Sobre la nieve invernal, ya rodeados por una pequeña multitud de elfos y con arqueros apuntándoles desde todas partes, Yuria no tardó en ver cómo el resto de sus compañeros se desplomaba inconsciente a su alrededor. Mientras esto ocurría, su talismán dejaba sentir el empleo del poder sobre ella con pequeñas descargas en su piel. Intentó fingir que ella también caía, pero nunca se le habían dado demasiado bien las artes del engaño. Así que los elfos la forzaron a dejar sus armas y se la llevaron bien atada. Por el rabillo del ojo pudo ver cómo varios de los presentes hablaban en voz baja y le lanzaban miradas suspicaces.
Poco tiempo más tarde, Daradoth despertaba en una sala mediocremente iluminada para encontrarse sentado junto a Yuria frente a una mesa en cuyo lado opuesto tres elfos les miraban fijamente con cara de pocos amigos. A su alrededor, varios guardias vigilaban que la escena permaneciera calmada. "Al menos han tenido la delicadeza de no atarnos a las sillas", pensó.
El joven elfo no tardó en comprender que lo habían llevado allí para ejercer de traductor con su compañera ercestre. Daradoth no tenía conocimientos de irthion, pero los tres interrogadores hablaban correctamente el anridan, un par de ellos con fuerte acento. Por sus vestimentas y su actitud debían de ser una especie de clérigos, o quizá monjes; lo que estaba claro es que su atención, para sorpresa de Daradoth, se centraba íntegramente en, según sus palabras, "el objeto de nulificación que la humana debía de llevar encima". Los tres elfos se mostraron amables en todo momento, cosa que reconfortó a la pareja; Yuria accedió a mostrar el aro negro que le envolvía en cuello, provocando miradas de estupefacción en sus interlocutores. Interrogada acerca del origen de aquel objeto, la ercestre dijo la verdad: que era un regalo de su padre, explorador del ejército ercestre, y que no sabía de dónde lo había sacado. Siguieron momentos tensos en la conversación cuando los monjes insinuaron que el padre de Yuria quizá hubiera robado el objeto en algunas de sus correrías, posiblemente de algún asentamiento élfico antiguo. No obstante, al ver el efecto causado por sus palabras, no tardaron en disculparse y la situación retornó a los derroteros de educación por los que había transcurrido. Cuando pidieron a Yuria que les entregara en préstamo el talismán, para que pudieran estudiarlo mientras ella permanecía en el Valle, la joven aceptó. Los elfos prometieron devolvérselo en caso necesario o cuando se marcharan de allí. "No me había dado cuenta de lo que pesa hasta que me lo he quitado", pensó, acariciando con suavidad las pequeñas escoriaciones de su cuello.
De nuevo con sus compañeros, pasaron varias horas encerrados en una sombría habitación de la torre que los elfos llamaban Tyr'Begaryth. Afortunadamente, la torre debía de disponer de una chimenea central y la temperatura no era insoportable. Además, desde las ventanas enrejadas podían contemplar directamente la explanada que se extendía entre la torre y otros edificios, y los caminos que venían del sur. A Daradoth y a Symeon les llamó la atención que la inmensa mayoría de los elfos que veían parecían ser muy jóvenes. Por otro lado, era sorprendente el alto número de semielfos que circulaban por los caminos. Y no solo ellos, puesto que las filas del Vigía parecían componerse también de enanos, ástaros, mestizos, y algún que otro centauro.
Poco tiempo más tarde, Daradoth despertaba en una sala mediocremente iluminada para encontrarse sentado junto a Yuria frente a una mesa en cuyo lado opuesto tres elfos les miraban fijamente con cara de pocos amigos. A su alrededor, varios guardias vigilaban que la escena permaneciera calmada. "Al menos han tenido la delicadeza de no atarnos a las sillas", pensó.
El joven elfo no tardó en comprender que lo habían llevado allí para ejercer de traductor con su compañera ercestre. Daradoth no tenía conocimientos de irthion, pero los tres interrogadores hablaban correctamente el anridan, un par de ellos con fuerte acento. Por sus vestimentas y su actitud debían de ser una especie de clérigos, o quizá monjes; lo que estaba claro es que su atención, para sorpresa de Daradoth, se centraba íntegramente en, según sus palabras, "el objeto de nulificación que la humana debía de llevar encima". Los tres elfos se mostraron amables en todo momento, cosa que reconfortó a la pareja; Yuria accedió a mostrar el aro negro que le envolvía en cuello, provocando miradas de estupefacción en sus interlocutores. Interrogada acerca del origen de aquel objeto, la ercestre dijo la verdad: que era un regalo de su padre, explorador del ejército ercestre, y que no sabía de dónde lo había sacado. Siguieron momentos tensos en la conversación cuando los monjes insinuaron que el padre de Yuria quizá hubiera robado el objeto en algunas de sus correrías, posiblemente de algún asentamiento élfico antiguo. No obstante, al ver el efecto causado por sus palabras, no tardaron en disculparse y la situación retornó a los derroteros de educación por los que había transcurrido. Cuando pidieron a Yuria que les entregara en préstamo el talismán, para que pudieran estudiarlo mientras ella permanecía en el Valle, la joven aceptó. Los elfos prometieron devolvérselo en caso necesario o cuando se marcharan de allí. "No me había dado cuenta de lo que pesa hasta que me lo he quitado", pensó, acariciando con suavidad las pequeñas escoriaciones de su cuello.
De nuevo con sus compañeros, pasaron varias horas encerrados en una sombría habitación de la torre que los elfos llamaban Tyr'Begaryth. Afortunadamente, la torre debía de disponer de una chimenea central y la temperatura no era insoportable. Además, desde las ventanas enrejadas podían contemplar directamente la explanada que se extendía entre la torre y otros edificios, y los caminos que venían del sur. A Daradoth y a Symeon les llamó la atención que la inmensa mayoría de los elfos que veían parecían ser muy jóvenes. Por otro lado, era sorprendente el alto número de semielfos que circulaban por los caminos. Y no solo ellos, puesto que las filas del Vigía parecían componerse también de enanos, ástaros, mestizos, y algún que otro centauro.
Por la tarde, un ligero escándalo hizo que Galad llamara a sus compañeros a reunirse en la ventana. Una cincuentena de montaraces elfos apareció desde el bosque por el camino del sur, remontando la pendiente de la colina sobre la que se elevaba la torre y los edificios anexos. Les encabezaba un elfo de porte noble, y precedían dos carros tirados por bueyes; en el primero de ellos, llevaban vivo y encadenado a un troll que rugía débilmente, visiblemente agotado. La visión del enorme y obsceno ser provocó escalofríos en el grupo. Escalofríos que se vieron prolongados por el extraño cuerpo sin vida que viajaba atado en el segundo de los carros: el cadáver de una especie de enorme lobo humanoide, que más tarde los vigías llamarían vulfyr, una extraña raza que no había sido vista nunca antes sobre la faz de Aredia. Aquellos seres debían de haber sido la fuente de los aullidos que habían oído en los bosques que rodeaban Meltuamâl. El enemigo disponía de seres de pesadilla; la Luz en Aredia estaba condenada si no podían encontrar la forma de hacer frente a aquellos engendros. Tras el segundo carruaje, una columna de enanos marchaba en silencio, en contraste con el sonido metálico que sus grevas hacían a su paso.
Por la noche, Symeon entró al Mundo Onírico. Al salir de la representación de la torre, lo que vio lo dejó algo aturdido. El Valle del Exilio era representado allí como una enorme fortaleza que brillaba con matices de plata que no había visto nunca antes. Y antes de que pudiera reaccionar, dos presencias a su alrededor. No pudo ofrecer ninguna resistencia, salvo apercibirse de que aquellos que lo expulsaban del Mundo Onírico no eran sino centauros. Intentó decir el nombre de la lady centaura a la que había intentado ayudar hacía una eternidad, en el Imperio Vestalense, pero no pudo articular sonido. Pocos minutos después, unos monjes aparecían para poner un anillo de plata en el dedo de un inconsciente Symeon, dando órdenes a sus compañeros de que no se lo quitara mientras permaneciera en el Valle o hasta que le dijeran lo contrario.
Poco tiempo después del amanecer el grupo era conducido a presencia del líder del Vigía, Irainos. Este se hallaba acompañado de su consejo (o de parte de él, como más tarde se enterarían). Irainos era uno de los pocos elfos que Daradoth había visto con aspecto envejecido y luciendo barba en su rostro; por supuesto, era el único elfo con tales características que el resto del grupo había visto nunca. Hablaba perfectamente tanto el irthion como el anridan y el cántico, y presentó a los miembros de su consejo que habían podido acudir. La elfa Eyruvëthil, los elfos Annagrâenn y Audemas, el enano Zarkhu y los monjes Neäderoth y Elywör. En la sala, austera y bastante grande, se podían ver varias decenas de guardias y oficiales de toda la variedad de razas presentes en el Valle. Symeon miró con curiosidad la espada que Eyruvëthil apoyaba en uno de los brazos de su sede, y las gemas que Annagrâenn y Audemas lucían en sus frentes... no pudo evitar que sus ojos se abrieran mucho al reconocer dos de las míticas Joyas del Alba, mencionadas en varios libros de estudios sobre la Era Legendaria. En la mesa ante el consejo se encontraba el talismán de Yuria, guardado en una pequeña urna de cristal.
