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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 29 de abril de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 23

El Arcángel de Oltar y el Diamante de Luz

—Tenemos que despertar a Daradoth en cuanto podamos —urgió Symeon mientras observaba el Orbe de Curassil, que había cogido cuando se le había caído al inconsciente elfo—; realmente me preocupa lo rápido que he notado ese pulso oscuro...

—Sí —coincidió Galad—, pero eso va a requerir su tiempo, no tenemos más remedio que esperar a que sane esa herida. 

—Tiene muy mal aspecto —intervino Yuria.

—Pero mejorará, espero que en pocas horas. Descansemos mientras tanto.

Galad cogió el orbe, e intentó ahondar en él. Lo que sintió al hacerlo fue distinto a todo lo que había sentido anteriormente al intentar sintonizar con otros artefactos y objetos de poder, excepto quizá con la espada Églaras. Pudo sentir el núcleo de poder del objeto, pero lo notó como si estuviera enterrado debajo de capas externas de sombra pura. No sabía explicarlo bien, pero era como si tuviera que "bucear" en un "estanque de sombra" para poder alcanzar su objetivo. Lo intentó.

Yuria y Symeon se miraron, inquietos. Galad llevaba un par de minutos mirando fijamente el orbe en su mano, sin mover un músculo.

El paladín consiguió superar el último estrato de sombras.Y se encogió al sentir una fuerte presencia, que habló en su mente. Bueno, en realidad no habló, sino que le transmitió unas sensaciones que Galad intentó verbalizar para poder entender:

"¿Eh?", pareció reparar en él, "¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?".

"Soy Galad... ¿estás ahí?"

"¡¡¡Fuera!!!"

Galad sintió un fuerte dolor de cabeza durante un breve instante, y retrocedió súbitamente hasta "la superficie". El gesto de dolor que transmitió su rostro puso alerta a sus amigos.

—¿Estás bien, Galad? —preguntó Symeon.

—Ehh... sí, sí, estoy bien. Dentro del orbe hay una entidad, bastante fuerte por cierto, que me ha rechazado. Está... no sé, como cubierta por varias capas de sombras.

—¿Y crees que podrías volver a intentarlo?

—Supongo que sí, aunque me da un poco de... —dudó— respeto.

—Si puedes comunicarte con él —intervino Yuria—, deberías intentar convencerle de que somos enviados de la Luz y es nuestra única esperanza.

Galad lo volvió a intentar, y esta vez le costó menos llegar a la presencia.

"Soy yo de nuevo. ¿Recuerdas a alguien llamado Ecthërienn?", preguntó.

"¿Tú otra vez? Ecthërienn... mmmmhh... no. Mientes. Mientes como todos. ¡Mientes!". 

Galad notó cómo la entidad, el arcángel, lo tocaba de alguna manera abstracta. Un frío intenso lo invadió. Y un impacto muy fuerte lo golpeó, proyectándolo hacia "atrás". Cayó hacia atrás también físicamente en el mundo real. Cuando se despejó, explicó lo que había pasado.

—Creo que lo mejor —sugirió— sería que fuera Daradoth quien trabara contacto, porque él puede oír a Ecthërienn y quizá pueda ponerlos en contacto.

—Mmmmh... no sé, ¿crees que Ecthërienn colaborará? —dudó Symeon.

—Tened en cuenta —añadió Yuria— que llevan muchísimos siglos abandonados en la oscuridad, invadidos por la sombra. No sé hasta qué punto estarán en sus cabales, ni uno ni otro.

Decidieron descansar mientras Daradoth se recuperaba de su herida (que presentaba aún un aspecto horripilante, en absoluto natural). Al cabo de unas tres horas, Galad notó un pequeño escalofrío, y Symeon también, aunque con una intensidad aún menor. Permanecerion alerta, pero no pasó de esa sensación puntual. El errante se asomó al exterior, y lo que pudo notar era que en ese momento ya no se percibía el pulso procedente de la oscuridad del norte, sino un zumbido continuo, bastante molesto por otra parte. Informó a sus compañeros, dando a entender que el tiempo apremiaba; Galad decidió volver a intentar conectar con el arcángel de Oltar, pero esta vez no fue capaz de atravesar las capas de sombras. Tendió el orbe a Symeon, para que lo intentara él, pero tampoco tuvo éxito.

Varias horas después, Daradoth despertó por fin. Todos se aproximaron a él.

—¡Por fin, Daradoth! —exclamó Symeon—. ¿Cómo te encuentras?

—Pues... —Daradoth movió la pierna bajo la manta con la que le habían tapado— noto algo de frío en la rodilla. —Retiró la cobija para poder observar la articulación—. Vaya...

