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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 4 de julio de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 24

Campeones de la Luz

Les llevó unos minutos acostumbrarse a su nueva condición y, sobre todo, a sus nuevas capacidades (que eran muchas). La Gracia de la Luz era ahora poderosa en ellos. No solo eso, sino que Luz formaba parte de ellos mismos, se había imbricado en su ser. "En nuestro pequeño jirón de la Vicisitud", pensó Symeon, sin plantearse de dónde venía aquel pensamiento.

Durante ese ínterin de asimilación, sintieron dos formidables impactos en la estructura del edificio. Incluso el suelo retumbó, y el segundo impacto fue tan potente que varios cascotes cayeron del techo.

—Algo ha cambiado ahí fuera —dijo Symeon—. Debemos apresurarnos.

 —Sí... pero espera un momento —dijo Galad, concentrándose. Al cabo de unos segundos añadió—: Por lo que puedo percibir, Eraitan no está demasiado lejos, unos pocos kilómetros a lo sumo, pero es presa de una gran agonía.

—Vamos, entonces —urgió Daradoth.

—Sí, adelante —zanjó Yuria. La ercestre era la más confundida del grupo. Su experiencia con los poderes sobrenaturales era con diferencia la menor de todos ellos, y mucho más desde que el talismán obraba en su poder. "¿Cómo puede ser que no haya anulado esto?", se preguntaba; "tendré que preguntarlo a alguno de los elfos del Vigía".

Salieron al exterior, con Daradoth encabezando la marcha, seguido de Symeon, Galad, Yuria y los demás. La luz que cada uno proyectaba y que deshacía las sombras, se potenciaba aún más cuando se encontraban lo suficientemente cerca unos de otros, con lo que, por fin, todos alcanzaban a ver a varias decenas de metros de distancia. Cuando el elfo abrió el rastrillo, fueron recibidos por varios muertos vivientes elfos y algunos elfos dementes. Al otro lado del foso se encontraba una gran multitud de demonios, y algo mucho peor. En la penumbra que alcanzaban a ver allá a lo lejos, al otro lado del agua, pudieron ver tres figuras enormes, de unos veinte metros de alto, aberrantes y aterradoras. Alrededor de ellas parecían danzar las sombras, tomando forma de zarcillos y tentáculos. Esos jirones de Sombra eran los que parecían estar impactando con fuerza contra el complejo.

Manifestación de Sombra

El terror se despertó en un rincón de sus mentes, ahora cuasidivinas. Pero Luz los protegió de caer en la desesperación; a todos excepto a Taheem y Faewald que, entrando en pánico huyeron hacia el interior del edificio. Ese momento de duda fue aprovechado por sus enemigos, que ya podían verlos claramente. Los tres engendros gigantescos y los demonios del otro lado lanzaron todo lo que tenían hacia ellos. Y la muralla exterior no pudo resistirlo, estallando en una gran explosión. Afortunadamente, el grupo no sufrió daños relevantes.

Y se lanzaron al ataque, enfrentándose a varios muertos vivientes y un par de los enanos Ojos Ígneos. No fueron rivales para los nuevos poderes del grupo, y parte de los enemigos del exterior también sucumbieron ante una lluvia de rayos de Luz invocada por Galad. Mientras tanto, el más cercano de los gigantes de sombras desapareció de la vista, pues se envolvió en un aura de Sombra pura que la luz proyectada por el grupo no era capaz (desde allí) de traspasar.

Una segunda oleada de dementes y muertos vivientes apareció al otro lado de los escombros, y cuando se aprestaban a enfrentarlos, varios tentáculos de sombra se abalanzaron sobre ellos desde la oscuridad que envolvía al engendro más cercano. Uno de ellos alcanzó a Yuria de forma brutal, lanzándola hacia atrás y provocándole un intenso dolor. Arakariann corrió hacia ella, preparando sus hechizos de curación, aunque finalmente no serían necesarios; a Yuria solo le haría falta pasar unos segundos la conmoción por el golpe.

Entre tanto, en el exterior, una multitud de rayos sagrados invocados por Daradoth y Symeon caían sobre sus enemigos. Varios zarcillos de sombras pasaron muy cerca del elfo, y dos de ellos impactaron sobre el errante, dejándolo fuera de combate unos segundos. Pero sus cuerpos de Luz eran muy fuertes, y se recuperó casi al instante. Una nueva descarga de Santa Luz se abatió sobre las criaturas de sombra, invocada por Daradoth y Galad, mientras Symeon curaba sus heridas. Poco después, Yuria se incorporaba al grupo, y la visión de los cuatro invocando los poderes de Luz fue gloriosa y terrible a la vez. Los engendros apenas podían oponérseles. Una vibración aplastante emanaba de ellos, haciendo languidecer a sus enemigos, que caían sin cesar destruidos por las columnas de Luz que se descargaban desde los cielos hasta ellos.

Mientras se sentían henchidos de poder y disfrutaban con la aniquilación de los engendros de Sombra a su alrededor, apareció en la escena el enano que empuñaba la Kothmorui, la Daga Negra de los kaloriones, entre varios de sus secuaces. Confiado, Galad lanzó su poder hacia él, mientras Daradoth volvía a descargar Luz sobre las enormes criaturas de Sombra, y Symeon y Yuria daban cuenta de los enemigos más cercanos. No obstante, el enano deformado fue más rápido que el paladín y lanzó la Daga hacia él, que se convirtió en un borrón de sombra. Un frío intenso, como un aguijón helado, entumeció su hombro y le provocó un dolor impío que lo aturdió y desequilibró. Afortunadamente la Luz le había proporcionado los medios para soportar tales sufrimientos, y en pocos segundos pudo recuperarse.

Justo en ese momento, Daradoth vio con inquietud cómo los gigantescos engendros de Sombra comenzaban a atravesar el foso, que hasta ahora los había protegido de ellos. Rugió con rabia y lanzó de nuevo el poder purificador de Luz sobre ellos. Uno de los tres monstruos desapareció con un estallido de luz, y un segundo se detuvo, prendido con fuego sagrado. Los demonios del otro lado del foso también fueron afectados y barridos por el enorme poder desatado por el elfo, que empuñó a Sannarialáth y se lanzó al combate con el tercer engendro, que había conseguido atravesar el foso.

Más atrás, la Daga Negra había aparecido de nuevo en la mano del enano sombrío. Pero no pudo reaccionar a la descarga de Luz Sagrada que Yuria abatió sobre él. El enano se evaporó en un remolino de Luz, y el resto de enemigos cercanos fueron eliminados por Symeon y Galad.

En la orilla del foso, el engendro descargó sus golpes sobre Daradoth, que no pudo evitarlo al tener que encargarse de los pocos demonios restantes que intentaban acabar con él. Una sucesión de impactos zarandeó al elfo, que sufrió un dolor insoportable al romperse varios huesos y sentir el frío calcinador; cayó al suelo, falto de aliento y presa de un sufrimiento indescriptible. Aun así, se puso en pie, listo para continuar la lucha mientras aliviaba su aturdimiento, listo para recibir un nuevo castigo.

Pero sendas descargas de Luz cayeron sobre los gigantes; uno de ellos, el más lejano, explotó en una gloriosa detonación radiante, abatido por la mano de Yuria, y el que se disponía a dar el golpe de gracia a Daradoth fue envuelto en llamas de Luz por el poder de Symeon. «Gracias, Luz, por tu poder y mis amigos», pensó el elfo, que ya tuvo tiempo de contraatacar. 

Sannarialáth se hundió profunda en las Sombras que componían el cuerpo del engendro, envuelta en Luz pura. No llegó a acabar con él, pero pareció dejarlo bastante malherido y hacerlo dudar. Sin embargo, no hubo lugar para la relajación. Por el rabillo del ojo y con ayuda de su Visión en la Oscuridad, Daradoth pudo ver que las Sombras alrededor de la zona de oscuridad impenetrable parecían danzar por unos segundos y al instante formaban un nuevo engendro gigantesco, que rugió con furia.

—¡Acaba de formarse otro de estos monstruos en el límite de la zona de oscuridad! —gritó, informando a los demás, cuya luz no alcanzaba a iluminar tan lejos—. ¡Cuidado! —Acto seguido, volvió a clavar salvajemente a Sannarialáth en la criatura, acabando con ella por fin. Y, como había pasado varias veces hasta ese momento, sintió cómo el vello de su nuca se erizaba cuando los hechizos lanzados por los demonios restantes al otro lado del foso se disipaban contra su aura de poder.

Todos, excepto uno, que pudo superar sus defensas. Algo se rompió en la mente de Daradoth, que cayó al suelo, inerme. Presa de una repentina catatonia.

El resto del grupo llegó por fin a la altura del elfo; al otro lado del foso se estaba reuniendo una nueva multitud de muertos vivientes y de dementes. Los demonios seguían lanzando hechizos que se deshacían contra sus auras de protección. Cargando a Daradoth, se refugiaron en el bastión que daba acceso al puente sobre el foso.

Por fortuna, la Luz también les había proporcionado los medios para evitar los daños de la mente. Arakariann restauró su cordura, y una sonrisa de confortación y reconocimiento acudió al rostro de Daradoth, que miró a su alrededor, agradeciendo de nuevo su fortuna a Luz.

De pronto, tras un pulso de poder procedente del norte, una potente voz, como un rugido, gritó algo al otro lado del foso, y llegó sobrenaturalmente fuerte a sus oídos:

—¡Khadaarkaleth erra'in azhami ghor! ¡Khadaar mar'kathalân ûsh gadhagh! ¡KHERDA UR'BATAL ERAITAN!

Tras unos momentos de silencio motivado por la sopresa, Symeon habló:

—Hablan en Raghaukar, lo que tambíen se conoce como Lengua Negra. Al parecer, mi señora Ninaith me ha concedido el don de entenderla. Dicen que salgamos y nos rindaoms, o matarán a Eraitan.

Como si estuviera rubricando sus palabras, un espeluznante y desgarrador grito de dolor con la voz de Eraitan les conmovió el corazón.

—Vosotros dos —dijo Symeon rápidamente, señalando a Galad y Daradoth— encargaos del engendro gigante, Yuria y yo iremos a por los que tengan retenido a Eraitan. Arakariann, apóyanos. De momento, finjamos que nos tienen en sus manos, así prodremos acercarnos.

Dicho y hecho, justo cuando un segundo aullido de sufrimento comenzaba, el grupo salió de los escombros por la parte del puente. La duda se apoderó de ellos cuando, al atravesar el foso, pudieron ver a dos demonios de más allá del Palio, empuñando ominosas hachas y sujetando a un Eraitan (poseído por Dirnadel) cargado de cadenas ígneas sobrenaturales; y más allá, no uno, sino dos gigantescas manifestaciones de Sombra, esperando. Mas en ellos, Luz no había perdido un ápice de fuerza, y la duda dejó paso casi instantáneamente a la resolución.

—Tenemos que acercarnos rápido —urgió Daradoth, susurrando—; Yuria, tú vienes conmigo, saltaré y tú atacas.

—Nosotros os cubrimos —coincidió Galad.

La pequeña multitud del otro lado del foso permaneció a la expectativa mientras el grupo se acercaba lentamente. Y, cuando Daradoth juzgó que se encontraban lo suficientemente cerca, justo cuando los demonios iban a seguir increpándolos en aquella lengua horrible, agarró a Yuria.

—Que la Luz nos proteja —susurró. Y saltó hacia delante.

Pero no llegó a donde pretendía. Su salto quedó corto por mucho, y profirió una maldición. Galad y Symeon lanzaron sendas andanadas de Luz sobre los enemigos, desatando el caos.

Pero no fue suficiente, pues, al ver lo que sucedía, uno de los poderosos demonios cortó la garganta de Eraitan con su hacha. Daradoth y Yuria apretaron los dientes.

—Tranquilo Daradoth —comenzó la ercestre—, aún tenemos la Tannagaeth, la flor... —no pudo continuar la frase. Varios tentáculos de Sombras se abatieron sobre ellos, lanzados por los engendros gigantes.

Por suerte, Daradoth saltó de nuevo casi al instante, y los zarcillos se estrellaron con estrépito allí donde se habían encontrado. La sangre del elfo ardió al ver desangrándose a Eraitan, ya revertido a su forma original, sobre el suelo. Y Yuria gritó con todas sus fuerzas, invocando el poder de Luz.

Una violenta descarga afectó a uno de los dos gigantes de Sombra. Daradoth la siguió de cerca, descargando Luz sobre los demás. Uno de los demonios tras el Palio desapareció, y el resto ardieron con llamas blancas.

El contraataque de la multitud de demonios se estrelló contra las auras de protección del grupo, así que estos aprovecharon para, liberando toda su furia y el poder de Luz, arrasar con todo a su alrededor. Luz disipó la oscuridad en varias decenas de metros a la redonda alrededor de ellos, y las criaturas fueron erradicadas.

Se detuvieron unos segundos para recuperar el aliento, pues el cansancio ya estaba empezando a aparecer.

—No nos detengamos —instó Yuria—. Cada segundo cuenta.

Corrieron hacia Eraitan, al que Arakariann no tardó en recuperar de sus heridas (en el proceso, el elfo agotó su poder y perdió el conocimiento, volviendo a adoptar su forma normal), y Yuria sacó de algún pliegue de sus ropas envueltas en el aura de Luz la Tannagaeth, la flor que habían conseguido hacía tanto tiempo en tierras vestalenses. Mientras se la colocaban en la boca, Symeon tuvo un escalofrío.

—Cuidado con esa oscuridad —dijo, solemne, observando fijamente hacia las tinieblas impenetrables, como en trance—. Es una puerta al Erebo. No os acerquéis.

Galad y Daradoth se pusieron en guardia ante las palabras de su amigo. El paladín y la ercestre cargaron con Eraitan, que pocos segundos después comenzó a moverse. Por su parte, Daradoth reparó en algo situado un poco más allá. «La espada de Eraitan». La cogió con cuidado, recordando los efectos que Dirnadel tenía en quien lo empuñaba, y se unió al resto, que ya había comenzado a cruzar el puente hacia el sur.


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