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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 26 de marzo de 2015

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 1 - Capítulo 17

Creá, la Ciudad del Cielo

Las desgracias no habían acabado con la desaparición de Aldur. Al cabo de unos minutos, se apercibieron de que Valeryan no había despertado desde el paso de la tormenta, y se aprestaron a ayudarlo. Pero no hubo forma posible de despertar al joven conde. Había entrado en un coma profundo, o quizá su mente se había ido con el sobrenatural remolino negro, no había forma de saberlo. Entristecidos, encomendaron a Faewald y a Sharëd la tarea de llevar a su amigo inconsciente hasta el campamento de los Errantes de Aravros y Fahjeem. Preveían una estancia larga en Creá, así que allí podrían volver a encontrarse; Taheem dio a su hermano instrucciones para encontrarlos una vez que llegaran a la Ciudad del Cielo, y a continuación todos se despidieron con un abrazo, jurando honrar la memoria de sus dos amigos perdidos.

Más o menos una semana fue lo que duró la travesía por el desierto hasta el oasis de Jeghá. Allí se encontraron con que un pueblo que antaño se había erigido junto a la vegetación se encontraba totalmente arrasado. Entre los restos calcinados se erguían multitud de piras como las que ya habían visto a la entrada de Jeaväh, con los restos de personas atadas a postes con claros signos de haber sido quemadas vivas. Además, se respiraba un ambiente extraño; era fácil percibir poder en el ambiente, una especie de palpitación que afectaba sobre todo a Daradoth y a Galad, los más sensibles a lo sobrenatural. Tras tomar todas las precauciones imaginables con el agua del acuífero, decidieron marcharse sin tardanza, evitando lo que fuera que hubiera sucedido allí.

Se dirigieron hacia la que debía ser la última parada de su viaje antes de llegar a Creá: el modesto pueblo llamado Shaïr. Otra vez sintieron los mismos escalofríos cuando vieron el mismo tipo de piras de castigo a la entrada del pueblo. Galad y Taheem se adelantaron para investigar el terreno antes que los demás. La gente se encontraba congregada en la plaza principal, a la que la pareja no tuvo problemas para acceder. Allí se estaba celebrando un juicio público. Varios soldados vigilaban que no se desencadenara ningún disturbio. Al parecer, tres reos estaban siendo juzgados acusados de brujería, ante el malestar de la multitud congregada.

Tras unos breves alegatos, los tres fueron considerados culpables del delito de hechicería, y como tales les correspondería ser quemados en sendas piras. Pero sonriendo, el capitán convertido en juez les anunció que el Supremo Badir, con la intención de celebrar sus esponsales con su nueva esposa, había ordenado que ningún reo más fuera ajusticiado por brujería, sino que debían ser conducidos a Creá, donde el Badir en persona los examinaría con ayuda de la cúpula de la Iglesia vestalense.

Galad consiguió entablar una breve conversación con una anciana: ésta les comentó que los tres presos eran unos asesinos de niños y la mayoría del tiempo tenían los ojos negros y unas garras como ganchos; evidentemente exageraba, pero les llamó la atención que la vieja echó la culpa de aquello a las “extrañas tormentas” que tenían lugar desde hacía pocos meses y que hacía desaparecer a la gente y las cosas. Desde que habían empezado a desencadenarse, las cosas no andaban bien por allí.

Discretamente, reservaron habitación en la posada, donde más tarde se reunieron con los demás. En la taberna era habitual que entraran los soldados destacados en el pueblo a refrescarse, y eso aumentaba la tensión con los lugareños. Multitud de rumores llegaron a los oídos del grupo: habladurías sobre las tormentas negras, la boda del Supremo Badir con una bella noble sureña, extraños sueños que los habitantes del pueblo parecían compartir... Pudieron oír también cómo algunos soldados comentaban los movimientos que se estaban produciendo en la frontera con Sermia. En un momento dado, uno de los civiles presentes, familiar de uno de los reos juzgados y completamente borracho, increpó a los soldados de malos modos. Una trifulca estalló, y el hombre ebrio fue arrestado y llevado por los soldados a su campamento.

Tras una noche de descanso, salieron lo antes posible de Shaïr, ya dirigiéndose hacia Creá.

Dos jornadas de descanso tranquilas fueron el preámbulo para la peor situación vivida por el grupo desde el inicio de su viaje. El amanecer del tercer día sintieron cómo el viento les azotaba y la claridad del día se oscurecía con los signos de la formación de una nueva tormenta negra. Se apresuraron a recoger el equipo y huir de ella, cuando pudieron sentir cómo otra tormenta se formaba en el sentido contrario. Unos instantes de indecisión bastaron para que pudieran sentir cómo una tercera tormenta se formaba aún más cerca de ellos, y a continuación una cuarta. No tenían escapatoria posible, y se pertrecharon lo mejor que pudieron, rezando para salir con vida de aquello. No tardaron en quedar inconscientes por los efectos de las tormentas; Daradoth notó cómo su poder crecía insoportablemente, y lo desbordó, hundiéndolo también en las tinieblas de la inconsciencia.

Todos despertaron en un entorno de luz grisácea y difusa. Para muchos de ellos, era su primera experiencia en el Mundo Onírico, y no fue en las condiciones más agradables. Sin apenas tiempo para reaccionar, tras reconocerse unos a otros, la luz pareció menguar, y zarcillos de sombras los envolvieron, haciéndolos estremecerse con un frío que helaba el alma. Una especie de palpitación lo envolvía todo, y no tardaron en comprobar que aumentaba de intensidad a cada segundo. Algo los empujaba, una presencia que los aterraba y los atería. Las sombras la envolvían, pero era siniestra y terrible, tenía sin duda varios brazos, y su empuje les ocasionaba incluso dolor físico; Yuria y Taheem se quedaron paralizados de terror, mientras que Galad parecía perder el control de sí y una mancha en su hombro empezaba a brillar con una luz plateada y cegadora. Pronto, el resplandor se extendía por todo su cuerpo y sentía el poder recorrer sus venas. Una voz retumbó en sus tímpanos, poderosa y causante de mucho dolor:

 —Acéptame, hermano. Naciste para esto, aunque no lo sepas. ¡Acéptame y sirve a tu verdadero señor!

Cuando parecían a punto de no resistirlo más y de fallecer por aquél frío oscuro, algo tiró de ellos de una manera brutal. Sólo Symeon y Daradoth retuvieron la consciencia lo suficiente para ver unas figuras plateadas en forma de centauro que se alejaban a la velocidad del pensamiento.

Despertaron con la luz del mediodía, alejados unos pocos kilómetros hacia el norte de allí donde les había sorprendido la tormenta. Afortunadamente, pudieron recuperar los camellos suficientes para continuar su camino y llegar a Creá.

La ciudad era bellísima, sin duda. Capiteles y cúpulas se alzaban por doquier, y los majestuosos Santuarios dominaban el paisaje. Se integraron con la marea de personas que llegaban desde todas direcciones y se sorprendieron al ver una urbe cosmopolita: además de vestalenses, se veían personas de piel negra del sur, pigmeos de lugares remotos, nómadas y beduinos de los desiertos más recónditos de Aredia, y algunas figuras estrafalarias que no acertaron a identificar. La ciudad hervía de vida, y de expectación por la futura llegada del Ra’Akarah.

Ya alojados gracias a las influencias de Taheem, se enterarían de que el plazo estimado para la llegada del Mesías era de dos meses y medio. Tenían tiempo por tanto de investigar la ciudad y prepararse bien para lo que se avecinaba.

