Durante un descanso, Orestios y Galad aprovecharon para mantener una conversación sobre los viejos tiempos y los amigos comunes. Galad se interesó, como siempre que volvía a Emmolnir, por el estado de su viejo amigo de la infancia Davinios. Orestios le contó que en los últimos meses, Davinios había optado por una ausencia prolongada de la Torre por su desacuerdo en ciertas políticas que se estaban adoptando; como muy bien sabía Galad, su descontento había empezado con la masacre de los kathnitas hacía ya varios años, y había seguido aumentando con cada conflicto —religioso o no— en el que los paladines de Emmán se habían embarcado. Además, desde hacía pocos meses se venía produciendo otro hecho que había incrementado el malestar de Davinios y de algunos otros paladines, entre ellos el propio Orestios: dos de los Pastores de Emmán (la "policía" de los paladines), el hermano Ragnur y la hermana Elyse, afirmaban que su dios les hablaba en sueños prácticamente todas las noches. Según ellos, Emmán se mostraba descontento con la actitud de sus hijos más fieles; las huestes de Emmolnir deberían mostrarse mucho más activas en su expansión, multiplicar su número de forma mucho más rápida y recurrir a cualquier medio a su disposición para difundir Su Palabra y hacerla suprema en toda Aredia. Esta narración hizo rebullir de preocupación a Galad.
Después de comentar por encima las diferentes corrientes de opinión que se estaban desarrollando en la torre y cómo podía ello afectar al desempeño de las tareas realmente importantes de los paladines, Orestios dio a entender que Davinios estaba creando su propia facción en las filas de los paladines. No estaba seguro de hasta qué punto Emmolnir se acercaba a un cisma, o si el Círculo Interno pondría solución a la división interna, pero intentaría mantener a Galad informado de la situación en la medida en que le fuera posible. Ambos se santiguaron pidiendo fuerzas a Emmán, y a continuación Orestios anunció con una sonrisa que se había ofrecido voluntario para acompañar al contingente de paladines a luchar contra los invasores vestalenses a la Región del Pacto, con la esperanza de poder combatir de nuevo codo a codo con Galad; este hizo un gesto de asentimiento, agradeciendo en silencio las palabras de su amigo.
Poco después el grupo se reunía con el Gran Maestre Wentar y con el Consejo de Emmolnir. El Gran Maestre anunció su intención de poner a Galad al frente del contingente que habían solicitado como comandante, aunque este expresó sus reservas a tal nombramiento al albergar dudas sobre si podría acompañar a las tropas durante todo su viaje (tenían más misivas que entregar y más ayuda que recabar). Ante esa afirmación, el Consejo planteó la posibilidad de que las cartas fueran entregadas por otras personas mientras Galad guiaba a las tropas a la victoria en nombre de Emmán. El grupo se planteó la separación, aunque era demasiado pronto para tomar una decisión; lo evaluarían llegado el momento. Trataron varios temas y finalmente el Gran Maestre lacró una carta de poderes con la que se permitía a Galad negociar el transporte de las tropas en nombre de la Torre Emmolnir.
Yuria planteó la posibilidad de no viajar a Aucte para negociar el transporte, dado su estatus de exiliada, pero se juzgó que era imprescindible su conocimiento del ejército y de la sociedad ercestre para poder llevar a cabo la negociación con éxito.
Salieron de madrugada hacia donde había quedado atracado el Raudo, el balandro del Pacto de los Seis que les había traído a Emmolnir. A bordo del navío llegaron al amanecer al puerto de Aucte. Una ciudad ni demasiado grande ni demasiado pequeña despertaba en esos momentos. Un pequeño risco sobre el que se alzaba una fortificación separaba claramente el puerto civil del puerto militar. Atracaron en uno de los muelles libres del puerto civil. El puerto estaba dominado por un edificio de estilo típicamente ercestre, que no era sino la sede de la Compañía de Comercio de Dánara, la compañía que tenía prácticamente el monopolio del comercio marítimo ercestre y de las misiones de su flota civil. Según les explicó Yuria, la Compañía de Comercio, o, como se conocía a sus miembros más vulgarmente, "los cocodo" habían llegado a acumular un poder que no debía ser despreciado; se encargaban de casi todos los contratos de construcción de navíos del país (de hecho, mientras se acercaban al puerto habían visto cómo en el dique seco de la parte militar se estaba construyendo un nuevo galeón) y tenían incluso una flota privada de naves militares. De momento no habían planteado ningún problema a Ercestria, pero ya en los tiempos en los que Yuria había detentado su puesto de oficial se habían alzado voces que avisaban de los posibles peligros que los cocodo podían suponer para la corona en el futuro.
Se dirigieron a la posada que se encontraba cerca del lugar donde habían atracado, la única visible en aquella parte de la ciudad, ansiosos por tomar algo que les calentara el cuerpo. Daradoth se tapó con su capucha, se cubrió con abundante ropa y fingió encontrarse lesionado y enfermo para evitar levantar sospechas acerca de su raza. Symeon no llegó a tal extremo pero también adoptó una actitud discreta. El salón-taberna se encontraba bastante en calma, dada la temprana hora. Pero ya había un buen fuego en el hogar que reconfortó al instante al grupo, y una muchacha joven los atendió muy amablemente y les puso unos tazones de caldo que devoraron. Alrededor, varias mesas estaban ocupadas. Tres de ellas estaban ocupadas claramente por armadores dedicados a sus diversos quehaceres; todos ellos lucían la torques que los identificaba como miembros de la Compañía de Comercio de Doedia. Uno de ellos, un hombre alto y recio, había estado departiendo con media docena de capitanes y ya solo contaba con la presencia de uno de ellos. Galad y Yuria se acercaron a negociar con él. Maese Esteren resultó ser un súbdito ercestre que albergaba profundos prejuicios contra la orden de paladines de Emmán, así que la negociación no llegó a una conclusión satisfactoria.
Pero mientras se encontraban negociando con Esteren, Yuria se quedó helada a ojos vista. En una mesa al fondo, había reconocido a un hombre que la miraba valorativamente mientras se mesaba una elegante perilla. Aquel hombre era sin duda lord Theodor Gerias, general de los ejércitos del Arven (la frontera occidental de Ercestria) y quien había expuesto el turbio pasado de la mujer ante el Consejo Militar que la exilió. ¿Qué hacía allí, tan lejos de su cuartel general? Y sin duda la había reconocido; la desesperación comenzó a hacer mella en la ercestre, pero Galad la ayudó a recomponerse con un gesto cómplice.
Dejaron a Esteren de forma brusca y volvieron a la mesa con sus compañeros. Apenas dio tiempo a Yuria de explicar la situación a los demás porque en pocos momentos una mujer se acercaba a ella y le decía con poco más que un susurro que "su señor" la invitaba a un trago, si tenía a bien acompañarla. La antigua militar se reunió en la mesa del fondo con el regio y maduro hombre y sus dos acompañantes; efectivamente, se trataba de lord Theodor, que la saludó y le presentó a su sobrina Saeria (la mujer que se había acercado a invitarla) y a Deir'a'Dekkan, un adastrita con varias cicatrices que lucía un tatuaje de un ave en la mitad de su rostro y que tenía una mirada torva y peligrosa. Poco después se incorporaba a la conversación Stophan Vardas, el hombre de confianza del general. Contra todo pronóstico, este se mostró muy amable y se interesó por las causas de la presencia de Yuria en Aucte y por sus experiencias en los últimos meses. Ella no quería bajo ninguna circunstancia irritar al general, pues en cualquier momento podía denunciarla a los guardias que habían entrado en el salón y se encontraban tomando cerveza caliente en la barra. Así que le hizo un resumen de sus pasadas peripecias y de las razones que la habían traído de nuevo hasta Ercestria.
Los ojos de Yuria dejaron ver su sorpresa cuando lord Theodor le reveló que ya no era ni general ni lord. La invitó a subir a su habitación para poder hablar más discretamente, y así lo hicieron. El antiguo general relató cómo su hijo Alexandras había traicionado al reino filtrando secretos para algún agente externo desconocido. Y no sólo eso, sino que el maldito había huido del reino llevándose consigo una compañía entera de soldados, algunos de ellos equipados con armas de última tecnología; y no solo eso, sino que al mismo tiempo habián desaparecido (posiblemente secuestrados) dos de los científicos más brillantes de Amenarven. La traición había sido de tal magnitud que el Consejo del Reino había extendido sus sospechas hasta el propio lord Theodor, y el proceso había acabado con la condena a muerte de varias personas, entre ellas el comandante de la guarnición de Udarven, a quien se había encontrado culpable de permitir el embarque de Alexandras y sus tropas. Lord Theodor habían conseguido evitar la pena capital gracias a la negociación de la duquesa lady Eleria Amernos con el propio rey Nyatar. Finalmente se decidió que Theodor podría ver su buen nombre restablecido si encontraba a su hijo y a los traidores a tiempo para evitar una filtración catastrófica. Así que formalmente, el proceso acabó con su exilio, igual que había sido el caso de Yuria meses atrás. Y sus investigaciones acerca del agente externo le habían llevado a Aucte, donde se había encontrado con un callejón sin salida en sus pesquisas.
Mientras tanto, Galad y Symeon se habían reunido en otra de las mesas con dos armadores que se encontraban repasando cuentas, maese Varidhos y maese Toravan. Varidhos resultó ser un firme simpatizante de los paladines de Emmolnir, pues en el pasado habían salvado a su hija de una muerte segura, así que la conversación fue como una seda casi desde el principio. El armador quiso serles sincero y les reveló que su carga se había podrido en las bodegas y habían tenido que deshacerse de ella, así que les hizo una oferta más que justa por prestarles sus barcos. Unas 220 monedas de oro por tres semanas de servicio y seis transportes. El grupo extendió una letra con la carta lacrada de Emmolnir y en breves momentos se había extendido y firmado el contrato, sellado con un fuerte apretón de manos.
Acto seguido Yuria y sus acompañantes bajaban de nuevo al salón y se reunían con el resto del grupo, que ratificaron la historia de los últimos meses que la ercestre había contado al antiguo general y a la que a este le costaba dar crédito. Después de las presentaciones formales y la sorpresa por descubrir la presencia de un elfo y un errante, se puso en común la información y se pasó a discutir la posibilidad de una ayuda mutua. Yuria seguía siendo una firme patriota y la traición de Alexandras iba contra todo aquello en lo que creía. Además, quizá fuera su oportunidad de restablecer su honor y quizá su puesto. Pero resultó excederse en su celo por ayudar, porque en un momento dado de la conversación no pudo sino recordar las crípticas palabras de lady Ilaith, la Princesa Comerciante, cuando se despidió de ella creyendo que era una espía ercestre: "recuerdos para lady Eleria", dijo. Y era imposible que nadie pudiera relacionar a Eleria con la red de espías si no tenía acceso a información privilegiada; además, Ilaith había afirmado que se quería rodear de las mejores mentes y personas sobre la faz de Aredia en previsión de "lo que se avecinaba". Las palabras surgían de los labios de Yuria, atropelladas, pero con sentido, casi sin pensar. Mostrándose bastante convencida, relacionó la traición de Alexandras con lady Ilaith, del Principado de Tarkal. Todos la escuchaban con atención, sobre todo lord Theodor, que tras unos segundos de silencio instó a Yuria y por extensión, al grupo completo, a acompañarle en viaje a Tarkal para comprobar si su hijo efectivamente había trabado contacto con la Princesa Ilaith. Aunque intentaron convencerlo por todos los medios posibles para que les ayudara en el conflicto de la Región del Pacto, la posición de lord Theodor fue inamovible: para él lo más urgente era que los secretos militares de Ercestria no cayeran en manos extranjeras; después de todo lo que habían invertido en evitarlo, era una vergüenza que su propio hijo fuera quien acabara con todo aquello y extraer a los dos científicos secuestrados (o acabar con ellos) era la tarea que ahora tenía la máxima prioridad.
El puerto de Aucte |
Después de comentar por encima las diferentes corrientes de opinión que se estaban desarrollando en la torre y cómo podía ello afectar al desempeño de las tareas realmente importantes de los paladines, Orestios dio a entender que Davinios estaba creando su propia facción en las filas de los paladines. No estaba seguro de hasta qué punto Emmolnir se acercaba a un cisma, o si el Círculo Interno pondría solución a la división interna, pero intentaría mantener a Galad informado de la situación en la medida en que le fuera posible. Ambos se santiguaron pidiendo fuerzas a Emmán, y a continuación Orestios anunció con una sonrisa que se había ofrecido voluntario para acompañar al contingente de paladines a luchar contra los invasores vestalenses a la Región del Pacto, con la esperanza de poder combatir de nuevo codo a codo con Galad; este hizo un gesto de asentimiento, agradeciendo en silencio las palabras de su amigo.
Poco después el grupo se reunía con el Gran Maestre Wentar y con el Consejo de Emmolnir. El Gran Maestre anunció su intención de poner a Galad al frente del contingente que habían solicitado como comandante, aunque este expresó sus reservas a tal nombramiento al albergar dudas sobre si podría acompañar a las tropas durante todo su viaje (tenían más misivas que entregar y más ayuda que recabar). Ante esa afirmación, el Consejo planteó la posibilidad de que las cartas fueran entregadas por otras personas mientras Galad guiaba a las tropas a la victoria en nombre de Emmán. El grupo se planteó la separación, aunque era demasiado pronto para tomar una decisión; lo evaluarían llegado el momento. Trataron varios temas y finalmente el Gran Maestre lacró una carta de poderes con la que se permitía a Galad negociar el transporte de las tropas en nombre de la Torre Emmolnir.
Yuria planteó la posibilidad de no viajar a Aucte para negociar el transporte, dado su estatus de exiliada, pero se juzgó que era imprescindible su conocimiento del ejército y de la sociedad ercestre para poder llevar a cabo la negociación con éxito.
Salieron de madrugada hacia donde había quedado atracado el Raudo, el balandro del Pacto de los Seis que les había traído a Emmolnir. A bordo del navío llegaron al amanecer al puerto de Aucte. Una ciudad ni demasiado grande ni demasiado pequeña despertaba en esos momentos. Un pequeño risco sobre el que se alzaba una fortificación separaba claramente el puerto civil del puerto militar. Atracaron en uno de los muelles libres del puerto civil. El puerto estaba dominado por un edificio de estilo típicamente ercestre, que no era sino la sede de la Compañía de Comercio de Dánara, la compañía que tenía prácticamente el monopolio del comercio marítimo ercestre y de las misiones de su flota civil. Según les explicó Yuria, la Compañía de Comercio, o, como se conocía a sus miembros más vulgarmente, "los cocodo" habían llegado a acumular un poder que no debía ser despreciado; se encargaban de casi todos los contratos de construcción de navíos del país (de hecho, mientras se acercaban al puerto habían visto cómo en el dique seco de la parte militar se estaba construyendo un nuevo galeón) y tenían incluso una flota privada de naves militares. De momento no habían planteado ningún problema a Ercestria, pero ya en los tiempos en los que Yuria había detentado su puesto de oficial se habían alzado voces que avisaban de los posibles peligros que los cocodo podían suponer para la corona en el futuro.
Se dirigieron a la posada que se encontraba cerca del lugar donde habían atracado, la única visible en aquella parte de la ciudad, ansiosos por tomar algo que les calentara el cuerpo. Daradoth se tapó con su capucha, se cubrió con abundante ropa y fingió encontrarse lesionado y enfermo para evitar levantar sospechas acerca de su raza. Symeon no llegó a tal extremo pero también adoptó una actitud discreta. El salón-taberna se encontraba bastante en calma, dada la temprana hora. Pero ya había un buen fuego en el hogar que reconfortó al instante al grupo, y una muchacha joven los atendió muy amablemente y les puso unos tazones de caldo que devoraron. Alrededor, varias mesas estaban ocupadas. Tres de ellas estaban ocupadas claramente por armadores dedicados a sus diversos quehaceres; todos ellos lucían la torques que los identificaba como miembros de la Compañía de Comercio de Doedia. Uno de ellos, un hombre alto y recio, había estado departiendo con media docena de capitanes y ya solo contaba con la presencia de uno de ellos. Galad y Yuria se acercaron a negociar con él. Maese Esteren resultó ser un súbdito ercestre que albergaba profundos prejuicios contra la orden de paladines de Emmán, así que la negociación no llegó a una conclusión satisfactoria.
Pero mientras se encontraban negociando con Esteren, Yuria se quedó helada a ojos vista. En una mesa al fondo, había reconocido a un hombre que la miraba valorativamente mientras se mesaba una elegante perilla. Aquel hombre era sin duda lord Theodor Gerias, general de los ejércitos del Arven (la frontera occidental de Ercestria) y quien había expuesto el turbio pasado de la mujer ante el Consejo Militar que la exilió. ¿Qué hacía allí, tan lejos de su cuartel general? Y sin duda la había reconocido; la desesperación comenzó a hacer mella en la ercestre, pero Galad la ayudó a recomponerse con un gesto cómplice.
Dejaron a Esteren de forma brusca y volvieron a la mesa con sus compañeros. Apenas dio tiempo a Yuria de explicar la situación a los demás porque en pocos momentos una mujer se acercaba a ella y le decía con poco más que un susurro que "su señor" la invitaba a un trago, si tenía a bien acompañarla. La antigua militar se reunió en la mesa del fondo con el regio y maduro hombre y sus dos acompañantes; efectivamente, se trataba de lord Theodor, que la saludó y le presentó a su sobrina Saeria (la mujer que se había acercado a invitarla) y a Deir'a'Dekkan, un adastrita con varias cicatrices que lucía un tatuaje de un ave en la mitad de su rostro y que tenía una mirada torva y peligrosa. Poco después se incorporaba a la conversación Stophan Vardas, el hombre de confianza del general. Contra todo pronóstico, este se mostró muy amable y se interesó por las causas de la presencia de Yuria en Aucte y por sus experiencias en los últimos meses. Ella no quería bajo ninguna circunstancia irritar al general, pues en cualquier momento podía denunciarla a los guardias que habían entrado en el salón y se encontraban tomando cerveza caliente en la barra. Así que le hizo un resumen de sus pasadas peripecias y de las razones que la habían traído de nuevo hasta Ercestria.
Los ojos de Yuria dejaron ver su sorpresa cuando lord Theodor le reveló que ya no era ni general ni lord. La invitó a subir a su habitación para poder hablar más discretamente, y así lo hicieron. El antiguo general relató cómo su hijo Alexandras había traicionado al reino filtrando secretos para algún agente externo desconocido. Y no sólo eso, sino que el maldito había huido del reino llevándose consigo una compañía entera de soldados, algunos de ellos equipados con armas de última tecnología; y no solo eso, sino que al mismo tiempo habián desaparecido (posiblemente secuestrados) dos de los científicos más brillantes de Amenarven. La traición había sido de tal magnitud que el Consejo del Reino había extendido sus sospechas hasta el propio lord Theodor, y el proceso había acabado con la condena a muerte de varias personas, entre ellas el comandante de la guarnición de Udarven, a quien se había encontrado culpable de permitir el embarque de Alexandras y sus tropas. Lord Theodor habían conseguido evitar la pena capital gracias a la negociación de la duquesa lady Eleria Amernos con el propio rey Nyatar. Finalmente se decidió que Theodor podría ver su buen nombre restablecido si encontraba a su hijo y a los traidores a tiempo para evitar una filtración catastrófica. Así que formalmente, el proceso acabó con su exilio, igual que había sido el caso de Yuria meses atrás. Y sus investigaciones acerca del agente externo le habían llevado a Aucte, donde se había encontrado con un callejón sin salida en sus pesquisas.
Mientras tanto, Galad y Symeon se habían reunido en otra de las mesas con dos armadores que se encontraban repasando cuentas, maese Varidhos y maese Toravan. Varidhos resultó ser un firme simpatizante de los paladines de Emmolnir, pues en el pasado habían salvado a su hija de una muerte segura, así que la conversación fue como una seda casi desde el principio. El armador quiso serles sincero y les reveló que su carga se había podrido en las bodegas y habían tenido que deshacerse de ella, así que les hizo una oferta más que justa por prestarles sus barcos. Unas 220 monedas de oro por tres semanas de servicio y seis transportes. El grupo extendió una letra con la carta lacrada de Emmolnir y en breves momentos se había extendido y firmado el contrato, sellado con un fuerte apretón de manos.
Acto seguido Yuria y sus acompañantes bajaban de nuevo al salón y se reunían con el resto del grupo, que ratificaron la historia de los últimos meses que la ercestre había contado al antiguo general y a la que a este le costaba dar crédito. Después de las presentaciones formales y la sorpresa por descubrir la presencia de un elfo y un errante, se puso en común la información y se pasó a discutir la posibilidad de una ayuda mutua. Yuria seguía siendo una firme patriota y la traición de Alexandras iba contra todo aquello en lo que creía. Además, quizá fuera su oportunidad de restablecer su honor y quizá su puesto. Pero resultó excederse en su celo por ayudar, porque en un momento dado de la conversación no pudo sino recordar las crípticas palabras de lady Ilaith, la Princesa Comerciante, cuando se despidió de ella creyendo que era una espía ercestre: "recuerdos para lady Eleria", dijo. Y era imposible que nadie pudiera relacionar a Eleria con la red de espías si no tenía acceso a información privilegiada; además, Ilaith había afirmado que se quería rodear de las mejores mentes y personas sobre la faz de Aredia en previsión de "lo que se avecinaba". Las palabras surgían de los labios de Yuria, atropelladas, pero con sentido, casi sin pensar. Mostrándose bastante convencida, relacionó la traición de Alexandras con lady Ilaith, del Principado de Tarkal. Todos la escuchaban con atención, sobre todo lord Theodor, que tras unos segundos de silencio instó a Yuria y por extensión, al grupo completo, a acompañarle en viaje a Tarkal para comprobar si su hijo efectivamente había trabado contacto con la Princesa Ilaith. Aunque intentaron convencerlo por todos los medios posibles para que les ayudara en el conflicto de la Región del Pacto, la posición de lord Theodor fue inamovible: para él lo más urgente era que los secretos militares de Ercestria no cayeran en manos extranjeras; después de todo lo que habían invertido en evitarlo, era una vergüenza que su propio hijo fuera quien acabara con todo aquello y extraer a los dos científicos secuestrados (o acabar con ellos) era la tarea que ahora tenía la máxima prioridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario