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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

sábado, 29 de febrero de 2020

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 16

Detectados. Huida a ciegas.
Todos vieron cómo los ojos de Daradoth lucían más o menos el mismo aspecto que los de Galad, con el iris repleto de puntos brillantes parecidos a estrellas en miniatura. Sin duda, Nassaröth le había otorgado su favor al elfo, igual que Emmán había hecho con el paladín. Al contrario que Galad, a  Daradoth le costó contener el flujo de poder que ahora corría por su cuerpo, pues no estaba acostumbrado a canalizar el poder de ningún avatar, e incluso hubo un momento en el que parecía que iba a estallar, con lo que Yuria estuvo a punto de tener que anular su poder con el talismán de nulificación. Gracias a la realización de algunos ejercicios de meditación con Symeon pudo calmar sus ánimos y conseguir estabilizarse; por suerte, su habitual dispersión había desaparecido y ahora se notaba mucho más enfocado y capaz de concentrarse, así que finalmente consiguió volver a la normalidad.

Inseguros acerca de si alguien más en el grupo contaba con el favor de algún avatar, el siguiente período de descanso decidieron pasarlo en otro de los templos. Se trataba del templo de Savainnë1, aunque nunca llegaron a saber con seguridad a quién estaba consagrado. Las nuevas habilidades de Galad sirvieron para acallar lo suficiente los omnipresentes murmullos y poder tener un sueño reparador.

Sabueso de Sombra
Mientras Yuria y el propio Galad se encontraban de guardia junto con Arakariann, a la ercestre le pareció escuchar un ruido, algo parecido a un gruñido. Avisó con un gesto a sus compañeros. Se pusieron en guardia, y pronto pudieron oír una especie de olfateo seguido de un ligerísimo gruñido al otro lado de las maderas que habían amontonado para protegerse. Algo estaba a punto de rodear el parapeto, y vería su luz. La hoja de Galad se deslizó suavemente por la vaina, sin ruido, lentamente, mientras contenía la respiración y sus ojos estrellados se cruzaban con los de Yuria en una comunicación muda pero muy expresiva.

Al punto, el paladín se lanzó al ataque mientras la ercestre y el elfo despertaban a los demás. Su talismán de luz no tardó en alumbrar la figura de uno de aquellos enormes lobos que parecían hechos de sombras que ya habían visto alguna noche anterior. Sus ojos rojos parecían arder mientras daba un salto atrás. La hoja consagrada a Emmán arrancó jirones de sombra de la bestia, pero no pudo evitar que esta aullara. El aullido, con una reverberación sobrenatural, restalló en los oídos de todo el grupo, causándoles un intenso dolor de cabeza, aturdiéndolos y despertando a aquellos que todavía estaban dormidos. Sin duda, aquello alertaría a los enemigos que se encontraban buscándolos.

Un segundo lobo llegó pocos segundos después, y el combate se recrudeció. Yuria y Daradoth se incorporaron a la refriega, y mientras la espada del elfo hería una y otra vez al enorme engendro, el talismán de la ercestre probaba ser inútil al entrar en contacto con él, pues atravesaba sin efecto las extrañas fumaradas que lo componían. Faewald fue alcanzado por una dentellada en el brazo, que se lo dejó inútil.

Mientras tanto, Symeon, Arakariann y Ginnerion  intentaban despejar la parte de atrás del templo, que se encontraba derruida y cubierta de espesa vegetación. Las hachas de los elfos subían y bajaban a gran velocidad, mordiendo los troncos y dejando algo parecido a un túnel. La espada de Galad daba ya cuenta del primer lobo mientras el segundo aullaba de nuevo con la misma reverberación dolorosa del primero.

Entonces, el suelo comenzó a estremecerse. Enormes impactos acompañados de un estruendoso ruido y del correspondiente temblor en el suelo revelaban la presencia de uno de aquellos impresionantes colosos de acero negro con los que ya se habían cruzado en alguna ocasion. En pocos segundos, el techo del templo empezó a sacudirse víctima de sobrecogedores golpes que empezaron a arrojar grandes cascotes al suelo. Uno de ellos a punto estuvo de impactar en Yuria, que lo esquivó en el último momento. Por suerte, esos mismos cascotes provocaron una ligera retirada de los sabuesos oscuros, lo cual dio un momento de respiro a los combatientes del grupo.

 —¡¡Vamos!! —rugió Symeon—. ¡Arakariann y Ginnerion ya han despejado el camino! ¡¡¡Corred, deprisa!!!

Esquivando los enormes trozos de mampostería que ya caían por doquier, Daradoth, Yuria y Galad rodearon los parapetos, treparon por las rocas y se escabulleron rápidamente por el hueco abierto por sus compañeros. Arañados por las zarzas y rasgados por los cardos, salieron por fin al exterior, cubierto por un bosque tupido. Pero un nuevo aullido sobrenatural reveló la presencia de sus perseguidores, más cerca de lo que habrían deseado. Comenzaron así un penoso pasaje a través de la vegetación que les llevó varias horas desesperantes.

En un momento dado, mientras se abrían paso a través del bosque, se dieron de bruces con un muro. Superándolo, se vieron en lo que parecía ser el patio trasero de un edificio que según todos los indicios parecía un templo. Así que decidieron atravesar una de las puertas que daba acceso al interior. La puerta daba acceso a una especie de capilla donde, sobre un altar, se erguía una estatua de márol níveo con forma de sirena. "Si esto es un templo y eso es una sirena, seguramente estamos en suelo consagrado a Sephinöth2", pensó Symeon. Pero no pudo divagar mucho en sus pensamientos, pues casi al punto Daradoth les advirtió:

 —La Sombra es fuerte aquí —el elfo notaba la incómoda picazón que Erythyonn le había enseñado a detectar en los dominios del Vigía— deberíamos marcharnos, corremos peligro.

Galad se sobresaltó cuando levantó la vista de nuevo hacia la estatua, y esta parecía haber girado la cabeza para mirarle a los ojos.

 —Sí, salgamos de aquí, rápido —asintió hacia Daradoth.

Ya se aprestaban a volver por donde habían venido cuando una voz extraña, aunque reconociblemente femenina, habló a sus espaldas.

 —¿Dónde vais, viajeros? —interrogó, meliflua—. Parecéis cansados, ¿no os apetece dormir un rato a salvo de todo? Os prometo que yo os protegeré...

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de todo el grupo cuando el poder de la Sombra los intentó poseer. Yuria notó cómo Daradoth se paraba, y advirtió a Galad y Faewald, que tuvieron que forcejear con él para obligarlo a seguir, mientras por el rabillo del ojo veían que la estatua ya no se encontraba en lo alto del altar. Salieron de nuevo al patio posterior y saltaron el muro, agotados, mientras otro aullido resonaba cerca de ellos. Galad, el último en cruzar, pudo ver brevemente cómo la sirena los observaba desde la puerta del templo, mientras proyectaba su voz en quedos susurros en sus oídos. Sacudió la cabeza, y se dejó caer al otro lado, donde se reunió con el resto.

Atravesaron varios trozos de suelo pavimentado que revelaba la presencia de antiguas calles del complejo y tramos de tupida vegetación intentando despistar a sus perseguidores. Por fin, agotados y considerando que ya los habían despistado, llegaron a una pequeña plaza donde se alzaba un edificio en un estado aceptable, así que decidieron entrar a descansar. La construcción había sido víctima de uno o varios incendios, pero a pesar de eso se conservaba bastante bien. Unas escaleras de mármol daban acceso al piso de arriba, y allí se les hizo evidente que el edificio debió de ser en tiempos una  biblioteca, pues aún sobrevivían varias estanterías enormes repletas de libros. Por los títulos (en Cántico), Daradoth dedujo que debía de tratarse de un lugar íntegramente dedicado al estudio de las dimensiones y del viaje dimensional. Por desgracia, en cuanto trataban de sacar alguno de los libros, se deshacía en mil pedazos; les fue imposible encontrar uno en el suficiente buen estado como para ser leído. Galad aprovechó para curar con el poder de Emmán a Faewald de sus heridas.

Sin embargo, no tuvieron oportunidad de reposar mucho tiempo. Transcurrido un intervalo más o menos breve, un nuevo aullido sobrenatural resonó en el vestíbulo por el que habían entrado. Así que recogieron rápidamente todas las mochilas y paquetes y se precipitaron por una de las ventanas de la parte trasera, abierta y semiderruida.

Salieron a lo que parecía un ágora, el centro de varios edificios que desembocaban en ella,  y atravesaron una de las salidas en la dirección en la que creían que se encontraba el complejo central de los Santuarios. Poco después llegaban al pie de uno de los enormes árboles (llamados Aglannävryl) . Un túnel se adentraba en las entrañas del árbol, pero prefirieron rodearlo porque si los atrapaban en el túnel ya no podrían salir de allí. Hacia la derecha, Daradoth no tardó en detectar unas placas de obsidiana colgadas de algunas de la raíces, y recordó que así era como enterraban los elfos antiguos a sus muertos, al pie de árboles, marcando el lugar con aquellas placas. El recuerdo de los horribles no muertos de espeluznantes sonrisas dentadas le causó un escalofrío; así que instó al grupo a no continuar por allí. De modo que se dirigieron en dirección contraria para rodear el árbol por la izquierda. Pero pronto tuvieron que desistir de esa idea, pues un resplandor rojizo y amarillento revelaba la presencia de uno de los grandes demonios que ya habían visto enfrentándose con Igrëithonn.

No tuvieron más remedio que volver sobre sus pasos e intentar rodear el árbol por la derecha a través de los presuntos cementerios, en una marcha que se había convertido ya en más que penosa a través de raíces, rocas y barro. Intentaron dar un rodeo más largo para evitar los cementerios en la medida de lo posible, y consiguieron dejar el enorme árbol atrás.

Todos se sobresaltaron cuando Arakariann y Taheem soltaron sendos gritos de dolor. Habían sido alcanzados por cuchillos arrojadizos procedentes de la oscuridad, y de sus heridas manaban jirones de sombra. Todos dejaron caer el equipaje y aprestaron las armas, presas ya de un estado de estrés considerable. Daradoth recurrió a su hechizo de visión en la oscuridad (que había tenido que dejar de activar, pues el agotamiento ya era considerable) y se estremeció cuando pudo ver que alrededor de ellos se habían congregado no menos de una docena de los elfos demoníacos con aquellas sonrisas de dientes puntiagudos, y que por las ramas encima de ellos había también varios elfos deformes y enajenados que comenzaban a lanzar cuchillos sobre el grupo. Los no muertos se acercaban lentamente, seguros de atrapar a su presa, que no parecía advertir su presencia.

 —Estamos rodeados —advirtió Daradoth; otro cuchillo rebotó en la bota de Faewald—, y son demasiados. Coged las mochilas y corred, ¡vamos!

Cuando el primer no muerto entraba en el círculo de luz precedido por su aura de frío y se disponía a desenvainar su espada dentada, el grupo ya corría con todas sus fuerzas alejándose de allí. Galad y Symeon quedaron un poco retrasados, pero por suerte, sus mochilas los protegieron de los cuchillos que de otro modo se habrían clavado en sus espaldas. No tuvo la mima suerte Faewald, y uno de los cuchillos se clavó en su cuello, atravesando una vértebra y dejándolo inconsciente y quizá algo peor; Galad se agachó y lo recogió, mientras un lobo de sombras se acercaba peligrosamente a ellos, gruñendo y aullando. Daradoth pasó como una exhalación a su lado y descargó un par de golpes con la brillate espada de kuendar, haciendo que la bestia se disipara con un chillido. Alcanzó después el elfo al paladín y le ayudó a acarrear a Faewald, respirando pesadamente por la fatiga acumulada.

Quizá fue por haber acabado con el sabueso que les perseguía, quizá por la travesía a través del bosque, o quizá por pura suerte, pero al cabo de un rato les pareció que por fin se habían librado de la persecución. Entraron en un edificio de gran tamaño repleto de estatuas en penoso estado, y encontrando un lugar bien resguardado, se tumbaron, agotados y estresados. Antes de dormir, Galad canalizó su poder para curar la herida de Faewald y refrescar un poco al resto del grupo. Los susurros seguían allí, pero no afectaron a nadie esa noche, inconscientes de puro agotamiento.

Ya despiertos y hambrientos (ya que el día anterior "¿o quizá habían sido dos días?" no habían tenido oportunidad de comer apenas) aprovecharon para hacer un desayuno con doble ración. Yuria observó preocupada las cantimploras de agua, que mostraban un nivel cada vez más bajo, pero prefirió no erosionar aún más los ánimos del grupo.

Haciendo uso de su visión en la oscuridad, Daradoth ascendió hasta el tejado del edificio, desde donde pudo ver la mole de la colina principal. Así pudieron orientarse de nuevo después de la locura de la travesía de la última jornada, y comenzaron el camino de nuevo.

Aquella jornada fue tranquila, para variar, lo que agradecieron sobremanera después de todo lo que habían pasado antes del último descanso. La visión en oscuridad de Daradoth probó ser fundamental para esquivar a los enemigos; el elfo pudo ver en un par de ocasiones a lo lejos a lo que reconoció como demonios élficos, antiguos Celebdel y Thauredhel, con cuyas historias los niños elfos se estremecían. Symeon advirtió del peligro que corrían si se encontraban con uno de ellos, pues tenían la capacidad de destruir las mentes y los recuerdos.

Al cabo de un número indeterminado de horas (Symeon calculó unas diez), llegaron por fin al pie de los muros que protegían la colina central, y decidieron descansar allí, agotados de nuevo por la tensa marcha. Durante su guardia, Daradoth pudo ver en lo alto de la colina el resplandor y la silueta de un demonio, que más tarde reconocerían como un Demonio del Vacío. Esperaba no encontrar ninguno de aquellos engendros en su búsqueda, tenía serias dudas de que pudieran sobrevivir a sus poderes, incluso con los favores que los avatares les habián concedido.

El día siguiente, tras desayunar, afrontaron la superación del muro, lo cual hicieron a través de un derrumbe. No tuvieron ningún percance, pero una vez al otro lado, Daradoth pudo ver cómo un gran número de no muertos acudían hacia la colina desde el anillo exterior, así que se apresuraron y rodearon varios edificios, hasta que se detuvieron en uno de ellos para descansar y despistar a los posibles perseguidores.

Entonces se dieron cuenta de que los susurros allí eran mucho más claros y potentes... Arakariann no pudo resistirlos, y sollozando, cayó al suelo en posición fetal, mientras los demás hacían uso de toda su fuerza de voluntad para no caer bajo su influjo.



1. Savainnë es la avatar de la Suerte, la Fortuna y las Empresas Imposibles.
2. Sephinöth es el avatar del Mar, del Agua, de la Inmensidad, y las Profundidades Insondables, de los Conocimientos Ocultos y lo Desconocido.

martes, 18 de febrero de 2020

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 15

Entrada a los Santuarios. Los Templos.
Después de recuperar lo suficiente el aliento, se pusieron en marcha de nuevo en la oscuridad más absoluta. Sin Igrëithonn en el grupo Galad abriría ahora la marcha, Symeon utilizaría la Joya de Luz y Daradoth seguiría guiándolos con su capacidad de ver en la oscuridad, renqueante, desde más atrás y ayudado por Yuria y Taheem.

No tardaron en darse cuenta de que aquella fortaleza no era sino una especie de laberinto destinado a dificultar el acceso al complejo de los Santuarios. Y las dificultades se agravaban debido a los múltiples derrumbamientos que los edificios habían sufrido a lo largo de los siglos (aunque, como ya habían visto desde fuera, se encontraban sorprendentemente conservados) y la dificultad para caminar de Daradoth por la herida en su pierna.

Pasaron varias horas sorteando obstáculos, retirando rocas, ampliando grietas y subiendo y bajando tramos de escaleras que aún dificultaban más la orientación. En alguna ocasión escucharon ruidos de pasos y seguramente el claqueteo de armaduras en los pasillos anexos: sin duda los estaban buscando; afortunadamente no tuvieron que lamentar ningún encuentro con enemigos, ni con aquellos horripilantes elfos no muertos. No obstante, la desesperación hizo mella en ellos cuando, tras todo el esfuerzo de la jornada, Yuria reconoció una de las marcas que había ido dejando en el camino.

 —Me temo que hemos caminado en círculo —dijo, soltando un suspiro de desesperación.

Con los ánimos por los suelos, decidieron descansar y "pasar noche" allí. Con el descanso vinieron de nuevo los susurros, pero el grupo estaba tan agotado que en su mayoría quedaron dormidos antes de verse afectados por ellos. Transcurridas un par de horas, Daradoth comenzó a oir una voz, débil, pero muy diferente de los susurros que les acuciaban. "Demasiada oscuridad", musitó la voz. "Demasiado frío y oscuridad; un poco de luz, por favor ¡Un poco de luz!". El elfo despertó con un respingo y miró a su alrededor sobresaltado en la oscuridad. A la escasa claridad de la Joya de Luz, la presencia de un Taheem vigilante le reconfortó. El vestalense se preocupó por el sobresalto de su amigo, pero Daradoth le mandó callar con un gesto. Sin embargo, ya no oyó nada, excepto aquellos malditos susurros. Más tarde compartió la experiencia con sus compañeros, y estos se mostraron extrañados, algunos preocupados y otros esperanzados de que allí hubiera alguien más aparte de los malditos murmullos, sobre todo si buscaba algo de luz.

La "noche" no fue muy tranquila, y transcurrió con varios sobresaltos provocados por las alimañas,  murciélagos y ratas, que eran multitud allí. Muchas ratas poseían unos brillantes ojos rojos y un aspecto horripilante, al parecer fruto de sus años de exposición a la Sombra. Algunas eran demasiado atrevidas, y tuvieron que liquidar unas cuantas en el transcurso de las horas.

La jornada siguiente consiguieron ponerse de nuevo en marcha con un gran esfuerzo de voluntad. Después de un arduo camino y de esquivar un par de veces a los enemigos que los buscaban, decidieron detenerse de nuevo a descansar, agotados por los nervios y la depresión de la continua oscuridad. Daradoth volvió a escuchar la voz de la noche anterior en su sueño. "Tú eres diferente... eres diferente, sí. La Sombra no te ahoga. Tráeme luz, por favor, traéme luz... Sácame de esta oscuridad...¡¡¡Sácame de aquí!!". El profundo grito lo sacó de su sueño como la noche anterior. Mientras tanto, Symeon había entrado en el Mundo Onírico para intentar detectar alguna presencia, pero la abrumadora presencia de los susurros, la oscuridad y el frío hicieron que tuviera que abandonarlo a los pocos instantes.

Una vez más retomaron el camino, en una marcha silenciosa y apagada. Tras varias horas, sintieron algo de aire fresco venir desde el pasillo. Efectivamente, Daradoth pudo ver que más adelante había una salida a lo que parecía un patio interior, protegida por un rastrillo que impedía el paso. En la pared izquierda, un derrumbe parecía haber abierto un paso al piso superior. Galad y Symeon decidieron trepar para ver si podían levantar el rastrillo desde arriba, pero una vez allí, en lo que parecía una sala de guardia, pudieron ver que el mecanismo estaba absolutamente destrozado. Así que decidieron ayudar a los demás a subir y buscar un paso por allí. Una vez todos reunidos de nuevo en la sala de guardia, efectivamente vieron que una puerta daba acceso a la parte opuesta del rastrillo.

Nadie oía nada al otro lado, así que Galad se decidió a abrirla. Pero los siglos habían hecho mella en la madera, y tan pronto como forzó el tirador hacia sí, la hoja de la puerta se deshizo en mil pedazos. Y en la oscuridad del otro lado, unos ojos blancos sobre una sonrisa maligna de dientes afilados le miraron.

 —¡Cuidado! ¡Aquí! —gritó el paladín—. ¡Emmán, dame fuerza!

Con dificultades debido al reducido espacio, Galad se enfrentó a los elfos no muertos que esgrimieron sus armas contra él. Dos de ellos consiguieron colarse en la habitación, emitiendo un aura gélida que aterió a todo el grupo. Todos acudieron a ayudar a su amigo mientras otros dos engendros accedían a la sala.

Y entonces, el suelo se hundió bajo sus pies.

Un pequeño infierno de polvo y escombros se abatió sobre ellos mientras se esforzaban por agarrarse a las rocas de la pared. Galad sufrió la rotura de su brazo izquierdo, y Symeon de la nariz, que sangró profusamente. Todos resultaron más o menos magullados (excepto Daradoth, que hizo uso de sus habilidades sobrenaturales) y Yuria quedó inconsciente por un fuerte golpe en la cabeza. Afortunadamente, los muertos vivientes quedaron en el piso de arriba, o enterrados bajo las rocas. Tosiendo profusamente debido al polvo y sobreponiéndose al dolor, se movieron. El rastrillo quedaba ahora a su espalda, y no tardaron en atravesar la puerta que daba acceso al patio interior.

A la vista de un no muerto que los miraba fijamente desde el ventanuco del piso superior (donde debía hallarse la sala de guardia que se había derrumbado) y que provocaba escalofríos a Daradodth, Galad utilizó el escaso poder que Emmán le podía canalizar para curar su brazo y la nariz de Symeon. Pero quedó agotado. Faewald tuvo que ayudarlo sujetándolo con su hombro para llegar al otro extremo del patio, donde otro rastrillo cerraba el paso a un segundo edificio. Por suerte, esta reja estaba en peor estado que la anterior y uno de los laterales tenía un hueco lo suficientemente amplio como para que pasaran. Una vez hubieron entrado al complejo, obstruyeron el hueco lo mejor que pudieron con rocas y se internaron varias docenas de metros para poder descansar de nuevo.

"Debemos de tener un aspecto penoso", pensó Symeon. Desde luego, el grupo había vivido tiempos mejores. Con las ropas desgarradas, manchas de sangre seca, llenos de polvo, heridos, magullados, paranoicos y deprimidos, su aspecto era lastimoso. Y aun así tendrían que seguir adelante. A pesar de que Igrëithonn les había advertido, aquello era aún peor de lo que habían imaginado.

Para colmo, esa noche los susurros afectaron con fuerza a Daradoth y a Galad. El resto del grupo no tuvo más remedio que dejarlos inconscientes con sendos golpes para evitar que se perdieran o intentaran algo peor. Y el elfo volvió a escuchar la voz en su sueño. "Tú tienes luz, sí, tienes luz. Hace tanto tiempo...". Daradoth intentó comunicarse con él, lanzando preguntas mentalmente, intentando averiguar su nombre y su identidad. "No... no... no lo recuerdo...", contestó la voz. "Hace tanto... tanto tiempo... tanto frío... todo tan oscuro... ¿quien soy? No lo sé, pero necesito luz... luz... ¡¡¡por favor!!!".

Más tarde esa noche, Symeon oyó una voz cercana, una voz de mujer, conocida. Su corazón dio un vuelco cuando olió el perfume de Ashira, su esposa, que lo llamaba desde el extremo del pasillo. Caminó hacia ella. Cuando ya se encontraba intentando arrancar las rocas con las que habían atrancado el rastrillo, notó un tirón que lo apartó de ellas. Era Galad, acompañado de Faewald. Habián notado la ausencia del errante y por suerte habían podido dar con él a tiempo. Al otro lado del rastrillo se congregaban ya varios muertos vivientes que seguían la escena con sus ojos blancos y sus rictus de sonrisas letales. El paladín y el esthalio arrastraron a Symeon hasta su campamento de nuevo, dejándolo inconsciente.

Estatua Guardián
Descansaron algo más de lo que era habitual para dar tiempo a recuperarse a Symeon y a Yuria, y a continuación siguieron el camino. En aquel complejo parecía que el laberinto no era tan intrincado, y además se conservaba en mejor estado, lo que permitió que en solo una jornada llegaran al otro extremo. Un pasillo relativamente corto acababa en un arco que conducía al exterior. El único problema era que el arco estaba custodiado a ambos lados por sendas estatuas metálicas armadas con enormes alabardas; el grupo no tardó en detectar hechizos activos e imbuidos en la salida. Se detuvieron a pensar, pero la pausa no podría prolongarse más que unos pocos minutos, pues ya escuchaban el ruido de sus perseguidores acercándose.

Daradoth decidió hacer uso de sus hechizos para atravesar con un enorme salto la arcada. Así lo hizo; con un salto de más de quince metros de longitud, pasó rápidamente entre las estatuas y bajo el arco, y salió al exterior sin más problemas. Aterrizó sobre el césped irregular de la colina, y se giró rápidamente. Las estatuas permanecian quietas y sus compañeros seguían indecisos. Los instó a avanzar, y Symeon así lo hizo. Pero cuando el errante se encontraba a unos tres o cuatro metros de las dos moles, estas se movieron bruscamente, girando el torso y la cabeza para mirarlo, y con un estruendo metálico, cruzaron las alabardas ante la puerta. Symeon retrocedió rápidamente. El grupo se miró a la escasa luz de la Joya y el talismán, cansados y asustados.

Todo se aclaró cuando Arakariann y Ginnerionn se acercaron a las estatuas, y estas permanecieron inmóviles. Desenvainaron sus armas y con mucho cuidado, acongojados, atravesaron la puerta; nada sucedió. Con cada uno del resto de integrantes del grupo, las estatuas se comportaron de igual modo que con Symeon; parecía que solo permitían pasar a aquellos con sangre élfica en sus venas. Y detrás de ellos, los pasos y los sonidos metálicos eran cada vez más claros; y además, un rugido sobrenatural les dejó la sangre helada. Por allí detrás no solo venían muertos vivientes; algo peor se acercaba. Galad, Faewald y Taheem desenvainaron sus armas, prestos a oponerse a cualquier enemigo que doblara la esquina; cada uno elevó sus propias oraciones, preparados para vender cara su vida.

De repente, algo se iluminó en la mente de Symeon.

 —¡Daradoth! —increpó el errante—, ¡danos permiso para pasar por la arcada! ¡Es nuestra última oportunidad!

 —¡Dejad pasar a mis acompañantes, guardianes! —gritó el elfo en Alto Cántico. Miró a sus amigos, maldiciendo el dolor de su pierna y sintiéndose impotente. Lágrimas asomaron a sus ojos; desenvainó su espada en un gesto fútil.

Symeon reunió a los demás y les instó a avanzar hacia el pórtico. Lentamente al principio. Pero cuando el primer enemigo apareció por el corredor profiriendo un grito espantoso, rompieron a correr.

 —¡Si no lo conseguimos no desfallezcas, amigo mío! —gritó Symeon—. ¡Aredia está en tus manos!

 —¡Calla y apresuraos! —contestó Daradoth, apretando el puño de la espada. Señaló con el dedo a las estatuas y volvió a rugir en cántico—: ¡Dejadlos pasar! ¡No os mováis! ¡¡¡No os mováis, maldita sea!!!

Un escalofrío recorrió la espalda del elfo cuando sus amigos llegaron a la altura de las estatuas, y la relajación y el alivio que sintió fueron inmensos cuando estas permanecieron inmóviles y el grupo pisó por fin el césped. Los primeros no muertos los seguían de cerca, pero cuando Daradoth se aprestaba a mandar a las estatuas que atacaran, la orden se reveló innecesaria, pues estas volvieron a realizar sus bruscos movimientos, y el primero de los enemigos, que brillaba en un fuego azul, rebotó literalmente contra los mangos de las alabardas. Daradoth prefirió asegurarse:

 —¡Que no pasen! —ordenó—. ¡Acabad con ellos! ¡Con todos ellos!

Reunidos de nuevo, abrazándose brevemente confortados por el calor de la amistad en medio de la fría hostilidad de aquel lugar, dieron media vuelta y se apresuraron pendiente abajo mientras las estatuas bloqueaban el portal. Solo Daradoth era capaz de ver más allá de unos cuantos metros, y la magnificencia del lugar le sobrecogió. El complejo de los Santuarios se extendía a lo largo de muchos kilómetros cuadrados, y abarcaba varias colinas. Aquella en la que se encontraban dominaba todo el entorno, y desde ella se podían ver multitud de edificios; en lo alto de la colina central se encontraba el complejo principal, pero antes de ella se alzaban multitud de templos y enormes edificios que no pudo identificar. Todo ello intercalado con el bosque y los ciclópeos árboles de Essel.

Corrieron sobre el césped seco hasta llegar a un pequeño complejo de muretes y plantas muertas dispuestas en hileras ordenadas. Una estatua dominaba todo el conjunto, a todas luces destrozada intencionadamente. Recuperando el aliento, se hizo claro para el grupo que aquel complejo era sin duda un templo al aire libre, y por lo que dedujeron, seguramente un templo dedicado a Valdene1. Siguieron corriendo hasta llegar a un edificio aceptablemente conservado en una de las hileras de edificios principales, y allí se derrumbaron.

No tardaron en darse cuenta de que en el interior de aquel edificio los susurros eran mucho más tenues, y de que no hacía tanto frío. Se apretaron los unos contra los otros, reconfortados. Por fin podrían descansar un poco. Daradoth no tardó en recibir de nuevo la visita de la desconocida voz. "Estás cerca, te siento más cerca. Tu luz me consuela. Pero aún hace tanto frío...".  El elfo volvió a preguntar por la identidad de quien le hablaba, que a esas alturas tenía claro que era un elfo. "No recuerdo... hace tanto tiempo... tanto... y el frío...". Daradoth preguntó si conocía a algún kalorion, quizá a Trelteran. "Trelteran... ¡Trelteran! Es el frío encarnado, la mentira, ¡la oscuridad! Lo recuerdo, ¡lo recuerdo! Y recuerdo a Nagardazîr... maldito... fue muy duro... ¡pero hace tanto! Pobre, pobre Nagardazír". A continuación, Daradoth le preguntó por el antiguo brazo de Oltar del que les había hablado Igrëithonn, Ecthërienn. "Ecthërienn... Ecthërienn... lo recuerdo... lo recuerdo, sí... mucha Luz... aguerrido... pero la Sombra... la Sombra acabó con él... y el frío... el frío...". Hasta ahí llegó la conversación.

Galad despertó a un entorno de color gris pálido, aunque demasiado oscuro para su gusto, y comprendió que estaba soñando. Symeon estaba a su lado, sorprendido por encontrarse en el Mundo Onírico. Pero el entorno estaba mucho más tranquilo de lo que lo había estado la última vez que había entrado hacía un par de días, apenas era distinto del Mundo Onírico más tranquilo que conocía. Miró al paladín, que tenía la vista fija en lo alto, sin poder despegar la mirada.

 —Aquella estrella... aquella estrella me llama... —susurró Galad.

Symeon lo tranquilizó, y levantó la vista. Efectivamente, una estrella igual que la que le había atraído a él mismo  hacía unos días se veía en lo alto, pequeña, titilante, humilde. Y Galad no podía dejar de mirarla. "¿Habrá dado la casualidad de que el templo donde estamos era precisamente el consagrado a Emmán? Hemos tenido suerte, pues", pensó Symeon, recordando las palabras que había recibido de los entes celestiales varias noches atrás. Decidió poner toda la carne en el asador y llevarlos a los dos hacia la estrella; para su sorpresa, consiguió hacerlo; Galad y él se acercaron rápidamente hacia el lucero, que pronto fue creciendo en tamaño y en brillo. Pero el esfuerzo era supremo, y pronto el errante se sintió agotado; así que haciendo acopio de todas sus fuerzas, propinó algo parecido a un empujón al yo onírico de Galad, y él se dejó caer, liviano como una pluma, hacia el suelo.

La estrella pronto ocupó todo el ángulo de visión del paladín, cegándolo y llenándolo de su calor. Algo le tocó en el hombro mientras se posaba sobre un suelo invisible y caía irremediablemente de rodillas, mientras Él le miraba. La luz lo inundaba todo, pero la visión de Galad alcanzaba lo suficiente para reconocer la silueta de un hombre ataviado con túnica, de larga melena, luenga barba, y ojos brillantes como la mañana. Su voz, aunque sobrenatural y polifónica, era amable en el fondo.

 —Mucho hay en juego, hijo mío. Mucho depende de vosotros. La propia Luz ha depositado sus esperanzas en este viaje.

 —Santísimo Padre —contestó Galad, los ojos empañados por las lágrimas—, no sé si soy digno de tamañas esperanzas. Somos solo unos pobres mortales sin nada especial...

 —Tu humildad te honra, hijo mío, y me regocijo al escucharla. Por eso, Yo te elijo, y te ofrezco mi guía. Ten fe y sigue mis preceptos.

Acto seguido, Emmán —"¿pues quién si no puede ser?"— tocó la frente de Galad con su mano. El paladín sintió cómo una Luz abrasadora lo inundaba, quemaba su mente y luego su cuerpo, y todo explotó. Emmán le había concedido un don, y así lo percibió cuando despertó junto a Symeon en el Mundo Onírico. El errante lo miró aliviado, pero también preocupado cuando Galad se giró bruscamente al oír una voz. "Tú... tú también eres portador de luz. Pero eres diferente... por favor, dile al otro que me traiga la luz, que se acerque más... hace mucho frío... está muy oscuro... oscuro...". Antes de recordar la voz onírica que Daradoth ya había mencionado, Galad buscó el origen de tales palabras, en vano. Symeon optó por sacarlos rápidamente al mundo de vigilia. Ya despiertos, todos se fijaron en que los ojos de Galad despedían un fulgor especial (sus iris rebosaban de pequeños puntitos de luz), y su aspecto y voluntad se encontraban renovados: Emmán le había concedido su favor. Con él, el paladín curó fácilmente la herida de Daradoth y recuperó un poco la moral del grupo.

Daradoth, por su parte, se notaba henchido de poder desde que habían cruzado el pórtico de las estatuas gracias a los enormes árboles que se encontraban por todo el recinto, y esa noche, como pasaría ya cada noche posterior, volvió a recibir la visita de la voz en su sueño. La conversación fue muy parecida a la del día anterior, para frustración del elfo.

Al despertar, Symeon los reunió para recordarles las palabras que le habían revelado los avatares hacía unos días. "Los elegidos tenían que buscarlos y encontrarlos". Por lo que parecía, Galad ya había conseguido encontrar a Emmán, y no sabían cuántos de ellos habían sido elegidos por los dioses, así que sugirió que los siguientes días deberían pernoctar en cada uno de los templos que se alzaban a lo largo del siguiente kilómetro y medio. Los edificios estaban deteriorados, y las estatuas y reliquias hacía tiempo que habían sido destrozadas, pero aun así podían identificar a qué avatar estaba dedicado cada uno de ellos gracias a los relieves y la simbología; así empezó un periplo de varios días por los templos. Afortunadamente, en la mayoría de ellos los susurros eran mucho más tenues y el frío y la oscuridad menos intensos, con lo que no fue una experiencia tan dura como atravesar los bastiones.

La siguiente "noche" acamparon en el templo consagrado a Ninaith2. Ante la fuerza que esa noche mostraron los susurros, Galad no tuvo más remedio que hacer uso del don de Emmán y erigir una esfera de protección que evitara que fueran afectados por ellos. Por otro lado, fue Symeon quien se vio convocado al Mundo Onírico y vio la estrella de nuevo. Ascendió como había hecho varias noches atrás, y allí una voz polifónica pero predominantemente femenina le habló:

 —Mucho hay en juego, hijo mío. No dudes de ti mismo, pues estoy segura de que encontrarás el camino de vuelta algún día —estas últimas palabras conmovieron profundamente a Symeon, que no pudo evitar derramar sus lágrimas—. El conocimiento será tu guía —a continuación, un suave toque en la frente provocó una explosión de luz. Ninaith le concedió su don, una especie de inspiración divina que agudizaría en lo sucesivo la intuición de Symeon y le proporcionaría recuerdos que nunca supo que tenía.

El siguiente período de descanso fue en el templo dedicado a Oltar3. Ese descanso los recuperó bastante, pues el templo de Oltar resultó ser el que más resistía todavía a la Sombra. Mientras Arakariann y Galad se encontraban de guardia, el suelo tembló levemente, sacudido por unos fuertes golpes metálicos. Todo el grupo despertó, alarmado. En breves momentos dos enormes colosos, sin duda constructos sobrenaturales ataviados con armaduras negras y enormes hachas, se detuvieron ante la puerta del templo. Eran mucho más altos que la abertura, que solamente permitía verlos hasta la altura del pecho. De repente, algo rugió órdenes en una lengua áspera y desconocida, y los constructos volvieron a ponerse en marcha; el grupo al completo suspiró, aliviado. Aparte de eso, nada más ocurrió; nadie resultó ser el elegido de Oltar.

Cambiaron su campamento entonces al templo dedicado a Demmerë4. En el interior brillaba todavía una llama, pequeña y titilante, pero viva. La llama eterna de Demmerë, que Daradoth les explicó que se mantenía encendida en todos sus templos. Era increíble que aquí no se hubiera apagado aún, y dieron gracias por ello, pues era señal de que la Luz todavía sobrevivía allí. Efectivamente, los susurros dejaron de ser audibles, y el frío prácticamente desapareció. Nadie fue convocado al Mundo Onírico esa noche, por desgracia. Pero mientras Symeon y Daradoth se encontraban de guardia, una figura enorme, una especie de lobo hecho de sombras y con los ojos rojos como ascuas se acercó a la entrada. El vello de Daradoth se erizó, y empuñó silenciosamente su espada. Symeon vio cómo el "lobo" intentaba "olfatear" algún vestigio de poder en los alrededores ("¿cómo sé que está haciendo eso?", pensó), pero no tuvo éxito y decidió continuar su búsqueda en otros lares. Por otra parte, el elfo recibió de nuevo la visita de la voz, que se mostró más enfadada que de costumbre, pues "hacía días que no se acercaban y necesitaba la luz".

En vista de la excelente protección que les había brindado el templo de Demmerë, decidieron pasar a partir de entonces los "días" allí, mientras turnaban la pernoctación en el resto de templos.

La siguiente parada fue en el templo de Ammarië5. En el exterior, el movimiento de buscadores fue en aumento, pero no consiguieron dar con ellos. Desgraciadamente, tampoco nadie fue convocado al Mundo Onírico.

Decidieron acampar después en el templo consagrado a Nassaröth6. Esta vez fue Daradoth quien se vio a sí mismo en el Mundo Onírico junto a Symeon. El errante lo condujo hacia la estrella que lo llamaba igual que había hecho con Galad, cayendo a mitad de camino mientras empujaba a su amigo.

 —Mucho hay en juego, hijo mío —la letanía fue pronunciada esta vez por una voz potentísima; con la misma tesitura polifónica que las demás, pero donde dominaba una voz de hombre arrolladora y grave—. Mucho has cambiado en los últimos tiempos, y me llena de gozo, pero esto solo es el principio. Tu destino es un alto monte lleno de espinas y grietas, mas debes cumplirlo, no te desvíes; mantente digno, y no desfallezcas. Ahora, ¡ve y destrúyelos!

Una mano tocó la frente de Daradoth, que notó miles de descargas eléctricas por todo su cuerpo mientras desde su frente se propagaba un calor abrasador y solo podía ver un resplandor blanco. Se encontró junto a Symeon de nuevo. "¡Sí! ¡Sí!", volvió la voz, "La luz, necesito la luz... ven rápido, por favor, ven rápido... te he esperado tanto tiempo... sácame de aquí, por favor... hace demasiado frío, demasiado...¡ven! ¡VEN YA!".

Cuando Symeon lo sacó al mundo de vigilia, sus ánimos estaban renovados y se sentía capaz de acabar con un ejército sin ninguna ayuda...


1. Valdene es la avatar de la Fertilidad, la Vida, el Renacimiento, la Feminidad, la Tierra y sus frutos.
2. Ninaith es la avatar del Saber, el Conocimiento, el Discernimiento, la Razón, la Intuición y la Erudición.
3. Oltar es el avatar de la Luz, el Día, el Aire, la Alegría y la Esperanza. 
4. Demmerë personifica los valores de la Belleza, el Arte, la Inspiración, el Caos Creador y el Fuego. 
5. Ammarië es la avatar de la Eternidad, las Estrellas, el Cielo y el Destino.
6. Nassaröth es el avatar de la Fuerza, los Logros Inesperados y la Superación Personal.