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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 2 de octubre de 2013

La Hueste Celestial
[Campaña Engel]
Temporada 1 - Capítulo 1

La Formación de la Compañía
Tras los años de entrenamiento en sus respectivos Himmel, los jóvenes Engel fueron conducidos hasta Roma Aeterna a través del cielo europeo. Sus nonni les guiaban, así como al resto de sus compañeros, que debían someterse a la Ceremonia de Consagración la jornada siguiente.


Anyoel volaba desde el Himmel Ramielita en Praga junto con otros once Engel. Poco tiempo después de salir, se unieron a la compañía Gabrielita, compuesta de otros doce Engel entre los cuales se contaba Kyriel. Desde el Himmel de los Urielitas en Mont Salvage volaba el grupo de Engel de Casthiel, mientras que desde la sede Rafaelita de Gratianopel viajaban Haziel y sus compañeros. Por último, en un cortísimo viaje desde el Himmel en la misma ciudad, llegaban los miguelitas a Basílica de Pedro, entre los que se contaba Asdragiel.

Caía el atardecer cuando los cinco grupos de Engel correspondientes a las cinco órdenes mayores (Miguelitas, Gabrielitas, Ramielitas, Rafaelitas y Urielitas) se reunieron en la basílica. Sin tardanza, fueron conducidos por templarios vestidos de blanco para la ocasión hasta las grandes salas que albergarían los círculos ceremoniales. Los templarios indicaron a los Engel su disposición, formando círculos muy abiertos de tal manera que sólo se tocaran las puntas de sus alas. La mayoría de los círculos formados eran de cinco ángeles, aunque también se podía ver alguno de cuatro o de seis. Eran las futuras compañías, que tendrían que encargarse de llevar y defender la palabra de Dios y la Iglesia por toda la faz de la Tierra. Las luces se apagaron, los templarios salieron, y los Engel quedaron en un silencio sepulcral, iluminados sólo por la mortecina luz de la luna del solsticio de primavera.

Así pasaron la noche, en silencio, con la cabeza inclinada y de rodillas, mientras las puntas de sus alas se rozaban y oleadas de sensaciones de reconocimiento pasaban de unos a otros. La compañía de Asdragiel era variopinta; a su lado se encontraba un ángel de piel negra, con un aspecto demasiado recio para su orden Rafaelita: Haziel. No era algo imposible encontrar ángeles de piel negra, pero sí algo extremadamente inusual y de lo que se habían dado contados casos. Al otro lado de Asdragiel se encontraba Anyoel, el Ramielita, un ángel desgarbado de curiosidad extrema cuyos conocimientos Asdragiel estaba seguro de que serían de mucha utilidad al grupo. Más allá de Anyoel se arrodillaba la Gabrielita, Kyriel, excesivamente segura y orgullosa de sí misma, con los ojos destellantes de ansiedad por entrar en combate. Y entre Kyriel y Haziel, por último, un menudo y excesivamente inquito Urielita, Casthiel, que transmitía la sensación de un alma noble y buena.

Entre tales destellos de reconocimiento mutuo transcurrió la noche. Poco después del amanecer, varios templarios entraban en la sala y situándose al frente de cada círculo, escoltaron a las compañías al exterior. En la plaza, una multitud se había congregado, una multitud que recibió a los Engel con vítores y que poco después era organizada por los monacales presentes para entonar cánticos al señor. Los jóvenes ángeles se situaron por compañías ante la balaustrada de la Basílica, donde debía hacer acto de aparición Su Santidad el Pontífice Máximo Petrus Secundus. Cuando la multitud acabó sus cánticos, fue el turno de los coros Sarielitas congregados a ambos lados de las compañías. El contraste fue espectacular; las voces de los Sarielitas eran tan límpidas y melodiosas que hicieron llorar a muchos de los presentes. Hasta que en un crescendo final hizo su austera aparición el Pontífice Máximo. Vestido con una simple túnica, nadie diría que era la persona más poderosa de Europa; su aspecto de niño de 12 años era cuanto menos engañoso. Subió a su trono, que en contraste era extremadamente rico y parecía hecho de oro que brillaba con un extraño resplandor divino. Poco a poco, Petrus Secundus fue nombrando a todos y cada uno de los ángeles presentes, dándoles sus bendiciones y deseando que sirvieran fielmente y durante mucho tiempo a la Santa Iglesia Angelítica. Cuando un Engel era nombrado, un monacal se acercaba a él y le enrollaba en un antebrazo la tira de tela votiva preceptiva. Finalmente, cuando el pontífice había bendecido a todos y cada uno de los ángeles, los Sarielitas comenzaron otra vez a entonar sus cánticos y aquellos remontaron el vuelo, entre los vítores y ovaciones de la multitud reunida en la plaza. Los ángeles ascendieron y ascendieron, mirando a sus nuevos compañeros y sonriendo. Ahora eran emisarios del Señor de pleno derecho, y parte del grupo de fieles más poderoso de la Iglesia.



...



De vuelta ya a la Basílica, los personajes fueron requeridos a presencia del Cardenal Leandros Di Carrera, que les iba a encomendar su destino y misión. Di Carrera comentó lo hermosa que había sido la ceremonia y expresó su esperanza en que la compañía de Asdragiel alcanzaría las más altas cotas de gloria reservadas a los Engel antes de su ascensión y reunión con el Señor. La Compañía debería viajar al monasterio de Loosdorf, cerca de la frontera con las tierras del Diadoco de Viena, Viktor Konstance. Allí deberían ponerse al servicio del Abad Bernhard y proteger el monasterio de cualesquiera amenazas que estuviera sufriendo o que surgieran en el futuro.

Sin dilación, la compañía se puso en camino. Por desgracia, la excesiva corpulencia de Haziel y los problemas del vuelo de Anyoel los retrasaban y no podían ir todo lo rápido que querían. Pasados los Alpes, cuando sobrevolaban ya las grandes extensiones de bosque pluvial del norte, Kyriel expresó a Casthiel las dudas sobre su valía, y le retó a vencerla en vuelo. Casthiel se mostró reticente, retenido por Asdragiel, pero ante la insistencia de su compañera aceptó, y ambos se lanzaron hacia delante como centellas, desobedeciendo a su líder. De repente, cuando ya se encontraban fuera de la vista del resto del grupo, el poco sol que traspasaba el manto de nubes se oscureció sobre los contendientes. Cuando alzaron la vista, se quedaron petrificados al ver un enorme ser parecido a un escarabajo que descendía directamente hacia ellos en medio de un zumbido casi doloroso; Kyriel lanzó un grito de júbilo al darse cuenta de que por fin se iba a enfrentar a uno de los engendros del Señor de las Moscas. Sacó su espada, que empezó a llamear al instante, y entonando oraciones para activar sus poderes, ascendió directamente hacia el monstruo. Casthiel también reaccionó y comenzó a volar en círculos para utilizar su arco.

Desde la distancia, Asdragiel atinó a vislumbrar la mole del engendro como un gran punto negro, y se lanzó hacia adelante, ordenando a Haziel y Anyoel que permanecieran allí a salvo.

El monstruo arrastró a Kyriel en su picado; afortunadamente, entre la espada flamígera de la gabrielita y las varias flechas que Casthiel acertó a clavar en los ojos y cabeza del engendro, éste pareció desfallecer y desplomarse hacia el suelo. No obstante, un zumbido comenzó a alzarse desde los árboles, cada vez más intenso, y una multitud de seres parecidos al primero pero mucho más pequeños empezó a alzar el vuelo. Con un grito, y para espanto de Casthiel, Kyriel se lanzó hacia ellos. La gabrielita estuvo a punto de morir, pero por pura suerte pudo escapar cuando comprendió que iba a ser superada y pudo reunirse con Asdragiel y Casthiel. Rápidamente volvieron a reunirse con los demás, escapando del enjambre. Consiguieron refugiarse en un pequeño claro alejado hacia el este de la zona; cuando ya se encontraron más tranquilos, Haziel les contó que mientras esperaban su vuelta, había encontrado un rastro de lo que parecían ser extraños excrementos que seguramente habrían dejado los engendros a su paso. Por la cantidad que había, los monstruosos insectos debían de estar siguiendo la misma ruta a millares. De hecho, Haziel había visto a algunos de ellos surgir del pequeño río cercano a donde se había encontrado. Quizá deberían poner sobre aviso al abad cuando llegaran al monasterio.

El claro donde habían encontrado refugio parecía seguro, así que se dispusieron a pasar la noche mientras Casthiel reconocía los alrededores. Y descubrió algo bastante interesante: en el claro había un pequeño montículo que parecía tapar las ruinas de un antiguo monasterio o templo, las cuales sobresalían por uno de los lados. En las grandes piedras que seguramente habían pertenecido a paredes ya derruidas había inscripciones. Así que avisó al resto del grupo, especialmente a Anyoel, el único capaz de leerlas. Por lo que pudo deducir el ramielita, aquellas ruinas pertenecían efectivamente a un antiguo monasterio, el monasterio de Werger; las inscripciones se encontraban escritas en latín, y parecían pasajes de las Sagradas Escrituras, pero algunos de ellos eran desconocidos para Anyoel. Decidió utilizar sus capacidades especiales para memorizar exactamente los textos (y su localización) y así más adelante poder investigarlos. Anyoel también decidió contactar con su nonnus Alois, para avisarle de lo que habían encontrado relativo a los engendros. Alois se encontraba en roma y haría lo que pudiera para informar a los altos cargos.

Un par de días después llegaron a Loosdorf, donde todos los habitantes del monasterio les recibieron. El abad Bernhard se presentó, junto al prior, Goran del Mar. Éste parecía más bien un marinero que un monacal (mucho menos ramielita), y efectivamente así era, había sido marino hasta que el Señor le había iluminado. Ahora estaba aquejado de una fuerte cojera, pero su rostro seguía siendo curtido y durísimo. Tras las bienvenidas y los buenos deseos, la Compañía se reunió en privado con el abad y los dirigentes del monasterio, el prior Goran, el hermano portero Markus, el hermano bibliotecario Alfrett y el Armatura de los templarios destinados al campamento, Karl de Freiburg. Cuando la Compañía contó al abad lo que habían visto por el camino, éste les contó también que había habido recientemente casos de ataques de engendros muy cerca, en la antigua selva negra pocos kilómetros al noroeste de donde se encontraban. Esa era una de las cosas que los Engel tendrían que investigar, una de las razones de su estancia allí. La otra era la influencia cada vez mayor en los alrededores del diadoco de Viena, Viktor Constance. Sus ejércitos se acercaban peligrosamente, y de hecho recientemente los ramielitas habían tenido que abandonar dos monasterios y algunos pueblos habían jurado lealtad a Constance. Ahora, con los Engel allí, el abad esperaba que el diadoco se pensara dos veces avanzar hacia Loosdorf o sus pueblos cercanos. Una vez acabada la reunión, todos se retiraron a descansar, algo que agradecieron especialmente los personajes después del largo viaje.

Muy temprano por la mañana, el prior Goran se reunió con toda la Compañía excepto con Kyriel, la Gabrielita, aprovechando que se encontraba practicando en el patio con su espada. El antiguo marinero se mostraba preocupado y les confesó que se reunía con ellos a espaldas del abad debido a que creía que les faltaba información. Les dijo que las razones que había dado el abad no eran las únicas por las que habían pedido que destinaran a su Compañía allí. Como sabían, el monasterio de Loosdorf era Ramielita, y se encontraba en el límite entre las tierras de Viena, las Ramielitas y las Gabrielitas. Pues bien, estos últimos se habían mostrado agresivamente expansivos en los tiempos recientes. Algunos monasterios ramielitas habían cambiado y ahora eran gabrielitas. El abad no quería que esto ocurriera con ellos, así que había solicitado una Compañía a Roma antes de que los Gabrielitas hubieran tenido tiempo de destinar una por sí mismos; afortunadamente, habían llegado antes. La Compañía no prestó mucha atención a Goran... ¿acaso los ángeles no estaban por encima de esas triviales rencillas mundanas? Sin embargo, Anyoel y Haziel permanecieron pensativos.


Mientras tanto, Kyriel había atraído la atención de los templarios del monasterio con sus prácticas, especialmente de uno de ellos, un arrogante y extremadamente atractivo joven, alto y fuerte, que se hacía llamar Rickhar. Tuvo la desfachatez de retarla a un combate, ¡a ella, una gabrielita! El primer impulso de Kyriel fue despreciarlo, pero la sonrisa del joven tenía un efecto extraño en ella, un efecto que no le gustaba del todo. Murmurando una velada amenaza, lo ignoró. Pero la sonrisa quedó impresa en su mente.

Más tarde, la Compañía se reunió al completo. Procedieron a levantar vuelo para explorar el entorno, mientras los cuatro que se habían reunido con el prior le contaban a Kyriel lo que les había dicho. La gabrielita desechó tales habladurías, alegando que estaban allí para acabar con los Engendros y punto. De repente, algo llamó su atención allá abajo. Un pequeño pueblecito, y en su plaza central, un extraño artilugio. Una especie de vagón, pero hecho completamente de metal y con un tubo en la parte superior. Además, las ruedas eran extrañas, recubiertas por una especie de planchas. Según las palabras de Anyoel, se trataba sin duda de un objeto de los Tiempos Antiguos, seguramente un vehículo militar.

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