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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 27 de noviembre de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 18

La Biblioteca de Jacobsen. Contacto con sir John Atkinson.

 —Entonces, Emil, ¿qué es exactamente lo que ha pasado? —preguntó Sigrid, con la esperanza de cerrar definitivamente el asunto de Novikov y el libro de Taipán. Jacobsen pareció aceptar el giro de la conversación sin más resquemores.

 —En realidad, no tenemos claro lo que ha pasado aún... —empezó Paula.

 —No tenemos claras varias cosas, pero lo que ha pasado no es complicado —la interrumpió Emil, que se ganó una mirada sorprendida de su hermana—. Varias bibliotecas han sido atacadas en Austria y Alemania, entre ellas la de Franz Liszt, al que creo que tú conoces bien —Sigrid asintió con la cabeza—. El caso es que parece que todo va mucho más allá de los típicos encontronazos entre la logia occidental y la logia oriental. Ya sabes que la logia británica suele permanecer al margen de sus rencillas, pero en este caso parece evidente que el perpetrador ha sido un agente externo; ningún bibliomante destruiría una colección con tanta saña.

 »Y lo que es aún más extraño —continuó, después de pensar durante unos segundos—, es que no solo han sido atacadas bibliotecas bibliománticas, sino también algunas de simples coleccionistas (entended bien lo de "simples", porque son coleccionistas realmente importantes). Y de hecho, uno de ellos, Gregor Brunner fue encontrado muerto, quemado junto a su colección en Salzburgo. A todo eso, tenemos que unirle la desaparición del primer grupo de la logia occidental que fue a investigar a Salzburgo, y la desaparición del segundo grupo donde nosotros contribuimos con Ramiro y algunos más cuando fueron a inspeccionar el emplazamiento de la biblioteca de Liszt.

Después de conversar unos minutos más, Jacobsen dio por zanjada la conversación alegando que debían descansar y emplazándolos a una nueva reunión la mañana siguiente donde conocerían al resto de miembros que compondrían el equipo destinado a investigar lo sucedido en Austria.

 —Una última cosa que deben saber tus compañeros, Sigrid —añadió Paula—. Señores, a lo largo de la tarde serán requeridos para una entrevista, así que estén disponibles en todo momento. Gracias —zanjó, sin esperar respuesta—.

Efectivamente, a lo largo de la tarde tanto Jonathan, Tomaso y Patrick recibieron la visita de Paula Jacobsen en persona. Les hizo preguntas sobre su relación con Sigrid, el tiempo que la conocían y los lazos que los unían a ella, y también sobre qué habilidades tenían que pudieran ser de utilidad al grupo. Jonathan y Tomaso respondieron que la conocían desde hacía aproximadamente unos diez días y estaban a su servicio a sueldo como guardaespaldas, ante lo que el rostro de Paula permaneció inexpresivo, pero cuyos ojos denotaron un leve movimiento de incredulidad. Tomaso, además, se sinceró y habló de sus lazos con la mafia de Nueva York, dejando entrever sus especiales habilidades y ganándose el críptico fruncido de labios que ya empezaban a conocer en la hermana de Emil. Patrick, por su parte, afirmó que conocía a Sigrid desde hacía un par de años y que en realidad él no tenía ninguna capacidad especial.

Mientras tanto, Sigrid y Esther recorrían la colección pública de Jacobsen buscando libros sobre atlantes y posesiones. Esther ya había encontrado varios, casi todos en latín y griego, pero lo que pudieron leer no iba más allá de leyendas conocidas o información que parecía demasiado fantasiosa.

A la una de la mañana, alguien llamó a la puerta de la habitación de Sigrid. Esta se dirigió hacia la entrada arrastrando los pies y al abrir vio el rostro mulato de una vieja conocida, Anaya Green, una de las personas de confianza de Emil. 

 —Ponte algo encima, Sigrid —dijo muy seria—. Emil quiere verte inmediatamente.

Sigrid así lo hizo y siguió a la mujer hasta uno de los despachos de otra ala de la mansión. Allí la esperaban tomando té Emil, Paula y otro hombre al que no conocía. Ella y Anaya tomaron asiento. 

 —Estamos muy decepcionados contigo, Sigrid —empezó Paula, sin andarse con paños tibios—. ¿Cómo puedes venir aquí, a esta mansión, a esta misión con... con dos mercenarios prácticamente desconocidos y un simple profesor de instituto que afirma ser un inútil? O ellos nos están mintiendo, o realmente son inútiles y dudosos. En cualquiera de los dos casos, tienen que marcharse.

 —Paula tiene razón, Sigrid; no esperaba esto de ti —rubricó Emil.

"Joder, ya la han cagado", pensó Sigrid, poniendo la mirada en blanco. A continuación, la anticuaria puso toda su elocuencia en convencer a sus interlocutores de que en realidad no era así, que suponía que habían contestado todo aquello para no revelar unos lazos más profundos.

