Durante las semanas en las que se llevó a cabo la búsqueda de las patrullas perdidas en la isla de los Raer, Berormane se encargó de tratar a ser Tristan Errol, el reciente nuevo capitán de la guardia de halcones aquejado de una fuerte infección debido a las heridas del combate. El maestre se estaba convirtiendo en un verdadero virtuoso de la curación y los cuidados médicos, y no sólo se dedicó a mejorar al caballero, sino que probó con él un nuevo tratamiento de las infecciones basado en pequeñísimas dosis de fuego valyrio que probó ser altamente efectivo.
A los pocos días de iniciar la búsqueda, un barco procedente del continente arribó a Quiebramar, transportando a lady Madelyne, ser Goran, Megara y Melina Raer. Iban acompañados además por ser Stevron Tudbury (el padre de Regar, escudero de Jeremiah) y algunos guardias de su casa. La recepción fue adecuada y el reencuentro tuvo sentimientos enfrentados. Melina se había enterado de lo acontecido en Escollera y la desaparición de su padre, y se retiró enseguida con miradas de rencor a todos los reunidos. Megara también expresó su malestar a su hermano Ancel. Habían perdido a su padre y la casa de su amiga, y no podía sino culpar a sus hermanos de ello. Haciendo un aparte con sus hijos, lady Madelyne los puso al día de todo cuanto sabía y les planteó el que, en su opinión, debería ser su próximo paso: reclamar ante lord Renly las tierras de los Raer como propias. Ancel no se mostró de acuerdo con tal idea, y, al igual que Jeremiah, prefería restaurar su casa banderiza, pues era posible que lord Edgar no hubiera muerto, y además estaba Melina, que era la legítima heredera. Lady Madelyne resopló, pero aceptó la decisión de sus hijos. Durante la cena y la velada posterior, Ancel y Jeremiah limaron asperezas con Megara y le hicieron comprender que habían hecho todo cuanto había estado en su mano para ayudar a los Raer, comprometiendo incluso a un heredero Estermont. Ante la mención de ser Alyn, Megara se encogió: su amor por él era evidente, y sus hermanos le prometieron que lo encontrarían; después de eso, los tres hermanos se fundieron en un abrazo. Con Melina también mejoró la situación cuando la hicieron partícipe de sus sospechas acerca de la posibilidad de que lord Edgar siguiera vivo [por un punto de destino]. La heredera Raer quedó expectante por ver en qué terminaba todo aquello.
Una vez arreglados los asuntos de Quiebramar, el grupo siguió con la búsqueda de los desaparecidos en la isla Raer. Ya habían localizado previamente el área donde supuestamente habían desaparecido las patrullas, pero aun así la búsqueda fue extremadamente difícil. Durante tres días recorrieron una y otra vez los parajes de la zona bajo la guía de Ciren Ríos, su jefe de cazadores, y el resultado era siempre el mismo: nulo. Hasta que finalmente Berormane se dio cuenta de que había una pequeña colina que siempre esquivaban durante la búsqueda, de forma inconsciente. Y aun siendo conscientes de la necesidad de remontar el cerro, tuvieron que llevar a cabo varios intentos hasta que sus mentes se lo permitieron. Remontada la elevación, a sus pies pudieron ver una pequeña depresión umbría donde todavía subsistía una parte del bosque que antes había cubierto las islas en su totalidad. Increíble. ¿Había estado allí todo ese tiempo y nadie se había dado cuenta? Evidentemente, para Vanna y Berormane allí había algo más de lo que los sentidos mundanos daban a entender. Fuerzas que compelían inconscientemente a la gente a no acercarse.
Tras establecer un campamento y ciertas señales para no volver a distraerse, una veintena de personas (entre las que se contaba el grupo) se adentraron en la espesura. La luz del sol se amortiguó casi al instante, y la marcha se hizo penosa, como si los árboles dificultaran su camino más de lo normal. Al cabo de unos minutos de penoso camino, llegaron por fin a un claro, y lo que vieron les dejó sobrecogidos: un arciano. Un arciano blanco, con un rostro tallado que lloraba una resina roja. ¿Niños del Bosque? ¿Allí? ¿Todavía?
Los primeros dardos llegaron desapercibidos, y se clavaron en Berormane, que al instante se sintió embotado y mareado. Un par de soldados más fueron alcanzados y no les quedó más remedio que salir de allí, mientras algunos de ellos distinguían pequeñas sombras que se movían a una velocidad endiablada sobre ramas y entre raíces. Raíces que parecían querer apresar sus pies y ramas que les arañaban el rostro. Salieron al claro respirando pesadamente. Afortunadamente, los dardos no habían tenido un efecto mortal sobre ninguno de ellos, pero ni Vanna ni Berormane supieron identificar la sustancia de la que estaban impregnados.
Lo iban a intentar una segunda vez, cuando pudieron oir una voz con un acento extraño, rasposo, que provenía de algún sitio entre los árboles. La voz dijo que sólo permitirían como visitante dentro del bosque a la mujer. Aunque el grupo amenazó con quemar el bosque, su interlocutor no transigió, y finalmente Vanna se internaba en la espesura hasta llegar a los pies del arciano, como la voz le indicó. Mientras miraba el rostro tallado en el árbol preguntándose qué hacer a continuación, notó el picotazo de un dardo en el cuello y cayó en la inconsciencia. Se despertó poco más tarde, en un complejo subterráneo donde las raíces de los árboles se entrelazaban y varias figuras bajas y oscuras, con garras en lugar de uñas, la miraban con curiosidad y temor. Multitud de luciérnagas y flores iridiscentes proporcionaban la luz necesaria para ver. El líder de los extraños seres, que no podían ser otra cosa que Niños del Bosque, se presentó como Hoja Otoñal. Interrogaron a Vanna acerca de los motivos que les habían llevado allí y le pidieron noticias del mundo exterior, entre ellas explicaciones de por qué últimamente tantos humanos habían llegado a las inmediaciones de su bosque. Vanna intentó ser lo más agradable posible para ganarse su confianza, y pareció que así era y los convencía de sus buenas intenciones, pues Hoja Otoñal quiso celebrar una nueva reunión el día siguiente con la mujer y su líder. Antes de que se marchara le enseñaron a los prisioneros, adormecidos por extrañas sustancias y retenidos entre raíces subterráneas; Edgar Raer y Alyn Estermont se encontraban allí, y a Vanna le dio un vuelco el corazón del alivio que sintió. Cuando volvió y contó lo que había visto, sus compañeros no podían dar crédito. ¡Niños del Bosque! ¿Acaso era lo que buscaban los Wylde en la tierra de los Raer? Y si era así, ¿cómo habían podido averiguar que allí todavía quedaban Niños, después de tantos siglos?
Los interrogantes eran muchos, pero lo primero era lo primero, y Ancel acompañó a Vanna hasta el arciano, donde recibieron resignados los dardos adormecedores y volvieron a despertar en el complejo que la mujer ya conocía. Una larga negociación se entabló entre la pareja y los Niños del Bosque. Éstos todavía recordaban los tiempos en los que los humanos del escudo con el halcón los habían masacrado y quemado sus hogares, pero aquellos tiempos habían quedado muy atrás y Ancel se ocupó de hacérselo notar. Superadas las primeras tiranteces, todo transcurrió más fácilmente, aunque siempre con cierta desconfianza de fondo. No obstante, finalmente las partes llegaron a un acuerdo. Los Seabreeze se comprometían a dejar a los Niños del Bosque vivir en paz en la isla, y a repoblarla con árboles en si práctica totalidad con algunas excepciones, y los Niños prometieron liberar a todos los prisioneros, ayudarles a reconstruir Escollera (para lo cual era imprescindible que tuvieran árboles fuertes creciendo en las inmediaciones) y a proteger a Vanna del encantamiento de distracción para que pudiera volver siempre que lo necesitara. Mantener el secreto de la presencia de los Niños en la isla no debería ser un problema, pues los soldados que habían acampado fuera del bosque ya estaban incluso olvidando cuál era el motivo por el que se encontraban allí. Por supuesto, Hoja Otoñal se encargaría también de que el grupo no perdiera los recuerdos de los Niños.
Triunfales, volvieron a Quiebramar junto con lord Edgar, ser Alyn y los pocos soldados desaparecidos. Estaban exultantes, y el recibimiento no fue para menos. Un gran banquete se celebró en los oscuros salones, que se iluminaron para la ocasión. Melina les dio las gracias por haber encontrado a su padre, con lágrimas en los ojos. Por otra parte, lord Edgar había hecho huir a su mujer y su hijo la noche anterior al incendio, y desgraciadamente no había ni rastro de ellos, lo que empañaba la alegría del reencuentro. Pero por supuesto, el noble Raer renovó sus votos de vasallaje hacia Ancel durante la cena, fundiéndose en un abrazo entre los aplausos de los presentes. Megara y ser Alyn también tuvieron unas palabras de agradecimiento, cogidos de la mano, así como ser Aemon, que esperaba que la alianza entre sus casas perdurara y prosperara en el tiempo.
El día siguiente, casi sin tiempo de descansar, comenzaron a preparar su viaje a Bastión de Tormentas, para acudir a la llamada que lord Renly había enviado tres semanas atrás. Esperaban que los Wylde mantuvieran su palabra de apoyo a la herencia de Ancel, si no las cosas se iban a complicar mucho...