La noche anterior a la marcha hacia el corazón del Imperio Vestalense, Valeryan reveló al resto del grupo su intención de detenerse en la ciudad de Issakän. El juramento que había hecho a su padre en su lecho de muerte le obligaba a detenerse en la ciudad y buscar a su presunto hermano; dejó claro que no quería obligar a nadie a acompañarle, y dio a los demás la opción de esperarle o continuar viaje sin él, pero nadie quiso dejar a Valeryan a su suerte, e insistieron en ayudarle. Issakän se encontraba a apenas ochenta kilómetros de Rheynald, y el desvío que necesitarían hacer no les apartaría mucho de su camino.
Al amanecer, la pintoresca compañía compuesta por Valeryan, Symeon, Daradoth, Yuria, Aldur, Faewald, Yaronn y Wylledd se despedía de sus seres queridos. Symeon se había despedido de Azalea y Ravros la noche anterior; Valeryan se abrazaba a su madre, lady Edith, y a su hermana, Juwyth, prometiéndoles que tendría cuidado y volvería. Lady Edith le transmitió sus dudas acerca del duque y lo poco que se fiaba de su liderazgo. Valeryan le prometió volver lo antes posible. Aldur se despidió de Podrido, que acudió corriendo en cuanto se enteró de que el paladín se marchaba; el enorme hombre prometió que cuando volviera haría a Aldric su escudero y no consentiría que nadie más lo llamara “podrido”. Para confirmar sus esperanzas, Aldur pudo percibir un aura alrededor del muchacho que revelaba el potencial que tenía. Yuria bajó una vez más a los calabozos para dar las últimas instruccinoes del desescombro y despedirse de Toldric. Éste se apenó sobremanera cuando se enteró de la partida de la mujer, y le rogó que tuviera cuidado y volviera pronto; durante un momento, se quedó en total silencio, silencio que coincidió con un breve mareo de Yuria. Acto seguido, lo que dijo sorprendió a la ercestre: Toldric le dijo que si en algún momento encontraba a una mujer de pelo negro y liso hasta la cintura, de ojos verdes y labios carnosos debía huir de ella rápida como el viento. Intrigada por sus palabras, Yuria quiso saber más; Toldric le reveló que a veces veía cosas alrededor de las personas, la mayor parte de las veces cosas que podían ponerlas en peligro, y que desde pequeño lo había ocultado; pero Yuria había sido tan amable con él que sabía que podía confiar en ella. Tomando buena nota mental de las palabras de Toldric, la militar se despidió amablemente de él. Más tarde, durante el viaje, Yuria compartiría la advertencia de Toldric con Daradoth, pero éste se mostró algo escéptico, afirmando que no había que creer todo lo que decía la gente; aun así, Yuria estaría muy atenta por si aparecía la mujer contra la que el deforme carcelero la había advertido…
Pronto, el grupo salía de territorio esthalio más allá del bastión sur, con la intención de evitar a los ejércitos acampados al otro lado del muro. Las tropas vestalenses no supusieron un obstáculo, y pronto llegaban a las inmediaciones de Sar’Edeafar; allí comenzaron a avistar puntos negros en lo alto que delataban a los enormes cuervos que ya habían visto en Rheynald. Intentaron mantenerse a cubierto de la vista de aquellos engendros, pero el terreno semidesértico no hacía que fuera una tarea fácil. A las pocas horas de dejar atrás Sar’Edeafar comenzó a atardecer; se encontraban ya cerca de Issakän, pero no querían llegar de noche, así que tras encontrar un sitio adecuado para acampar, pasaron la noche al raso.
Despertaron con el alba y desayunaron carne seca, pan y algo de queso. Ya se aprestaban a retomar el camino cuando una sombra recortándose contra el sol naciente llamó su atención: uno de los enormes cuervos descendía hacia donde se encontraban, haciéndose cada vez más enorme y revelando una envergadura de alas de al menos veinte metros. Los ojos del cuervo brillaban rojos como ascuas, las garras de sus patas parecían fuertes como el diamante, y las álulas estaban sobrenaturalmente hiperdesarrolladas resultando en espolones de aspecto amenazador. Tres jinetes montaban el enorme animal, dos de ellos armados con ballestas. Cuando el pájaro se posó a unos metros frente a ellos, varios componentes del grupo ya estaban paralizados por el terror que sentían; Daradoth fue especialmente afectado, aunque se sobrepondría más tarde. Al posarse, dos de los jinetes, vestidos como vestalenses, pusieron pie en tierra armados con ballestas, mientras el tercero, también vestido como vestalense pero con un corte de pelo estrafalario y extraños tatuajes en las partes visibles de su piel, se quedaba en el lomo; al parecer, este último era el encargado de dirigir al pájaron en su vuelo; sin embargo, no se veían riendas ni arreos de ningún tipo que le permitieran dicho control.
El grupo fue instado a tirar las armas y sobresaltados por un agudo grito del enorme cuervo así lo hicieron. Acto seguido procedieron a un breve interrogatorio, interesándose por la procedencia y el destino del grupo. Valeryan y Symeon intentaron convencerlos de que no eran sino peregrinos conversos que se dirigían a ver los Santuarios. Pero las explicaciones no convencieron a los exploradores vestalenses, que miraron hacia atrás haciendo un gesto. En ese momento, un fuerte ruido sobresaltó a todos, y uno de los ballesteros se dobló de dolor; Yuria le había disparado con uno de sus extraños artilugios, que ella llamaba “pistolas”. Todos reaccionaron, y se entabló un breve pero sangriento combate: mientras Valeryan y Aldur daban cuenta de los ballesteros, Daradoth realizaba un salto increíble alcanzando una altura de unos cinco metros, buscando derribar al jinete del cuervo. Éste extendió su mano y una descarga eléctrica pasó rozando al elfo, poniéndole los pelos de punta. Con un fluido movimiento, el brazo del jinete fue cercenado por la espada larga de Daradoth, y al instante caía inconsciente al suelo. No obstante, el cuervo tuvo tiempo de revolverse y clavar su pico en el elfo, provocándole una fea herida en el muslo que lo dejaría renqueante durante los siguientes días. Afortunadamente, sin la guía del jinete, el enorme animal remontó el vuelo y desapareció en el horizonte.
Consiguieron capturar vivo a uno de los ballesteros con la intención de sacarle información. Sin embargo, después de un violento interrogatorio no pudo o no quiso darles la información que pretendían, ante lo cual, Valeryan estimó que lo mejor sería quitarle la vida. Algunos de los demás, sobre todo Symeon, se mostraron en desacuerdo con aquella decisión, pero la resolución de Valeryan era firme y el vestalense fue asesinado rápidamente.
Al poco rato, estructurados en dos grupos, llegaban a las puertas de Issakän, una ciudad de unos sesenta mil habitantes, amurallada y muy transitada. Daradoth y Symeon integraban el primer grupo y pudieron acceder sin problemas a la ciudad. Sin embargo, el segundo grupo integrado por los otros seis, fue detenido por los guardias. Justo cuando las preguntas comenzaban a volverse muy comprometidas, el grupo tuvo la suerte de la aparición de un clérigo, el padre Khemel, que se encontraba en los alrededores y había sido convencido por las explicaciones de Valeryan de que eran recién conversos en peregrinaje a Creá. Khemel habló en favor del grupo ante los guardias, instándoles a respetar a todos los fieles vestalenses (aquí el adiestramiento que Symeon había impartido al resto en materia de costumbres vestalenses se reveló fundamental) y más aún a los recién conversos a su Fe. Tras franquearles el paso a la ciudad, el padre les preguntó si ya habían sido circuncidados, como muestra definitiva de su conversión. Ante las respuestas negativas, Khemel se ofreció a llevar a cabo él mismo la ceremonia, si así lo deseaban; tras recomendarles una buena posada, los citó en una de las mezquitas de Issakän para concretar detalles y adiestrarlos en la fe, tras lo cual se despidió de ellos. Valeryan respiró aliviado; por fin se encontraban entre los muros de Issakän y podría comenzar su búsqueda.
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