Anticipando la Coronación (II)
El bullicio de los carpinteros y constructores no tardó en despertarles. Parecía que lord Ginathân había movilizado a los gremios al completo para acelerar los trabajos de cara a la ceremonia.
A media mañana, Violetha se encontró con Symeon.
—Ha ocurrido algo que creo que debes saber, hermano —dijo—. Esta mañana ha llegado a la ciudadela un tal lord Anâthur, del distrito de Arlaria. Parece que es importante, lleva una delegación de varias docenas de personas; y han venido varios elfos con él.
—Muy bien, Violetha, muchas gracias. Ten mucho cuidado, es posible que pasen cosas imprevistas estos días. Si es así, quiero que vayas lo más rápido posible al Empíreo y nos esperes allí.
—Claro, Symeon, así lo haré.
El errante corrió a compartir la nueva información con sus amigos, transmitiéndoles sus sospechas de que los elfos mencionados por su hermana no podían sino pertenecer a las filas del Vigía. En una comunicación fugaz, Daradoth contactó con Irainos, que dijo desconocer la presencia de elfos con ninguna delegación de Arlaria; sin embargo, el anciano descartó que fuera un caso anormal: el Vigía colaboraba estrechamente con el Pacto, y era posible que algún comandante hubiera decidido enviar una representación a petición de alguno de los nobles, o incluso del propio rey. Irainos no tenía por qué aprobar todos los movimientos de los miembros de la organización, menos aún cuando se encontraban dispersos por toda la frontera norte.
Symeon decidió pasar las siguientes horas rondando de la forma más discreta posible los pasillos alrededor del salón de cónclaves de Ginathân, para ver qué podía averiguar. Aproximadamente una hora después salía de la sala el que parecía ser lord Anâthur, acompañado de un séquito desarmado, entre ellos dos figuras encapuchadas cuyos movimientos los delataban claramente como elfos para los ojos de Symeon. «Curioso, les permite ir encapuchados», pensó.
Mientras tanto, Yuria y Galad se habían dirigido junto con Astholân y Nirûnath a supervisar el trabajo de los carpinteros y constructores. En un momento dado, la ercestre se detuvo y frunció ligeramente el ceño.
—¿Ves eso? —susurró a Galad—. ¿Esos dos carpinteros?
Galad los observó durante unos momentos, discretamente.
—Sí —dirigió un mirada de complicidad y preocupación a Yuria. Los dos carpinteros estaban claramente dejando puntos débiles en la estructura que estaban construyendo, como si quisieran facilitar la provocación de un accidente.
Mientras Yuria y Galad observaban la escena, sonó un cuerno. Un pregonero de la ciudad anunció con una voz atronadora que la ceremonia de coronación se retrasaría una jornada más. Al parecer, había que dar tiempo para recibir "ilustres personalidades" y "completar las obras necesarias".
Una vez finalizaron los anuncios, Galad y Yuria comentaron con los maestros de esgrima que les acompañaban el hecho que habían visto. En pocos minutos, los dos carpinteros eran arrestados con mucha discreción y eran conducidos al interior de la torre principal.
Daradoth, que se encontraba con Ethëilë en sus aposentos, recibió la visita de uno de los senescales de Ginathân. El futuro rey reclamaba su presencia, así que se dirigió a reunirse con él, precedido por el servidor. En la sala de cónclaves se encontraba Ginathân, conversando con Rania Talos, la "madre" de Galad. En cuanto el elfo entró, se despidieron y la ercestre se marchó.
—Quería haceros una propuesta, Daradoth —dijo Ginathân—; por supuesto, sois libre de rechazarla si no os parece aceptable. Quisiera que me acompañarais en el estrado durante la ceremonia como... representante de los elfos de Doranna. Estoy seguro de que vuestra presencia convencería a mucha gente de la idoneidad de mi reclamación, y evitaría muchos conflictos en el futuro. ¿Qué os parece?
—Pues habréis de disculparme, pero esto es muy imprevisto y tengo que pensarlo al menos unos minutos... ¿os importa que os haga antes unas preguntas?
—Adelante, por supuesto.
—Sé que ha llegado un grupo de elfos con una representación de Arlaria, ¿podríais decirme algo sobre ellos?
—Si, se han presentado como Finnerion y Naläroth, oficiales de la hermandad del Vigía.
