Caminando por las Ramas
Continuaron subiendo la escalera de caracol. Llamarla escalera de caracol era una simple manera de entenderse, porque no era ni mucho menos uniforme en su ascenso. Había momentos en los que ni siquiera se intuía la curva de la escalera porque se alargaba por la parte más ancha del tronco, otros en los que apenas se ascendía, y otros en los que se estrechaba e inclinaba mucho más. Se notaba que era una cosa "viva", que crecía alrededor desde el árbol. Y los siglos pasados sin el cuidado de los elfos la habían hecho aún más irregular y difícil de transitar.
Un Aglannävyr |
El ascenso, cargados con el equipo y las armas, pronto adquirió un ritmo cansino, agravado aún más por la irregularidad del entorno.
—Calculo que debemos de haber subido ya unos trescientos metros —dijo Symeon entre jadeos.
La mayoría de los pisos se identificaba gracias a un arco de acceso de medio punto bellamente trabajado, y casi desde el inicio de la ascensión identificaban aberturas en la materia del árbol realizadas aprovechando una especie de nudos que tenía la madera. Pero ninguna lo suficientemente adecuada para salir al exterior. Afortunadamente, el agua ya no era un problema, multitud de pequeños arroyos discurrían por el árbol, en un circuito que no llegaban a comprender del todo.
Por fin, tras varias horas de ascenso, Daradoth vio un hueco que podría darles acceso a una rama con una corta trepa.
Symeon salió al exterior, sujetando una cuerda entre los dientes para atarla y facilitar el ascenso a sus compañeros, y al salir, los susurros enloquecedores volvieron con fuerza. Sintió un escalofrío, pero se sobrepuso y continuó avanzando hasta llegar a un lugar seguro, un pliegue, en la enorme rama cercana. Ató la cuerda a la tenue luz de su joya élfica, e instó a los demás a seguirle. Lo mismo le sucedió a Daradoth cuando siguió a su amigo al exterior. Sin embargo, cuando treparon hasta la parte superior de la descomunal rama, el elfo se quedó consternado.
—No veo ni el complejo central ni la oscuridad que vi más allá por ningún lado, Symeon —anunció—. Creo que hemos salido por la parte opuesta.
—Bueno, qué le vamos a hacer —respondió el errante—, bajemos y sigamos intentándolo. Además...—Symeon se interrumpió cuando las brutales campanadas del complejo central reanudaron su tañido, por suerte amortiguadas por la mole del aglannävyr.
Se apresuraron a entrar de nuevo al complejo. Primero bajó Daradoth, y Symeon le fue a la zaga. El errante se asustó cuando le pareció oir tras él un aleteo, pero no se giró; "de todas formas", pensó, "no creo que vea nada con la poca luz que da la joya". Poco después se reunían con sus compañeros, y Symeon comentaba lo del aleteo.
—No creo que se tratara de una bestia alada —dijo—, el aleteo era como de un pájaron normal.
—Mejor no comprobarlo —contestó Galad.
—Sí —sentenció Yuria—, si esa rama no sale en la dirección correcta, lo mejor es que sigamos subiendo hasta que encontremos otra. Esperemos que haya más aberturas...
Así que continuaron la penosa y agotadora subida por las escaleras duarnte horas, sin encontrar ninguna abertura que les permitiera salir al ramaje exterior. Finalmente, tuvieron que detenerse a descansar.
Durante su sueño, la temblorosa y ya conocida voz volvió a hablar en la mente de Daradoth.
—Te alejas... te alejas... ¿por qué te alejas? Trae la luz, por favor... ¡Trae la luz!
—Aguarda un poco más —contestó el elfo, sin saber cómo—, aguarda. Estamos intentando buscar un paso para ir a buscarte.
—Date prisa, por favor, date prisa... hace tanto, tanto frío... tráela por favor, ¡necesito tu luz!
Por su parte, durante el descanso, Galad intentó buscar un sueño inspirador de Emmán. "Señor, muéstrame la fortaleza central antes de que fuera invadida por la oscuridad", se concentró.
La fortaleza era una construcción resplandeciente y majestuosa, en lo alto de una verde y paradisíaca colina. Galad la veía desde lo alto de otra de las colinas cercanas. Impresionantes murallas blancas y torreones equiespaciados con campanarios que emitían unas campanadas límpidas, cristalinas como el rocío de la mañana, capaces de sanar el espíritu de aquellos que las oyeran. Sin duda, ese sonido era Luz pura. Sobre la mole de la ciudadela, destacaba un edificio, el situado en el punto más alto; el edificio tenía forma de octógono y albergaba una torre magnífica, bellísima, de cuya cúspide brotaba un rayo de luz hacia los cielos. Los cuatro aglannävyr que rodeaban la ciudadela la refugiaban bajo su enorme ramaje. El único punto despejado de ramas y hojas sobre el complejo era el que se encontraba justo encima del edificio central, dejando que la luz los traspasara y llegara a las alturas. Todo rebosaba poder, un poder ancestral y euforizante.
Y más allá del complejo central, aún otra maravilla, más impresionante si cabe que lo anterior, y que dejó a Galad sobrecogido y con la boca abierta. Una inmensa pirámide que resplandecía, reflejando la luz de las estrellas. "Pero... es de día... ¿la luz de las estrellas?". Y vibraba... vibraba con un poder inmenso, un poder... ¿divino? Sí, sin duda, sin duda... "siento a Emmán... y algo más...", pensó Galad, pero no le dio tiempo a recrearse con el sentimiento, pues la pirámide explotó de repente, brutalmente, arrasando con todo.
Galad despertó sobresaltado. Agotado, volvió a dormir, y, ya cuando hubieron descansado lo suficiente, compartió el sueño presuntamente inspirado por su dios. Symeon se quedó pensando unos instantes.
—Cuando estuvimos en Creä —dijo el errante—, yo vi en el Mundo Onírico los Santuarios como si fueran una pirámide. Dorada, de unos ciento cincuenta metros de alto con una especie de fulgor dorado difuso... ¿era parecida?
—En tamaño sí, pero en el resto creo que no —respondió Galad.
—Ahora que recuerdo —intervino Yuria—... ¿os acordáis del libro del alquimista que llevo meses tratando de descifrar? Pues en él aparecen varios diagramas con construcciones piramidales, y al parecer el autor fue un elfo, un tal Avaimas.
Intentaron encontrar algún nexo entre los tres datos proporcionados, pero como Yuria no llevaba el libro encima no pudieron deducir gran cosa. Arakariann tampoco parecía saber nada de ninguna pirámide, pues había nacido después de la Gran Reclusión. Así que, después de comer algo y reponer fuerzas, continuaron su ascensión. Mientras recogían, Daradoth también contó que la voz le había vuelto a hablar, y lo que le había dicho. Faewald se sorprendió al escucharlo:
—¿Dices que quiere tu luz, Daradoth? ¿Y te fías de ella? ¿No será acaso que quiere consumir la luz que haya en ti?
—No lo creo, Faewald —contestó el elfo—; estoy seguro de que es un ser de Luz atrapado aquí. A continuación, discutieron durante unos minutos, en los que Faewald y Symeon expresaron sus reservas ante el convencimiento de Daradoth.
—Si tenemos en cuenta la cantidad de tiempo que estas tierras han estado sumidas en la oscuridad —sentenció Galad—, dudo mucho de que haya algún ser de Luz sano aquí.
—Bueno, podéis estar tranquilos, que tendré todo el cuidado del mundo cuando llegue el momento —zanjó Daradoth.
Continuaron la ascensión, y a partir de un momento dado, comenzaron a caminar entre bonitas plantas luminiscentes. Sin embargo, un par o tres de horas después, se detuvieron. Al parecer, los tejidos y el xilema del árbol habían crecido sin control y era imposible continuar hacia arriba.
—No nos queda más remedio que buscar aberturas recorriendo los niveles del aglannävyr —susurró Daradoth, un poco descorazonado.
—Pues venga, lo mejor será que no perdamos el tiempo —animó Galad.
Y dicho y hecho, se adentraron en el último nivel accesible del ciclópeo árbol en busca de alguna abertura al exterior. Atravesaron multitud de salas, grandes y pequeñas, con el mobiliario y los objetos engullidos hacía tiempo por la propia materia del árbol. "Con tantos siglos de crecimiento, seguro que la mayoría de los huecos al exterior se habrán tapado", pensó Yuria, que iba marcando el camino con su cuchillo.
Tuvieron que comer un par de veces y descansar, y después de un número indeterminado de horas, por fin encontraron dos aberturas en la parte superior de un gran salón, a unos quince metros de altura y separadas una de otra por unos treinta metros. Aunque en el pasado parecían haber sido romboidales, ahora eran sumamente irregulares. Daradoth y Symeon treparon rápidamente y se asomaron, resistiendo de nuevo el embate de los susurros (las campanas estaban en silencio). El errante no pudo ver demasiado, pero Daradoth sí fue capaz de ver, en su límite de visión por la derecha, la sombra impenetrable que se alzaba donde debía de haber estado (o quizá estaba todavía) la pirámide que Galad había visto en su sueño. Varias ramas, todas ellas de un tamaño descomunal, estaban a una distancia alcanzable por el grupo.
—Creo que podemos salir por aquí e intentar llegar hasta el complejo —anunció el elfo.
Así que treparon todos y salieron al exterior. Cuando llegó el turno de Faewald, el esthalio se quedó durante unos momentos congelado, mirando asustado hacia la oscuridad. Volvió rápidamente sobre sus pasos y canceló el ascenso. No obstante, como ya lo tenían atado con la cuerda de seguridad, con la ayuda de Taheem y Arakariann pudieron reducirlo y evitar males mayores. Una vez todos de nuevo dentro del árbol, Galad lo tranquilizó con sus poderes; no solo eso, sino que decidió, con las habilidades que le había proporcionado Emmán, aliviar su estrés y su desequilibrio de una manera más potente. Faewald cayó en un reparador sueño durante unas horas para después alzarse, renovado. Como no tuvieron más remedio que descansar hasta que el esthalio despertara, el paladín aprovechó para reforzar también el estado mental de Arakariann.
A continuación, procedieron a escalar, esta vez sí, hasta la rama. No sin dificultades, pues volvieron a sufrir de falta de luz en el exterior. Pero Symeon se esforzó en ayudar a todos con su joya, y finalmente consiguieron por fin llegar a la parte superior de la rama, de no menos de cincuenta metros de ancho. Eso sí, siendo tan enorme, cualquier irregularidad se convertiría en un obstáculo formidable.
Así, empezaron una caminata muy diferente de la que habían llevado a cabo en el interior del aglannävyr, entre susurros y batir intermitente de campanas, con la amenaza siempre de la caída al vacío (porque por muy ancha que fuera la rama, habitualmente tenían que circular cerca del borde debido a los obstáculos bajo las tenues luces de Symeon y Galad). Daradoth enalteció su oído y permaneció en todo momento atento a cualquier movimiento o batir de alas en los alrededores.
En un momento dado, Daradoth vio en otra rama, a lo lejos, algo que le llamó la atención: una especie de construcción sobre ella, que parecía un convento (en ruinas, casi absorbido por el propio árbol).
Al cabo de un par de horas de penosa caminata, llegaron a un lugar donde la rama se trifurcaba. Una subrama seguía hacia arriba a la izquierda, y la otra hacia la derecha.
—Pues a la derecha vamos —dijo Yuria, y siguieron en aquella dirección, cambiando a un brote más delgado que aquel por el que habían transitado, y por tanto más peligroso.
De repente, volvió el tañir de las campanas, más alto que nunca. Un brutal impacto físico seguido de una ola de frío los dejó helados durante unos instantes. A todos menos a Yuria, que lo único que sintió fue el familiar latigazo en el cuello y un impacto parecido al que provocaría una explosión lejana. Symeon, Arakariann y Taheem cayeron inconscientes, y Daradoth sufrió unas intensas náuseas, igual que Faewald. Tuvieron que detenerse.
Y a los pocos minutos, otro campanazo. Aunque este fue más ligero, los conmovió tambíen por dentro, con un latigazo de frío. Galad tomó medidas, y utilizó su poder divino para evitar males mayores, permitiéndoles resistir los horripilantes tañidos, al menos durante un tiempo. Cuando Symeon y los demás recuperaron la consciencia y se encontraron lo suficientemente bien, siguieron la marcha lo más rápido que pudieron.
Llegaron a una nueva trifurcación, y se desviaron hacia la derecha, porque Daradoth vio que pasaba por encima de otra rama a la que creía que podrían descolgarse. Esta rama era aún más delgada que la anterior, y por tanto más peligrosa.
Las campanadas se detuvieron, lo que agradecieron sobremanera. "Menos mal, estaba llegando al límite...", pensó Galad, que detuvo sus pensamientos.
Un grito de agonía horrible, estentóreo, los dejó helados de nuevo. Venía de abajo, y resonó en sus oídos, lo que daba idea de su potencia.
—Por Ammarië —dijo Daradoth—, es la voz de Eraitan...
—La de Dirnadel más bien —corrigió Symeon.
—¡Arrrrrgh! ¡¡Aaaaaaaaaaah!! ¡¡AAAAAGGHHH!! —el sonido era horrible.
Daradoth miró hacia abajo, pero el follaje bloqueaba su visión. Miró al grupo, detenido en torno a las débiles luces de Symeon y Galad, evaluando qué hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario