Un Accidente de Tráfico. Cinco Figuras extrañas.
Haciéndose eco de las peticiones de Paula, Tomaso investigaría durante las siguientes horas todo lo que pudiera acerca de la Orden de Hermes Trimegisto en Austria y sobre los extraños símbolos dibujados en el borde del círculo que había desvelado Patrick.
Tras documentar bien la escena haciendo multitud de fotos y vídeos, se marcharon de allí. De vuelta en el hotel, el grupo se reunió en la suite de Paula para compartir impresiones, mientras Tomaso se apartaba con su portátil y llamaba a Sally con el móvil, y la hermana de Jacobsen hacía también un aparte con Jesús Cerro y con Sigrid.
Jesús Cerro, Bibliomante español |
—Bueno... —contestó Jesús— yo conseguí tener éxito en un ritual para recavar información parecida hace tiempo... quizá podría intentarlo, con una buena provisión de cargas como la que tenemos. Pero para asegurarnos lo más posible el éxito, necesito realizarlo en una biblioteca especializada en temas esotéricos.
—Eso no será problema —anunció Paula, esbozando una mueca que quizá era una leve sonrisa—, en Viena no faltan coleccionistas de libros arcanos, y seguro que Sigrid conoce a alguno.
—A un par, sí. —Contestó Sigrid, cuando los otros dos se giraron a mirarla; tras dudar unos segundos acariciando distraídamente la cabeza de toro de su pulsera minoica, zanjó—: ningún problema.
Tras hacer un par de llamadas, Sigrid consiguió que Gabriel Mayer, uno de sus conocidos coleccionistas esotéricos les diera acceso a su biblioteca, de hecho, podrían trasladarse allí casi inmediatamente. Paula afirmó, con satisfacción.
Cuando Sigrid informó a Patrick de los planes para desplazarse a la biblioteca, este, viendo la vía libre, llamó a Derek. Acordaron que mientras Paula y los demás hacían lo que tuvieran que hacer en aquella biblioteca, ellos se desplazarían solos hasta la mansión de Liszt para ver qué podían averiguar lejos de miradas extrañas.
En poco más de media hora, Sigrid, Jesús Cerro, Jonathan, Mark Collins, Tine Kunst, Mara Kirstein y la propia Paula se montaban en un furgón para desplazarse hasta la biblioteca de Mayer. Previamente, Jonathan había llamado por teléfono a Derek para informarle del movimiento; como el director de la CCSA ya había planeado desplazarse a la mansión de Liszt junto a Patrick, encargó a los Vástagos de Mitra seguir el vehículo del grupo de Sigrid para reaccionar ante cualquier posible eventualidad.
Mientras Sigrid y los demás abordaban el furgón, Derek esperaba a Patrick con otro vehículo en la parte de atrás del hotel. Cuando el profesor salío a la calle, afirmó levemente con la cabeza en dirección a su amigo, miró a un lado, a otro, y se dispuso a cruzar.
—Vaya, vaya, Patrick —dijo una voz a su espalda, mientras alguien le tocaba con el dedo en un hombro. Se giró para ver el rostro socarrón de Elliot Saunders... "mierda", pensó, "no me lo quito de encima"—, podías avisar de que te marchas, ¿acaso no somos colegas de fatigas ya?
—Hay cosas que debo hacer solo, Elliot.
—¿Solo? ¿Estás seguro? —preguntó Saunders, mirando descaradamente hacia donde estaba Derek.
—Sí. Muy seguro —Patrick intentó dar a su voz el tono más firme que pudo, esperando que Elliot no le rebatiera.
—Muy bien, como quieras —sentenció el dipsomante, encogiéndose de hombros, y acto seguido se marchó. Patrick le hizo unas señas a Derek para que le recogiera más adelante, lejos de ojos curiosos, y pocos minutos después estaban en marcha hacia la mansión.
Poco después, el vehículo de Sigrid y los demás iniciaba la marcha, con Collins en el volante y Paula a su lado. Se dirigieron hacia el sur de la ciudad, siguiendo las indicaciones de la anticuaria, que cada vez necesitaba sentir más el tacto de su pulsera mientras pensaba, aunque parecía no darse cuenta.
—¿Crees que ese tal Mayer nos dará acceso completo a su biblioteca, Sigrid? —Preguntó Paula—. Por lo que cuentas, debe de ser algo digno de ver.
—Supongo que mientras no te reconozca y no le revelemos quién eres realmente ni para quién trabajamos, no habrá problema —respondió Sigrid, con ironía. Jesús dejó escapar una risita divertida—.
—Muy graciosa —dijo Paula—, muy graciosa. No, en serio, Sigrid...
No pudo acabar la frase. Un furgón de apariencia militar surgió de la nada procedente de una travesía a la derecha, y les embistió. Afortunadamente, Collins pudo evitar lo peor del impacto, y dando un volantazo pudo evitar una colisión directa, que seguramente los habría enviado volando a alguna azotea y habría matado a Paula y a los que se sentaban en la parte derecha. Aun así, chocó contra un par de coches que venían en la misma dirección, el bordillo provocó una pérdida de control, se llevó por delante un par de farolas y acabó por estrellarse (a una velocidad ya reducida) contra una fachada.
—¡¿Qué pasa? ¿Qué pasa?! —gritó Jesús.
Sigrid, conmocionada, no acertó a contestar. Paula y Mark Collins, que viajaban en la parte de delante, se habían dado un buen golpe, la mujer sangraba por la cabeza. El resto había quedado sin respiración por los cinturones y no acertó a ver cómo el furgón que los había embestido se había detenido y por sus puertas salían tres hombres enfundados en uniformes negros con cascos, visores, y fusiles de asalto.
Por suerte, los Hijos de Mitra los habían seguido bien de cerca y habían conseguido detener su coche sin consecuencias. Artem empezó a disparar parapetado en una puerta, abatiendo a uno de los tipos, mientras Theo rodeaba la escena y disparaba a su vez desde otro punto. Consiguieron así dar tiempo al grupo del furgón para que pudieran reaccionar y Collins arrancó el vehículo de nuevo. Pero uno de los paramilitares del furgón consiguió herir de gravedad al hombre de Jacobsen en un hombro, con lo que perdió el control del vehículo y volvió a estrellarlo contra otro coche atravesado en la calle.
En el interior del furgón, algunos comenzaron a reaccionar. Mara sacó por fin un cuchillo de un pliegue de su ropa y se cortó un antebrazo, haciendo que uno de los tipos que apuntaba en su dirección se retorciera de dolor en el suelo. Jesús sacó una pistola y empezó a disparar prácticamente a ciegas, mientras Tine Kunst conseguía abrir la puerta de su lado y se disponía a saltar como un gato al exterior. Sigrid se giró para seguir a la alemana y salir de allí, y al girarse vio las luces de otro furgón acercarse a toda velocidad hacia ellos.
Artem oyó primero un estruendo metálico, y al girarse vio cómo un furgón blindado se llevaba por delante un par de coches que habían quedado atravesados. El vehículo se acercaba a toda velocidad al furgón de Sigrid y los demás, así que intentó detenerlo disparando con desesperación. Pero sus balas no hicieron mella alguna. Tine Kunst y Jonathan salieron del vehículo, este último disparando contra uno de los enemigos que se enfrentaba a los Hijos de Mitra, y Jesús había pasado a la parte de delante, apartando con la ayuda de Mara a Collins hacia la parte de atrás; Paula lo observaba todo con la mirada perdida, conmocionada.
"No, no puede ser", pensó Sigrid, "¡nos va a arrollar! ¡vamos a morir!¡No, esto no puede acabar así! ¡NO!".
No había dejado de tocar la pequeña cabeza de toro de su pulsera, que de repente pareció arder en su muñeca. Las cargas que tenía parecieron bailar en su mente, y cambiar. "¿Cambiar? ¿Cómo?". Pero no había tiempo de pensar. Comprendiendo lo que ocurría inconscientemente, aceptó el proceso como algo natural, y desechando las cargas de Bibliomancia, concentrándose en el tacto ardiente de su pulsera, un nuevo poder entró en ella. Lo canalizó hacia el vehículo que ya se encontraba a escasos metros de ella.
Artem y Theo, gritando de desesperación por ver la muerte de Sigrid y Jonathan tan cerca y ya sin balas en los cargadores, se quedaron de piedra cuando el furgón pareció oxidarse en unas décimas de segundo, y cuando un latido más tarde, las ruedas parecieron no poder soportar más el peso del vehículo y salieron despedidas. El conductor no pudo mantener el control; el chasis, arrastrando por el suelo, dio contra el bordillo de una de las aceras y con un estruendo ensordecedor el furgón salió despedido y dio varias vueltas de campana. Los Hijos de Mitra no daban crédito a lo que habían visto, pero reaccionaron enseguida. Viendo que Sigrid y los demás estaban más o menos bien, decidieron volver a su coche y pasar desapercibidos.
