Ni mucho menos se encontraban a salvo todavía. Los maleantes les habían ayudado a salir de Creá, pero ahora se encontraban en campo abierto rodeados de miles de kilómetros de enemigos. Y la búsqueda de los herejes que habían asesinado al Ra’Akarah se había puesto en marcha. Normalmente, dada la distancia a la que se encontaban del núcleo urbano de Creá, no les había supuesto mucho esfuerzo pasar desapercibidos y alejarse sin problemas; pero estas ilusiones dieron al traste en cuanto vieron aparecer el primer Corvax (uno de los enormes pájaros de ojos rojos y garras como cuchillas que cabalgaban los hechiceros extranjeros) a no mucha altura sobre ellos.
Pronto apareció el segundo monstruo volador, y no tuvieron más remedio que permanecer ocultos en la vegetación de las marismas hasta la caída de la noche. Incluso en alguna ocasión tuvieron que sumergirse en las enfangadas aguas, al creer que habían sido avistados. Sin embargo, algo sí debieron de divisar los enemigos, porque a las pocas horas, el olor a humo los alertó; los vestalenses estaban prendiendo fuego a la vegetación para, aparentemente, hacer salir de las marismas a posibles fugitivos. Esto los decidió a ponerse en marcha de nuevo, agotados, empapados, picados por sanguijuelas y mosquitos y con barro hasta en los rincones más recónditos de sus cuerpos. Una noche y un día enteros pasaron en las marismas huyendo de los vestalenses, los cuervos y algún que otro susurro que Symeon pudo detectar a tiempo; Gedastos fue picado en la mano por un escorpión, y tuvieron que hacerle una cura de urgencia. Por fin, la segunda noche salieron de las marismas depués de haber dado un gran rodeo y Daradoth los guió hacia la calzada sur, mientras intentaban librarse del barro seco y la humedad. Multitud de perros se oían aquí y allá, y por fin se integraron en el gentío; una multitud numerosa salía de Creá, después de haber visto frustrado su sueño de conocer al Ra’Akarah; en ocasiones se podían ver cuerpos tumbados que no supieron distinguir si dormían o habían perdido la vida. La calzada estaba flanqueada pro guardias a intervalos irregulares, y pudieron ver cómo un grupo de éstos interrogaba violentamente a un puñado de viajeros, derivando pronto en golpes y amenazas. Esquivando a las patrullas montadas, consiguieron atravesar la calzada y dirigirse hacia el noroeste, hacia el pueblo de Shaïr, para intentar hacerse con algunos camellos y luego partir hacia Esthalia.
Tras dos jornadas de camino llegaban al pueblo, que para su frustración se encontraba ya fuertemente vigilado, con guardias que interrogaban a los sospechosos en el camino que lo atravesaba. Sólo Taheem y Sharëd entraron para conseguir comida y transporte. Al cabo de un par de horas se reunieron de nuevo con el grupo, con cara de frustración. No habían podido conseguir ni un solo camello, pues la demanda era tal que había acabado con las existencias, y la comida estaba controlada y a precios prohibitivos, aunque habían conseguido suministros para varias jornadas. Pero a todas luces insuficiente; andando y con la comida (y sobre todo, la escasa agua) de la que disponían era imposible que encararan el viaje al oeste con garantías si no viajaban por las rutas principales.
Decidieron buscar una ruta alternativa y dirigirse hacia la calzada norte, un camino más modesto y peor conservado, donde esperaban poder encontrarse con Meravor, la compañía y los niños que Symeon había puesto bajo su custodia. Una vez allí, preguntaron a los lugareños si habían visto pasar un circo, pero al parecer nadie había visto ni rastro de él. Sin embargo, después de muchos intentos infructuosos, un viajero que abandonaba Creá les dijo que estaba convencido de que el circo había salido de la ciudad por la salida sur. Todos se miraron, preocupados, ya que Meravor les había asegurado que su intención era partir hacia el norte.
Ante el bloqueo de todas sus posibilidades, decidieron enviar a Symeon de nuevo a Creá para intentar conseguir monturas y comida. Tras muchas dificultades, negociaciones estériles y pagos descabellados, Symeon consiguió comprar bastante comida y una reata de cuatro mulas. Dadas las circunstancias, no estaba nada mal. Durante su estancia en la ciudad, el errante también se había enterado de que el Shaikh y el Sumo Vicario habían unido fuerzas en la búsqueda de los terroristas que habían atentado contra el Mesías, y que muchísima gente (familias enteras) se había suicidado después de los acontecimientos. No obstante, once días habían pasado ya desde el ataque al Ra’Akarah, y la situación parecía haberse calmado un poco.