Tras la charla con Michael, Tomaso fue informado por los criados de que el señor McMurdock ya había llegado. Al parecer, había pasado la noche fuera; y así era, pero en circunstancias algo extrañas: Robert no recordaba nada desde el momento en que le había colgado el teléfono a Michael la noche anterior hasta que había aparecido hacía escasos minutos en la verja de su mansión. Uno de sus hombres de seguridad, alertado, lo sacó de la ensoñación en la que aparentemente se encontraba inmerso. No era la primera vez que ocurría, así que tampoco cogió al servicio desprevenido.
Poco después, recuperado de la impresión aunque bastante cansado, Robert recibía a Tomaso en su despacho. El italiano le contó todo lo que había descubierto la noche anterior en su investigación en Internet: las menciones a la nueva inquisición y Alex Abel y la multitud de discusiones que había leído en torno al "loco suicida" del Excelsior -los medios habían recurrido a la explicación de un loco sin relación alguna con el jihadismo para no hacer cundir el pánico-. Unas aludían a un episodio similar sucedido en Tel Aviv en el 99, y otras hacían referencia a que había podido tratarse de una "Ascensión", fuera lo que fuera aquello. Decidieron llamar al resto del grupo para compartir la información con ellos; mientras Tomaso se encargaba de llamar a Derek, Robert llamaría a Patrick. Pero Robert no llegó a realizar la llamada: en esos instantes a solas, su cerebro empezó a racionalizar el episodio nocturno y su mente no pudo resistir el estrés: se desconectó durante unos minutos, dejándolo en estado catatónico. Cuando se recuperó vio a su alrededor a algunos miembros del servicio, a Michael y a Tomaso, que lo miraban con preocupación. Michael le dijo que había estado intentando llamar a su psicólogo, Rhyckon Larsen, pero había sido imposible contactar con él.
Aliviados al ver que Robert se recuperaba, el servicio volvió a sus quehaceres. El empresario y Michael salieron para tener una conversacion privada, a petición del segundo, y Tomaso se quedó en el despacho para llamar a Patrick, siguiendo la sugerencia de Robert. A solas con Michael en otra estancia, este le planteó sus sospechas hacia el grupo de "nuevos amigos" que había hecho, y la posibilidad de que los sueños hubieran sido inducidos para que confiara en ellos. También expresó su molestia respecto a la actitud de Robert respecto a él, porque últimamente parecía sospechar de sus acciones; llevaban años juntos, y no quería que existieran dudas respecto a su lealtad; pero algo en el tono de Michael le decía a Robert que había algo más, algo que su amigo parecía querer decir pero no llegaba a hacerlo. Antes de que Robert pudiera replicar su respuesta, llegó Charlie, uno de los miembros del servicio de seguridad, alegando que el señor McMurdock estaría muy interesado en ver una de las grabaciones. Robert y Michael entraron en la sala de monitores, y allí Charlie les enseñó cómo Tomaso, en el despacho de Robert, había estado trasteando en el teléfono fijo y sacando unas fotos, seguramente averiguando los últimos números a los que se había llamado. En ese momento, Michael pasó a explicar a Robert todo lo que había sucedido la noche anterior con Travish McHale y los “nuevos clientes”: le habló de la filtración que había habido y cómo había llegado Tomaso para arreglarlo todo; incluso algunos de los presentes lo habían reconocido y lo habían llamado “Mr. Fixer”, en referencia a su capacidad para arreglar las cosas. En opinión de Michael, Tomaso tenía estrechos lazos con los círculos mafiosos de Nueva York, quizá incluso más que eso. Preocupado pero no excesivamente sorprendido, Robert encargó a Michael que fuera a hablar con Tomaso con instrucciones específicas mientras él esperaba en el solarium a Patrick y a Derek.
En el despacho, siguiendo las instrucciones de Robert, Michael se sinceró con Tomaso, diciéndole que le había visto en una grabación y que debería tener con cuidado; también afirmó que Robert no sabía nada de aquello y así seguiría, pero que tendría que destruir las fotos que había tomado. Tomaso destruyó las fotos, pero no sin antes aprender de memoria el último número de teléfono, el que debía de pertenecer al psicólogo de Robert.
Reunido ya en el solarium con Robert, Tomaso quiso evitar malentendidos, y le reveló que había querido ayudarle a localizar a Rhyckon Larsen mediante el número de teléfono; su agencia le permitía tener muchos contactos que le podrían ayudar a localizarlo. McMurdock se dio por satisfecho con la explicación y prefirió no insistir en el tema. Enseguida llegaron Derek y Patrick.
Les llamó la atención la cojera de Patrick, y los rasguños que tenía en la cara y los brazos, así que este les contó toda su aventura en el hospital, lo extraño de los agentes del FBI que guardaban la planta de los heridos en el Excelsior y su precipitada huida, durante la que se había torcido un tobillo. Tomaso sugirió a Patrick que enviara fuera de la ciudad a sus seres queridos al menos temporalmente, con un gesto que dejó claro para el profesor de filosofía que el italiano era mucho más que un manager de modelos; no pudo evitar sugerir tal cosa, y las tensiones afloraron en una fuerte conversación que, por fortuna, acabó calmándose. De todas formas, Patrick siguió la sugerencia de Tomaso y llamó a una asombrada Helen para decirle que se marchara unos días.
A continuación fueron Derek y Tomaso los que compartieron sus experiencias de la pasada noche. El primero les habló del accidente que habían sufrido sus hombres; los hechos extraños parecían estar multiplicándose últimamente, y eso le llenaba de inquietud. Además, hizo una breve llamada para enterarse de si Patrick Sullivan había sido puesto en busca y captura: al poco su secretaria le respondía diciéndole que no, no había ninguna orden con ese nombre; esto alivió a todos.
Pero la conversación dio un giro inesperado cuando Tomaso expuso lo que había averiguado en su investigación en internet la pasada noche, igual que había hecho antes con Robert. Al mencionar a Henry Clarkson, todos dieron un respingo. Tanto Patrick como Derek y Tomaso habían conocido en el pasado a un tal Henry Clarkson, que había jugado un papel más o menos importante en sus vidas, y todas sus descripciones coincidían en señalarlo como un hombre de unos sesenta años aunque habían conocido al individuo en épocas muy distintas, separadas en el caso más extremo por tres décadas de diferencia. Robert también les habló de la experiencia de Michael en la cárcel, donde también conoció a Henry Clarkson, de aspecto idéntico al que describían. Pero el propio Robert era un cabo suelto: nunca había conocido a nadie por ese nombre; la clave vino con la descripción física de Clarkson y la memoria de Tomaso: con un chasquido de dedos, el italiano se apresuró a coger papel y lápiz, e hizo unos cuantos garabatos para demostrar su teoría: ¡el nombre del psicólogo de Robert, Rhyckon Larsen, no era sino un anagrama de Henry Clarkson!
Siguieron unos momentos de silencio, pues este hecho sí que fue definitivo para que todos se convencieran de que algo desconocido les unía y no tenían ni idea de por qué. Las animosidades quedaron aparte en favor de una muda reflexión de reconocimiento común.
Pocos minutos después, Robert invitaba a Michael a unirse a la comida, considerando que el hecho de que hubiera conocido también a Clarkson lo ponía en la misma situación que a ellos. Por supuesto, el compañero de Robert abrió mucho los ojos al enterarse de todo esto, y afirmó que desde luego, alguien que conocía la localización del extraño monolito del que ya les habían hablado en una ocasión anterior no podía ser una persona normal. Discutieron largo y tendido sobre qué o quién podía ser en realidad el tal Henry Clarkson. Robert se mostró convencido de que debía de ser una especie de ángel, enlazando con el concepto de “Ascensión” que Tomaso también había descubierto en los foros ocultistas.
Durante la conversación se hicieron también alusiones al comportamiento que Michael había tenido los últimos días, y finalmente Robert lo confrontó directamente, preguntándole por qué le había ocultado información sobre AIFC y WCA. La tensión fue demasiado para Michael, que se había ido mostrando cada vez más y más nervioso, y reaccionó de un modo que no esperaban: rompió a llorar y a gritar, encogiéndose sobre sí mismo pidiendo perdón a Robert:
—¡Yo no quería hacerlo! ¡¡¡No quería hacerlo, te lo juro Robert!!! ¡¡¡Ellos me obligaron!!!
Quedó en el suelo, con la mirada perdida. Patrick trató de recuperarlo lo mejor que supo, con terapia de choque; al cabo de unos minutos Michael reaccionó violentamente. Con la mirada perdida todavía, exclamó:
—¡Oh, no! ¡Venían para acá, estarán a punto de llegar! ¡Corred! ¡¡¡Correeeeeed!!!
En un instante se incorporó y corrió hacia el interior de la casa, con el resto del grupo inmóvil y confundido por lo que había pasado. ¿Qué quería decir? Se miraron extrañados.
Tomaso vio un punto en el cielo. Un punto que dejó pronto de serlo para revelar una figura que se acercaba. Haciendo visera con la mano lo pudo distinguir: un helicóptero. Completamente negro, y extrañamente silencioso. Lo señaló a los demás. El helicóptero tardó sólo unos segundos en hacerse claramente visible.
Y sólo unos pocos más en empezar a disparar.