La herida abierta se había curado por fin, pero la parte exterior de la rodilla hasta la mitad del muslo más o menos lucía un aspecto poco habitual. Toda la piel estaba cubierta de pequeños zarcillos negros, que iban difuminándose conforme más se alejaban del punto donde se había encontrado la herida original. Daradoth se tocó con cuidado, poniendo un leve gesto de dolor: la herida estaba sensible, tierna.

—¿Te duele mucho? —preguntó Yuria, preocupada.

—Mucho no, pero parece que no ha curado bien del todo... ¿Galad?

—Me temo que es todo lo que puedo hacer con el poder que tengo, Daradoth —contestó el paladín—. Lo siento.

—No te preocupes, podré vivir con ello, al menos de momento; esperemos que no tenga otros... efectos, o que vaya a peor —vendó la herida con una tira de tela.

A continuación, le contaron lo que había sucedido cuando habían intentado sintonizar con el orbe, y cómo Galad había contactado mediante sensaciones con el presunto arcángel.

—Creemos que tú podrías poner en contacto de alguna forma al arcángel y a Ecthërienn —dijo Yuria.

—Y además —añadió Symeon—, ahora el pulso de ahí fuera ha sido sustituido por un zumbido, con lo que supongo que no vamos bien de tiempo.

—¿Cómo? Vamos para afuera —demandó Daradoth.

En la estancia que daba acceso al rastrillo se vio abrumado por la sensación. El zumbido era bastante potente. No pudo evitar tensar su rostro.

—Es... intenso —dijo a sus amigos—. En el exterior debe de ser mucho peor. Volvamos adentro.

De nuevo en el interior, sobreponiéndose a la molestia de los restos de la herida, fue Daradoth quien intentó ahondar en el orbe para contactar con el arcángel. Tras atravesar las capas de sombra, por fin trabó contacto con él. Transmitía frío, pero a la vez calor, y una clara sensación de inestabilidad que por unos segundos confundió a Daradoth. Un fuerte impacto intentó expulsarlo del trance, pero el elfo consiguió resistir e intentar transmitir a la entidad la presencia de Ecthërienn y su afinidad a la Luz.

De repente, notó un fortísimo dolor en la herida de la rodilla y un nuevo impacto.

Yuria se sobresaltó al ver cómo Daradoth salía despedido hacia atrás, soltando el orbe. Tras unos segundos de aturdimiento, consiguió reaccionar y, entre jadeos, explicar algo de lo sucedido.

—He conseguido contactar con él, pero la comunicación parece extremadamente difícil, solamente he notado... sensaciones, ninguna palabra. No creo que así podamos hacer nada para poder contar con él.

Agotados Daradoth y Galad, y tras una fuerte discusión motivada por el estrés acerca de si Daradoth debería intentarlo o no de nuevo sin la ayuda de los demás, volvieron a descansar.

Solo habían pasado un par de horas cuando Galad se despertó debido a un fuerte escalofrío. Symeon también notó algo, un ligero picor en la nuca.

—¿Lo has notado, Symeon? Igual que ayer, pero un poco más fuerte...

—Sí, aunque parece ser que yo lo siento mucho más débilmente que tú. Ya sabes lo que pienso...

—Que se nos acaba el tiempo, sí.

Tras despertar a Daradoth y compartir las experiencias del contacto con el arcángel, decidieron volver a intentar acceder al poder del orbe. Pero esta vez, Daradoth "hablaría" primero con Ectheriënn. Cogió la redoma y se concentró; al relajar su mente, notó palpitar la herida en su pierna. Desvió su atención hacia allí y notó que, cuanto más se concentraba, más palpitaba la maldita. La apartó de su mente y se concentró en la redoma. Poco después, Ecthërienn se manifestaba en su mente:

"El calor.... el calor por fin... tras tanta oscuridad".

Tras una breve conversación, Daradoth probó a poner en contacto la redoma donde se encontraba el alma del príncipe elfo con el orbe.

"¡Quítamelo! ¡¡Quítamelo!! Frío... ¡Demasiado frío!".

Daradoth se apresuró a separar los objetos, consciente de que las sombras que se habían apoderado del orbe debían de estar ejerciendo un efecto adverso sobre Ecthërienn. Con una titánica fuerza de voluntad resistió de nuevo los intentos de este por invadir su mente.

—No ha habido suerte —informó a sus amigos—. Las sombras del orbe parecen incomodarlo demasiado.

Después de discutir largo tiempo qué podrían hacer, Symeon alumbró una idea, quizá inspirado por la luz de Ninaith:

—Si realmente el arcángel del orbe está desequilibrado o enajenado por la exposición a la Sombra de varios milenios, la única manera de hacerlo reaccionar sería entablando una conversación con él. Por lo que habéis contado, en el proceso de sintonización solo habéis sentido sensaciones...

—Así es —confirmó Galad.

—Pues la única posibilidad que veo es contactar con él en el mundo onírico.

—Pero, será muy peligroso... —objetó Yuria.

—No me importa, mientras pueda salvaros a todos —zanjó Symeon con adusta solemnidad.

Pocos minutos después, mientras los demás lo velaban, el errante dormía y entraba (con todas las protecciones de las que pudo proveerle Galad) al mundo onírico con un escalofrío y el orbe en la mano.

Le costó horrores ascender al mundo onírico, y tras mucho tiempo de esfuerzo se encontró en el entorno que ya había visto previamente cuando Ninaith lo había convocado. Las luces y las sombras luchaban denodadamente por prevalecer a su alrededor. Se estremeció cuando vio que estaba tocando la espalda de una enorme figura humanoide agachada ante él. Su figura era muy estable en contraste con el entorno, y de su espalda brotaban un par de alas envueltas ora en sombras, ora en luz.

La figura notó su presencia y se alzó, hasta una altura considerable. Se giró hacia él; sus ojos brillaban con un fulgor plateado, pero despedían retazos de humo negro. Symeon se encogió al oír su estentórea voz:

—¿Quién eres? —inquirió.

—Mi nombre es Symeon, y he venido para iluminar tu camino de vuelta...

—Mentira.

—En absoluto, cuando me conozcas más verás que no...

—¡¡Mentira!! —exclamó el arcángel, interrumpiéndole y lanzando un golpe con su marmóreo brazo.

Estalló un conflicto entre Symeon y la entidad divina, que el errante pudo aguantar gracias a sus capacidades oníricas (no sin recibir un severo castigo físico).

—¡Escucha! —Symeon intentaba hacerse escuchar

Otro golpe potencialmente mortal que lo lanzó hacia atrás, dejándolo sin respiración.

—¡Tú eres de Luz! ¡Escúchame, te traigo la Luz!

El arcángel pareció crecer, y las fumarolas de sus ojos refulgieron. Un nuevo golpe que Symeon esquivó por poco.

—¡Recuerda a Oltar! ¡Recuerda tu verdadero ser! ¡Y a Ecthërienn!

—¡NO! ¡Solo queréis hundirme en el infierno! ¡NOOO!

Lanzó su puño hacia Symeon, despidiendo una columna de luz y sombras, que, no sin esfuerzo, el errante detuvo con su pura fuerza de voluntad, alzando sus manos a modo de escudo.

—¡¿No lo comprendes?! ¡Te necesitamos! —rugió Symeon, prácticamente con lágrimas en los ojos debido al esfuerzo—. ¡Oltar nos envía! ¡¡Los erakäunyr han vuelto y eres nuestra única esperanza!!

El arcángel se detuvo.

—Oltar... Oltar me abandonó... me abandonó...

—No es cierto, Oltar quiere que vuelvas a su Luz, y nos envía para ello —los ojos del arcángel dejaron de desprender jirones de sombras.

—Mi amada señora... ¿no me abandonó? —sus alas se replegaron.

—No, nunca, pero perdió tu Luz durante un tiempo. Sígueme y te lo mostraré. Deja las sombras. —Symeon notó su cabeza casi explotar por el esfuerzo de mantener las sombras apartadas del arcángel. Estaba agotado.

Despertó.

Antes de volver a caer dormido del agotamiento, informó a sus compañeros de lo que había sucedido. Durante unos segundos el ser había parecido reaccionar.

—Es posible que ahora se muestre más receptivo, quizá lo pueda volver a intentar después de descansar.

—Sí, está bien —dijo Galad, preocupado por el aspecto de extrema fatiga de su amigo—. Descansa un rato.

Mientras Symeon (y también Galad) descansaba, Faewald se siguió quejando por el tiempo que estaban perdiendo, preocupado por lo que habían dicho que estaba sucediendo con el zumbido, aunque los demás consiguieron aplacar su ansiedad. "Realmente ha cambiado mucho", pensó Daradoth, "¿qúe ha pasado con el Faewald alegre y despreocupado? Tenemos que salir de aquí cuanto antes. Señor Nassaröth señora Ammarië, ayudadnos a conseguirlo", se llevó el dedo índice a la frente.

El segundo intento de Symeon resultó en más o menos la misma secuencia de acontecimientos, con el arcángel reaccionando a sus palabras poco más que unos segundos. Los demás le informaron de que habían visto las sombras que vibraban en el orbe desaparecer durante unos segundos, lo que debía de haber correspondido con esos instantes.

—Entonces, creo que tenemos una oportunidad —anunció Symeon—. Lo intentaré de nuevo, y en ese momento vosotros podéis proceder a acceder a su poder.

—No veo otra salida —coincidió Galad.

Tras descansar un rato más, se aprestaron a proceder con la maniobra. Efectivamente, transcurridos unos minutos de sueño de Symeon, las sombras danzantes bajo su superficie desaparecieron. Galad y Daradoth ahondaron en el objeto-entidad.

En el Mundo Onírico, Symeon había hecho uso de toda su elocuencia de un modo devastador, y el arcángel incluso le reveló su nombre: Athnariel. De improviso, cerca de ellos, apareció una cruz emmanita que brillaba con un fulgor plateado —"Galad"—, y una silueta etérea y grácil —"Daradoth", pensó Symeon sonriendo.  

Gracias a las habilidades oníricas de Symeon, Daradoth consiguió articular una conversación mientras el errante mantenía las sombras a raya:

—Mi señor, necesitamos vuestra ayuda para que la Sombra no lo inunde todo. Sois la esperanza de la Luz, y necesitamos que nos concedáis la gracia de vuestro poder.

El arcángel, en un gesto inesperado, tendió su mano hacia el elfo. Daradoth tendío la suya, y Galad, sin saber muy bien cómo, también lo hizo. Notaron una oleada de calor y de poder, y a continuación, con Symeon ya totalmente agotado, las sombras los golpearon con fuerza, sacándolos de allí. El paladín y el elfo se miraron, sosteniendo ambos el orbe.

—¿Lo notas? —preguntó Daradoth a Galad, mientras el resto del grupo los miraban con impaciencia.

—Sí. El poder.

Podían notar que el poder completo del orbe los eludía, pero una parte de él era accesible. Galad vibraba, sus sentidos enaltecidos, pues el poder que Emmán le proporcionaba era potenciado en gran medida por el objeto.

—Creo que tú harás un uso de él más útil que yo —anunció Daradoth, soltando la esfera.

—¿Qué ha pasado? —inquirió Yuria.

Le explicaron de la mejor manera posible lo que habían conseguido, y Galad añadió:

—Es posible que ahora tenga el poder necesario para reactivar el diamante.

—Pues intentémoslo rápidamente —urgió Faewald.

Tras dos frustrantes intentos infructuosos y sendos períodos de descanso, lo intentaron por tercera vez. Se distribuyeron alrededor del diamante, más o menos uno de ellos por atril del estrado, y Galad se concentró durante unos segundos, elevando unas silenciosas oraciones a su señor Emmán.

El resto del grupo pronto sintió cómo las sombras retrocedían alrededor del paladín, y un sonido de fanfarrias se alzaba desde ningún lugar y desde todos a la vez, acompañado de una placentera sensación de templanza y confortación.

Galad sintió con claridad a su dios. Y su poder. ¡Oh, el poder! ¡Qué pequeño se sentía! ¡Qué fácil sería ahora caer en el olvido! ¡O destruirlo todo! 

Sobreponiéndose a los pensamientos corruptores y autodestructivos derivados de la borrachera de potencia, se rehizo y lanzó el flujo celestial hacia el cristal suspendido en el aire. Los demás pudieron ver cómo se establecía un canal de luz que conectaba al paladín con el cristal, que cada vez se hacía más potente. El gesto de esfuerzo en su rostro era evidente; le costaba dominar tanto poder. 

—¡Vamos Galad, por Emmán! —no pudo evitar exclamar Faewald, dando voz a los pensamientos de todos ellos.

Pasados unos agónicos segundos, varias facetas del diamante se empezaron a iluminar. Y más. Y aún más. Hasta que todas ellas se iluminaron, y la luz que emanaba de Galad fue refractada en todas direcciones. Los espejos de la torre comenzaron a iluminarse uno a uno, rápidamente. El calor fue en aumento, las sombras desaparecieron.

Y la Luz lo inundó todo, curándolo todo. Quemándolo todo. Arrasándolo todo.

Galad, Symeon, Yuria, Daradoth y los demás sintieron el calor abrasador en sus entrañas, notando que se derretían. Por fin; era la muerte. Pero una muerte agradable en grado sumo. Murieron. ¿Murieron? Sí, en una enorme explosión de poder. El diamante explotó en millones de esquirlas, que los atravesaron.

Pero no sufrieron ningún daño, por la gracia de la Luz. Renacieron. Eran Luz. La sala ya no estaba a oscuras, porque ellos mismos la iluminaban. Se miraron unos a otros en un gesto de reconocimiento mutuo. Sus rostros no habían cambiado, pero sus cuerpos estaban rodeados por maravillosas y etéreas armaduras de Luz dorada, y en sus manos, armas de Luz de un poder inmenso se habían materializado.

Campeón de Luz

 El orbe de Curassil volvía a estar envuelto en sombras, y el diamante se había destruido completamente. Galad reunió a sus compañeros.

—Vamos, acabemos de una vez con esto.


miércoles, 6 de abril de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 22

Ecthërienn y el Orbe de Curassil

"Si no vuelvo, seguramente todos morirán ahí dentro, encerrados para siempre", pensó Daradoth, sin poder evitarlo, mientras por el rabillo del ojo podía percibir a lo lejos el grupo de enanos de la Sombra, y entre ellos aquel que portaba la kothmorui. El peso de la responsabilidad lo abrumó durante unos segundos. Se forzó a seguir avanzando hacia el foso.

Con el ángulo adecuado pudo ver el puente derruido, el bastión exterior en su extremo más alejado hecho una ruina total, y el bastión interior, con algunos desperfectos, pero mucho mejor conservado. Superó el ecuador del camino hasta la recia construcción, rascando ligeramente su nuca; la comezón que ya había sentido al acercase al complejo central, la que ya había sentido también en Rheynald y Creä, iba en aumento conforme avanzaba. Los susurros también habían vuelto con fuerza a sus oídos. Y notó cómo algo intentaba llegar a su mente, pero —"gracias a Nassaröth"— pudo rechazarlo... "No", dijo la conocida voz en su cabeza, "no, déjame... déjame....", se fue extinguiendo poco a poco. El ser había intentado desplazar su voluntad de nuevo y ocupar su mente. Se detuvo un instante y, renovando su determinación, continuó.

Llegó hasta el rastrillo del bastión (la puerta de acceso de más acá hacía mucho tiempo que había desaparecido), y se detuvo ante él. Podía notar la Sombra en el interior, fuerte y densa. Suspiró, y levantando la enorme reja con un gesto, atravesó el umbral, esquivando los escombros y los restos de madera tachonada. Su visión sobrenatural dejó de ser tan clara, para convertirse en algo parecido a ver en penumbra, y notó un frío intenso. A su alrededor, pudo ver una antesala de un tamaño más o menos pequeño, donde por doquier se encontraban cuerpos de elfos muertos hacía mucho tiempo.

Daradoth avanzó hasta la siguiente puerta. 

"Sí... ¡Sí! ¡La Luz! ¡LA LUZ!", la voz volvió, como una ola que pretendía sacarlo de su propio ser. Pero la semilla de fuerza que Nassaröth había plantado dentro de él era poderosa; consiguió rechazarla y mantenerla a raya en el límite de su percepción mental. La voz se quejaba, pero Daradoth la relegó a un leve murmullo con su pura fuerza de voluntad. 

Atravesó la puerta a una nueva sala, más grande, envuelta en unas sombras aún más pesadas. El frío era también más intenso, lo que notó aún más por el hecho de ir desnudo (para que su hechizo de invisibilidad tuviera efecto). El fondo de la estancia se abría a los pocos restos del puente, con una gran parte del muro derruida. Por todas partes se apreciaban restos de lucha, con cuerpos de elfos caídos y ya convertidos en poco más que huesos. Dada la cantidad de muertos, la lucha debía de haber sido heroica. El pulso procedente del área de oscuridad impenetrable se percibía alto y claro. "Es más rápido aún", pensó Daradoth, "esto no es nada bueno...". Sus pensamientos fueron interrumpidos de nuevo por la familiar voz:

"¡La Luz! ¡Necesito tu Luz! Demasiado, demasiado frío... ¡por favor, dámela!". Era fuerte. Daradoth estuvo a punto de perder el control.

"Por favor, ¡déjame! Te estoy buscando, pero debo acercarme más".

"Estoy aquí, ¿no me ves? ¿Es que no me ves? ¡¿Cómo puede ser?! ¡Necesito algo de Luz!", insistió la voz.

"¿Te la proporcionaré, pero necesito que me dejes! ¡Déjame!".

Ya cerca del foso, Daradoth vio algo que le llamó la atención: el cadáver de lo que parecía haber sido un alto príncipe élfico, caído prácticamente entre el puente y el muro que se abría hacia el foso.

"Fíjate en el puente, ¡el puente!", urgió la voz, pugnando por el control de la mente de Daradoth, sin éxito. El elfo miró hacia allí. Sobre el puente, una figura caída, ataviada con una túnica negra. Había sido abatida cuando estaba a punto de acceder al bastión. Y sobre la túnica, lucía un cinturón, una especie de cartuchera lleno de pequeñas redomas. Una de ellas brillaba, mientras el resto parecía opaca. Superando los escombros y los obstáculos con cuidado, llegó hasta la figura, que atravesó con la espada; a continuación sacó la redoma brillante del cinturón, que desprendía un levísimo calor en su mano. Pero al cogerla, la voz lo abrumó:

"¡Sí! ¡Sí! ¡SÍ! ¡Calor por fin! ¡Gracias! ¡Gracias! Si pudieras darme un poco de Luz....". Daradoth rechazó de nuevo sus intentos de hacerse con su mente. A continuación, la voz pareció darse cuenta de algo. "Un momento... ¿no lo sientes? ¡¿Lo oyes?! ¡Están viniendo! ¡Están viniendo otra vez! ¡¡Otra vez!!".

Con mucho esfuerzo, Daradoth volvió a apartar la voz a un rincón de su psique. "¿A qué se refería? ¿A las campanadas? ¿Quizá a esa extraña palpitación que viene de la oscuridad?". Apretó la redoma en su mano, guardando la espada, y utilizó sus habilidades (con una desconocida sensación de náusea al usar su poder) para incluirla en su invisibilidad. 

A continuación, confiando en que la redoma fuera aquello que había venido a buscar, partió rápidamente hacia el edificio octogonal. Esquivando a los muertos vivientes y enanos oscuros amparándose en su invisibilidad, y resistiendo los efectos de una potente campanada, llegó por fin a la puerta donde había quedado en encontrarse con el resto. Abrió el rastrillo, lo que llamó la atención de los enanos, que se encontraban no muy lejos. Un grito sonó a lo lejos, pero Daradoth no perdió tiempo volviéndose; con un fluido movimiento entró y cerró el rastrillo, contra el que pocos segundos después se estrellaba con un estruendo sobrenaturalmente fuerte una daga negra. Sintió un escalofrío, y corrió hacia el interior, donde pronto se reunió con sus amigos.

—Creo que en esta redoma —dijo, enseñando el pequeño recipiente— se encuentra el alma del elfo que me habla. No sé si es lo que veníamos a buscar, pero creo que es lo suficientemente importante. Lo último que me ha dicho es que algo muy peligroso está llegando, y que si no lo escucho. ¿Alguna idea?

—Mmmmh... —pensó Symeon—. No creo que podamos abrir la redoma, si no tenemos un cuerpo receptor. De hecho, creo que habría que realizar un ritual adecuado incluso si lo tuviéramos.

—¿Pero estás seguro de que es un príncipe élfico, Daradoth? —preguntó, suspicaz, Yuria.

—Seguro no, lo único que tengo para afirmar eso son los recuerdos que pareció implantarme hace unas cuantas noches, donde era sin duda un general elfo que se enfrentaba a la Sombra. Y en el puente he visto el cadáver de un príncipe élfico, corrompido por los siglos, que podría ser el propio Ecthërienn. Al parecer, se enfrentó a un nigromante capaz de arrebatar almas, que se encontraba caído ante él. Lo cierto es que, al hablar con él, no parece recordar nada.

—Lo mejor será que descansemos —propuso Galad— y veamos qué podemos hacer más despejados, sobre todo tú Daradoth, tienes aspecto de estar exhausto.

Y así lo hicieron.

"¿Hola? ¿Hola?", volvió la voz. "Ya... ya no hace tanto frío... sigue oscuro, pero menos, ya no duele... ahora... déjame... déjame...". El intento fue en vano, la voluntad de Daradoth era fuerte. 

"Quiero ayudarte", dijo el elfo en su sueño, "pero no puedo dejar que me poseas..."

"No quiero poseerte, solo quiero... quiero sentirme vivo...."

"No puedo dejar que me controles. Pero quiero ayudarte, y tienes que recordar, tienes que recordar; necesito saber quién eres... ¿eres Ecthërienn? ¿Luchaste contra el nigromante?".

La mención de los recuerdos y de ese nombre parecía alterar sobremanera a su interlocutor. Tras unos segundos de forcejeo de albedríos, el ser (Daradoth ya pensaba en él como Ecthërienn) pareció ceder.

"Sí, el nigromante... y el kalorion... mataron a muchos, pero la Sombra... no... solo quiero recordar... y vivir de nuevo..."

"Pero no puedes quedarte mi Luz"

"¿Tu Luz? ¿Cómo podría quitártela? Solo quiero vivir... solo vivir... y necesito luz...". Ecthërienn pareció darse cuenta de algo de repente, y continuó: "¿Y el aviso? Ya... ya no se siente... ya no vienen... menos mal, fuimos demasiado orgullosos, demasiado altivos... nos castigaron..."

"¿Quién os castigó?"

"Fue... fue un castigo divino, estoy seguro, todos murieron, ¡todos!", un trasunto de llanto siguió a estas palabras durante unos segundos. "O quizá no... quizá no... quizá, simplemente, llegamos a la Vicisitud..."

"¿Hablas del diamante?"

"¿Diamante? ¿Diamante? No... fue la... ¡FUE LA (Daradoth no entendió bien la palabra)! ¡¡Fue eso!!", y una furibunda oleada de voluntad intentó de nuevo hacerse con la mente de Daradoth.

El elfo empezó a agitarse violentamente en su sueño, resistiendo con sus últimas fuerzas a su interlocutor. Galad y Symeon, de guardia, consiguieron despertarlo a tiempo. Tardó un rato en recuperarse de la impresión y del cansancio, pero finalmente reaccionó. Dándose cuenta de que todavía llevaba la redoma en su mano, la dejó sobre una tela, precavido.

—Esta vez he hablado largo y tendido con él —dijo—, y para mí está claro que sí fue un príncipe élfico, y casi seguro que fue Ecthërienn. —Daradoth les contó todos los detalles que recordaba—.

—¿Qué es eso de la Vicisitud? —comentó Yuria.

—La Vicisitud... —intervino Symeon—. No sé cómo lo sé (o sí, gracias mi señora Ninaith), pero la Vicisitud es el tapiz sobre el que está construida la totalidad de la Creación, la capa última de la Realidad.

—Es una lástima que no recuerdes lo que apuntó como causa de su caída —se lamentó Galad.

—Sí, lo siento, pero ha sido una conversación muy intensa.

—Apuesto que fue la pirámide que me envió mi señor Emmán en sus visiones.

—Muy parecida a lo que vi yo en el Mundo Onírico en Creä —apostilló Symeon.

—Podría ser —dijo Daradoth—. Cuando ha recordado ha intentado poseerme de nuevo, y lo he rechazado a duras penas.

—¿Sois conscientes —inquirió Yuria— de que el libro que estaba intentando descifrar antes de entrar aquí tiene un montón de bocetos en forma de pirámide?

—Personalmente no —dijo Symeon—, pero si es así, habrá que ver si podemos ayudarte a descifrarlo más rápidamente.

Tras unos segundos de silencio, Daradoth propuso algo:

—Symeon, ¿qué te parece si ilumináramos la redoma con tu tiara y mi joya? Quizá el príncipe encuentre alivio así.

—Sí, claro, hagámoslo —acordó Symeon.

Al iluminar la redoma con sus luces, no percibieron que sucediera nada fuera de lo normal, pero Daradoth sí que notó que la voz, que hasta entonces nunca había callado del todo y que ejercía cierta presión sobre su voluntad mental, se acalló por fin. Quizá la luz lo había confortado. Asintió hacia Symeon, aliviado por librarse de la pugna en su cabeza, aunque solo fuera temporalmente. Por fin consiguió dormir tranquilo.

Una vez hubieron descansado, pasaron a discutir su siguiente paso.

—He pensado mucho en lo que nos describiste "ayer" sobre lo que viste en el bastión, Daradoth —dijo Yuria en un momento dado—. Si el ser de la redoma es Ecthërienn y el cadáver que viste en el muro corresponde a su cuerpo, creo que es perfectamente posible que el orbe (si es que lo esgrimía en el momento en que se enfrentó al nigromante) cayera al foso, lo que daría algo de sentido a la visión que Galad tuvo al respecto.

—Sí, tiene sentido —coincidió Symeon.

—Con lo que —continuó Yuria— creo que sería importante que volvieras allí para intentar encontrarlo. No olvidemos que vinimos aquí con la misión de conseguir el orbe y que de ello depende Aredia entera. Y si, además, nos sirviera de alguna forma para activar el diamante de la sala central, mejor que mejor.

Todos la miraron y asintieron. 

—Bien visto —dijo Galad, con una sonrisa—, diríase que es el propio Emmán quien te inspira.

—Sí, es avispada esta mujer —añadió Faewald, recuperando un atisbo de la alegría que le caracterizaba antes de la campanada que le afectó tanto.

—Gracias —les devolvió una tenue sonrisa—. Y por otra parte, tampoco veo cómo podemos salir de aquí de momento —acabó Yuria—, así que necesitamos algo que nos ayude; y lo único en lo que podemos depositar esperanzas es en el orbe. Si tenéis otra opción será más que bienvenida.

Nadie planteó ninguna otra opción. Así que, tras los preparativos adecuados y la actuación de los hechizos protectores de Galad y Symeon, Daradoth volvió a salir.

Esta vez los enemigos estaban más alerta. En el camino hacia el bastión, a pesar de tener activa su invisibilidad, alguien gritó, y varias figuras lo señalaron. Sin mirar atrás, corrió con toda su alma y en un instante llegó al bastión, cerrando el rastrillo tras de sí. El frío era intenso y la pulsación de la oscuridad era más rápida. Los demonios al otro lado del foso comenzaron a concentrarse alrededor del bastión exterior, en el otro extremo del destruido puente, intentando ver directamente a Daradoth. Varios rayos y hechizos impactaron sobre el muro exterior, y alguno incluso en el interior, explotando muy cerca de Daradoth. Este, refugiado entre los escombros, utilizó uno de los hechizos concedidos por la gracia de Nassaröth, que le permitió ver el momento de la muerte de Ecthërienn. Este se alzaba orgulloso, con una espada en la diestra y el Orbe de Curassil en la siniestra, alzándolo contra un horrible y monstrusoso engendro ataviado con una túnica negra. El orbe pareció parpadear, y en cuestión de un segundo, el alto príncipe caía fulminado sin causa aparente. Mientras su alma era apresada en una de las redomas del engendro, la esfera de vidrio salió despedida de su mano y, efectivamente, como ya habían sospechado, cayó al foso.

La visión se esfumó, y fue sustituida por una bola de fuego que se dirigía directamente hacia él. Utilizando el poder de Sannarialáth y su propia agilidad natural, pudo esquivarla, aprovechando el mismo movimiento para sumergirse en el foso. Varios rayos pasaron a escasos centímetros de su cabeza. Buceó desesperadamente, pugnando por no soltar la espada. Y finalmente, llegó al fondo. Miró a su alrededor, y efectivamente, allí estaba. Una esfera de vidrio con un tenue brillo apagado por las sombras, el Orbe de Curassil.


El Orbe de Curassil en el foso

 Los pulmones de Daradoth estaban a punto de explotar, así que ascendió rápidamente. En cuanto asomó a la superficie, sintió varias oleadas de frío y oscuridad que intentaban arrebatarle la vida. Hechizos demoníacos. Pero el joven elfo, al menos temporalmente, se había convertido en un titán. Ninguno de ellos consiguió afectarle. "Dame más fuerzas, mi señor Nassaröth", oró brevemente. Y, lleno de euforia, se sumergió de nuevo, llegó a la orilla interior y, sin solución de continuidad, realizó uno de sus saltos sobrenaturales y corrió. 

Pero se encontró directamente frente a dos muertos vivientes. Su aura de muerte lo inundó. Pero algo en su interior se había despertado y sufrido una catarsis de ardor divino. El aura no le afectó en lo más mínimo. Y utilizando el poder de la Joya de Luz y de Sannarialáth pudo afectarlos lo suficiente para evitarlos y seguir corriendo hacia la puerta, no sin sufrir un ligero efecto de sus auras. Un par de hachas de los enanos sombríos volaron a su alrededor, mientras uno de ellos dejaba escapar lo que pareció un grito de dolor. Un nuevo salto lo acercó definitivamente a la puerta, pero lo colocó al alcance de un nuevo llegado: el enano deformado que empuñaba una de las kothmorui. Mientras Daradoth abría el rastrillo, el enano lanzó un borrón negro a toda velocidad hacia Daradoth, que utilizó otro de sus hechizos para atenuar el ataque.

Daradoth abrió mucho los ojos cuando sintió algo clavarse profundamente en su muslo. Un frío entumecedor se adueñó de todo su cuerpo, y cayó al suelo, presa de un dolor  insoportable.

Symeon sintió un escalofrío (y, a la vez, una tentación inesperada) cuando, a la luz de su tiara, vio cómo una de las Dagas Negras de los kaloriones destrozaba la pierna de su amigo. Urgió a Galad y Taheem para ayudar a Daradoth, y en un abrir y cerrar de ojos, levantaron al elfo y lo llevaron al interior. Con sus últimos segundos de consciencia, Daradoth alcanzó a cerrar el rastrillo. Corrieron al interior, para evitar posibles nuevos ataques.

Por suerte, Galad contaba con la gracia de Emmán. Ya a salvo en el interior del edificio, pudo curar las graves heridas de su amigo. Yuria se encargó de dejarlo inconsciente gracias a su talismán, para evitar que sintiera dolor y pudiera descansar.

—Creo que bastarán solo unas horas para que se recupere —anunció Galad, resollando, exhausto.

—Esperemos que sea así —dijo Symeon—. ¿Has notado la pulsación de la Sombra cuando hemos salido a por Daradoth? Se ha acelerado mucho, dudo que pueda hacerlo mucho más...