La noche siguiente volvieron a tener el sueño común de la multitud en Creä. Pero el sueño era… distinto. Las figuras estaban menos definidas, y sus rostros no eran claros como otras veces. Los santuarios que se alzaban en lo alto de la colina también eran distintos, eran menos detallados, por decirlo de alguna manera. Aquí y allá se notaba que una torre no era como debía ser, o que faltaba alguna estatua. La multitud no se giró hacia ellos como otras veces, al parecer incapaz de detectarlos.
El día siguiente apareció una patrulla de exploradores desde el sur con un par de perros cuyos ladridos se podían oír a distancia; el grupo decidió apartarse hasta que se alejaron hacia el norte. Poco después, comenzaban a ver las primeras granjas en el camino hacia Ashrakän. El paisaje había cambiado en pocos días de un terreno abrupto y escarpado a tierras aplanadas y llenas de cultivos.
La noche transcurrió tranquila; la única incidencia fue que Symeon despertó inquieto al haber sentido la llamada de ayuda en el mundo onírico una vez más. Continuaron el camino el día siguiente, y a media mañana, las granjas ya se habían convertido en una visión habitual. A mediodía llegaban a la vista de una parada de postas entre una agrupación de granjas que formaban un trasunto de aldea. Ante la posada de la parada de postas había un soldado clavando algo en un tablón. Al pasar por delante, Daradoth, que iba acompañado en vanguardia por Faewald, se giró discretamente y pudo ver lo que el hombre estaba clavando: los retratos (preocupantemente actualizados) de él mismo y de sus compañeros. El elfo no se detuvo para evitar delatarse más, pero cambió unas palabras con Faewald, que dio la vuelta y se reunió con el resto del grupo más rezagado, instándolos a volver por donde habían venido para evitar que los reconocieran. Varios cientos de metros hacia el sur, el soldado que minutos antes había estado clavando sus retratos en el tablero los superaba, cabalgando al galope por el camino. Poco después giraban de nuevo hacia el norte y se reunían de nuevo en medio de un campo de frutales con Daradoth. Acordaron que a partir de entonces acamparían de día y viajarían de noche, así que se dispusieron a descansar.
Volvieron a compartir el sueño de la turba ante los santuarios, y en esta ocasión los cambios fueron aún más acusados; los congregados eran poco más que borrones en sombras, y los santuarios (para el experto ojo de Yuria) estaban definitivamente incompletos e inexactos; no obstante, algo nuevo apareció en el sueño: varios sabuesos enormes, aunque también poco definidos y borrosos. Uno de ellos se detuvo durante unos segundos ante Galad, husmeando a su alrededor, pero por suerte pasó de largo. En ese momento un destello llamó su atención desde una de las torres de los santuarios. La centaura lady Merediah los observaba fijamente, y su voz resonó en sus mentes, suplicándoles ayuda. Antes de que pudieran reaccionar, Merediah giró bruscamente la cabeza, como si hubiera visto algo, y desapareció. En su lugar apareció una figura encapuchada, algo borrosa; no les dio tiempo a ver más, pues Daradoth y Faewald los despertaron en el mundo de vigilia.
Dogo Onírico |
Continuaron el camino por la noche, con Daradoth agudizando su oído con sus habilidades sobrenaturales. Gracias a ello, pudo oír en la lejanía el ladrido de un perro, y una voz que instaba a otra persona a callarlos. Sin duda alguna, uno de los grupos de exploradores que los buscaba. Evitaron acercarse a ellos desviándose del camino por una vaguada en el lado derecho. Dieron un gran rodeo durante varias horas, y tras superar un campo de maíz pudieron ver varios focos de luz: varias decenas de hogueras ardían en la distancia, revelando la presencia de un gran campamento. Volvieron atrás y pasaron el resto de la noche y el día siguiente a salvo entre los cultivos.
La siguiente noche, Daradoth se acercó para investigar el campamento; en efecto, era el contingente que habían visto viajando hacia el norte unos días atrás, que se había detenido en el cruce del camino del norte con el que llevaba a la ciudad de Ashrakän. Sin embargo, los vagones que escoltaban no se encontraban en el campamento. Debían de haberse dirigido a la ciudad. El elfo volvió para informar a sus compañeros, y decidieron que esa misma noche intentarían rodear el ejército por el sur a través de los campos de granjas para entrar en Ashrakän. Pero no contaban con la presencia de perros en las granjas, y que muchas de ellas tenían cercados para evitar que el ganado vagara libremente o que las cosechas fueran saqueadas. Todo ello, unido a las evidentes dificultades que planteaba moverse por la noche con poca luz y una reata de varias mulas y percherones, convirtieron el paseo nocturno en una empresa harto difícil. Un par de granjeros, padre e hijo, los descubrieron; por suerte, Daradoth pudo dormirlos con sus sortilegios y calmar a los perros que los acompañaban. No obstante, los ruidos alarmaron a los guardias del campamento, que se acercaron peligrosamente al grupo. Así que decidieron volver hacia atrás una vez más, y pasar el día a cubierto. Meditaron sobre otra opción: rodear al ejército acampado por el norte; pero el terreno allí estaba compuesto de colinas escarpadas, y si se adentraban allí tendrían que dejar atrás los caballos con seguridad, y posiblemente alguna mula.
Por suerte (o por desgracia, no lo sabían muy bien), la noche siguiente el ejército ya no estaba allí. Habían levantado el campamento y se habían marchado, moviéndose claramente hacia el norte. El grupo tomó entonces el camino que conducía a la ciudad. Tras rodear un par de cerros y recorrer un par de kilómetros la avistaron; Ashrakän se levantaba sobre un par de las colinas que componían el paisaje allí, visible gracias a varias almenaras que ardían en su perímetro y que aparentemente marcaban los puestos de guardia. Se dividieron en parejas mientras el resto del grupo esperaba a una distancia prudencial con la impedimenta: Symeon y Taheem entraron por un lado y Galad y Yuria por otro. Evitaron a los guardias y entraron en la ciudad ya entrada la noche. Afortunadamente, pudieron encontrar a quien les vendiera algo de mercancía: forraje y comida para diez días, y también maquillaje para disimular su aspecto. Acto seguido, se dirigieron a una taberna en busca de rumores; en el camino hacia allí, Yuria se dio cuenta de que había desaparecido de su cinturón su bolsa de monedas, y maldijo su distracción. En la taberna, se enteraron de unos chismorreos sin importancia (por ejemplo, que la hija del Señor de Torre del Sol era un poco “ligera de cascos” y había metido en líos a más de un noble local), pero otros los inquietaron un poco más: se decía que el badir había apresado a varios elfos, y que se dirigía al norte con ellos; había seguido su camino aquella misma mañana.