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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 1 de octubre de 2012

La Verdad os hará Libres
[Campaña Substrata]
Temporada 1 - Capítulo 9

Estado de alarma.
Jack salió el primero a toda velocidad, seguido de lejos por McPherson, que llevaba a John poco menos que en volandas. Ignorando todo a su alrededor, Jack se abrió paso violentamente hasta el macizo de árboles quemados, donde el malherido Fred se encontraba siendo ayudado por Thomas y McNulty. Tras derribar a este último de un puñetazo, Jack inició la ascensión y sólo se calmó cuando estuvo a punto de despeñar a Fred, que le suplicó que se tranquilizara. Mientras recuperaban la respiración, aparecieron corriendo John y McPherson, éste último despotricando y blasfemando. Se rehicieron todo lo rápidamente que pudieron. Gibbons estaba en un estado casi catatónico, llorando y repitiendo con una vocecilla "noporfavornoporfavornonono...".

La mansión de Westchester Assoc.

Ante el asombro e incredulidad de los demás, Jack les contó lo mejor que pudo lo que habían visto, y sobre todo, lo que habían experimentado allá abajo, y a pesar de que no le hacía mucha gracia, comprendió que era necesario volver a entrar si querían tener alguna oportunidad de hacerse con los datos. No podrían volver en otra ocasión allí. Así que decidieron que Thomas y Jonas se llevarían a Fred a los coches, junto a Sally, y los acercarían todo lo posible al muro exterior. Jack y McPherson volverían a entrar una vez más, junto a Joey, pero esta vez hacia los pisos superiores, donde seguramente estarían los servidores centrales de la empresa.

En los coches, más tranquilo, John por fin volvió en sí. Cuando le preguntaron por su experiencia en el sótano de la mansión, prefirió no responder, y en lugar de eso, cuando aparcaron los coches junto al muro, con una determinación de hierro, cogió uno de los fusiles de caza y corrió de nuevo hacia la mansión. McNulty le siguió.

Mientras tanto el grupo del interior había ascendido hasta el tercer piso, donde habían encontrado a varios tipos con batas blancas, que debían de ser los encargados del mantenimiento del equipo. Uno de ellos esgrimía un extraño aparato que acercaba a los equipos informáticos y emitía un extraño sonido. No les costó hacerlos huir, pero mientras tanto, dos tipos de traje negro habían subido por las escaleras y entablaron un tiroteo con McPherson y Jack, mientras Joey se establecía y empezaba a crackear las bases de datos de los servidores que quedaban funcionando. McNulty y John subieron al poco rato por las escaleras, y Gibbons se desvió en el segundo piso para tratar de encontrar una subida alternativa o algo de interés. Vio que uno de los tipos había comenzado a incendiar los despachos, y cuando lo encañonó con una pistola, no tuvo más remedio que matarlo. Arriba, McNulty liquidó a uno de los tipos de negro, y el restante fue abatido por el fusil de McPherson. Al reencontrarse, un mensaje de Thomas desde el exterior los alertó. Cuatro helicópteros oscuros y silenciosos se acercaban a la casa. Un vistazo por la ventana confirmó el dato, y a continuación el flujo eléctrico se interrumpió. Joey soltó una maldición y desconectó su equipo; apenas había podido transferir unos pocos gigas de información. No obstante, aquello debería bastar; tenían que salir de allí a toda velocidad.

Con dificultad llegaron a los coches y arrancaron. Dos de los helicópteros los siguieron, disparando armas sobrenaturalmente silenciosas, pero cuyos efectos eran evidentes sobre la carrocería y el suelo alrededor. Jack atrancó su todoterreno en un barrizal, y a sus ocupantes no les quedó más remedio que cambiar de coche entre un caos de lluvia, disparos y gritos. Poco después era Sally la que estrellaba su coche contra un árbol, pero milagrosamente, tras recibir una ráfaga de balas de gran calibre sobre el maletero, podía arrancarlo de nuevo. Una arboleda y la niebla matinal acudieron en su ayuda, y tras aproximadamente una hora y media de persecución, los helicópteros se dieron por vencidos.

Exhaustos, se dirigieron de nuevo a Brooklyn, con la intención de que Alex McEnroe pudiera hacer algo por Fred, que tenía la mano y el antebrazo como si le hubieran echado un litro de ácido sulfúrico por encima. Por enésima vez, McNulty intentó contactar con sus viejos amigos irlandeses, pero como hacía varios días que venía sucediendo, no obtuvo respuesta, algo que no era normal en absoluto.

McEnroe los recibió malhumorado, pero afortunadamente muy sobrio para lo que era habitual en él. Recriminó a Jack el meterlo en asuntos turbios, y le dijo que incluso había recibido la visita de un agente del FBI la noche anterior. Jack le prometió explicárselo todo y ponerlo bajo su protección, pero lo urgente ahora era curar a Fred. Acordaron que se reunirían al día siguiente, y le explicaría todo a salvo.

Tras hacer los arreglos necesarios para que los todoterrenos alquilados parecieran robados, Thomas se marchó a su hotel. Nada más salir de la ducha, alguien llamó a la puerta. "Servicio de habitaciones" —contestaron. Ja. Por suerte, se apartó rápidamente a un lado de la puerta, pues varias balas la atravesaron. A continuación, empezaron a echarla abajo. Tuvo que salir a toda prisa por la ventana. Saltando de un balcón a otro casi se mata, pero consiguió salir por el piso de abajo, coger algo de ropa de un carrito de limpieza y marcharse del hotel. Joder, ahora también venían a por él. Se dirigió hacia su piso del Bronx, donde ya se encontraba John analizando el libro alemán que había encontrado McNulty junto a Joey intentando descifrar los datos que había conseguido descargar.

Tanto Thomas como Jonas, Jack y Sally se encontraron con dificultades para llegar al Bronx. La presencia policial en las calles era ubicua, y todos los puentes de la ciudad estaban cerrados por controles policiales. Cuando Thomas preguntó a un transeúnte qué sucedía, éste mostró su asombro.

 —¿Acaso no ve las noticias, hombre? Se ha declarado el estado de alarma, y según dicen, en pocas horas se declarará el estado de sitio si no encuentran a esos malditos terroristas. ¡Parece que temen un atentado con Antrax en Manhattan!

Ahora que se fijaban, sí que era cierto que había poca gente por la calle, y que la poca que se veía se movía apresuradamente. Los noticiarios habían estado toda la noche propagando el rumor y relacionando el caso de los traficantes de Antrax con el secuestro del concejal Gibbons. La cosa pintaba jodida.

Por suerte, pudieron llegar al piso y reunirse a salvo. John les explicó lo poco que había podido averiguar del libro, quién era Elena Blavatsky y su relación con el nazismo. Siempre había estado interesado en el esoterismo de los nazis y ahora sus conocimientos podrían ser de bastante utilidad. Una vez planteadas las dudas sobre qué hacía un libro dedicado por un nazi en una empresa regentada por judíos, surgieron otras quizá más importantes: ¿deberían marcharse del país? ¿o quizá esconderse hasta que se hubiera calmado todo? Una larga discusión se entabló entre ellos. Si se declaraba el estado de sitio, no podrían salir de la ciudad sin ser identificados.

Hacia las cuatro de la tarde, una llamada telefónica interrumpió su conversación. Era Alex McEnroe, que hablaba preocupado al auricular, mientras se oía un extraño ruido de fondo.

 —¡Jack, este hombre lo que necesita no es un médico, es un sacerdote! ¡No sé qué coño le está ocurriendo!

 —Pero...—fue todo lo que le dio tiempo a decir a Jack, antes de que la comunicación se cortara.

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