 —Tened en cuenta por todo lo que hemos pasado los últimos días —dijo—; es normal que no se fíen e intenten evitar cualquier referencia a una relación estrecha entre nosotros. Pero os aseguro que los dos... "mercenarios", Jonathan y Tomaso, me han sacado de unas dificultades de las que no creía posible salir, y que Patrick no es lo que aparenta. De hecho... —Sigrid se interrumpió, sopesando la conveniencia de revelar más detalles.

 —Continúa —la instó Emil.

 —En fin... Patrick es muy discreto, y no creo que sea conveniente que yo revele sus secretos, es mejor que lo traigáis aquí y él mismo os cuente; conmigo delante no creo que haya problemas.

Así lo hicieron. A los pocos minutos, Patrick se encontraba al lado de Sigrid, que con insinuaciones veladas le instó a que proporcionara algún dato valioso a los Jacobsen. Finalmente, tras un tira y afloja haciendo referencia al intercambio de confianza, Jacobsen propuso a Patrick permitirle el acceso (supervisado) a su Biblioteca privada durante un par de horas; así, el profesor por fin reveló su capacidad para ver las "auras" de las personas, y su cada vez más fino olfato para interpretarlas. La explicación dejó un poco con la mosca detrás de la oreja a Emil y a Paula, que tras intercambiar miradas con el tipo desconocido y con Anaya parecieron ver confirmadas sus sospechas de que Patrick ocultaba algo. Pero una breve demostración del profesor los convenció lo suficiente como para darse por satisfechos, al menos de momento. En cuanto a Tomaso y a Jonathan, aceptaron la palabra de Sigrid sobre su lealtad. Servirían como piezas de choque.

Dos horas antes, antes de la intempestiva reunión a la una de la mañana, el grupo había llamado a Derek para informarle de toda la situación. El director de la CCSA había estado esperando en el hotel la llamada de sir John Atkinson, sin suerte. Sigrid le informó de que seguramente partirían hacia Austria al día siguiente o al otro, así que deberían estar atentos para comprar los billetes correspondientes y seguirlos de cerca. El plan de la anticuaria seguía adelante: Derek, Theo, Artem y Sally los seguirían discretamente en previsión de posibles trampas o traiciones.

 

La Biblioteca privada de Emil Jacobsen

Por la mañana fueron convocados a una enorme sala dominada por una mesa con una veintena de sillas y varios sirvientes que servían el desayuno. Poco a poco, la sala fue llenándose de gente. Pudieron oír alguna conversación en alemán, y también en francés. Sigrid se sorprendió cuando, en un momento dado, apareció por una puerta un rostro conocido: se trataba de Jesús Cerro, el bibliomante español con el que había hablado por teléfono para informarse sobre la situación en Europa, y que le había dejado claro que no quería involucrarse más en los asuntos del submundo ocultista.... "vaya, vaya". Cerro no tardó en verla, y se acercó, sonriendo.

 —Sigrid, ¿qué tal? —saludó.

 —Buenos días, Jesús —contestó ella—. Por nuestra conversación el otro día habría jurado que ya no te vería más, y menos en un lugar como este...

 —Ah, ja, ja, ja. Digamos que Emil puede ser... muy persuasivo —sentenció, con una mueca traviesa—. Ya sabes que, como decimos en España, "poderoso caballero es don..."

 —Ya, ya —interrumpió Sigrid, con un gesto de negación—. ¿No será...

La frase de Sigrid se cortó cuando Emil y Paula hicieron acto de aparición en la sala invitando a todos a sentarse y reclamando su atención. Lo primero que hicieron fue presentar al grupo a los demás. Allí, además de Sigrid, Tomaso, Jonathan, Patrick y Jesús Cerro, se encontraba la propia Anaya Green; el tipo que había estado en la reunión nocturna con Sigrid y Patrick, un francés llamado Lucas Gardet, con "ciertas habilidades mentales"; acompañando a Lucas, otro francés: Didier Dufresne, grande y fuerte, con la nariz rota; otro hombre de Jacobsen conocido de Sigrid: Mark Collins, del que sospechaba que era un psicópata sin escrúpulos; Svanur Simonsson, un islandés de rostro níveo y pelo rubio; Elliot Saunders, una especie de aristócrata que no se despegaba de un vaso siempre lleno de whisky con hielo; Travis Pearson, un británico de mediana edad con unas ojeras y una expresión que delataban su condición de oniromante; Judith Stevens, otra conocida de Sigrid a la que le gustaba meterse de todo por la nariz; Adrian White, otro británico desconocido que no dijo ni una palabra durante toda la reunión pero que destilaba por todos sus poros un carisma especial; y por último, fue presentado el grupo de los alemanes. Mara Kirstein, que lucía varias cicatrices en las manos y en los brazos, y a la que le faltaba el dedo anular de la mano izquierda; Tine Kunst, una mujer con entrenamiento militar; y Marius Eichmann, alto, rubio y de ojos azules; en su cuello podía verse el extremo de un tatuaje que Sigrid sospechaba que podía ser una esvástica. En total, contando a Sigrid y sus compañeros y a Paula Jacobsen, que anunció que se pondría al frente, el grupo constaría de dieciocho efectivos, prácticamente el doble de los que habían conformado los grupos anteriores que habían desaparecido.

