Esa noche Symeon protegió de la mejor manera que pudo el Mundo Onírico alrededor de la casa de Ginathân, la cual, como ya era habitual, aparecía representada en el entorno grisáceo como un castillo dorado que se alzaba hasta donde la vista no alcanzaba a vislumbrar. Alzó varias salvaguardas y alarmas para estar prevenidos en caso de presencias no deseadas en la realidad paralela.
Previamente esa misma tarde, el errante había tenido sendos encuentros con lord Ginathân, con su senescal y con Somara para que esta tomara a su servicio a su hermana Violetha. La señora de la casa se había mostrado entusiasmada con la idea, y le prometió que con ella su hermana estaría a salvo y bien. Así que en cuestión de pocas horas, Violetha se trasladaba al ala norte de la casa, donde le proporcionaron una habitación.
Previamente esa misma tarde, el errante había tenido sendos encuentros con lord Ginathân, con su senescal y con Somara para que esta tomara a su servicio a su hermana Violetha. La señora de la casa se había mostrado entusiasmada con la idea, y le prometió que con ella su hermana estaría a salvo y bien. Así que en cuestión de pocas horas, Violetha se trasladaba al ala norte de la casa, donde le proporcionaron una habitación.
Genhard, comandante de Los Cuervos de Genhard |
El caso es que Ginathân los necesitaba debido a su capacidad de desplazarse rápidamente gracias al dirigible. Necesitaba que se desplazaran hasta la frontera sureste (cosa que, a bordo del ingenio, no les llevaría más que unas pocas horas) y transmitieran una frase en clave para que las tropas se pusieran en marcha rápidamente. Sus jinetes tardarían un par de días, y no podía permitirse tal retraso; no cuando la legión del rey estaba a punto de llegar a la capital y posiblemente desencadenar una masacre que haría que todo se fuera aún más de las manos; quizá ya era demasiado tarde incluso para eso, pero debían intentarlo. En todo caso, necesitaban las tropas si querían resistir (o vencer) al ejército real.
Yuria, con la insistencia de Galad, aceptó llevar el mensaje de Ginathân a bordo del Empíreo; no obstante, aquella petición planteaba un nuevo problema. A bordo del dirigible viajaban también dos ástaros del distrito de Galmia: los capitanes Dûnethar y Cirantor. Altos oficiales del ejército del Pacto, era más que probable que se negaran a colaborar con el grupo en su apoyo a los rebeldes. Ellos mismos habían demostrado en los días anteriores su rechazo a la revolución de "los mestizos" y la traición de "los renegados". Tendrían que hablar con ellos, y si no quedaba más remedio, deberían separar sus caminos allí. Al llegar al campamento oculto al pie del dirigible, Daradoth pidió a sus compañeros que lo dejaran un momento a solas con los ástaros, y así lo hicieron. Dûnethar y Cirantor se fueron mostrando cada vez más consternados a medida que el elfo les explicaba la situación, y la decisión que habían tomado de colaborar con la facción levantisca. Les propuso un encuentro con Ginathân para intentar acercar posturas; Dûnethar, aunque con muchas reticencias, aceptó hacerle una visita, pero Cirantor se mostró frontalmente en contra y apenado por el giro que habían tomado los acontecimientos. Expresó su deseo de marcharse cuanto antes, aunque esperaría el retorno de su compañero para partir juntos (si es que deseaba marcharse tras la visita). Daradoth no pudo discutir su decisión, así que pocos minutos después se dirigía con Dûnethar hacia la casa solariega mientras el resto del grupo partía a bordo del Empíreo a llevar el mensaje al ejército mercenario. Antes de la partida, Galad y Symeon relataron las visiones que Emmán había inspirado al paladín y lo que había visto el errante en el Mundo Onírico, intentando convencer al ástaro de que permaneciera con ellos, pero este no dio su brazo a torcer, esgrimiendo unos argumentos que por otra parte eran bastante sólidos:
—La ley es la ley, y nadie es quién para ignorarla y provocar una revolución; los cambios se deben discutir ante el Alto Consejo del Pacto o ante el Consejo Militar, y no provocando un estallido de violencia. Además, por muchas visiones reveladoras que hayáis tenido, el rey Anerâk ha enviado más de media docena de legiones para enfrentarse al Enemigo en el Norte, ¿qué ha hecho Ginathân sino clavarle un puñal por la espalda aprovechando su compromiso? Con el debido respeto, he de decir que me habéis decepcionado, me habéis decepcionado profundamente —ante esto, el grupo poco pudo discutir, y con las miradas bajas embarcaron en el dirigible.
—La ley es la ley, y nadie es quién para ignorarla y provocar una revolución; los cambios se deben discutir ante el Alto Consejo del Pacto o ante el Consejo Militar, y no provocando un estallido de violencia. Además, por muchas visiones reveladoras que hayáis tenido, el rey Anerâk ha enviado más de media docena de legiones para enfrentarse al Enemigo en el Norte, ¿qué ha hecho Ginathân sino clavarle un puñal por la espalda aprovechando su compromiso? Con el debido respeto, he de decir que me habéis decepcionado, me habéis decepcionado profundamente —ante esto, el grupo poco pudo discutir, y con las miradas bajas embarcaron en el dirigible.
De vuelta en la mansión, Daradoth y Dûnethar fueron recibidos sin tardanza por lord Ginathân. Pero ni el elfo ni el noble pudieron convencer al capitán de reconsiderar su posición. Este habló de los rumores de apertura de un portal, de la vuelta de ogros y trolls, y de las escaramuzas en las tierras anexionadas del norte del río Meltuan.
—Parece que aquello quede muy lejos de aquí, mi señor —dijo con énfasis el capitán—, pero si continuáis con este cisma, muy pronto el Enemigo estará derribando vuestras puertas y Aredia perderá su mejor barrera contra la Sombra. Y todo por vuestro capricho de matrimonio, cuando no habría sucedido nada si hubierais sido discreto en vuestro romance —Daradoth suspiró y miró al suelo, incapaz de ignorar la verdad en las palabras de Dûnethar.
Estas últimas palabras provocaron que Ginathân tornara su gesto amable en un rictus de seriedad, e hicieron que la conversación llegara a su fin poco después. Somara intentó mediar en la discusión con palabras amables, y en un momento dado intentó tocar el hombro del capitán, ante lo cual Dûnethar se apartó bruscamente, pidiendo por favor que no le tocara.
Así, poco después y con gran tristeza, Dûnethar y Cirantor se despedían de Daradoth y marchaban hacia el norte con una mochila de provisiones y el equipo necesario para sobrevivir en el viaje.
Unas tres horas más tarde el Empíreo llegaba a la vista del ejército acampado en la frontera. "Una visión magnífica" —pensó Yuria, al ver a los mercenarios vestidos completamente de negro a la manera kairk, con el cuervo coronado bordado en hilo dorado sobre el pecho. Los astiles de las picas eran también negros con volutas doradas, e incluso las gualdrapas del regimiento de caballería lucían esos mismos colores y el escudo. El grupo no tuvo mayores dificultades para reunirse con el comandante Genhard cuando enseñaron el sello de Ginathân y dijeron las palabras clave. El comandante era un kairk duro, curtido en mil batallas, que en cuanto recibió el mensaje comenzó a rugir órdenes a sus edecanes. Prometió que pondría en cuestión de unas horas a sus legiones en movimiento a marchas forzadas hacia Dársuma, y calculaba que llegarían allí en un plazo de entre tres y cuatro días. Dándose por satisfechos, Yuria y los demás volvieron a Arbanôr, donde poco después Daradoth les informaba de la partida de sus compañeros ástaros con el consiguiente sentimiento de duda y aflicción.
Reunidos de nuevo, discutieron sobre el sueño sobrenatural que Galad había tenido hacía un par de noches y la representación de la casa de Ginathân en el Mundo Onírico referida por Symeon. Daradoth y el errante manifestaron sus sospechas de que aquel lugar pudiera ocultar algo parecido a lo que habían encontrado bajo la iglesia de Rheynald. Así que los siguientes días y noches el grupo pasaría buscando señales de aquello por toda la mansión, los calabozos y los alrededores. Y también en el Mundo Onírico. Sin embargo, a pesar del convencimiento de Galad de que en los tapices había alguna pista oculta, no tuvieron ningún éxito en su búsqueda.
Después de la infructuosa búsqueda, Daradoth se desplazó hasta la caravana de los Volodhri (los errantes, "buscadores" en élfico) para investigar sobre el pasado de Somara, todavía con la mosca detrás de la oreja sobre sus gestos, maneras y capacidades. No tardó en encontrarse con el pastor Zavran. Tras beber un par de tés y comer un par de pasteles (que a Daradoth afectaban poco dada su natural resistencia), Zavran le contó que la madre de Somara había muerto durante el parto, y que —ante los ojos abiertos como platos del elfo— había nacido en los tiempos en los que la caravana ¡se encontraba de viaje por Doranna! Zavran no supo decirle quién era el padre, pues la madre de ella nunca quiso decirlo, pero el dato revelado abría las posibilidades a que Somara tuviera efectivamente ascendencia élfica. "Esto quizá cambiaría la situación si pudiera ser demostrado" —pensó Daradoth.
Tras revelarle todo esto, en el rostro de Zavran se vislumbró el arrepentimiento. Rogó a Daradoth que no le dijera nada a Somara, pues ella no sabía nada, y efectivamente creía que Laugos, el miembro de la caravana que la había criado, era realmente su padre. Daradoth le prometió no revelar nada de lo dicho; "al menos de momento" —pensó para sí.
Symeon aún averiguó más detalles en una conversación posterior con Zavran: el anciano había recordado que Somara había nacido en la península norte de Tramartos después de una estancia más o menos larga de la caravana en Doranna. Las fechas coincidían, y sí que era posible que la muchacha tuviera sangre élfica. No obstante, también era posible que algo raro hubiera sucedido durante la estancia en la pobre tierra de Tramartos, pues circulaban multitud de rumores y habladurías sobre las capacidades de sus habitantes en lo referente a brujerías y rituales sirviendo a oscuros dioses del mar...
Los siguientes dos o tres días, mientras Symeon y Galad (cuando tenía algún rato libre) buscaban signos que revelaran la presencia de algo arcano o extremadamente antiguo en la casa, Yuria y el propio paladín acudían a las reuniones del consejo de Ginathân. Durante una de las reuniones, un sirviente dio paso a un mensajero procedente de la capital. Según contó el hombre, uno de los líderes del pueblo (al que parecían conocer bien), un tal Arkâros, estaba haciendo uso de su excelente oratoria para enardecer a la multitud y ya se habían producido las primeras matanzas y ensañamientos. Hacía tres días que el mensajero había partido de Dársuma, así que no sabía si las legiones de los Cuervos ni las de Anerâk habían llegado, pero transmitió una extrema preocupación por lo que estaba sucediendo en la capital a raíz de los tremendamente persuasivos discursos de Arkâros a la plebe.
Por su parte, Daradoth, que se había convencido de la inutilidad de la búsqueda que seguían llevando a cabo sus compañeros, pasó gran parte del tiempo de esas jornadas con Somara.
Y algo empezó a crecer dentro de él. Un sentimiento que solo había experimentado en el pasado por una persona. Un sentimiento reconfortante, que incluso reprimió la angustia que había sentido desde que había sido poseído por el desconocido servidor de la Sombra en Eskatha. Cuando se dio cuenta de lo que sentía, trató de alejarse de la errante, pero ya le fue imposible; era más fuerte que él, y la compañía de Somara se le hacía cada vez más necesaria; ¿acaso era aquello una traición a Ethëilë? Si lo era, encontraría la manera de hacer acto de contrición, pero la dulzura de Somara, su tacto, su olor, era algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar fácilmente...pero en el fondo de su corazón, sabía que tarde o temprano debería alejarse de ella, y eso lo entristeció.
Nuevos mensajeros llegaron informando de la llegada de la legión de Ginathân a Dársuma y varias masacres llevadas a cabo por ambos bandos. La situación en la capital se estaba haciendo insostenible, y no sabían si los Cuervos iban a mejorarla o todo lo contrario. Informaron también que seis busques de guerra habían bloqueado el puerto y se encontraban bombardeando la ciudadela con sus catapultas.
En el Mundo Onírico, Symeon siguió sin detectar ningún intruso ni nada extraño, y las visitas a Nirintalath cada vez eran más breves, pues el espíritu ni se dignaba a dirigirle palabra, y cuando levantaba la mirada hacia él era solo para causarle un dolor insoportable.
Galad pidió de nuevo a Emmán su inspiración divina para soñar con los padres de Somara.
Vio a dos errantes cogidos de la mano, cada vez más distantes uno de otro, cada vez sus brazos más extendidos y sus cuerpos más alejados, cada vez más tristes hasta derramar lágrimas. Finalmente, aunque se resistieron, no tuvieron más remedio que soltar sus manos; en ese momento, ella miró hacia arriba, donde podía ver una luz dorada, una luz dorada que la envolvió por completo, mientras ella se protegía los ojos del fulgor. Unos cortes como cuchilladas rasgaron la propia escena, unos cortes que desparramaron oscuridad por doquier y, como una bruma, borraron cualquier rastro de visibilidad. De la bruma oscura apareció una figura: sin duda el padre adoptivo de Somara, que llevaba un bebé lloroso en brazos.
Mientras Galad soñaba, Daradoth, que se encontraba leyendo el volumen De los Caminos del Cuerpo que había tomado prestado de la Gran Biblioteca, sintió cómo se le erizaba el vello de la nuca. Poder. Alguien estaba usando el poder muy cerca de donde él se encontraba. Se levantó al punto, sacando la espada de su vaina con un grácil movimiento y dirigiéndose con apenas un par de silenciosas zancadas a la puerta de su habitación. La abrió despacio, y salió al pasillo tenuemente iluminado por unos candelabros. La sensación se hizo más intensa, mucho más. "Está aquí, está aquí —pensó—; si no los veo ahora mismo es porque están ocultos en las sombras". En ese momento escuchó un susurro, una palabra, que reconoció.
—Sarilkän —el acento era extraño, pero pudo reconocer la palabra "ataca" en idioma Anridan, ¡el idioma común de los elfos!
Justo cuando iba a dar un grito de alarma para alertar a sus amigos, el rostro de un lobo se materializaba en el aire a pocos centímetros de él, en pleno salto para alcanzar su yugular, y mientras se echaba instintivamente hacia atras, veía el fulgor de una hoja de espada saliendo de la nada en un arco directo a su cabeza...
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