Luz por fin
Salieron del Aglannävyr con Daradoth encabezando la marcha, Galad cubriendo la retaguardia, y Yuria ayudando con Eraitan, siempre teniendo cerca a Faewald. Symeon se quedó un momento atrás para cerrar la apertura de nuevo, pero en pocos segundos se incorporó al orden de marcha, dando ánimos con un gesto a Taheem y a Arakariann.
Superando el efecto de los susurros oscuros con la ayuda de los hechizos de protección de Galad, y dejando atrás los fuertes impactos que las enormes armaduras animadas estaban propinando al templo del otro lado del árbol, entraron de nuevo en el área de poblaciones más dispersas que rodeaba a la ciudadela central; todavía podían notar levemente los temblores de tierra provocados por la destrucción que las criaturas de Sombra debían de estar extendiendo allí.
Armadura Colosal |
Al cabo de media hora, Daradoth pudo ver cómo la vegetación se abría dando lugar a una gran explanada, que daba acceso a un gran lago. El agua presentaba un color muy oscuro, prácticamente negro, y en el centro del lago se alzaba una isla con un gran templo que parecía más o menos intacto desde la distancia.
Una onda llamó la atención del elfo.
—Hay algo ahí dentro —dijo—. Mejor nos mantenemos apartados del agua.
Así lo hicieron, manteniendo una distancia prudencial entre ellos y el agua en tanto les fue posible. Pocos minutos más tarde, sin duda atraídos por la luz que emanaba de sus auras, hacía de nuevo acto de presencia la bandada de aquellos cuervos retorcidos, y se situaba sobre ellos, siguiéndolos de cerca.
—Era cuestión de tiempo que nos detectaran —dijo Yuria.
—Demasiado han tardado —añadió Galad.
—Por cierto, ¿os habéis fijado en la curva que hace el estanque? —preguntó la Ercestre—. Es una parábola perfecta —aunque el resto del grupo no entendió el concepto "parábola", nadie quiso preguntar—; sin duda es un lago artificial.
—Supongo —respondió Symeon— que lo crearían para honrar a alguno de los avatares del mar o del agua.
—En cualquier caso, hay algo ahí y prefiero dejarlo en paz —zanjó Daradoth.
Siguieron caminando durante aproximadamente una hora, dejando atrás edificios en ruinas y asentamientos de los que apenas había dejado rastro la vegetación y la oscuridad. Algunos elfos dementes y reanimados salieron a su encuentro, pero en la situación del grupo, potenciados por el poder de Luz, no fueron más que una molestia pasajera.
Durante ese tiempo, Daradoth recondujo la ruta del grupo para intentar llegar a la ruta por la que habían accedido al centro del complejo. Por fin, en un momento dado, llegaron a la vista de un templo más o menos conservado, que dominaba una amplia extensión rodeada por un muro cuyos buenos tiempos habían quedado ya muy atrás.
—Creo que hemos llegado al templo donde tuvimos que huir de aquella especie de sirena animada —anunció Daradoth.
—Entonces, mejor no entrar de nuevo —sugirió Galad—. ¿No creéis?
—Sí, desde luego —concordó Symeon.
Así que, tras comer algo de carne seca y refrescarse con algo de agua (siempre con un ojo alerta hacia los cuervos que no dejaban de oír graznar) continuaron camino, rodeando el muro del templo por la parte sur. Accedieron a un antiguo camino, que a duras penas podía llamarse así ya, casi cubierto por matorrales negros y amenazadoras zarzas. Tras avanzar despejando la maleza unos cuantos centenares de metros, Yuria se detuvo, consternada por algo:
—Esperad un momento, parad —urgió; Galad dejó de golpear la maleza—. ¿No habéis notado eso en el suelo?
—Yo sí —dijo Symeon—. El suelo ha reverberado durantre un momento, y...
—Ahora lo noto —dijo Faewald.
—Y yo —dijo también Daradoth—. Galad, hay que darse prisa.
Daradoth se aprestó a despejar la maleza junto al paladín, acelerando la marcha. Avanzaron todo lo rápido que pudieron, siempre con los cuervos sombríos sobre ellos, y en el suelo ya se hizo ostensible el temblor, que se sentía a intervalos regulares cada pocos segundos.
—Seguro que son los constructos que estaban destruyendo el templo, suena como algo métalico —dijo Yuria—. Daradoth, Galad...
No pudo acabar la frase, pues el suelo se abrió a los pies de Daradoth. Su corazón se aceleró y, revolviéndose, desesperado, alargó los brazos en busca de algún asidero. Y por suerte, lo encontró en la bota izquierda de Galad, que se giró a tiempo para no caer en el agujero que se había abierto a escasos centímetros de sus pies.
Colgando de la bota de su amigo, Daradoth miró hacia abajo. Pudo ver una especie de bóveda subterránea totalmente colapsada por elfos de ojos totalmente blancos que le provocaron escalofríos. Segundos después sentía el tirón de Galad que lo ponía a salvo.
—¡Cuidado ahí atrás! —advirtió el elfo—. Ahí abajo está lleno de muertos, no os acerquéis; ¡vamos, Galad, rápido!
Finalmente, pudieron despejar el macizo de zarzas y acceder a una explanada. A unos cien metros se podía ver un antiguo templo, ya derruido, y alrededor de él, alrededor del grupo, un cementerio que se extendía varias hectáreas.
—¿Qué es esto? —se preguntó Galad—. ¿Un cementerio de elfos? ¿Tenéis cementerios, Daradoth?
—Bueno, somos inmortales, pero aunque no muramos de viejos, también morimos.
—Lo que sea —instó Yuria—, pero continuemos, porque no sé si oís el mismo ruido metálico que yo, pero esos monstruos ya deben de estar muy cerca.
Intentaron rodear el cementerio sin adentrarse mucho entre las tumbas, siempre por el límite exterior, que ahora estaba copado por las zarzas y la ponzoñosa vegetación oscura.
De repente, un chorro de energía de color extraño pasó muy cerca de Galad, desequilibrándolo y haciéndole notar una especie de pinchazo leve a su paso. Mientras echaba rodilla a tierra para no caer de bruces, sintió un vuelco en el corazón cuando el torrente de poder se estrelló contra Yuria.
La ercestre notó un leve pinchazo en su espalda y luego una fuerte descarga procedente del talismán de su cuello, que la dejó sin respiración durante unos segundos. Pero no hubo más efecto. Se giró para mirar a Galad, que sonrió al verla indemne.
El resto del grupo se giró, al oír el fuerte zumbido que había acompañado al haz de energía.
—¿Qué ha sido eso? —inquirió Symeon mientras Galad se ponía de nuevo en pie.
—No sé... algo... —balbuceó Yuria.
—Ha sido una especie de rayo potentísimo, ha alcanzado a Yuria pero parece que su talismán la ha protegido.
—Entonces no perdamos tiempo, ¡corred! —urgió Daradoth, que a su vez se quedó helado cuando a lo lejos vio, volando hacia ellos, a dos demonios enormes y con un aura de poder potentísima, mucho más intensa que la de cualquier demonio que hubieran visto antes en los santuarios—. ¡Nos siguen dos demonios que parecen poderosísimos! ¡Corred, vamos!
—¡Pasad delante de mí, intentaré protegeros! —ordenó Yuria, que pasó a cerrar el avance del grupo.
Un segundo haz de energía pasó cerca de la ercestre, pero esta vez no le acertó. Impactó muy cerca de Symeon y Taheem, provocando una fuerte explosión, abriendo un cráter y levantando una lluvia de cascotes. Afortunadamente, Symeon y el vestalense pudieron evitar ser derribados y siguieron con la carrera (penosa por otra parte, porque dos de ellos debían acarrear a Eraitan en todo momento). Llegaron por fin al extremo del cementerio, para ser detenidos de nuevo por la maleza. Daradoth se detuvo y se giró, mientras Yuria volvía a ser impactada por un tercer rayo, que la volvía a dejar sin respiración; nunca había sentido un efecto tan potente procedente de su artefacto nulificador.
El grupo se detuvo y se reagrupó alrededor del elfo, jadeantes. Daradoth no pudo contener un escalofrío.
—Los demonios están mas cerca, y detrás vienen nuestros amigos constructos —dijo, desenvainando a Sannarialáth.
—Vale, pues supongo que este sitio es tan bueno como cualquier otro —dijo Galad.
—Sí, podemos intentar que caigan en la bóveda subterránea.
—Intentaré detener sus hechizos con Sannarialáth, vosotros continuad —anunció Daradoth, y se lanzó hacia delante, uniéndose a Yuria para formar una barrera defensiva.
Los demonios lanzaron sendos hechizos a Daradoth y a Yuria. El primero consiguió contrarrestar el rayo con su espada, y la ercestre volvió a sentir la fuerte sacudida que la dejó sin aliento de nuevo, y esta vez, también aturdida durante unos cuantos segundos.
Una segunda andanada tuvo el mismo efecto.
—Daradoth, no creo que pueda aguantar mucho más —dijo Yuria.
Los demonios ya se encontraban a escasos metros de distancia. Daradoth decidió utilizar los poderes de Luz para atacarles, pero no pudo canalizar el poder a tiempo. Uno de los haces de energía impía golpeó brutalmente al elfo en el rostro. Yuria pudo ver cómo su aura de Luz se apagaba mientras salía despedido e inconsciente unos cuantos metros hacia atrás y revertía a su forma habitual.
—¡No! ¡Daradoooth! —gritó Yuria.
Galad y Symeon, que habían quedado a la espera en lugar de continuar como les había dicho Daradoth oyeron el chillido de la ercestre, con lo que decidieron precipitarse hacia el combate. Mientras tanto, los dos demonios se lanzaron rugiendo hacia ella. Y uno de ellos atravesó su pecho con su garra. Fue lanzada hacia atrás con un estallido luminoso, inconsciente y revirtiendo a su forma normal, como antes le había pasado a Daradoth. Los demonios rugieron.
Symeon y Galad llegaron a tiempo de ver cómo Yuria era abatida. Entendieron que en realidad no estaba muerta, pues Luz la había protegido al esfumarse de su ser. El paladín gritó, desatando su poder interior y recurriendo a sus habilidades intrínsecas contra las criaturas impías. Uno de los demonios fue obliterado, y el otro huyó presa del pánico ante el rostro vengador de Emmán.
Poco después llegaron al cementerio las enormes armaduras animadas. Symeon y Galad se quedaron congelados. Parecían mucho más grandes de lo que habían sido unas horas antes.
Por suerte, sus previsiones se demostraron correctas. Al poco de poner pie en el campo del cementerio, el suelo se hundió bajo los pies de los colosos, que cayeron al complejo de cúpulas subterráneas. El paladín y el errante aprovecharon para recoger a sus compañeros y salir corriendo a reunirse con el resto.
Unos minutos después, Yuria y Daradoth despertaron. Sintieron un vacío casi insoportable al no sentir la Luz en su interior. Tras una breve explicación, se pusieron de nuevo en marcha.
—Vámonos de aquí —urgió Daradoth—. Comienzo a odiar este sitio con toda mi alma.
Durante varias horas atravesaron más asentamientos y el área de los templos donde habían pernoctado las primeras jornadas. En un momento dado, volvieron a escuchar las retumbantes pisadas acercándose. Se apresuraron, turnándose en el acarreo de Eraitan, hasta llegar a la vista del sendero ascendente que les llevaría hasta el complejo laberíntico de la entrada. Comenzaron a remontar penosamente la pendiente. Daradoth se giró, y con su visión de la oscuridad pudo ver a sus perseguidores.
—Se acercan los constructos —dijo—. Y parecen... más grandes.
—Sí, eso nos había parecido ya allí, en el cementerio —confirmó Symeon.
—Pues a este paso —anunció Yuria—, nos alcanzarán antes de que lleguemos.
Galad y Symeon hicieron uso de los poderes que Luz les concedía para retrasar en la medida de lo posible a los colosos metálicos. Densificaron el aire, abrieron grietas, levantaron muros... nada parecía detenerlos, aunque los retrasaron lo suficiente para que Daradoth consiguiera llegar a lo alto. Allí se encontraban las dos estatuas que ya les habían librado de sus perseguidores al entrar. El elfo bramó en cántico.
—Se acercan dos enemigos por el lado interior. No les permitáis el paso —se sobresaltó un poco cuando las estatuas hicieron un gesto brusco para ponerse en guardia.
Poco después llegaba el resto del grupo. Agotados pero sin pausa, atravesaron el bastión interior, el patio intermedio y la construcción exterior, acabando con cuantos no muertos se encontraron, hasta atravesar el pórtico de salida y llegar de vuelta a los bosques.
Unos cientos de metros más allá se derrumbaron por fin, absolutamente exhaustos. Symeon y Galad velaron el sueño del resto, pero a las pocas horas, la Luz de su interior desapareció. Symeon sintió alejarse los secretos de la existencia, y Galad percibió cómo la divinidad y la propia presencia de Emmán se diluían, sintiendo un pinchazo en el corazón y la aparición del agotamiento más brutal. Derrotados, alcanzaron a poco más que despertar a un par de sus compañeros antes de caer en un sueño profundo.
Las siguientes tres jornadas fueron una penosa travesía a través de la oscuridad, la vegetación y algún que otro elfo demente. Fueron menos depresivas que las del viaje de ida, pues gozaban de más luz mágica gracias a la diadema de Symeon.
Tras la primera jornada de vuelta, Daradoth despertó a sus compañeros. Igrëithonn había despertado.
—¿Cómo os encontráis, príncipe? —inquirió Daradoth, ya demasiado cansado para andarse con la discreción de evitar el título y el verdadero nombre de su interlocutor. A este no pareció importarle esta vez.
Eraitan alargó su mano hacia Daradoth, con la mirada perdida, como meditando.
—Devuélvemela, por favor —se refería a su espada, a Dirnadel, el arcángel de Eryontar.
Daradoth se la alargó sin dudar. Eraitan la recibió con un visible estremecimiento y un gesto de esfuerzo interior. Colocó la hoja sobre su regazo y, tras unos segundos, su rostro se relajó.
—Ahora estamos completos —susurró, casi ininteligiblemente en alto cántico. Abrió los ojos, miró a Daradoth y añadió—: Creo que esta vez irá mejor.
—¿A qué os referís? ¿A la lucha contra la oscuridad?
—No, a la lucha contra... él... —se apoyó en la espada para levantarse con un leve gesto de contrariedad—. Supongo que algunas heridas nunca se curarán
—Sí —confirmó Galad—. Las heridas de vuestro torso, las que provocaron con las cadenas ígneas... conseguí que mejoraran, pero no las pude curar completamente.
—Bueno, que sirvan como recordatorio.
—Sufristeis muchísimo —dijo Daradoth.
—Un recuerdo que no conservo, por suerte. Contádmelo todo al calor del fuego, por favor —dijo, dirigiéndose a la lumbre, mientras Arakariann se unía a él interesándose por su estado.
Mientras comían algo, el grupo le narró todas sus peripecias desde que había sido poseído por Dirnadel. Eraitan se limitaba a realizar gestos de asentimiento, aunque en ocasiones, un leve gesto denotaba su sorpresa.
Tras unos minutos de silencio, el príncipe sentenció:
—En fin, supongo que tendré que convivir con el dolor además de con la locura. Pero si así lo quieren, así lo tendrán. —Con un gesto de camaradería, atrayendo a todos hacia sí, añadió—: Les infligiremos un dolor que no podrán soportar, se lo devolveré con creces.
Todos se sintieron un poco más unidos después de aquello. Daradoth pareció recordar algo:
—Además, conseguimos lo que vinimos a buscar —dijo.
—Sí, es verdad —coincidió Galad, que lo sacó de los pliegues de su capa y se lo ofreció.
Tras observarlo unos momentos, Eraitan torció el gesto:
—Algo le pasa, esos jirones de sombra en su interior no son normales.
—Es verdad —contestó Symeon—. El arcángel de su interior ha sido... corrompido... por la sombra. Debemos mostrarle de nuevo el camino hacia la Luz.
—Muy bien, así lo haremos —afirmó el príncipe—.
Un par de jornadas más tarde, llegaban a la zona de penumbra y al lugar acordado para su recogida en el Empíreo. Cuando vieron aparecer el dirigible sintieron una oleada de emoción, y al subir a cubierta y remontar el vuelo por encima de la oscuridad varios de ellos derramaron lágrimas no solo de emoción, sino de pura ansiedad física y mental. Necesitarían un buen descanso a todos los niveles para recuperarse de aquella experiencia.
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