El líder del Vigía lucía en sus manos una vara metálica y sobre una repisa pudieron ver un búho de ónice idéntico al que Daradoth había encontrado en las ruinas de Margen y que le permitía contactar con el Empíreo. Más tarde se enterarían de que el Vigía disponía de tres de tales figuras, enlazadas entre sí y a las que llamaban Ebyrithë (Ebyrïth en singular). La vara que Irainos alargó a uno de sus guardias resultó ser uno de los artefactos que los elfos llamaban Seïvarydh ("Varas de Juramento", seïvaradh en singular); estas servían para comprobar la sinceridad de aquellos que hacían promesas mientras la empuñaban. Su poder era tal que, si alguien intentaba mentir mientras empuñaba una, se quedaba sin palabras y era incapaz de enunciar el perjurio; además, los juramentos proferidos mientras la vara era sostenida se convertían en inquebrantables, siempre que el empuñante admitiera voluntariamente sostenerla.
Así, Irainos y el resto les instaron a jurar su lealtad a la Luz y su intención de no perjudicar en nada al Vigía ni revelar la localización del Valle. El primero en sostener la vara fue Daradoth, que declamó con convencimiento el Juramento Ancestral de Aredia:
—Por mi honor, la gracia del Creador y mi esperanza de renacimiento, juro que no perjudicaré al Vigía de ningún modo, que soy un leal seguidor de la Luz y que no revelaré a nadie lo que sepa del Shur'Ekathälias, el Valle del Exilio.
Tras Daradoth, todos los demás enunciaron el juramento sin problemas, lo que hizo que el elfo soltara un imperceptible suspiro de alivio. Acto seguido, los guardias ofrecieron asiento al grupo.
La conversación que tuvo lugar a continuación trató diversos temas, y permitió que los miembros del Vigía conocieran más al grupo y establecer una relación de relativa confianza.
—Debéis saber —empezó Irainos— que la única razón por la que no os abatimos durante vuestra inapropiada entrada en Ekathälias fue el que un elfo de Doranna formara parte de vuestro grupo. No es que seamos admiradores de los dorannios, desde luego, pero al fin y al cabo nos unen lazos desde tiempos remotos...
Según dejaron entrever Irainos y Annagrâenn, en realidad los elfos del Vigía despreciaban a los elfos de Doranna por su "cobardía" al llevar a cabo la Gran Reclusión y retirarse a su nación sellada, abandonando Aredia a su suerte. Pronto pasaron a interesarse por el talismán de Yuria y por el extraño artefacto volador con el que habían entrado al Valle. La niebla que normalmente protegía el enclave no había funcionado ese día y no tenían otro medio para ocultarse de ojos en el cielo. Ambas cosas atañían de cerca a Yuria, así que la ercestre les explicó lo poco que sabía sobre el objeto y su autoría en la creación de los dirigibles, entre ellos el Empíreo, del que habló con orgullo; el consejo le dirigió miradas apreciativas. Esto fue aprovechado por Daradoth para enumerar las muchas virtudes de Yuria como militar y sus numerosas gestas los pasados meses.
El enlace de acontecimientos llevó al grupo a exponer sus peripecias del último año, mencionando los acontecimientos de Rheynald, el éxodo por el Imperio Vestalense y la hazaña con el Ra'Akarah, las sospechas de que se enfrentaban de nuevo a kaloriones, su huida y la alianza con lady Ilaith de la Confederación de Príncipes Comerciantes. A pesar de la inexpresividad de los elfos, estos y el resto del consejo se mostraba cada vez más sorprendido. Además, el episodio de Symeon con los centauros de la noche anterior (de la cual el anillo que lucía en su dedo anular era un recordatorio) hacía inútil cualquier secreto al respecto, así que también contaron las experiencias del errante en el Mundo Onírico; y por supuesto, Galad se mostró orgulloso de su condición de paladín de Emmán y valedor de la Luz.
Irainos y los demás no pudieron sino expresar con palabras de asombro su opinión sobre los acontecimientos que habían rodeado al grupo, y que incluso ellos mismos habían provocado. Los juramentos sobre la vara invalidaban cualquier sospecha que los vigías pudieran haber albergado sobre su historia, y eso los hacía rebullir de inquietud. El elfo Audemas dirigía de vez en cuando algunas palabras en irthion a sus compañeros mientras el grupo narraba sus peripecias.
A continuación fue el turno de Daradoth de explicar el porqué de sus viajes en el exterior de Doranna. El joven elfo no ocultó prácticamente nada, habló de los problemas de su familia con lord Natarin, de su amada, de los desaparecidos, y de su exilio y su búsqueda, su posterior encuentro con sus actuales compañeros en Rheynald y la alianza de conveniencia con lady Ilaith. Más tarde esa misma noche, Daradoth pediría un encuentro a solas con Irainos y le hablaría de sus planes para volver a Doranna y "cambiar el estado de las cosas"; quizá el Vigía pudiera ayudarle a lograrlo. Irainos solo pudo mirarlo condescendientemente e intentar quitarle la idea de la cabeza, con alguna otra mirada de preocupación.
Después de darse por satisfechos con la explicación de Daradoth, el grupo pasó a exponer el verdadero motivo de su presencia en el Valle. Hablaron de Ginathân, de Somara y la rebelión. Esta había escapado a cualquier tipo de control y ya afectaba a todo el sur del Pacto, y hablaron del intento de asesinato y de por qué habían decidido tomar partido por el noble rebelde. Describieron las visiones de Symeon en el Mundo Onírico y los sueños de Galad, y expusieron su convicción de que el duque y su esposa eran fundamentales para la Luz.
Ante la magnitud de los temas tratados y la cantidad de tiempo transcurrido, el consejo decidió convocar otra reunión con el grupo para el día siguiente.
El resto del día fue aprovechado por Daradoth y sus compañeros para recorrer el valle y conocer sus varios pueblos y parajes. En un momento dado, el elfo se concentró para percibir el poder a su alrededor, y casi se desmayó. El Valle era un hervidero de poder, con multitud de hechizos activos. El frío se iba haciendo cada vez más intenso sin embargo, y se retiraron pronto a los aposentos que se habilitaron para ellos en los edificios de la guardia. Gracias a la comunicación que Daradoth podía mantener a través del búho, Yuria se aseguró de que la tripulación del Empíreo había encontrado un lugar adecuado donde guarecerse.
La mañana siguiente, Irainos, Annagrâen, el enano Zarkhu y la enana Akhartha (otra miembro del consejo que no había podido estar presente el día anterior) les condujeron hacia la parte norte de la colina donde se encontraban. Tras rodear unos edificios, llegaron a una especie de plaza en cuyo centro se encontraba el troll que habían visto el día anterior, encadenado a unos grilletes. También les enseñó el cuerpo del vulfyr, que habían clavado a una tabla, y un calabozo donde encerraban a un par de elfos oscuros y de drakos renegados (nativos del Cónclave del Dragón). Todo ello para que se dieran cuenta de la magnitud de la amenaza a la que se enfrentaban. Su intención era llevar al troll y al vulfyr (quizá también a los elfos oscuros) al sur para presentarlo ante los monarcas más lejanos y que, al darse cuenta de la amenaza, dejaran de lado sus diferencias para luchar contra el verdadero Enemigo. El grupo mostró su acuerdo con tal medida.
—Y es aquí donde sería inestimable vuestra ayuda, pues ese ingenio volador podría trasladar las pruebas mucho más rápido que cualquier carreta.
Yuria y los demás se miraron, incómodos ante la petición de Irainos. La ercestre mostró sus dudas acerca de poder transportar algo tan brutal como un troll a bordo del Empíreo, y con esa excusa pudieron postergar su respuesta. Daradoth pasó a exponer seguidamente su deseo de que el consejo del Vigía recibiera en audiencia a Somara, a la cual habían traído en el dirigible. Irainos acordó que la recibirían el día siguiente, e insistió sobre la conveniencia de transportar rápidamente a los prisioneros hacia el sur. "Quizá no sea tan mala idea", pensó el elfo; "sería una forma de convencer a todos de cesar las hostilidades y plantear un frente común a los enemigos del norte".
El consejo también pidió la ayuda de Symeon para la defensa del Valle en el Mundo Onírico. Según les contó, los centauros habían informado de que la noche anterior habían expulsado a varios intrusos que se habían acercado en demasía al Valle, pero cuyo aspecto no habían podido ver. Symeon aceptó, por supuesto, y esa noche la pasaría de guardia junto a los centauros sin mayor problema; no pudo comunicarse apropiadamente con ellos por la barrera del idioma, pero se sintió honrado de trabajar a su lado.
Por la tarde, el monje Neâderoth reclamó la presencia de Yuria. La condujeron (junto con Daradoth) a una especie de campo de entrenamiento donde los monjes practicaban las artes marciales y otras técnicas mucho más esotéricas (concentración, chi...). Elywör, otro de los monjes que habían interrogado a Yuria sobre el talismán, llevaba el aro de la ercestre en la mano derecha. Y lo que Yuria vio a continuación la dejó helada; vio cómo el monje miraba hacia otro que se encontraba a unos diez metros de distancia, y que preparaba un hechizo; cuando este alargó sus manos para dirigir su sortilegio hacia Elywör, este alargó la mano que sostenía el talismán hacia él, y en cuestión de décimas de segundo, el contrincante se desplomaba.
—Es increíble —dijo Neâderoth—. Tenemos otros talismanes en el Vigía, pero este supera con creces la capacidad de cualquier otro que hayamos visto. Normalmente, Elywör y algunos otros son capaces de anular los hechizos que se dirigen contra ellos, pero vuestro talismán no solo anula el efecto, sino que anula a quien lo realiza, totalmente.
Yuria no tenía palabras. ¡Habían usado su talismán de forma ofensiva! Ella lo había usado pasivamente, y nunca se le habría ocurrido que tuviera ese uso. Cuando preguntó al monje cómo se podía hacer aquello, este solo contestó que con muchos años de entrenamiento, una concentración sobrehumana y una voluntad de hierro. Planteó la conveniencia de que Yuria cediera el talismán al Vigía para ayudarles en su lucha, pero la mujer se negó en redondo.
El día siguiente tuvo lugar el encuentro entre el grupo, el consejo y Somara, que descendió grácilmente del dirigible. Daradoth esperaba que la gracia y la luz que la presunta errante desprendía inconscientemente cambiara el parecer de la cúpula del Vigía. Pero no fue así. No resultaron especialmente impresionados aunque tuvieron que reconocer que la Luz era fuerte en la mujer. Daradoth se sintió frustrado, pero por muchos argumentos que él y Galad esgrimieron no consiguieron convencer al consejo de la conveniencia de apoyar a Ginathân. Irainos también razonó que era muy diferente aceptar el encargo de un rey legítimo de quitar de en medio a un rebelde en la noche (como ya habían hecho) que deponer un rey de su cargo para beneficiar una rebelión fuera de control. Era posible que Ginathân y Somara fueran fieles servidores de la Luz, no lo dudaba; pero el rey Anerâk también lo era, sin duda. Había enviado sus legiones al norte para oponerse al Enemigo, arriesgando así su trono debido a la rebelión, y no había tenido más remedio que llamarlas de vuelta. Así que no apoyarían a quien había provocado aquello.
Daradoth discutió una y otra vez, desesperado, hasta que los más sabios del consejo llegaron a alterarse. El ser del joven elfo se vio conmovido ante la revelación de que los fieles a la Luz se estuvieran matando y traicionando entre ellos. ¿Acaso la traición y el ansia de poder no era cosa de la Sombra? ¿No eran los leales a la Luz justos y honorables? La respuesta que encontró en su interior y que más tarde sería confirmada por Irainos y Audemas, fue "no". Luz y Sombra no eran conceptos tan maniqueos como "bien" y "mal", y Daradoth tendría que asumirlo. Lágrimas de frustración asomaron a los ojos del elfo, pero las contuvo apretando los dientes; tendría que dejar el idealismo a un lado y asumir la cruda realidad.
Por la tarde, para empeorar las cosas, llegó desde el sur la noticia de que el rey Anerâk había muerto masacrado por la plebe, junto con toda su familia. Aquello pareció ensombrecer el ánimo de Irainos y los demás, pero aceptaron detener los ataques contra Ginathân de momento. Tres distritos estaban en llamas por la revolución, y debían detener aquello a toda costa.
Por la noche, Symeon entró al Mundo Onírico. Al salir de la representación de la torre, lo que vio lo dejó algo aturdido. El Valle del Exilio era representado allí como una enorme fortaleza que brillaba con matices de plata que no había visto nunca antes. Y antes de que pudiera reaccionar, dos presencias a su alrededor. No pudo ofrecer ninguna resistencia, salvo apercibirse de que aquellos que lo expulsaban del Mundo Onírico no eran sino centauros. Intentó decir el nombre de la lady centaura a la que había intentado ayudar hacía una eternidad, en el Imperio Vestalense, pero no pudo articular sonido. Pocos minutos después, unos monjes aparecían para poner un anillo de plata en el dedo de un inconsciente Symeon, dando órdenes a sus compañeros de que no se lo quitara mientras permaneciera en el Valle o hasta que le dijeran lo contrario.
Poco tiempo después del amanecer el grupo era conducido a presencia del líder del Vigía, Irainos. Este se hallaba acompañado de su consejo (o de parte de él, como más tarde se enterarían). Irainos era uno de los pocos elfos que Daradoth había visto con aspecto envejecido y luciendo barba en su rostro; por supuesto, era el único elfo con tales características que el resto del grupo había visto nunca. Hablaba perfectamente tanto el irthion como el anridan y el cántico, y presentó a los miembros de su consejo que habían podido acudir. La elfa Eyruvëthil, los elfos Annagrâenn y Audemas, el enano Zarkhu y los monjes Neäderoth y Elywör. En la sala, austera y bastante grande, se podían ver varias decenas de guardias y oficiales de toda la variedad de razas presentes en el Valle. Symeon miró con curiosidad la espada que Eyruvëthil apoyaba en uno de los brazos de su sede, y las gemas que Annagrâenn y Audemas lucían en sus frentes... no pudo evitar que sus ojos se abrieran mucho al reconocer dos de las míticas Joyas del Alba, mencionadas en varios libros de estudios sobre la Era Legendaria. En la mesa ante el consejo se encontraba el talismán de Yuria, guardado en una pequeña urna de cristal.
El líder del Vigía lucía en sus manos una vara metálica y sobre una repisa pudieron ver un búho de ónice idéntico al que Daradoth había encontrado en las ruinas de Margen y que le permitía contactar con el Empíreo. Más tarde se enterarían de que el Vigía disponía de tres de tales figuras, enlazadas entre sí y a las que llamaban Ebyrithë (Ebyrïth en singular). La vara que Irainos alargó a uno de sus guardias resultó ser uno de los artefactos que los elfos llamaban Seïvarydh ("Varas de Juramento", seïvaradh en singular); estas servían para comprobar la sinceridad de aquellos que hacían promesas mientras la empuñaban. Su poder era tal que, si alguien intentaba mentir mientras empuñaba una, se quedaba sin palabras y era incapaz de enunciar el perjurio; además, los juramentos proferidos mientras la vara era sostenida se convertían en inquebrantables, siempre que el empuñante admitiera voluntariamente sostenerla.
Así, Irainos y el resto les instaron a jurar su lealtad a la Luz y su intención de no perjudicar en nada al Vigía ni revelar la localización del Valle. El primero en sostener la vara fue Daradoth, que declamó con convencimiento el Juramento Ancestral de Aredia:
—Por mi honor, la gracia del Creador y mi esperanza de renacimiento, juro que no perjudicaré al Vigía de ningún modo, que soy un leal seguidor de la Luz y que no revelaré a nadie lo que sepa del Shur'Ekathälias, el Valle del Exilio.
Tras Daradoth, todos los demás enunciaron el juramento sin problemas, lo que hizo que el elfo soltara un imperceptible suspiro de alivio. Acto seguido, los guardias ofrecieron asiento al grupo.
La conversación que tuvo lugar a continuación trató diversos temas, y permitió que los miembros del Vigía conocieran más al grupo y establecer una relación de relativa confianza.
—Debéis saber —empezó Irainos— que la única razón por la que no os abatimos durante vuestra inapropiada entrada en Ekathälias fue el que un elfo de Doranna formara parte de vuestro grupo. No es que seamos admiradores de los dorannios, desde luego, pero al fin y al cabo nos unen lazos desde tiempos remotos...
Según dejaron entrever Irainos y Annagrâenn, en realidad los elfos del Vigía despreciaban a los elfos de Doranna por su "cobardía" al llevar a cabo la Gran Reclusión y retirarse a su nación sellada, abandonando Aredia a su suerte. Pronto pasaron a interesarse por el talismán de Yuria y por el extraño artefacto volador con el que habían entrado al Valle. La niebla que normalmente protegía el enclave no había funcionado ese día y no tenían otro medio para ocultarse de ojos en el cielo. Ambas cosas atañían de cerca a Yuria, así que la ercestre les explicó lo poco que sabía sobre el objeto y su autoría en la creación de los dirigibles, entre ellos el Empíreo, del que habló con orgullo; el consejo le dirigió miradas apreciativas. Esto fue aprovechado por Daradoth para enumerar las muchas virtudes de Yuria como militar y sus numerosas gestas los pasados meses.
El enlace de acontecimientos llevó al grupo a exponer sus peripecias del último año, mencionando los acontecimientos de Rheynald, el éxodo por el Imperio Vestalense y la hazaña con el Ra'Akarah, las sospechas de que se enfrentaban de nuevo a kaloriones, su huida y la alianza con lady Ilaith de la Confederación de Príncipes Comerciantes. A pesar de la inexpresividad de los elfos, estos y el resto del consejo se mostraba cada vez más sorprendido. Además, el episodio de Symeon con los centauros de la noche anterior (de la cual el anillo que lucía en su dedo anular era un recordatorio) hacía inútil cualquier secreto al respecto, así que también contaron las experiencias del errante en el Mundo Onírico; y por supuesto, Galad se mostró orgulloso de su condición de paladín de Emmán y valedor de la Luz.
Irainos y los demás no pudieron sino expresar con palabras de asombro su opinión sobre los acontecimientos que habían rodeado al grupo, y que incluso ellos mismos habían provocado. Los juramentos sobre la vara invalidaban cualquier sospecha que los vigías pudieran haber albergado sobre su historia, y eso los hacía rebullir de inquietud. El elfo Audemas dirigía de vez en cuando algunas palabras en irthion a sus compañeros mientras el grupo narraba sus peripecias.
A continuación fue el turno de Daradoth de explicar el porqué de sus viajes en el exterior de Doranna. El joven elfo no ocultó prácticamente nada, habló de los problemas de su familia con lord Natarin, de su amada, de los desaparecidos, y de su exilio y su búsqueda, su posterior encuentro con sus actuales compañeros en Rheynald y la alianza de conveniencia con lady Ilaith. Más tarde esa misma noche, Daradoth pediría un encuentro a solas con Irainos y le hablaría de sus planes para volver a Doranna y "cambiar el estado de las cosas"; quizá el Vigía pudiera ayudarle a lograrlo. Irainos solo pudo mirarlo condescendientemente e intentar quitarle la idea de la cabeza, con alguna otra mirada de preocupación.
Después de darse por satisfechos con la explicación de Daradoth, el grupo pasó a exponer el verdadero motivo de su presencia en el Valle. Hablaron de Ginathân, de Somara y la rebelión. Esta había escapado a cualquier tipo de control y ya afectaba a todo el sur del Pacto, y hablaron del intento de asesinato y de por qué habían decidido tomar partido por el noble rebelde. Describieron las visiones de Symeon en el Mundo Onírico y los sueños de Galad, y expusieron su convicción de que el duque y su esposa eran fundamentales para la Luz.
Ante la magnitud de los temas tratados y la cantidad de tiempo transcurrido, el consejo decidió convocar otra reunión con el grupo para el día siguiente.
El resto del día fue aprovechado por Daradoth y sus compañeros para recorrer el valle y conocer sus varios pueblos y parajes. En un momento dado, el elfo se concentró para percibir el poder a su alrededor, y casi se desmayó. El Valle era un hervidero de poder, con multitud de hechizos activos. El frío se iba haciendo cada vez más intenso sin embargo, y se retiraron pronto a los aposentos que se habilitaron para ellos en los edificios de la guardia. Gracias a la comunicación que Daradoth podía mantener a través del búho, Yuria se aseguró de que la tripulación del Empíreo había encontrado un lugar adecuado donde guarecerse.
La mañana siguiente, Irainos, Annagrâen, el enano Zarkhu y la enana Akhartha (otra miembro del consejo que no había podido estar presente el día anterior) les condujeron hacia la parte norte de la colina donde se encontraban. Tras rodear unos edificios, llegaron a una especie de plaza en cuyo centro se encontraba el troll que habían visto el día anterior, encadenado a unos grilletes. También les enseñó el cuerpo del vulfyr, que habían clavado a una tabla, y un calabozo donde encerraban a un par de elfos oscuros y de drakos renegados (nativos del Cónclave del Dragón). Todo ello para que se dieran cuenta de la magnitud de la amenaza a la que se enfrentaban. Su intención era llevar al troll y al vulfyr (quizá también a los elfos oscuros) al sur para presentarlo ante los monarcas más lejanos y que, al darse cuenta de la amenaza, dejaran de lado sus diferencias para luchar contra el verdadero Enemigo. El grupo mostró su acuerdo con tal medida.
—Y es aquí donde sería inestimable vuestra ayuda, pues ese ingenio volador podría trasladar las pruebas mucho más rápido que cualquier carreta.
Yuria y los demás se miraron, incómodos ante la petición de Irainos. La ercestre mostró sus dudas acerca de poder transportar algo tan brutal como un troll a bordo del Empíreo, y con esa excusa pudieron postergar su respuesta. Daradoth pasó a exponer seguidamente su deseo de que el consejo del Vigía recibiera en audiencia a Somara, a la cual habían traído en el dirigible. Irainos acordó que la recibirían el día siguiente, e insistió sobre la conveniencia de transportar rápidamente a los prisioneros hacia el sur. "Quizá no sea tan mala idea", pensó el elfo; "sería una forma de convencer a todos de cesar las hostilidades y plantear un frente común a los enemigos del norte".
El consejo también pidió la ayuda de Symeon para la defensa del Valle en el Mundo Onírico. Según les contó, los centauros habían informado de que la noche anterior habían expulsado a varios intrusos que se habían acercado en demasía al Valle, pero cuyo aspecto no habían podido ver. Symeon aceptó, por supuesto, y esa noche la pasaría de guardia junto a los centauros sin mayor problema; no pudo comunicarse apropiadamente con ellos por la barrera del idioma, pero se sintió honrado de trabajar a su lado.
Por la tarde, el monje Neâderoth reclamó la presencia de Yuria. La condujeron (junto con Daradoth) a una especie de campo de entrenamiento donde los monjes practicaban las artes marciales y otras técnicas mucho más esotéricas (concentración, chi...). Elywör, otro de los monjes que habían interrogado a Yuria sobre el talismán, llevaba el aro de la ercestre en la mano derecha. Y lo que Yuria vio a continuación la dejó helada; vio cómo el monje miraba hacia otro que se encontraba a unos diez metros de distancia, y que preparaba un hechizo; cuando este alargó sus manos para dirigir su sortilegio hacia Elywör, este alargó la mano que sostenía el talismán hacia él, y en cuestión de décimas de segundo, el contrincante se desplomaba.
—Es increíble —dijo Neâderoth—. Tenemos otros talismanes en el Vigía, pero este supera con creces la capacidad de cualquier otro que hayamos visto. Normalmente, Elywör y algunos otros son capaces de anular los hechizos que se dirigen contra ellos, pero vuestro talismán no solo anula el efecto, sino que anula a quien lo realiza, totalmente.
Yuria no tenía palabras. ¡Habían usado su talismán de forma ofensiva! Ella lo había usado pasivamente, y nunca se le habría ocurrido que tuviera ese uso. Cuando preguntó al monje cómo se podía hacer aquello, este solo contestó que con muchos años de entrenamiento, una concentración sobrehumana y una voluntad de hierro. Planteó la conveniencia de que Yuria cediera el talismán al Vigía para ayudarles en su lucha, pero la mujer se negó en redondo.
El día siguiente tuvo lugar el encuentro entre el grupo, el consejo y Somara, que descendió grácilmente del dirigible. Daradoth esperaba que la gracia y la luz que la presunta errante desprendía inconscientemente cambiara el parecer de la cúpula del Vigía. Pero no fue así. No resultaron especialmente impresionados aunque tuvieron que reconocer que la Luz era fuerte en la mujer. Daradoth se sintió frustrado, pero por muchos argumentos que él y Galad esgrimieron no consiguieron convencer al consejo de la conveniencia de apoyar a Ginathân. Irainos también razonó que era muy diferente aceptar el encargo de un rey legítimo de quitar de en medio a un rebelde en la noche (como ya habían hecho) que deponer un rey de su cargo para beneficiar una rebelión fuera de control. Era posible que Ginathân y Somara fueran fieles servidores de la Luz, no lo dudaba; pero el rey Anerâk también lo era, sin duda. Había enviado sus legiones al norte para oponerse al Enemigo, arriesgando así su trono debido a la rebelión, y no había tenido más remedio que llamarlas de vuelta. Así que no apoyarían a quien había provocado aquello.
Daradoth discutió una y otra vez, desesperado, hasta que los más sabios del consejo llegaron a alterarse. El ser del joven elfo se vio conmovido ante la revelación de que los fieles a la Luz se estuvieran matando y traicionando entre ellos. ¿Acaso la traición y el ansia de poder no era cosa de la Sombra? ¿No eran los leales a la Luz justos y honorables? La respuesta que encontró en su interior y que más tarde sería confirmada por Irainos y Audemas, fue "no". Luz y Sombra no eran conceptos tan maniqueos como "bien" y "mal", y Daradoth tendría que asumirlo. Lágrimas de frustración asomaron a los ojos del elfo, pero las contuvo apretando los dientes; tendría que dejar el idealismo a un lado y asumir la cruda realidad.
Por la tarde, para empeorar las cosas, llegó desde el sur la noticia de que el rey Anerâk había muerto masacrado por la plebe, junto con toda su familia. Aquello pareció ensombrecer el ánimo de Irainos y los demás, pero aceptaron detener los ataques contra Ginathân de momento. Tres distritos estaban en llamas por la revolución, y debían detener aquello a toda costa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario