Translate

Publicaciones

La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

sábado, 22 de agosto de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 12

El Convento desaparece. Una antigua Hermandad.

Mientras Linda les entregaba sus nuevos móviles, Derek y los capitanes ponían en marcha un protocolo para vigilar y proteger a las familias de los miembros de la CCSA.

 —Linda —pidió el director—, tendrá que ir encargándose de conseguir una nueva sede para la CCSA, preferiblemente en una localización discreta y que se pueda defender con garantías. Si puede ser en menos de cuarenta y ocho horas, mejor; puede disponer del resto de administrativos.

En un momento dado, Sigrid aprovechó para advertir a los demás:

 —En el hotel —empezó la anticuaria—, vi algo que me llamó la atención, y que puedo jurar que no es fruto de mi imaginación. El agente Yatsenko disparó a dos enemigos sin mirar, de una forma extrañamente certera; así, mirad —intentó imitar el gesto de Yatsenko mientras miraba hacia abajo, hacia lo que había sido la entrada a la alcantarilla—. Estoy segura de que tiene algún tipo de capacidad especial.

Amy Bowen, Secretaria de Ackerman
Derek, que ya se había sentido intrigado por la posesión de fusiles de asalto por parte de varios agentes, vio sus sospechas confirmadas cuando Jonathan le reveló que los fusiles habían sido conseguidos gracias a los contactos del ex militar ucraniano. Así que decidió convocar a Yatsenko a su presencia y preguntarle acerca de sus contactos y la posibilidad de contar con más equipo; pero el ucraniano no reveló demasiado, solo que eran viejos conocidos de su periplo por diversos ejércitos privados y mercenarios. De momento, Derek prefirió no hacer hincapié en la información que había aportado Sigrid.

Aproximadamente a las diez de la noche llegaba a la sede Amy Bowen, la secretaria personal de Ackerman. Después de registrar exhaustivamente su coche y a ella misma y asegurarse de que no escondía ningún micrófono, Derek la presentó al resto de grupo y se disculpó:

 —Espero que comprenda todas estas medidas de seguridad, señora Bowen. Pero ahora mismo lo primero es la seguridad del congresista.

 —Por supuesto que las comprendo, director —respondió Amy con una sonrisa—, y hacen muy bien, yo tampoco me fiaría de nadie. Y más sabiendo que todo el problema seguramente ha venido provocado por alguno de sus colaboradores cercanos.

 —¿Qué quiere decir, señora? —preguntó Patrick.

 —Tengo sospechas —contestó Amy, bajando la voz— de que todo este lío de la posesión y la filtración a la prensa ha sido provocado por Sannon Miller, la jefa de gabinete. Menos mal que ustedes intervinieron, porque si no, todas esas suposiciones que se están haciendo en todos los periódicos y canales de televisión serían en realidad grabaciones del congresista poseído. Habría salido muy mal parado, incluso si le hubieran practicado un exorcismo con éxito; como sabrán ustedes, las personas que han sido poseídas una vez son más susceptibles a posteriores posesiones, así que dudo que le hubieran permitido volver a su cargo.

Tras revisar la agenda de Ackerman que traía consigo Amy Bowen sin sacar nada en claro a partir de sus notas (parecía que todas las reuniones de la semana anterior habían sido con gente del gabinete o del congreso), procedieron a alojar a la secretaria en el hotel de enfrente de la CCSA donde también se encontraban las monjas del convento del Redentor. Una vez arreglado el alojamiento de Amy, Yatsenko reclamó la atención de Derek:

 —Necesito inforhmarle de una cosa que crheo que será de su interéss, directorh —empezó gravemente, con su fuerte acento de Europa oriental. Hace unoss minutos he recibido la llamada de Frank Evans, de la CCSA Los Angeles. Según me ha dicho, hace dos o trhes días una delegación del Vaticano, de la Iglesia, se desplazó hasta Tunguska, en Rhusia. El caso es que parhece que ese grupo ha sido atacado y masacrado; de momento no se sabe si ha habido superhvivientes.

 —Desde luego es interesante —respondió Derek—, y me parece aún más interesante cómo es que un agente de una delegación de la CCSA se ha enterado de algo de lo que no está nadie al corriente.

 —Y eso no ess todo —continuó Artem, ignorando la sospecha del director—. Al parecerh, hace unos diezh u onzhe días, hubo una enorme explosión en la zona, y una enorhme columna de sombrhas se elevó hacia el cielo, justo en el lugarh a donde se dirigierhon loss rheligiosos.

A pesar de que Derek intentó sacar a Yatsenko información acerca de cómo conocía Evans aquella información y por qué le había llamado a él para contársela, el ucraniano no soltó prenda, prometiendo contarle más en el futuro. Cuando a continuación compartió la información con el resto del grupo, Tomaso intentó varias veces contactar con su primo, sin éxito. Por su parte, Sigrid tampoco fue capaz de contactar con Ramiro, así que se echaron por fin a descansar en las literas improvisadas en la sede.


Por la mañana, Sally les esperaba con una nueva sorpresa. Todos los boletines de los canales de televisión habían abierto con la misma noticia: la Iglesia y el Convento del Redentor habían amanecido arrasados. Todos los habitantes y los internos habían desaparecido sin dejar rastro, y el área se encontraba envuelta en una especie de sombra, como si hubiera una espesa capa de nubes tapando el sol continuamente (nubes inexistentes en ese momento). Los expertos ojos de Derek y Tomaso pronto vieron que, a juzgar por la caída de los escombros del muro y el derrumbe de los techos, el complejo había sufrido una especie de explosión "hacia dentro", una implosión. Rarísimo. El teléfono de la agencia pronto sonó con la llamada de las hermanas desde el hotel; Patrick las calmó lo mejor que pudo y se aseguró de que no salieran de sus habitaciones de momento.

No tardaron en desplazarse hasta el entorno del convento. Artem, Margaret, Stuart, Sigrid, Patrick, Tomaso y Derek tuvieron que detener su vehículo más lejos de lo previsto, porque la zona ya se encontraba acordonada y una pequeña multitud de curiosos se encontraba en el proceso de ser dispersada. Margaret se estremeció a ojos vista.

 —No importa que pudiéramos acercarnos más —dijo, con voz grave—, yo no lo haría.

 —¿Por qué, Margaret? —preguntó Sigrid, que, sabiendo de las experiencias sobrenaturales que la capitana había tenido de joven, ya intuía la respuesta.

 —¿No lo notan? —se giró, con el ceño fruncido—. No... claro que no. Esta noche ha habido mucho sufrimiento ahí delante, un dolor indescriptible, que ha dejado una huella indeleble. De alguna manera que no alcanzo a entender, yo siento esa huella incluso a esta distancia, y sé que si entráramos ahí, no nos ocurrirían más que desgracias. Hay algo muy mal...—tragó saliva—, torcido, no sé... perverso.

Sigrid puso su mano en el hombro de Margaret; desde luego, la extraña sombra que envolvía el convento ponía los pelos de punta, como si en cualquier momento fueran a aparecer criaturas horribles desde alguna esquina. Las sombras también eran diferentes, más... grisáceas de lo normal. Con la ayuda de unos binoculares, pudieron ver en el transcurso de la siguiente hora el trasiego de gente que iba y venía. Primero llegó en un lujoso Chevrolet la abogada del moño alto, Rachel Stevens, que bajó del vehículo acompañada de otro tipo, desconocido para ellos, que por los gestos parecía superior a ella en el escalafón; los polis les dejaron pasar al otro lado del cordón sin problemas. Al poco rato llegó Dan Simmons, con toda la parafernalia que rodeaba al alcalde de Nueva York, y más tarde, en un lujosísimo cadillac negro, aparecía un hombre de color al que el grupo identificó gracias a sus recuerdos de la realidad anterior: Alex Abel, el que en aquella existencia había sido el líder de la Nueva Inquisición y que, como se enterarían más tarde, en esta era uno de los principales filántropos que hacían donaciones a los conventos de la ciudad. No obstante, la heterogénea media docena de tipos que le acompañaban cubriéndole las espaldas, daba a entender que seguía siendo el líder de una organización similar. Tomaso no tardaría en descubrir que, efectivamente, en determinados corrillos de Internet, se hacía mención al multimillonario afroamericano y a la Nueva Inquisición.

Alex Abel

Viendo un par de camiones de bomberos a lo lejos, detenidos ante el convento, decidieron enviar a Stuart hacia allá a ver qué podía averiguar; Margaret le dijo que tuviera mucho cuidado y no entrara en el perímetro. El agente volvió aproximadamente una hora después.

 —¡Buf, buen pitote el que se ha armado ahí! —dijo nada más aparecer—. Según me han dicho un par de bomberos, se ha liado una buena esta mañana. —Mirando a Margaret, continuó—: al parecer, todos los compañeros que se han metido en lo que ellos llaman "la zona cero" han sufrido algún tipo de trauma o experiencia que les ha hecho perder el juicio o caer en una profunda depresión en cuestión de minutos... algunos han salido por su propio pie, pero otros han tenido que ser rescatados y sacados a rastras. Los que les han sacado a rastras también han sufrido a su vez algún tipo de shock temporal... vamos, un desastre.

Viendo que allí podrían sacar poco más en claro, Derek dirigió al equipo hacia el hospital más cercano para intentar conversar con, o al menos ver, a los bomberos que habían entrado en la zona cero. Al ver que en la puerta principal del centro había un par de furgones y un Hummer, decidieron dar un rodeo y entrar por urgencias. Allí, Derek y Patrick intentaron preguntar a una enfermera del mostrador por los bomberos llegados desde el convento; pero enseguida, un sanitario situado más allá se giró y, descolgando un auricular de teléfono les espetó:

 —Me temo que no podemos proporcionarles esa información, señores —la enfermera del mostrador se apresuró a dedicarse a otra tarea.

Acto seguido, el sanitario marcó un número de teléfono, ante lo que Derek y Patrick decidieron marcharse con toda la premura de la que fueron capaces sin despertar sospechas. Se reunieron con el resto del grupo y se dirigieron a la CCSA, con cuidado de no ser seguidos ni por tierra ni por aire.

A salvo de nuevo en la sede, Yatsenko pidió a Derek tener una conversación en privado. Pero este hizo que los demás asistieran también.

 —Directorh —empezó el ucraniano—, quierho inforhmarle de que Frank Evans, de la CCSA Los Angeles, y  Theo Moss, de la CCSA Miami, van a venirh a Nueva York para hablarh con nosotrhos. Han rhenunciado a suss carhgos porhque no confían en loss dirhectores de suss delegaciones.

 —¿Perdón? —Derek no esperaba una información tan directa—. Entiendo que son hombres de tu total confianza entonces.

 —Porh supuesto, señorh.

 —Y supongo que no me dirás qué relación os une ni por qué vienen hacia aquí, ¿verdad?.

 —Nada me gustarhía más —sonrió Artem, encogiéndose de hombros y mostrando las palmas de sus manos—, perho prhefiero esperhar a que elloss estén aquí. Le asegurho que serhán un buen rhefuerzo para nuestrass filas.

Por más que el grupo insistió, Artem no dijo nada más excepto que aquellos hombres eran para él "como hermanos". "Qué casualidad que hayan estado contratados en tres divisiones distintas de la CCSA", pensó Patrick, "demasiada casualidad... veremos qué sorpresa nos guardan".

Tomaso pasó el resto del día intentando acceder a grabaciones de cámaras de seguridad cercanas al convento. Mientras tanto, Derek y algunos más se dedicaron a buscar la iglesia más cercana a la CCSA para tener un lugar apropiado para celebrar el exorcismo del congresista. Finalmente, decidieron que lo llevarían a cabo en la iglesia de San Patricio.

Por fin, caída la tarde, Tomaso consiguió acceder al registro de una cámara de seguridad de una sucursal bancaria cercana al convento, al parecer la única que había sobrevivido a lo que fuera que había pasado la noche anterior. Se quedó de piedra cuando la grabación mostró seis figuras envueltas en sombras caminando hacia donde debía estar el convento. Aún abrió más los ojos cuando reconoció en una de ellas a la mujer de Patrick, que lucía unos rasgos inquietatemente demoníacos: sus ojos eran negros y sus dientes afilados. Pero aún le aguardaba la mayor sorpresa: junto a Helen Atkin, la esposa de Patrick, caminaba... "No puede ser...", pensó. "No puede ser... ¡Paolo!". Efectivamente, su hermano Paolo, con la piel lívida y sombras bailando a su alrededor pero sin otros rasgos visibles que delataran posesión alguna, caminaba entre el resto de figuras. Unos veinte minutos de imagen fija después, la cámara se agitaba y la grabación terminaba en una nube de estática. No tardó en enseñar la grabación al resto del grupo, que no pudo explicarse por qué precisamente esa cámara había sobrevivido, pero que tuvo muy claro por fin quién había causado la caída de la Iglesia y Convento del Redentor.

Poco después, Sigrid recibía un nuevo mensaje de Emil Jacobsen, firmado de nuevo como "lord Byron". El mensaje destilaba incluso más urgencia que el anterior; algo gordo debía de haber pasado en Europa, y seguramente debía de haber afectado a su marido; decidió dejarlo pasar por el momento: tenían demasiados frentes abiertos ahora mismo.

Por fin, poco después de cenar, llegaron Theo Moss y Frank Evans.  El primero natural de Boston y de padres escoceses, y el segundo con un fuerte acento británico, nacido en Dover. Derek los hizo pasar a la sala de reuniones junto con Artem y Patrick. Este no tardó en utilizar sus habilidades para percibir las auras de los tres agentes, y para su alborozo, las identificó mejor de lo que nunca había podido interpretar un aura antes. Las tres auras eran muy parecidas, cada una con la mezcla común de bien y mal en ellas, pero delataban ciertas capacidades sobrenaturales en los tres que tenían  que ver con el desempeño físico y el combate (Patrick recordó lo que había revelado Sigrid sobre los disparos a ciegas de Artem), y no solo eso: el profesor estaba seguro de que esas capacidades tenían su origen en algún tipo de creencia religiosa. Además, el aura de Evans daba a entender que era más experimentado que Moss o que Yatsenko.

 —Bueno —empezó Derek—, espero que ahora que se encuentran los tres aquí, puedan aportar más datos sobre las razones de su estancia; el agente Yatsenko ha sido muy críptico al respecto.

 —Por supuesto, director —contestó Evans, con una amplia sonrisa de congraciamiento—. Lo primero que queremos que sepa es que somos amigos, como ya le habrá contado Artem. Y que pertenecemos a una... congregación, o más bien... hermandad, que ha existido a lo largo de muchos siglos. Pero preferimos mantener la identidad de nuestra organización en el anonimato por el momento, espero que lo comprenda.

 —Muy bien —contestó Derek con un suspiro, consciente de que era inútil insistir—. Continúen.

 —El caso es que nuestra vida está consagrada a un solo propósito, señor Hansen, señor Sullivan. Luchar contra aquellos que pretenden regir los destinos de nuestra especie y oprimirnos.

 —Y básicamente son dos bandos de cabrones —añadió Theo Moss.

 —¿Y qué dos bandos son esos? —preguntó Patrick.

Evans miró a Yatsenko, y este le hizo un gesto de asentimiento como quitando importancia a la cuestión.

 —Pensaba que a estas alturas ya lo sabrían, señores —prosiguió—. Hablamos de los llamados Illuminati por un lado, y de los Demonios por otro. Por supuesto, después están los agentes libres y las organizaciones intermedias, pero esos son los dos importantes.

 —Y a loss que no dejarhemos trhatarnos como a escoria aunque nos cueste la maldita vida —sentenció Yatsenko.

 —El caso —siguió Evans— es que las delegaciones de la CCSA Los Angeles y Miami no parecían estar tan comprometidas con este objetivo como esta, por lo que nos ha informado Artem; así que decidimos renunciar a nuestros puestos y venir a incorporarnos aquí. Sabemos que usted, director, es uno de los más íntimos amigos del congresista Ackerman y por eso hemos decidido confiar en usted, y ofrecerle una alianza que sin duda será productiva para todos.

Pocos minutos después, Tomaso, Sigrid y Sally entraban también a la sala y eran presentados y puestos al corriente de toda esa información. Derek los presentó como personas de su total confianza, con lo que Evans y los demás no pusieron ningún problema. Patrick intentó inquirir algo más, pero los tres "guerreros" (como los había empezado a calificar el profesor) no dieron más información sobre su organización ni sus capacidades. Sí que hablaron algo más sobre el evento que había tenido lugar en Tunguska  y la desaparición de los enviados por el Vaticano a la región.

 —Porque, debéis saber —dijo Evans en un momento dado, ya con la confianza suficiente para tutearlos—, que la propia iglesia católica es un títere de los Illuminati....

 —En realidad —apostilló Theo Moss—, cualquier iglesia de cualquier religión lo es.

 —Así es —continuó Evans, afirmando con la cabeza—, prácticamente todas las iglesias de todas las religiones luchan contra los demonios, y hasta ahora han conseguido mantenerlos a raya, pero solamente lo hacen porque así sirven a los intereses del otro bando, los Illuminati. Así que no puedo decir que sienta la desaparición de esas dos docenas de clérigos de diferentes órdenes.

Tomaso apretó mucho los puños, pero prefirió no decir nada acerca de que entra esas dos docenas habría estado seguramente su primo.

El pacto se selló con apretones de manos y palabras de bienvenida, y con la contratación como agentes de campo en la CCSA NY de Frank Evans y Theo Moss. Además, los tres fueron informados de la presencia del congresista en la sede y de su posesión, y fueron destinados a actuar como guardianes hasta que se celebrara el exorcismo el día siguiente.

La última decisión del día fue hacer que la hermana Mary y las demás durmieran esa noche en la CCSA para que no hubiera ningún problema imprevisto de cara a la ceremonia.


domingo, 2 de agosto de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 11

Huida del Orfeo

Rachel Stevens, abogada de WCA
La conversación entre Sigrid y Patrick por un lado, y Salvatore Leone y Rachel Stevens por otro, discurrió por cauces muy poco fluidos. Evidentemente, Sigrid hizo todo lo posible para que sus interlocutores no notaran lo mucho que le importaban sus amigos retenidos, pero por cómo se desarrolló la discusión, no lo consiguió. Al principio, Salvatore no dejaba de sonreir, hasta que, ante la falta de ofertas concretas por parte del profesor y la anticuaria, poco a poco fue perdiendo la paciencia y su gesto se tornó mucho más serio. Más aún cuando vio que cada cuarto de hora, Patrick cogía su teléfono y escribía en él; no obstante, no le impidió hacerlo.

 —Tus servicios, Sigrid —contestó en un momento dado Salvatore, tuteándola ya sin ambages—, no son nada que no se puedan pagar con dinero, y te aseguro que dinero me sobra; y no los consideres tan importantes como para chantajearme con no ofrecérmelos. Hasta ahora me ha ido bien sin ellos.

 —No sé si me he equivocado al juzgar su inteligencia, señora Olafson —Rachel tomó el hilo de la conversación, viendo que Salvatore perdía la paciencia—, pero creía que en nuestro encuentro de ayer en la Biblioteca había quedado claro lo que quería de usted.

 —Preferiría —dijo Sigrid, disimulando su congoja— que fuera usted más explícita, señora Stevens. 

 —Parece usted nueva, Sigrid —contestó la mujer de alto moño con una sonrisa de displicencia—; en nuestro mundo es muy peligroso ser demasiado explícito, usted debería saberlo de sobra ya, por lo que se dice por ahí. En fin, el hecho es que compró usted más de mil libros hace un par de noches, y eso solo puede significar una cosa en el mundo de la bibliomancia... su Biblioteca no estaba lista para algo que acababa usted de conseguir, y yo quiero ese algo.

Sigrid calló, su cerebro intentando encontrar una solución como loco... Era evidente que la mujer no era capaz de determinar que había utilizado su poder para localizar el libro de Napoleón. ¿Debería revelarle la verdad? No, si lo hacía, perderían lo único que les mantenía con vida. Pero fingir... aquella gente parecía saber muy bien cuándo alguien mentía. Patrick vio cómo los ojos de su compañera se entornaban levemente por la tensión de sus pensamientos. Así que acudió en su rescate, utilizando su labia sin igual para dar vueltas y más vueltas a los mismos argumentos durante muchos minutos, permitiéndole así pensar.

Pero Salvatore, cansado de tanta palabrería, se levantó bruscamente.

 —¡Ya estoy harto de esto! —contuvo el gesto de dar un puñetazo en la mesa—. Nos vamos a retirar un momento, les dejamos a solas para que puedan discutir en privado y decidan si quieren o no salvar a sus amigos.

Después de hablarlo unos minutos entre susurros (y de que Patrick enviara un mensaje de alerta a Jonathan), decidieron que lo menos malo sería decirles la verdad, y así lo hicieron; cuando Salvatore, Rachel y los dos tipos volvieron a entrar en el reservado, Sigrid confesó que ya no disponía de la "carga mayor" porque la había tenido que utilizar "con urgencia".

 —Pero —continuó la anticuaria, antes de que sus interlocutores pudieran cortarla— estoy en posición de aseguraros que en breve plazo dispondré de otra carga, que os ofrezco a cambio de la libertad de mis compañeros.

Rachel y Salvatore intercambiaron miradas de incredulidad, y evidentemente, pasaron a interrogar a Sigrid acerca de los detalles de qué libro iba a conseguir que le iba a proporcionar tal poder simbólico, ¿dónde?, ¿cuándo? y, ¿cómo?

 —Se trata de un libro que pretendía conseguir Sergei Ivánov —contestó Sigrid, creyendo que los iba a sorprender, y añadió—: o, más bien, Timofei Novikov.

 —¿Cómo demonios conoce usted ese nombre? —preguntó Rachel, abriendo los ojos y ante la sopresa de Salvatore.

Patrick salió de nuevo al "rescate" de Sigrid, desviando la conversación.

 —Miren, conseguimos un libro hace poco... —empezó.

 —Por supuesto —contestó Salvatore— doy por hecho que se trata del libro que vendía Taipán.

 —Efectivamente —ratificó el profesor—. El caso es que deben ustedes saber que yo tengo una... visión de la realidad... diferente a los demás. Cuando Ivánov estuvo a punto de hacerse con la propiedad de ese libro, tuve una sensación apocalíptica, una especie de... —titubeó unos segundos, tratando de encontrar las palabras— presentimiento de... desastre existencial, podríamos decir. Así que decidimos hacernos con el libro para evitar un mal mayor. El caso es que este libro nos ha puesto sobre la pista de otro aún más importante, que tenemos que conseguir a toda costa.

 —Una información interesante —dijo Rachel—, pero no responde a mi pregunta de cómo conocen ustedes el verdadero nombre de Ivánov.

 —Solo puedo decirles —contestó Patrick— que lo conocimos en una "vida anterior". De verdad.

Tras algunas preguntas más sin respuestas concretas (sobre todo las referidas al nuevo libro), Salvatore y Rachel salieron de nuevo a discutir en privado. Volvieron con otros dos tipos de mala catadura.

 —Como comprenderéis —anunció el mafioso—, todo esto es muy confuso. De momento, os vamos a alojar en el Orfeo, y continuaremos la conversación en breve. Acompañadlos a su habitación —ordenó a los cuatro matones que se encontraban ahora con ellos.

Patrick fue escoltado hasta una habitación del primer piso, y Sigrid a otra del tercero. En la del primero, el profesor se encontró con Tomaso esposado al cabezal de una cama, custodiado por un guardia. Le hicieron sentarse en una de los sillones de la suite y allí lo dejaron. Más o menos lo mismo se encontró Sigrid, pero con Derek en el tercer piso. Patrick no tardó en hacer uso del especial enlace que tenía el grupo para saber dónde se encontraban sus amigos ausentes. Decidió que no podían tardar mucho en actuar; seguramente Salvatore y Rachel habrían partido en busca de refuerzos o instrumentos con que sacarles toda la información.

Así que, a los pocos minutos, quizá diez desde el último mensaje que había enviado a Jonathan, Patrick se concentró, advirtiendo a Tomaso con una mirada. Este notó cómo, con un ligerísimo "click", la anilla de las esposas que rodeaba su muñeca se aflojaba. Pero de momento no hizo ningún gesto delator. Tras un par de tragos a su petaca, fingiéndose borracho (o quizá no fingía tanto), Patrick distrajo al guardia  insistiendo en que tenía que ir al baño. La oportunidad no fue desaprovechada por Tomaso que se abalanzó sobre el matón, a punto de darle un culatazo a Patrick con su arma. Entre los dos pudieron reducirlo sin demasiado ruido que pudiera alertar a posibles guardias al otro lado de la puerta. Tras hacerse con el arma del mafioso, se apresuraron a ayudar a sus amigos.

 —Es posible —dijo Tomaso, entre susurros— que haya micrófonos o incluso cámaras en las habitaciones, así que tenemos que darnos prisa antes de que se preparen.

Patrick abrió la puerta de la suite con mucho cuidado, y a través de la rendija vio que solo había un guardia, un tío enorme. Este hacía gestos para ajustar su pinganillo, claramente escuchando órdenes. No podían esperar más; abrieron la puerta y el profesor lo engañó para que entrara en el interior. Allí, un par de disparos y algunos golpes dieron con el tiarrón en el suelo e inconsciente; su pistola no tardó en pasar a posesión de Patrick. No obstante, los segundos que el profesor perdió registrando a los guardias, comprobando su documentación y quitándoles los comunicadores, probaron lo acertado de la advertencia de Tomaso: en el pasillo hizo acto de aparición más gente. Dos tipos se asomaron al interior de la suite, pero recibidos por los disparos del italiano y el profesor, se apostaron a ambos lados de la puerta mientras disparaban a ciegas.

Durante un momento de silencio, Tomaso miró a Patrick.

 —Usaré la mesa pequeña como parapeto —dijo en voz baja—. Dispararé a la derecha, tú sígueme y dispara a la izquierda.

Y así lo hicieron. Tomaso se precipitó a través de la puerta violentamente, cubriéndose con la pequeña mesa que se hacía servir como escritorio, y Patrick permaneció pegado a él. Al salir, uno de los tipos estaba llamando por el móvil, y el otro fue el único que opuso algo de resitencia; ambos fueron heridos y acto seguido ignorados por la pareja. Estos se dirigieron a las escaleras y subieron el primer tramo hacia los pisos superiores mientras un poco más abajo oían cómo alguien gritaba órdenes y luego gritos que les instaban a detenerse. Sonaron un par de disparos a través del hueco de las escaleras, pero no se detuvieron. Sacando algo de ventaja a sus perseguidores, llegaron al tercer piso siguiendo el vínculo kármico. Tomaso rodó al salir al pasillo, donde, como había sospechado, les esperaba un guardia en la puerta de una de las habitaciones que inmediatamente disparó. También lo abatieron y cogieron su tarjeta.

Dentro de la habitación, Derek y Sigrid consiguieron distraer lo suficiente al mafioso que los custodiaba para que Tomaso y Patrick pudieran entrar con una violenta patada y lo hicieran rendirse. Tras dejarlo inconsciente y apropiarse también de su arma (junto con la del guardia de la puerta ya eran cuatro, todos iban armados), salieron al pasillo mientras los primeros perseguidores hacían acto de aparición. La proverbial suerte de Derek vino en su auxilio una vez más, cuando uno de los ascensores abrió sus puertas con un "ding" y nadie salió de su interior; alguien debía haberlo llamado y luego haberse retirado al oír los disparos. Disparando a sus perseguidores a discreción, el grupo entró en el ascensor y marcó el piso "1"; Derek esperaba así despistar a los mafiosos. Patrick, por su parte, utilizó sus habilidades especiales para estropear el sistema de LEDs del ascensor y evitar así que mostrara el piso donde se encontraban.

 —Es curioso —dijo mientras bajaban, con la respiración agitada—, parece que me es mucho más fácil alterar la realidad dentro del hotel. —Recuperando el aliento, continuó—: casi no me ha costado esfuerzo abrir vuestras esposas, ni tampoco estropear los marcadores del ascensor...

 —¿Tendrá algo que ver con la anomalía que detectaste bajo el nivel del suelo? —preguntó Sigrid—. Yo siento todo lo contrario, me es imposible usar mis poderes simbólicos aquí dentro.

 —Pues, quizá... —empezó Patrick, pero el ascensor se detuvo y Derek hizo un gesto para que se callaran y salieran rápidamente.

Por suerte no había nadie en el primer piso, así que bajarían por las escaleras de servicio.

Aquellas escaleras les condujeron a la parte trasera de la cafetería, donde la suerte les seguía acompañando y no había ni un alma. Pero cuando salieron a la parte delantera, pasando de largo las salas de reuniones, se encontraron con un pequeño tumulto en el vestíbulo y la recepción. A través de las enormes puertas giratorias pudieron ver que bastante gente se aproximaba por el jardín a toda prisa, y que los matones de la entrada (junto con el autómata) empuñaban sus armas.

Se quedaron inmóviles unos segundos, sin saber bien qué hacer.

 —¿Nos arriesgamos a buscar una salida trasera? —dijo Derek—. Pero es posible que nos quedemos atrapados y nos den caza como a ratas... ¿tú que dices, Tom....?

Una fuerte explosión hizo vibrar el suelo y lanzó las tapas de alcantarilla reforzadas del jardín por los aires. En el exterior, muchos de los que se aproximaban dieron con sus huesos en el suelo por la onda expansiva. Pocos segundos más tarde, se oían los primeros disparos. Jonathan había iniciado el ataque... "Bendito Jonathan", pensó Derek, que rugió:

 —¡Vamos, ahora! ¡Va a ser nuestra única oportunidad! ¡Vamos!

Aprovechando la confusión que se había generado y los gritos de los trabajadores no combatientes del hotel, el grupo salió hacia las puertas giratorias disparando a todos aquellos que parecían peligrosos.

Tomaso disparó a uno de los matones de la puerta pero, por desgracia, acertó en pleno corazón a una empleada del servicio de habitaciones que se cruzó en la trayectoria de su disparo. Sintió un escalofrío que dejó helada su alma. Había matado a una inocente. Mientras las lágrimas acudían a sus ojos y gritaba "¡nooooo!", cayó de rodillas.

 —¡Tomaso, no, por favor! —gritó Derek, que levantó como pudo a su amigo y lo empezó a arrastrar fuera de allí, sin dejar de disparar.

Por suerte, el equipo de avanzada de Jonathan no tardó en llegar a la puerta y mientras los cristales saltaban en mil pedazos, Patrick, Sigrid y Derek acababan con los guardias del interior. Pero el autómata corría hacia ellos sin ningún brillo en sus ojos. Patrick sintió un terror atávico, fruto de su temor adolescente hacia la inteligencia artificial, pero consiguió sobreponerse. Comprobó de una vez por todas la facilidad que tenía en el albergue para hacer uso de su capacidad de alterar la realidad, y el autómata cayó al suelo, presa de espasmos incontrolables. El profesor arqueó una ceja, sorprendido de sus propias capacidades, pero no tuvo tiempo de pensar más antes de que Sigrid le despertara de su ensoñación con una palmada, instándole a seguir a Derek y Tomaso a través de la puerta destrozada.

Artem Yatsenko, agente de la CCSA
 —¡Dirhectorh! ¡Dirhectorh! —gritó una voz con un fuerte acento ruso. Era el ucraniano Artem Yatsenko, una de las piezas de choque del equipo de Margaret Jenkins—. ¡¡Porh aquí!!

El grupo se precipitó detrás de Yatsenko, que los condujo a través de un macizo de matorrales mientras disparaba su... "¿Fusil de asalto? ¿Desde cuándo disponemos en la CCSA de fusiles de asalto?", pensó Derek. Pero sus pensamientos se vieron pronto interrumpidos por las balas que silbaban a su alrededor y un par de recién llegados cubiertos de tatuajes que atravesaban en ese momento la verja de la entrada. "Pero...¿son tatuajes o cicatrices?". Como respondiendo a su interrogante mental, ambos tipos sacaron sendos cuchillos de sus cinturones y se rajaron en antebrazos  y muslos.  Patrick y Sigrid sintieron como si el aire se electrificara levemente, y dos agentes de la CCSA gritaron de dolor en alguna parte. Pero no había más tiempo, Jonathan y Samantha Owens tendrían que encargarse de la extracción, mientras un par de nuevas explosiones añadían confusión y humo al ambiente. Llegaron a una de las bocas de alcantarilla que habían sido voladas hacía un rato y el agente Yatsenko se detuvo allí, invitándolos a acercarse rápidamente; Sigrid abrió mucho los ojos cuando el ucraniano disparó dos veces su pistola sin desviar la mirada de la alcantarilla y acabó con sendos tipos que se acercaban a la carrera. La anticuaria miró a su alrededor; nadie parecía haberse dado cuenta del hecho. "¿Será mi imaginación?", se preguntó; pero había visto ya demasiadas cosas para dudar a esas alturas de su percepción. "En fin, lo que cuenta es que está en nuestro bando, ya habrá tiempo para preguntas".

Yatsenko los hizo bajar por una cuerda que causó quemaduras leves en las manos de varios de ellos hasta el nivel más bajo de las alcantarillas en el que habían estado hacía unos días, y los demás agentes no tardaron en seguirles, entre el sonido de nuevas explosiones. Derek esperó hasta que Jonathan apareció e informó de que todos los agentes habían bajado, dos de ellos heridos graves y varios heridos leves. Detrás de él, Yatsenko trasteaba con un móvil, y en un momento dado, pulsó un botón.

 —¡Vamoss! ¡Directorh, capitán, vamoss, rhápido! —les urgió.

Arrancaron a correr, y al cabo de unos momentos, una explosión les alcanzaba con su onda expansiva y les arrojaba al suelo en un caos de polvo. Artem se levantó, riendo a carcajadas.

 —Bueno, por ahí ya no nos perseguirán —dijo Jonathan, sonriendo al ver reír a Artem mientras se sacudía el polvo de su equipo.

Pocos minutos más tarde salían de las alcantarillas por la carpa que había montado la CCSA a varios centenares de metros de allí. Benjamin Rowland, el biólogo más veterano, saludó efusivamente a Derek cuando los vio aparecer.

 —Ya tenemos a los heridos estabilizados —anunció Olivia Wells.

 —Pues vámonos de aquí, ¡ya! —ordenó Derek.

Minutos después, la comitiva al completo llegaba a las dependencias de la CCSA, lo más discretamente posible a través del parking del edificio de oficinas donde se encontraban. Excepto Sigrid, Jonathan, Artem y Stuart, que se desviaron para pasar por el apartamento de la anticuaria, donde esta escogió los cincuenta libros más valiosos, realizó un pequeño ritual para convertirlos en su nueva biblioteca, y se los llevó de allí con la ayuda de sus acompañantes. Tendría que poner a la venta el apartamento, no estaba segura allí de ninguna de las maneras. Lo mismo pensó Derek respecto a las oficinas de la CCSA, tendrían que desplazarse a una localización más segura, secreta a ser posible. De momento, Sally contactó con Omega Prime para que cambiaran todos los datos de localización de la CCSA NY que hubiera registrados; confiaban en que eso les daría un poco de tiempo para llevar a cabo el traslado y recuperar al congresista.

Por su parte, Patrick aprovechó el traslado a bordo del furgón para consolar a Tomaso, que se encontraba profundamente afectado por la muerte de la mujer inocente en el Orfeo. El profesor demostró su buen conocimiento de la psique humana, y en los escasos veinte minutos que duró el trayecto, consiguió sacar a su amigo del estupor que se había apoderado de él, e incluso hacerlo reaccionar.

De vuelta en la CCSA, ya un poco recuperados de sus diversos rasguños, hematomas y estrés, Linda Thompson, la secretaria de Derek, le informó de que había llamado Amy Bowen, la secretaria de Ackerman. Al parecer, le había sido imposible contactar con Derek en su móvil y había dejado el recado de que calculaba que llegaría a las oficinas de la agencia en dos o tres horas. Eso había sido hacía aproximadamente una hora.

 —Es verdad —pensó en voz alta Derek—, nos quitaron los móviles. Linda, consíganos unos nuevos cuanto antes. Y por favor, Sally —esta dejó de atender los rasguños de Tomaso al oír la urgencia del director—, ¿crees que Omega Prime podría destruir toda la información de nuestros antiguos teléfonos?

 —Por supuesto, no creo que tengan problema —respondió ella, que enseguida abrió su portátil para contactar con los hackers.