Todos vieron cómo los ojos de Daradoth lucían más o menos el mismo aspecto que los de Galad, con el iris repleto de puntos brillantes parecidos a estrellas en miniatura. Sin duda, Nassaröth le había otorgado su favor al elfo, igual que Emmán había hecho con el paladín. Al contrario que Galad, a Daradoth le costó contener el flujo de poder que ahora corría por su cuerpo, pues no estaba acostumbrado a canalizar el poder de ningún avatar, e incluso hubo un momento en el que parecía que iba a estallar, con lo que Yuria estuvo a punto de tener que anular su poder con el talismán de nulificación. Gracias a la realización de algunos ejercicios de meditación con Symeon pudo calmar sus ánimos y conseguir estabilizarse; por suerte, su habitual dispersión había desaparecido y ahora se notaba mucho más enfocado y capaz de concentrarse, así que finalmente consiguió volver a la normalidad.
Inseguros acerca de si alguien más en el grupo contaba con el favor de algún avatar, el siguiente período de descanso decidieron pasarlo en otro de los templos. Se trataba del templo de Savainnë1, aunque nunca llegaron a saber con seguridad a quién estaba consagrado. Las nuevas habilidades de Galad sirvieron para acallar lo suficiente los omnipresentes murmullos y poder tener un sueño reparador.
Mientras Yuria y el propio Galad se encontraban de guardia junto con Arakariann, a la ercestre le pareció escuchar un ruido, algo parecido a un gruñido. Avisó con un gesto a sus compañeros. Se pusieron en guardia, y pronto pudieron oír una especie de olfateo seguido de un ligerísimo gruñido al otro lado de las maderas que habían amontonado para protegerse. Algo estaba a punto de rodear el parapeto, y vería su luz. La hoja de Galad se deslizó suavemente por la vaina, sin ruido, lentamente, mientras contenía la respiración y sus ojos estrellados se cruzaban con los de Yuria en una comunicación muda pero muy expresiva.
Al punto, el paladín se lanzó al ataque mientras la ercestre y el elfo despertaban a los demás. Su talismán de luz no tardó en alumbrar la figura de uno de aquellos enormes lobos que parecían hechos de sombras que ya habían visto alguna noche anterior. Sus ojos rojos parecían arder mientras daba un salto atrás. La hoja consagrada a Emmán arrancó jirones de sombra de la bestia, pero no pudo evitar que esta aullara. El aullido, con una reverberación sobrenatural, restalló en los oídos de todo el grupo, causándoles un intenso dolor de cabeza, aturdiéndolos y despertando a aquellos que todavía estaban dormidos. Sin duda, aquello alertaría a los enemigos que se encontraban buscándolos.
Un segundo lobo llegó pocos segundos después, y el combate se recrudeció. Yuria y Daradoth se incorporaron a la refriega, y mientras la espada del elfo hería una y otra vez al enorme engendro, el talismán de la ercestre probaba ser inútil al entrar en contacto con él, pues atravesaba sin efecto las extrañas fumaradas que lo componían. Faewald fue alcanzado por una dentellada en el brazo, que se lo dejó inútil.
Mientras tanto, Symeon, Arakariann y Ginnerion intentaban despejar la parte de atrás del templo, que se encontraba derruida y cubierta de espesa vegetación. Las hachas de los elfos subían y bajaban a gran velocidad, mordiendo los troncos y dejando algo parecido a un túnel. La espada de Galad daba ya cuenta del primer lobo mientras el segundo aullaba de nuevo con la misma reverberación dolorosa del primero.
Entonces, el suelo comenzó a estremecerse. Enormes impactos acompañados de un estruendoso ruido y del correspondiente temblor en el suelo revelaban la presencia de uno de aquellos impresionantes colosos de acero negro con los que ya se habían cruzado en alguna ocasion. En pocos segundos, el techo del templo empezó a sacudirse víctima de sobrecogedores golpes que empezaron a arrojar grandes cascotes al suelo. Uno de ellos a punto estuvo de impactar en Yuria, que lo esquivó en el último momento. Por suerte, esos mismos cascotes provocaron una ligera retirada de los sabuesos oscuros, lo cual dio un momento de respiro a los combatientes del grupo.
—¡¡Vamos!! —rugió Symeon—. ¡Arakariann y Ginnerion ya han despejado el camino! ¡¡¡Corred, deprisa!!!
Esquivando los enormes trozos de mampostería que ya caían por doquier, Daradoth, Yuria y Galad rodearon los parapetos, treparon por las rocas y se escabulleron rápidamente por el hueco abierto por sus compañeros. Arañados por las zarzas y rasgados por los cardos, salieron por fin al exterior, cubierto por un bosque tupido. Pero un nuevo aullido sobrenatural reveló la presencia de sus perseguidores, más cerca de lo que habrían deseado. Comenzaron así un penoso pasaje a través de la vegetación que les llevó varias horas desesperantes.
En un momento dado, mientras se abrían paso a través del bosque, se dieron de bruces con un muro. Superándolo, se vieron en lo que parecía ser el patio trasero de un edificio que según todos los indicios parecía un templo. Así que decidieron atravesar una de las puertas que daba acceso al interior. La puerta daba acceso a una especie de capilla donde, sobre un altar, se erguía una estatua de márol níveo con forma de sirena. "Si esto es un templo y eso es una sirena, seguramente estamos en suelo consagrado a Sephinöth2", pensó Symeon. Pero no pudo divagar mucho en sus pensamientos, pues casi al punto Daradoth les advirtió:
—La Sombra es fuerte aquí —el elfo notaba la incómoda picazón que Erythyonn le había enseñado a detectar en los dominios del Vigía— deberíamos marcharnos, corremos peligro.
Galad se sobresaltó cuando levantó la vista de nuevo hacia la estatua, y esta parecía haber girado la cabeza para mirarle a los ojos.
—Sí, salgamos de aquí, rápido —asintió hacia Daradoth.
Ya se aprestaban a volver por donde habían venido cuando una voz extraña, aunque reconociblemente femenina, habló a sus espaldas.
—¿Dónde vais, viajeros? —interrogó, meliflua—. Parecéis cansados, ¿no os apetece dormir un rato a salvo de todo? Os prometo que yo os protegeré...
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de todo el grupo cuando el poder de la Sombra los intentó poseer. Yuria notó cómo Daradoth se paraba, y advirtió a Galad y Faewald, que tuvieron que forcejear con él para obligarlo a seguir, mientras por el rabillo del ojo veían que la estatua ya no se encontraba en lo alto del altar. Salieron de nuevo al patio posterior y saltaron el muro, agotados, mientras otro aullido resonaba cerca de ellos. Galad, el último en cruzar, pudo ver brevemente cómo la sirena los observaba desde la puerta del templo, mientras proyectaba su voz en quedos susurros en sus oídos. Sacudió la cabeza, y se dejó caer al otro lado, donde se reunió con el resto.
Atravesaron varios trozos de suelo pavimentado que revelaba la presencia de antiguas calles del complejo y tramos de tupida vegetación intentando despistar a sus perseguidores. Por fin, agotados y considerando que ya los habían despistado, llegaron a una pequeña plaza donde se alzaba un edificio en un estado aceptable, así que decidieron entrar a descansar. La construcción había sido víctima de uno o varios incendios, pero a pesar de eso se conservaba bastante bien. Unas escaleras de mármol daban acceso al piso de arriba, y allí se les hizo evidente que el edificio debió de ser en tiempos una biblioteca, pues aún sobrevivían varias estanterías enormes repletas de libros. Por los títulos (en Cántico), Daradoth dedujo que debía de tratarse de un lugar íntegramente dedicado al estudio de las dimensiones y del viaje dimensional. Por desgracia, en cuanto trataban de sacar alguno de los libros, se deshacía en mil pedazos; les fue imposible encontrar uno en el suficiente buen estado como para ser leído. Galad aprovechó para curar con el poder de Emmán a Faewald de sus heridas.
Sin embargo, no tuvieron oportunidad de reposar mucho tiempo. Transcurrido un intervalo más o menos breve, un nuevo aullido sobrenatural resonó en el vestíbulo por el que habían entrado. Así que recogieron rápidamente todas las mochilas y paquetes y se precipitaron por una de las ventanas de la parte trasera, abierta y semiderruida.
Salieron a lo que parecía un ágora, el centro de varios edificios que desembocaban en ella, y atravesaron una de las salidas en la dirección en la que creían que se encontraba el complejo central de los Santuarios. Poco después llegaban al pie de uno de los enormes árboles (llamados Aglannävryl) . Un túnel se adentraba en las entrañas del árbol, pero prefirieron rodearlo porque si los atrapaban en el túnel ya no podrían salir de allí. Hacia la derecha, Daradoth no tardó en detectar unas placas de obsidiana colgadas de algunas de la raíces, y recordó que así era como enterraban los elfos antiguos a sus muertos, al pie de árboles, marcando el lugar con aquellas placas. El recuerdo de los horribles no muertos de espeluznantes sonrisas dentadas le causó un escalofrío; así que instó al grupo a no continuar por allí. De modo que se dirigieron en dirección contraria para rodear el árbol por la izquierda. Pero pronto tuvieron que desistir de esa idea, pues un resplandor rojizo y amarillento revelaba la presencia de uno de los grandes demonios que ya habían visto enfrentándose con Igrëithonn.
No tuvieron más remedio que volver sobre sus pasos e intentar rodear el árbol por la derecha a través de los presuntos cementerios, en una marcha que se había convertido ya en más que penosa a través de raíces, rocas y barro. Intentaron dar un rodeo más largo para evitar los cementerios en la medida de lo posible, y consiguieron dejar el enorme árbol atrás.
Todos se sobresaltaron cuando Arakariann y Taheem soltaron sendos gritos de dolor. Habían sido alcanzados por cuchillos arrojadizos procedentes de la oscuridad, y de sus heridas manaban jirones de sombra. Todos dejaron caer el equipaje y aprestaron las armas, presas ya de un estado de estrés considerable. Daradoth recurrió a su hechizo de visión en la oscuridad (que había tenido que dejar de activar, pues el agotamiento ya era considerable) y se estremeció cuando pudo ver que alrededor de ellos se habían congregado no menos de una docena de los elfos demoníacos con aquellas sonrisas de dientes puntiagudos, y que por las ramas encima de ellos había también varios elfos deformes y enajenados que comenzaban a lanzar cuchillos sobre el grupo. Los no muertos se acercaban lentamente, seguros de atrapar a su presa, que no parecía advertir su presencia.
—Estamos rodeados —advirtió Daradoth; otro cuchillo rebotó en la bota de Faewald—, y son demasiados. Coged las mochilas y corred, ¡vamos!
Cuando el primer no muerto entraba en el círculo de luz precedido por su aura de frío y se disponía a desenvainar su espada dentada, el grupo ya corría con todas sus fuerzas alejándose de allí. Galad y Symeon quedaron un poco retrasados, pero por suerte, sus mochilas los protegieron de los cuchillos que de otro modo se habrían clavado en sus espaldas. No tuvo la mima suerte Faewald, y uno de los cuchillos se clavó en su cuello, atravesando una vértebra y dejándolo inconsciente y quizá algo peor; Galad se agachó y lo recogió, mientras un lobo de sombras se acercaba peligrosamente a ellos, gruñendo y aullando. Daradoth pasó como una exhalación a su lado y descargó un par de golpes con la brillate espada de kuendar, haciendo que la bestia se disipara con un chillido. Alcanzó después el elfo al paladín y le ayudó a acarrear a Faewald, respirando pesadamente por la fatiga acumulada.
Quizá fue por haber acabado con el sabueso que les perseguía, quizá por la travesía a través del bosque, o quizá por pura suerte, pero al cabo de un rato les pareció que por fin se habían librado de la persecución. Entraron en un edificio de gran tamaño repleto de estatuas en penoso estado, y encontrando un lugar bien resguardado, se tumbaron, agotados y estresados. Antes de dormir, Galad canalizó su poder para curar la herida de Faewald y refrescar un poco al resto del grupo. Los susurros seguían allí, pero no afectaron a nadie esa noche, inconscientes de puro agotamiento.
Ya despiertos y hambrientos (ya que el día anterior "¿o quizá habían sido dos días?" no habían tenido oportunidad de comer apenas) aprovecharon para hacer un desayuno con doble ración. Yuria observó preocupada las cantimploras de agua, que mostraban un nivel cada vez más bajo, pero prefirió no erosionar aún más los ánimos del grupo.
Haciendo uso de su visión en la oscuridad, Daradoth ascendió hasta el tejado del edificio, desde donde pudo ver la mole de la colina principal. Así pudieron orientarse de nuevo después de la locura de la travesía de la última jornada, y comenzaron el camino de nuevo.
Aquella jornada fue tranquila, para variar, lo que agradecieron sobremanera después de todo lo que habían pasado antes del último descanso. La visión en oscuridad de Daradoth probó ser fundamental para esquivar a los enemigos; el elfo pudo ver en un par de ocasiones a lo lejos a lo que reconoció como demonios élficos, antiguos Celebdel y Thauredhel, con cuyas historias los niños elfos se estremecían. Symeon advirtió del peligro que corrían si se encontraban con uno de ellos, pues tenían la capacidad de destruir las mentes y los recuerdos.
Al cabo de un número indeterminado de horas (Symeon calculó unas diez), llegaron por fin al pie de los muros que protegían la colina central, y decidieron descansar allí, agotados de nuevo por la tensa marcha. Durante su guardia, Daradoth pudo ver en lo alto de la colina el resplandor y la silueta de un demonio, que más tarde reconocerían como un Demonio del Vacío. Esperaba no encontrar ninguno de aquellos engendros en su búsqueda, tenía serias dudas de que pudieran sobrevivir a sus poderes, incluso con los favores que los avatares les habián concedido.
El día siguiente, tras desayunar, afrontaron la superación del muro, lo cual hicieron a través de un derrumbe. No tuvieron ningún percance, pero una vez al otro lado, Daradoth pudo ver cómo un gran número de no muertos acudían hacia la colina desde el anillo exterior, así que se apresuraron y rodearon varios edificios, hasta que se detuvieron en uno de ellos para descansar y despistar a los posibles perseguidores.
Entonces se dieron cuenta de que los susurros allí eran mucho más claros y potentes... Arakariann no pudo resistirlos, y sollozando, cayó al suelo en posición fetal, mientras los demás hacían uso de toda su fuerza de voluntad para no caer bajo su influjo.
Inseguros acerca de si alguien más en el grupo contaba con el favor de algún avatar, el siguiente período de descanso decidieron pasarlo en otro de los templos. Se trataba del templo de Savainnë1, aunque nunca llegaron a saber con seguridad a quién estaba consagrado. Las nuevas habilidades de Galad sirvieron para acallar lo suficiente los omnipresentes murmullos y poder tener un sueño reparador.
Sabueso de Sombra |
Al punto, el paladín se lanzó al ataque mientras la ercestre y el elfo despertaban a los demás. Su talismán de luz no tardó en alumbrar la figura de uno de aquellos enormes lobos que parecían hechos de sombras que ya habían visto alguna noche anterior. Sus ojos rojos parecían arder mientras daba un salto atrás. La hoja consagrada a Emmán arrancó jirones de sombra de la bestia, pero no pudo evitar que esta aullara. El aullido, con una reverberación sobrenatural, restalló en los oídos de todo el grupo, causándoles un intenso dolor de cabeza, aturdiéndolos y despertando a aquellos que todavía estaban dormidos. Sin duda, aquello alertaría a los enemigos que se encontraban buscándolos.
Un segundo lobo llegó pocos segundos después, y el combate se recrudeció. Yuria y Daradoth se incorporaron a la refriega, y mientras la espada del elfo hería una y otra vez al enorme engendro, el talismán de la ercestre probaba ser inútil al entrar en contacto con él, pues atravesaba sin efecto las extrañas fumaradas que lo componían. Faewald fue alcanzado por una dentellada en el brazo, que se lo dejó inútil.
Mientras tanto, Symeon, Arakariann y Ginnerion intentaban despejar la parte de atrás del templo, que se encontraba derruida y cubierta de espesa vegetación. Las hachas de los elfos subían y bajaban a gran velocidad, mordiendo los troncos y dejando algo parecido a un túnel. La espada de Galad daba ya cuenta del primer lobo mientras el segundo aullaba de nuevo con la misma reverberación dolorosa del primero.
Entonces, el suelo comenzó a estremecerse. Enormes impactos acompañados de un estruendoso ruido y del correspondiente temblor en el suelo revelaban la presencia de uno de aquellos impresionantes colosos de acero negro con los que ya se habían cruzado en alguna ocasion. En pocos segundos, el techo del templo empezó a sacudirse víctima de sobrecogedores golpes que empezaron a arrojar grandes cascotes al suelo. Uno de ellos a punto estuvo de impactar en Yuria, que lo esquivó en el último momento. Por suerte, esos mismos cascotes provocaron una ligera retirada de los sabuesos oscuros, lo cual dio un momento de respiro a los combatientes del grupo.
—¡¡Vamos!! —rugió Symeon—. ¡Arakariann y Ginnerion ya han despejado el camino! ¡¡¡Corred, deprisa!!!
Esquivando los enormes trozos de mampostería que ya caían por doquier, Daradoth, Yuria y Galad rodearon los parapetos, treparon por las rocas y se escabulleron rápidamente por el hueco abierto por sus compañeros. Arañados por las zarzas y rasgados por los cardos, salieron por fin al exterior, cubierto por un bosque tupido. Pero un nuevo aullido sobrenatural reveló la presencia de sus perseguidores, más cerca de lo que habrían deseado. Comenzaron así un penoso pasaje a través de la vegetación que les llevó varias horas desesperantes.
En un momento dado, mientras se abrían paso a través del bosque, se dieron de bruces con un muro. Superándolo, se vieron en lo que parecía ser el patio trasero de un edificio que según todos los indicios parecía un templo. Así que decidieron atravesar una de las puertas que daba acceso al interior. La puerta daba acceso a una especie de capilla donde, sobre un altar, se erguía una estatua de márol níveo con forma de sirena. "Si esto es un templo y eso es una sirena, seguramente estamos en suelo consagrado a Sephinöth2", pensó Symeon. Pero no pudo divagar mucho en sus pensamientos, pues casi al punto Daradoth les advirtió:
—La Sombra es fuerte aquí —el elfo notaba la incómoda picazón que Erythyonn le había enseñado a detectar en los dominios del Vigía— deberíamos marcharnos, corremos peligro.
Galad se sobresaltó cuando levantó la vista de nuevo hacia la estatua, y esta parecía haber girado la cabeza para mirarle a los ojos.
—Sí, salgamos de aquí, rápido —asintió hacia Daradoth.
Ya se aprestaban a volver por donde habían venido cuando una voz extraña, aunque reconociblemente femenina, habló a sus espaldas.
—¿Dónde vais, viajeros? —interrogó, meliflua—. Parecéis cansados, ¿no os apetece dormir un rato a salvo de todo? Os prometo que yo os protegeré...
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de todo el grupo cuando el poder de la Sombra los intentó poseer. Yuria notó cómo Daradoth se paraba, y advirtió a Galad y Faewald, que tuvieron que forcejear con él para obligarlo a seguir, mientras por el rabillo del ojo veían que la estatua ya no se encontraba en lo alto del altar. Salieron de nuevo al patio posterior y saltaron el muro, agotados, mientras otro aullido resonaba cerca de ellos. Galad, el último en cruzar, pudo ver brevemente cómo la sirena los observaba desde la puerta del templo, mientras proyectaba su voz en quedos susurros en sus oídos. Sacudió la cabeza, y se dejó caer al otro lado, donde se reunió con el resto.
Atravesaron varios trozos de suelo pavimentado que revelaba la presencia de antiguas calles del complejo y tramos de tupida vegetación intentando despistar a sus perseguidores. Por fin, agotados y considerando que ya los habían despistado, llegaron a una pequeña plaza donde se alzaba un edificio en un estado aceptable, así que decidieron entrar a descansar. La construcción había sido víctima de uno o varios incendios, pero a pesar de eso se conservaba bastante bien. Unas escaleras de mármol daban acceso al piso de arriba, y allí se les hizo evidente que el edificio debió de ser en tiempos una biblioteca, pues aún sobrevivían varias estanterías enormes repletas de libros. Por los títulos (en Cántico), Daradoth dedujo que debía de tratarse de un lugar íntegramente dedicado al estudio de las dimensiones y del viaje dimensional. Por desgracia, en cuanto trataban de sacar alguno de los libros, se deshacía en mil pedazos; les fue imposible encontrar uno en el suficiente buen estado como para ser leído. Galad aprovechó para curar con el poder de Emmán a Faewald de sus heridas.
Sin embargo, no tuvieron oportunidad de reposar mucho tiempo. Transcurrido un intervalo más o menos breve, un nuevo aullido sobrenatural resonó en el vestíbulo por el que habían entrado. Así que recogieron rápidamente todas las mochilas y paquetes y se precipitaron por una de las ventanas de la parte trasera, abierta y semiderruida.
Salieron a lo que parecía un ágora, el centro de varios edificios que desembocaban en ella, y atravesaron una de las salidas en la dirección en la que creían que se encontraba el complejo central de los Santuarios. Poco después llegaban al pie de uno de los enormes árboles (llamados Aglannävryl) . Un túnel se adentraba en las entrañas del árbol, pero prefirieron rodearlo porque si los atrapaban en el túnel ya no podrían salir de allí. Hacia la derecha, Daradoth no tardó en detectar unas placas de obsidiana colgadas de algunas de la raíces, y recordó que así era como enterraban los elfos antiguos a sus muertos, al pie de árboles, marcando el lugar con aquellas placas. El recuerdo de los horribles no muertos de espeluznantes sonrisas dentadas le causó un escalofrío; así que instó al grupo a no continuar por allí. De modo que se dirigieron en dirección contraria para rodear el árbol por la izquierda. Pero pronto tuvieron que desistir de esa idea, pues un resplandor rojizo y amarillento revelaba la presencia de uno de los grandes demonios que ya habían visto enfrentándose con Igrëithonn.
No tuvieron más remedio que volver sobre sus pasos e intentar rodear el árbol por la derecha a través de los presuntos cementerios, en una marcha que se había convertido ya en más que penosa a través de raíces, rocas y barro. Intentaron dar un rodeo más largo para evitar los cementerios en la medida de lo posible, y consiguieron dejar el enorme árbol atrás.
Todos se sobresaltaron cuando Arakariann y Taheem soltaron sendos gritos de dolor. Habían sido alcanzados por cuchillos arrojadizos procedentes de la oscuridad, y de sus heridas manaban jirones de sombra. Todos dejaron caer el equipaje y aprestaron las armas, presas ya de un estado de estrés considerable. Daradoth recurrió a su hechizo de visión en la oscuridad (que había tenido que dejar de activar, pues el agotamiento ya era considerable) y se estremeció cuando pudo ver que alrededor de ellos se habían congregado no menos de una docena de los elfos demoníacos con aquellas sonrisas de dientes puntiagudos, y que por las ramas encima de ellos había también varios elfos deformes y enajenados que comenzaban a lanzar cuchillos sobre el grupo. Los no muertos se acercaban lentamente, seguros de atrapar a su presa, que no parecía advertir su presencia.
—Estamos rodeados —advirtió Daradoth; otro cuchillo rebotó en la bota de Faewald—, y son demasiados. Coged las mochilas y corred, ¡vamos!
Cuando el primer no muerto entraba en el círculo de luz precedido por su aura de frío y se disponía a desenvainar su espada dentada, el grupo ya corría con todas sus fuerzas alejándose de allí. Galad y Symeon quedaron un poco retrasados, pero por suerte, sus mochilas los protegieron de los cuchillos que de otro modo se habrían clavado en sus espaldas. No tuvo la mima suerte Faewald, y uno de los cuchillos se clavó en su cuello, atravesando una vértebra y dejándolo inconsciente y quizá algo peor; Galad se agachó y lo recogió, mientras un lobo de sombras se acercaba peligrosamente a ellos, gruñendo y aullando. Daradoth pasó como una exhalación a su lado y descargó un par de golpes con la brillate espada de kuendar, haciendo que la bestia se disipara con un chillido. Alcanzó después el elfo al paladín y le ayudó a acarrear a Faewald, respirando pesadamente por la fatiga acumulada.
Quizá fue por haber acabado con el sabueso que les perseguía, quizá por la travesía a través del bosque, o quizá por pura suerte, pero al cabo de un rato les pareció que por fin se habían librado de la persecución. Entraron en un edificio de gran tamaño repleto de estatuas en penoso estado, y encontrando un lugar bien resguardado, se tumbaron, agotados y estresados. Antes de dormir, Galad canalizó su poder para curar la herida de Faewald y refrescar un poco al resto del grupo. Los susurros seguían allí, pero no afectaron a nadie esa noche, inconscientes de puro agotamiento.
Ya despiertos y hambrientos (ya que el día anterior "¿o quizá habían sido dos días?" no habían tenido oportunidad de comer apenas) aprovecharon para hacer un desayuno con doble ración. Yuria observó preocupada las cantimploras de agua, que mostraban un nivel cada vez más bajo, pero prefirió no erosionar aún más los ánimos del grupo.
Haciendo uso de su visión en la oscuridad, Daradoth ascendió hasta el tejado del edificio, desde donde pudo ver la mole de la colina principal. Así pudieron orientarse de nuevo después de la locura de la travesía de la última jornada, y comenzaron el camino de nuevo.
Aquella jornada fue tranquila, para variar, lo que agradecieron sobremanera después de todo lo que habían pasado antes del último descanso. La visión en oscuridad de Daradoth probó ser fundamental para esquivar a los enemigos; el elfo pudo ver en un par de ocasiones a lo lejos a lo que reconoció como demonios élficos, antiguos Celebdel y Thauredhel, con cuyas historias los niños elfos se estremecían. Symeon advirtió del peligro que corrían si se encontraban con uno de ellos, pues tenían la capacidad de destruir las mentes y los recuerdos.
Al cabo de un número indeterminado de horas (Symeon calculó unas diez), llegaron por fin al pie de los muros que protegían la colina central, y decidieron descansar allí, agotados de nuevo por la tensa marcha. Durante su guardia, Daradoth pudo ver en lo alto de la colina el resplandor y la silueta de un demonio, que más tarde reconocerían como un Demonio del Vacío. Esperaba no encontrar ninguno de aquellos engendros en su búsqueda, tenía serias dudas de que pudieran sobrevivir a sus poderes, incluso con los favores que los avatares les habián concedido.
El día siguiente, tras desayunar, afrontaron la superación del muro, lo cual hicieron a través de un derrumbe. No tuvieron ningún percance, pero una vez al otro lado, Daradoth pudo ver cómo un gran número de no muertos acudían hacia la colina desde el anillo exterior, así que se apresuraron y rodearon varios edificios, hasta que se detuvieron en uno de ellos para descansar y despistar a los posibles perseguidores.
Entonces se dieron cuenta de que los susurros allí eran mucho más claros y potentes... Arakariann no pudo resistirlos, y sollozando, cayó al suelo en posición fetal, mientras los demás hacían uso de toda su fuerza de voluntad para no caer bajo su influjo.
1. Savainnë es la avatar de la Suerte, la Fortuna y las Empresas Imposibles.
2. Sephinöth es el avatar del Mar, del Agua, de la Inmensidad, y las Profundidades Insondables, de los Conocimientos Ocultos y lo Desconocido.