar de pensar en la sensación que había tenido al empuñarla, como si el propio Emmán lo recibiera en su regazo y fuera capaz de hacer estallar el mundo con su Gracia. Dudaba firmemente que aquella espada hubiera sido la herramienta de un infiel. Transcurridas varias horas, el paladín se hizo por fin con un libro que contenía varias menciones a la espada, y comenzó a leerlo hasta que tuvieron que marcharse al anochecer. Lo retomaría el día siguiente.
Daradoth, por su parte, consiguió encontrar un libro llamado "Sobre los Caminos del Cuerpo", que le permitiría ahondar más profundamente en su conocimiento de las artes sobrenaturales de la Esencia. No sería fácil, y menos dada las dificultades para el estudio que había tenido siempre, pero si aquello contribuía a que aprendiera cómo evitar otro horrible episodio de posesión como el que había sufrido en Eskatha, valdría la pena el esfuerzo.
Ya bien entrada la tarde, se hizo evidente para los ojos de Symeon que no había ningún libro donde se mencionara a Nirintalath en las estanterías que había visitado previamente. Así que por la tarde se dirigió a los Bibliotecarios de la entrada comentándoles aquel hecho relativamente sorprendente. Los funcionarios le dijeron que necesitarían unas horas para consultar los registros, así que tendrían que volver el día siguiente.
Por la noche, los monarcas sermios organizaron una cena para agasajar a Ilaith y su consejo. La presencia de un elfo de Doranna fue la atracción de la primera parte de la noche. Aparte de eso y las molestias que supuso para Daradoth, el grupo agradeció la experiencia, pues era la primera vez en mucho tiempo que podían disfrutar del solaz de una fiesta. Y vaya fiesta. Los anfitriones y su corte resultaron ser muy agradables. La comida y el vino fueron excelentes; desde luego, los caldos sermios tenían una fama bien merecida. Pudieron disfrutar de unos más que graciosos bufones, de virtuosos bailarines y rapsodas y, por supuesto, de la actuación de los tres bardos de la corte, miembros de las afamadas Leyendas Vivientes; en un momento dado de la noche, Aythera y Harethann se unieron a ellos y los cinco interpretaron a coro la primera parte de la obra épica El Ciclo de las Eras; a pesar de que fue interpretada en sermio y el grupo no entendió prácticamente nada de lo que se decía, las lágrimas asomaron a sus ojos y se hinchieron sus corazones, pues tal era el sentimiento y la emoción transmitida por los bardos. Cuando pusieron punto y final a su actuación, la sensación de vacío se extendió por todos los presentes, que sintieron un nudo en el estómago; la ovación fue unánime. Finalmente la velada tocó a su fin y todos se retiraron a sus habitaciones, unos más serenos que otros.
Tristemente, el día siguiente tuvieron que volver a sus quehaceres. Mientras Ilaith y el resto quedaban en palacio para tratar asuntos políticos, el grupo volvió a la Gran Biblioteca, acompañado de nuevo por los dos Leyendas Vivientes. En el vestíbulo, los biblitecarios informaron a Symeon de que todos los libros por los que había preguntado el día anterior se los había llevado en préstamo un miembro de la Liga del Saber llamado Nuleinn. Hacía aproximadamente una semana desde que se los había llevado. Yuria, por su parte, intentó averiguar algo más sobre el talismán que llevaba al cuello o algún artefacto parecido, pero no tuvo éxito. Galad siguió con la lectura del libro que había dejado la noche anterior y se apercibió de que en uno de sus grabados (que representaba al profeta vestalense luchando contra sus enemigos) la espada que empuñaba Ra'Khameer era ligeramente diferente de aquella que él había empuñado en Tarkal; este hecho le reconfortó, pues se había negado a creer que aquel infiel hubiera podido tener el favor de su dios. El libro contaba cómo la espada había sido entregada al profeta por una manifestación de Vestán, y refería acontecimientos más o menos míticos, pero para el paladín quedó convencido de que no se trataba de la misma espada.
La desaparición de los libros que mencionaban a Nirintalath y su posesión por parte de un miembro de la Liga del Saber convencieron a Symeon de que debía llevar más allá su investigación. Así que decidió hacer uso de la frase clave que le había confiado el erudito Faheem en el campamento errante del Imperio Vestalense. "Parece que hayan pasado siglos desde aquello" —pensó. Ni corto ni perezoso, insistió en que lo condujeran ante el Gran Bibliotecario Svadar. Y así lo hicieron.
Una vez ante el anciano de luenga perilla, Symeon pronunció, con vehemencia:
—El pergamino es dorado y plateado para mí —Svadar se quedó inmóvil unos segundos, y su mirada pareció taladrar al errante, que mantuvo su gesto impasible.
—¿Quién os encargó que me dijerais eso? —inquirió el bibliotecario.
—Fue un hermano de la Liga del Saber llamado Faheem, ilustrísimo. Lo encontré durante nuestra epopeya a través del Imperio Vestalense —una vez pronunciadas estas palabras, Symeon aprovechó para entregar a su interlocutor el broche de la Liga que había encontrado años atrás.
Svadar agradeció la devolución del broche, y pareció alegrarse de oir buenas nuevas sobre Faheem, que había desaparecido varios meses atrás. Acto seguido, se interesó por aquella "epopeya" que Symeon había mencionado a través de tierras vestalenses, y este le refirió todo su viaje con brevedad pero con la prosa más evocadora de la que fue capaz. Svadar se mostraba cada vez más sorprendido, y el episodio con el ra'Akarah acabó de colmar su asombro.
El bibliotecario tuvo ocasión de confirmar las palabras de Symeon con el resto de miembros de su grupo, y sentirse honrado a su vez por darle la oportunidad de conocer a uno de los míticos elfos de Doranna. Si le quedaba alguna duda sobre la veracidad de las palabras de Symeon, se despejó cuando Daradoth corroboró su versión de la historia. Así que reveló al errante que las palabras de Faheem no eran sino una clave para plantear la admisión a la Liga del Saber de aquel que transmitiera la frase. El corazón de Symeon dio un vuelco, emocionado ante la perspectiva de formar parte de los eruditos. Tal y como ya había hecho Faheem en vestalia, Svadar pidió té y un refrigerio para mantener una larga conversación con Symeon y comprobar su valía; más que para comprobar su valía, para tener claro cuáles eran las áreas de especialización de su contertulio. Así que pasaron varias horas conversando sobre metafísica y artefactos antiguos, y a medida que transcurría el tiempo, se iban incorporando a la tertulia más miembros de la Liga (de la que por cierto, Svadar formaba parte, claro). Una vez concluida la discusión, todos los Sapientes —pues así se hacían llamar— presentes dieron su aprobación a la inclusión de Symeon en la Liga. Normalmente, la ceremonia con todo el boato merecido tendría lugar en un plazo de quince días, pero Symeon no disponía de tanto tiempo, y cuando así lo hizo saber, se acordó celebrar una ceremonia más discreta y urgente que tendría lugar el día siguiente con al menos seis sapientes como testigos.
Aprovechando las nuevas influencias de Symeon, Daradoth pudo pedir en préstamo indefinido el volumen de Sobre los Caminos del Cuerpo, y a partir de entonces dedicaría una parte de su tiempo a su comprensión.
Por la noche, de vuelta a palacio, Ilaith aprovechó para presentarles a la doncella Eferë Serastil, sobrina de sus majestades los reyes y prometida de Progerion, que había sido tantas veces mencionada durante las reuniones en Eskatha. En verdad quedaron fascinados por la personalidad de la joven, que, si bien no estaba dotada de una belleza canónica, poseía unos ojos que recordaban a los de los elfos y una personalidad sumamente arrebatadora. Por otro lado, Eferë (novena en la línea de sucesión de Sermia) parecía tener una complicidad especial con Ilaith, casi como si fueran parientes cercanas... pero no podía ser... ¿o sí? Probablemente nunca lo sabrían. Desde luego, por lo que habían podido ver, la corte Sermia prácticamente al completo tenía en alta estima a Ilaith.
El mediodía del día siguiente tuvo lugar la reunión de los sapientes en la sala de conferencias del edificio de la Liga del Saber. La Gran Biblioteca, como el grupo ya sabía, estaba compuesta por una multitud de edificios de diferentes alas conectados entre sí, y uno de ellos correspondía a las celdas destinadas al alojamiento de los miembros de la Liga. Una especie de monasterio donde las Leyendas podían alojarse cuando y cuanto desearan, dedicándose a la investigación, la lectura y la propagación del conocimiento. Contra todo pronóstico, al menos dos docenas de miembros se congregaron para ser testigos de la admisión de Symeon. Tras un correcto discurso de Svadar y la pronunciación de varios juramentos por los que el errante se comprometía a preservar y propagar cualquier tipo de conocimiento, se procedió formalmente a la entrega del broche con forma de pergamino donde se habían engarzado las letras "SY" en plata. Y también se le entregó la llave de su celda en el edificio, celda cuya localización le fue mostrada en pocos minutos. Una coordinada ovación saludó a Symeon como nuevo sapiente y uno a uno, todos los hermanos reunidos se presentaron y le felicitaron.
Después de que Symeon hubo tomado posesión de su celda, todavía emocionado por la experiencia, se reunió de nuevo con sus compañeros y amigos para volver a palacio. Allí, acordaron el plan que llevaron a cabo sin demora: Symeon entró al Mundo Onírico para intentar averiguar algo en la habitación del tal Nuleinn —de la que había averiguado la situación durante el día, y que estaba cerrada a cal y canto—, ausente sin noticias desde hacía una semana. Todo lo que pudo ver el errante en la realidad paralela fue la manifestación de un libro de alquimia que no supieron relacionar del todo con Nirintalath.
A los pocos minutos Symeon despertaba y se reunían con Ilaith para hacerle saber todos los detalles. La canciller les aseguró que intentaría averiguar hacia dónde se había dirigido el sapiente, y también si iba acompañado. Volvieron a discutir largo tiempo sobre las acciones a realizar con Nirintalath antes de su partida hacia Darsuma en el Pacto de los Seis, y acordaron que, si Ilaith no sabía de ellos en un plazo razonable, aplicaría la solución de la kregora.
Sin más, la mañana siguiente, el grupo junto con Faewald, Taheem, los ástaros Dûnethar y Cirantor y algunos más embarcaron en el Empíreo para dirigirse hacia la capital del Distrito de Darsia, un viaje que calculaban que les llevaría unos diez días si el clima no les dificultaba el vuelo.
Menarvil I, rey de Sermia |
Allí los recibieron los Bibliotecarios en la entrada, solicitándoles una identificación. No obstante, el que un elfo y dos Leyendas Vivientes fueran parte integrante de la comitiva, facilitó mucho las cosas en la Antesala. Sendos anillos fueron puestos en las manos de Yuria, Daradoth, Galad, Symeon y sus acompañantes. No hizo falta ser muy avispado para detectar una leve cantidad de poder en los objetos.
Los Bibliotecarios guiaron a Yuria a través de un laberinto de enormes estanterías móviles, mesas, escaleras y montones de pergaminos hasta la sección de Botánica/Exótica/Mítica/Flores, donde pasaría varias horas buscando toda la información que pudiera sobre la flor que habían conseguido hacía ya meses en el Imperio Vestalense y que se conservaba de forma milagrosa (excepto cuando Yuria acercaba su mano a ella, en esos momentos parecía marchitarse rápidamente). No tardaría mucho en encontrar un grabado de la flor en cuestión encabezando unas cuantas páginas escritas en cántico, el idioma de los elfos. Cuando más tarde lo consultó con Daradoth, resultó que el primer párrafo era el que describía su efecto y el resto relataba leyendas relacionadas con la flor. Esta recibía el nombre en cántico de Tannagaeth, y según el texto, se le atribuían propiedades milagrosas capaces de restaurar el alma a los cuerpos recién fallecidos. Tendrían que guardar aquella flor aún con más estima de lo que habían hecho ya.
Galad y Symeon fueron conducidos hasta la remota sección donde el último había estado hacía varias semanas, para seguir buscando información sobre Nirintalath y Églaras, la otra espada que tenían en la cámara de Tarkal y que según algunos autores había empuñado el profeta Ra'Khameer. Galad no podía dejar de pensar en la sensación que había tenido al empuñarla, como si el propio Emmán lo recibiera en su regazo y fuera capaz de hacer estallar el mundo con su Gracia. Dudaba firmemente que aquella espada hubiera sido la herramienta de un infiel. Transcurridas varias horas, el paladín se hizo por fin con un libro que contenía varias menciones a la espada, y comenzó a leerlo hasta que tuvieron que marcharse al anochecer. Lo retomaría el día siguiente.
Irmorë, reina de Sermia |
Ya bien entrada la tarde, se hizo evidente para los ojos de Symeon que no había ningún libro donde se mencionara a Nirintalath en las estanterías que había visitado previamente. Así que por la tarde se dirigió a los Bibliotecarios de la entrada comentándoles aquel hecho relativamente sorprendente. Los funcionarios le dijeron que necesitarían unas horas para consultar los registros, así que tendrían que volver el día siguiente.
Por la noche, los monarcas sermios organizaron una cena para agasajar a Ilaith y su consejo. La presencia de un elfo de Doranna fue la atracción de la primera parte de la noche. Aparte de eso y las molestias que supuso para Daradoth, el grupo agradeció la experiencia, pues era la primera vez en mucho tiempo que podían disfrutar del solaz de una fiesta. Y vaya fiesta. Los anfitriones y su corte resultaron ser muy agradables. La comida y el vino fueron excelentes; desde luego, los caldos sermios tenían una fama bien merecida. Pudieron disfrutar de unos más que graciosos bufones, de virtuosos bailarines y rapsodas y, por supuesto, de la actuación de los tres bardos de la corte, miembros de las afamadas Leyendas Vivientes; en un momento dado de la noche, Aythera y Harethann se unieron a ellos y los cinco interpretaron a coro la primera parte de la obra épica El Ciclo de las Eras; a pesar de que fue interpretada en sermio y el grupo no entendió prácticamente nada de lo que se decía, las lágrimas asomaron a sus ojos y se hinchieron sus corazones, pues tal era el sentimiento y la emoción transmitida por los bardos. Cuando pusieron punto y final a su actuación, la sensación de vacío se extendió por todos los presentes, que sintieron un nudo en el estómago; la ovación fue unánime. Finalmente la velada tocó a su fin y todos se retiraron a sus habitaciones, unos más serenos que otros.
Tristemente, el día siguiente tuvieron que volver a sus quehaceres. Mientras Ilaith y el resto quedaban en palacio para tratar asuntos políticos, el grupo volvió a la Gran Biblioteca, acompañado de nuevo por los dos Leyendas Vivientes. En el vestíbulo, los biblitecarios informaron a Symeon de que todos los libros por los que había preguntado el día anterior se los había llevado en préstamo un miembro de la Liga del Saber llamado Nuleinn. Hacía aproximadamente una semana desde que se los había llevado. Yuria, por su parte, intentó averiguar algo más sobre el talismán que llevaba al cuello o algún artefacto parecido, pero no tuvo éxito. Galad siguió con la lectura del libro que había dejado la noche anterior y se apercibió de que en uno de sus grabados (que representaba al profeta vestalense luchando contra sus enemigos) la espada que empuñaba Ra'Khameer era ligeramente diferente de aquella que él había empuñado en Tarkal; este hecho le reconfortó, pues se había negado a creer que aquel infiel hubiera podido tener el favor de su dios. El libro contaba cómo la espada había sido entregada al profeta por una manifestación de Vestán, y refería acontecimientos más o menos míticos, pero para el paladín quedó convencido de que no se trataba de la misma espada.
La desaparición de los libros que mencionaban a Nirintalath y su posesión por parte de un miembro de la Liga del Saber convencieron a Symeon de que debía llevar más allá su investigación. Así que decidió hacer uso de la frase clave que le había confiado el erudito Faheem en el campamento errante del Imperio Vestalense. "Parece que hayan pasado siglos desde aquello" —pensó. Ni corto ni perezoso, insistió en que lo condujeran ante el Gran Bibliotecario Svadar. Y así lo hicieron.
Una vez ante el anciano de luenga perilla, Symeon pronunció, con vehemencia:
—El pergamino es dorado y plateado para mí —Svadar se quedó inmóvil unos segundos, y su mirada pareció taladrar al errante, que mantuvo su gesto impasible.
—¿Quién os encargó que me dijerais eso? —inquirió el bibliotecario.
—Fue un hermano de la Liga del Saber llamado Faheem, ilustrísimo. Lo encontré durante nuestra epopeya a través del Imperio Vestalense —una vez pronunciadas estas palabras, Symeon aprovechó para entregar a su interlocutor el broche de la Liga que había encontrado años atrás.
Svadar, Gran Bibliotecario de Doedia |
El bibliotecario tuvo ocasión de confirmar las palabras de Symeon con el resto de miembros de su grupo, y sentirse honrado a su vez por darle la oportunidad de conocer a uno de los míticos elfos de Doranna. Si le quedaba alguna duda sobre la veracidad de las palabras de Symeon, se despejó cuando Daradoth corroboró su versión de la historia. Así que reveló al errante que las palabras de Faheem no eran sino una clave para plantear la admisión a la Liga del Saber de aquel que transmitiera la frase. El corazón de Symeon dio un vuelco, emocionado ante la perspectiva de formar parte de los eruditos. Tal y como ya había hecho Faheem en vestalia, Svadar pidió té y un refrigerio para mantener una larga conversación con Symeon y comprobar su valía; más que para comprobar su valía, para tener claro cuáles eran las áreas de especialización de su contertulio. Así que pasaron varias horas conversando sobre metafísica y artefactos antiguos, y a medida que transcurría el tiempo, se iban incorporando a la tertulia más miembros de la Liga (de la que por cierto, Svadar formaba parte, claro). Una vez concluida la discusión, todos los Sapientes —pues así se hacían llamar— presentes dieron su aprobación a la inclusión de Symeon en la Liga. Normalmente, la ceremonia con todo el boato merecido tendría lugar en un plazo de quince días, pero Symeon no disponía de tanto tiempo, y cuando así lo hizo saber, se acordó celebrar una ceremonia más discreta y urgente que tendría lugar el día siguiente con al menos seis sapientes como testigos.
Aprovechando las nuevas influencias de Symeon, Daradoth pudo pedir en préstamo indefinido el volumen de Sobre los Caminos del Cuerpo, y a partir de entonces dedicaría una parte de su tiempo a su comprensión.
Por la noche, de vuelta a palacio, Ilaith aprovechó para presentarles a la doncella Eferë Serastil, sobrina de sus majestades los reyes y prometida de Progerion, que había sido tantas veces mencionada durante las reuniones en Eskatha. En verdad quedaron fascinados por la personalidad de la joven, que, si bien no estaba dotada de una belleza canónica, poseía unos ojos que recordaban a los de los elfos y una personalidad sumamente arrebatadora. Por otro lado, Eferë (novena en la línea de sucesión de Sermia) parecía tener una complicidad especial con Ilaith, casi como si fueran parientes cercanas... pero no podía ser... ¿o sí? Probablemente nunca lo sabrían. Desde luego, por lo que habían podido ver, la corte Sermia prácticamente al completo tenía en alta estima a Ilaith.
El mediodía del día siguiente tuvo lugar la reunión de los sapientes en la sala de conferencias del edificio de la Liga del Saber. La Gran Biblioteca, como el grupo ya sabía, estaba compuesta por una multitud de edificios de diferentes alas conectados entre sí, y uno de ellos correspondía a las celdas destinadas al alojamiento de los miembros de la Liga. Una especie de monasterio donde las Leyendas podían alojarse cuando y cuanto desearan, dedicándose a la investigación, la lectura y la propagación del conocimiento. Contra todo pronóstico, al menos dos docenas de miembros se congregaron para ser testigos de la admisión de Symeon. Tras un correcto discurso de Svadar y la pronunciación de varios juramentos por los que el errante se comprometía a preservar y propagar cualquier tipo de conocimiento, se procedió formalmente a la entrega del broche con forma de pergamino donde se habían engarzado las letras "SY" en plata. Y también se le entregó la llave de su celda en el edificio, celda cuya localización le fue mostrada en pocos minutos. Una coordinada ovación saludó a Symeon como nuevo sapiente y uno a uno, todos los hermanos reunidos se presentaron y le felicitaron.
Después de que Symeon hubo tomado posesión de su celda, todavía emocionado por la experiencia, se reunió de nuevo con sus compañeros y amigos para volver a palacio. Allí, acordaron el plan que llevaron a cabo sin demora: Symeon entró al Mundo Onírico para intentar averiguar algo en la habitación del tal Nuleinn —de la que había averiguado la situación durante el día, y que estaba cerrada a cal y canto—, ausente sin noticias desde hacía una semana. Todo lo que pudo ver el errante en la realidad paralela fue la manifestación de un libro de alquimia que no supieron relacionar del todo con Nirintalath.
A los pocos minutos Symeon despertaba y se reunían con Ilaith para hacerle saber todos los detalles. La canciller les aseguró que intentaría averiguar hacia dónde se había dirigido el sapiente, y también si iba acompañado. Volvieron a discutir largo tiempo sobre las acciones a realizar con Nirintalath antes de su partida hacia Darsuma en el Pacto de los Seis, y acordaron que, si Ilaith no sabía de ellos en un plazo razonable, aplicaría la solución de la kregora.
Sin más, la mañana siguiente, el grupo junto con Faewald, Taheem, los ástaros Dûnethar y Cirantor y algunos más embarcaron en el Empíreo para dirigirse hacia la capital del Distrito de Darsia, un viaje que calculaban que les llevaría unos diez días si el clima no les dificultaba el vuelo.
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