Guiados por Symeon a través de vericuetos escarpados pudieron esquivar sin mayores problemas el asedio de Êmerik. El corazón de Daradoth rugió de rabia cuando vio que las cabezas de dos de los elfos prisioneros habían sido untadas en brea y clavadas en picas ante las puertas de la fortaleza, pero no tuvo más remedio que tragarse su orgullo y continuar su camino hacia el norte.
Pocos kilómetros después la Quebrada se abría definitivamente en el amplio Valle de Irpah, que descendía hasta unas extensas llanuras que se podían ver a lo lejos. El valle se encontraba protegido por dos fortalezas gemelas visibles en una cota más baja que la que ocupaban actualmente, a más de diez kilómetros de distancia. Más tarde se enterarían de sus nombres: la fortaleza occidental se llamaba Jenmarik y la oriental era conocida como Svelên.
Svelên, una de las fortalezas gemelas |
Daradoth decidió adelantarse hacia la fortaleza que se veía a la derecha, Svelên. Un camino lo condujo a través de la vegetación y posteriormente se bifucaba, conduciendo a cada una de las fortalezas. Tras cruzarse con un par de carruajes llegó sin mayor problema a las puertas de Svelên y no tardó en ser recibido por su comandante, el capitán Phâlzigar. El elfo no hablaba lândalo, así que fue necesaria la presencia de una traductora de anridan para poder entenderse. Tras presentar sus respetos y dar la bienvenida a un representante del “Pueblo Ancestral” el capitán confirmó que habían recibido a los mensajeros de Êmerik, pero estaban esperando otro tipo de confirmación que debían proporcionarle en caso de un ataque, y esa confirmación no había sido recibida (se refería a la almenara de Êmerik, pero no quiso revelarlo a la primera de cambio). Daradoth insistió en que su presencia allí debía servir como confirmación de que efectivamente se había producido un ataque, y al parecer consiguió convencer al capitán y su consejo. Sin tardanza, el elfo partió a la cabeza de un grupo de jinetes en busca del resto de sus compañeros; no tardó en avistar unos familiares puntos en el cielo sobre el valle: los corvax habían traspasado la frontera del Imperio y se encontraban ya sobre ellos. Los ignoró y se apresuró a reunirse con sus compañeros y conducirlos al interior de la fortaleza.
Una vez en Svelên y tras haberles permitido asearse, el grupo se reunió con el capitán Phâlzigar y su consejo, compuesto por el castellano Zibar, el maestro de armas Udannâth y el senescal Nârik. Poco más pudieron hacer antes de presentarse a sí mismos (tras establecerse el vestalense como idioma más extendido allí y con la ayuda de un par de traductores) antes de que los guardias del castillo hicieran sonar sus cuernos para anunciar la visita de Inilêth, la capitana de la fortaleza de Jenmarik, convocada por el capitán Phâlzigar.
Inilêth era una mujer aguerrida y curtida por el paso de los años, y llegó acompañada de su consejo. Lo primero que llamó la atención de Yuria fueron sus uniformes. Los soldados de Svelên lucían en la pechera los seis escudos de los reinos que componían el Pacto de los Seis, y en la parte superior de su brazo el escudo del reino del que eran oriundos. Sin embargo, la comitiva que acompañaba a la capitana de Jenmarik y ella misma, no lucían ningún escudo de origen en sus hombreras. Este hecho resultaría ser de mayor importancia de lo que la ercestre había creído en un principio. El capitán presentó al grupo a los recién llegados, que fruncieron el ceño cuando reconocieron a Galad como paladín de Emmán, y no fueron todo lo respetuosos que cabría haber esperado hacia Daradoth.
Cuando relataron sus vivencias de las últimas semanas, lo primero que hizo Inilêth fue manifestar suspicacia. No alcanzaba a entender que hacía un grupo tan variopinto como aquel en el imperio vestalense, y menos en Creä cuando el Ra’Akarah era una amenaza mayor que nunca. Era, cuanto menos, extraño. Tampoco se mostró demasiado receptiva cuando pasaron a discutir la más que probable invasión que se les venía encima por parte de los vestalenses. No se mostró impresionada cuando le hablaron de los pintorescos ejércitos que habían visto y de los enormes pájaros llamados corvax; incluso se mostró algo despectiva, aunque finalmente pareció creer el relato cuando se convocó a los emisarios que habían traído las noticias de Êmerik. Sin embargo, no consiguieron un compromiso claro de la capitana en materia de defensa, y menos cuando Yuria, una supuesta experta en asuntos militares, dio el consejo de retirarse de las fortalezas y buscar un nuevo punto de defensa [pifia en organización militar]. Lo que sí quedó claro es que mientras que Svelên contaba con poco más de doscientos efectivos, Jenmarik contaba con más de 800; aunque esto llamó la atención de Yuria y los demás, prefirieron no comentarlo hasta más adelante, dada la tirantez que podía percibirse entre Phâlzigar e Inilêth. Cuando se retiraron a descansar, agotados, los dos capitanes quedaron todavía unas horas discutiendo en privado.
Fue la mañana siguiente cuando Daradoth y Galad obtuvieron explicaciones a las cuestiones sin responder. El capitán quiso mostrar así su respeto a ambos. Al parecer, la capitana Inilêth y la inmensa mayoría de su guarnición pertenecían a un movimiento nacionalista y ateo que se había dado en llamar “Los Terrenales”. Por contraposición, aquellos que no estaban de acuerdo con las ideas de los Terrenales se hacían llamar “Los Fieles”. El capitán les contó la historia: la Región del Pacto (así se llamaba la tierra donde se encontraban) nunca había sido demasiado cuidada por los gobiernos centrales de la coalición, y en los últimos decenios la cosa había ido aún a peor. Enzarzados en rencillas internas y preocupados por controlar la política del continente, la Región del Pacto había sido descuidada y ello había provocado que un antiguo movimiento, el de los Terrenales (un movimiento del que Phâlzigar no podía datar el origen, aunque se sospechaba que tenía alguna relación con la Caída de Lândalor), se hubiera popularizado en grado sumo. Los Terrenales siempre se habían caracterizado por una renuncia a los poderes divinos y a las razas míticas, a quienes se calificaba de “causantes de todo lo malo que había sucedido en el mundo”. Este movimiento de ateísimo y antimiticismo se había visto potenciado últimamente al añadírsele la idea de la independencia de la Región del Pacto. Con el paso de los años, gran parte de la población y los soldados destinados allí ya eran oriundos de la Región y se habían sumado a las filas Terrenales para conseguir la independencia de los poderes centrales, lejanos y despreocupados. Esa era la razón por la que la delegación de Inilêth no había lucido ninguna bandera en sus hombreras. La guarnición de Svelên tampoco estaba libre de miembros de los Terrenales, aunque Phâlzigar había conseguido mantener la disciplina y que lucieran los blasones.
El caso era que hacía unas semanas, el Pacto de los Seis había ordenado que las tres cuartas partes de las tropas destinadas en la Región se trasladaran al norte para hacer frente a una nueva amenaza procedente del Cónclave del Dragón. Estas amenazas no eran raras, y más o menos cada cincuenta o sesenta años se requería el traslado masivo de tropas al reino de Arlaria para tratar con ellas; pero en ninguna ocasión se habían requerido tantas tropas como esta vez, lo que era bastante alarmante, y más con la amenaza del Ra’Akarah vestalense en el sur. Según les informó el capitán, las tropas enviadas al norte habían sido constituidas sin miembros de los Terrenales. Phâlzigar tenía la sospecha de que el general Imradûn, el mando supremo de los ejércitos en la Región, había abrazado la causa Terrenal y había compuesto el ejército de refuerzo prácticamente solo con Fieles. Esa era la razón de que la guarnición de Jenmarik, que normalmente contaba con 1000 efectivos, ahora albergara 800, y que Svelên solo contara con 200. Galad y Daradoth se miraron, preocupados.
Más tarde, mientras el grupo se encontraba reunido evaluando la situación, oyeron sonar cuernos de nuevo, esta vez con un tono de alarma. Se precipitaron al exterior y subieron a la torre más cercana para ver cómo tres corvax sobrevolaban la extensión de terreno que se encontraba entre las dos fortalezas gemelas. Cuando estuvieron seguros de haber captado la atención de las guarniciones, los jinetes lanzaron varias bolas de fuego y relámpagos al bosquecillo que crecía alrededor del río, con clara intención intimidatoria. Los soldados comenzaron a murmurar y a mirarse preocupados. El capitán Phâlzigar intercambió una mirada de reconocimiento y de preocupación con Daradoth. Yuria aprovechó para presentar al comandante varios diseños que había ideado la noche anterior para fabricar escorpiones con una carcasa (una especie de esfera) que les permitiría moverse en tres dimensiones. El capitán los evaluó apreciativamente aunque sin entender nada, pero visto lo visto, puso a Yuria en contacto con el maestro carpintero para empezar a trabajar en ello lo antes posible.
A los pocos minutos hacían acto de presencia por el camino del centro del valle dos comitivas de sesenta jinetes cada una, que se dividieron para dirigirse cada una a una fortaleza. Traían la noticia de la caída de Êmerik e instaron a la guarnición a rendirse, pues no tenía ninguna oportunidad de resistir ni a su grandioso ejército ni a sus jinetes de corvax. Symeon se sorprendió cuando a través de una aspillera pudo ver cómo la fortaleza Jenmarik abría sus puertas y dejaba pasar a la comitiva a su interior. Por supuesto, Phâlzigar rechazó los términos de la rendición e instó a los vestalenses a marcharse, cosa que hicieron. Avisados por Symeon, todos, incluido el capitán, pudieron ver (muy claramente gracias a la lente de Yuria) cómo la comitiva abandonaba Jenmarik transcurrida una hora aproximadamente. Phâlzigar expresó su preocupación acerca de que los Terrenales pudieran llegar a algún tipo de acuerdo con los vestalenses a cambio de garantizar la independencia de la Región.
Preocupados por cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, el grupo decidió que abandonaría Svelên cuanto antes para dirigirse hacia el norte y viajar a la Torre Emmolnir, la sede de los paladines de Emmán, preferiblemente en barco para que Symeon pudiera curar sus heridas. Faewald fue quien puso la voz discordante, insistiendo en que lo que deberían hacer era acudir o bien a lady Ilaith o bien a lady Armen, la reina de Esthalia, quien, les recordó, estaba en posesión de una de aquellas dagas negras que Daradoth llamaba kothmorui.
Mientras discutían su destino, la capitana Inilêth volvía a hacer acto de presencia ante las puertas de la fortaleza para reunirse con el capitán Phâlzigar.
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