El infierno se desató en la parte trasera de la mansión. Balas de un calibre desmesurado empezaron a silbar alrededor del grupo, que superada la primera impresión corrió hacia el interior de la mansión al completo, entre chispas y polvo. Robert intentó organizar al servicio y el personal de seguridad para poner a todos a salvo, pero no pudo evitar que varios criados fueran alcanzados por los enormes proyectiles; la visión de la carnicería fue demasiado para algunos de ellos. Robert comenzó a correr sin control, y Tomaso, presa de una rabia irracional, volvió a salir al exterior para disparar contra el helicóptero de forma suicida. Afortunadamente, Derek pudo arrastrarlo de nuevo al interior de la casa mientras varios militares se descolgaban ya del aparato. Corrieron hacia la parte delantera de la mansión, pero tuvieron que detenerse: a través de la ventana pudieron ver cómo dos hummers habían reventado la verja y varios militares o miembros de las fuerzas especiales vestidos de negro se acercaban hacia la puerta con una carga explosiva. Volvieron hacia atrás, y recordando una de las órdenes que Robert había gritado al servicio, comenzaron a buscar la entrada al garaje. No tardaron en encontrarla y en conseguir un coche, en cuyo asiento de conductor se encontraba Michael, en un estado de nervios tal que no había acertado a arrancarlo. Apartándolo, Patrick se hizo cargo del volante mientras los demás se acomodaban. Chirriando ruedas salieron de allí; un par de militares, que se dirigían a asegurar la salida del parking, les dispararon, hiriendo levemente a Tomaso y a Derek.
Poco después reconocían la figura de Robert corriendo por el arcén de la carretera. Al subirlo al vehículo les habló de su embarcadero, y hacia allí se dirigieron. Subieron al barco con los miembros del servicio y de seguridad que habían logrado llegar y zarparon hacia el centro del lago. Una vez tranquilos, Robert se dirigió a sus empleados y les ordenó que regresaran una temporada a sus casas; pagaría sus sueldos pero les concedía un permiso indefinido; alegó desconocer lo que había sucedido y no podía darles más detalles.
Unas horas después, Tomaso consiguió un coche haciendo uso de su natural seductor y se dirigieron a la oficina de Derek, la sede de la CCSA en el barrio de Tribeca.
Los hombres de Derek se preocuparon al ver el aspecto de su jefe, pero éste no sólo los tranquilizó al respecto, sino que aprovechó para reunirlos y dirigirles una charla para calmar sus dudas respecto a la agencia, como había hablado el día anterior con Jonathan.
Mientras Patrick trataba de sacar de su shock mental a Michael (que durante el viaje hacia el embarcadero había quedado inconsciente y ya no había despertado), Tomaso y Robert charlaron un rato a solas en uno de los despachos vacíos de la agencia. Y en esta conversación se sinceraron completamente sobre sus verdaderas naturalezas y actividades. Cuando Tomaso le comentó la multitud de escenas extrañas en las que el “Polvo de Dios” parecía estar involucrado, Robert le rebatió con todo convencimiento de que esa droga no tenía efectos adversos más allá que el anhelo de sentir sus efectos y que en sí no era algo que pudiera provocar los efectos de los que le hablaba Tomaso. Éste no pudo sino sentirse satisfecho con la explicación del empresario.
Patrick consiguió que Michael saliera de su inconsciencia, pero no de su estado de shock, que el profesor de filosofía diagnosticó a vuelapluma como catatonia. Después volvió a reunirse el grupo al completo. Patrick, harto de las “mentiras” (según él) de Tomaso y Derek, volvió a perder el control de su temperamento. Para tranquilizarlo, lo encerraron en lo que a todas luces era una sala de interrogatorios; esto tuvo el efecto contrario que pretendían, y aún molestó más a Patrick porque, ¿para qué demonios necesitaba una agencia sanitaria una maldita sala de interrogatorios? El profesor blasfemó y golpeó el cristal repetidas veces, hasta que consiguió calmarse y pidió disculpas.
Después de conversar brevemente sobre las pérdidas de memoria de Robert (que él achacaba a motivos esotéricos, pues le sucedían desde que había tocado el monolito), agotados, se acomodaron lo mejor que pudieron en la oficina y durmieron.
Por la mañana, al volver a encender su móvil, Patrick se sorprendió cuando vio que tenía unas cuantas llamadas perdidas desde el número de Sigrid. Esperanzado con que la anticuaria hubiera podido recuperarse de la explosión y salir del hospital, le devolvió la llamada. El teléfono sonó mucho rato antes de que alguien lo descolgara, y al otro lado sonó la voz de Sigrid, temblorosa:
—¿Patrick?¿Patrick?¿Qué sucede? Está todo muy oscuro, y tengo frío, por favor, ¡ayúdame!
A continuación, la voz distorsionada de un hombre amenazó al profesor con que si quería volver a ver a su amiga con vida, debería acudir con el resto de sus “amigos” al motel Green Oaks, en la milla 73 de la carretera 363.