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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 10 de marzo de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 20

El Edificio octogonal

Symeon intentó detener a Daradoth, pero el elfo probó ser demasiado rápido y ágil aun a pesar de la carga que llevaba a su espalda, con la mochila y el enorme libro ("Las Vías de la Luz") que había atado a ella en el Santuario de Oltar. El errante apretó los dientes cuando falló un intento de agarrarlo y cayó al suelo aparatosamente; dio unas volteretas y volvió a levantarse, ignorando el dolor provocado por los golpes contra los escombros. "Maldición", pensó desesperado, "no voy a alcanzarlo, y ya tenemos que estar muy cerca de esos elfos muertos, ya noto el frío". Y así era, un frío entumecedor se empezaba a adueñar de sus articulaciones, y la Joya de Luz no revelaba dónde estaba su amigo. De repente, el frío desapareció. "¿Qué... cómo puede ser?", pensó.

La respuesta, como Symeon ya sospechaba, estaba más atrás. Galad había invocado los poderes concedidos por Emmán, y entonando sus plegarias —y no sin esfuerzo—, había conseguido rechazar a los dos engendros no-muertos.

"¿Pero qué dem...?", pensó Daradoth, al verse libre de la influencia de los horribles elfos. En ese momento, Symeon llegaba trastabillando a su altura, y comprendió. Sintió un escalofrío, recordando el momento en el que algún kalorion lo había poseído allá en Tarkal, pero el agotamiento y el errante no le dejaron caer en las tinieblas de la locura.

—Daradoth... ¡menos mal! —susurró Symeon a la mortecina luz de la joya—. Creo que Galad nos ha ayudado justo a tiempo. ¡Vamos! ¡No podemos parar aquí! ¡Vamos! —Se giraron para volver con sus compañeros, y en ese momento se oyó un gran estruendo  a su espalda, como un derrumbe de edificio, acompañado de gritos y rugidos.

Corrieron a reunirse con el resto, trastabillando varias veces debido al  puro agotamiento. Un rayo de fuego pasó a pocos centímetros de la cabeza de Daradoth, perdiéndose en la oscuridad. A ese rayo le siguieron varios otros, que por suerte no impactaron en su objetivo.

Más allá, Yuria gritó:

—¡Vamos, Galad! ¡Vamos a por Daradoth y Symeon! —instó con gestos a avanzar al paladín y a los demás.

—¡Vamos para allá, Yuria! —exclamó Daradoth, que había oído la voz de su amiga. 

El grupo se reunió por fin, y Daradoth aprovechó para, recuperando un poco el aliento, girarse. Se encogió cuando vio que una pequeña multitud había accedido a la plaza, compuesta por elfos deformes, algunos no-muertos, y un par de demonios que lanzaban los rayos de fuego impío. El elfo dirigió al grupo a una bocacalle hacia la izquierda, y se internaron por una estrecha callejuela, donde unas decenas de metros más allá aparecieron dos elfos sombríos, con su espeluznante risa demente. Tras un breve enfrentamiento, consiguieron ponerlos fuera de combate y, Galad, con su habilidad para detectar enemigos en el entorno, los guió hacia el edificio central. Daradoth invocó a su vez el poder de Nassaröth para crear una serie de barreras que les permitieron distanciarse de sus perseguidores.

Doblaron un par de esquinas y, en relativa tranquilidad, llegaron a lo que parecía una antigua plaza. En ese momento, Arakariann gritó algo en cántico, que Daradoth se apresuró a traducir:

—Dice que escucha un aleteo... ¡cuidado! —exclamó el elfo.

Una nube de criaturas voladoras los envolvió de repente, mordiéndolos por doquier, y fue Faewald el que quedó peor parado. El esthalio cayó inconsciente tras proferir un grito de sorpresa. Afortunadamente, las criaturas que penetraban en la esfera de luz de Symeon caían desplomadas a los pocos segundos, y eso les permitió seguir su avance sin lamentar más bajas. El errante intentó levantar a Faewald, pero las piernas le fallaron por el agotamiento y cayó de rodillas. El rostro de Galad transmitía toda la fatiga a la que estaba sometido debido a la extrema concentración que requería. Viendo el panorama, fue Yuria la que, sacando fuerzas de donde no sabía que tenía, levantó al ercestre y lo apoyó sobre su hombro.

—Vamos —instó a los demás, con la voz casi fallándole por el cansancio y la tensión—, no paréis. Vamos, Symeon —animó a su amigo, que se estaba levantando penosamente del suelo.

La gran plaza a la que habían llegado albergaba un gran anfiteatro que en el pasado debía de haber estado destinado a reuniones o ceremonias masivas. Lo rodearon por la derecha, siguiendo las instrucciones de Symeon, el que mejor se orientaba de ellos. El aleteo los seguía acompañando a lo lejos, y por el rabillo del ojo, Daradoth pudo ver que desde casi todas las bocacalles, sus perseguidores accedían por fin a la plaza.

—Vienen detrás —advirtió jadeando—. No sé si lo conseguiremos...

Por fin, rodearon el anfiteatro y llegaron a un antiguo templo que se conservaba mucho mejor que el resto de edificios que habían visto.  Atravesaron por un viejo jardín, arruinado en la actualidad, y llegaron a la otra parte. Y por fin, Daradoth vio muy cerca el edificio central, el de la forma octogonal con la torre en el centro que había visto Galad en su sueño. Detrás del edificio, más para allá, se encontraba la oscuridad impenetrable a donde habían llevado a Eraitan; y de ella parecía emanar una especie de latido que el elfo notaba ahora que se había detenido y recuperado el aliento. Symeon también lo percibía:

—¿Qué es ese latido, Daradoth? ¿Tienes idea?

—No —contestó el elfo—, pero parece proceder de la oscuridad impenetrable que vi desde el Aglannävyr. De todas maneras, tenemos problemas más inmediatos. El edificio parece estar protegido por un foso, y lo que hay dentro dejó de ser agua hace ya tiempo.

—¿No hay puente para cruzar? —preguntó Yuria.

—Parece que en tiempos hubo ocho, uno por fachada, pero no hay ninguno en pie. Solo hay unos bastiones que darían acceso en su momento. Lo que veo es que en cada  bastión hay una pareja de estatuas como las que vimos al entrar a los Santuarios y que obedecían mis órdenes.

—Pues intentemos pasar como podamos —dijo Yuria, desatando la cuerda de su mochila.

Después de ordenar en cántico a las estatuas que dejaran pasar a sus amigos e impidieran el paso a sus enemigos, atravesaron el bastión más cercano (donde se podían observar signos de lucha acontecida hacía muchos siglos) y se aprestaron para atravesar el foso con ayuda de las cuerdas y las habilidades especiales de Daradoth y Arakariann. Mientras tanto, detrás de ellos ya aparecían los enemigos rodeando el anfiteatro, y por los laterales de la explanada. Por suerte, las estatuas respondieron a las órdenes del elfo, y mantuvieron a raya a los engendros, al menos hasta que apareció media docena de demonios y un nutrido grupo de muertos vivientes, que las superaron.

Daradoth decidió invocar el poder de Nassaröth de la forma más destructiva posible. Se concentró, y mientras el resto de sus compañeros acababa de atravesar el foso, alzó sus brazos y gritó invocando a su avatar benefactor. Acto seguido, con un estruendo celestial, todos los engendros a la vista fueron alcanzados por sendos rayos de luz divina, provocando el caos en sus filas. El elfo sintió un repentino y extremo cansancio, lo que frustró sus ganas de sonreír al ver lo que acababa de ocurrir. Tuvo que ser ayudado por el resto para atravesar el foso, y por fin se tiraron todos sobre sus espaldas a recuperar el aliento. Por suerte, parecía que a esa parte del foso, los constantes susurros de la Sombra que les habían atormentado durante días, durante semanas, se habían acallado.

Sin embargo, no pudieron detenerse más que unos pocos segundos, porque volvieron a oír el aleteo quitinoso sobre ellos. Así que se levantaron penosamente una vez más y se dirigieron hacia el portalón del edificio. 

—El acceso está bloqueado por un rastrillo —dijo Daradoth mientras se acercaban—. Creo que... —se interrumpió, de repente, mirando hacia la izquierda. De detrás de la esquina habían  aparecido varias figuras humanoides y pequeñas, con los ojos rojos. Enanos. 

—Cuidado, vienen hacia nosotros unos enanos con los ojos rojos. Nunca había visto algo así. Tienen la barba oscura, como envuelta en sombras, y sus ojos dejan una estela de humo amarillento...  y sus hachas brillan con un fulgor ambarino.

—Enanos Ojos Ígneos —dijo Symeon—. Corrompidos por Sombra.

Por suerte, los enanos se aproximaban confiadamente, sin apresurarse. Tras ellos aparecieron un par más, y uno de ellos mostraba una forma física muy alterada, hinchado, con deformaciones horribles en el rostro, la barba convertida en púas y...

—Bendita Ammarië... —no pudo evitar musitar Daradoth—.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —inquirió Yuria, haciendo reaccionar a su amigo.

—¡Uno de ellos lleva una Kothmorui, una Daga Negra de Trelteran! ¡Vamos, entremos!

Se precipitaron a la puerta, donde el rastrillo brillaba con un levísimo fulgor plateado. El grupo ya empezaba a notar el frío que emanaba el impío objeto de los kaloriones. Tras varios intentos infructuosos de abrir la barrera por la fuerza, Yuria y Symeon urgieron a Daradoth a que intentara hacerlo de viva voz de forma semejante a lo que había hecho con las estatuas. Su orden no tuvo ningún efecto, pero cuando el elfo hizo intención de levantarlo, el rastrillo se alzó con gran velocidad.

Los enanos susurraron algo a sus espaldas, en su horripilante idioma. Daradoth cerró el rastrillo apresuradamente, y una de las hachas de los primeros impactó contra él con un sonido sobrenaturalmente fuerte. Los cuatro primeros enanos se asomaron a la otra parte de la reja, rugiendo improperios en su lengua. El grupo se alejó de la puerta prácticamente a rastras, y tras salir de la antesala, se derrumbaron por fin, completamente agotados. Tras comprobar que ningún enemigo entraba al edificio, buscaron un lugar adecuado y durmieron unas cuantas horas, cosa que necesitaban con extrema urgencia.

Durante el descanso, la voz volvió para hablar a Daradoth. "Estás cerca... ¡muy cerca! Date prisa, tienes que venir a sacarme de aquí, necesito Luz, la necesito...". El elfo intentó hablar con su desconocido interlocutor, pero no obtuvo respuestas aclaratorias a sus preguntas, ni le supo decir dónde ni a qué distancia se encontraba.

Al despertar, comieron algo de carne seca y té, lo que les hizo sentirse muchísimo mejor. Los constantes susurros habían cesado y al parecer, los enemigos no habían podido penetran en el complejo. Así que Symeon se levantó, desató su impedimenta y sacó la espada y la diadema que se había llevado del santuario al pie del Aglannävyr.

—Daradoth, deberíamos intentar utilizarlos, quizá nos puedan ayudar a salir de aquí.

—Sí, tienes razón.

Así que, apartados en un sitio tranquilo, se concentraron. Efectivamente, tanto la diadema como la espada resultaron ser objetos de gran poder, que sin duda les ayudarían en su búsqueda. Symeon conservó la diadema, mientras que Daradoth enfundó la espada, cuyas runas revelaban su nombre: Sannarialáth ("portadora de Luz").

A continuación, tras recuperar a Faewald (el descanso le había hecho mucho bien, pero Symeon lo notaba diferente, como si la Sombra fuera más fuerte en él; desde luego, su habitual alegría se había trocado en taciturnidad), se aprestaron a recorrer el edificio. Mientras se movían, Daradoth les informó de la nueva conversación que había mantenido mientras dormía con la voz desconocida.

—Según dice, estamos muy cerca, y es posible que se trate del orbe. No podemos descartarlo.

—Aun así, tenemos que tener cuidado. Por lo que cuentas, no sé si podemos fiarnos del todo.

El edificio era más grande de lo que parecía, así que recorrieron muchísimas salas, despachos, escribanías y bibliotecas, todas vacías o arruinadas por los años. 

Y por fin, llegaron a la que parecía la sala central, de forma octogonal. La sala estaba presidida por un púlpito que podía dar cabida a varias personas, con sendos atriles. Alrededor del púlpito se encontraban unos doscientos asientos estructurados en diferentes filas a distintas alturas, asientos para una audiencia mirando hacia el centro. Y, lo más sorprendente era que, a unos cinco metros sobre el púlpito, sin ningún sistema de fijación, flotaba un enorme cristal parecido a un diamante, facetado en centenares de caras. El cristal era opaco, aunque el grupo estaba convencido de que en tiempos debía de haber sido transparente. Sobre el cristal, una cúpula que daba acceso a la torre central, donde se veía un gran número de espejos que habían caído en el olvido y la oscuridad mucho tiempo atrás.

 

El Cristal de Luz

—¿Qué clase de ceremonias habrá visto esta sala? —se preguntó en voz alta Symeon—. Quizá era para ampliar el poder de Santuarios, o para protegerlo... no sé.

Una vez que habían recorrido toda la sala, decidieron explorar el resto del edificio, cosa que les llevó casi un día de atravesar almacenes, salas de reuniones, estudio, cocinas y demás. Por lo que vieron, todos los portalones que daban al exterior tenían rastrillos que parecían tener éxito en impedir la entrada de las criaturas de Sombra. Sin descubrir nada más de interés, volvieron de nuevo a la sala central para descansar.

Antes de dormir, Galad pidió de nuevo la inspiración de Emmán para soñar con el enorme diamante que presidía la estancia. Y, como prácticamente siempre, Emmán respondió.

Todo era Sombra. Pero poco a poco, la Sombra se fue retirando, gracias a un enorme diamante que brillaba como el Sol en el más claro día. Poco podían hacer las tinieblas frente a él. Y alrededor, una congregación de elfos antiguos, poderosos, entonando cánticos que se podían sentir en la piel, en el alma. La luz del cristal se hizo mucho más intensa. Pero, de repente, los elfos se callaron; la Luz se apagó, y Sombra lo cubrió todo.

Mientras Galad soñaba y el resto descansaba o hacía guardias, la voz volvió a la mente de Daradoth. "¿Por qué no vienes? Estás tan cerca... ven a mí, ven a mí. Demasiada oscuridad, demasiado frío...". El elfo intentó de nuevo que le diera indicaciones para encontrarlo. "Estoy en una sala con un gran diamante, ¿sabes cómo puedo llegar a ti?". La voz respondió esta vez: "Esa sala... esa sala... detectábamos la Sombra... la combatíamos... sí... y entonces... entonces... Sombra apareció... bendito Oltar... nunca debimos construir esa aberración... tanto, tanto frío... ¡necesito salir de aquí!". En ese momento, Daradoth sintió cómo la voluntad de la voz intentaba anular la suya propia, un intento débil, pero que lo alteró sobremanera. Despertó, sobresaltando a los demás y acabando el período de descanso.

Ya más tranquilo, Daradoth  les relató lo que había pasado. 

—Lo que parece quedar claro es que es un ser de Luz —dijo el elfo—, pero... que haya intentado poseerme, o lo que sea... —sintió un escalofrío; ¿acaso todo el mundo quería anular su voluntad? El kalorion en Tarkal, los muertos vivientes aquí, la propia voz ahora... ¡maldita sea!

—No sabemos realmente lo que es —contestó Yuria—. Sigo pensando que no debemos fiarnos.

—Estoy de acuerdo con Yuria —aportó Symeon.

—Y yo —rubricó Galad.

Galad les contó a su vez el sueño que le había inspirado Emmán, lo que provocó unos minutos de reflexión y discusión. Daradoth permaneció callado durante todo ese rato, hasta que sugirió algo.

—¿Y si dejara que la voluntad de la voz entrara en mi mente? Quiero decir, intentando controlarla, igual podría darnos algún...

—Ni hablar —le cortó Yuria—. No sé cómo puedes siquiera sugerirlo, sigo diciendo que no es de fiar.

—Antes de hacer algo tan arriesgado, si es que lo hacemos —dijo Galad—, creo que deberíamos investigar más a fondo, buscando recovecos y, quizá, algún pasadizo secreto que pueda haber en el edificio.

Todos se mostraron de acuerdo en esto último.

 

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