"Una epideromante, un oniromante, un posible dipsomante, tipos durísimos y varias personas con habilidades desconocidas...", pensó Sigrid, "¿qué diablos pintamos Cerro y yo aquí, dos simples bibliomantes?". Las preguntas de Sigrid encontraron pronto respuesta: Jacobsen quería bibliomantes en el grupo para poder seguir pistas si era necesario con los rituales adecuados, y además —dato que desconocía—, Cerro era un ex agente de las fuerzas especiales que podía servir también como pieza de choque.

 —Este es el recuento de bibliotecas atacadas —dijo Paula, desplegando un mapa con puntos sobre él—: al menos tres en Viena, dos en Salzburgo, otras dos en Graz y al menos tres en Alemania. Esta —añadió, señalando uno de los puntos— es la que pertenecía a Gregor Brunner, el coleccionista que fue encontrado muerto, suponemos que porque fue el único que se encontraba en su biblioteca en el momento del presunto ataque.

 »Como ya sabéis, dos grupos fueron enviados a investigar a Salzburgo y a Viena, y de ambos, todos los componentes han desaparecido sin rastro excepto dos del grupo de Salzburgo que se encuentran en el hospital en coma. Prevemos que la misión sea peligrosa, pero debemos descubrir la naturaleza de esta amenaza previendo que podemos pasar a ser su siguiente objetivo. —Varios de los presentes esbozaron una media sonrisa al oír aquello, y Sigrid pensó: "Evidentemente, Emil teme sufrir un ataque parecido, de ahí su interés en esclarecer el asunto, claro; y la urgencia en reunir este... equipo".

 —Esta noche —finalizó Paula, dando por terminada la reunión— partiremos hacia Viena en nuestro jet privado. Tened vuestro equipaje preparado.

Mientras Tomaso llamaba a Derek para informarle de su partida hacia Viena y formalizaban la compra de los billetes para el grupo del hotel para unas pocas horas después, Jacobsen fue fiel a su palabra y accedió al requerimiento de Patrick de visitar su Biblioteca. Para poder entrar, hacía falta un escáner de la retina de Jacobsen y una prueba de voz, lo que hizo pensar a Patrick que Sigrid lo iba a tener muy difícil para cumplir la palabra dada a Taipán y darle acceso a la Biblioteca privada de Emil. Tras unos minutos con el bibliomante haciendo de guía y mostrándole sus mayores tesoros (aunque Patrick supuso que no compartió con él los más importantes), el profesor le preguntó si poseía algún libro antiguo que tuviera asociada alguna historia truculenta relacionada con posesiones o con demonios.

 —Mmmmh... —pensó Jacobsen—; pues mira, precisamente tengo aquí una obra de teatro de Aaron Parry, no sé si conoces al autor. —Patrick negó con la cabeza—. Bueno, es un autor muy oscuro, casi desconocido, cuyas obras se cotizan en el orden de centenares de miles de libras, y aquí tengo una de las más caras, una primera edición de "Diálogos con Orobas". Se dice que Parry escribió la obra inspirado por un demonio extraordinariamente poderoso, quizá incluso mientras estaba poseído por él, y, de hecho, por si no lo sabes, Orobas es el nombre de uno de los más grandes demonios del averno mencionados en el Ars Goetia.

 —Vaya, muy interesante. ¿Te importaría si le echo un vistazo en el tiempo que me queda de visita? —preguntó Patrick, intrigado por el ejemplar.

 —Por supuesto —confirmó Jacobsen—, déjame que lo saque de la vitrina... así... ya está. Ven por aquí, mira. —Jacobsen lo dirigió a una pequeña sala de lectura donde había varias mesas y sillas—. Puedes sentarte aquí, y por favor, trata el libro con cuidado. Tienes menos de hora y media; uno de mis hombres esperará al otro lado de la puerta y te hará saber cuándo se acaba el tiempo.

"Menos mal que el tal Parry escribía en inglés", pensó Patrick, aliviado al ojear las primeras páginas. Haciendo uso de sus tremendas habilidades para la lectura pudo acabar justo a tiempo de leer el libro. Aunque la mayoría de las cosas parecían ininteligibles o sin sentido, uno de los diálogos le llamó especialmente la atención. Uno de los personajes decía a otro:

"—Como decía Lucian Lowe, esto no es debido sino a la falta de
un Guardián de la Realidad que vele por nuestra existencia"

"«Guardián de la realidad»", pensó, "yo diría que es una clara referencia a Saint Germain". 

De vuelta al ala de habitaciones y ante la ausencia de Sigrid, que se encontraba con Esther, Patrick se reunió con Tomaso para compartir el curioso dato. Y para su sorpresa, el italiano reconoció el nombre de Lucian Lowe.

 —Ya sabes que soy un gran aficionado al ocultimo, Patrick —dijo Tomaso—. Y resulta que Lucian Lowe fue un miembro destacado de la Orden de Hermes Trimegisto.

 —Ah —soltó Patrick—. Me suena a dios griego... ¿qué era exactamente esa orden?

 —En realidad, deberías preguntar "qué es", porque no hay ninguna prueba de que no permanezca activa hoy en día. Aunque es verdad que si está activa, permanece muy bien oculta. En fin, digamos que en el pasado, sus miembros estaban versados (o eso decían) en las artes de la hechicería y la taumaturgia, y buscaban el acceso al "Poder Verdadero", fuera lo que fuera eso. Sus sedes principales estaban en El Cairo y en Jerusalén, pero se encontraban en muchos más lugares durante los siglos XVIII y XIX, hasta que dejaron de aparecer en escritos, periódicos y demás. Se dice que sus enseñanzas y secretos fueron heredados por la orden de la Golden Dawn, que supongo que sí te sonará más...

 —Sí, esa sí que la conozco, un grupo de locos con unos rituales sexuales como excusa para el hedonismo...

 —Bueno, esa es una opinión, pero hay quien considera que no estaban tan locos —añadió Tomaso, guiñando un ojo.

Ambos coincidieron en que era una pista muy interesante, y que deberían profundizar más en ella. Desde luego, las palabras "falta de guardián de la realidad" eran muy descriptivas sobre el papel que Saint Germain había llevado a cabo en su anterior existencia, y quizá podría conducirles a él en esta.


Por fin, Derek recibió la llamada de Atkinson, intrigado por aquel que su mayordomo afirmaba que llamaba "de parte del congresista Ackerman". Derek se presentó y le explicó la situación, además de confirmar que era amigo íntimo de Philip Ackerman y hombre de su plena confianza. Finalmente, Atkinson accedió a encontrarse con él en su mansión a las seis de la tarde.

Después de comer y mientras llegaban las seis, el grupo realizó una videollamada para poner toda la información en común y decidir el plan de acción: si salir de allí lo más rápidamente posible y ganarse la enemistad de Jacobsen, o seguir colaborando con el bibliomante. Finalmente optaron por la segunda opción y concretaron el plan por el que Derek y los demás viajarían a Viena en un vuelo posterior al suyo y se mantendrían cercanos en todo momento.  

Sir John Wesley Atkinson
A las seis en punto de la tarde, Derek se presentó puntual junto a los Vástagos de Mitra en la mansión de Atkinson, donde el antiguo embajador no tardó en recibirlo. El aristócrata se mostró amable, pero se hizo acompañar de tres guardaespaldas; sin embargo, cuando Theo y Artem hicieron un determinado gesto, Atkinson pareció afirmar para sí mismo e hizo salir a sus guardianes. En ese momento, los dos compañeros de Derek hincaron una rodilla en tierra, esperando la bendición de su superior, que no tardó en llegar en un idioma desconocido. Con una sonrisa, el aristócrata los hizo levantarse e hizo traer un té, ya más relajado. Acto seguido, Theo Moss explicó brevemente las razones de su presencia allí y de paso ensalzó a Derek, a Ackerman y a su organización, que estaban "luchando valientemente en primera línea contra aquellos que nos quieren llenar de cadenas".

 —Fue el propio congresista quien me proporcionó su contacto, señor —dijo Derek—. Nos hemos tenido que desplazar a Gran Bretaña por asuntos de extrema urgencia para la existencia y la humanidad, y toda la ayuda que podamos conseguir será bienvenida. 

 —Me veo en la obligación de inforhmarhle —añadió Yatsenko— de que algunos de nuestrhos compañerhos se encuentrhan  en la mansión del coleccionista Jacobsen, por causas de fuerhza mayorh, señoría. Perho es una asociación porh purha necesidad.

 Ante el gesto de sorpresa de Atkinson, Derek se apresuró a añadir:

 —Señor, Jacobsen retiene a la hija de una de mis compañeros, y sus intereses pueden ser de utilidad para la misión. En ningún momento quiero que piense que el bibliomante goza de nuestra lealtad.

 —Me tranquiliza oír eso, señor Hansen —dijo Atkinson, relajando la expresión—. Pero déjeme advertirle que nada bueno puede salir de una colaboración con tamaña víbora; dígales a sus compañeros que tengan mucho cuidado con él y sus secuaces, y ténganlo ustedes también. Y si necesitan ayuda, no duden en pedírmela, tener la recomendación de dos Vástagos es algo no poco impresionante; haré lo que pueda.

 —Estaremos muy alerta con Jacobsen, pierda cuidado. Y respecto a su ofrecimiento... esta misma noche tenemos que volar a Viena y si usted pudiera proporcionarnos algún contacto allí, se lo agradeceríamos.

 —Sí, desde luego —dijo el aristócrata, después de pensarlo unos segundos—. Me temo que en Austria no puedo dirigirles a nadie... sin embargo, en Múnich podrían ustedes contactar con Filip Austen, un león de Mitra.

Agradeciéndole su deferencia, Derek acabó la conversación preguntando a Atkinson si podía darles algo de información respecto a Lucian Lowe o la Orden de Hermes Trimegisto. El noble le respondió que el nombre de Lowe no le decía nada, pero que la Orden Hermética había sido fuente de muchos enfrentamientos con los mitraicos en el pasado; dijo también que eran unos iniciados que buscaban ganar poder a toda costa, y que llegó un momento en que se aliaron con los demonios, hasta que dejaron de dar señales de vida, posiblemente diluidos entre los entes infernales.

Agradeciéndole de nuevo su paciencia, Derek y los demás se despidieron y se dirigieron directamente al aeropuerto para partir hacia Viena. El avión privado de Jacobsen con Patrick, Tomaso, Sigrid y Jonathan a bordo saldría a eso de las diez de la noche, y el vuelo de Derek y los demás despegaría a las dos de la mañana. Sally ya había conseguido habitaciones en el mismo hotel que la compañía de Jacobsen, así que el problema de la cercanía lo tenían ya resuelto.

Antes de la partida, Jacobsen convocó a Sigrid y a Jesús Cerro. Para ayudarles en su labor, les confió un pequeño objeto: el Localizador. Se trataba de una especie de brújula que, con los rituales adecuados y las cargas apropiadas, era capaz de indicar la dirección en la que se encontraba el causante, o el origen, de un determinado evento. 

 —Además —añadió—, Paula llevará consigo la Pizarra de la Revelación. Ya sabéis cuál es su poder, más o menos. No me gusta enviarla lejos de aquí, pero creo que en este caso es necesario. Confío sobre todo en ti, Sigrid, para mantenerla a salvo.

La Pizarra era capaz de proporcionar información sobre hechos u objetos mediante las cargas y las preguntas adecuadas. Si Jacobsen la enviaba con el grupo, es que estaba realmente preocupado por descubrir el origen de los ataques, pues era uno de sus bienes más preciados y mejor guardados.


jueves, 12 de noviembre de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 17

La CCSA se traslada. Viaje a Londres.

Después de una larga conversación en la que intentaron evaluar por qué los demonios les habían localizado durante la primera ceremonia de restauración de Ackerman, este pidió que sintonizaran en el televisor un determinado canal donde se retransmitía la rueda de prensa que había convocado Shannon Miller con carácter de urgencia. La jefa de gabinete del congresista aparecía indignada y con gesto grave.

 —Odio decir esto —anunció, ante la sonrisa irónica del congresista—, pero el congresista Ackerman es un mentiroso. Puedo asegurarles que no ha habido ningún atentado contra su vida, y que por el contrario, fue víctima de una posesión; incluso estuvo ingresado en el hospital St. Andrews, aquí están los papeles que lo acreditan —dijo, mostrando una carpeta.

 »Y no solo eso —continuó—, sino que el congresista ha creado varias organizaciones que han servido como tapadera para negocios fraudulentos y desvió de capital, como la CCSA, que extrañamente ha anunciado el cierre de casi todas sus oficinas en los últimos días.

Amy Bowen se giró preocupada hacia el congresista, que tornó su gesto en otro más serio.

 —Debemos partir cuanto antes hacia Washington, Amy —dijo—. Debo desacreditar a Miller y a sus compinches desde allí. —Se giró hacia Tomaso—. Tomaso, ¿crees que sería posible restaurarme antes de que acabe el día?

 —Bueno... —contestó Tomaso—, aún no sé muy bien qué es lo que pasa conmigo, pero creo que sí. 

Se apresuraron a buscar una iglesia donde pudieran llevar a cabo la ceremonia discretamente, y Sigrid no tardó en dar con una en un discreto pueblo al norte del estado. No había tiempo que perder; en cuestión de una hora, una comitiva de furgones de la CCSA (convenientemente pintados de negro) se desplazaba hacia allí. 

El párroco Michael Scott
En el templo les recibió el párroco Michael Scott, un joven cura de veinticuatro años, que se declaró admirador del congresista, saludó con reservas a la hermana Mary y las demás y mostró su extrañeza ante lo... irregular de aquella situación, con tanta gente del gobierno acudiendo a su pequeña parroquia.

La ceremonia se prolongó a lo lardo de aproximadamente una hora y media, y aunque todos se mantuvieron alerta y en un estado de tensión extremo, esta vez no hubo sorpresas inesperadas. Como ya era habitual, Tomaso fue envuelto en un resplandor dorado (ante la sorpresa del párroco Scott, que abrió mucho los ojos durante todo el proceso) y finalmente se desvaneció y fue ayudado por las hermanas. Ackerman no notó gran cosa, y como también venía siendo ya habitual, Patrick inspeccionó su aura.

