En la Escena del Crimen. Un Dibujo extraño.
En el vuelo a Viena, Patrick no tardó en hacer buenas migas con Elliot Saunders, el presunto aristócrata británico que no dejaba de tener un vaso de buen whisky en la mano en ningún momento. Saunders resultó ser un tipo cercano, socarrón y sorprendentemente profundo. "Parece que haya venido a esta misión simplemente a divertirse", pensó el profesor.
Elliot Saunders, Dipsomante con clase |
Durante las poco más de dos horas que duró el vuelo, también aprovechó para observar el aura de todos aquellos singulares miembros del equipo que había reclutado Jacobsen. Así, con la experiencia adquirida, pudo deducir, por ejemplo, que Anaya Green poseía algún tipo de habilidad parecida a la suya, solo que más potente. Que tanto Marius Eichmann como Mara Kirstein, Judith Stevens, Travis Pearson y Elliot Saunders eran adeptos, ya que podía identificar las alteraciones del aura que denotaban sus cargas y su tremenda obsesión por sus respectivas mancias. El aura de Eichmann rezumaba tanta maldad que por un momento el corazón de Patrick se encogió en su pecho; la de Kirstein le sorprendió también, puesto que aunque denotaba muchísimo sufrimiento, era bastante débil, como si la vida de Mara se escapara de su ser por momentos; no pudo evitar sentir compasión por la joven alemana. Mayor fue su sorpresa cuando el aura de Pearson le dejó ver mucha más bondad que maldad en ella, algo que se salía de la norma en aquel mundo donde se movían, pero que le reconfortó. Pudo ver también que Lucas Gardet, que había estado en la reunión de la madrugada anterior sin decir palabra, poseía habilidades psíquicas de gran potencia; que Mark Collins padecía algún tipo de desequilibrio mental, y que su aura estaba manchada por multitud de acciones inmorales; que Svanur Simonsson y Paula Jacobsen presentaban auras muy diferentes de las de las personas normales: ambos poseían varias capacidades especiales (aunque no pudo dilucidar cuáles), pero que fueran las que fuesen, las de Simonsson eran algo más fuertes que las de Paula, que ya eran de por sí potentes; para el profesor, el aura de la hermana de Jacobsen también denotaba su falta total de escrúpulos, y la del islandés le reveló que ocultaba un secreto muy importante. Didier Dufresne y Tine Kunst no tenían las auras muy diferentes de las de las personas "normales", aunque la de la alemana estaba cruzada por bastante oscuridad, supuestamente por una historia de falta de valores morales parecida a la de Collins. Por último, Patrick se estremeció cuando en el aura de Adrian White identificó que el británico estaba poseído por una entidad (un demonio) muy poderosa, y que su parte mortal poseía un poder también fuera de lo común; de hecho, los movimientos de su aura mortal le recordaban mucho a los de Derek. Tragando saliva, decidió no revelar la condición de White de momento (aunque más tarde sí lo compartiría con Sigrid, Tomaso y Jonathan), pero sin duda debía de tratarse de uno de aquellos Príncipes de los que les habían hablado los Vástagos de Mitra.
Paula Jacobsen |
A la salida del aeropuerto, Paula saludó a un hombre y una mujer que acudieron a recibirles. Los presentó como Stefan y Marilia, y actuarían como sus guías en la ciudad. Sigrid reconoció el nombre de Stefan: se trataba de un coleccionista de libros de segunda fila que debía de ser uno de los centenares de proveedores de Emil; esbozó una sonrisa de compasión por aquel pobre hombre, enredado en los hilos de gente tan poderosa.
Tres o cuatro horas más tarde aterrizaba el avión de Derek, Sally, Moss y Yatsenko. Se dirigieron sin tardanza al mismo hotel donde se encontraba alojado el resto del grupo, donde ya habían conseguido una reserva. Allí se reunieron todos disimuladamente para compartir la información.
La mañana siguiente, después de un buen desayuno y de una reunión en la que Paula y Anaya aparecieron con una bolsa de armas y las repartieron a todo aquel que las necesitara, el grupo de Jacobsen fue guiado por Stefan y Marilia hasta la biblioteca de Franz Liszt. Tomaso avisó a Derek con un mensaje, pero para su frustración, los móviles dejaron de funcionar al cabo de pocos minutos de iniciar el viaje. "Bueno", pensó el italiano, "espero que Derek nos esté siguiendo ya". Tras unos tres cuartos de hora de conducción a través de campos nevados, detuvieron los vehículos en el exterior de una verja que daba acceso a una gran parcela con una mansión en su interior. Sopesando los pros y los contras de escalar el muro helado, finalmente decidieron que fuera Anaya Green la que intentara abrir la puerta. Pero transcurrida una media hora en la que Green apenas se movió mirando fijamente el mecanimo de apertura, Paula recurrió a Simonsson. El islandés alargó su brazo hacia la puerta, y se concentró; acto seguido, un impacto provocado por una fuerza invisible abolló el metal, un segundo lo abolló aún más, y un tercero arrancó literalmente una parte de la hoja. Simonsson pareció tambalearse, algo mareado, pero se sobrepuso enseguida. El grupo entró por fin a la propiedad de Liszt, dejando a los libreros austríacos vigilando los vehículos.
Entre tanto, en el hotel, tras un intervalo de tiempo demasiado largo sin recibir noticias de sus amigos, Derek decidió no esperar más; tras unos breves minutos de cavilación, supuso que lo primero que habría hecho Jacobsen habría sido dirigirlos al punto más importante de los acontecimientos: la biblioteca arcana de Franz Liszt. Así que pidió a Sally contactar con Omega Prime para obtener la dirección del antiguo ministro de cultura, y en pocos minutos conducía hacia allá junto a los Hijos de Mitra.
Sigrid, Tomaso y Patrick no tardaron en divisar la parte de la mansión que se había quemado y derrumbado. Siguiendo las instrucciones de Paula, el equipo se dividió en dos grupos: uno se quedó a la espera en el pequeño bosquecillo del jardín, y el resto se acercó a la Biblioteca, que sin duda era el epicentro de la parte destruida. Mientras se acercaban, Tomaso llamó la atención del resto del grupo cuando le pareció ver movimiento en una de las ventanas; pero tras unos minutos de observación, el grupo del bosquecillo descartó que hubiera nadie en la propiedad.
Cuando Tomaso y Adrian White apartaron unos tablones y varios escombros, el grupo pudo descubrir un acceso al interior de la parte destruida. El italiano no pudo sino sorprenderse por cómo White había podido apartar con tanta facilidad unas vigas que él no habría podido ni mover, pero recordó lo que Patrick les había comentado la noche anterior y decidió callar. Tras apartar unos cuantos escombros más y atravesar un par de pasadizos, llegaron a una sala muy reducida, todavía apuntalada por algunas vigas y pilares, pero cuyo contenido había sido reducido a puras cenizas: sin duda aquello debía de haber sido otrora la biblioteca de Liszt.
—Desde luego —comentó Sigrid—, todo fue destruido sistemáticamente aquí. Es todo ceniza, no queda ni un solo resto de papel sin quemar. Sistemático —repitió, pensativa—. A saber los tesoros que se habrán perdido para siempre.
Decidieron contactar con el resto del equipo y pronto, los dieciocho se encontraban reunidos de nuevo, con los tipos duros montando guardia.
Mientras tanto, Derek y sus compañeros aparcaban su todoterreno a una distancia prudencial de la mansión, y se acercaban caminando, rodeando el recinto en busca de algún otro acceso; pero no tendrían éxito.
En la antigua Biblioteca de Liszt se habilitó una tenue iluminación y Paula, Sigrid y Cerro procedieron a realizar los pasos previos de los rituales para utilizar el Localizador y la Pizarra. Tres horas transcurrieron durante las que intentaron hacer funcionar los objetos, pero sin éxito.
—¿Cómo puede ser? —espetó Paula—. ¿Lo notáis?
—Sí —respondió Sigrid—, las cargas se disipan cuando intentamos usarlas; no es la primera vez que me encuentro con algo así —"aunque lo del Orfeo no era exactamente lo mismo, ella no tiene por qué saberlo", pensó.
—¿Ah, sí? —preguntó Cerro, con gesto confuso—. Pues a mí es la primera vez que me pasa, y no me gusta nada de nada.
Llamaron a Saunders, a Pearson y a Stevens, todos adeptos, para que probaran a utilizar sus poderes allí, con idéntico resultado: sus cargas se desvanecían en cuanto intentaban realizar sus efectos. Sin embargo, Anaya Green sí que fue capaz de utilizar sus habilidades (sin efecto aparente, simplemente anunció que sí era capaz de usarlas), que no requerían cargas. "Intrigante", pensó Sigrid. "Alguien es capaz de anular cargas... por suerte (espero) este grupo va mucho más alla de los simples adeptos".
Recorrieron también el interior de la mansión, la parte intacta, y allí las cargas tampoco funcionaban.
—Aquí no hacemos nada de provecho —anunció Paula, dando por terminada su estancia allí—. Aprovechemos lo que queda de tarde y visitemos el resto de bibliotecas.
En el exterior, Derek y sus compañeros vieron cómo el equipo de Jacobsen abandonaba el lugar, encabezados por Paula, con cara de circunstancias. Los siguieron al resto de bibliotecas que habían sido también atacadas (un total de tres); sin embargo, todas ellas habían sido destruidas tan a conciencia que resultaba imposible realizar cualquier tipo de ritual simbólico en ellas. Con cada fracaso, Paula resoplaba más fuerte. Lo único que consiguieron fue que la brújula localizadora se moviera durante un segundo en uno de los lugares, ante la pregunta "¿quién causó todo esto?"; Paula anotó la dirección en la que creía que la aguja había apuntado, pero lo efímero de la acción hacía que el rumbo fuera aproximado en el mejor de los casos. Finalmente, frustrados, volvieron al hotel ya entrada la noche.
Poco después, Tomaso, que había contactado por la mañana con sus amigos de Italia para que intentaran conseguirle armas, recibía la llamada de un desconocido que le instaba a acudir a una dirección. Alrededor de una hora y media después, tanto él como el resto del grupo disponían ya de una pistola con un par de cargadores.
El día siguiente, el equipo de Jacobsen se dedicó a conseguir nuevas cargas para reponer las que habían gastado de forma inútil en la mansión de Liszt. Mienras tanto, Derek, Theo y Artem se desplazaron a la mansión para dos cosas fundamentalmente: ver si descubrían algo extraño, y comprobar si las habilidades de los Vástagos de Mitra funcionaban en la antigua biblioteca. La respuesta a esta última duda fue afirmativa: Theo y Artem pudieron realizar con éxito el ritual que potenciaba sus armas. Por otro lado, Derek, gracias a sus habilidades deductivas fuera de lo común, se dio cuenta de que había habido gente por la noche en el lugar, después de que el grupo de Sigrid lo había abandonado a media tarde. Y no solo eso, sino que también habían provocado un derrumbe. Además, descubrió los restos de un dibujo en el suelo, tan tenues que ni aun señalándoselos a los Vástagos de Mitra estos alcanzaron a verlos. Hizo varias fotos y las envió a Sigrid y los demás. Aproximadamente una hora después de llegar, se marcharon.
Cuando más tarde llegó el grupo de Paula de nuevo a la mansión, Sigrid y Patrick, prevenidos por Derek, la informaron de los derrumbes provocados la noche anterior después de echar un vistazo.
—¿Qué coj...? —espetó Paula—. ¿En serio? Alguien está jugando con nosotros... ¡Maldición, vámonos de aquí! Tomaso, Mark, venid conmigo.
Después de fingir utilizar la Pizarra, Paula dio órdenes a Tomaso, a Collins, a Pearson, a Anaya y a Judith Stevens de montar guardia para tender una emboscada a quien quiera que apareciera allí esa noche, desesperada por avanzar en algo. No obstante, los que quedaron apostados allí no tuvieron suerte, y nadie hizo acto de aparición. Así que al día siguiente, la hermana de Emil dio órdenes de volver a la mansión y proceder a desescombrar. Sigrid prefirió no contradecirla, teniendo en mente el dibujo que Derek les había dicho que alguien había borrado en el suelo de la biblioteca. Una vez allí de nuevo, mientras los más fuertes procedían a desescombrar, Sigrid y Patrick intentaban deshacerse del resto para buscar el dibujo que había descubierto Derek.
Cuando Patrick estuvo seguro de que nadie le observaba, se concentró para utilizar su habilidad de alteración de la realidad. Y, tal y como había pasado en el Orfeo, se encontró con que podía alterar el continuo muy fácilmente. No le costó casi nada rehacer el dibujo de nuevo, ante el disimulo de Tomaso y Sigrid, que hicieron un par de fotos a escodidas. Varios minutos después, Gardet veía el dibujo.
—¿Eh? ¡¿Qué es esto?! —exclamó—. ¡Madame! ¡Madame Jacobsen! ¡Rápido, mire esto!
—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —Paula llegó en un santiamén, y se detuvo, abriendo los ojos muy sorprendida—. ¿Cómo puede ser? Estoy segura de que esto no estaba aquí hace unos segundos... —mientras decía esto, Patrick observó alrededor, y cruzó su mirada con Saunders, que le guiñó un ojo; "mmmh, este es más perspicaz de lo que parece", pensó—. Bueno —continuó Paula—, ¡no os quedéis parados! ¡Tomad fotos! ¡Hay que investigar qué es esto!
Tomaso hizo un par de fotos más al extraño dibujo. Se trataba de un círculo rodeado de multitud de símbolos y entrelazado con círculos más pequeños. "¿Dibujado con sangre? No estoy seguro". Su conocimiento de ciencias ocultas salió por fin a la luz:
—Mirad —dijo, señalando a distintas partes del enrevesado dibujo—, este símbolo, y este, y este... —caminó unos pasos— y este, y este también... el resto no sé, pero todos estos pertenecen a la imaginería de la Orden de Hermes Trimegisto.
—Vaya, Tomaso —dijo Paula, que se encontraba en ese momento a su lado, sonriéndole—, veo que no eres solo músculos y buenos trajes, qué grata sorpresa. —Tomaso le devolvió la sonrisa, y se llenó de satisfacción cuando vio el efecto que causaba en ella—.
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