Cerro consiguió por fin apartar a Collins del volante y, aunque él mismo creía haberse roto un par de costillas, se sobrepuso al dolor y al creciente mareo y consiguió poner de nuevo en marcha el coche. Chirriando ruedas se alejó de la escena, cuando se empezaban a oír las primeras sirenas de policía acercándose.
Derek, Patrick y Tomaso notaron respectivamente la increíble angustia que Sigrid había experimentado en el momento en que creía que iba a morir. Los dos primeros tuvieron que detener el coche hasta que la sensación pasó y notaron cómo Sigrid se recuperaba. Tomaso organizó al grupo del hotel para salir al encuentro del grupo de Paula. Pocos minutos después avistaban el furgón, abollado y maltrecho por el trance vivido. El italiano soltó un disimulado suspiro de alivio cuando vio que Sigrid y Jonathan se encontraban bien.
Tuvieron que llevar a Collins a un hospital, donde lo ingresaron de urgencia para poder operarle y curar su hombro. Después de que Paula fuera suturada de una brecha en la cabeza, se marcharon al hotel a descansar y Tine Kunst se quedó en el hospital para informarles de cualquier novedad sobre el estado de Mark. Ya en el hotel, Sigrid, en shock, pidió a Paula que le concediera un tiempo a solas para pensar en lo que había pasado, y esta se lo concedió. Mientras, Tomaso informaba de lo infructuosa de su búsqueda hasta el momento, y de que lo único que había averiguado era que la presencia de los Herméticos en Austria había sido prácticamente nula, que habían operado sobre todo en oriente medio y en Europa occidental.
Derek y Patrick dejaron el coche en un lugar discreto a aproximadamente medio kilómetro de la mansión, y se acercaron andando.
—Estás muy callado, Patrick —dijo Derek—. ¿Qué piensas? ¿En lo que haremos al llegar?
—Pues sí —contestó Patrick—. Mi intención era, aprovechando que mi habilidad de alterar la realidad es mucho más fácil en ese edificio, hacer retroceder el tiempo en el punto de la biblioteca para ver quién dibujó ese círculo. Pero he cambiado de idea, porque si hago retroceder el tiempo, quien fuera que lo hiciera aparecerá allí y nos podrá ver. No sé, es todo muy complicado... bueno, ya estamos aquí.
Patrick miró a su alrededor. Efectivamente, lo que durante todo el viaje había tenido intención de hacer al llegar allí, ahora no le parecía tan buena idea, así que decidió hacer algo más... mundano. Se dedicó a apartar los escombros, algo que hizo, para su sorpresa, de manera bastante sencilla. Desde luego, le era mucho más fácil controlar su habilidad en aquel lugar.
—Bueno, quizá ahora Sigrid y los demás puedan utilizar los artefactos de Jacobsen —anunció.
—Sí, esperemos que sí, a ver si acabamos con esto de una vez —contestó Derek, sorprendido al ver por primera vez las habilidades de Patrick en acción con unos efectos tan físicos.
Mientras caminaban hacia su coche, Derek llamó la atención de Patrick sobre un ruido cada vez más claro. Corrieron hasta alcanzar el coche, y observaron desde el pequeño bosquecillo donde se encontraba a resguardo. No tardaron en aparecer dos todoterrenos bordeando el camino de la colina. De ellos bajaron siete individuos, hombres y mujeres, que se dirigieron rápidamente al interior de la mansión. Una octava figura se había quedado dentro del primer vehículo, sentada en la parte trasera, y uno de los siete que se habían apeado se quedó rezagado, fuera de los muros, inmóvil. Patrick y Derek observaron muy quietos durante unos minutos.
—¿Qué demonios está haciendo? —preguntó Derek.
—No lo sé —respondió Patrick—, parece que está rezando, o algo así, seguro que es alguno de esos malditos rituales arcanos.
—Joder, entonces deberíamos irnos de aquí cuanto...
—Espera, ¡mira!
El vello de ambos se erizó cuando alrededor del individuo comenzaban a levantarse cinco montículos de tierra, que no tardaron en dejar paso a cinco figuras humanoides.
—¿Qué coj...? —empezó Derek.
—Esas cosas miden por lo menos dos metros y medio, Derek. Menos mal que hemos salido a tiempo de allí.
Acto seguido, tanto el obrador del ritual como los cinco nuevos seres (desde allí no acertaban a averiguar qué eran en realidad) se precipitaron hacia el interior del complejo.
—Vámonos, Patrick, no podemos arriesgarnos.
—Espera, espera —los ojos de Patrick brillaban febriles. Estaba dispuesto a averiguar todo lo que fuera posible de aquella gente.
Pocos minutos después, dos de los que habían entrado a la casa salían y se acercaban a hablar con el tipo que se había quedado en el primer todoterreno. No tardó en incorporarse al grupo una cuarta figura, aparentemente una mujer. A los pocos segundos, Derek sintió una sensación extraña, como si una especie de zarcillos invisibles rozaran su mente, o su espíritu.
—Patrick... —dijo, dubitativo—, creo que están tratando de localizarnos.
—¿Puedes evitarlos? ¿O repelerlos, o lo que sea que seas capaz de hacer?
—Creo que sí... —la voz de Derek dejó traslucir el esfuerzo de la concentración requerida por sus habilidades—, pero cada vez siento que es más difícil, proyecta una especie de... zarcillos, yo qué sé qué son, y cada vez hay más. ¡Larguémonos!
Patrick no discutió más. Aunque lo que más le habría gustado en el mundo habría sido entrar allí y hacer preguntas directas, el sentido común prevaleció. Aprovechando la cobertura de los árboles, pronto rodeaban la siguiente colina y salían a una carretera secundaria que los conduciría a la autopista; por fin, Derek dejó de notar la asquerosa presencia de aquellos tentáculos invisibles.
De vuelta al hotel, ambos llegaron por separado, y Patrick se encontró con que en la recepción le esperaba Adrian White.
—Señor Sullivan, por favor, acompáñeme; la señora Jacobsen desea hablar con usted —Paula y los demás ya habían vuelto de su cura de urgencia y de dejar a Collins en el hospital. "Vaya, seguro que Saunders se ha ido ya de la boca", pensó Patrick, que acompañó sin resistencia a White.
En la suite de Paula le esperaban ella misma, Anaya Green, Lucas Gardet, Elliot Saunders (que le dirigió una sonrisa, enseñó las palmas de sus manos y se encogió de hombros), y algunos más. Básicamente, Paula le preguntó por qué había ido sin informarla a la mansión de Liszt, y después le amenazó con que se atuviera a las consecuencias si aquello se repetía.
—En esta misión no puede haber ningún cabo suelto, señor Sullivan, y si tengo la sensación de que usted lo es, obraré en consecuencia.
Patrick recurrió a todo su carisma para relajar la tensión en la conversación, y cuando parecía que lo había conseguido y se disponía a levantarse para marcharse, Anaya Green continuó:
—Eso no es todo, señor Sullivan. Sabemos que no fue usted solo a la mansión de Liszt. Y su acompañante no está incluido en este grupo. ¿Podría darnos los detalles de esa persona?
—Creo que están ustedes equivocadas, señoras —respondió Patrick con la más desarmante de sus sonrisas—, en realidad, yo... —no pudo acabar la frase; un hastiado gesto de paula hacia Gardet hizo que este utilizara sus habilidades mentales sobre Patrick, que sufrió un pequeño shock de impotencia cuando sintió que perdía el control sobre lo que podía y no podía decir. Sintiendo un tremendo dolor de cabeza, acabó dando varios detalles sobre la identidad de Derek y revelando que aparte de él tenía más aliados alojados en el hotel, hasta que cayó en la oscuridad de la inconsciencia, víctima de una gran tensión mental.
Pocos minutos después, alguien llamaba a la puerta de la habitación de Derek. Cuando la abrió, vio ante él a Anaya Green, Adrian White y Marius Eichmann.
—¿Señor Hansen? —preguntó la mujer— ¿Derek Hansen? Su amigo Patrick se encuentra en un apuro; por favor, si fuera usted tan amable de acompañarnos...
Derek no opuso resistencia. Cerró la puerta y dejó que lo escoltaran hacia las plantas superiores.
Entre tanto, Sigrid, en su habitación, tras varias horas de introspección asimiló por fin lo que había sucedido en el ataque del segundo furgón. "Deseché mis cargas de Bibliomancia para obtener cargas procedentes de mi pulsera", pensó mientras acariciaba incesantemente la pequeña cabeza de toro. "Sin duda, en mi caso la Bibliomancia fue una obsesión postiza. Al fin y al cabo, no soy librera. Soy anticuaria... sí, eso es lo que soy en realidad. ¿Es posible que sea la primera en hacer algo así? No lo sé, pero no había oído hablar de nada parecido... a falta de precedentes, llamaré a esto Antiquimancia".
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