Poco después del amanecer Patrick encontró por fin las fuerzas necesarias para ponerse en marcha después de asimilar la paradoja de su nueva vida no vivida. Por fortuna, la existencia de sus amigos hacía vibrar un pequeño rincón de su mente y esperaba poder reunirse con ellos pronto.
Mientras desayunaba en una cafetería cercana, el profesor casi se atraganta cuando vio un programa matutino en la televisión donde presentaban al "excelentísimo alcalde de Nueva York" ¡¡¡Dan Simmons!!! Dio un respingo, pero mantuvo la calma; era posible que Simmons fuera una persona completamente diferente en esta existencia; esperaba que así fuera.
Tras un par de averiguaciones, descubrió que Derek seguía siendo el director de la CCSA en Nueva York en esta encarnación; "menos mal, eso hará más fáciles las cosas", pensó. Llamó a la central, donde le dijeron que resultaría imposible que el director Hansen lo recibiera por encontrarse de baja laboral; si lo deseaba, podría encontrarse con la subdirectora Margaret Berger. Patrick rechazó el encuentro con la subalterna y recurrió a su lazo kármico con Derek para intentar encontrarlo por pura intuición. Fue costoso, pero tras dar algunas vueltas llegó por fin al edificio donde debía de encontrarse su amigo; su vínculo así lo revelaba.
*****
Derek bebió un sorbo de su vaso de whisky, preocupado porque tenía la sensación de que el rostro de su compañera —y amante— Susan se estaba difuminando en sus recuerdos. Ya hacía dos meses que la había encontrado muerta en aquella cochambrosa habitación de hotel, a ella y Ethan Philips, otro valioso agente de la CCSA. El congresista Ackerman le había obligado a coger unos meses de descanso mientras se alargara el tratamiento psicológico, pero él no había cejado en su empeño de investigar qué había pasado. Poco antes de su muerte, Susan le había telefoneado diciéndole que en la guantera de su coche tenía una copia del informe sobre sus pesquisas; había gente realmente importante implicada en "algo muy gordo". Después de gritar desesperado por la muerte de Susan en la habitación del hotel, había corrido al coche, que se encontraba en llamas, y había podido salvar algunos de sus papeles. Con paciencia y mucho cuidado por su mal estado, había conseguido deducir algunos nombres: Dan Simmons (el alcalde), Tomaso Belgrano (este nombre le sonaba de algo), Alex Abel (un multimillonario de color bastante conocido), y un tal Edward Freeman (totalmente desconocido para él). Se estaba rompiendo la cabeza desde hacía días intentando descubrir alguna conexión entre ellos, pero de momento no había tenido éxito. Y ahora alguien llamaba al timbre de su puerta.
Patrick tuvo que insistir tres o cuatro veces antes de que Derek reaccionara, algo molesto por la interrupción. Pero cuando el director de la CCSA abrió la puerta, el enfado pasó para dar paso a otro sentimiento... una especie de... reconocimiento familiar. Así las cosas no hizo falta mucha insistencia para que hiciera caso de la petición de Patrick de salir juntos a tomar algo a una cafetería cercana. Allí, el profesor le contó a Derek la verdadera historia de su vida, lo que habían pasado juntos y lo que había sucedido en Tunguska. La extrema elocuencia de Patrick tuvo su efecto al cabo de una media hora: los recuerdos acudieron en tropel a la mente de Derek, que tuvo que contener un gesto de dolor y una sensación de náuseas que casi da con él en el suelo. Patrick llevó a su amigo hasta los servicios, donde tuvo que aplicar al máximo sus conocimientos de psicología para que no colapsara. Al cabo de un rato, tras haberse abrazado y derramado alguna lágrima, volvían a la mesa para evaluar qué había sucedido y cómo reunirían de nuevo al grupo. Por otro lado, Derek puso al día a Patrick de la tragedia que había vivido (¿o no vivido?) recientemente, y la investigación que estaba llevando a cabo.
Todo aquello convenció a Derek de que ya era hora de regresar a la CCSA para ponerse al mando de las operaciones y poder emplear sus recursos para encontrar al resto de sus amigos e intentar arreglar la situación; Patrick se mostraba convencido de que la existencia se aproximaba a un desastre y la palabra de su amigo bastaba para poner todo su empeño en remediar aquello. Ya en la CCSA, Derek presentó al profesor como un nuevo agente (y realmente ordenó su contratación) experto en psicología. Gracias a su carisma y a la excelente presentación que hizo Derek, Patrick cayó en gracia a todos los reunidos, que le acogieron de forma muy cálida. Haciendo uso de los recursos de la agencia no les costó averiguar la direción de Sigrid, un lujoso ático junto a Central Park. Con Tomaso no hubo tanta suerte, así que dejaron su descripción a un par de agentes a los que encargaron su búsqueda en las bases de datos.
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Tuvo que interrumpir la conversación cuando el conserje llamó por la línea interna; a través de la cámara de recepción le informó de que había dos hombres que deseaban encontrarse con ella. Al ver a Patrick y a Derek a través de la imagen, Sigrid tuvo una sensación que solamente pudo calificar de "extraña". No supo por qué, pero le dijo al conserje que los dejara subir. Pocos instantes más tarde, abría la puerta ella misma, rechazando con un gesto displicente a su mucama. La sensación en sus entrañas e aguzó aún más cuando tuvo a los extraños en persona ante ella; sin saber todavía muy bien por qué, los invitó a pasar. Esta vez Patrick no lo tuvo tan fácil. La aversión de Sigrid por el desorden material y espiritual no dejó que hablara más que unos pocos minutos antes de que ella, horrorizada, los invitara a abandonar su apartamento. Patrick, buen conocedor del carácter de su amiga, juzgó que sería mejor marcharse y volver a intentarlo pasado un tiempo prudencial, mientras asimilaba lo poco que había podido relatarle hasta el momento.
De vuelta a la CCSA, la subdirectora Berger tenía noticias: la descripción que habían dado de Tomaso coincidía con el retrato de un sospechoso relacionado con la mafia italoamericana del que solo constaba el apodo "Mr. Fixer". Un rápido vistazo al retrato permitió que lo identificaran sin ninguna duda como Tomaso. Por desgracia, no había ni rastro de algo parecido a una dirección; eso sí, llamaba la atención que había sido visto en las inmediaciones del crimen de la agente Susan.
Al carecer de ninguna pista, Derek y Patrick decidieron intentar utilizar el vínculo kármico tal y como el profesor había hecho para encontrar a Derek en primera instancia.
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Tomaso se encontraba en una de sus cafeterías preferidas, compartiendo un café con su amiga (en realidad, algo más que amiga) Sally Whitfield. La información que ella le proporcionaba solía serle de gran utilidad, gracias a ese grupo de hackers con el que se encontraba siempre en contacto, los Omega Prime. Siempre había noticias nuevas en las páginas web conspiranoicas que aparecían y desaparecían en cuestión de días. Ahora mismo le estaba ayudando a averiguar por qué sus contactos en la familia parecían mostrarse tan reticentes a encontrarse con él. Todo había empezado hacía un par de meses, con el asesinato de la tipa aquella... Susan Sanders creía recordar que se llamaba, una especie de agente federal edulcorada... no había podido llegar a tiempo, pero aquello no podía eclipsar años de arreglos con éxito... ¿o sí? Había alguien moviendo los hilos muy arriba, seguro, y si alguien podía averiguar quién, esa era Sally y su grupito de frikis informáticos...
Cuando vio aparecer por la puerta al tío de la barba y al rubio nórdico sintió un escalofrío. La sensación que siguió fue extraña, pero en realidad agradable. Era como si los conociera de toda la vida, aunque estaba seguro de que nunca los había visto. Sin entender muy bien por qué, invitó a sentarse a su mesa a Patrick y a Derek, y a petición de estos, Sally se marchó para que pudieran hablar a solas.
Tuvieron una larga conversación durante la que Tomaso no pareció reaccionar de ningún modo, a excepción de esa sensación de familiaridad que reconoció sentir. Así que Patrick decidió pasar a cosas mayores; haciendo uso (bastante peligroso) de su habilidad de alteración del continuo, consiguió inundar la mente de Tomaso con sus recuerdos. El italiano no pudo llevarlo tan bien como lo había hecho Derek, y se vio colapsado por el súbito aluvión de memorias. Hubieron de sacarlo de allí entre sollozos y mareos, y no pudo reaccionar más que al cabo de un par de horas. Le parecía increíble lo que había pasado, pero abrazó a sus amigos estrechamente, con ese sentimiento de complicidad que daba el sospechar que serían de los poquísimos en el mundo que sabían lo que había sucedido realmente con la Creación, si es que realmente había algún otro que lo recordaba.
Por la tarde, Tomaso iría a sincerarse con Sally mientras Patrick llamaba a la Universidad para informar que dejaría de asistir algunos días y visitaba el convento (en Bronx) donde tenían bajo custodia a Lupita. A Sally le costó mucho creer la historia de su amigo, pero ante la insistencia de este comenzó a dudar. Tomaso comprendía su reticencia; si él hubiera estado en el lugar de ella, seguramente habría reaccionado mucho peor. A Patrick le permitieron ver a Lupita a través de un estrecho ventanuco; no pudo observarla durante mucho rato, pues no se parecía en nada a la dulce niña que había amado (o no) los pasados años. Las posesiones parecían estar a la orden del día en esta nueva encarnación de la existencia, al menos desde los pasados cien años o cosa así; en el convento se encontraban custodiados varias decenas de niños, y solo en la ciudad de Nueva York había al menos una docena más de edificios parecidos a este.
El día siguiente, reunidos de nuevo los tres, se dirigieron a visitar de nuevo a Sigrid. Patrick volvió a insistir durante el desayuno en que debían actuar porque la existencia estaba... "mal". Estaba seguro de que la realidad se encontraba en un estado inestable y que no iba a hacer más que ir a peor. No sabía realmente qué significaban exactamente sus palabras, solo que podía sentir esa especie de inestabilidad metafísica de fondo que abocaba a la existencia al desastre.
Sigrid volvió a recibirles en su apartamento con algo de impaciencia, porque justo en ese momento se estaba arreglando para una importante comida con Emil Jacobsen, con otros libreros y con Franz Liszt, ministro de cultura de Austria. Esta vez no se anduvieron con chiquitas: recurrieron a los recuerdos más traumáticos de la anticuaria para intentar hacerla reaccionar; mencionaron a su hijo Daniel, la lengua Alter, su período de posesión, su tratamiento de choque... y por fin su mente se abrió. El impacto sobre su consciencia fue incluso mayor que el de sus compañeros, pues ella había sido (o no sido) una persona mucho peor en esta encarnación. Su Yo sufrió mucho con aquella revelación, pero afortunadamente se encontraban en un sitio privado y seguro y pudo emplear todo el tiempo que fue necesario para asimilar los recuerdos y recuperarse. Evidentemente, tuvieron que excusarla ante Emil Jacobsen fingiendo una enfermedad repentina.
Cuando Sigrid se recuperó lo suficiente fue el momento del emotivo reencuentro; el cuarteto estaba al completo por fin. El silencio cómplice se alternó con la charla preocupada en la que intentaron decidir su curso de acción. Hablaron sobre Tunguska, sobre el Conde St. Germain, sobre las sensaciones apocalípticas de Patrick, y sobre el Polvo de Dios. Al parecer, en aquella realidad, Robert se había retirado de la vida pública hacía unos pocos años, y el Polvo no parecía existir.
A media tarde alguien llamó al timbre. La cámara reveló la presencia en el vestíbulo de Emil Jacobsen y los libreros Jack y Rose. Y tenían pinta de cabreados. Sigrid los recibió con ropa de casa y fingiendo encontrarse fatal, mientras el resto del grupo se ocultaba. Finalmente, Emil y los demás se marcharon, poco convencidos y bastante molestos.
Se trasladaron a la CCSA, donde Derek les concedió un pase de colaborador, y este recibió una llamada de Philip Ackerman. El congresista dio la bienvenida al director, y tras asegurarse de que se encontraba recuperado de su trauma con Susan llamó su atención sobre tres casos que la subdirectora Berger había tramitado durante su ausencia. Los casos resumían la esencia de aquello para lo que había sido creada la CCSA, puesto que todos ellos giraban alrededor de sujetos implicados en sucesos extraordinarios, quizá incluso sobrenaturales. Cada sujeto tenía un nombre real y un nombre en clave; los nombres en clave eran "Extraño", "Extremadamente Peligrosa", e "Inestable". El corazón de Derek dio un vuelco cuando leyó el nombre real del tercer sujeto, de Inestable: Edward Freeman. El cuarto nombre, desconocido, que figuraba en los papeles del informe de Susan... tendría que estudiar aquello más a fondo. Además, aquello le recordó que Tomaso también figuraba entre los implicados. Derek también aprovechó la llamada del congresista para preguntarle por su relación personal con el alcalde, Dan Simmons. Ackerman no respondió otra cosa sino lo que el grupo esperaba: nunca se había llevado bien con Simmons, porque era un tipo sucio. Su carisma empequeñecía cualquier asunto turbio que lo implicara, pues la gente lo adoraba; pero Ackerman afirmaba que eran conocidos por un pequeño círculo los contactos del alcalde con la mafia, los yakuza, las tríadas y quién sabía qué más; se rumoreaba (en voz muy muy baja) que él mismo era la cúspide de un imperio del crimen de extensión internacional.
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