Ante lo variopinto de las gentes reunidas en Creá, Daradoth decidió mostrarse abiertamente para que comenzaran a propagarse los rumores de la presencia de un elfo en la ciudad. Lo que más le llamó la atención fue que, cuando se acercaba a los Santuarios, comenzaba a sentir el mismo picor que había sentido al acercarse a Rheynald por primera vez. “Interesante”, pensó el elfo. Galad, sin problemas para hacerse pasar por vestalense más allá de los que su altura o su porte le pudieran ocasionar, decidió pasar gran parte del tiempo en la biblioteca de los Santuarios. Symeon realizó varios intentos sobre el Mundo Onírico y se encontró con que le resultaba casi imposible acercarse siquiera a los Santuarios, exactamente igual que lo que le sucedía en Rheynald.

Al cabo de varios días, Galad encontró algo relacionado con la mancha de su hombro: el mismo símbolo. Le habían permitido el acceso a las salas de material más sensible y allí encontró un viejo manuscrito de los antiguos enclaves élficos del lago Írsuvil. Estaba escrito en Cántico, y no lo pudo entender; tampoco le permitieron sacar el pergamino de allí, obviamente, así que decidió copiarlo, cosa que hizo de forma medianamente aceptable al cabo de un tiempo.

Mientras tanto, Daradoth había sido abordado por el cardenal Ikhran, sorprendido de la presencia de un elfo en Creá. Después de las típicas preguntas interesándose por su presencia allí, el cardenal le ofreció alojamiento en el Palacio del Sumo Vicario, honrado por tan noble visitante. Daradoth aceptó, y a partir de entonces fue con muchísimo cuidado al reunirse con sus compañeros.

Al cabo de un par de días tuvo la oportunidad de traducir el pergamino que Galad había copiado un tanto burdamente, pero lo suficiente como para que el elfo tradujera su contenido:

“Temed, ¡oh Hijos de las Estrellas! a aquellos marcados con este símbolo [el símbolo del hombro de Galad], pues su poder liberará a las fuerzas de Señor de las Mentiras y desencadenará a las Legiones Infernales de la Sombra. Con ayuda de la Luz [...] ”

A todas luces sinceramente sorprendido, Galad explicó con consternación la historia de su nacimiento: los padres que lo habían criado no habían sido realmente sus padres biológicos, sino que al parecer, un buhonero les había encomendado al bebé después de encontrarlo en el linde de los Bosques Esselios. No tenía ni idea de qué significaba aquello.

Varias jornadas después, algo llamó la atención de Daradoth en la residencia del Palacio del Vicario: una caravana de varios carruajes y soldados entraba en el recinto. Y sus estandartes eran sin ningún género de dudas, ercestres. Desde la distancia pudo ver cómo los dos nobles que encabezaban la delegación, un hombre y una mujer, eran fuertemente escoltados a presencia del Sumo Vicario, que los recibió en compañía de algunos de sus cardenales. ¿Qué habrían venido a hacer allí? Daradoth rebulló, inquieto.


jueves, 12 de marzo de 2015

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 1 - Capítulo 16

Hacia el corazón del Imperio
Cuando se levantaban de sus asientos tras aplaudir a rabiar la función, Aldur no pudo evitar reparar en una figura conocida entre el público. Allí, varias filas más adelante y a la derecha se encontraba sin duda su antiguo compañero novicio en Emmolnir, Galad Talos. Iba ataviado al más puro estilo vestalense, y claramente acompañado de otros dos hombres; la duda asaltó a Aldur y al resto del grupo cuando compartió con ellos la identidad de su conocido: ¿se trataba de otro paladín enviado por la torre, o de un verdadero converso vestalense?
Por su parte, en su asiento, Galad también reconoció enseguida la enorme figura de su antiguo compañero. Aldur no era una presencia que pasara desapercibida fácilmente. Decidió esperarlos discretamente pero haciéndose notar.

Reunidos los dos grupos, unas pocas palabras susurradas disimuladamente bastaron para convencer a Aldur de que Galad se encontraba en el imperio en misión de la Torre, al igual que Averron, con quien se habían encontrado hacía varias semanas en Edeshet. Cuando llegaron al campamento, el resto del grupo se mostró reticente hacia los recién llegados; para acallar cualquier fricción, los dos paladines canalizaron un hilillo de poder el uno hacia el otro para convencerse completamente de que ambos seguían siendo fieles a Emmán. Realizado el pequeño ritual, ya no hubo duda de que ambos pertenecían al mismo bando y todo se tranquilizó.

El día siguiente se reunieron con Serena tal y como habían acordado, y ésta los condujo a presencia de maese Meravor, el dueño del circo. Daradoth dejó que el resto de sus compañeros se entrevistaran con Meravor, mientras él se dirigía al encuentro de los enanos Narak y Zandûr. Los enanos no se fiaban de los humanos y habían rechazado conversar con Yuria, por lo que el elfo se dirigió a ellos con la maqueta que la ercestre había construido modelando su proyecto de un globo volador. Aunque Narak rechazó la petición de Daradoth de encontrarse con la mujer, Zandûr se quedó mirando fijamente la maqueta y aceptó intercambiar ideas. Satisfecho, Daradoth se alejó hacia el carromato de Meravor, donde sus compañeros llevaban ya rato departiendo.

La conversación con Meravor giró alrededor de la posibilidad de que el grupo se incorporase a la caravana en su camino hacia Creá. Lógicamente, Meravor se mostró desconfiado ante tal petición, y comenzó a interrogarles -junto con su esposa- sobre cuál era el verdadero motivo por el que se encontraban allí, y por qué querían llegar a Creá con su circo. Mientras hablaba con ellos, Daradoth pudo sentir desde el exterior cómo alguien utilizaba el poder dentro del carromato, así que corrió hacia allí con una daga en la mano y abrió la puerta. Ante la irrupción, la mujer de Meravor dejó caer la bandeja con pastas y té que llevaba a la mesa y el dueño del circo se puso en pie sobresaltado. Al hombre de largas patillas no le gustó nada la irrupción y el secretismo que sus contertulios habían guardado; les pidió educada pero firmemente que se marcharan de allí, mientras otros miembros de la compañía hacían acto de presencia, alertados por el alboroto. No tuvieron más remedio que volver al campamento, frustrados por cómo se habían desarrollado los acontecimientos.

De vuelta en el campamento decidieron que viajarían a Creá a través del desierto, como habían hecho hasta entonces, y no se complicarían más la vida. Pero al atardecer, Yuria y Daradoth aún hicieron una nueva visita al circo, para hablar con Zandûr. Mientras se dirigían allí por un camino diferente -ya que habían trasladado su campamento en previsión de algún problema-, a la entrada de la ciudad pudieron ver dos grandes piras que ya habían sido consumidas por el fuego que llamaban la atención porque sobre ellas se podían ver los restos de dos cuerpos que habían sido encadenados a sendos postes y quemados. La cantidad de huellas que había alrededor demostraba que las dos personas habían sido quemadas delante de una multitud, sin duda en una ejecución pública. Pasaron de largo con un escalofrío.

Zandûr se encontró con ellos e intercambió ideas con Yuria de buena gana, impresionado por el proyecto que la mujer pretendía llevar a cabo. Le dijo que le ayudaría en la medida de sus posibilidades; Yuria le explicó más o menos lo que necesitaba para calentar el aire del interior, y Zandûr se citó con ellos en Creá dentro de algunas semanas, cuando el circo llegara allí. Esperaba que para entonces ya tendría listo el dispositivo que Yuria necesitaba. Por supuesto, la ercestre acordó darle todos los detalles del invento en el futuro para que él también pudiera crear su propio ingenio.

Antes de partir, Galad le hizo llegar una carta a Serena de parte de Symeon informándola de su viaje y de sus esperanzas de encontrarse en Creá. Además, por la noche, tuvo lugar una interesante conversación que comenzó versando sobre las “brujerías” que parecía ser capaz de obrar Meravor. Para los paladines y Valeryan, sólo Emmán era capaz de proporcionar el poder necesario para obrar “milagros”; todo lo demás no eran sino trucos o artes oscuras. Harto de tal estrechez de miras, Daradoth utilizó sus capacidades mágicas para hacer volver invisible la chaqueta de Galad. Demostraba así que no sólo el poder de Emmán era el existente en el mundo, y les habló de los diferentes reinos de Poder, de la Esencia, la Canalización y el Mentalismo, y de cómo él era capaz de manipular el primero de ellos. El resto no tuvo más remedio que aceptar lo que les decía, rendidos ya a la clara evidencia. Tras esto, bebiendo unos tragos, Faewald soltó la lengua y expuso su temor de que el rey Randor no los hubiera enviado a otra cosa que la muerte, quizá sabedor de sus contactos con Strawen y la reina; Valeryan aceptó la posibilidad, pero aún así seguiría adelante con su deber.

El viaje por el desierto transcurrió tranquilo, hasta la cuarta jornada. El amanecer del cuarto día volvió a azotarlos una de las tormentas negras que ya les habían afectado en la travesía del Mar Cambiante. El primero de esos fenómenos que sufrían Galad y sus acompañantes apenas les dio tiempo a prepararse. El viento comenzó a sacudirlos violentamente y a los pocos instantes ya se veían envueltos en las tinieblas y el frío. Todos cayeron inconscientes en un intervalo de tiempo corto. Symeon, en su inconsciencia, despertó en el Mundo Onírico. Al poco rato, notó a alguien a su lado: no era otro que Galad, la última incorporación del grupo. Se saludaron con un gesto, y mientras el Errante intentaba explicar al paladín dónde se encontraban, un escalofrío los sacudió, afectando fuertemente la descontrolada imagen onírica de Galad; una fuerte presencia física se acercaba hacia ellos; podían sentirla empujando, y también el frío intenso que la acompañaba. Symeon trató por todos los medios de sacarlos de allí mediante sus exóticas habilidades, pero aunque consiguió retrasar la aproximación de lo que quiera que fuera aquello, no consiguió dejarlo atrás. Empezaron a notar dolor, un dolor muy real, e incluso una sensación de entumecimiento causada por el frío; todo ello mientras el empuje de la presencia les hacía complicado guardar el equilibrio. Una especie de zumbido que pronto se convirtió en un grave bramido comenzó a oirse; la luz grisácea característica de aquella realidad parecía hacerse más tenue conforme la presencia se acercaba. De repente, una mancha plateada comenzó a brillar en el hombro de Galad, contrastando con la translucidez del resto de su cuerpo, la mancha aparecía clara, sólida y destellante; y Galad ya no parecía él: sus ojos se habían vuelto también plateados y comenzó a henchirse de poder a ojos vista. Symeon intentó llevárselo de allí una vez más, pero no pudo, pues el contacto del paladín le quemaba como hierro al rojo. “Naciste para esto, acéptalo”, oyó claramente Symeon en una voz oscura y rotunda. Sin duda, era la poderosa presencia que debía de estar dirigiéndose a Galad.

Cuando parecía que Galad estaba a punto de estallar, un nuevo actor entró en escena. Una veloz figura plateada se lanzó hacia las sombras que envolvían la presencia que se aproximaba, gritando “¡¡¡detente, engendro!!!”. Symeon se volvió, sorprendido, y pudo ver que se trataba de Aldur. El enorme y bravo paladín se lanzó contra las sombras, que lo envolvieron; al cabo de unos instantes, todo pareció estallar en una explosión de luz blanca.

La tormenta había pasado; todos despertaron poco a poco. Y, desesperados, descubrieron que Aldur no se encontraba ya junto a ellos. No pudieron descubrir ni rastro del paladín.