—Ya veo... ¿y qué pensáis al respecto? ¿Os sentís seguro?
—El simple hecho de que lo hayan anunciado abiertamente me reconforta, no creo que ahora suceda algo parecido a lo de Arbanôr. Eso sí, me han sugerido que debería cancelar la ceremonia, y cuando me he negado en redondo, su segunda propuesta ha sido que la lleve a cabo, pero que debería abdicar en un plazo no superior a seis meses.
—¿Y no teméis que intenten nada? —«mejor no decirle nada de los centauros de momento», pensó Daradoth.
—Los tendremos muy vigilados, y no creo que lo hagan, habiéndose presentado claramente.
—Bien... bueno, retomando vuestra propuesta... no me importa acompañaros en la ceremonia, pero no me gustaría que me presentarais como "representante" de Doranna.
Ginathân meditó durante unos segundos.
—Respetaré vuestra decisión, sin duda, pero presentaros de esa manera es lo que haría que muchas suspicacias fueran erradicadas y ahorraría violencia futura. Además, me gustaría que vos fuerais uno de los oferentes de la corona de Darsia.
—Hoy por hoy, no estoy en condición de "representar" a Doranna, Ginathân. Soy noble, sí, pero mi situación no me permite presentarme así. Creo que podría ser más negativo que positivo, y más habiendo elfos presentes en Dársuma.
—De acuerdo, podríamos cambiar el término... no sé, "enviado", o alguna otra cosa... quizá podríamos pedir consejo a Galad. ¿Podríais comentarlo con vuestros compañeros?
—Sí, por supuesto.
Daradoth se retiraba, aunque Ginathân lo hizo detenerse.
—Casi me ovidaba. Los elfos de los que os he hablado no son los únicos que han venido con la delegación; creo que han llegado cuatro en total.
—Os agradezco la información —hizo una leve reverencia, y salió de la sala.
En una pequeña sala del mismo edificio, Yuria y Galad se sentaban ante los carpinteros "saboteadores", que resultaron ser cuñados Al principio intentaron disimular, pero, aunque uno de ellos, Kadion, se mostró inquebrantable, el segundo, Adarâth, se derrumbó de forma relativamente fácil:
—Yo no... no quería, mis señores, lo juro por todos los dioses. De verdad que no... tengo dos hijas enfermas y... y necesito la cura. La necesitamos —sollozó.
Yuria lo calmó un poco para que hablara con algo de sentido, y Adarâth les contó que tenía dos hijas gravemente enfermas desde hacía bastante tiempo, que los clérigos de Dársuma cobraban demasiado por aplicar sus conocimientos curativos, y una anciana se había acercado a él ofreciéndole varias dosis de remedio a cambio de su colaboración en el asunto del sabotaje.
—Mis dos hijas son ángeles del cielo, mis señores —dijo—, y no tuve más remedio que aceptar. No podía pagar un clérigo, no podía...
A Galad le hirvió la sangre cuando se enteró de que los clérigos de la ciudad (quizá incluso era algo generalizado en el Pacto) cobraban por ayudar a los necesitados.
—Si nos decís dónde se encuentran vuestras hijas, quizá podamos ayudarlas —dijo Galad.
—Pero no puedo pagaros, mi señor paladín.
—Yo no cobro por ayudar.
Al oír esto, las lágrimas asomaron a los ojos de Adarâth.
—Gracias... gracias padre. ¿Conoceréis las tisanas o los ungüentos necesarios?
Galad respondió con evasivas, extrañado de que los clérigos utilizaran tales remedios en lugar del favor de su dios. «Aunque, claro, pueden ser clérigos que no sirvan al bendito Emmán», pensó. Adarâth tampoco pudo ofrecer ningún detalle sobre la anciana que le proporcionó la medicina, solo que contactó con él aproximadamente una semana antes.
—¿La reconoceríais si volvierais a verla? —interrogó Galad.
—Creo que sí, padre.
Dando por zanjada la conversación con Adarâth, Galad recurrió a sus poderes para vencer la resistencia de Kadion, que solo así soltó la lengua. Su hijo, "el pequeño Robald", al igual que las hijas de Adarâth, se encontraba enfermo. Y la misma anciana le proporcionó la medicina, que no fue suficiente para curarlo definitivamente. Le prometieron que se encargarían de ayudar a su familia. Ambos tendrían que volver al trabajo y hacerlo bien.
Entre tanto, Daradoth se dirigió a los aposentos de la delegación de Arlaria, que se encontraba cusodiava —vigilada— por varios guardias fieles a Ginathân. Pidió al senescal que lo acompañara y anunciara su llegada, cosa que este hizo con gran eficacia. La delegación ocupaba una media docena de habitaciones sitas en el mismo pasillo.
Tras una primera conversación con muchas dificultades de comunicación con un ástaro que lo recibió, consiguió que este trajera a su presencia a uno de los elfos de la delegación. La fama de Daradoth en el Vigía (y en el Pacto, no olvidemos que fue uno de los artífices de sofocar las rebeliones) tuvo efecto:
—Vos sois Daradoth de Doranna, ¿verdad? —preguntó el elfo en Anridan—. Mi nombre es Finnerion.
—Así es.
—¿Qué deseáis de nosotros?
—Querría saber qué os ha traído aquí.
—Somos una delegación diplomática de Arlaria —la voz del elfo sonaba extrañada.
—¿No venís en nombre del Vigía entonces?
—Son muchas preguntas, mi señor, mejor lo dejamos aquí.
Poco después, Daradoth contactaba de nuevo con Irainos, pero no pudo obtener ninguna reacción por parte del anciano. La estructura dispersa y no piramidal del Vigía permitía que sucediera lo que estaba pasando, excepto en lo que atañía a los centauros.
Yuria y Galad, acompañados por Taheem y Avriênne, atravesaron la ciudad para visitar la casa familiar donde residían los carpinteros Adarâth y Kadion. En un barrio bastante degradado encontraron la construcción, que había visto tiempos mejores. Los recibió una mujer que acusaba los esfuerzos del trabajo y de las preocupaciones, que se sorprendió de recibir aquellos visitantes de presencia tan imponente. Con amables palabras, no tuvieron problemas para que les granjeara el paso a la casa. Al fondo, al lado del hogar, pudieron ver dos niñas y un niño más pequeño con aspecto enfermizo. Yuria los inspeccionó durante unos minutos:
—Están afectados por lo que en Ercestria llamamos tos negra. Sé que hay remedios para aliviarla, pero no conozco la cura. —Se giró para hablar con la mujer, la esposa de Kadion y madre del niño—. Tengo entendido que los clérigos cobran por sus servicios de curación. ¿Tenéis idea de qué cantidad?
—Una cantidad enorme, señora. La última vez nos pidieron por cada enfermo dos monedas de oro o bienes que equivalieran a ese valor.
Yuria rebuscó en su bolsa.
—Tomad, coged esto —dijo tendiendo unas monedas a su interlocutora.
La mujer casi sufre un vahído al ver depositadas en su mano nueve monedas de oro de generoso peso.
—Pero... pero... mi señora...
—Lo sé. Curad a vuestros muchachos, es todo lo que pido. Y que le contéis lo que Galad y Yuria han hecho por vosotros a Kadion y Adarâth. Que recuerden sus lealtades.
—Recordadles también que deben realizar su trabajo con minuciosidad —añadió Galad.
—Por supuesto, claro que lo haré, mil gracias —las lágrimas corrían por su rostro—, mil gracias, mil gracias.
Sin tardanza, acompañaron a Surien, que así se llamaba la mujer, hasta el templo de Indrel (otro nombre de Ninaith), donde se despidieron de ella deseándole suerte.
—¿No os parece extraño lo de que los clérigos cobren tal fortuna por sus servicios? —inquirió Taheem.
—Sí, me parece indecente —contestó Galad—. Y extraño que utilicen ungüentos y pociones para sanar, en lugar del favor de su dios —se persignó haciendo una cruz en su frente, el típico gesto emmanita.
—Extrañas costumbres las de este país.
—Quizá sea una de esas cosas que Ginathân podrá cambiar a mejor —añadió Yuria—. Esa familia era claramente mestiza, no de pura sangre ástara.
Ya entrada la tarde, el grupo se reunió de nuevo al completo, y pusieron en común sus respectivas pesquisas. Daradoth narró su negativa a ser presentado como un "representante" o "enviado" de Doranna. Symeon sugirió que quizá Irainos podría "nombrar" a Daradoth como "embajador" del Vigía, y así evitar problemas con Doranna, pero descartaron esa opción, pues Ginathân lo que quería era la influencia de la poderosa nación élfica. Finalmente, tras mucho discutir, encontraron una posible fórmula: dado que Daradoth había sido capitán de una de las torres que bloqueaban los Pasos de Kesarn, propusieron a Ginathân lo siguiente:
—Ginathân —empezó Daradoth, un poco receloso ante la presencia de Genhard al lado del noble—, hemos estado discutiendo largo y tendido sobre vuestra petición, y si lo aceptáis podréis presentarme como "lord" y "capitán de los ejércitos".
—Por supuesto, ya sabéis que no os exijo nada, y cualquier ayuda es bienvenida.
Durante toda la conversación, Yuria estuvo planteándose internamente prestar su apoyo a Ginathân como representante de la cancillería de los Príncipes Comerciantes, pero finalmente desechó tal idea. «No es seguro que esto beneficie a Ilaith de alguna manera, mejor esperar a ver qué sucede y hacerlo solo si es absolutamente necesario», pensó.
Al atardecer, Violetha volvió a encontrarse con Symeon.
—Ha acudido una nueva delegación a la ciudadela —informó—. Procede de Galmia, el otro distrito norteño. Son varias docenas de personas, y unos pocos elfos entre ellos. La encabeza un tal lord Cirenâth, un noble ya entrado en años, que no se encontraba en el frente. En estos momentos se encuentran reunidos con lord Ginathân junto a algunos miembros de la delegación de Arlaria.
—Gracias, Violetha —dijo su hermano—, ten cuidado y mantennos informados, por favor.
Poco después, ya por la noche, Symeon entró de nuevo al mundo onírico. Esa vez, tras un largo tiempo de vigilancia, nada extraño ni hostil sucedió.
El día siguiente, por la mañana, los carpinteros volvieron al trabajo, entre ellos Kadion y Adarâth. Tras una breve inspección, Galad y Yuria vieron con satisfacción que esta vez sí estaban realizando su trabajo correctamente.
Symeon, por su parte, se reunió con Violetha para obtener más información.
—Todo lo que sé —dijo ella— es que están ofreciendo a Ginathân ofertas muy generosas, aunque no conozco los detalles, a cambio de que renuncie al cetro de Darsia. Por supuesto, él se niega.
Más tarde esa misma mañana, una flotilla de barcos aparecía en puerto, con estandarte de uno de los reinos del Káikar. Comenzaron a descargar comida a espuertas, ante el regocijo de la multitud. La propaganda del "Supremo Imperio" funcionaba a pleno rendimiento.
Poco después, aparecía en la ciudadela una nueva delegación, esta vez del distrito de Hêtera.
Mientras tanto, Daradoth volvía a encontrarse con la dulce Somara. Le habló de su preocupación por los enemigos de su esposo, y la posibilidad de que algo malo sucediera antes o durante la ceremonia. O quizá incluso después. Planteó a la errante la posibilidad de intentar convencer a algunos miembros de las delegaciones visitantes en Dársuma haciendo uso de sus... habilidades. Combinadas también con las capacidades de él mismo y sus compañeros. Somara expresó sus reservas a esa idea:
—No puedo negar que conozco tener ciertas capacidades fuera de lo normal —dijo ella—. No obstante, no considero buena idea revelarlas a mis enemigos, ni creo que tenga la capacidad de hacerlos cambiar de idea respecto a unas costumbres que han seguido toda su vida. Pero, una vez dicho esto, os debo mi vida y la de mi bebé, y por ello, si vos pensáis que podría cambiar las cosas, estoy dispuesto a hacerlo.
Daradoth la miró muy fijamente, con las ideas agolpándose en su mente.
En el patio de armas, mientras inspeccionaba el trabajo de los carpinteros, Galad creyó ver algo por el rabillo del ojo. Se giró. Tiró de la manga de Yuria.
—Mira —la instó—. ¿No son esos...?
—Dûnethar y Cirantor —confirmó ella, mirándolo con cierta inquietud—. Sí.
—Espero que no estén demasiado resentidos con nosotros. Y seguro que saben que estamos aquí, con el Empíreo ahí en lo alto...
Dicho y hecho, justo en ese momento, los dos ástaros parecieron darse cuenta de la presencia del paladín y la ercestre. Susurraron unos segundos, y comenzaron a acercarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario