El Convento desaparece. Una antigua Hermandad.
Mientras Linda les entregaba sus nuevos móviles, Derek y los capitanes ponían en marcha un protocolo para vigilar y proteger a las familias de los miembros de la CCSA.
—Linda —pidió el director—, tendrá que ir encargándose de conseguir una nueva sede para la CCSA, preferiblemente en una localización discreta y que se pueda defender con garantías. Si puede ser en menos de cuarenta y ocho horas, mejor; puede disponer del resto de administrativos.
En un momento dado, Sigrid aprovechó para advertir a los demás:
—En el hotel —empezó la anticuaria—, vi algo que me llamó la atención, y que puedo jurar que no es fruto de mi imaginación. El agente Yatsenko disparó a dos enemigos sin mirar, de una forma extrañamente certera; así, mirad —intentó imitar el gesto de Yatsenko mientras miraba hacia abajo, hacia lo que había sido la entrada a la alcantarilla—. Estoy segura de que tiene algún tipo de capacidad especial.
Amy Bowen, Secretaria de Ackerman |
Aproximadamente a las diez de la noche llegaba a la sede Amy Bowen, la secretaria personal de Ackerman. Después de registrar exhaustivamente su coche y a ella misma y asegurarse de que no escondía ningún micrófono, Derek la presentó al resto de grupo y se disculpó:
—Espero que comprenda todas estas medidas de seguridad, señora Bowen. Pero ahora mismo lo primero es la seguridad del congresista.
—Por supuesto que las comprendo, director —respondió Amy con una sonrisa—, y hacen muy bien, yo tampoco me fiaría de nadie. Y más sabiendo que todo el problema seguramente ha venido provocado por alguno de sus colaboradores cercanos.
—¿Qué quiere decir, señora? —preguntó Patrick.
—Tengo sospechas —contestó Amy, bajando la voz— de que todo este lío de la posesión y la filtración a la prensa ha sido provocado por Sannon Miller, la jefa de gabinete. Menos mal que ustedes intervinieron, porque si no, todas esas suposiciones que se están haciendo en todos los periódicos y canales de televisión serían en realidad grabaciones del congresista poseído. Habría salido muy mal parado, incluso si le hubieran practicado un exorcismo con éxito; como sabrán ustedes, las personas que han sido poseídas una vez son más susceptibles a posteriores posesiones, así que dudo que le hubieran permitido volver a su cargo.
Tras revisar la agenda de Ackerman que traía consigo Amy Bowen sin sacar nada en claro a partir de sus notas (parecía que todas las reuniones de la semana anterior habían sido con gente del gabinete o del congreso), procedieron a alojar a la secretaria en el hotel de enfrente de la CCSA donde también se encontraban las monjas del convento del Redentor. Una vez arreglado el alojamiento de Amy, Yatsenko reclamó la atención de Derek:
—Necesito inforhmarle de una cosa que crheo que será de su interéss, directorh —empezó gravemente, con su fuerte acento de Europa oriental. Hace unoss minutos he recibido la llamada de Frank Evans, de la CCSA Los Angeles. Según me ha dicho, hace dos o trhes días una delegación del Vaticano, de la Iglesia, se desplazó hasta Tunguska, en Rhusia. El caso es que parhece que ese grupo ha sido atacado y masacrado; de momento no se sabe si ha habido superhvivientes.
—Desde luego es interesante —respondió Derek—, y me parece aún más interesante cómo es que un agente de una delegación de la CCSA se ha enterado de algo de lo que no está nadie al corriente.
—Y eso no ess todo —continuó Artem, ignorando la sospecha del director—. Al parecerh, hace unos diezh u onzhe días, hubo una enorme explosión en la zona, y una enorhme columna de sombrhas se elevó hacia el cielo, justo en el lugarh a donde se dirigierhon loss rheligiosos.
A pesar de que Derek intentó sacar a Yatsenko información acerca de cómo conocía Evans aquella información y por qué le había llamado a él para contársela, el ucraniano no soltó prenda, prometiendo contarle más en el futuro. Cuando a continuación compartió la información con el resto del grupo, Tomaso intentó varias veces contactar con su primo, sin éxito. Por su parte, Sigrid tampoco fue capaz de contactar con Ramiro, así que se echaron por fin a descansar en las literas improvisadas en la sede.
Por la mañana, Sally les esperaba con una nueva sorpresa. Todos los boletines de los canales de televisión habían abierto con la misma noticia: la Iglesia y el Convento del Redentor habían amanecido arrasados. Todos los habitantes y los internos habían desaparecido sin dejar rastro, y el área se encontraba envuelta en una especie de sombra, como si hubiera una espesa capa de nubes tapando el sol continuamente (nubes inexistentes en ese momento). Los expertos ojos de Derek y Tomaso pronto vieron que, a juzgar por la caída de los escombros del muro y el derrumbe de los techos, el complejo había sufrido una especie de explosión "hacia dentro", una implosión. Rarísimo. El teléfono de la agencia pronto sonó con la llamada de las hermanas desde el hotel; Patrick las calmó lo mejor que pudo y se aseguró de que no salieran de sus habitaciones de momento.
No tardaron en desplazarse hasta el entorno del convento. Artem, Margaret, Stuart, Sigrid, Patrick, Tomaso y Derek tuvieron que detener su vehículo más lejos de lo previsto, porque la zona ya se encontraba acordonada y una pequeña multitud de curiosos se encontraba en el proceso de ser dispersada. Margaret se estremeció a ojos vista.
—No importa que pudiéramos acercarnos más —dijo, con voz grave—, yo no lo haría.
—¿Por qué, Margaret? —preguntó Sigrid, que, sabiendo de las experiencias sobrenaturales que la capitana había tenido de joven, ya intuía la respuesta.
—¿No lo notan? —se giró, con el ceño fruncido—. No... claro que no. Esta noche ha habido mucho sufrimiento ahí delante, un dolor indescriptible, que ha dejado una huella indeleble. De alguna manera que no alcanzo a entender, yo siento esa huella incluso a esta distancia, y sé que si entráramos ahí, no nos ocurrirían más que desgracias. Hay algo muy mal...—tragó saliva—, torcido, no sé... perverso.
Sigrid puso su mano en el hombro de Margaret; desde luego, la extraña sombra que envolvía el convento ponía los pelos de punta, como si en cualquier momento fueran a aparecer criaturas horribles desde alguna esquina. Las sombras también eran diferentes, más... grisáceas de lo normal. Con la ayuda de unos binoculares, pudieron ver en el transcurso de la siguiente hora el trasiego de gente que iba y venía. Primero llegó en un lujoso Chevrolet la abogada del moño alto, Rachel Stevens, que bajó del vehículo acompañada de otro tipo, desconocido para ellos, que por los gestos parecía superior a ella en el escalafón; los polis les dejaron pasar al otro lado del cordón sin problemas. Al poco rato llegó Dan Simmons, con toda la parafernalia que rodeaba al alcalde de Nueva York, y más tarde, en un lujosísimo cadillac negro, aparecía un hombre de color al que el grupo identificó gracias a sus recuerdos de la realidad anterior: Alex Abel, el que en aquella existencia había sido el líder de la Nueva Inquisición y que, como se enterarían más tarde, en esta era uno de los principales filántropos que hacían donaciones a los conventos de la ciudad. No obstante, la heterogénea media docena de tipos que le acompañaban cubriéndole las espaldas, daba a entender que seguía siendo el líder de una organización similar. Tomaso no tardaría en descubrir que, efectivamente, en determinados corrillos de Internet, se hacía mención al multimillonario afroamericano y a la Nueva Inquisición.
Alex Abel |
Viendo un par de camiones de bomberos a lo lejos, detenidos ante el convento, decidieron enviar a Stuart hacia allá a ver qué podía averiguar; Margaret le dijo que tuviera mucho cuidado y no entrara en el perímetro. El agente volvió aproximadamente una hora después.
—¡Buf, buen pitote el que se ha armado ahí! —dijo nada más aparecer—. Según me han dicho un par de bomberos, se ha liado una buena esta mañana. —Mirando a Margaret, continuó—: al parecer, todos los compañeros que se han metido en lo que ellos llaman "la zona cero" han sufrido algún tipo de trauma o experiencia que les ha hecho perder el juicio o caer en una profunda depresión en cuestión de minutos... algunos han salido por su propio pie, pero otros han tenido que ser rescatados y sacados a rastras. Los que les han sacado a rastras también han sufrido a su vez algún tipo de shock temporal... vamos, un desastre.
Viendo que allí podrían sacar poco más en claro, Derek dirigió al equipo hacia el hospital más cercano para intentar conversar con, o al menos ver, a los bomberos que habían entrado en la zona cero. Al ver que en la puerta principal del centro había un par de furgones y un Hummer, decidieron dar un rodeo y entrar por urgencias. Allí, Derek y Patrick intentaron preguntar a una enfermera del mostrador por los bomberos llegados desde el convento; pero enseguida, un sanitario situado más allá se giró y, descolgando un auricular de teléfono les espetó:
—Me temo que no podemos proporcionarles esa información, señores —la enfermera del mostrador se apresuró a dedicarse a otra tarea.
Acto seguido, el sanitario marcó un número de teléfono, ante lo que Derek y Patrick decidieron marcharse con toda la premura de la que fueron capaces sin despertar sospechas. Se reunieron con el resto del grupo y se dirigieron a la CCSA, con cuidado de no ser seguidos ni por tierra ni por aire.
A salvo de nuevo en la sede, Yatsenko pidió a Derek tener una conversación en privado. Pero este hizo que los demás asistieran también.
—Directorh —empezó el ucraniano—, quierho inforhmarle de que Frank Evans, de la CCSA Los Angeles, y Theo Moss, de la CCSA Miami, van a venirh a Nueva York para hablarh con nosotrhos. Han rhenunciado a suss carhgos porhque no confían en loss dirhectores de suss delegaciones.
—¿Perdón? —Derek no esperaba una información tan directa—. Entiendo que son hombres de tu total confianza entonces.
—Porh supuesto, señorh.
—Y supongo que no me dirás qué relación os une ni por qué vienen hacia aquí, ¿verdad?.
—Nada me gustarhía más —sonrió Artem, encogiéndose de hombros y mostrando las palmas de sus manos—, perho prhefiero esperhar a que elloss estén aquí. Le asegurho que serhán un buen rhefuerzo para nuestrass filas.
Por más que el grupo insistió, Artem no dijo nada más excepto que aquellos hombres eran para él "como hermanos". "Qué casualidad que hayan estado contratados en tres divisiones distintas de la CCSA", pensó Patrick, "demasiada casualidad... veremos qué sorpresa nos guardan".
Por fin, caída la tarde, Tomaso consiguió acceder al registro de una cámara de seguridad de una sucursal bancaria cercana al convento, al parecer la única que había sobrevivido a lo que fuera que había pasado la noche anterior. Se quedó de piedra cuando la grabación mostró seis figuras envueltas en sombras caminando hacia donde debía estar el convento. Aún abrió más los ojos cuando reconoció en una de ellas a la mujer de Patrick, que lucía unos rasgos inquietatemente demoníacos: sus ojos eran negros y sus dientes afilados. Pero aún le aguardaba la mayor sorpresa: junto a Helen Atkin, la esposa de Patrick, caminaba... "No puede ser...", pensó. "No puede ser... ¡Paolo!". Efectivamente, su hermano Paolo, con la piel lívida y sombras bailando a su alrededor pero sin otros rasgos visibles que delataran posesión alguna, caminaba entre el resto de figuras. Unos veinte minutos de imagen fija después, la cámara se agitaba y la grabación terminaba en una nube de estática. No tardó en enseñar la grabación al resto del grupo, que no pudo explicarse por qué precisamente esa cámara había sobrevivido, pero que tuvo muy claro por fin quién había causado la caída de la Iglesia y Convento del Redentor.
Poco después, Sigrid recibía un nuevo mensaje de Emil Jacobsen, firmado de nuevo como "lord Byron". El mensaje destilaba incluso más urgencia que el anterior; algo gordo debía de haber pasado en Europa, y seguramente debía de haber afectado a su marido; decidió dejarlo pasar por el momento: tenían demasiados frentes abiertos ahora mismo.
Por fin, poco después de cenar, llegaron Theo Moss y Frank Evans. El primero natural de Boston y de padres escoceses, y el segundo con un fuerte acento británico, nacido en Dover. Derek los hizo pasar a la sala de reuniones junto con Artem y Patrick. Este no tardó en utilizar sus habilidades para percibir las auras de los tres agentes, y para su alborozo, las identificó mejor de lo que nunca había podido interpretar un aura antes. Las tres auras eran muy parecidas, cada una con la mezcla común de bien y mal en ellas, pero delataban ciertas capacidades sobrenaturales en los tres que tenían que ver con el desempeño físico y el combate (Patrick recordó lo que había revelado Sigrid sobre los disparos a ciegas de Artem), y no solo eso: el profesor estaba seguro de que esas capacidades tenían su origen en algún tipo de creencia religiosa. Además, el aura de Evans daba a entender que era más experimentado que Moss o que Yatsenko.
—Bueno —empezó Derek—, espero que ahora que se encuentran los tres aquí, puedan aportar más datos sobre las razones de su estancia; el agente Yatsenko ha sido muy críptico al respecto.
—Por supuesto, director —contestó Evans, con una amplia sonrisa de congraciamiento—. Lo primero que queremos que sepa es que somos amigos, como ya le habrá contado Artem. Y que pertenecemos a una... congregación, o más bien... hermandad, que ha existido a lo largo de muchos siglos. Pero preferimos mantener la identidad de nuestra organización en el anonimato por el momento, espero que lo comprenda.
—Muy bien —contestó Derek con un suspiro, consciente de que era inútil insistir—. Continúen.
Pocos minutos después, Tomaso, Sigrid y Sally entraban también a la sala y eran presentados y puestos al corriente de toda esa información. Derek los presentó como personas de su total confianza, con lo que Evans y los demás no pusieron ningún problema. Patrick intentó inquirir algo más, pero los tres "guerreros" (como los había empezado a calificar el profesor) no dieron más información sobre su organización ni sus capacidades. Sí que hablaron algo más sobre el evento que había tenido lugar en Tunguska y la desaparición de los enviados por el Vaticano a la región.
—Porque, debéis saber —dijo Evans en un momento dado, ya con la confianza suficiente para tutearlos—, que la propia iglesia católica es un títere de los Illuminati....
—En realidad —apostilló Theo Moss—, cualquier iglesia de cualquier religión lo es.
—Así es —continuó Evans, afirmando con la cabeza—, prácticamente todas las iglesias de todas las religiones luchan contra los demonios, y hasta ahora han conseguido mantenerlos a raya, pero solamente lo hacen porque así sirven a los intereses del otro bando, los Illuminati. Así que no puedo decir que sienta la desaparición de esas dos docenas de clérigos de diferentes órdenes.
Tomaso apretó mucho los puños, pero prefirió no decir nada acerca de que entra esas dos docenas habría estado seguramente su primo.
El pacto se selló con apretones de manos y palabras de bienvenida, y con la contratación como agentes de campo en la CCSA NY de Frank Evans y Theo Moss. Además, los tres fueron informados de la presencia del congresista en la sede y de su posesión, y fueron destinados a actuar como guardianes hasta que se celebrara el exorcismo el día siguiente.
La última decisión del día fue hacer que la hermana Mary y las demás durmieran esa noche en la CCSA para que no hubiera ningún problema imprevisto de cara a la ceremonia.