Con Andrea Bauer y sus hombres, el grupo estaba compuesto ahora por una veintena de miembros, a todas luces demasiados para poder moverse con soltura. Así que decidieron que cuatro de ellos permanecerían allí, en Madrid, en las inmediaciones de la Biblioteca, para asegurar su protección.
Así, diecisiete personas (Sigrid, Tomaso, Derek, Patrick, Robert, Jonathan, Sally, Esther, Francis, Pierre, Andrea Bauer y los seis hombres restantes) embarcaron en un avión con destino a Varsovia, desde donde Pascal Weber había partido con el libro hacia Gdansk.
Investigaron las agencias de alquiler de automóviles del aeropuerto —alegando que Pascal Weber era un amigo suyo que había desaparecido y la policía no les hacía mucho caso—, y en una de ellas efectivamente resultó existir el registro del alemán como cliente. Pero para frustración del grupo y de la encargada que les atendía, no había ningún registro de reserva ni de pago con tarjeta; que no existiera el movimiento de pago entraba dentro de las posibilidades, pues según les había explicado Andrea, las tarjetas que usaban los Hijos de Sant Germain no dejaban rastro; pero que no existiera el registro de reserva ni de entrega sí que tenía a la empleada del alquiler consternada. Patrick le dio las gracias por su ayuda con una sonrisa embaucadora, y se dirigieron a hablar con el encargado de los check-in. Tras soltarle el mismo cuento, el hombre se avino a ayudarles, y efectivamente encontró en los archivadores físicos el recibo firmado por Weber. Pero tras realizar un par de llamadas nadie pudo confirmar que los coches (cuatro todoterrenos) habían sido entregados en Gdansk según lo previsto.
Las armas que Weber y sus hombres habían conseguido habían sido provistas por la gente de John Tradtford, después de que hubieran alquilado los coches, y así se lo confirmaron los propios proveedores a Andrea, sin poder darle ninguna otra información de interés.
Ya en el hotel, Tomaso y Sally se dedicaron varias horas a investigar en la red sobre acontecimientos extraños en las carreteras polacas. Finalmente, dieron con un oscuro rincón de la web de autovías donde se llevaba un registro de los accidentes ocurridos en ellas. En una horquilla de dos días alrededor de la desaparición de Weber y los demás, cuatro accidentes habían ocurrido en la autovía Varsovia-Gdansk. Tomaso repasó las fotografías, y en una de ellas su ojo experto reconoció el bulto de una pistola en el cinto de uno de los presentes. Los datos coincidían: ese debía ser el accidente que dejó fuera de circulación a los Hijos de Sant Germain. Tomó buena nota del punto kilométrico, y hacia allí se dirigirían el día siguiente.
A escaso un kilómetro antes del punto del siniestro se detuvieron en una estación de servicio. Uno de los camareros hablaba en alemán y Francis pudo traducir las preguntas del grupo. Tras vencer las suspicacias del hombre, este compartió con ellos los hechos de aquel día. Les habló de una gran explosión que se había oído a lo lejos; por su experiencia militar estaba convencido de que dicha explosión no podía ser atribuida al accidente de camión que más tarde explicarían todos los medios de comunicación. Además, al poco rato pudo ver un par de helicópteros militares que se alejaban de la escena hacia el noreste. Todos se miraron inquietos, y dieron las gracias al camarero por su ayuda.
Se acercaron a la escena del accidente por los caminos laterales. Pronto llegaron a la vista del punto de la calzada donde se veían frenazos y asfalto quemado. Saltaron la valla que daba acceso a la autovía y, sabiendo que estaba prohibido estar allí y que en cualquier momento podía aparecer la policía, Sigrid procedió a la realización del ritual lo más rápidamente posible. Efectivamente, la pluma de águila atada a la cuerda giró en el aire y calló al suelo recta como una flecha. Haciendo uso del material de orientación con el que se habían preparado debidamente tomaron nota de sus coordenadas y de la dirección apuntada por la flecha, y volvieron rápidamente al hotel.
Allí, haciendo uso de los mapas y los cálculos pertinentes, trazaron una línea recta desde su posición. Arquearon las cejas cuando el núcleo de población más importante atravesado por la raya resultó ser la ciudad de Archangelsk, al norte de Rusia. La distancia a la que se encontraba la ciudad era consistente con la sensación de distancia que había experimentado Sigrid al realizar el ritual, así que decidieron prepararlo todo para salir hacia allá. Dos días más tarde embarcarían con destino a Moscú, desde donde un tren les llevaría hasta Archangelsk.
Tras dejar el equipaje se dedicaron a hablar con los recepcionistas y a dar una vuelta por la ciudad. Según les dijeron, el turismo había sufrido un bajón importante en los últimos dos años, todo lo contrario que el puerto militar, que había sido ampliado hasta casi el triple de su superficie en la última década. Una corporación extranjera llamada Erde & Mahl había firmado unos acuerdos con el ejército ruso y ahora se desarrollaban unos proyectos muy importantes en el complejo del puerto; no supieron decirles más. No tardaron en averiguar que E&M formaba parte del entramado empresarial alrededor de UNSUP, y desde una loma cercana a la ciudad pudieron ver que en el interior del complejo del puerto militar se había puesto en marcha una pequeña central nuclear además de otros edificios de uso desconocido. Helicópteros militares iban y venían casi sin interrupción.
Un poco de investigación por parte de Tomaso también destapó que en los últimos diez años Archangelsk había tenido muchos problemas con una secta satánica llamada "Los Descendientes". La secta parecía heredera de una serie de hermandades secretas de los siglos XVII y XVIII relacionadas con la Golden Dawn y los Francmasones. Quizá podrían averiguar algo más por aquel camino.
De momento, optaron por ejecutar el ritual en la seguridad de su habitación de hotel. Y así procedió Sigrid, con mucho cuidado esta vez para no estropear su efecto. Parte del grupo se reflejaba en un gran espejo colgado en la pared frente a la cama. Y a Patrick se le erizó el vello de la nuca cuando vio que el reflejo de Robert se giraba hacia él con los ojos negros como el carbón. El reflejo salió de donde se encontraba entre las imágenes de Patrick y Tomaso y se dirigió hacia el primero, mutando en una sombra ominosa y extraña, muy parecida a las que Patrick recordaba de su experiencia ante el monolito de Canadá. Lo primero que se le ocurrió al profesor de filosofía fue tirar la esquirla que llevaba en el bolsillo; la sombra pareció entonces un poco confusa, y pareció que se ponía a olfatear el entorno; pero pronto se orientó de nuevo y extendió algo parecido a una mano hacia el espejo, hacia Patrick; increpó a Derek y Tomaso, instándoles a mirar al espejo, pero estos no vieron nada en él. Cuando Derek se acercó a Patrick, la sombra pareció confundirse de nuevo, y en ese momento, Sigrid completó el ritual. El espejo volvió a reflejar la escena de la habitación y Patrick suspiró aliviado, relajando la tensión con la que había estado apretando el antebrazo de Tomaso.
Después de tranquilizar a Patrick, tapar el espejo y realizar los cálculos pertinentes, una oleada de pánico recorrió las mentes del profesor y de Tomaso cuando la línea trazada desde su posición atravesaba claramente el punto de Tunguska donde habían pasado por la experiencia más traumática de sus vidas. Tomaso se sentó en la cama encogido como un niño y Patrick comenzó a dar largos tragos de una botella de whisky, mientras Sigrid explicaba a Derek y los demás lo difícil que había sido salir de aquel lugar.
Desde luego, la condición de ambos miembros del grupo dificultaba mucho la posibilidad de hacer algo útil en Tunguska, así que Sigrid propuso viajar primero a París para que fueran tratados por los psicomagos y ver si podían recuperarlos en el tiempo récord del que se suponía eran capaces.
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