 —Está bien —dijo el profesor, con un ligero gesto de alivio y los ojos velados, concentrado—, quedan algunas pequeñas máculas aquí y allá, pero nada que no pase por normal. Creo que no habrá problema en que se desplace a Washington, congresista.

 —Físicamente también se nota, Philip —dijo Derek—. Las ojeras han desaparecido, y tu rostro ha recuperado el color normal. Menos mal.

Una voz se alzó desde detrás del altar:

 —Pero... pero... esto es... ¡es extraordinario! ¡Alabado sea el señor! —el párroco estaba fuera de sí—. Señor Belgrano, ¡es usted un enviado divino! ¡Podía sentir la presencia celestial emanando de usted!

Durante el resto de su estancia allí, el párroco no cesó de repetir que sería un honor que Tomaso acudiera a alguna de sus misas para inspirar a sus feligreses, y finalmente le concedieron poder hablar por teléfono con Tomaso en algunas ocasiones.

De vuelta en Manhattan, Linda informó a Derek de que el día siguiente ya podrían llevar a cabo el traslado a la mansión de Westchester, a lo que el director respondió con un sincero agradecimiento por su eficiencia. Ackerman, su equipo y Frank Evans apenas se detuvieron en la oficina, y partieron inmediatamente hacia Washington junto con otro par de agentes.

Esa noche, Tomaso disfrutó de un más que merecido descanso, y Derek volvió a ver los extraños cuervos en sus sueños, aunque su número había disminuido drásticamente y no tardaron en pasar de largo del edificio de la CCSA. Estos hechos hicieron que durante el desayuno transmitiera sus suposiciones a sus amigos:

 —Creo que nuestro encuentro con los demonios los ha debilitado de alguna forma. Los "rastreadores" que soy capaz de ver en mi sueño han sido muy pocos esta noche, y poco... no sé como decirlo, poco centrados.

 —Bueno, si es así, por fin una buena noticia —apostilló Patrick, un gran fan de apostillar; desde luego, apostillar era lo suyo, sin duda alguna; era un gran apostillador; el apostillador mayor del reino; el sumo apostillador. El desapostillador que lo desapostillare gran desapostillador sería.

Por la mañana, Patrick fue a intentar hablar con Sam Walsh, uno de los autores de las tesis doctorales sobre las posesiones, pero sin éxito; lo tendría que intentar al día siguiente. Se dirigió entonces a la biblioteca, para leer la tesis de Walsh, pero sucedió algo extraño: en todos los registros constaba la tesis, y al parecer nadie la había sacado de la biblioteca, pero tanto el ejemplar físico como el electrónico habían desaparecido sin dejar rastro. Patrick apenas escuchó las palabras de disculpa del personal de la biblioteca, frustrado.

Esa misma mañana, Sigrid adquirió unos cuantos libros que le permitieron recargar sus poderes bibliománticos. Derek, por su parte, se dedicó a coordinar el traslado a Westchester. 

En un momento dado, Sally los convocó a todos ante el televisor; Ackerman no había perdido el tiempo, y había convocado a la prensa aquella misma mañana. Se le notaba el cansancio, pero la energía con que hablaba lo compensaba. Dejó claro que había traidores en el partido y en su equipo, y que estaban intentando socavar su posición por motivos desconocidos. "Va a tener que pelear duro estos próximos días si quiere deshacerse de todas las manzanas podridas que lo rodean", pensó Derek, un poco desesperado por no poder encontrarse con su amigo. De repente, se le ocurrió algo:

 —Sally —dijo—, ¿crees que Omega Prime podría difundir algunas noticias... rumores... sobre Shannon Miller? ¿Algo moderadamente grave?

 —¡Qué buena idea, Derek! —contestó ella, sonriendo y abriendo su portátil—, ahora mismo contacto con ellos.

"Bueno, quizá finalmente sí pueda ayudarte, Philip", Derek sonrió para sus adentros. Poco después se reunía con Samantha Owens, a la que anunció que dejaba al cargo de la organización mientras él estuviera en el extranjero.

 —Además, necesito que te encargues de otra cosa, Sam. Tendrás que conseguir que un par de equipos de la CCSA Chicago se trasladen aquí para engrosar filas; entre los que nos vamos a Europa, los que se han ido con Ackerman y los heridos, vais a quedar aquí muchos menos de los que me gustaría, así que tendrán que venir a ayudarnos. No importa como lo hagas, pero lo tendrás que conseguir sin la ayuda del congresista.

 —No se preocupe, director —contestó Owens, muy segura de sí misma—, déjelo todo en mis manos.

 

Ya trasladados a la mansión de Westchester, Sigrid utilizó el resto del día en realizar los rituales necesarios para el traslado y establecimiento de su Biblioteca. Además, decidieron retrasar su viaje del viernes al sábado para que Patrick pudiera visitar de nuevo a Sam Walsh en la universidad el día siguiente, y Tomaso pudiera contactar con el padre Scott para consagrar la pequeña capilla que se había habilitado en la nueva sede de la organización. Las habitaciones de alojamiento de agentes y externos, el gimnasio, el parking y las duchas ya estaban prácticamente finalizadas y operativas. Las instalaciones de laboratorios, enfermería y salas médicas y veterinarias tardarían un poco más en estar listas. Tras una conversación con Patrick, Sigrid llamó a Esther.

 —Cariño —dijo, después de que su hija le dijera que todos estaban bien y le informara de todo—, necesitamos que localices en la biblioteca de Emil todos los libros que puedas sobre posesiones, exorcismos y atlantes.

 —¿En la biblioteca pública o en su bibliteca privada, mamá? —preguntó Esther.

 —De momento en la pública, no quiero que te arriesgues lo más mínimo mientras estés ahí. Emil posee cientos de miles de libros, estoy segura de que encontrarás alguno interesante.

 —Vale, me pondré con ello en cuanto cuelgue.

 —Muy bien, muchas gracias, y ten mucho cuidado.

 —Lo mismo te digo, mamá.

Sigrid sonrió, como siempre que hablaba con su hija, de la que estaba profundamente orgullosa, mientras acariciaba su preciada pulsera minoica. Esa pulsera siempre le recordaba a su hija, que en la infancia se había obsesionado con la isla de Creta y los minoicos. Era simple, de bronce, con una cabeza de toro en la parte externa y abierta en la parte interna, acabada en dos protuberancias en forma de pezuña. Simple, pero muy valiosa. No recordaba cuándo había empezado a llevarla encima (no tenía por costumbre hacer un uso personal de sus antigüedades más valiosas), ni siquiera si esos recuerdos eran de esta vida o de la pasada, pero la pulsera era preciosa, y le gustaba la manera en que la cabeza de toro reflejaba la luz... el toro minoico... Cnossos... el minotauro en el laberinto... Minos... Dédalo... Teseo.. Levantó la vista y miró su reloj. "¿He pasado dos horas contemplando la pulsera?", pensó, "¿¿Cómo puede ser??". Sacudió la cabeza, y se fue a seguir poniendo orden en su biblioteca.

La primera noche en la mansión discurrió tranquila, Derek ya no vio ningún cuervo ni figura extraña, y así lo comunicó al resto por la mañana; todos se congratularon por el éxito del traslado.

El padre Scott se mostró entusiasmado cuando Tomaso le llamó para pedirle el favor de consagrar la capilla; tanto, que aceptó incluso desplazarse hasta allí con los ojos vendados (toda precaución era poca hasta que conocieran mejor al sacerdote). Por otra parte, Derek encargó a Linda que dispusiera todo lo necesario para que su familia se trasladara al pequeño pueblo del padre Scott, que le había parecido lo suficientemente discreto y remoto para que estuvieran a salvo. 

De vuelta en la universidad, Patrick se encontró por fin con el doctor (en psiquiatría) Sam Walsh. Este esbozó una sonrisa socarrona cuando el profesor le habló de la ausencia de su tesis en la biblioteca.

 —No me extraña nada —dijo—. En el mundillo universitario, es un secreto a voces que todo aquel que se ha dedicado a investigar esa área (las posesiones, me refiero) ha tenido multitud de problemas. Yo mismo cambié mi área de especialización y realicé una nueva tesis por tales motivos... retirada de fondos, falta de subvenciones...

Cuando Patrick le pidió ayuda para entender mejor el proceso de posesión alegando que ayudaba a una familia desesperada, Walsh se encogió de hombros.

 —Pues en realidad no sé de qué manera podría ayudarle, señor Sullivan, más allá de enviarle mi tesis, de la que —bajó la voz teatralmente— guardo varias copias. Pero le agradecería una discreción absoluta en su divulgación.

 —No se preocupe por eso —contestó Patrick, sonriendo—, su tesis no la verá nadie más que yo.


El día siguiente, tras despedirse de todo el mundo y dejar a Owens al cargo de la organización, Derek, Tomaso, Sigrid, Patrick, Jonathan, Sally, Moss y Yatsenko abordaron el avión que les llevaría a Londres. Durante el vuelo, Patrick comenzó a leer la tesis doctoral de Walsh, una tarea nada fácil, ya que estaba plagada de tecnicismos psicológicos y psiquiátricos, evaluciones de personalidad y un sinfín de datos abstrusos que lo obligaban a consultar a menudo en Internet. Consiguió leer unas cuantas decenas de páginas antes de aterrizar. Pero esta primera parte fue suficiente para sacar en claro que los conceptos tratados eran muchísimos: mencionaba las ondas alfa cerebrales, las ondas beta, la terapia gestáltica, la conductiva-conductual, unos cuantos conceptos budistas y de meditación, todo ello aderezado con unas gotas de mecánica cuántica. Por el vistazo que echó a la parte final, parecía que la tesis sostenía un éxito limitado combinando una serie de terapias con tratamientos químicos, y que mencionaba la susceptibilidad de los humanos a las posesiones y varios eventos extraños que habían tenido lugar en los últimos dos siglos, como el terremoto de Lisboa de 1808 y varias erupciones más sin explicación; también hacía referencia a varios manuscritos hallados en Nueva Inglaterra en los que se hacía referencia una "extrañas columnas de sombras", y al "día oscuro"; la referencia a estos documentos remitía a otra tesis doctoral en otra universidad.


Cuando pusieron pie en tierra, lo primero que hizo Derek fue llamar al antiguo embajador, y Vástago de Mitra, sir John Wesley Atkinson. Desafortunadamente, según le dijo el mayordomo, no se encontraba en casa en ese momento. Pero volvería en breve, esa noche o el día siguiente, así que tomó nota del teléfono de Derek para dejarle el recado a sir John. Por la información que les dio, Yatsenko sugirió que era posible que estuviera realizando algún ritual en alguna de las cavernas de Mitra (los templos de Mitra se encontraban en cavernas excavadas en la roca). 

Tras pernoctar en un buen hotel, el día siguiente Sigrid, Patrick, Tomaso y Jonathan se desplazaron a la mansión de Jacobsen mientras el resto se quedaba en el hotel esperando la llamada de Atkinson o noticias del grupo. Como ya les había informado la anticuaria, la mansión era enorme y más que una casa era una fortaleza. La finca se extendía a lo largo de muchas hectáreas de terreno, fundiéndose al fondo con los bosques que precedían a las colinas. Varios hombres armados montaban guardia, y tuvieron que detenerse dos veces en sendos controles antes de llegar a la pequeña glorieta que daba acceso a la casa principal. Allí dos mujeres salieron a recibirles: una de ellas era Esther, la hija de Sigrid, que se apresuró a abrazar a su madre con gesto alegre. La otra, de aproximadamente la misma edad que Sigrid, era una desconocida para todos, excepto para la anticuaria.

 —Bienvenidos, espero que hayan tenido un buen viaje —empezó, con una perfecta dicción—. Permítanme presentarme; mi nombre es Paula Jacobsen, soy la hermana de Emil y me alegro de que Sigrid haya podido traerles hasta aquí. Hola, Sigrid —añadió, sonriendo—.

 —Buenos días, Paula —contestó Sigrid—, espero que vaya todo bien.

 —Bueno, ya sabes... lo de Viena ha sido algo inesperado... y Ramiro...

Sigrid torció el gesto y afirmó con la cabeza, y acto seguido, Paula les indicó que la siguieran al interior de la casa. Sigrid aprovechó para contarles en susurros que Paula era tan peligrosa como Emil, y que en el pasado había estado enamorada de Ramiro.

En realidad, Paula era una mujer bastante atractiva, y Tomaso no pudo evitar notar que le dirigía varias miradas valorativas, aunque discretas. Así que aprovechó para dirigirle aquella irresistible sonrisa suya, a la que Paula respondió con un gesto ambiguo. "Bueno, veremos qué sale de esto", pensó el italiano, confiado de sus habilidades seductoras.

Emil Jacobsen, librero y Bibliomante
Paula les invitó a ponerse cómodos en un bonito salón donde esperarían a Emil, que se encontraba ausente en esos momentos. Sirvieron varias bebidas y charlaron agradablemente durante un rato, hasta que Jacobsen apareció, con gesto serio y acompañado de un par de tipos. Era la viva imagen de un aristócrata, con el pelo cano, traje entallado, una pajarita que en otra persona habría resultado ridícula pero que a él le daba un porte distingido, las cejas pobladas y sus lujosas gafas, que no escondían unos profundos ojos azules pálidos como el  hielo.

 —Qué bueno verte por aquí al fin, Sigrid —dijo el librero, con aquel tono de falsa alegría que Sigrid había aprendido a identificar hacía mucho tiempo, y que la puso en guardia—. Y veo que has traído refuerzos, muy bien, excelente.

Después de las pertinentes presentaciones y una explicación tácita sobre las distintas habilidades, Jacobsen fue directo al grano:

 —Bueno, Sigrid, y ahora no te importará que te pregunte algo, ¿verdad? —por supuesto, no esperó respuesta— ¿Qué pasó en Nueva York? Según tengo entendido compraste un número desproporcionado de libros, y tú y yo sabemos lo que eso significa... ¿conseguiste algún libro interesante? —se refería obviamente al libro de Taipán.

Sigrid ya tenía prevista esta situación, y ya había preparado su historia para cuando llegara el momento; así que la soltó, esperando poder engañar al que era quizá el hombre más peligroso de Europa... le contó que todo el episodio de los libros había sido en realidad una encerrona para atrapar al tal Sergei Ivánov, que les había complicado mucho el encuentro con Taipán y que había llegado a tentarles, incluso a amenazarles, para que dejaran a Jacobsen y trabajaran para él. 

Emil pareció tragarse el cuento, porque al parecer no conocía a Ivánov/Novikov y la explicación de Sigrid estaba muy bien argumentada, así que, dándose por satisfecho, cambió de tema.