Inseguros sobre qué hacer, durante varias horas vigilaron el edificio de oficinas a la espera de que Tomaso apareciera tarde o temprano. Con un coche que había alquilado Robert llegaron a seguir a un todoterreno de lunas tintadas que salió del edificio, pero resultó ser una falsa alarma. Mientras tanto, Sally conseguía armas en la Dark Web y poco después las recogían sin mayores problemas en un polígono cercano.
Al atardecer decidieron pasar a la acción. Intentaron sobornar al guardia del aparcamiento, pero no tuvieron éxito. El miedo del vigilante a las posibles represalias de sus jefes le forzaron a no aceptar la oferta. Así que el grupo tendría que esperar al cambio de turno de los guardas, que averiguaron que se produciría a medianoche.
Sin embargo, decidieron cambiar de táctica, y cuando un coche de lujo salió del aparcamiento conducido por un tipo vestido con un traje caro, decidieron seguirle y tenderle una emboscada si se presentaba la ocasión. Y la ocasión se produjo en una carretera poco transitada que llevaba a un pueblo hacia el norte. Consiguieron sacar al tipo de la carretera y resultó ser un empleado (o directivo) de Altamira Inversiones; lo más importante era que tenía en su poder una tarjeta que parecía poder granjearles acceso al edificio.
Haciendo uso de la tarjeta consiguieron pasar con su propio coche al aparcamiento sin problemas y acceder a los ascensores. Subieron hasta la planta 12, donde se encontraba la sede de Altamira, o más correctamente, de Weiss, Crane & Assocs. Se encontraron con un guardia en la entrada, del que Derek y Robert dieron buena cuenta con mucha dificultad y sin conseguir evitar que diera un aviso por radio.
Buscaron rápidamente por la oficina pero no encontraron ni rastro de Tomaso. Y pronto llegaron más guardias, alertados por el primero. Robert se enfrentó a ellos en el vestíbulo de los ascensores, pero un disparo le alcanzó en el pecho y tuvo que retroceder a trompicones. Patrick le ayudó y el grupo tuvo que cerrar la oficina, estropeando el mecanismo de acceso para ganar tiempo.
Unos agónicos minutos transcurrieron mientras el grupo decidía qué hacer oyendo los golpes que intentaban derribar la puerta de acceso. Derek decidió hacer saltar la alarma de incendios para intentar salir por la escalera de emergencia, cuyas puertas de acceso debían de abrirse solamente en caso de alarma. Acercó un mechero al detector y efectivamente a los pocos instantes sonaba la alarma y las puertas de emergencia se habilitaban.
Entre tanto, Tomaso era golpeado y drogado mientras le interrogaban acerca de la “muchacha rubia”, “qué intentaba averiguar en la habitación del hostal” y “con quién más estaba en el ajo”. El italiano resistió toda la coacción violenta, y el castigo físico cesó cuando respondió positivamente a la posibilidad de incorporarse a las filas de sus interrogadores. Era la única forma que se le ocurrió de detener aquello.
En la oficina de WCA, el grupo salió rápidamente a la escalera de emergencia, pero esa misma idea la habían tenido sus enemigos, así que coincidieron en el rellano. Un tiro abatió a uno de los enemigos, y hubo un breve intercambio de disparos; pero Patrick consiguió atrancar la puerta de acceso de los enemigos con el bate de Derek; fuera, los guardias gritaban “al piso inferior” y se alejaban de la puerta. Mientras, Sigrid sacaba información del herido en el suelo: sin mostrar piedad, consiguió averiguar que Tomaso se encontraba en un piso oculto por encima del que se encontraban, y que se accedía a él por el ascensor número uno.
Salieron otra vez al vestíbulo de los ascensores, donde los guardias no habían dejado vigilancia, por suerte. La alarma de incendios se detuvo en ese instante, y volvieron a habilitarse los ascensores. Llamaron al número uno, y en breves segundos la puerta se abría ante ellos. Pero el ascensor no estaba vacío: un tipo enorme y rubio con varias cicatrices en el rostro les miró valorativamente un instante y a continuación se lanzó a por Derek. Acertaron un par de disparos en el mostrenco, pero no parecieron afectarle. Y el tipo golpeó la pierna de Derek, que perdió el equilibrio cuando esta pareció marchitarse en instantes. Pero el agente federal consiguió resistir mientras el resto cosían a disparos al rubio, hasta que finalmente fue Sigrid la que con su cuchillo y mano diestra para usarlo, consiguió herir gravemente al tipo en el abdomen y Patrick le descerrajó un tiro en la cabeza (para su propio horror, pero tomó la decisión conscientemente, ya había decidido no quedarse atrás y tomar parte activa en las luchas de su grupo). Ayudando como pudieron a Robert y a Derek entraron en el ascensor; no había ninguna señal que indicara dónde pasar la tarjeta de acceso para subir al piso oculto, así que Patrick la pasó por todo el espacio alrededor de la botonera, hasta que por fin oyó un “bip”. El ascensor comenzó a subir.
A los pocos segundos las puertas se abrían y daban acceso directo a una oficina. Ante el ascensor, dos tipos trajeados esperaban, uno altivo y rozando la vejez, y el otro más joven y cargando con Tomaso semiconsciente. Patrick apuntó con su escopeta al rostro del más maduro, y llegaron a lo que pareció un punto muerto; el hombre mayor, que se presentó como Jaime Fuentes, se avino a negociar aunque no parecía preocupado por el cañón que le apuntaba.
Fuentes les aseguró que si le mataban jamás saldrían vivos de aquel edificio; Patrick no dejó de encañonarlo ni un momento en la conversación que siguió sentados en una mesa de reuniones. El presunto inversor les preguntó por su estancia en el hostal y acerca de la identidad de la muchacha rubia que buscaban; y Sigrid respondió sin ambages que la muchacha era su hija. El rostro de Fuentes mostró una levísima expresión de sorpresa ante la revelación; y la salida del grupo dejó de ser una opción a considerar para él. Como parte de la negociación les ofreció curar la herida de Robert, al que habían tenido que tumbar sobre una mesa y que respiraba cada vez más entrecortadamente; por supuesto, accedieron. Fuentes mandó llamar a un médico que subió a los pocos minutos acompañado de otros dos hombres armados; el grupo había dejado de tener cualquier tipo de ventaja que hubiera podido conservar; abiertamente, el pez gordo ordenó a sus hombres que bajo ninguna circunstancia dejaran salir de allí a “la señora Olafson o sus compañeros”.
A continuación, Fuentes preguntó a Sigrid si sabía algo sobre un libro llamado De Occultis Spherae; la anticuaria intentó responder con evasivas lo mejor que pudo, intentando implicar a Paul van Dorn y a Emil Jacobsen como posibles propietarios de los libros. Fuentes no acabó de creérselo, así que la conversación llegó a un punto muerto donde el grupo no veía la manera de salvar la situación. Además, la pierna de Derek seguía extrañamente marchita y necesitaban que alguien la curase, pues era imposible que aquella brujería la sanase la medicina convencional… la situación era realmente agónica.
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