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on el dinero conseguido, pasaron a encargarse de la planificación de su viaje. Acordaron que viajarían a Pentos para hacerse con los servicios de cualquier compañía libre que estuviera acampada en las inmediaciones, y estuvieron dándole vueltas al problema del transporte. Las galeras Seabreeze que habían venido con Breon serían de gran utilidad en el traslado de las tropas, además de una protección y adición a la flota muy bienvenida. Para ello, Breon se llevó al capitán Mikken Yelmofrío hasta una posada para poder hablar a solas, y le transmitió sus intenciones sin demasiada sutilidad. Por desgracia, el capitán resultó ser leal a lord Jeron fuera de toda escala, con lo que al desvelarle sus planes, Breon se enfrentó al dilema de quitarle la vida. El maestre y Vanna no eran demasiado partidarios de ello, y la mujer habló de una droga de la que pocos conocían su existencia, capaz de alterar el comportamiento de las personas. Creía recordar que su nombre era algo así como Rompecorazones. Ni siquiera Berormane la conocía.
Intentaron hacerse con la droga recorriendo todos los lugares de Braavos que conocían y eran susceptibles de poseerla. Preguntas en multitud de tiendas, mercados y comercios secretos les llevaron al Templo Rojo de R'hllor (donde no les dejaron pasar y miraron de mala manera a Berormane), a la Casa de la Mano Roja, la casa de los curanderos, y de allí a la Casa de Blanco y Negro, donde les dijeron que seguramente conocerían tal sustancia. En el Templo del Dios de la Luz tuvieron un encuentro curioso e inquietante con uno de los fanáticos clérigos de túnica carmesí, que les habló en acertijos y les dijo que hacía varios días su dios le había mostrado en las llamas una cadena de maestres envuelta en sombras, mientras señalaba con su huesudo dedo a Berormane. En la Casa del Blanco y Negro, ante la estatua del Desconocido, les recibió una especie de monje muy amable, con una cara de bondad extrema, que sorprendentemente hizo un gesto de asentimiento al oir el nombre de la droga, pero que sintiéndolo mucho, dijo no poder ayudarles. Hicieron cuanto pudieron por investigar las habladurías sobre los Hombres sin Rostro, pero decidieron desistir de su empeño.
Ante la imposibilidad de cualquier otra cosa, decidieron irse dejando al capitán encerrado y no preocuparse de sus galeras. Meravon se unió a ellos a bordo de su propia embarcación.
El viaje a Pentos resultó bastante plácido comparado con la travesía que los había llevado hasta Braavos. La ciudad se alzaba en la costa, rodeada por varias colinas donde se encontraban las construcciones más lujosas. Sin tardanza se dirigieron a una posada y empezaron a planear dónde buscarían contactos que les pudieran informar sobre el paradero de alguna compañía libre. Meravon los sorprendió al decirles que no tenían que preocuparse de nada, que la mañana siguiente podrían acudir a ver a su amigo el mercader pentosi, a quien ya había avisado de su llegada hacía unos días. Eso eran muy buenas noticias para Berormane, Vanna y Breon, que decidieron relajarse y recorrer la ciudad al atardecer. Enseguida les llamó la atención el magnífico Templo de R'hllor que se alzaba al sur de la ciudad, y hacia allí se dirigieron. El fuego rugía furioso en la torre central, como siempre ocurría en los templos rojos. En el exterior del templo, saliendo de sus muros, había varios púlpitos desde donde varios sacerdotes rojos congregaban a la multitud y predicaban la palabra de R'hllor y el inminente advenimiento de Azor Ahai renacido, el Guerrero de la Luz.
A Berormane le fue imposible, ya que los maestres no eran bienvenidos a los templos del dios de la Luz, pero Vanna sí consiguió entrar, pues "todos aquellos interesados en la palabra de R'hllor eran bienvenidos". En el interior presenció una larga ceremonia de honra al dios, y el ordenamiento de varios sacerdotes rojos. El Sumo Sacerdote de R'hllor en Pentos, Veratas, tocaba con su palma desnuda en la frente, el hombro o el pecho de los nuevos clérigos, y allí donde su mano se posaba, la piel se quemaba y el humo surgía; pero aunque cuando retiraba la mano la piel de los fieles había sufrido evidentes quemaduras, éstos no reflejaban ningún dolor en sus miradas extasiadas. Vanna miraba con asombro: o R'hllor era muy poderoso allí o el tal Veratas era un habil ilusionista, no estaba segura. Y eso la llenó de inquietud, sobre todo cuando varios sirvientes sacaron un pebetero al patio y Veratas lo encendió con un teatral gesto de sus manos y una invocación a su dios a voz en grito que levantó exclamaciones entre los presentes.
Cuando Vanna durmió esa noche, su sueño no fue reparador; tuvo multitud de pesadillas extremadamente vívidas, y al despertar podía recordar claramente un hombre y una mujer de pelo blanco y sin rostro que la miraban, un venado abatido por un león de forma extremadamente sangrienta, y finalmente un ser horrendo, de piel pálida y coriácea y con manchas de color hielo azulado en lugar de ojos, que desprendía un frío sobrenatural y que se giraba hacia ella con un rictus horrible. Despertó con un grito y se acurrucó junto al fuego, que desprendía un calor reconfortante...
Por la mañana, Vanna se sobrepuso como pudo y disimulando su falta de descanso se unió a los demás. La comitiva, encabezada por Meravon Ryth, se dirigió hacia una de las haciendas más lujosas de Pentos, sita al norte de la ciudad. Una multitud de sirvientes comandados por un hombre enormemente gordo y con barba untada les recibió. Meravon les presentó al Magíster Illyrio Mopatis. Desde la balconada del primer piso, dos muchachos apenas adolescentes los contemplaban. El que ambos tuvieran el pelo blanco causó un escalofrío en la columna vertebral de Vanna. Illyrio y Meravon se saludaron efusivamente, desde luego parecían buenos amigos. Tras una animada conversación en la que le presentó al grupo, Illyrio se ofreció incluso a llevarlos hasta el campamento de los Windblown, que se encontraban a apenas treinta kilómetros de allí. Aquella noche, mientras descansaban en la hacienda de Illyrio, éste mantuvo una conversación con Breon, ofreciéndole entrar a su servicio, pero el caballero se negó educadamente.
El día siguiente emprendieron el viaje. La forma de viajar de Illyrio era muy distinta a la que estaban habituados: carruajes tirados por elefantes, con abundancia de comida y bebida. Durante todo el día no cesó de llegar la comida y el vino, hasta que los personajes no pudieron más; aun así, Illyrio seguía comiendo y comiendo y comiendo, mientras charlaba con medias palabras y segundas intenciones con todos ellos. Aprovechó para informarse de la situación en Quiebramar y tratar de obtener ventajas comerciales de la situación; Berormane le invitó a reunirse con Ancel una vez todo aquello hubiera acabado, a lo que Illyrio aceptó de buen grado. Cuando por la tarde llegaron al campamento de los mercenarios, la presencia del magíster y del banquero se notó. Sin problemas, Berormane acordó con el capitán de la compañía la contratación de tres buenas unidades por menos de la mitad de lo que Meravon les había prestado. Tras volver a Pentos y despedirse muy educadamente de Illyrio emprendieron la travesía del mar Angosto hacia tierras de los Raer, a donde llegaron al cabo de apenas una semana.