Seguían sin saber nada de Robert y del segundo agente desde que habían salido corriendo alejándose del gigante pálido que habían encontrado en la arboleda, pero tenían que seguir moviéndose, así que Patrick hizo todo lo que pudo para sacar a Sigrid de su estado de fuga cuanto antes.
La anticuaria repetía sin cesar una letanía ininteligible para sus compañeros, aterrada ante la visión de su propia muerte, aunque pronto comenzó a oír, ahogada y lejana, la voz de Patrick, que la guiaba hacia la luz de la cordura. Sintió como si emergiera a la superficie del mar después de haber pasado largo tiempo ahogándose sin remisión, todo para oír ya consciente el aullido de dolor, o quizá de terror, del profesor de filosofía. Derek se volvió sobresaltado: Patrick había sido atravesado por una especie de tentáculo compuesto de sombras que se extendía desde la puerta trasera de la casa, y al punto otro tentáculo brotaba del suelo y se dirigía hacia Sally; la muchacha gritaba, aterrada por lo que sucedía, y el suelo temblaba, a punto de estallar. Por suerte, Derek pudo empujar a tierra a Sally esquivando gran parte del impacto del tentáculo, aunque no todo. Y a continuación, mientras Patrick sentía un frío intenso que partiendo de su pecho se extendía a todo su cuerpo y le entumecía apagando su voz, el suelo estalló en un remolino de decenas de tentáculos que arrojaron al grupo a varios metros con un fuerte temblor. Jonathan, el agente de la CCSA que quedaba con ellos, disparaba como un poseso al tentáculo que atravesaba a Patrick, mientras gritaba de terror. Y en ese momento, detonó otro sonido: un helicóptero. Un helicóptero de combate se acercaba a la mansión y disparaba balas de un calibre desproporcionado contra ella; no tuvieron más remedio que echarse al suelo para evitar ser desintegrados por los proyectiles. Cuando Derek levantó la cabeza, todos se miraban, extrañados: ni rastro del helicóptero o de los tentáculos; una nueva alucinación, o visión de una realidad alternativa, o del futuro, o lo que demonios fuera aquello. El estrés, sin embargo, era muy real, y comenzaba a hacer mella en ellos: les costó un rato más reanimar a Sally y a Sigrid.
Mientras estaban haciéndolo, un bramido ensordecedor que procedía del bosque les hizo taparse los oídos. El horrible alarido parecía proferido por un millar de gargantas, y tenía una potencia tal que parecía capaz de hacerles explotar la cabeza; los árboles de la colina empezaron a sacudirse y a troncharse, dejando paso a algún tipo de ser que no podía ser otra cosa que horrible. El segundo alarido les aturdió aún más que el primero, y decidieron no esperar más: se internaron bruscamente en la casa a través del ventanal más cercano. La sensación de vértigo que habían sufrido la primera vez volvió, pero por supuesto la prefirieron a lo que fuera que hubiera habido allá fuera. Los vértigos sacudieron con especial virulencia a Sigrid y a Patrick, que quedaron unos minutos inconscientes; luego sólo recordarían que durante ese rato habían tenido sueños de vidas alternativas, pero nada concreto.
Rodearon varios escombros y consiguieron salir por fin al vestíbulo principal, donde se alzaban las grandes escaleras que daban acceso a los pisos superiores. Detrás de las escaleras era donde se encontraba la puerta que daba acceso al sótano, según las indicaciones de Robert. Nada más salir al vestíbulo, Patrick pudo ver a través de los ventanales delanteros que los bosques canadienses habían sido sustituidos por un paisaje mucho más extraño: un entorno que sólo podía calificarse como lunar, y una multitud de seres blancos (algunos incluso mucho más grandes que los que habían visto con anterioridad) se encontraba mirando (o eso parecía, pues no tenían rasgos que lo denotaran) fijamente al caserón. Prefirió no alertar a los demás sobre esto y giraron hacia el fondo del vestíbulo, para dar la vuelta a las enormes escaleras. Derek y Sally iban delante y absortos en observar su entorno no se dieron cuenta, pero el resto del grupo sí pudo ver otra escena ominosa a través de los ventanales traseros: ni rastro de los bosques canadienses; los ventanales eran aberturas al infinito, a la vasta inmensidad de algún lugar del Universo donde podían ver un ser primigenio y aberrante, compuesto de millares, quizá millones de tentáculos oscuros que extendía hacia una multitud de planetas, donde acababa sistemáticamente con todos los seres vivos que los habitaban. El grupo podía sentir el dolor de todos estos seres concentrado, latiendo en sus entrañas. Quedaron absortos durante unos segundos, hasta que Derek y Sally consiguieron hacerles reaccionar (muy a duras penas, pues Tomaso y Sigrid fueron realmente afectados por la experiencia.
Ya ante la puerta, una puerta recia, de madera negra, Derek y Sigrid se sorprendieron al ver los símbolos tallados en su superficie: sin lugar a dudas, pertenecían al mismo idioma que los símbolos del mapa heredado por Derek que Sigrid había empezado a estudiar. Apenas había empezado la anticuaria a calcar los símbolos en unas hojas de papel que todavía había podido rescatar de su mochila, cuando oyeron una potente voz procedente de la parte delantera de la casa.
—¡¡¡¿Robert?¿Patrick?¿Derek?!!!¡¡¡¿Estáis ahí arriba?!!! —Patrick se estremeció cuando reconoció la voz de Dan Simmons, el Hombre Malo. Afortunadamente no los podía ver, pues la gran escalera se interponía en medio de la estancia.
Pasos de botas militares se oyeron subir por la escalera, pasos que pararon al llegar al primer descansillo, justo encima de las cabezas del grupo. Simmons empezó a rugir órdenes:
—¿Oís eso?¿¿¿Lo oís??? ¡Tú, arriba! ¡Y tú, abajo!
Acto seguido, el hombre que bajaba la escalera empezaba a soltar ráfagas con un fusil de asalto, ráfagas que cesaron de repente cuando se oyó algo parecido a una hoja de acero cortar el aire y clavarse en su cuerpo. Simmons y el otro individuo corrieron hacia arriba, profiriendo gritos de pánico. ¿Era posible que en otro momento u otra realidad se hubieran aliado con el Hombre Malo?
Dejando a un lado los pensamientos inútiles, Derek tiró de la recia puerta, que se abrió de forma soprendentemente suave. Al pasar, Sigrid tocó la extraña madera, y en el acto su mano empezó a entumecerse, sensación que se empezó a extender por su brazo; más tarde se enteraría de que Derek no había notado tal sensación, lo que desataría aún más interrogantes.
Una antigua escalera de madera se adentraba en un sótano en apariencia normal, pero que pronto daba lugar a una situación fuera de lo común: llegaba un momento en el que las paredes laterales se hundían en la oscuridad y desaparecían, dando paso a un lugar aberrante, una eternidad de oscuridad con el suelo de madera que se extendía hasta donde alcanzaba la vista (que a la luz de las linternas no iba más allá de unos pocos metros). Hicieron varias veces la prueba de volver a subir la escalera, y efectivamente siempre llegaba un momento en que las paredes y la puerta de salida volvían a aparecer, lo cual les tranquilizó un tanto. Otro factor que contribuyó a su malestar fue que en el momento en que la oscuridad los engullía pudieron sentir una especie de latido que hacía vibrar su ser, un latido que parecía venir de todas partes y de ninguna.
Desde la base de la escalera, a la luz de las linternas, justo al límite de su rango de visión, se podía adivinar un par de cuerpos en el suelo. Temerosos de que todo el grupo abandonara la escalera, que en esos momentos se les antojaba como un faro en medio de la oscuridad, un par de ellos se adelantaron a inspeccionar los cadáveres: uno de los cuerpos lucía el rostro devorado por algún tipo de animal enorme, y el otro tenía la cabeza seccionada de forma excesivamente limpia, igual que el doble de Sigrid que habían visto en el exterior de la casa. Ambos individuos estaban desnudos y presentaban un físico musculoso. Les extrañó que sobre la piel los fallecidos llevaran tatuados multitud de símbolos de imaginería nazi (aunque se notaba que eran símbolos más modernos que los de la segunda guerra mundial, los calificaron como “nazis actuales”). Desde el punto donde se encontraban estos cuerpos ya se podía divisar, también al límite del alcance de las linternas, un tercer cadáver en línea recta desde la escalera. Derek y Patick se adelantaron esta vez, dejando a dos pequeños grupos atrás, Jonathan y Sally con el primer grupo de cadáveres y Tomaso y Sigrid en la escalera. Cuando el primer grupo llegaba al tercer cadáver, Sigrid y Tomaso comenzaron a sentirse incómodos y a oír leves respiraciones detrás suyo, que empezaron siendo contadas con los dedos de una mano pero que pronto se convirtieron en multitud, como una muchedumbre que los estuviera observando; no lo pudieron soportar y sin girarse salieron corriendo. Al acercarse de nuevo a la escalera, Derek y Patrick no detectaron respiraciones, pero vieron uno de los entes blancos, que se desplazaba al ritmo del latido omnipresente, teleportándose a pocos metros cada vez en direcciones aleatorias.
El ser blanco no parecía darse cuenta de su presencia, y finalmente desapareció del límite de visión. Decidieron reorganizarse de nuevo, y Derek y Sigrid inspeccionaron el tercer cadáver: más o menos era igual que los primeros, aunque esta vez estaba vestido y parecía que se había suicidado, pero con los mismos símbolos de imaginería nazi. Sigrid detectó un símbolo extraño común en todos ellos que no identificó con ningún tipo de nazis en principio, pero que seguramente los debía de identificar como miembros de alguna organización. Y desde este cadáver se podía ver más allá, en línea recta con la escalera de nuevo, un tercer grupo de cuerpos. Decidieron por fin abandonar la escalera y dirigirse en grupo hacia los nuevos cuerpos. Y pronto tuvieron la sensación de pisar algo blando.
Al alumbrar el suelo, se encontraron con el horror de encontrarse sobre un mar de centenares de miles, quizá millones de cadáveres. Cadáveres escuálidos, con un rictus de horror en sus rostros fenecidos. Sonó un estremecedor estruendo procedente de arriba, del cielo azul que ahora los cubría; el sonido era de tal magnitud que los aplastaba contra los cadáveres bajo sus pies, haciéndoles resbalar y hundiéndolos cada vez más entre los muertos. Tras casi sucumbir al horror y sin llegar a encontrar en ningún momento tierra firme bajo la pila de cadáveres, volvieron a verse rodeados de oscuridad, ante el tercer grupo de muertos del “sótano”. La tensión acumulada era mucha, y algunos de ellos comenzaban y a mostrar ticks en sus rostros o en su cuerpo debido al estrés. El tercer grupo estaba compuesto por dos mujeres y un hombre, una de ellas vestida y los otros dos desnudos; volvían a repetirse los tatuajes nazis en mayor o menor medida, y el símbolo que Sigrid había identificado. También habían sufrido muertes violentas. Pero había algo diferente: para su sorpresa, Sigrid identificó en la mujer desnuda multitud de texto tatuado en arameo, que parecían oraciones de protección a algún tipo de dioses. Le habría gustado dedicar más tiempo a estudiarlos, pero era tiempo que no tenían, y además Derek advertía en ese momento que unos pocos metros más allá se encontraba una escalera de caracol metálica que debía de ser la que Robert les había dicho que descendía a las grutas inferiores. A todos les pasó lo mismo: la escalera no era apreciable hasta que prácticamente se encontraban encima de ella.
Se encontraban agotados, pero aun así iniciaron el descenso por los estrechos escalones. Pocos metros más abajo se quedaron helados al ver que una figura, un hombre, se encontraba congelado en el gesto de subir corriendo, saltando varios escalones de una vez con una pistola en la mano. Cualquier acción que realizaban sobre las ropas o las pertenencias del individuo se revertía en brevísimos instantes, y era imposible afectarle a él de ninguna manera. Aun así, consiguieron esquivarlo y seguir bajando. Pero a medida que descendían el “latido” que ya habían notado continuamente en el sótano fue aumentando de intensidad, conmoviendo cada célula de sus cuerpos y haciendo que Sigrid y Patrick no pudieran resistirlo. Tuvieron que subir de nuevo a lo alto de la escalera para descansar y reponer fuerzas durante unas pocas horas.
Ya recuperados, volvieron a descender, esquivando al tipo que había quedado congelado en la escalera. Esta vez pudieron resistir la presión que sobre ellos ejercía el extraño latido y bajaron más de lo que habían previsto. En un momento dado, la escalera desapareció y se encontraron flotando en medio del Universo; estrellas y galaxias se extendían a su alrededor, y ellos podían acercarse a ellas con un solo pensamiento. Y allí, en el centro de todo aquello, a años luz de distancia, flotaba un monolito colosal, un cubo que brillaba negro como la noche, pequeño al principio; no obstante, a medida que se iban acercando a él con el simple poder de sus pensamientos, el monolito se hacía más grande; más y más grande, hasta que ya no pudieron abarcarlo con la vista. Sin duda era tan grande como una estrella, quizá más. Justo cuando pensaban que alargando un brazo podrían tocar su superficie, el Universo desapareció, dejando paso a una caverna enorme pero que les agobió después de la experiencia vivida. Toda la caverna lucía inscripciones en paredes, techo, estalagmitas y demás, escritas en los mismos símbolos que la puerta y el mapa de Derek; aquello sin duda era un tesoro arqueológico de una magnitud que heló a Sigrid. Y ante ellos, el monolito: una roca lisa, negra, un hexaedro perfecto de tres metros de arista. Se miraron, acongojados por la experiencia vivida; todo estaba tranquilísimo a su alrededor, y el latido había desaparecido. Alrededor del cubo había once figuras congeladas en el tiempo de forma semejante a la que habían visto en la escalera. En cada lateral del monolito, una persona desnuda alargaba su brazo, no sabían si a punto de tocar el objeto o justo después de haberlo tocado. Casi todos con símbolos nazis en sus pieles. Una mujer se encontraba congelada en la acción de grabar con su móvil la escena, y varios hombres más en actitudes difíciles de descifrar. Sus mochilas y equipo seguían amontonadas en un rincón, pero no dieron mucha información al grupo sobre sus motivaciones.
Después de mucho pensarlo, de intentar averiguar sin éxito qué había sucedido allí para que se hubiera desatado aquel caos y de argumentos y contraargumentos, Patrick decidió tocar el monolito. Y cayó inconsciente al instante, su corazón latiendo débilmente y su respiración apenas perceptible… no volvió a despertar.